Muchos pueblos creían -y algunos siguen creyendo- que, tras la inmediata realidad física de las cosas, existen espíritus, que incluso objetos Carentemente desprovistos de vida tienen en su interior una fuerza viviente: tnana. Los indios sioux la llamaban wakan. Los algonquinos, manitú. Los fcoqueses, orenda. Para esos pueblos, todo el entorno está vivo.

En la actualidad, al tiempo que construimos una nueva infosfera para una civilización de tercera ola, estamos impartiendo no vida, sino inteligencia, al “muerto” entorno en que nos hallamos inmersos.

La clave de este avance evolutivo es, naturalmente, el computador. Combinación de memoria electrónica con programas que le dicen a la máquina cómo procesar los datos almacenados, los computadores eran todavía una curiosidad identifica a principios de la década de 1950. Pero entre 1955 y 1965, la década en que la tercera ola inició su avance en los Estados Unidos, empezaron a introducirse lentamente en el mundo de los negocios. Al principio eran instalaciones aisladas, de modesta capacidad, empleadas, fundamentalmente, con fines financieros. Antes de que transcurriera mucho tiempo, máquinas de enorme capacidad comenzaron a entrar en sedes de grandes empresas y fueron aplicadas a diversas tareas. Desde 1965 hasta 1977 -dice Harvey Poppel, vicepresidente de Booz Alien & Hamilton-, asesores de dirección estuvimos en la “Era del gran computador central… Representa el epítome, la manifestación final del pensamiento de la Edad maquinista. Es el logro culminante, un gran supercomputador enterrado a centenares de pies bajo el centro en un… medio ambiente antiséptico… a prueba de bomba… dirigido por un puñado de supertecnócratas”.

Eran tan impresionantes estos gigantes centralizados, que no tardaron en constituir parte característica de la mitología social. Productores de películas, humoristas y escritores de ciencia-ficción, utilizándolos para simbolizar el futuro, representaban rutinariamente al computador como un cerebro omnipotente, una masiva concentración de inteligencia sobrehumana.

Pero durante los años 70, la realidad superó a la ficción, dejando atrás una anticuada imaginería. Al progresar la miniaturización con la rapidez del rayo, al aumentar la capacidad del computador y descender en vertical los precios por función, empezaron a brotar por todas partes pequeños minicomputadores, baratos y eficaces. Cada sucursal de fábrica, oficina de ventas o departamento de ingeniería reclamaba el suyo. De hecho, así aparecieron tantos computadores, que las Compañías perdían a veces la cuenta de los que tenían. La “potencia cerebral” del computador no se hallaba ya concentrada en un único punto: estaba “distribuida”.

Esta dispersión de la inteligencia del computador está progresando ahora con gran rapidez. En 1977, los gastos dedicados a lo que ahora se denomina “procesamiento de datos distribuidos”, o PDD, se elevaron, en los Estados Unidos, a trescientos millones de dólares. Según la International Data Corporation, destacada firma de investigación en este campo, la cifra pasará a ser de tres mil millones para 1982. Máquinas pequeñas y baratas, que no requieran ya especial adiestramiento en computadores, serán pronto tan omnipresentes como la máquina de escribir. Estamos “inyectando inteligencia” en nuestro entorno laboral.

Además, fuera de los confines de la industria y el Gobierno se está desarrollando un proceso paralelo, basado en ese artilugio que no tardará en hacerse ubicuo: el computador casero. Hace cinco años, era despreciable el número de computadores caseros o personales. Hoy se estima que 300.000 computadores zumban y susurran en salas de estar, cocinas y estudios de un extremo a otro de América. Y esto, antes de que grandes fabricantes, como IBM y Texas Instruments, lancen sus campañas de ventas.

Los computadores caseros no tardarán en venderse por poco más que un aparato de televisión.

Estas máquinas inteligentes están ya siendo usadas para todo: desde calcular los impuestos de la familia, hasta controlar la utilización de energía en el hogar, practicar juegos, llevar un archivo de recetas, recordar a sus dueños citas próximas y servir como “máquinas de escribir pensantes”. Pero esto no ofrece más que un leve atisbo de todas sus potencialidades.

Telecomputing Corporation of América ofrece un servicio llamado simplemente The Source, que, por un coste minúsculo, proporciona al usuario del computador acceso instantáneo a la agencia de noticias United Press International; una gran variedad de datos del mercado; programas educativos para enseñar a los niños aritmética, ortografía, francés, alemán o italiano; la pertenencia a un club de descuentos computadorizados o compradores; reservas instantáneas de hoteles o pasajes y más.

The Source posibilita también que cualquier persona que disponga de una barata terminal de computador se comunique con cualquier otra persona integrada en el sistema; jugadores de bridge, ajedrez o chaquete que lo deseen, puedan jugar partidas con alguien que esté a miles de millas de distancia. Los usuarios pueden enviarse mensajes privados unos a otros a gran número de personas simultáneamente, y almacenar toda la correspondencia en la memoria electrónica. The Source facilitará incluso la creación de lo que podría denominarle “comunidades electrónicas”, grupos de personas con intereses comunes. Una docena de aficionados a la fotografía de una docena de ciudades distintas, reunidos electrónicamente por The Source, pueden conversar a placer sobre cámaras, material, técnicas de revelado, iluminación o película en color. Meses después, pueden recuperar sus comentarios de la memoria electrónica de The Source, por temas, fechas u otra categoría.

La dispersión de computadores en el hogar, por no hablar de su interconexión en redes ramificadas, representa otro avance en la construcción de un entorno inteligente. Pero ni siquiera eso es todo.

La difusión de inteligencia mecánica alcanza otro nivel completamente distinto con la aparición de microprocesadores y microcomputadores, esas diminutas briznas de inteligencia congelada que están a punto de llegar a convertirse en parte integrante, al parecer, de casi todas las cosas que hacemos y usamos.

. Aparte sus aplicaciones en procesos de fabricación y comerciales en general, se hallan incorporados, o no tardarán en estarlo, a toda clase de objetos, desde acondicionadores de aire y automóviles, hasta máquinas de coser y balanzas..” Vigilarán y reducirán al mínimo la pérdida de energía en el hogar. Ajustarán la cantidad de detergente y la temperatura del agua necesarias para cada carga de lavadora automática. Acomodarán también el sistema de combustible del automóvil. Nos avisarán cuando algo necesita reparación. Nos encenderán por la mañana el radiodespertador, la tostadora, la cafetera y la ducha. Calentarán el garaje, cerrarán las puertas y realizarán una vertiginosa variedad de otras muchas tareas, humildes y no tan humildes.

Alan P. Hald, un destacado distribuidor de microcomputadoras, sugiere hasta dónde podrían llegar las cosas dentro de unas pocas décadas en una divertida obrita que titula Fred la casa.

Según Hald, “los computadores caseros pueden ya hablar, interpretar la palabra hablada y controlar aparatos. Introduzca unos cuantos sensores, un modesto vocabulario, el sistema de la Bell Telephone, y su casa podría hablar… con cualquier persona o cualquier cosa del mundo”. Quedan todavía muchos obstáculos, pero la dirección del cambio está clara.

“Imagínese -escribe Hald-. Está usted en su lugar de trabajo, suena el teléfono. Es Fred, su casa. Mientras escuchaba los boletines de noticias matutinos para enterarse de robos recientemente ocurridos, Fred captó un boletín meteorológico que avisaba de la proximidad de fuertes aguaceros. Esto estimuló la memoria de Fred para realizar una rutinaria revisión del tejado. Fue descubierta una gotera en potencia. Antes de llamarle a usted, Fred telefoneó a Slim para pedirle su opinión. Slim es una casa de estilo campestre situada al final de la manzana… Fred y Slim comparten con frecuencia sus bancos de datos, y cada uno de ellos sabía que estaban programados con una eficaz técnica de búsqueda para identificar servicios domésticos. Usted ha aprendido a confiar en el criterio de Fred y dar su aprobación a las reparaciones. Lo demás es coser y cantar. Fred llama al fontanero…”

La fantasía es graciosa. Pero capta fantasmalmente la sensación de vida en un entorno inteligente. Vivir en un entorno semejante plantea escalofriantes cuestiones filosóficas. ¿Asumirán las máquinas el mando de todo? ¿Pueden unas máquinas inteligentes, especialmente si están conectadas en redes intercomunicadas, superar nuestra capacidad para comprenderlas y controlarlas? ¿Será capaz algún día el Gran Hermano de intervenir no solamente nuestros teléfonos, sino también nuestros tostadores y aparatos de televisión, observando todos nuestros movimientos y estados de ánimo? ¿Hasta qué punto debemos permitirnos depender del computador? Al inyectar cada vez más y más inteligencia en el entorno material, ¿ no atrofiaremos nuestras propias mentes? ¿ Y qué ocurre si algo o alguien retira la clavija? ¿Seguiremos poseyendo las habilidades básicas necesarias para la supervivencia?

Por cada pregunta existen innumerables contrapreguntas. ¿Puede realmente el Gran Hermano observar todos los tostadores y aparatos de televisión, todos los motores de automóvil y utensilios de cocina? Cuando la inteligencia está distribuida profusamente por todo el entorno; cuando puede ser activada por los usuarios en mil lugares a la vez; cuando los usuarios de computadores pueden comunicarse unos con otros sin pasar por el computador central (como hacen en muchas redes distribuidas), ¿puede todavía el Gran Hermano controlar las cosas? Más que aumentar el poder del Estado totalitario, la descentralización de la inteligencia puede, de hecho, debilitarlo. Alternativamente, ¿no seremos lo bastante listos como para burlar al Gobierno? En The Shockwave Rider, brillante y compleja novela de John Brunner, el personaje central sabotea con éxito los esfuerzos del Gobierno por imponer el control del pensamiento a través de la red de computadores. ¿Deben atrofiarse las mentes? Como veremos dentro de unos momentos, la creación de un entorno inteligente podría surtir precisamente el efecto contrario. Al diseñar máquinas para que cumplan nuestras órdenes, ¿no podemos programarlas, como Robbie, en la clásica novela de Isaac Asimov Yo, Robot, para que no cause jamás daño alguno a un ser humano? No se ha pronunciado aún el veredicto, y, aunque sería irresponsable ignorar tales cuestiones, sería ingenuo presumir que las bazas están en contra de la especie humana. Poseemos inteligencia e imaginación, que no hemos empezado a usar aún.

Sin embargo, lo que resulta inequívocamente claro, sea cualquiera la postura que adoptemos, es que estamos alterando fundamentalmente nuestra infosfera. No nos estamos limitando a desmasificar los medios de comunicación de la segunda ola: estamos añadiendo nuevos estratos de comunicación al sistema social. La emergente infosfera de la tercera ola hace que la de la Era de la segunda ola -dominada por sus medios de comunicación de masas, el servicio de Correos y el teléfono- parezca, por contraste, irremediablemente primitiva.

Mejorando el cerebro

Al alterar tan profundamente la infosfera, estamos destinados a transformar también nuestras propias mentes, la forma en que pensamos sobre nuestros problemas, la forma en que sintetizamos la información, la forma en que prevemos las consecuencias de nuestras propias acciones. Es posible que cambiemos el papel del analfabetismo en nuestras vidas. Puede, incluso, que alteremos nuestra propia química cerebral.

El comentario de Hald sobre la capacidad de los computadores para conversar con nosotros no es tan disparatado como podría parecer. Terminales de “entrada tac datos orales” actualmente en existencia son ya capaces de reconocer y responder a un vocabulario de mil palabras, y muchas Compañías, desde “gigantes como IBM o Nippon Electric hasta enanos como Heuristics, Inc. o Centigram Corporation, se están esforzando por ampliar ese vocabulario, simplificar la tecnología y reducir radicalmente los costos. Las predicciones acerca de cuándo podrán funcionar los computadores a impulsos del lenguaje natural oscilan desde un máximo de veinte años hasta solamente cinco, y las implicaciones de esta evolución -tanto sobre la economía como sobre la cultura- son tremendas.

En la actualidad, millones de personas se hallan excluidas del mercado de trabajo porque son funcionalmente analfabetas. Hasta los trabajos más sencillos eligen personas capaces de leer impresos, teclas de encendido y apagado, talones de nómina, instrucciones y cosas parecidas. En el mundo de la segunda ola, la capacidad de leer era la aptitud más elemental exigida por la oficina de colocación…

Pero analfabetismo no es sinónimo de estupidez. Sabemos que gentes analfabetas a todo lo largo del mundo son capaces de dominar técnicas altamente sofisticadas en actividades tan diversas como agricultura, construcción, caza, y música. Muchos analfabetos poseen una memoria prodigiosa y hablan de corrido varios idiomas… algo de lo que son incapaces la mayoría de los norteamericanos con formación universitaria. Sin embargo, en las sociedades de la segunda ola, los analfabetos estaban condenados económicamente.

Saber leer es, naturalmente, algo más que una habilidad laboral. Es la puerta de acceso a un fantástico universo de imaginación y placer. Pero en un entorno inteligente, cuando las máquinas, aparatos e incluso las paredes estén programados para hablar, el saber leer puede pasar a estar mucho menos relacionado con el sueldo de lo que ha estado durante los últimos trescientos años. Empleados de reservas de pasajes aéreos, personal de almacenes, operadores de máquinas y mecánicos de reparaciones pueden desempeñar perfectamente su trabajo escuchando, en vez de leyendo, mientras una voz procedente de la máquina les va diciendo, paso a paso, qué deben hacer a continuación o cómo han de sustituir una pieza rota.

Los computadores no son sobrehumanos. Se estropean. Cometen errores… a veces peligrosos. No hay nada mágico en ellos, y, por supuesto, no son “espíritus” ni “almas” existentes en nuestro entorno. Pero con todas estas cualificaciones y reservas, siguen figurando entre los más sorprendentes y turbadores logros humanos, pues realzan nuestro poder mental como la tecnología de la segunda ola realzó nuestro poder muscular, y no sabemos adonde acabarán por conducirnos nuestras propias mentes.

A medida que nos vayamos familiarizando con el entorno inteligente y aprendamos a conversar con él desde el momento en que abandonamos la cuna, empezaremos a utilizar computadores con una desenvoltura y una naturalidad que hoy nos resulta difícil de imaginar. Y nos ayudarán a todos -no sólo a unos pocos “supertecnócratas”- a pensar más profundamente en nosotros mismos y en el mundo.

En la actualidad, cuando surge un problema tratamos inmediatamente de descubrir sus causas. Sin embargo, hasta ahora incluso los pensadores más profundos han intentado, de ordinario, explicar las cosas con referencia a un puñado de fuerzas causales. Pues aun a la mente humana más selecta le cuesta tomar en consideración, y mucho más manipular, más de unas cuantas variables al mismo tiempo1. En consecuencia, cuando nos enfrentamos con un problema verdaderamente complicado -como por qué un niño es delincuente, o por qué la inflación devasta la economía, o cómo afecta una urbanización a la ecología de un río próximo-, tendemos a centrarnos en dos o tres factores y a pasar por alto muchos otros que, individual o colectivamente, pueden ser harto más importantes.

Peor aún: cada grupo de expertos insiste característicamente en la primordial importancia de “sus propias” causas, con exclusión de otras. Enfrentados a los desconcertantes problemas del deterioro ciudadano, el experto en alojamientos lo atribuye a la congestión y al escaso número de viviendas; el experto en transporte señala la falta de vehículos colectivos de gran capacidad; el experto en bienestar apunta a la insuficiencia de los presupuestos para centros de atención diurna u oficinas de asistencia social; el experto en delincuencia denuncia la escasez de patrullas policíacas; el experto en economía indica que los elevados impuestos producen retraimiento de la inversión, etc. Todos admiten magnánimamente que el conjunto de esos problemas se halla de alguna manera interrelacionado… que los mismos constituyen un sistema que se refuerza a sí mismo. Pero nadie puede tener presentes todas las complejidades mientras intenta hallar una solución al problema.

1. Si bien podemos tratar simultáneamente con muchos factores a un nivel subconsciente o intuitivo, el pensamiento consciente, sistemático, acerca de muchas variables es condenadamente difícil, como sabe cualquiera que lo haya intentado.

El deterioro ciudadano es sólo uno de los que, con expresión afortunada, Peter Ritner denominó, en The Society of Space “problemas entretejidos”. Advertía que, cada vez con más frecuencia, habríamos de enfrentarnos con crisis “no susceptibles de “análisis de causa y efecto”, sino precisadas de “análisis de dependencia mutua”; no compuestas de elementos fácilmente separables, sino de cientos de influencias cooperadoras procedentes de docenas de fuentes independientes y superpuestas”.

Debido a que puede recordar e interrelacionar gran número de fuerzas causales, el computador puede ayudarnos a abordar tales problemas a un nivel más profundo que el habitual. Puede cribar grandes masas de datos para encontrar sutiles pautas. Puede reunir “destellos” y congregarlos en unidades más amplias y significativas. Dado un conjunto de suposiciones o un modelo, puede detectar las consecuencias de decisiones alternativas, y hacerlo más sistemática y completamente de lo que, en circunstancias normales, podría conseguir cualquier persona sola. Puede incluso sugerir imaginativas soluciones a ciertos problemas mediante la identificación de relaciones nuevas o hasta entonces inadvertidas entre personas y recursos.

La inteligencia, la imaginación y la intuición humanas seguirán siendo en las décadas previsibles mucho más importantes que la máquina. No obstante, cabe esperar que los computadores profundicen toda la concepción cultural de la causalidad, perfeccionando nuestra comprensión del carácter interrelacionado de las cosas y ayudándonos a sintetizar “todos” provistos de significado a partir de los datos inconexos arremolinados a nuestro alrededor. El computador es un antídoto de la cultura destellar.

Al mismo tiempo, el entorno inteligente puede, en último término, empezar a cambiar no sólo la forma en que analizamos los problemas e integramos la información, sino incluso la química de nuestros cerebros. Experimentos realizados por David Krech, Marian Diamond, Mark Rosenzweig y Edward Bennett, entre otros, han determinado que los animales expuestos a un entorno “enriquecido” tienen cortezas cerebrales mayores, más células gliales, neuronas más grandes, neurotransmisores más activos y riegos sanguíneos cerebrales mayores que los animales de un grupo de control. ¿Es posible que, a medida que introducimos una mayor complejidad en el entorno y lo hacemos más inteligente, vayamos haciéndonos más inteligentes también nosotros mismos?

El doctor Donald F. Klein, director de investigación en el New York Psychiatric Institute y uno de los más destacados neuropsiquiatras del mundo, especula:

“Los trabajos de Krech sugieren que entre las variables que afectan a la inteligencia figura la riqueza y susceptibilidad de respuesta del entorno temprano. Niños criados en lo que podríamos denominar un entorno “estúpido” -de bajo estímulo, pobre, escaso en respuestas- aprenden pronto a no correr riesgos. Hay poco margen para el error, y lo verdaderamente rentable es ser cauto, conservador, poco curioso o totalmente pasivo, nada de lo cual obra maravillas en el cerebro.

“Por el contrario, niños criados en un entorno inteligente y reactivo, que es complejo y estimulante, pueden desarrollar un diferente conjunto de cualidades. Si los niños pueden recurrir al entorno para que haga las cosas por ellos, se tornan menos dependientes de los padres a una edad más temprana. Pueden adquirir una sensación de dominio o competencia. Y pueden permitirse ser inquisitivos, exploratorios, imaginativos y adoptar ante la vida una actitud de disposición a resolver los problemas. Por ahora no podemos hacer sino conjeturar. Pero no es imposible que un entorno inteligente nos haga desarrollar nuevas sinapsis y una corteza cerebral más grande. Un entorno inteligente podría hacer personas más inteligentes.”

Sin embargo, todo esto es sólo un primer indicio del significado, más amplio, de los cambios que la nueva infosfera trae consigo. Pues la desmasificación de los medios de comunicación y el concomitante auge del computador cambian nuestra memoria social.

La memoria social

Los recuerdos pueden dividirse en puramente personales, o privados, y compartidos, o sociales. Los recuerdos privados no compartidos mueren con el individuo. El recuerdo social, la memoria social, en definitiva, continúa viviendo. Nuestra extraordinaria habilidad para archivar y recuperar recuerdos compartidos es el secreto del éxito evolutivo de nuestra especie. Y todo lo que altere de forma importante el modo en que construimos, almacenamos o utilizamos la memoria social afecta, por tanto, a las fuentes mismas de nuestro destino.

Dos veces a lo largo de la Historia ha evolucionado la Humanidad su memoria social. Hoy, al construir una nueva infosfera, nos hallamos posados en el borde de otra transformación semejante.

Al principio, los grupos humanos se veían obligados a almacenar sus recuerdos compartidos en el mismo lugar en que guardaban sus recuerdos privados, es decir, en las mentes de los individuos. Ancianos de la tribu, hombres sabios y otros llevaban consigo estos recuerdos en forma de historia, mito, tradiciones y leyendas, y los transmitían a sus hijos a través de conversaciones, cantos y ejemplos. Cómo encender una hoguera, la mejor forma de atrapar un pájaro, cómo fabricar una balsa o moler taro, cómo afilar la reja del arado o cuidar los bueyes… toda la experiencia acumulada del grupo estaba almacenada en las neuronas, glías y sinapsis de los seres humanos.

Mientras esto se mantuvo así, las dimensiones de la memoria social eran muy limitadas. Por buenas que fuesen las memorias de los ancianos, por memorables que fuesen los cantos o las lecciones, el espacio de almacenamiento se reducía a los cráneos de cualquier población.

La civilización de la segunda ola destruyó la barrera de la memoria. Difundió la instrucción de las masas. Mantuvo registros comerciales sistemáticos. Construyó miles de bibliotecas y museos. Inventó el archivador. En resumen, desplazó la memoria social fuera del cráneo, encontró nuevas formas de almacenarla y la expandió, así, más allá de sus límites anteriores. Al aumentar la provisión de conocimiento acumulativo, aceleró todos los procesos de innovación y cambio social, dando a la civilización de la segunda ola la cultura de cambio y evolución más rápidos que el mundo había conocido hasta entonces.

En la actualidad nos hallamos próximos a saltar a todo un nuevo estadio de la memoria social. La radical desmasificación de los medios de comunicación, la invención de nuevos de estos medios, la elaboración de mapas de la Tierra por los satélites, el control de pacientes de hospital por medio de sensores electrónicos, la computadorización de los archivos de las Compañías… todo ello significa que estamos registrando con esmerado detalle las actividades de la civilización. A menos que incineremos el Planeta, y nuestra memoria social con él, no tardaremos en tener lo más parecido a una civilización con memoria total. La civilización de la tercera ola tendrá a su disposición más información, e información más exquisitamente organizada, sobre ella misma que lo que habría sido imposible imaginar hace sólo un cuarto de siglo.

Pero el cambio a una memoria social de tercera ola no es meramente cuantitativo. Estamos también infundiendo vida, como si dijéramos a nuestra memoria.

Cuando la memoria social se hallaba almacenada en los cerebros humanos, estaba siendo continuamente erosionada, refrescada, excitada, combinada y recombinada de nuevas maneras. Era activa, o dinámica. Era, en el sentido más literal, viva.

Cuando la civilización industrial desplazó fuera del cráneo gran parte de la memoria social, esa memoria quedó objetivada, incrustada en objetos físicos, libros, hojas de nóminas, periódicos, fotografías y películas. Pero un símbolo, una vez inscrito en una página; una foto, una vez capturada en una película, y un periódico, una vez impreso, permanecían pasivos o estáticos. Sólo cuando esos símbolos eran llevados de nuevo a un cerebro humano, adquirían vida para ser manipulados o recombinados de nuevas maneras. Si bien la civilización de la segunda ola amplió radicalmente la memoria social, también la inmovilizó.

Lo que hace tan excitante históricamente el paso a una infosfera de tercera ola es que no sólo difunde ampliamente de nuevo la memoria social, sino que la resucita de entre los muertos. El computador, debido a que procesa los datos que almacena, crea una situación históricamente sin precedentes: hace a la memoria social extensiva y activa a la vez. Y esta combinación resultará ser propulsiva.

Activar esta memoria recientemente expandida liberará nuevas energías culturales. Pues el computador no sólo nos ayuda a organizar o sintetizar “destellos” en modelos coherentes de realidad, extiende también los lejanos límites de lo posible. Ninguna biblioteca ni archivo podría pensar, y mucho menos pensar de manera no ortodoxa. En cambio, al computador podemos pedirle que “piense lo impensable” y lo anteriormente impensado. Hace posible una corriente de nuevas teorías, ideas, ideologías, concepciones artísticas, progresos técnicos, innovaciones políticas y económicas que eran, en el sentido más literal, impensables e inimaginables hasta ahora. De esta forma acelera el cambio histórico y estimula el avance hacia la diversidad social de tercera ola.

En todas las sociedades anteriores, la infosfera proporcionaba los medios para una comunicación entre humanos. La tercera ola multiplica esos medios. Pero también permite, por primera vez en la Historia, la comunicación de máquina a máquina y, más sorprendente aún, la conversación entre seres humanos y el entorno inteligente en que se hallan inmersos. Cuando nos volvemos a mirarlas cosas con una más amplia perspectiva, resulta claro que la revolución operada en la infosfera es por lo menos tan dramática como la sucedida en la tecnosfera, en el sistema energético y en la base tecnológica de la sociedad.

El trabajo de construir una nueva civilización está avanzando aceleradamente en muchos niveles a la vez.

XV

MAS ALLÁ DE LA PRODUCCIÓN

EN SERIE

Un día, no hace mucho, conduje un coche alquilado desde las nevadas cumbres de las montañas Rocosas, a lo largo de tortuosas carreteras y, luego, por las altiplanicies, hasta llegar en mi descenso a las faldas orientales de la majestuosa cordillera. Allí, en Colorado Springs, bajo un brillante cielo, me dirigí a un alargado y bajo complejo de edificios acurrucado a lo largo de la carretera, empequeñecido por las cumbres que se alzaban tras de mí.

Al entrar en el edificio volví a recordar las fábricas en que había trabajado en otro tiempo, con todo su estruendo, su suciedad, su humo y su contenida ira. Durante años, desde que abandonamos nuestros oficios manuales, mi mujer y yo hemos sido “voyeurs de fábricas”. En todos nuestros viajes alrededor del mundo, en vez de recorrer catedrales ruinosas y lugares turísticos, nos hemos dedicado a ver cómo trabaja la gente. Pues nada nos informa mejor de su cultura. Y ahora, en Colorado Springs, me encontraba de nuevo visitando una fábrica. Me habían dicho que figuraba entre las instalaciones fabriles más avanzadas del mundo.

Pronto quedó claro por qué. Pues en instalaciones como ésta, uno contempla la tecnología más moderna, los sistemas de información más avanzados… y los efectos prácticos de su convergencia.

Esta fábrica de Hewlett-Packard produce aparatos electrónicos por valor de cien millones de dólares al año… tubos de rayos catódicos para su utilización en monitores de televisión y equipos médicos, osciloscopios, “analizadores lógicos” para análisis y aparatos más arcanos aún. De las 1.700 personas empleadas aquí, el 40% son ingenieros, programadores, técnicos, personal administrativo o directivo. Trabajan en un enorme espacio abierto de elevado techo. Una pared es una gigantesca ventana que enmarca una impresionante vista de Pikes Peak. Las otras paredes están pintadas en brillantes colores amarillo y blanco. Los suelos, de vinilo de colores claros, relucen con una limpieza de hospital.

Los trabajadores de H-P, desde empleados administrativos hasta especialistas en computadores, desde el director de la fábrica hasta montadores e inspectores, no se hallan separados especialmente, sino que trabajan juntos en naves abiertas. En vez de gritarse unos a otros por encima del estruendo de las máquinas, hablan en tono normal de conversación. Como todo el mundo lleva ropas normales de calle, no existen distinciones visibles de categoría ni trabajo. Los empleados de producción se sientan en sus propios bancos o pupitres; muchos de éstos están decorados con hiedra, flores y otras plantas, de tal modo que, desde determinados ángulos, se tiene la fugaz ilusión de estar en un jardín.

Al recorrer estas instalaciones, pensé en lo conmovedor que resultaría si, por arte de magia, pudiera sacar de la fundición y de la cadena de montaje, del estruendo, la suciedad, el duro trabajo manual y la disciplina rígidamente autoritaria que lo acompaña, a algunos de mis viejos compañeros y transplantarlos a este ambiente laboral de nuevo estilo.

Maravillados, contemplarían lo que veían. Dudo mucho que H-P sea un paraíso del trabajador, y mis amigos no se dejarían engañar con facilidad. Pedirían conocer, con todo detalle, las tablas de salarios, los beneficios marginales, los procedimientos de reclamación, si es que existen. Preguntarían si los exóticos y nuevos materiales que se manipulan en esta fábrica son realmente seguros o si existen peligros ambientales para la salud. Supondrían, con razón, que, incluso bajo las relaciones aparentemente carentes de formalismos, unas personas dan órdenes y otras las reciben.

Sin embargo, los astutos ojos de mis viejos amigos percibirían muchas cosas nuevas y profundamente distintas de las fábricas clásicas que ellos conocían. Advertirían, por ejemplo, que los empleados de la H-P, en vez de llegar todos al mismo tiempo, fichar y precipitarse a sus puestos de trabajo, pueden, dentro de ciertos límites, elegir sus propias horas de trabajo individuales. En vez de hallarse obligados a permanecer en un lugar concreto de trabajo, pueden moverse a su antojo. Mis viejos amigos se maravillarían de la libertad de que disfrutan los empleados de la H-P, también dentro de ciertos límites, para fijar su propio ritmo de trabajo. Para hablar con los ingenieros o directivos sin preocuparse por el rango ni la jerarquía. Para vestir como se les antoje. Para ser individuos, en suma. La verdad es que yo creo que a mis viejos compañeros, con sus pesados zapatones claveteados, sucios monos y gorras de obrero, les resultaría difícil considerar el lugar como una fábrica.

Y si consideramos la fábrica como la sede de la producción en serie, tendrían razón. Pues estas instalaciones no se dedican a la producción en serie. Hemos avanzado más allá de la producción en serie.

Leche de ratón y camisetas

Es ya de conocimiento común que el porcentaje de trabajadores empleados en las naciones “avanzadas” en procesos de fabricación ha descendido durante los últimos veinte años. (Actualmente, en los Estados Unidos sólo el 9% de la población total -veinte millones de trabajadores- fabrica objetos para unos 220 millones de personas. Los 65 millones de trabajadores restantes suministran servicios y manipulan símbolos.) Y al irse acelerando esta reducción de la fabricación en el mundo industrial, se ha ido exportando cada vez más fabricación rutinaria a los llamados países en vías de desarrollo, desde Argelia hasta México y Tailandia. Como herrumbrosos automóviles usados, las industrias más atrasadas van siendo desplazadas de las naciones ricas a las pobres.

Por razones estratégicas, además de económicas, las naciones ricas no pueden permitirse el lujo de renunciar por completo a la fabricación, y no se convertirán en ejemplos de “sociedades de servicios” o “economías de información”. La imagen del mundo rico viviendo de una producción no material mientras el resto del mundo se dedica a la obtención de bienes materiales, adolece de excesiva simplificación. En lugar de ello, veremos que las naciones ricas continúan fabricando artículos clave… pero necesitando menos trabajadores para ello. Pues estamos transformando la forma misma en que se fabrican los bienes.

La esencia de la fabricación de la segunda ola era la larga “serie” de millones de productos uniformizados idénticos. Por el contrario, la esencia de la fabricación de la tercera ola es la corta serie de productos parcial o totalmente personalizados.

El público tiende todavía a pensar en la fabricación en términos de largas series de producción, y, desde luego, seguimos produciendo cigarrillos a miles de millones, tejidos a millones de metros, bombillas, fósforos, ladrillos o bujías en cantidades astronómicas. Y no hay duda de que continuaremos haciéndolo durante algún tiempo. Pero éstos son productos precisamente de las industrias más atrasadas, no de las más avanzadas, y en la actualidad constituyen sólo aproximadamente el 5% de todos nuestros artículos fabricados.

Un analista de Critique, publicación de estudios soviéticos, hace notar que mientras “los países menos desarrollados -[los que] tienen un PNB de entre 1.000 y 2.000 dólares americanos per capita al año- se concentran en la fabricación masiva de productos”, los “países más desarrollados… se concentran en la exportación de productos fabricados en series cortas que dependen de una mano de obra muy especializada… y de costes de investigación elevados: computadores, maquinaria especializada, aviones, sistemas de producción automatizada, pinturas de alta tecnología, productos farmacéuticos, polímeros y plásticos de alta tecnología”.

En Japón, Alemania Occidental, Estados Unidos e incluso en la Unión Soviética, encontramos muy desarrollada la tendencia a la desmasificación en campos tales como la fabricación eléctrica, productos químicos, técnica aerospacial, electrónica, vehículos especializados, comunicaciones y otros semejantes. En la superavanzada planta de la Western Electric, en la parte norte de Illinois, por ejemplo, los obreros hacen más de cuatrocientos “bloques de circuitos” diferentes en series que van desde un máximo de dos mil al mes, hasta sólo dos al mes. En Hewlett-Packard, en Colorado Springs, son comunes series de producción tan pequeñas como cincuenta o cien unidades.

En IBM, Polaroid, McDonnell Douglas, Westinghouse y General Electric, en los Estados Unidos; en Plessey e ITT, en Gran Bretaña; en Siemens, en Alemania, o Ericsson, en Suecia, se advierte el mismo desplazamiento hacia productos individualizados y de series cortas. En Noruega, el Grupo Aker, que en otro tiempo corría con el 45% de la construcción naval de ese país, ha cambiado a la fabricación de equipos petrolíferos de alta mar. El resultado: un desplazamiento de la “producción en serie” de barcos a productos navales “a medida”.

Mientras tanto, en el campo de la química, según el ejecutivo R. E. Lee, Exxon está “pasando a series cortas de productos fabricados… polipropileno y polietileno en plásticos tratados por extrusión para tuberías, revestimientos, etc. En Paramins estamos haciendo cada vez más trabajos sobre pedido individual”. Algunas de las series de producción son tan pequeñas -añade Lee-, que “las llamamos series de “leche de ratón”.

En el terreno de la producción militar, la mayoría de la gente sigue pensando en términos de cantidades masivas, pero la realidad es otra. Pensamos en millones de uniformes, cascos y rifles idénticos. De hecho, el grueso de lo que una moderna organización militar necesita no es en absoluto producido en masa. Se pueden fabricar cazas a reacción en series tan pequeñas como diez o quince a la vez. Cada uno de ellos puede ser ligeramente diferente, según su finalidad y el servicio a que van destinados. Y con pedidos tan pequeños, muchos de los componentes que intervienen en los aviones suelen ser producidos también en series cortas.

Así, un esclarecedor análisis de los gastos del Pentágono en relación con los productos finales adquiridos llegó a la conclusión de que de los 9.100 millones de dólares gastados en artículos cuyo número de unidades era identificable, el 78% (7.100 millones de dólares) se destinaba a artículos producidos en lotes de menos de cien unidades.

Incluso en campos en los que los componentes son todavía producidos en cantidades muy grandes -y en algunas industrias altamente avanzadas, éste sigue siendo el caso-, los componentes se configuran de ordinario de modo que formen muchos y diferentes productos finales, cada uno de los cuales es, a su vez, producido en series cortas.

Basta contemplar los vehículos, increíblemente diversos, que surcan la autopista de Arizona para advertir cómo se ha fragmentado en segmentos el otrora relativamente uniforme mercado del automóvil, obligando incluso a esos tiranosaurios tecnológicos, los fabricantes de automóviles, a retornar a regañadientes a una parcial individualización. Los fabricantes de coches de Europa, Estados Unidos y Japón, fabrican ahora en masa componentes y piezas, que Juego combinan de mil maneras distintas.

A otro nivel, volvamos la vista hacia la humilde camiseta. Las camisetas se fabrican en serie. Pero nuevas y baratas prensas de fijación indeleble hacen rentable imprimir dibujos o eslóganes en tiradas muy pequeñas. El resultado es un extraordinario florecimiento de camisetas que identifican a quien las lleva tomo un admirador de Beethoven, un bebedor de cerveza o una estrella pornográfica. Automóviles, camisetas y muchos otros productos representan un estadio intermedio entre la fabricación masificada y la desmasificada.

El siguiente paso es, naturalmente, la completa individualización, la fabricación de productos singulares. Y ésta es, a todas luces, la dirección que estamos siguiendo: productos diseñados para usuarios individuales. Según Robert H. Anderson, jefe del Departamento de Servicios de información de la Rand Corporation y experto en fabricación avanzada: “En un próximo futuro, producir algo individualmente no será más difícil… de lo que es hoy producirlo en serie… Hemos superado el estadio de modularización, en que se fabrican gran número de módulos y luego se ensamblan… y estamos llegando al estadio de producción en base al pedido individual. Como los trajes.”

Este desplazamiento a la individualización encuentra quizá su mejor simbolización en el cañón de rayos láser basado en un computador que hace unos años fue introducido en la industria del vestido. Antes de que la segunda ola trajese la producción en serie, si un hombre quería un traje acudía a un sastre o una modista, o se lo cosía su mujer. En cualquier caso, se hacía sobre una base artesanal, a su medida individual. Toda confección era esencialmente a la medida.

Tras la llegada de la segunda ola empezamos a fabricar ropas idénticas sobre una base de producción en serie. Conforme a este sistema, el trabajador colocaba una pieza de tela encima de otra; trazaba un patrón en la superior; luego, con una cortadora eléctrica, seguía el contorno del patrón y producía piezas múltiples e idénticas. Estas eran luego sometidas a una manipulación idéntica, y se obtenían prendas idénticas en forma, tamaño, color, etc.

La nueva máquina de rayos láser funciona sobre un principio radicalmente distinto. No corta diez, cincuenta, cien ni quinientas chaquetas a la vez. Corta una sola. Pero lo hace con más rapidez y menos costo que los métodos de producción en serie empleados hasta ahora. Reduce desechos y elimina la necesidad de inventario. Por estas razones, según el presidente de Genesco -una de las mayores empresas de confección de los Estados Unidos-, “las máquinas de rayos láser pueden ser programadas para servir económicamente el pedido de una sola prenda”. Lo cual sugiere que algún día pueden incluso desaparecer las tallas standard. Puede llegar la posibilidad de leer las propias medidas por teléfono, o enfocarse uno mismo una cámara de video, introduciendo así directamente los datos en un computador, el cual, a su vez, instruirá a la máquina para que produzca una sola prenda, cortada exactamente conforme a las dimensiones personales e individualizadas del cliente.

En efecto, lo que estamos presenciando es la confección a medida sobre una base de alta tecnología. Es la reinstauración de un sistema de producción que floreció antes de la revolución industrial, pero construido ahora sobre la base de la tecnología más avanzada y sofisticada. Así como estamos desmasificando los medios de comunicación, estamos desmasificando también la fabricación.

El efecto de prestidigitación

Varios otros avances totalmente extraordinarios están transformando la forma en que fabricamos cosas.

Mientras unas industrias pasan de la producción en serie a la producción en pequeñas cantidades, otras están yendo ya más allá de eso, hacia la plena individualización sobre una base de funcionamiento continuo. En vez de poner en marcha y detener la producción al comienzo y al final de cada serie corta, están progresando hasta el punto en que las máquinas pueden ponerse de nuevo en funcionamiento continuamente, de tal modo que las unidades producidas -cada una distinta de la siguiente- brotan de las máquinas en flujo ininterrumpido. Nos estamos dirigiendo, en suma, hacia la individualización de los productos de la máquina sobre una base continua, permanente.

Otro cambio importante, como veremos en seguida, introduce al cliente, más directamente que nunca, en el proceso de fabricación. En algunas industrias estamos sólo a un paso de una situación en la que una compañía de clientes comunique sus condiciones directamente a los computadores del fabricante, los cuales controlarán, a su vez, la línea de producción. A medida que se extienda esta práctica, el cliente quedará tan integrado en el proceso de producción, que nos resultará cada vez más difícil distinguir quién es realmente el consumidor y quién el productor.

Finalmente, mientras que la fabricación de segunda ola era cartesiana, en el sentido de que los productos estaban fragmentados en piezas y eran luego laboriosamente ensamblados, la fabricación de tercera ola es poscartesiana o “totalista”. Esto queda ilustrado por lo que les ha sucedido a productos manufacturados corrientes como el reloj de pulsera. Mientras que antaño los relojes tenían centenares de partes móviles, ahora podemos fabricar relojes compactos que son más exactos y fiables, sin ninguna parte móvil. De forma similar, el aparato de televisión “Panasonic” tiene la mitad de piezas que los aparatos de hace diez años. A medida que los microprocesadores -de nuevo esas milagrosas criaturas- van produciendo cada vez más productos, reemplazan cantidades impresionantes de componentes convencionales. Exxon presenta la “Qyx”, una máquina de escribir con sólo un puñado de piezas móviles, frente 8 los centenares que tiene la “IBM Selectric”. Similarmente, una conocida cámara de 35 milímetros, la “Canon AE-1” se fabrica ahora con trescientas piezas menos que el modelo al que sustituyó. Nada menos que 175 de ellas fueron remplazadas por una sola miniatura de Texas Instruments.

Interviniendo al nivel molecular, utilizando diseños ayudados por computadores u otras avanzadas herramientas de fabricación, vamos integrando cada vez más funciones en cada vez menos piezas, sustituyendo muchos componentes distintos por “todos” unitarios. Lo que está ocurriendo puede compararse con el auge de la fotografía en las artes visuales. En vez de hacer un cuadro poniendo innumerables manchas de pintura sobre un lienzo, el fotógrafo “hace” toda la imagen en un instante con sólo oprimir un botón. Estamos empezando a ver este “efecto de prestidigitación” en la fabricación.

Por tanto, la pauta queda clara. Grandes cambios operados en la tecnosfera y en la infosfera han convergido para cambiar la forma en que producimos mercancías. Estamos avanzando rápidamente más allá de la tradicional producción en masa hasta una sofisticada mezcla de productos masificados y desmasificados. La meta final de este esfuerzo se aprecia ahora con claridad: artículos completamente individualizados, hechos con procesos totalísticos y de flujo Continuo, sometidos cada vez en mayor medida al control directo del consumidor.

En breves palabras, estamos revolucionando la estructura profunda de la producción, enviando corrientes de cambio a través de todas las capas de la sociedad. Sin embargo, esta transformación, que afectará al estudiante que proyecta una carrera, a la empresa que proyecta una inversión, o a la nación que proyecta una estrategia de desarrollo, no se puede comprender considerada aisladamente. Hay que verla en relación directa con otra revolución más, ésta, en la oficina.

¿La muerte de la secretaria?

A medida que en las naciones ricas se han ido dedicando cada vez menos trabajadores a la producción física, se han ido necesitando más para producir ideas, patentes, fórmulas científicas, proyectos, facturas, planes de reorganización, archivos, informes, investigación de mercados, presentaciones de ventas, cartas, gráficos, compendios legales, instrucciones de ingeniería, programas de computadores y mil otras formas de datos o rendimiento simbólico. Este aumento de la actividad técnica y administrativa ha sido tan ampliamente documentada en tantos países, que no necesitamos aquí de estadísticas para demostrarla.

De hecho, algunos sociólogos han utilizado la creciente abstracción de la producción como prueba de que la sociedad ha pasado a un “estadio postindustrial”.

Los hechos son más complicados. Pues el crecimiento de la fuerza de trabajo no manual ha de entenderse más como una extensión del industrialismo -nueva y última manifestación de la segunda ola-, que como un paso a un nuevo sistema. Si bien es cierto que el trabajo se ha tornado más abstracto y menos concreto, las oficinas reales en que se desarrolla ese trabajo están configuradas directamente conformes al modelo de las fábricas de la segunda ola, con un trabajo fragmentado, repetitivo, monótono y deshumanizador. Aún hoy, muchas reorganizaciones de oficinas apenas sí son más que un intento de hacer que la oficina se parezca más a una fábrica.

En esta “fábrica de símbolos”, la civilización de la segunda ola creó también un sistema de castas fabril. La fuerza de trabajo fabril está dividida en trabajadores manuales y no manuales. La oficina se halla similarmente dividida en trabajadores de “alta abstracción” y de “baja abstracción”. En un nivel encontramos los altos abstractores, las élites tecnocráticas: científicos, ingenieros y directores, gran parte de cuyo tiempo se dedica a reuniones, conferencias, almuerzos de negocios, o a dictar, redactar memorándums, hacer llamadas telefónicas y a otros intercambios de información. Un reciente estudio realizado sobre el tema estimó que el 80% del tiempo del personal directivo se invierte en la realización de entre 150 y 300 “transacciones de información” diarias.

En el otro nivel encontramos los bajos abstractores, proletarios no manuales como si dijéramos que, como los obreros fabriles de todo el período de la segunda ola, realizan interminablemente un trabajo rutinario y aburrido. Compuesto en su mayor parte por mujeres, y no integrado en sindicatos, este grupo puede justificablemente sonreír irónicamente ante las expresiones de “postindustrialismo” de los sociólogos. Ellos son la fuerza de trabajo industrial de la oficina.

En la actualidad, también la oficina está empezando a rebasar la segunda ola y a entrar en la tercera, y este sistema de castas industrial se halla próximo a ser desafiado. Todas las viejas jerarquías y estructuras de la oficina no tardarán igualmente en ser reorganizadas.

La revolución de la tercera ola en la oficina es el resultado de varias fuerzas encontradas. La necesidad de información ha proliferado tan ampliamente que, por muy intensa o prolongadamente que trabaje, ningún ejército de empleados, mecanógrafas y secretarias, puede darle satisfacción. Además, el costo del trabajo burocrático se ha elevado tan calamitosamente, que se están desarrollando frenéticos esfuerzos para controlarlo. (En muchas Compañías, los costos de oficina se han elevado hasta constituir un 40 o 50% de todos los costos. Y algunos expertos estiman que el gasto necesario para preparar una simple carta comercial puede ascender hasta entre 14 y 18 dólares, si se toman en cuenta todos los factores ocultos.) Además, mientras el trabajador fabril medio en los Estados Unidos se halla mantenido actualmente por un valor estimado de 25.000 dólares en tecnología, el trabajador de oficina, como dice un vendedor de Xerox, “trabaja con el valor de entre 500 o 1.000 máquinas de escribir y calculadoras y, probablemente, figura entre los trabajadores menos productivos del mundo”. La productividad de oficina se ha elevado apenas un 4% durante la última década, y en otros países la situación es, probablemente, más acusada incluso.

Contrasta esto con el extraordinario descenso en el coste de los computadores, medido en relación con el número de funciones realizadas. Se ha estimado que el rendimiento del computador ha aumentado diez mil veces en los quince últimos años, y que el costo por función actual ha bajado cien mil veces. Resulta irresistible la combinación del aumento de costes y el estancamiento de la productividad por una parte, y los avances del computador, por otra. El resultado será, probablemente, algo así como un “terremoto de palabras”.

El símbolo principal de este cataclismo es un artilugio electrónico denominado procesador de palabras, unos 250.000 de los cuales funcionan ya en oficinas de los Estados Unidos. Los fabricantes de estas máquinas, incluyendo titanes como IBM y Exxon, se esfuerzan por competir en lo que creen que no tardará en ser un mercado de diez mil millones de dólares anuales. Llamado a veces “máquina de escribir inteligente”, o “editor de textos”, este artilugio altera fundamentalmente el flujo de información en la oficina, y con él, la estructura del trabajo. Sin embargo, éste es sólo un miembro de una gran familia de nuevas tecnologías que están a punto de inundar el mundo burocrático.

En junio de 1979, en la convención de la International Word Processing Association, unos veinte mil sudorosos visitantes recorrieron una sala de exposiciones para examinar o probar también un desconcertante despliegue de otras máquinas… Exploradores ópticos, impresores de alta velocidad, equipo micrográfico, máquinas de facsímil, terminales de computadores y otras semejantes. Estaban mirando el comienzo de lo que algunos denominan la “oficina sin papeles” del mañana.

De hecho, en Washington, una firma de asesoramiento de empresas conocida como Micronet, Inc., ha reunido el equipo de diecisiete fabricantes distintos en una oficina integrada en la que el papel está prohibido. Cualquier documento que llega a esta oficina es instantáneamente microfilmado y almacenado para su recuperación posterior por medio de computador. Esta oficina demostrativa y de adiestramiento integra material de dictado, microfilm, escrutadores ópticos y terminales de televisión en un sistema armónico que funciona a la perfección.

El objetivo -dice Larry Stockett, presidente de Micronet- es una oficina del futuro en la que “no hay errores de archivo; los datos referentes a mercados, ventas, contabilidad e investigación están siempre actualizados al minuto; la información se distribuye a razón de cientos de miles de páginas por hora y por una fracción de centavo por página; y… la información es convertida a voluntad de medios impresos a digitales y fotográficos”.

La clave de semejante oficina del futuro es la correspondencia ordinaria. En una oficina convencional de segunda ola, cuando un ejecutivo quiere expedir una carta o un memorándum, se recurre a un intermediario, la secretaria. La primera tarea de esta persona es recoger las palabras del ejecutivo sobre un papel, en un cuaderno de notas o un borrador mecanografiado. Después se corrige el mensaje para eliminar errores y, en ocasiones, se vuelve a mecanografiar varias veces. Se obtiene entonces el ejemplar mecanográfico definitivo. Se hace una copia con papel carbón, o bien una xerocopia. Se cursa el original a su destino a través de los servicios postales. Se archiva la copia. Sin contar la fase inicial de redactar el mensaje, se precisan cinco fases sucesivas distintas.

Las máquinas actuales comprimen en una sola esas cinco fases, imprimiéndoles un carácter de simultaneidad.

Para aprender cómo se realiza esto -y para acelerar mi propio trabajo-, yo compré un computador sencillo, lo utilicé como procesador de palabras y escribí con él la segunda mitad de este libro. Para mi satisfacción, fui capaz de dominar el manejo de la máquina en una sola y breve sesión. A las pocas horas lo estaba ya usando con toda soltura. Después de más de un año ante su teclado, aún me siento sorprendido de su rapidez y su capacidad.

Actualmente, en vez de mecanografiar sobre papel el borrador de un capítulo, lo tecleo sobre una consola, que lo almacena de forma electrónica en lo que se conoce con el nombre de “disco oscilante”. Veo mis palabras desplegadas ame mí en una pantalla semejante a la de televisión. Pulsando unas cuantas teclas, puedo revisar o reordenar instantáneamente lo que he escrito, intercambiando párrafos, borrando, intercalando, subrayando, hasta obtener una versión que me guste. Esto elimina borrar, raspar, cortar, pegar, multicopiar o mecanografiar borradores sucesivos. Una vez que he corregido mi borrador, oprimo un botón, y una impresora situada a mi lado realiza una copia final perfecta a velocidad de vértigo.

Pero sacar copias en papel de algo es un uso primitivo para estas máquinas y viola su mismo espíritu. Pues la belleza final de la oficina electrónica no radica simplemente en las fases ahorradas por una secretaria en la mecanografía y corrección de cartas. La oficina automatizada puede archivarlas en forma de impulsos electrónicos en una cinta o un disco. Puede pasarlas (o no tardará en poder hacerlo) a través de un diccionario electrónico, que corregirá automáticamente sus errores ortográficos. Con las máquinas conectadas entre sí y con las líneas telefónicas, la secretaria puede transmitir instantáneamente la carta a la impresora o a la pantalla de su destinatario. El equipo puede así recoger un original, corregirlo, copiarlo, enviarlo y archivarlo en lo que virtualmente es un solo proceso. La rapidez aumenta. Los costos disminuyen. Y las cinco fases quedan comprimidas en una.

Las implicaciones de esta comprensión se extienden mucho más allá de la oficina. Pues, entre otras cosas, este equipo, conectado con satélites, microondas y otras instalaciones de telecomunicación, permite una reorganización de esta clásica institución de la segunda ola, recargada de trabajo y de funcionamiento defectuoso, que es la central de Correos. En efecto, la extensión de la automatización de oficinas, de la que el procesado de palabras constituye sólo un pequeño aspecto, se halla integralmente enlazada a la creación de sistemas de “correo electrónico” que reemplacen al cartero y a su pesada cartera.

En los Estados Unidos, el 35% de todo el volumen postal interior se compone de informes de transacción: facturas, recibos, órdenes de compra, extractos de cuenta, relación de operaciones bancarias, cheques, etc. Sin embargo, una gran cantidad de correo circula, no entre individuos, sino entre organizaciones. Al intensificarse la crisis postal, ha ido aumentando el número de Compañías que han buscado una alternativa al sistema postal de la segunda ola y empezado a construir en su lugar piezas de un sistema de tercera ola.

Basado en teleimpresoras, máquinas de reproducción en facsímil, equipo procesador de palabras y terminales de computadores, este sistema postal electrónico se está extendiendo muy rápidamente, en especial en las industrias avanzadas, al tiempo que recibe un tremendo impulso merced a los nuevos sistemas de satélites.

IBM, Aetna Casualty and Surety y Comsat (la semigubernamental agencia de satélites de comunicaciones) han creado conjuntamente una compañía llamada Satellite Business Systems para suministrar servicios de información integrada en otras compañías. SBS proyecta reservar satélites para firmas clientes como General Motors, por ejemplo, o Hoechst, o Toshiba. Juntamente con baratas estaciones terrestres emplazadas en las instalaciones de cada Compañía, el satélite de SBS permite que cada Compañía tenga su propio sistema postal electrónico, superando en buena medida a los servicios postales públicos.

En lugar de transportar papel, el nuevo sistema mueve impulsos electrónicos. Aún hoy -hace notar Vincent Giuliano, de la organización de investigaciones Arthur D. Little – la electrónica es el medio fundamental en muchos campos; es el impulso electrónico lo que efectúa una transacción, y con posterioridad una factura, recibo o nota de papel sirven, simplemente, para validarla. Durante cuánto tiempo seguirá siendo necesario el papel, es asunto sujeto a discusión.

Mensajes y memorándums se mueven silenciosa e instantáneamente. En todas las mesas, los terminales -miles de ellos en cualquier gran organización- parpadean en silencio mientras la información circula a través del sistema, rebotando en un satélite y yendo a parar a una oficina situada en el otro extremo del mundo o a una terminal instalada en casa de un ejecutivo. Varios computadores enlazan los archivos de la Compañía con los de otras compañías donde sea necesario, y los directores pueden obtener información almacenada en centenares de bancos de datos exteriores, como el Banco de Información del New York Times.

Falta por ver hasta qué punto se mueven los acontecimientos en esta dirección. La imagen de la oficina del futuro es demasiado pulcra, demasiado ordenada, demasiado abstracta para ser real. La realidad es siempre embrollada. Pero resulta evidente que estamos avanzando rápidamente en ese sentido, y un desplazamiento, aún parcial, hacia la oficina electrónica, será suficiente para provocar una erupción de consecuencias sociales, psicológicas y económicas. El futuro terremoto del mundo de la palabra significa algo más que la puesta en funcionamiento de máquinas nuevas. Promete reestructurar también todas las relaciones humanas y funciones de la oficina.

En primer lugar, eliminará muchas de las funciones de la secretaria. Incluso la mecanografía se convertirá en una habilidad anticuada en la oficina cuando llegue la tecnología de reconocimiento a la palabra. Al principio seguirá siendo necesario mecanografiar para recoger los mensajes y ponerlos en forma transmisible. Pero antes de que pase mucho tiempo, un equipo de dictado sintonizado con los acentos distintivos de cada usuario convertirá los sonidos en palabras escritas, dejando así a un lado por completo la operación de mecanografiar.

“La vieja tecnología -dice el doctor Giuliano- utilizaba una mecanógrafa porque era deficiente. Cuando uno tenía una tablilla de barro, necesitaba un escribano que supiese cocer el barro y cincelar marcas en él. Escribir no era para las masas. Hoy tenemos escribanos llamados mecanógrafas. Pero tan pronto como la nueva tecnología haga más fácil captar el mensaje, corregirlo, almacenarlo, recuperarlo, enviarlo y copiarlo, haremos todas estas cosas nosotros mismos, igual que escribir y hablar. Una vez eliminado el factor de insuficiencia, no necesitaremos a la mecanógrafa.”

De hecho, una de las esperanzas más acariciadas por muchos expertos en procesado de palabras es que la secretaria sea ascendida y el ejecutivo asuma su parte en la labor de mecanografía, al menos hasta que quede totalmente eliminada. Cuando yo pronuncié una conferencia en la convención de la International Word Processing, por ejemplo, se me preguntó si mi secretaria utilizaba la máquina para mí. Cuando respondí que yo tecleaba mis propios borradores y que la verdad era que mi secretaria apenas podía acercarse a mi computador procesador de palabras, los asistentes prorrumpieron en aplausos. Ellos sueñan con el día en que la sección de anuncios clasificados de un periódico pueda incluir alguno como éste:

Se necesita Vicepresidente de grupo

Entre sus responsabilidades figuran la coordinación financiera, exploración de mercados y desarrollo de la línea productiva en varias divisiones. Imprescindible experiencia demostrada en control de gestión. Escribir a Ejec. VP, compañía internacional de actividad múltiple. SE EXIGE MECANOGRAFÍA

Por el contrario, es probable que los ejecutivos se resistan a mancharse las yemas de los dedos, del mismo modo que se resisten a ir a buscar sus propias tazas de café. Y, sabiendo que el equipo de reconocimiento de la palabra está ya a la vuelta de la esquina, con lo que ellos podrán limitarse a dictar y la máquina hará el resto, se resistirán tanto más a aprender a manejar un teclado.

Lo hagan o no, subsiste el inesquivable hecho de que la producción de la tercera ola en la oficina, al colisionar con los viejos sistemas de la segunda ola, originará ansiedad y conflicto, así como reorganización, reestructuración y -para algunos- un renacimiento a nuevas profesiones y oportunidades. Los nuevos sistemas plantearán un reto a todas las viejas clases de ejecutivos, las jerarquías, las divisiones sexuales de función y las barreras departamentales del pasado.

Todo esto ha suscitado muchos temores. La opinión se halla dividida entre quienes insisten en que desaparecerán millones de puestos de trabajo (o que las secretarias actuales quedarán reducidas a esclavas mecánicas) y un punto de vista más esperanzado, muy generalizado en la industria de procesado de palabras y expresado por Randy Goldfield, uno de los directores de la empresa consultora Booz Alien & Hamilton. Según Mr. Goldfield, las secretarias, lejos de quedar reducidas a procesadores estúpidos y repetitivos, se convertirán en “paradirectores”, participando en el trabajo profesional y de toma de decisiones del que hasta ahora se han visto excluidas de forma general. Más probablemente, presenciaremos una nítida separación entre empleados que ascienden a puestos de más responsabilidad, y empleados que van descendiendo… y son finalmente despedidos.

¿Cuál es, entonces, el efecto sobre estas personas y sobre la economía en general? Durante finales de la década de los 50 y comienzos de la de los 60, cuando la automación comenzó a hacer su aparición en escena, economistas y sindicalistas de muchos países predijeron un desempleo masivo. En lugar de ello, aumentó el empleo en las naciones de alta tecnología. Al reducirse el sector de fabricación, se ampliaron los sectores de trabajos administrativos y de servicios. Pero si la fabricación continúa reduciéndose y, al mismo tiempo, el trabajo de oficina va necesitando menos personal, ¿de dónde llegarán los puestos de trabajo del mañana?

Nadie lo sabe. Pese a innumerables estudios y a vehementes afirmaciones, las predicciones y las pruebas son contradictorias. Intentos realizados para relacionar la inversión en mecanización y automación con los niveles de empleo fabril muestran lo que el Financial Times de Londres llama “una casi completa falta de correlación”. Según un estudio realizado sobre siete naciones, entre 1963 y 1973 Japón tuvo la más elevada tasa de inversión en nueva tecnología, como porcentaje de valor añadido. Tuvo también el más elevado aumento de empleo. Gran Bretaña, cuya inversión en maquinaria fue la más baja, mostró la mayor pérdida de puestos de trabajo. La experiencia norteamericana corrió parejas con la del Japón – tecnología y nuevos puestos de trabajo en aumento-, mientras que Suecia, Francia, Alemania Occidental e Italia mostraron pautas acusadamente individuales.

Está claro que el nivel de empleo no es un mero reflejo del avance tecnológico. No aumenta y disminuye cuando automatizamos o dejamos de hacerlo. El empleo es el resultado final de muchas políticas convergentes.

Puede que las presiones sobre el mercado de trabajo se incrementen dramáticamente en los años próximos. Pero es una ingenuidad singularizar como causa de ello al computador.

De lo que no cabe duda es de que tanto la oficina como la fábrica están llamadas a experimentar una revolución en las décadas próximas. Las dos revoluciones del sector administrativo y del fabril dan lugar a un modo de producción enteramente nuevo para la sociedad, un paso gigantesco para la especie humana. Este paso lleva consigo implicaciones indescriptiblemente complejas. Afectará no sólo a cosas tales como el nivel de empleo y la estructura de la industria, sino también a la distribución de poder político y económico, a las dimensiones de nuestras unidades de trabajo, a la división internacional del trabajo, al papel de las mujeres en la economía, a la naturaleza de trabajo y al divorcio entre productor y consumidor; alterará incluso un hecho aparentemente tan simple como el “dónde” del trabajo.

XVI

EL HOGAR ELECTRÓNICO

Oculto en el interior de nuestro avance hacia un nuevo sistema de producción se halla un potencial de cambio social de alcance tan sorprendente que muy pocos entre nosotros se han mostrado dispuestos a enfrentarse con su significado. Pues estamos a punto de revolucionar también nuestros hogares.

Aparte estimular unidades de trabajo más pequeñas, aparte permitir una descentralización y desurbanización de la producción, aparte alterar el carácter actual del trabajo, los nuevos sistemas de producción podrían desplazar literalmente a millones de puestos de trabajo de las fábricas y oficinas a donde las llevó la segunda ola y devolverlas a su primitivo lugar de procedencia: el hogar. Si esto sucediera, todas las instituciones que conocemos, desde la familia hasta la escuela y la corporación, quedarían transformadas.

Hace trescientos años, contemplando a masas de campesinos segar un campo, sólo un loco habría soñado en que llegaría el día en que los campos quedaran despoblados y las gentes se apiñasen en fábricas urbanas para ganarse el pan. Y sólo un loco habría tenido razón. Hoy se requiere un acto de valor para sugerir que nuestras más grandes fábricas y edificios de oficinas pueden, en el curso de nuestras vidas, quedar medio vacíos, reducidos a ser utilizados como fantasmales almacenes o convertidos en viviendas. Y, sin embargo, esto es precisamente lo que el nuevo modo de producción hace posible: un retorno a la industria hogareña sobre una nueva base electrónica y con un nuevo énfasis en el hogar como centro de la sociedad.

Sugerir que millones de nosotros podemos pasarnos el tiempo en casa, en lugar de ir a una oficina o una fábrica, es desencadenar una inmediata lluvia de objeciones. Y hay muchas razones sensatas para el escepticismo. “La gente no quiere trabajar en casa, aunque pudiera. ¡Mira cómo se esfuerzan todas las mujeres por salir de casa para ponerse a trabajar fuera!” “¿Cómo puede uno trabajar con los críos correteando por la casa?” “La gente no se sentirá motivada si no hay un jefe vigilando.” “La gente necesita el contacto con otras personas para desarrollar la confianza y la seguridad necesarias para trabajar juntas.” “La arquitectura del hogar medio no es adecuada para ello.” “¿Qué quiere decir con eso de trabajar en casa… instalar en cada sótano un alto horno en miniatura?” “¿Y si lo prohiben las normas urbanísticas y los caseros?” “Los sindicatos lo impedirán.” “¿Y los impuestos? Hacienda está endureciendo su postura con respecto a las deducciones por trabajar en casa.” Y la objeción definitiva: “¿Cómo, quedarme todo el día en casa con mi mujer [o marido]?”

Hasta el viejo Karl Marx habría fruncido el ceño. Trabajar en casa -consideraba él- era una forma reaccionaria de producción, porque “la aglomeración en un taller” era “condición necesaria para la división del trabajo en la sociedad”. En suma, había -y hay- muchas razones -y seudorrazones- para considerar la idea totalmente estúpida.

Trabajo a domicilio

Sin embargo, había razones igualmente poderosas, si no más, hace trescientos años, para creer que la gente nunca saldría del hogar y del campo para trabajar en fábricas. Después de todo, había trabajado en su casa y en la tierra vecina durante diez mil años, no sólo trescientos. Toda la estructura de la vida familiar, el proceso de educación de los niños y formación de la personalidad, el sistema entero de propiedad y poder, la cultura, la lucha cotidiana por la existencia… todo ello se hallaba ligado al hogar y a la tierra por un millar de invisibles cadenas. Pero esas cadenas no tardaron en saltar en pedazos tan pronto como apareció un nuevo sistema de producción.

Eso mismo está volviendo a suceder hoy, y todo un grupo de fuerzas sociales y económicas están convergiendo para cambiar el lugar del trabajo.

En primer lugar, el cambio de una fabricación de segunda ola a una nueva y más avanzada fabricación de tercera ola reduce, como hemos visto, el número de operarios que realmente tienen que manipular mercancías físicas. Esto significa que aun en el sector de fabricación se está realizando una cantidad cada vez mayor de trabajo que -supuesta la adecuada configuración de las telecomunicaciones y otro material- podría ser realizado en cualquier parte, incluyendo la propia sala de estar. Y no se trata de una fantasía de ciencia-ficción.

Cuando la Western Electric pasó de producir material interruptor electromecánico para la compañía de teléfonos a fabricar equipo interruptor electrónico, la fuerza de trabajo de sus avanzadas instalaciones en el Norte de Illinois quedó transformada. Antes del cambio, los obreros de producción superaban a los empleados y técnicos en la proporción de tres a uno. Hoy, la relación es de uno a uno. Esto significa que la mitad de los dos mil trabajadores manipulan ahora información en vez de cosas, y gran parte de su trabajo puede efectuarse en casa.

Dom Cuomo, director de ingeniería en la Northern Illinois, lo ha expresado con claridad: “Si se incluyen los ingenieros, entre el diez y el veinticinco por ciento de lo que se hace aquí podría hacerse en casa con la tecnología existente.”

El director de ingeniería de Cuomo, Gerald Mitchell, fue más lejos incluso. “Teniendo todo en cuenta -declaró-, entre seiscientos y setecientos de los dos mil podrían ahora, con la tecnología existente, trabajar en casa. Y dentro de cinco años, podríamos ir mucho más allá.”

Estas informadas estimaciones son notablemente similares a las formuladas por Dar Howard, director de fabricación de la factoría Hewlett-Packard en Colorado Springs: “Tenemos mil obreros en la fabricación real. Tecnológicamente, quizá 250 de ellos podrían trabajar en su casa. La logística sería complicada, pero el utilaje y el capital no supondrían obstáculo. En el campo de la investigación y el desarrollo, si está uno dispuesto a invertir en terminales (de computadores), entre la mitad y las tres cuartas partes podrían también trabajar en casa.” En Hewlett-Packard, eso totalizaría entre 350 y 520 trabajadores más.

Esto significa que entre el 35 y el 50% de toda la fuerza de trabajo de este avanzado centro de fabricación podría aun ahora realizar en casa la mayor parte, si no todo, de su trabajo, siempre que se decidiera organizar la producción de esa forma. La fabricación de tercera ola, a despecho de Marx, no requiere que el cien por ciento de la fuerza de trabajo esté concentrada en el taller.

Y estas estimaciones no se dan sólo en industrias electrónicas o en empresas gigantes. Según Peter Tattle, vicepresidente de Ortho Pharmaceutical (Canadá), Ltd., la cuestión no es “¿a cuántos se les puede permitir trabajar en su casa?”, sino “¿cuántos tienen que trabajar en la oficina o la fábrica?” Hablando de las trescientas personas empleadas en su planta, Tattle dice: “El 75% podrían trabajar en su casa si proporcionáramos la necesaria tecnología de comunicaciones.” Evidentemente, lo que es aplicable a industrias electrónicas y farmacéuticas es aplicable también a otras industrias avanzadas.

Si un número importante de obreros del sector fabril podrían, aun ahora, ser trasladados a sus casas, entonces puede afirmarse que una considerable parte del sector de empleados -en el que no hay materiales que manejar- podrían también efectuar esa transición.

De hecho, una cantidad no medida, pero apreciable, de trabajo, está siendo ya realizado en sus propias casas por personas tales como vendedores y vendedoras que trabajan por teléfono o mediante visitas y sólo ocasionalmente se pasan por la oficina; por arquitectos y diseñadores; por un floreciente grupo de consultores especializados de muchas industrias; por gran número de trabajadores de servicios humanos, como terapeutas o psicólogos; por profesores de música y de idiomas; por traficantes en objetos de arte, consejeros de inversión, agentes de seguros, abogados e investigadores académicos; y por muchas otras categorías de empleados, técnicos y profesionales.

Estas figuran, además, entre las clasificaciones laborales en más rápida expansión, y cuando de pronto hacemos accesibles tecnologías que puedan situar a bajo costo un “puesto de trabajo” en cualquier hogar, suministrándole quizás una máquina de escribir “inteligente”, junto con una máquina de reproducción en facsímil o consola de computador y equipo de teleconferencias, se amplían radicalmente las posibilidades de trabajo en el hogar.

Supuesto un equipo semejante, ¿quién podría ser el primero en realizar la transición de un trabajo centralizado al “hogar electrónico”? Si bien sería un error subestimar la necesidad de contacto directo cara a cara en la actividad laboral, y toda la comunicación subliminal y no verbal que acompaña a ese contacto, también es cierto que algunas tareas no requieren mucho contacto exterior… o lo necesitan sólo intermitentemente.

Así, la mayoría de los trabajadores de oficina “de baja abstracción” realizan tareas -anotar datos, teclear, recuperar, totalizar columnas de cifras, preparar facturas y otras semejantes- que requieren pocas, si es que requieren alguna, transacciones directas cara a cara. Quizá pudieran ser desplazadas muy fácilmente al hogar electrónico. Muchos de los trabajadores “de abstracción ultraelevada” -investigadores, por ejemplo, y economistas, formuladores de estrategias, diseñadores organizativos- requieren, a la vez contactos intensos con colegas y momentos de soledad. Hay ocasiones en que incluso los negociadores necesitan apartarse para hacer su “trabajo de casa”.

Nathaniel Samuels, director-asesor de la Oficina de Inversiones Lehman Brothers Kuhn Loeb, está de acuerdo. Samuels, que trabaja ya en su casa entre 50 y 75 días al año, afirma que “la tecnología futura aumentará el total de “trabajo doméstico”. De hecho, muchas Compañías están ya cediendo en su insistencia de que el trabajo debe ser realizado en la oficina. Cuando Weyerhaeuser, la gran Compañía de productos madereros, necesitó no hace mucho tiempo un nuevo folleto sobre la conducta de los empleados, el vicepresidente R. L. Siegel y tres de los miembros de su consejo de dirección se reunieron en su casa durante casi una semana hasta haber redactado un borrador. “Sentíamos que necesitábamos salir [de la oficina] para evitar distracciones -dice Siegel-. Trabajar en el propio hogar es congruente con nuestra tendencia al horario flexible -añade-. Lo importante es hacer el trabajo. Para nosotros, es incidental dónde se haga.”

Según el Wall Street Journal, Weyerhaeuser no se encuentra sola. “Muchas otras Compañías también están dejando a sus empleados trabajar en casa” -informa el periódico-, entre ellas, United Airlines, cuyo director de relaciones públicas permite a su personal escribir en casa hasta veinte días al año. Incluso McDonalds, cuyos empleados de rango más bajo son necesarios para manejar las parrillas de hamburguesas, estimula el trabajo en el hogar entre algunos altos ejecutivos.

“¿Necesita usted realmente una oficina como tal?”, pregunta Booz Alien & Hamilton's Harvey Poppel. En una predicción inédita, Poppel sugiere que “para los años noventa, la capacidad de comunicaciones en los dos sentidos [habrá] mejorado lo suficiente como para estimular una generalizada práctica de trabajar en casa”. Su opinión se halla respaldada por muchos otros investigadores, como Roben F. Latham, proyectista de largo alcance de Bell Canadá, en Montreal. Según Latham, “a medida que proliferen los puestos de trabajo relacionados con la información y las instalaciones de comunicaciones, aumentará también el número de personas que puedan trabajar en casa o en centros de trabajo locales”.

De manera similar, Hollis Vail, asesor de dirección del Departamento del Interior de los Estados Unidos, asegura que para mediados de la década de los ochenta “los centros de procesado de palabras del mañana podrían fácilmente “star en la propia casa de uno”; ha escrito un guión en el que describe cómo una secretaria, “Jane Adams”, empleada por la “Aggar Company”, podría trabajar, en su casa, reuniéndose con su jefe sólo periódicamente para “hablar de problemas y, naturalmente, asistir a las fiestas de la oficina”.

Esta misma opinión es compartida por el Institute for the Future que, ya en 1971, realizó un estudio sobre 150 expertos de Compañías de primera fila que trabajaban con las nuevas tecnologías de información y concretó cinco categorías diferentes de trabajo que podían ser transferidas al hogar.

El IFF descubrió que, dados los instrumentos necesarios, muchas de las actuales tareas de la secretaria “podrían ser realizadas desde el hogar, así como desde la oficina. Un sistema diferente aumentaría el mercado de trabajo al permitir continuar trabajando a secretarias casadas con hijos pequeños a su cargo. No habría ninguna razón insuperable por la que una secretaria no pudiera también, en muchos casos, tomar al dictado en su casa y mecanografiar el texto en una terminal doméstica que produce un texto pulcro en la casa o en la oficina del autor”.

Además -continuaba IFF-, “muchas de las tareas realizadas por ingenieros, delineantes y otros empleados podrían ser realizadas desde su propia casa tan eficazmente, o a veces más, como desde la oficina”. Una “semilla del futuro” existe ya en Gran Bretaña, por ejemplo, donde una Compañía llamada F. International Ltd. emplea cuatrocientos programadores de computadores en régimen de jornada parcial, de los cuales, todos menos unos pocos trabajan en sus propias casas. La Compañía, que organiza equipos de programadores para la industria, se ha extendido a Holanda y Escandinavia y cuenta entre sus clientes gigantes tales como British Steel, Shell y Unilever. “La programación doméstica de computadores -escribe el Guardian- es la industria hogareña de los años ochenta.”

En resumen, a medida que avanza la tercera ola a través de la sociedad, encontramos cada vez más Compañías que, en palabras de un investigador, pueden ser descritas como nada más que “personas apiñadas en torno a un computador”. Póngase al computador en las casas de las personas, y ya no necesitarán apiñarse. El trabajo administrativo de tercera ola, como el trabajo fabril de tercera ola, no requerirá que el cien por cien de la tuerza, del trabajo esté concentrada en el taller.

No hay que subestimar las dificultades que entraña transferir el trabajo desde sus emplazamientos de segunda ola en la fábrica y la oficina a su emplazamiento de tercera ola en el hogar. Problemas de motivación y administración, de reorganización empresarial y social, harán que ese desplazamiento sea prolongado y, quizá, penoso. Y tampoco todas las comunicaciones pueden ser manejadas de forma delegada. Algunos trabajos -especialmente los que implican una negociación creadora, en los que ninguna decisión es rutinaria- requieren mucho contacto directo. Así, Michael Koerner, presidente de Canadá Overseas Investments, Ltd., dice: “Todos necesitamos estar a menos de trescientos metros unos de otros.”

Desplazamiento de instalaciones

Sin embargo, fuerzas poderosas están convergiendo para promover el hogar electrónico. La que más inmediatamente se nos aparece es la descompensación que se da entre transporte y telecomunicación. La mayor parte de las naciones de alta tecnología están experimentando ahora una crisis del transporte, con sistemas de transpone colectivo tensados ya hasta el punto de ruptura, carreteras y autopistas atestadas, escasos lugares de estacionamiento, la contaminación convertida en grave problema, huelgas y averías casi habituales, y los costos por las nubes.

Los crecientes costes de los desplazamientos diarios a los lugares de trabajo son soportados por los trabajadores individuales. Pero, naturalmente, son repercutidos al empresario en forma de costes salariales más elevados, y al consumidor, en forma de precios más altos.

Jack Nilles y un equipo patrocinado por la National Science Foundation han calculado el ahorro en dólares y energía que se derivaría del desplazamiento de puestos de trabajo administrativos fuera de oficinas situadas en el centro de la ciudad. En vez de partir del supuesto de que los puestos de trabajo fuesen a las casas de los empleados, el grupo Nilles utilizó lo que se podría denominar modelo de casa a mitad de distancia, suponiendo sólo que los puestos de trabajo se dispersarían en centros de trabajo de barrio más próximos a las casas de los empleados.

Las implicaciones de los resultados obtenidos son sorprendentes. Estudiando a 2.048 empleados de Compañías de Seguros de Los Angeles, el grupo Nilles descubrió que cada persona recorría, por término medio, 21,4 millas diarias para ir y volver del trabajo (frente a un promedio nacional de 18,8 millas para trabajadores urbanos en los Estados Unidos). El recorrido era más largo cuanto más elevada era la categoría laboral de la persona, siendo el promedio entre los altos ejecutivos de 33,2 millas. En conjunto, estos trabajadores recorrían 12,4 millones de millas al año, invirtiendo en ello casi las horas que entran en medio siglo. A los precios de 1974, esto costaba 22 centavos por milla, con un total de 2.730.000 dólares, importe soportado indirectamente por la Compañía y sus cuentes. De hecho, Nilles descubrió que la Compañía estaba pagando a sus trabajadores de la ciudad 520 dólares más al año que el tipo habitual en los emplazamientos dispersos… en realidad, “una subvención por gastos de transporte”. Estaba proporcionando también plazas de estacionamiento y otros costosos servicios que hacía necesarios el emplazamiento centralizado. Si imponemos ahora que una secretaria ganaba en el distrito diez mil dólares al año, la eliminación de este coste de traslado cotidiano habría permitido a la Compañía contratar casi trescientos empleados más o, alternativamente, aumentar de manera sustancial los beneficios.

La cuestión clave es: ¿Cuándo el coste de instalar y manejar un equipo de telecomunicaciones será inferior al coste actual de los desplazamientos del personal? Mientras que el precio de la gasolina y de otros elementos relacionados con el transporte (incluidas las alternativas de desplazamientos colectivos en sustitución del automóvil) suben en todas partes, el precio de las telecomunicaciones está bajando espectacularmente1. Las curvas tienen que cruzarse en algún punto.

Pero no son éstas las únicas fuerzas que nos mueven sutilmente hacia la dispersión geográfica de la producción y, en último término, hacia el hogar electrónico del futuro. El equipo de Nilles descubrió que en América el trabajador urbano medio utiliza el equivalente en gasolina de 64,6 kilovatios de energía en ir y volver del trabajo cada día. (Los empleados de seguros de Los Angeles consumían 37,4 millones de kilovatios al año en desplazamientos.) En contraste con eso, se necesita mucha menos energía para mover información.

Una típica terminal de computador utiliza sólo entre 100 y 125 vatios cuando está en funcionamiento, y una línea telefónica consume sólo un vatio cuando funciona. Realizando ciertas suposiciones sobre cuánto equipo de comunicaciones se necesitaría y durante cuánto tiempo funcionaría, Nilles calculó que “la ventaja energética relativa obtenida al desplazar las instalaciones y permitir el trabajo a distancia (esto es, la relación entre los respectivos consumos de energía) por lo menos, de 29 a 1 cuando se utiliza el automóvil particular; de 11 a 1 cuando se utiliza el transporte colectivo en régimen de ocupación normal; y de 2 a 1 cuando se utiliza el transporte colectivo en régimen de ocupación al cien por cien”.

Llevados a su conclusión, estos cálculos mostraron que en 1975, si nada más que entre el 12 y el 14% de los desplazamientos de trabajadores hubieran sido sustituidos por el trabajo a distancia, los Estados Unidos habrían ahorrado aproximadamente 75 millones de barriles de gasolina, y con ello habrían eliminado por completo la necesidad de importar gasolina del extranjero. Las consecuencias que esto habría implicado para la balanza de pagos de los Estados Unidos y para la política del Oriente Medio no habrían sido nada triviales.

A medida que los precios de la gasolina y los costes de la energía en general vayan aumentando en las décadas próximas, disminuirá el coste en dólares y en energía de poner en funcionamiento máquinas de escribir “inteligentes”, telecopiadoras, enlaces auditivos y visuales y consolas de computador acomodables en el hogar, incrementando más aún la ventaja relativa de desplazar por lo menos parte de la producción fuera de los grandes talleres centrales que dominaron la Era de la segunda ola.

1. Los satélites reducen el coste de la transmisión a larga distancia, aproximándolo de tal modo a la cifra cero por señal, que los ingenieros hablan ya de comunicaciones “independientes de la distancia”. El poder del computador se ha multiplicado exponencialmente, y los precios han bajado tan espectacularmente, que ingenieros inversores han quedado sin aliento. Con la inminente utilización de fibras ópticas y otras nuevas tecnologías, es evidente que se avecinan todavía mayores reducciones de costos… por unidad de memoria, por paso de procesado y por señal transmitida.

Todas estas crecientes presiones en ese sentido se irán intensificando a medida que intermitentes escaseces de gasolina, largas colas ante los surtidores y, quizá, racionamiento de carburantes interrumpan o retrasen el desplazamiento normal a los puestos de trabajo, aumentando más aún su coste, tanto en términos sociales como económicos.

A esto podemos añadir más presiones aún apuntadas en la misma dirección. Empleados y funcionarios descubrirán que desplazar el trabajo al hogar -o a centros de trabajo locales o de distrito como medida intermedia- puede reducir en gran medida las enormes cantidades gastadas ahora en inmuebles. Cuanto más pequeñas sean las oficinas centrales y las instalaciones fabriles, menor será la inversión en inmuebles, y menores los costos de calefacción, refrigeración, iluminación, vigilancia y mantenimiento de los mismos. A medida que suban los terrenos comerciales e industriales, y los impuestos que pesan sobre ellos, la esperanza de reducir y/o externalizar esos costes favorecerá el arriendo del trabajo.

La transferencia de trabajo y la reducción de los desplazamientos del personal reducirá también la contaminación y, por consiguiente, los gastos destinados a combatirla. Cuanto más éxito tienen los ecologistas en sus intentos de obligar a las Compañías a pagar por la contaminación que producen, más incentivos habrá para pasar a realizar actividades de baja contaminación, y, por tanto, de talleres grandes y centralizados a lugares de trabajo más pequeños o, mejor aún, situados en el propio hogar.

Además, al luchar contra los efectos destructivos del automóvil y oponerse a la construcción de carreteras y autopistas, o lograr que se prohiba la circulación de coches en determinados distritos, los ecologistas y grupos de ciudadanos dedicados a la conservación de la Naturaleza favorecen inconscientemente el desplazamiento del trabajo. El efecto final de sus esfuerzos es aumentar el ya elevado coste y molestias personales del transporte, frente al bajo coste y a la comodidad de la comunicación.

Cuando los ecologistas descubran las disparidades ecológicas existentes entre estas dos alternativas, y a medida que el desplazamiento del trabajo al hogar empiece a parecer una opción real, lanzarán todo su peso en favor de este Importante movimiento descentralizador y nos ayudarán a entrar en la civilización de la tercera ola.

Factores sociales apoyan también el movimiento hacia el hogar electrónico. Cuando más corta se hace la jornada laboral, tanto más largo es, en relación con el tiempo destinado a transporte. El empleado que detesta invertir una hora en ir y volver de su ocupación para pasarse ocho horas trabajando puede muy bien negarse a invertir ese mismo tiempo en transporte si se reducen las horas & trabajo. Cuanto mayor es la relación entre tiempo de transporte y tiempo de trabajo, más irracional, frustrador y absurdo resulta el proceso de ir y venir de un lado a otro. A medida que aumenta la resistencia a los largos viajes para acudir al trabajo, los empresarios tendrán indirectamente que aumentar la prima pagada a los empleados en los grandes y centralizados lugares de trabajo, frente a los que están dispuestos a recibir un salario menor por tiempo de viaje, molestias y costes menores. Una vez más, habrá mayor incentivo para desplazar el trabajo. ; Finalmente, profundos cambios de valores se están moviendo en la misma dirección. Aparte el desarrollo del privatismo y del nuevo atractivo que ofrecen la ciudad pequeña y la vida rural, estamos presenciando un cambio fundamental de actitud hacia la unidad familiar. La familia nuclear, la clásica y socialmente aprobada forma familiar a todo lo largo del período de la segunda ola, se halla, evidentemente, en crisis. En el capítulo siguiente exploraremos la familia del futuro. Por el momento, baste con hacer notar que en los Estados Unidos y Europa -dondequiera que la transición más allá de la familia nuclear se encuentra más avanzada- existe una creciente demanda de acción para volver a unir a la familia. Y vale la pena observar que una de las cosas que más ha ligado a las familias a lo largo de la historia ha sido el trabajo compartido.

Aún hoy, uno sospecha que las tasas de divorcio son menores entre los cónyuges que trabajan juntos. El hogar electrónico aumenta en gran medida la posibilidad de que maridos y mujeres, y quizás incluso hijos, trabajen juntos como una unidad. Y cuando los defensores de la vida familiar descubran las posibilidades inherentes al desplazamiento del trabajo al hogar, tal vez presenciemos una creciente demanda de medidas políticas que aceleren el proceso… incentivos fiscales, por ejemplo, y nuevas concepciones de los derechos de los trabajadores.

Durante los primeros tiempos de la Era de la segunda ola, los movimientos obreros luchaban por una “jornada de diez horas”, demanda que habría sido casi incomprensible durante el período de la primera ola. Quizá no tardemos en ver surgir movimientos en petición de que todo trabajo que pueda hacerse en casa sea hecho en casa. Muchos trabajadores insistirán en esa opción como un derecho. Y, en la medida en que se considere que esta reubicación del trabajo fortalece la vida familiar, su demanda recibirá fuerte apoyo de personas pertenecientes a muchas convicciones políticas, religiosas y culturales distintas. La lucha por el hogar electrónico forma parte de la superlucha, más amplia, entre el pasado de la segunda ola y el futuro de la tercera ola, y es probable que en ella se alíen no sólo tecnólogos y empresas ávidas de explotar las nuevas posibilidades técnicas, sino también una amplia gama de otras fuerzas -ecologistas, reformadores laborales de un nuevo estilo y una nutrida coalición de organizaciones, desde iglesias conservadoras, hasta feministas radicales e importantes grupos políticos- en apoyo de lo que muy bien puede considerarse como un nuevo y más satisfactorio futuro para la familia. El hogar electrónico puede así emerger como fundamental punto de concentración para las fuerzas de la tercera ola del mañana.

La sociedad centrada en el hogar

Si el hogar electrónico se extendiese, se producirían en la sociedad toda una serie de importantes consecuencias. Muchas de ellas complacerían al ecologista o tecnorrebelde más ardiente, al tiempo que abrirían nuevas opciones para la iniciativa empresarial.

Impacto en la comunidad: Si el trabajo en el hogar llegara a afectar a una fracción apreciable de la población, ello podría significar una mayor estabilidad de la comunidad, objetivo que ahora parece inalcanzable en muchas regiones. Si los empleados pueden realizar en su casa algunas o todas sus tareas laborales, no tendrán que trasladarse cada vez que cambian de empleo, como muchos se ven obligados a hacer hoy. Les bastará conectar con un computador diferente.

Esto implica menos movilidad forzada, menos tensión sobre el individuo, relaciones humanas menos transitorias y mayor participación en la vida de la comunidad. Actualmente, cuando una familia se traslada a una comunidad, sospechando que deberá trasladarse de nuevo al cabo de uno o dos años, sus miembros se muestran muy reacios a integrarse en organizaciones de barrio, a hacer amistades, a intervenir en política local y a comprometerse con la vida de la comunidad en general. El hogar electrónico podría ayudar a restaurar el sentido de pertenencia a la comunidad y provocar un renacimiento entre organizaciones voluntarias como iglesias, grupos de mujeres, clubs, organizaciones deportivas y juveniles. El hogar electrónico podría significar más de lo que los sociólogos, con su afición a la jerga alemana, llaman gemeinschaft.

Impacto ecológico: El desplazamiento del trabajo, o de cualquier parte de él, al hogar, no sólo podría reducir las necesidades de energía, como se ha sugerido antes, sino que podría también conducir a la descentralización de la energía. En vez de requerir cantidades de energía altamente concentradas en unos cuantos edificios de oficinas o complejos industriales, y de requerir, por tanto, una generación de energía altamente centralizada, el sistema del hogar electrónico dispersaría la demanda de energía y permitiría así utilizar tecnologías energéticas alternativas, solar, cólica u otras. Unidades generadoras de energía en pequeña escala instaladas en cada hogar podrían sustituir al menos parte de la energía centralizada ahora necesaria. Esto implica también un descenso de contaminación, y ello, por dos razones: primera, el cambio a fuentes renovables de energía en pequeña escala elimina la necesidad de combustibles altamente contaminantes, y, segunda, significa emisiones más pequeñas de contaminantes altamente concentrados que sobrecargan el medio ambiente en unos cuantos lugares Críticos.

Impacto económico: En un sistema así se produciría un efecto de retracción en algunas industrias, pero otras proliferarían o crecerían. Evidentemente, florecerían las industrias electrónicas, de computadores y comunicaciones. Por el contrario, las compañías petrolíferas, la industria del automóvil y las agencias inmobiliarias experimentarían consecuencias negativas. Surgiría todo un nuevo grupo de establecimientos de computadores y servicios de información; por el Contrario, el servicio postal se reduciría. Los fabricantes de papel verían disminuir sus beneficios, y aumentarían los de las industrias de servicios.

A un nivel más profundo, si los individuos llegasen a poseer sus propias terminales y equipos electrónicos, comprados quizás a crédito, se convertirían en realidad en empresarios independientes, más que en empleados clásicos, dando lugar, en cierto modo, a una mayor propiedad de los “medios de producción” por parte del obrero. Podríamos ver también grupos de trabajadores a domicilio organizarse en pequeñas compañías para contratar sus servicios, incluso unirse en cooperativas que poseyeran conjuntamente las máquinas. Se hacen posibles toda clase de nuevas relaciones y formas organizativas.

Impacto psicológico: La imagen de un mundo laboral que va dependiendo cada vez más de símbolos abstractos evoca un entorno laboral cerebral que nos es extraño y, a cierto nivel, más impersonal que en la actualidad. Pero a un nivel distinto, el trabajo en el hogar sugiere una intensificación de las relaciones físicas y emocionales tanto en el propio hogar como en el barrio. Más que un mundo de relaciones humanas vicariantes, con una pantalla eléctrica interpuesta entre el individuo y el resto de la Humanidad, como se imagina en muchos relatos de ciencia-ficción, cabe postular un mundo dividido en dos grupos de relaciones humanas -uno real; el otro, vicariante-, con reglas y papeles diferentes en cada uno.

Sin duda experimentaremos con muchas variaciones y medidas intermedias. Muchas personas trabajarán una parte de la jornada en su casa, y también fuera de ella. A buen seguro, proliferarán centros de trabajo dispersos. Algunas personas trabajarán en su casa durante meses o años, cambiarán a un empleo exterior y volverán, quizás, a cambiar después. Habrán de modificarse las pautas de jefatura y dirección. Surgirán, indudablemente, pequeñas empresas, que contratarán de otras mayores la realización de tareas administrativas y asumirán responsabilidades especializadas para organizar, adiestrar y dirigir equipos de trabajadores a domicilio. A fin de mantener el adecuado enlace entre ellos, quizás esas pequeñas Compañías organicen fiestas, reuniones sociales u otras vacaciones conjuntas, de tal modo que los miembros de un equipo lleguen a conocerse personalmente, no sólo a través de la consola o el teclado.

Ciertamente, no todo el mundo puede, o quiere (o querrá) trabajar en casa. Es indudable que nos enfrentamos con un conflicto en torno a escalas de salarios y costes de oportunidad. ¿Qué le sucede a la sociedad cuando una parte creciente de la interacción humana en el trabajo es vicariante, de segundo grado, mientras que se intensifica la interacción cara a cara, emoción a emoción, en el hogar? ¿Y las ciudades? ¿Qué ocurre con las cifras de desempleo? ¿Qué es lo que designamos con las expresiones “empleo” y “desempleo” en un sistema semejante? Sería ingenuo soslayar esas cuestiones y esos problemas.

Pero si hay preguntas que no han recibido aún respuesta y dificultades posiblemente penosas, también hay nuevas posibilidades. Es probable que el salto a un nuevo sistema de producción torne irrelevantes muchos de los más difíciles problemas de la Era actual. El penoso carácter del trabajo feudal, por ejemplo, no podía ser aliviado dentro del sistema de agricultura feudal. No fue eliminado por revueltas campesinas, nobles altruistas ni utopistas religiosos. El trabajo siguió siendo penoso hasta que la llegada del sistema fabril, con sus propios y notablemente distintos inconvenientes, lo alteró por completo.

A su vez, pese a las buenas intenciones y promesas de creadores de puestos de trabajo, sindicatos, patronos benévolos o partidos obreros revolucionarios, puede que los problemas característicos de la sociedad industrial -desde el desempleo hasta la embrutecedora monotonía del trabajo, la superespecialización, el trato inhumano al individuo y los bajos salarios- sean totalmente insolubles dentro del entramado del sistema de producción de la segunda ola. Si esos problemas han subsistido durante trescientos años bajo organizaciones tanto capitalistas como socialistas, hay motivos para pensar que tal vez sean inherentes al modo de producción.

El paso a un nuevo sistema de producción en el sector fabril y en el administrativo, y el posible avance al hogar electrónico, prometen cambiar todos los términos actuales de debate, tornando anticuadas la mayor parte de las cuestiones por las que, hoy en día, hombres y mujeres discuten, luchan y, a veces, mueren.

No podemos saber si el hogar electrónico se convertirá realmente en la norma del futuro. Sin embargo, ha de comprenderse que, si a lo largo de los próximos veinte o treinta años realizara este histórico desplazamiento nada más que entre el 10 y el 20% de la fuerza de trabajo tal como actualmente se halla definida, nuestra economía, nuestras ciudades, nuestra ecología, nuestra estructura familiar” nuestros valores e incluso nuestra política, se verían modificadas hasta resultarnos irreconocibles. Es una posibilidad -una plausibilidad quizá- que debe tenerse en cuenta.

Ahora se pueden ver entrelazados en mutua relación cierto número de cambios de tercera ola que generalmente se examinan por separado. Vemos una transformación de nuestro sistema energético y de nuestra base energética en una nueva tecnosfera. Esto ocurre al mismo tiempo que estamos desmasificando los medios de comunicación de masas y construyendo un entorno inteligente, revolucionando también, así, la infosfera. A su vez, estas dos gigantescas corrientes confluyen para cambiar la estructura profunda de nuestro sistema de producción, alterando la naturaleza del trabajo en la fábrica y en la oficina y, en último término, llevándonos a transferir de nuevo el trabajo al hogar.

Por sí solos, estos masivos cambios históricos justificarían fácilmente la afirmación de que nos encontramos al borde de una nueva civilización. Pero simultáneamente, estamos reestructurando también nuestra vida social, desde nuestros lazos familiares y nuestras amistades, hasta nuestras escuelas y corporaciones. Estamos a punto de crear también, junto con la tecnosfera y la infosfera de la tercera ola, una sociosfera de tercera ola.

XVII

FAMILIAS DEL FUTURO

Durante la gran depresión de los años 30, millones de hombres se quedaron sin trabajo. Al cerrarse ante ellos las puertas de las fábricas, muchos se desplomaron en abismos de desesperación y culpabilidad, quebrantada su autoestima por la rosada papeleta de despido.

Finalmente, el desempleo pasó a ser visto a una luz más sensata, no como resultado de la holgazanería o el fracaso moral del individuo, sino de fuerzas gigantescas que escapaban al control de la persona. La mala distribución de la riqueza, la inversión miope, la especulación desatada, políticas comerciales estúpidas, un Gobierno inepto… ésas, no la debilidad personal de los obreros despedidos, eran las causas del desempleo. Los sentimientos de culpabilidad eran, en la mayor parte de los casos, ingenuamente inapropiados.

Hoy, una vez más, los egos individuales se están rompiendo como cascarones de huevos lanzados contra la pared. Ahora, sin embargo, la culpabilidad está asociada al derrumbamiento de la familia nuclear, más que de la economía. Millones de hombres y mujeres sufren también los tormentos del autorreproche mientras emergen de entre los restos de sus matrimonios naufragados. Y, una vez más, gran parte de la culpabilidad se encuentra erróneamente asignada.

Cuando es una pequeña minoría la afectada, el resquebrajamiento de sus familias puede que refleje la existencia de fracasos individuales. Pero cuando el divorcio, la separación y otras formas de desastre familiar alcanzan simultáneamente a millones de personas en muchos países, es absurdo pensar que las causas sean puramente personales.

De hecho, la actual quiebra de la familia forma parte de la crisis general del industrialismo… el derrumbamiento de todas las instituciones levantadas por la segunda ola. Forma parte del despeje del terreno para dejar lugar a una sociosfera de tercera ola. Y este traumático proceso, reflejado en nuestras vidas individuales es lo que está alterando el sistema familiar hasta hacerlo irreconocible.

En la actualidad se nos dice repetidamente que “la familia” se está disgregando, o que “la familia” constituye nuestro problema número uno. El presidente Jimmy Cárter declara: “Es evidente que el Gobierno nacional debe tener una política favorable a la familia… No puede haber ninguna prioridad más urgente.” Trátese de predicadores, Primeros Ministros o de la Prensa, la piadosa retórica resulta en todos los casos muy semejante. Pero cuando hablan de “la familia” no se refieren a la familia en toda su exuberante variedad de formas posibles, sino a un tipo particular de familia: la familia de la segunda ola.

En lo que realmente suelen estar pensando es en un marido dedicado a ganar el pan, una esposa ama de casa y varios hijos pequeños. Aunque existen otros muchos tipos de familia, fue esta particular forma familiar -la familia nuclearia que la civilización de la segunda ola idealizó, hizo dominante y extendió por todo el mundo.

Este tipo de familia se convirtió en el modelo clásico y socialmente aprobado porque su estructura se ajustaba perfectamente a las necesidades de una sociedad de producción en serie, con valores y estilos de vida ampliamente compartidos, poder burocrático jerárquico y una clara separación entre vida hogareña y vida laboral.

Hoy, cuando las autoridades nos instan a “restaurar” la familia, es a esta familia nuclear de segunda ola a la que se refieren de ordinario. Y, con ello, no sólo yerran en el diagnóstico del problema, sino que revelan también una pueril ingenuidad con respecto a las medidas que realmente sería preciso adoptar para devolver a la familia nuclear su antigua importancia.

Así, las autoridades culpan frenéticamente de la crisis de la familia a todo, desde los “mercaderes de obscenidad”, hasta la música rock. Unos dicen que la oposición al aborto, o la eliminación de la educación sexual, o la resistencia al feminismo, volverá a unir de nuevo a la familia. O preconizan la realización de cursos de “educación familiar”. El principal estadístico del Gobierno de los Estados Unidos sobre asuntos familiares desea “educación más eficaz” para enseñar a la gente a casarse con más acierto, o, si no, un “sistema atractivo y científicamente comprobado para la selección de cónyuge”. Lo que necesitamos -dicen otros- son más consejeros matrimoniales e incluso más relaciones públicas para dar una mejor imagen a la familia. Ciegos a las formas en que las olas históricas de cambio influyen sobre nosotros, formulan propuestas bien intencionadas y, con frecuencia, necias que fallan por completo el blanco.

La campaña pro familia nuclear

Si realmente queremos devolver a la familia nuclear su anterior predominio, hay cosas que podríamos hacer. He aquí unas cuantas:

1. Inmovilizar toda la tecnología en su estadio de segunda ola para mantener una sociedad de producción en serie basada en la fábrica. Empezar destrozando el computador. El computador constituye una amenaza a la familia de segunda ola mayor que todas las leyes de aborto, movimientos en favor de los derechos de los homosexuales y pornografías del mundo, pues la familia nuclear necesita el sistema de producción en serie para mantener su dominio, y el computador nos está llevando más allá de la producción en serie.

2. Subvencionar la fabricación y detener el auge del sector de servicios en la economía. Los trabajadores administrativos, profesionales y técnicos, son menos tradicionales, menos orientados hacia la familia, más móviles intelectual y psicológicamente que los trabajadores manuales. Las tasas de divorcio se han “elevado al mismo tiempo que aumentaba el número de personas empleadas en el sector servicios.

3. “Resolver” la crisis de la energía aplicando procesos energéticos nucleares y otros de alta centralización. La familia nuclear encaja mejor en una sociedad Centralizada que en una descentralizada, y los sistemas energéticos afectan profundamente al grado de centralización social y política.

4. Prohibir los medios de comunicación crecientemente desmasificados, empezando por la televisión por cable y la cassette, pero sin pasar por alto las revistas locales y regionales. Las familias nucleares se desenvuelven mejor donde existe un consenso nacional sobre la información y los valores, no en una sociedad basada en una acusada diversidad. Aunque algunos críticos atacan ingenuamente a los medios de comunicación por socavar la familia, fueron los medios de comunicación quienes primero idealizaron la forma de familia nuclear.

5. Obligar a las mujeres a volver a la cocina. Reducir al mínimo absoluto los salarios de las mujeres. Reforzar, más que mitigar, los requisitos de antigüedad sindical para asegurar que las mujeres resulten más perjudicadas en la fuerza de trabajo. La familia nuclear no tiene ningún núcleo cuando no se queda ningún adulto en el hogar. (Naturalmente, se podría conseguir el mismo resultado invirtiendo las cosas, permitiendo a las mujeres trabajar mientras se obligaba a los hombres a permanecer en casa y cuidar de los hijos.)

6. Simultáneamente, reducir los salarios de los trabajadores jóvenes para hacerlos más dependientes, y durante más tiempo, de sus familias… y, en consecuencia, menos independientes psicológicamente. La familia nuclear se desnucleariza más aún cuando los jóvenes escapan al control paternal para acudir si trabajo.

7. Prohibir la contracepción e investigar la biología reproductiva. Ambas cosas favorecen la independencia de las mujeres y la actividad sexual extraconyugal, con un efecto relajador de los lazos familiares.

8. Reducir el nivel de vida de toda la sociedad a los niveles anteriores a 1935, ya que la opulencia permite que personas solteras, divorciadas, mujeres trabajadoras y otros individuos carentes de lazos familiares “se valgan” económicamente por sí solos. La familia nuclear necesita un punto de pobreza (no demasiado, ni demasiado poco) para mantenerse.

9. Finalmente, remasificar nuestra sociedad interrumpiendo su rápida desmasificación mediante la oposición a todos los cambios -en política, artes, educación, comercio u otros campos – que lleven a la diversidad, la libertad de movimientos e ideas o a la individualidad. La familia nuclear se mantiene dominante sólo en una sociedad de masas.

En suma, esto es lo que tendría que ser una política favorable a la familia si insistimos en definir a la familia como nuclear. Si verdaderamente deseamos restaurar la civilización de la segunda ola, habremos de estar dispuestos a restaurar la civilización de la segunda ola como un todo, a inmovilizar no sólo la tecnología, sino también la historia misma.

Pues lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola, en el que se suponía que todas las familias emulaban el idealizado modelo nuclear, y la aparición en su lugar de una diversidad de formas familiares. Así como estamos desmasificando nuestros medios de comunicación y nuestra producción, estamos desmasificando también el sistema familiar en el tránsito a una civilización de tercera ola.

Estilos de vida no nucleares

La llegada de la tercera ola no significa, naturalmente, el fin de la familia nuclear, como tampoco la llegada de la segunda ola significó el fin de la familia ampliada. Lo que significa es que la familia nuclear no puede ya servir de modelo ideal para la sociedad.

El hecho, no suficientemente valorado, es que, al menos en los Estados Unidos, donde más avanzada está la tercera ola, la mayoría de la gente vive ya fuera de la clásica forma de familia nuclear.

Si definimos la familia nuclear como un marido trabajador, una esposa ama de casa y dos hijos, y preguntamos cuántos norteamericanos viven realmente en este tipo de familia, la respuesta es sorprendente: el 7% de la población total de los Estados Unidos. El 93% de la población no se ajusta ya a este modelo ideal de la segunda ola.

Aunque ensanchemos nuestra definición para dar cabida en ella a familias en las que trabajen ambos cónyuges o en las que el número de hijos sea menor o mayor de dos, nos encontramos con que la inmensa mayoría -entre las dos terceras y las tres cuartas partes de la población- viven fuera de la situación nuclear. Además, todos los indicios apuntan en el sentido de que las familias nucleares (como quiera que decidamos definirlas) continúan reduciéndose en número, mientras otras formas se multiplican rápidamente.

En primer lugar, estamos presenciando un espectacular aumento en el número de personas que viven solas, completamente fuera de una familia. Entre 1970 y 1978, el número de personas de edades comprendidas entre los catorce y los treinta y cuatro años que vivían solas se triplicó casi en los Estados Unidos, pasando de 1,5 millones a 4,3 millones. Actualmente, la quinta parte de todos los hogares de los Estados Unidos están compuestos por una persona que vive sola. Y no todas esas personas se han visto obligadas a ello. Muchas lo eligen deliberadamente, al menos por algún tiempo. Dice una ayudante legislativa a una concejal de Seatle: “Yo pensaría en casarme si encontrase la persona adecuada, pero no renunciaría por ello a mi carrera.” Entretanto, vive sola. Forma parte de una amplia clase de adultos jóvenes que abandonan pronto su hogar, pero se casan tarde, creando así lo que el especialista en cuestiones censales Arthur Norton dice que es “una fase transitoria de la vida” que se está “convirtiendo en parte aceptable del propio ciclo vital”.

Mirando a un sector más viejo de la sociedad, encontramos gran número de personas anteriormente casadas, a menudo “entre dos matrimonios”, que viven golas y, en muchos casos, decididamente a gusto. El aumento de tales grupos ha creado una floreciente cultura de “solos” y una gran proliferación de bares, clubs, viajes turísticos y otros servicios o productos pensados para el individuo independiente. Al mismo tiempo, la industria inmobiliaria ha iniciado la oferta de terrenos en régimen de comunidad para personas solas y ha empezado a responder a la necesidad de apartamentos y hogares suburbanos más pequeños con un menor número de dormitorios. Casi la quinta parte de todos los compradores de pisos en los Estados Unidos son hoy personas solas.

Estamos experimentando también un fuerte incremento en el número de personas que viven juntas sin molestarse en formalismos legales. Según las autoridades de los Estados Unidos, este grupo se ha más que duplicado en la pasada década. La práctica se ha hecho tan común, que el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos ha abandonado la tradición y modificado sus normas para permitir que tales parejas ocupen viviendas públicas. Mientras tanto, los tribunales, desde Connecticut hasta California, tienen que habérselas con las complicaciones jurídicas y de propiedad que surgen cuando esas parejas “se divorcian”. Los columnistas que escriben sobre cuestiones de etiqueta lucubran sobre qué apellidos deben utilizarse al dirigirse a los compañeros, y ha surgido el “consejero de pareja” como nueva figura profesional, paralelamente al consejero matrimonial.

Cultura libre de hijos

Otro significativo cambio ha sido el aumento operado en el número de los que eligen conscientemente lo que se ha llegado a conocer como estilo de vida “libre de hijos”. Según James Ramey, investigador asociado del Centro de Investigación de Política, estamos presenciando un masivo desplazamiento de hogares “centrados en los hijos”, a hogares “centrados en los adultos”. A principios de siglo había relativamente pocas personas solas en la sociedad, y relativamente pocos padres vivían mucho tiempo después de que su hijo menor hubiese abandonado el hogar. Así, pues, la mayoría de las familias estaban, de hecho, centradas en los hijos. Por el contrario, ya en 1970 sólo uno de cada tres adultos vivían en los Estados Unidos en un hogar con hijos menores de dieciocho años.

En la actualidad están surgiendo organizaciones para fomentar la vida sin hijos, y en muchas naciones industriales se está extendiendo la renuncia a tener hijos. En 1960, sólo el 20% de mujeres norteamericanas casadas menores de treinta años vivían sin hijos. Para 1975, el número se había elevado hasta un 32%… un salto del 60% en quince años. Se ha creado una organización, denominada Alianza Nacional, para la Paternidad Opcional, con la finalidad de proteger los derechos de las personas sin hijos y combatir la propaganda pronatalista.

Una organización similar, la Asociación Nacional de Personas sin Hijos, ha surgido en Gran Bretaña, y a todo lo largo de Europa muchas parejas eligen deliberadamente también mantenerse sin hijos. En Bonn (Alemania Occidental), por ejemplo, Theo y Agnes Rohl, ambos de treinta y tantos años, él funcionario municipal, y ella secretaria, dicen: “No creemos que tengamos hijos…” Los Rohl gozan de una posición modestamente desahogada.

Poseen un pequeño hogar. De vez en cuando realizan algún viaje de vacaciones a California o al sur de Francia.

Los hijos alterarían drásticamente su forma de vida. “Estamos acostumbrados a nuestro estilo de vida tal como es -dicen-, y nos gusta ser independientes.”

Pero esta resistencia a tener hijos no es un signo de decadencia capitalista. Se da también en la Unión Soviética, donde muchas jóvenes parejas rusas repiten los sentimientos de los Rohl y rechazan expresamente la paternidad, hecho que preocupa a las autoridades soviéticas, habida cuenta de las todavía elevadas tasas de natalidad entre varías minorías nacionales no rusas.

Volviéndonos ahora hacia las personas que tienen hijos, la quiebra de la familia nuclear se evidencia más nítidamente aún en el espectacular aumento de familias uniparentales.

Se han producido tantos divorcios, rupturas y separaciones durante los últimos años -principalmente en familias nucleares-, que en la actualidad, nada menos que uno de cada siete niños norteamericanos es criado exclusivamente por el padre o la madre, y el número es más elevado aún: uno de cada cuatro en las zonas urbanas1.

El gran aumento de este tipo de familias que se ha operado ha originado el creciente reconocimiento de que, pese a no pocos y graves problemas, una familia uniparental puede, en determinadas circunstancias, ser mejor para el hijo que una familia nuclear continuamente desgarrada por enconadas disensiones. Periódicos y organizaciones sirven ahora a los padres solos y están elevando su conciencia de grupo y su influencia política.

Pero tampoco este fenómeno es exclusivamente norteamericano. En Gran Bretaña, una familia de cada diez está presidida actualmente por un solo ascendiente – casi la sexta parte de ellas por hombres-, las familias uniparentales forman lo que la revista New Society llama “el grupo de más rápido crecimiento en la pobreza”. Una organización con sede en Londres, el Consejo Nacional de Familias Uniparentales, ha sido creada para defender su causa.

En Alemania, una asociación de Colonia ha construido un bloque especial de apartamentos para este tipo de familias, proporcionándoles servicios de guardería infantil para que los padres y madres puedan trabajar. Y en Escandinavia se ha creado una red de derechos especiales de asistencia pública para ayudar a estas familias. Por ejemplo, los suecos, dan preferencia a las familias uniparentales en lo que se refiere a guarderías y atenciones infantiles. De hecho, tanto en Noruega como en Suecia una familia uniparental puede disfrutar de un nivel de vida más elevado que el de la típica familia nuclear.

Mientras tanto, ha surgido una desafiadora nueva forma de familia, que refleja la elevada tasa de nuevos matrimonios después del divorcio. En El “shock” del futuro la identifiqué como la “familia agregada”, en la que dos cónyuges divorciados y con hijos se vuelven a casar, aportando los hijos de ambos matrimonios (también los adultos) a una nueva forma familiar ampliada. Se estima en la actualidad que el 25% de los niños norteamericanos son, o no tardarán en serlo, miembros de esta clase de unidades familiares. Según Davidyne Mayleas, esas unidades, con sus “polipadres”, pueden constituir la principal forma familiar del futuro. “Estamos en una poligamia económica -dice Mayleas-, en el sentido de que las dos unidades familiares fusionadas se transfieren mutuamente dinero en forma de mantenimiento de los hijos u otros pagos. La difusión de esta forma familiar -informa-, ha ido acompañada de una creciente incidencia de relaciones sexuales entre padres e hijos sin lazos de sangre con ellos.”

Las naciones tecnológicamente avanzadas están actualmente llenas de una sorprendente variedad de formas familiares: matrimonios homosexuales, comunas, grupos de personas de edad que se reúnen para compartir gastos (y, a veces, experiencias sexuales), agrupaciones tribales entre ciertas minorías étnicas y muchas otras formas coexisten como nunca se había visto hasta ahora. Hay matrimonios contractuales, matrimonios seriales, agrupaciones familiares y una diversidad de redes íntimas, con sexo compartido o sin él, así como familias en las que el padre y la madre viven y trabajan en dos ciudades diferentes.

Y estas formas familiares apenas dan idea de la variedad, más rica aún, que burbujea bajo la superficie. Cuando tres psiquiatras – Kellam, Ensminger y Turner- intentaron catalogar las “variedades de familias” existentes en un barrio negro pobre de Chicago, identificaron “no menos de 86 combinaciones diferentes de adultos”, incluyendo numerosas formas de familias “madre-abuela”, familias “madre-tía”, familias “madre-padrastro” y familias “madre-otro”.

Enfrentados a este auténtico laberinto de relaciones de parentesco, incluso investigadores completamente ortodoxos han acabado por adoptar la opinión, en otro tiempo radical, de que estamos saliendo de la Era de la familia nuclear para entrar en una nueva sociedad, caracterizada por la diversidad de vida familiar. En palabras del sociólogo Jessie Bernard: “El aspecto más característico del matrimonio en el futuro será precisamente la diversidad de opciones abiertas a personas diferentes que desean cosas diferentes de sus relaciones mutuas.”

1. Contribuyen también al total los nacimientos fuera del matrimonio y las adopciones realizadas por mujeres solas y (cada vez más) por hombres solos.

La frecuentemente formulada pregunta: “¿cuál es el futuro de la familia?”, implica de ordinario que, al perder su predominio la familia nuclear de la segunda ola, será sustituida por alguna otra forma. Un resultado más probable es que durante la civilización de la tercera ola ninguna forma determinada dominará durante largo tiempo la reunión familiar. En lugar de ello, veremos una gran variedad de estructuras familiares. En vez de masas de personas viviendo en organizaciones familiares uniformes, veremos personas que circularán a través del sistema, trazando trayectorias personalizadas a lo largo de sus vidas.

Y tampoco significa esto la eliminación total o la “muerte” de la familia nuclear. Significa solamente que, en lo sucesivo, la familia nuclear no será más que una de las muchas formas socialmente aceptadas y aprobadas. A medida que avanza la tercera ola, el sistema familiar se está tornando desmasificado, junto con el sistema de producción y el sistema de información en la sociedad.

Relaciones “calientes”

Dada esta floración de una multiplicidad de formas familiares, es demasiado pronto para decir cuáles emergerán como estilos importantes en una civilización de la tercera ola.

¿Vivirán solos nuestros hijos durante muchos años, décadas quizá? ¿Se quedarán sin hijos? ¿Nos retiraremos a comunas de ancianos? ¿Y qué decir de posibilidades más exóticas? ¿Familias con varios maridos y una sola esposa? (Eso podría suceder si la ciencia genética nos permite seleccionar previamente el sexo de nuestros hijos y demasiados padres eligen varones.) ¿Y qué hay de familias homosexuales criando hijos? Los tribunales están ya discutiendo esta cuestión. ¿Y el potencial impacto de la clonificación?

Si cada uno de nosotros recorremos en nuestras vidas una trayectoria de experiencias familiares, ¿cuáles serán las fases? ¿Un matrimonio a prueba, seguido por un matrimonio de profesión doble y sin hijos, y luego un matrimonio homosexual con hijos? Las permutaciones posibles son infinitas. Y, pese a las exclamaciones de indignación, ninguna de ellas debe ser considerada inimaginable. Como ha dicho Jessie Bernard: “No hay en el matrimonio literalmente nada que alguien pueda imaginar que no haya sucedido ya realmente… Todas estas variaciones parecían completamente naturales a los que vivían con ellas.”

Qué formas familiares concretas desaparecerán y cuáles otras proliferarán, dependerá menos de las admoniciones lanzadas desde el púlpito sobre la “santidad de la familia”, que de las decisiones que tomemos respecto a la tecnología y al trabajo. Aunque son muchas las fuerzas que influyen en la estructura familiar -pautas de comunicación, valores, cambios demográficos, movimientos religiosos, incluso modificaciones ecológicas- es particularmente fuerte el lazo existente entre la forma familiar y la organización laboral. Así, del mismo modo que la familia nuclear fue promovida por el auge del trabajo fabril y de oficina, cualquier desplazamiento fuera, de la fábrica y la oficina ejercería también una profunda influencia sobre la familia.

Es imposible detallar, en el espacio de un solo capítulo, todas las formas en que los inminentes cambios en la fuerza de trabajo y en la naturaleza del trabajo alterarán la vida familiar. Pero uno de los cambios es tan potencialmente revolucionario y tan ajeno a nuestra experiencia, que necesita mucha más atención de la que ha recibido hasta ahora. Se trata, naturalmente, del desplazamiento del trabajo fuera de la oficina y la fábrica y su retorno al hogar. Supongamos por un momento que dentro de veinticinco años el 15% de la fuerza de trabajo esté empleada, a jornada parcial o completa, en el hogar. ¿Cómo modificaría la calidad de nuestras relaciones personales o el significado del amor el hecho de trabajar en casa? ¿Cómo sería la vida en el hogar electrónico?

“Ya consista el trabajo en casa en programar un computador, escribir un folleto, controlar lejanos procesos de fabricación, diseñar un edificio o mecanografiar correspondencia electrónica, está claro un cambio inmediato. La reubicación del trabajo en el hogar significa que muchos cónyuges que ahora se ven sólo un limitado número de horas al día se encontrarán reunidos más íntimamente. Algunos, sin duda, encontrarían aborrecible esta prolongada proximidad. Sin embargo, muchos otros encontrarían salvados sus matrimonios y enriquecidas sus relaciones a través de la experiencia compartida.

Visitemos varios hogares electrónicos para ver cómo podría adaptarse la gente a un cambio tan fundamental en la sociedad. Esa visita revelaría, sin duda, una amplia diversidad de organizaciones de la vida y el trabajo. En algunas casas, quizás en la mayoría, podríamos muy bien encontrar parejas que se repartieran las cosas más o menos convencionalmente, con una persona dedicada al “trabajo” mientras la otra se ocupa de la casa, él, quizás, escribiendo programas mientras cuida de los niños. Pero la misma presencia del trabajo en el hogar estimularía, probablemente, el reparto del trabajo y de las labores caseras. Por tanto, encontraríamos muchos hogares en los que el hombre y la mujer compartirían un único empleo de jornada completa. Por ejemplo, podríamos encontrar a marido y mujer turnándose en el control de un complejo proceso de fabricación sobre la pantalla de la consola instalada en el cuarto de trabajo.

Por el contrario, calle abajo descubriríamos probablemente una pareja que desempeñase no uno, sino dos empleos distintos, cada esposo trabajando por separado en el suyo. Un fisiólogo celular y un programador de computadores podrían trabajar cada uno en su actividad. Pero, al ser ambas de carácter tan diferente, aún es probable que los dos cónyuges compartan de alguna manera sus problemas, aprendan cada uno algo del vocabulario del otro y puedan tener intereses comunes y conversar acerca del trabajo.

En unas condiciones de este tipo, es casi imposible que la vida laboral de una persona quede por completo segregada de su vida personal. Por el mismo motivo, es casi imposible mantener al cónyuge fuera de toda una dimensión de la propia existencia.

En la casa de al lado (continuando nuestro examen) podríamos encontrar dos cónyuges con dos empleos diferentes, pero compartiendo ambos, el marido trabajando una parte de la jornada como planificador de seguros y la otra como ayudante de arquitecto, y la mujer realizando los mismos trabajos en turnos alternativos. Esta organización depararía a ambos un trabajo más variado y, por ende, más interesante.

En estos hogares ya se compartan uno o varios empleos, cada cónyuge aprende necesariamente del otro, participa en la resolución de problemas, interviene en una compleja interacción, cosas todas ellas que no pueden por menos de contribuir a profundizar la intimidad. Huelga decir que la proximidad forzada no garantiza la felicidad. Las unidades de familia ampliada de la primera ola, que eran también unidades de producción económica, difícilmente constituían modelos de sensibilidad interpersonal y mutuo apoyo psicológico. Esas familias tenían sus propios problemas y tensiones. Pero había pocas relaciones indiferentes o “frías”. El trabajar juntos aseguraba, aunque no fuera otra cosa, estrechas relaciones, complejas y “calientes”… una dedicación que muchas personas envidian hoy.

En resumen, la extensión del trabajo a domicilio en gran escala podría no sólo afectar a la estructura familiar, sino transformar también las relaciones en el seno de la familia. En otras palabras podría proporcionar un conjunto común de experiencias y hacer que los cónyuges volvieran de nuevo a hablar entre ellos. Podría desplazar sus relaciones a lo largo del espectro desde “frías” hasta “calientes”. Podría también redefinir el amor mismo y traer consigo el concepto de Amor Más.

Amor Más

Hemos visto cómo, al avanzar la segunda ola, la unidad familiar transfería muchas de sus funciones a otras instituciones: la educación, a la escuela; el cuidado de los enfermos, a los hospitales; etc. Este progresivo abandono de las funciones de la unidad familiar fue acompañado del crecimiento del amor romántico.

Una persona de la primera ola que buscara cónyuge podría haber preguntado: ¿Es mi futuro esposo buen trabajador? ¿Sabe tratar en caso de enfermedad? ¿Es buen maestro para los hijos que vengan? ¿Podemos trabajar juntos compatiblemente? ¿Sabrá asumir sus responsabilidades o las rehuirá?” Las familias campesinas preguntaban: “¿Es fuerte, capaz de agacharse y levantar pesos, o es enfermiza y débil?”

A medida que las funciones de la familia fueron siendo desplazadas durante la Era de la segunda ola, estas preguntas cambiaron. La familia ya no era una combinación de equipo de producción, escuela, hospital de campaña y guardería infantil. Se suponía que el matrimonio debía proporcionar compañía, actividad sexual, calor y apoyo. Antes de que pasara mucho tiempo, este cambio operado en las funciones de la familia quedó reflejado en nuevos criterios para la elección de cónyuge. Tales criterios se resumían en la palabra amor. Era el amor, nos aseguraba la cultura popular, lo que hace que el mundo siga girando.

Naturalmente, la vida real rara vez hacía honor a la ficción romántica. La clase, la posición social y los bienes económicos continuaron desempeñando un importante papel en la elección de cónyuge. Pero se suponía que todas estas consideraciones estaban supeditadas al Amor, con mayúscula.; La próxima aparición del hogar electrónico puede muy bien destruir esta Ingenua lógica. Es probable que quienes tienen ante sí la perspectiva de trabajar en casa con un cónyuge, en lugar de pasarse separados la mayor parte del tiempo de vigilia, tengan en cuenta otras consideraciones aparte la simple gratificación sexual o psicológica… o la posición social. Tal vez empiecen a insistir en el Amor Más, gratificación sexual y psicológica más cerebro (como sus abuelos favorecieron antaño el músculo), amor más escrupulosidad, responsabilidad, autodisciplina u otras virtudes, relacionadas con el trabajo. Tal vez -¿quién sabe?– oigamos a algún John Denver del futuro entonar canciones como:

Yo amo tus ojos, tus labios de fresa,

el demorado y lento y blando amor,

tu estilo con las teclas en la mesa,

tu gran destreza en el computador.

Más en serio, uno puede imaginar por lo menos algunas familias del futuro “sumiendo funciones adicionales en lugar de recortarlas, y actuando polifacéticamente, en vez de como una unidad social estrictamente especializada. Con un cambio semejante se transformarían los criterios utilizables para el matrimonio, la definición misma del amor.

La campaña en favor del trabajo infantil

Mientras tanto, es probable que los niños crecieran también de forma diferente en un hogar electrónico, aunque sólo fuera que vieran realmente la realización del trabajo. Los niños de la primera ola veían trabajar a sus padres desde el primer albor de su conciencia. Por el contrario los niños de la segunda ola -al menos en las generaciones recientes- eran segregados en escuelas y separados de la vida de trabajo. La mayoría de los niños actuales apenas tienen una nebulosa idea de lo que hacen sus padres o de cómo viven en sus lugares de trabajo. Una historia, posiblemente apócrifa, ilustra la cuestión: Un ejecutivo decide un día llevar a su hijo a su oficina y comer luego con él. El chico ve la oficina tapizada de gruesas alfombras, la iluminación indirecta, la elegante sala de visitas. Ve el lujoso restaurante, utilizable con cargo a la cuenta de gastos pagados, con sus obsequiosos camareros y sus exorbitantes precios. Finalmente, imaginándose su propio hogar e incapaz de contenerse, el muchacho exclama: “Papá, ¿cómo es que tú eres tan rico, y nosotros tan pobres?”

El hecho es que los niños de hoy -especialmente los niños de familias adineradas- se hallan totalmente apartados de una de las más importantes dimensiones de las vidas de sus padres. En un hogar electrónico, los niños no sólo observan el trabajo, sino que, a partir de cierta edad, pueden participar en él. Las restricciones de la segunda ola al trabajo infantil -originariamente bien intencionadas y necesarias, pero que en la actualidad son en gran medida un anacrónico artificio para mantener a los jóvenes apartados del ya recargado mercado laboral- resultan más difíciles de imponer en el marco del hogar. De hecho, ciertas formas de trabajo podrían estar específicamente diseñadas para muchachitos e incluso integradas en su educación. (Quien subestime la capacidad de incluso chicos muy jóvenes para comprender y llevar a cabo un trabajo sofisticado no han conocido a los rapaces de catorce o quince años que trabajan, a buen seguro ilegalmente, como “vendedores” en los establecimientos de computadores de California. Chiquillos que aún llevan aparatos correctores de la dentadura me han explicado a mí las complejidades de los computadores domésticos.)

La alineación de la juventud actual es en gran medida consecuencia de verse obligada a aceptar un papel no productivo en la sociedad durante una adolescencia interminablemente prolongada. El hogar electrónico contrarrestaría esta situación.

De hecho, la integración de los jóvenes en el trabajo en el hogar electrónico puede ofrecer la única solución verdadera al problema del elevado desempleo juvenil. En los años próximos, este problema se irá tornando cada vez más explosivo, con las consiguientes calamidades de delincuencia juvenil, violencia y degradación psicológica, y no podrá ser resuelta dentro del marco de una segunda ola si no es por medios totalitarios, el alistamiento de jóvenes, por ejemplo, para el servicio militar. El hogar electrónico abre un camino alternativo para dar nuevamente a los jóvenes funciones social y económicamente productivas, y tal vez veamos, antes de que pase mucho tiempo, campañas políticas en favor, no en contra, del trabajo infantil, junto con luchas para lograr las medidas necesarias que protejan a los niños de la explotación económica.

La familia amplia electrónica

Más allá de esto, cabe fácilmente imaginar la familia que trabaja en casa convirtiéndose en algo radicalmente distinto: una “familia amplia electrónica”.

Quizá la forma familiar más común en las sociedades de la primera ola era la llamada familia amplia, que reunía varias generaciones bajo un mismo techo. Había también “familias amplias” que, además de los miembros centrales, incluían uno o dos huérfanos no emparentados con ellas, un aprendiz o gañán adicional u otros. Cabe igualmente imaginar a la familia del mañana que trabaja en el propio hogar invitar a uno o dos extraños a ingresar en él… por ejemplo, a un colega de la empresa del marido o de la mujer, o quizás a un cliente o proveedor relacionado con su trabajo, o incluso el hijo de un vecino que quiere aprender el oficio. Se puede prever la constitución legal de una familia así en pequeña empresa sometida a leyes especiales para fomentar la asociación tipo comuna o la cooperativa. Para muchos, las personas que convivan en el hogar acabarían convirtiéndose en una familia amplia electrónica.

Es cierto que la mayor parte de las comunas formadas en las décadas de 1960 y 1970 se disgregaron rápidamente, lo cual parece sugerir que las comunas como tales son intrínsecamente inestables en las sociedades de alta tecnología. Sin embargo, un examen más atento revela que las que más rápidamente se desintegraron fueron las organizadas de manera fundamental con fines psicológicos… promover la sensibilidad interpersonal, combatir la soledad, proporcionar intimidad u otros semejantes. La mayoría carecían de base económica y se consideraban a sí mismas como experimentos utópicos. Las comunas que han logrado sobrevivir al paso del tiempo -y algunas lo han logrado- son, por el contrario, las que han tenido una clara misión externa, una base económica y una perspectiva práctica en lugar de puramente utópica.

Una misión externa produce el efecto de soldar íntimamente a un grupo. Puede incluso proporcionar la necesaria base económica. Si esta misión externa consiste en diseñar un nuevo producto, manejar el “papeleo electrónico” para un hospital, realizar el proceso de datos para un departamento de Compañía de Seguros, establecer los horarios de una Compañía aérea, preparar catálogos o dirigir un servicio de información técnica, la comuna electrónica del mañana puede, de hecho, resultar una forma familiar perfectamente viable y estable.

Además, como esas familias amplias electrónicas no estarían planteadas como repulsa al estilo de vida de todos los demás ni con fines demostrativos, sino como una parte integrante del entramado fundamental del sistema económico, aumentarían sus posibilidades de supervivencia. Puede incluso que encontremos familias amplias uniéndose entre sí para formar redes. Estas redes de familias amplias podrían suministrar algunos bienes o servicios sociales necesarios, cooperando para comercializar su trabajo o creando su propia versión de una asociación profesional que los represente. Internamente podrían, o no, compartir la actividad sexual a lo largo de líneas matrimoniales. Podrían, o no, ser heterosexuales. Podrían tener, o no, hijos.

Vemos, en suma, que es posible la resurrección de la familia amplia. En la actualidad, el 6% de los adultos norteamericanos viven en familias amplias corrientes. Cabría fácilmente imaginar que este número se duplicase o triplicase durante la próxima generación, ampliándose algunas unidades hasta incluir también a extraños. Y no se trataría de un suceso trivial, sino de un movimiento que afectaría a millones de personas sólo en los Estados Unidos. Para la vida de la comunidad, para las pautas de amor y matrimonio, para la reconstrucción de redes de amistad, para la economía y el mercado del consumidor, así como para la estructura de nuestra psique y nuestra personalidad, sería trascendental la difusión de la familia amplia electrónica.

No se presenta aquí esta nueva versión de la familia amplia como algo inevitable, ni como algo mejor o peor que algún otro tipo de familia, sino, simplemente, como un ejemplo de las numerosas formas familiares nuevas que es probable encuentren lugares viables en la compleja ecología social del mañana.

Ineptitud parental

Esta rica variedad de formas familiares no llegará a surgir sin que se produzcan penalidades y contratiempos. Pues todo cambio operado en la estructura de la familia impone también cambios en los papeles que desempeñamos. Toda sociedad crea, a través de sus instituciones, su propia arquitectura de papeles o expectativas sociales. La empresa y el sindicato definieron más o menos lo que se esperaba de obreros y patronos. Las escuelas fijaron los papeles respectivos de maestros y alumnos. Y la familia de la segunda ola asignó los papeles de trabajador, ama de casa e hijo. Al entrar en crisis la familia nuclear, los papeles asociados con ella empezaron a tambalearse y resquebrajarse… con tremendo impacto personal.

Desde el día en que el explosivo libro de Betty Friedan The Feminine Mystique desencadenó en muchas naciones el moderno movimiento feminista, hemos contemplado una ardua lucha por redefinir los papeles de hombres y mujeres en términos apropiados a un futuro de familia posnuclear. Las expectativas y el comportamiento de ambos sexos se han modificado con respecto a empleos, derechos legales y económicos, responsabilidades domésticas e incluso actividad sexual. “Ahora -escribe Peter Knobler, director de Crawdaddy, revista de música rock-, un tío tiene que habérselas con mujeres que rompen todas las reglas… Es necesario romper muchas reglas -añade-, pero eso no facilita mucho las cosas.”

La atribución de papeles se ve sacudida por la batalla en torno al aborto, por ejemplo, ya que las mujeres insisten en que ellas -no los políticos, ni los Sacerdotes, ni los médicos, ni siquiera los maridos- tienen derecho a controlar sus cuerpos. Los papeles sexuales quedan difuminados más aún al exigir los homosexuales, y obtener parcialmente, “derechos gay”. Está cambiando incluso el papel del niño en la sociedad. Surgen de pronto defensores de la aprobación de una Ley de Derechos de los Niños.

Los tribunales se ven inundados de casos que implican redefinición de papeles a, medida que se multiplican y ganan aceptabilidad las alternativas a la familia nuclear. ¿Deben los esposos no casados compartir sus bienes después de separarse? ¿Puede una pareja pagar a una mujer para que procree en su lugar un hijo mediante inseminación artificial? (Un tribunal británico ha dicho que no… pero, ¿por cuánto tiempo?) ¿Puede una lesbiana ser una “buena madre” y conservar la custodia de su hijo después de divorciarse? (Un tribunal americano dice que sí.) ¿ Qué es lo que se entiende por ser un buen padre o buena madre? Nada pone mejor de relieve la cambiante estructura de la atribución de papeles que la demanda presentada en Boulder, Colorado, por un airado hombre de veinticuatro años llamado Tom Hansen. Los padres pueden cometer errores, aducía el abogado de Hansen, pero deben responder legalmente -y económicamente- de los resultados. Así, la acción judicial de Hansen reclamaba 350.000 dólares en concepto de daños y perjuicios sobre una base legal sin precedentes: Ineptitud parental.

Facilitando el paso al mañana

Por detrás de toda esta confusión y este desorden, está empezando a constituirse un nuevo sistema familiar de la tercera ola, basado en una diversidad de formas familiares y papeles individuales más variados. Esta desmasificación de la familia abre muchas nuevas opciones personales. La civilización de la tercera ola no intentará ajustar velis nolis a todo el mundo en una única forma familiar. Por esta razón, el emergente sistema familiar podría darnos a cada uno de nosotros libertad para encontrar su propio lugar, para elegir o crear un estilo o trayectoria familiar sintonizado con las necesidades familiares.

Pero antes de que nadie pueda organizar un baile de celebración, es preciso enfrentarse con las dificultades de la transición. Atrapados en el derrumbamiento del antiguo sistema, y sin que el nuevo se halle aún instalado, millones de personas encuentran desconcertante, más que útil, el alto nivel de diversidad existente. En vez de experimentar un sentimiento de liberación, padecen a consecuencia del exceso de opciones y se sienten heridas, amargadas, sumidas en una tristeza y una soledad que la misma multiplicidad de sus opciones intensifica.

Para lograr que la nueva diversidad actúe en nuestro favor, en vez de hacerlo en contra de nosotros, necesitaremos cambios a muchos niveles a la vez: desde la moralidad y los impuestos, hasta las prácticas de empleo.

En el terreno de los valores necesitamos empezar a eliminar el injustificado sentimiento de culpabilidad que acompaña a la ruptura y reestructuración de las familias. En vez de exacerbar ese injustificado sentimiento de culpabilidad, los medios de comunicación, la Iglesia, los tribunales y el sistema político deberían esforzarse en reducir el nivel de culpabilidad.

La decisión de vivir fuera del marco de una familia nuclear debe ser facilitada, no dificultada. Por regla general, los valores cambian más lentamente que la realidad social. Así, no hemos desarrollado aún la ética de tolerancia ante la diversidad que exigirá y, al mismo tiempo, engendrará una sociedad desmasificada. Criadas en condiciones de segunda ola, firmemente educadas en la idea de que una clase de familia es “normal” y otras un tanto sospechosas, si no “aberrantes”, gran número de personas mantienen una actitud de intolerancia ante la nueva variedad de estilos familiares. Hasta que eso cambie, la angustia de la transición seguirá siendo innecesariamente elevada.

En la vida económica y social, los individuos pueden disfrutar de los beneficios de nuevas opciones familiares en tanto que las leyes, códigos fiscales, normas de seguridad social, organizaciones escolares, códigos de vivienda e incluso formas arquitectónicas sigan implícitamente orientados hacia la familia de la segunda ola. No tienen apenas en cuenta las necesidades especiales de las mujeres que trabajan, de los hombres que permanecen en el hogar para cuidar de sus hijos, de los solteros y “solteronas” (¡odiosa palabra!), ni de “familias agregadas” o viudas que viven solas o juntas. Todas estas agrupaciones han sufrido una discriminación, sutil o abierta, en las sociedades de la segunda ola.

Incluso mientras ensalzaba devotamente el cuidado del hogar, la civilización de la segunda ola negaba dignidad a la persona que realizaba esa tarea. El cuidado del hogar es un trabajo productivo y verdaderamente crucial, y precisa ser reconocido como parte de la economía. Para garantizar el más elevado rango social del cuidado del hogar, ya esté a cargo de mujeres o de hombres, de individuos o de grupos que trabajen juntos, tendremos que pagar salarios por él o atribuirle valor económico.

En la economía exterior al hogar, las prácticas de empleo en muchos lugares se basan todavía en la anticuada presunción de que el hombre es el fundamental ganador del sustento, y la esposa lo es sólo de forma suplementaria, prescindible, en vez de considerarla un copartícipe plenamente independiente, en el mercado de trabajo. Suavizando los requisitos de antigüedad, extendiendo el horario flexible, aumentando las oportunidades de trabajo en régimen de jornada reducida, no sólo humanizamos la producción, sino que la adaptamos a las necesidades de un sistema familiar en el que tienen cabida estilos distintos. En la actualidad existen muchos indicios de que el sistema de trabajo está empezando a acomodarse a la nueva diversidad de organizaciones familiares. Poco después de que Citibank, uno de los Bancos más importantes de los Estados Unidos, empezase a ascender a mujeres a puestos directivos, se observó que sus ejecutivos varones se casaban con sus nuevas colegas. Conforme a una antigua norma del Banco, no podían trabajar en él los dos miembros de un mismo matrimonio. Hubo que cambiar esa norma. Según Business Week, el “matrimonio laboral” está ahora floreciendo, con beneficios tanto para la empresa como para la vida familiar.

Es probable que, antes de que pase mucho tiempo, rebasemos en gran medida esas pequeñas adaptaciones. Tal vez veamos demandas no sólo para la contratación de “matrimonios laborales”, sino de que familias enteras trabajen juntas como equipo de producción. El hecho de que esto resultara ineficaz en la fábrica de la segunda ola no significa que sea necesariamente inadecuado en la actualidad. Nadie sabe el resultado que podrían dar estas políticas, pero, al igual que en otras cuestiones familiares, deberíamos estimular, y quizás incluso subvencionar públicamente experimentos en pequeña escala.

Estas medidas podrían facilitarnos el paso al mañana, reduciendo al mínimo para millones de personas el dolor de la transición. Pero, doloroso o no, un nuevo sistema familiar está emergiendo para sustituir al que caracterizó el pasado de la segunda ola. Este nuevo sistema familiar será una institución central en la nueva sociosfera que va tomando forma junto con las nuevas tecnosfera e infosfera. Es parte integrante del acto de creación social mediante el cual nuestra generación está construyendo una nueva civilización y va adaptándose a ella.

XVIII

LA CRISIS DE IDENTIDAD DE LA

CORPORACIÓN