ESCENA II
Una sala en el castillo.
(Entran Hamlet y dos o tres actores.)
HAMLET.—Te lo ruego, di el fragmento como te lo he recitado, con soltura de lengua. Mas si voceas, como hacen tantos cómicos, me dará igual que mis versos los diga el pregonero. Y no cortes mucho el aire con la mano, así; hazlo todo con mesura, pues en un torrente, tempestad y, por así decir, torbellino de emoción has de adquirir la sobriedad que le pueda dar fluidez. Me exaspera ver cómo un escandaloso con peluca desgarra y hace trizas la emoción de un recitado atronando los oídos del vulgo, que, en su mayor parte, sólo aprecia el ruido y las pantomimas mas absurdas. Haría azotar a ése por inflar a Termagante[21]: eso es más herodista que Herodes. Te lo ruego, evítalo.
ACTOR PRIMERO.—Esté segura Vuestra Alteza.
HAMLET.—Tampoco seas muy tibio: tú deja que te guíe la prudencia. Amolda el gesto a la palabra y la palabra al gesto, cuidando sobre todo de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin de la actuación, cuyo objeto ha sido y sigue siendo poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la virtud, el semblante del vicio y la forma y carácter de toda época y momento. Si esto se agiganta o no se alcanza, aunque haga reír al profano, disgustará al juicioso, cuya sola opinión debéis valorar mucho más que un teatro lleno de ignorantes. No quiero ser irreverente, pero he visto actores (elogiados por otros en extremo) que, no teniendo acento de cristiano, ni andares de cristiano, pagano u hombre alguno, se contonean y braman; de tal modo que parece que los hombres fuesen obra de aprendices de la Naturaleza, viendo lo vilmente que imitan a la humanidad.
ACTOR PRIMERO.—Señor, espero que eso lo tengamos bastante dominado.
HAMLET.—Dominadlo del todo. Y que el gracioso no se salga de su texto, pues los hay que se ríen para hacer reír a un grupo de pasmados, aunque sea en algún momento crítico del drama. Eso es infame, y demuestra una ambición muy lamentable en el gracioso. Anda, preparaos. (Salen los actores.)
(Entran Polonio, Rosencrantz y Guildenstern.)
¿Qué hay, señor? ¿Va a asistir el rey a la función?
POLONIO.—Con la reina, y en seguida.
HAMLET.—Apremiad a los actores.
(Sale Polonio.)
¿Queréis ayudarle a darles prisa?
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.—Sí, Alteza. (Salen.)
(Entra Horacio.)
HAMLET.—¡Eh, Horacio!
HORACIO.—Aquí estoy, mi señor, a vuestras órdenes.
HAMLET.—Horacio, eres el más ponderado de cuantos hombres haya conocido.
HORACIO.—Querido señor…
HAMLET.—No, no pienses que te adulo. ¿Qué ventaja podría yo esperar de ti, que no tienes más renta para comer y vestirte que tus propias cualidades? ¿A qué adular al pobre? No, que la lengua melosa endulce vanidades y se doblen las solícitas rodillas si el halago rinde beneficio. Escucha. Desde que mi persona aprendió a escoger y supo distinguir, su elección recayó en ti. Tú has sido como aquel que, sufriéndolo todo, nada sufre; un hombre que, sereno, recibe por igual reveses y favores de Fortuna. Dichoso el que armoniza pasión y buen sentido y no es flauta al servicio de Fortuna por sonar como le plazca. Dame un hombre que no sea esclavo de emociones, y le llevaré en mi corazón; sí, en el corazón del corazón, como yo a ti. Pero ya basta. Esta noche actúan ante el rey. Las circunstancias de una escena se aproximan a las que ya te dije de la muerte de mi padre. Te lo ruego, cuando presenten el hecho observa a mi tío con la máxima atención que te dé el alma. Si durante un fragmento no sale a la luz su escondida culpa, el espectro que hemos visto está maldito y mis figuraciones son inmundas cual la fragua de Vulcano. Fíjate en él; yo pienso clavarle mis ojos en su cara. Después uniremos pareceres cuando juzguemos su reacción.
HORACIO.—Sí, Alteza. Si durante la comedia hurta algo a mi atención y se me escapa, yo pagaré el robo.
HAMLET.—Ya vienen a la función. Me haré el loco. Búscate un sitio.
(Marcha danesa. Toque de clarines. Entran el Rey, la Reina, Polonio, Ofelia, Rosencrantz, Guildenstern y nobles del séquito, con la Guardia Real llevando antorchas.)
REY.—¿Cómo lo pasa mi sobrino Hamlet?
HAMLET.—Pues muy bien; con el yantar camaleónico: vivo del aire, relleno de promesas. Ni el capón se ceba así.
REY.—¡No entiendo tus palabras, Hamlet. A mí no me responden.
HAMLET.—Ni a mí tampoco. (A Polonio.) Señor, actuasteis una vez en la universidad, ¿no es así?
POLONIO.—Sí, Alteza, y me tenían por buen actor.
HAMLET.—¿Y qué papel representasteis?
POLONIO.—El de Julio César. Me mataron en el Capitolio. Me mató Bruto.
HAMLET.—Bruto capital tenía que ser para matar a ese cabestro. —¿Están listos los cómicos?
ROSENCRANTZ.—Sí, Alteza. Esperan vuestra orden.
REINA.—Mi buen Hamlet, ven; siéntate a mi lado.
HAMLET.—No, buena madre; aquí hay un imán más atrayente.
POLONIO.—(Al Rey.) ¡Vaya! ¿Habéis oído?
HAMLET.—Señora, ¿puedo echarme en vuestra falda?
OFELIA.—No, mi señor.
HAMLET.—Quiero decir apoyando la cabeza.
OFELIA.—Sí, mi señor.
HAMLET.—¿Creéis que pensaba en el asunto?
OFELIA.—No creo nada, señor.
HAMLET.—No está mal lo de echarse entre las piernas de una dama.
OFELIA.—¿Cómo, señor?
HAMLET.—Nada.
OFELIA.—Estáis alegre, señor.
HAMLET.—¿Quién, yo?
OFELIA.—Sí, Alteza.
HAMLET.—¡Vaya por Dios! ¡Vuestro autor de mojigangas! Pero, ¿qué puede hacer uno sino estar alegre? Mirad lo contenta que está mi madre, y mi padre murió hace menos de dos horas.
OFELIA.—No, hace dos veces dos meses.
HAMLET.—¿Tanto? Entonces al diablo estas ropas, que mi luto será fastuoso. ¡Por Dios! ¡Muerto hace dos meses y aún no olvidado! Entonces hay esperanza de que el recuerdo de un gran hombre le sobreviva seis meses. ¡Por la Virgen! Tendrá que construir iglesias o soportar el olvido, igual que el caballito, cuyo epitafio reza: «¡Qué pecado! Al caballito olvidaron.»[22]
(Suenan oboes. Se inicia la pantomima.)
Entran un rey y una reina, abrazándose con gran ternura. La reina se arrodilla y con gestos le asegura su amor. El rey la levanta, le pone la cabeza sobre el hombro y se tiende sobre un lecho de flores. Ella, al verle dormido, se aleja. Pronto entra un hombre, que le quita la corona, la besa, vierte veneno en los oídos del rey y sale. Vuelve la reina, le ve muerto y hace gestos de dolor. El envenenador, con dos o tres comparsas, vuelve a entrar y da muestras de condolencia. Se llevan el cadáver. El envenenador corteja a la reina con regalos. Al principio, ella parece reacia y opuesta, pero al final acepta su amor. (Salen.)
OFELIA.—¿Qué significa eso, señor?
HAMLET.—Es un malhecho al acecho, que quiere decir desastre.
OFELIA.—Tal vez la pantomima exprese el argumento de la obra.
(Entra el Faraute.)
HAMLET.—Éste nos lo dirá. Los cómicos no saben guardar secretos; lo cuentan todo.
OFELIA.—¿Explicará lo que hemos visto?
HAMLET.—Eso o lo que queráis enseñarle. Si no os da reparo que mire, a él tampoco le dará deciros qué significa.
OFELIA.—¡Qué malo, qué malo sois! Voy a seguir la obra.
FARAUTE.—
Al presentar la tragedia
rogamos vuestra clemencia
y vuestra atenta paciencia.
(Sale.)
HAMLET.—¿Qué es esto, un prólogo o un lema de sortija?
OFELIA.—Ha sido breve, señor.
HAMLET.—Como amor de mujer.
(Entran dos actores[23], Rey y Reina.)
ACTOR REY.—
El carro de Febo ya dio treinta vueltas
al mar de Neptuno y al orbe de Gea,
y al mundo han bañado treinta veces doce
lunas rutilantes otras tantas noches
desde que Himeneo y Amor nos juntaron
las manos y almas en vínculo santo.
ACTOR REINA.—
Haya tantos giros de luna y de sol
antes que se pierda nuestro inmenso amor.
Mas, ¡pobre de mí! Te veo tan doliente
y sin la alegría que has gozado siempre,
que estoy alarmada. Mas, aunque esté inquieta,
señor, tú no debes sentir impaciencia,
pues ansia y amor de mujer cambian juntos:
ambos en exceso o nada ninguno.
Ya te he demostrado cuán grande es mi amor,
y de esa medida ahora es mi temor.
ACTOR REY.—
Muy pronto, mi amor, habré de dejarte,
pues ya no soy dueño de mis facultades.
Honrada y amada, sola quedarás
en el bello mundo; y esposo, quizá,
con igual cariño…
ACTOR REINA.—
¡No sigas, no sigas!
Traición a mi alma tal amor sería.
Si tomo otro esposo, él sea mi infierno,
pues quiere un segundo quien mató al primero.
HAMLET.—¡Ajenjo, ajenjo!
ACTOR REINA.—
A otro matrimonio nunca dan lugar
razones de amor, mas de utilidad.
A mi esposo muerto mataría otra vez
si en el lecho a otro yo fuese a ceder.
ACTOR REY.—
No dudo que sientas lo que ahora me dices,
mas muchos designios no suelen cumplirse;
pues son los esclavos de nuestra memoria:
fuertes cuando nacen, mas su fuerza es corta.
Como el fruto verde, se aferran al árbol;
cuando están maduros, caen sin tocarlos.
Todos olvidamos, y por conveniencia,
pagarnos nosotros nuestras propias deudas.
Si nos proponemos algo con pasión,
veremos que muere pasado el ardor;
pues, cuando es violenta, la pena o la dicha
en sus propios actos se mata a sí misma.
Donde hay grande dicha, la pena más daña:
la dicha y la pena oscilan por nada.
El mundo es fugaz, y extrañar no debe
que nuestro amor mismo cambie con la suerte,
pues al juicio nuestro queda la cuestión:
si amor guía a fortuna o fortuna a amor.
Cuando el grande cae, sus íntimos huyen;
no tendrá enemigos el pobre que sube.
El amor, por tanto, sirve a la fortuna,
y para el pudiente amigos abundan;
pruebe a un falso amigo quien sufra escasez
y un gran enemigo pronto ha de tener.
Mas, para acabar donde he comenzado,
deseo y destino corren tan contrarios
que nuestros designios siempre se deshacen:
la intención es nuestra, mas no el desenlace.
Dices que no piensas casarte con otro;
morirá tu idea tras morir tu esposo.
ACTOR REINA.—
Ni frutos la tierra, ni luz me dé el cielo,
ni solaz el día, ni la noche el sueño.
¡Que todo contrario que enturbie la dicha
destruya los grandes deseos de mi vida!
¡Que aquí y más allá me acose la angustia
si vuelvo a casarme cuando yo sea viuda!
HAMLET.—¡Como no lo cumpla…!
ACTOR REY.—
Solemne promesa. Y ahora déjame:
el sueño me vence y deseo distraer
el tiempo durmiendo.
(Se duerme.)
ACTOR REINA.—
Tu mente descanse,
y que la desgracia jamás nos separe.
(Sale.)
HAMLET.—Señora, ¿qué os parece la obra?
REINA.—Creo que la dama promete demasiado.
HAMLET.—Mas cumplirá su palabra.
REY.—¿Conoces el argumento? ¿No hay nada que ofenda?
HAMLET.—No, no. Todo es simulado, incluso el veneno. No hay nada que ofenda.
REY.—¿Cómo se llama la obra?
HAMLET.—«La ratonera.» ¿Que por qué? Es metafórico. La pieza representa un crimen cometido en Viena. El duque se llama Gonzago; su esposa, Baptista. Ya veréis. Una canallada, pero, ¿qué más da? A Vuestra Majestad y a los libres de culpa no nos toca. El jamelgo, que respingue, que nuestros lomos no pican.
(Entra Luciano.)
Este es un tal Luciano, sobrino del rey.
OFELIA.—Hacéis muy bien de coro, Alteza.
HAMLET.—Podría decir el diálogo entre vos y vuestro amado si viera a los títeres en danza.
OFELIA.—Estáis muy mordaz, señor.
HAMLET.—Quitarme el hambre os costará un buen suspiro.
OFELIA.—Cuanto mejor, peor.
HAMLET.—Así confundís a los maridos. —Empieza, criminal. ¡Venga! Déjate de muecas y empieza. Vamos, que el cuervo ha graznado en son de venganza.
LUCIANO.—
Negros pensamientos, poción, manos prestas,
sazón favorable, nadie que lo vea;
ponzoña de hierbas en sombras cogidas,
tres veces por Hécate infecta y maldita,
tu natural magia e influjo maléfico,
la salud y vida róbenle al momento.
(Le vierte el veneno en el oído.)
HAMLET.—Le envenena en el jardín para quitarle el reino. Se llama Gonzago. La historia se conserva y está escrita en espléndido italiano. Ahora veréis cómo el asesino se gana el amor de la esposa de Gonzago.
OFELIA.—El rey se levanta.
HAMLET.—¡Cómo! ¿Le asusta el fogueo?[24]
REINA.—Mi señor, ¿qué os pasa?
POLONIO.—¡Cese la función!
REY.—Traedme luz. Vámonos.
NOBLES.—¡Luces, luces, luces!
(Salen todos menos Hamlet y Horacio.)
HAMLET.—
Dejad que, herido, llore el corzo
y brinque el gamo ileso,
pues, si unos duermen, velan otros
y el mundo sigue entero.
Amigo, si la suerte fuese a abandonarme, con esto, un penacho de plumas y dos rosetas de Provenza en mis zapatos calados, ¿verdad que entraría de socio en una tropa de actores?
HORACIO.—Con media participación[25].
HAMLET.—No, una entera.
Mi buen Damón[26], ya te he contado
que el reino fue muy pronto
de nuestro Jove despojado
y ahora reina un… mico.
HORACIO.—Así no hay rima.
HAMLET.—¡Ah, Horacio! Mil libras a que el espectro no mintió. ¿Te has fijado?
HORACIO.—Perfectamente, Alteza.
HAMLET.—¿Al mencionarse el veneno?
HORACIO.—Le observé muy bien.
(Entran Rosencrantz y Guildenstern.)
HAMLET.—¡Ajá! ¡Vamos, música! ¡Venga, las flautas!
Pues si al rey no le gusta la función,
será que no le gusta, y se acabó.
¡Vamos, música!
GUILDENSTERN.—Señor, concededme un momento.
HAMLET.—Todo un siglo.
GUILDENSTERN.—El rey…
HAMLET.—Ah, sí, ¿qué le pasa?
GUILDENSTERN.—Está en sus aposentos y alterado.
HAMLET.—¿Por el vino?
GUILDENSTERN.—No, Alteza, de cólera.
HAMLET.—Tenías que haber sido más sensato y decírselo a su médico, pues, si de mí depende el que se purgue, quizá se agrave su cólera.
GUILDENSTERN.—Mi señor, poned en orden las palabras y no os apartéis tan bruscamente de mi asunto.
HAMLET.—Estoy suave. Declama.
GUILDENSTERN.—Vuestra madre la reina, con el ánimo angustiado, me envía a vos.
HAMLET.—Sé bienvenido.
GUILDENSTERN.—No, Alteza; esta clase de cumplido no es de buena ley. Si tenéis a bien darme una respuesta sana, cumpliré el encargo de vuestra madre. Si no, vuestro permiso y mi vuelta pondrán fin a este asunto.
HAMLET.—No puedo.
GUILDENSTERN.—¿No podéis qué, señor?
HAMLET.—Darte una respuesta sana: mi cabeza está enferma. Pero, en fin, cuantas respuestas pueda darte serán tuyas o, como dices, más bien de mi madre. Conque basta y al grano. Mi madre, dices…
ROSENCRANTZ.—Dice que vuestra conducta la ha sumido en el pasmo y desconcierto.
HAMLET.—¡Qué maravilla de hijo, que tanto asombra a su madre! Pero, ¿qué cola trae la materna admiración?
ROSENCRANTZ.—Antes que os acostéis desea hablar con vos en su aposento.
HAMLET.—Será obedecida, así fuera diez veces mi madre. ¿Alguna otra cosa?
ROSENCRANTZ.—Señor, antes me apreciabais.
HAMLET.—Y ahora también, por mis manos pecadoras.
ROSENCRANTZ.—Señor, ¿a qué se debe vuestro mal? Os empeñáis en negaros vuestra propia libertad al no confiar vuestras penas a un amigo.
HAMLET.—Señor, no puedo medrar.
ROSENCRANTZ.—¿Cómo es posible, si tenéis el voto del rey para sucederle en Dinamarca?
HAMLET.—Sí, pero, entre tanto, «el que espera…». El refrán ya está pasado.
(Entra uno con una flauta.)
¡Ah, la flauta! A ver. —En confianza, ¿por qué dais tantas vueltas y me ahuyentáis como si me empujarais a una trampa?
GUILDENSTERN.—Mi señor, si mi lealtad es tan osada, mi afecto es descortés.
HAMLET.—No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?
GUILDENSTERN.—Señor, no sé.
HAMLET.—Te lo ruego.
GUILDENSTERN.—Creedme, no sé.
HAMLET.—Te lo suplico.
GUILDENSTERN.—Señor, no sé tocarla.
HAMLET.—Tan fácil es como mentir. Tapa estos agujeros con los dedos y el pulgar, dale aliento con la boca y emitirá una música muy elocuente. Mira, estos son los agujeros.
GUILDENSTERN.—Pero no sabré sacarles ninguna melodía. Me falta el arte.
HAMLET.—Vaya, mira en qué poco me tienes. Quieres hacerme sonar, parece que conoces mis registros, quieres arrancarme el corazón de mi secreto, quieres tantearme en toda la extensión de mi voz; y, habiendo tanta música y tan buen sonido en este corto instrumento, no sabes hacerle hablar. ¡Voto a…! ¿Crees que yo soy más fácil de tocar que esta flauta? Ponedme el nombre de cualquier instrumento; aunque me destempléis, no soltaré nota.
(Entra Polonio.)
Dios os guarde, señor.
POLONIO.—Señor, la reina quiere hablar con vos en seguida.
HAMLET.—¿Veis esa nube que tanto se parece a un camello?
POLONIO.—Por Dios que es igual que un camello.
HAMLET.—Parece una comadreja.
POLONIO.—El lomo es de comadreja.
HAMLET.—¿No parece una ballena?
POLONIO.—Igual que una ballena.
HAMLET.—Entonces iré pronto con mi madre. —(Aparte.) Me agotan el histrionismo. —Iré pronto.
POLONIO.—Se lo diré.
(Sale.)
HAMLET.—«Pronto» se dice pronto. —Y ahora, dejadme, amigos.
(Salen todos menos Hamlet.)
Ya es la hora embrujada de la noche en que se abren los sepulcros y el infierno exhala al mundo su infección. Ahora bebería sangre caliente y cometería atrocidades que, al verlas, el día se estremeciera. Ya basta. Ahora, con mi madre. No te corrompas, corazón. Que el alma de Nerón no invada mi ánimo[27]. Pierda yo bondad, mas no sentimiento. Le diré venablos, pero sin herirla. Haya hipocresía entre mi alma y mi lengua. Aunque la repruebe con duras palabras, ponerlas por obra no quiera mi alma.
(Sale.)