Capítulo 4
Gina se preguntó qué estaría tramando Flint. La noche anterior él había estado en su apartamento, y aquella tarde había insistido en que fuera a su oficina. Al parecer, le tenía una sorpresa reservada. Gina no se fiaba de él, pero le pudo la curiosidad y se presentó allí.
Cuando atravesó el área de recepción, Kerry, la leal asistente de Flint, levantó la vista de la pantalla de su ordenador.
—La está esperando —le dijo la joven con una sonrisa—. Puede pasar.
—Gracias —contestó Gina exhalando un suspiro.
Encontró a Flint esperándola con tres percheros portátiles llenos de ropa, varias cajas de zapatos y un espejo de cuerpo entero traído especialmente para la ocasión.
—¿Qué es todo esto? —preguntó ella.
—Una selección de tu guardarropa para las próximas dos semanas —respondió él con su típica sonrisa de asesor—. Le dije a una estilista lo que necesitarías y ella me lo ha enviado. Se encarga de vestir a algunas de las mujeres más famosas del mundo.
Gina le echó un vistazo a la ropa que había en las perchas: Trajes de noche, vestidos ajustados, faldas que apenas le cubrirían el trasero...
—Pruébate éste —dijo Flint sacando una vestido largo plateado—. Puedes cambiarte en mi baño. Y si te queda bien, te lo puedes poner mañana por la noche.
Gina observó aquel traje centelleante. Se abrochaba por delante, dejando un espacio mínimo para cubrirle los senos.
—Supongo que estás de broma...
—Estarás muy sexy con él puesto, nena.
—Si tanto te gusta, puedes ponértelo tú.
Dispuesto a no rendirse, Flint buscó otro traje, esta vez un vestido color cereza muy corto.
—¿Qué te parece este? Tiene un cinturón a juego.
Un cinturón que Gina iba a utilizar como correa si él seguía sacándole trajes.
—No vas a convertirme en una tía buena, Flint. Así que olvídalo.
—Eres una mojigata, Gina —dijo Flint colgando el vestido en el perchero.
—No lo soy —respondió ella cruzándose de brazos.
—¿Ah, no? —contestó Flint sentándose en la esquina de su escritorio con un mechón de pelo cayéndole sobre la frente—. Me apuesto lo que sea a que nunca has hecho el amor en un avión. Ni en el ascensor. Ni siquiera debajo de un árbol, en el parque.
Gina trató de actuar como si su acusación no la hubiera hecho avergonzarse.
—Es ilegal andar por ahí enrollándose en sitios públicos.
—Cierto, pero eso es lo que lo hace tan excitante.
Ella hizo todo lo que humanamente pudo por evitar su mirada, pero podía sentir aquellos ojos ardientes lanzando chispas sexuales en su dirección.
—Yo soy una dama —dijo entonces—. Me comporto en público con propiedad.
—Ya, pero ¿no te gustaría hacer realidad alguna vez tus fantasías?
—No fantaseo con los aviones.
—¿Y qué me dices del ascensor? —insistió él ladeando suavemente la cabeza.
Muy bien, tal vez allí la había pillado, pero desde luego no iba a ser tan estúpida de admitirlo. Gina no era lo suficientemente lanzada como para llevar a cabo sus fantasías ni vivir al límite. Conducía un Sedan de lujo en lugar de un deportivo, se iba de vacaciones a lugares prácticos en vez de a sitios exóticos e impredecibles, y batallaba contra una úlcera que se le abría cada vez que el estrés alcanzaba el nivel suficiente en su particular escala de Richter.
—¿Yen privado? —dijo entonces Flint.
—Perdona, ¿cómo dices? —preguntó ella alzando los ojos.
—¿En privado también te comportas con propiedad? —se explicó él mientras examinaba un vestido de cuero negro digno de una profesional del sadomasoquismo.
A Gina se le secó la boca. Sólo se había acostado con dos hombres en su vida, y a ninguno le había arrancado nunca la ropa ni le había arañado la espalda. Pero tampoco era ninguna puritana.
—Me comporto como debo.
—Ponte esto —ordenó Flint pasándole aquel minivestido—. Quiero verte las piernas. Enteras, hasta los muslos.
—No —respondió ella agarrando el traje que él le tendía.
—Se supone que tenemos que convencer al mundo de que somos amantes —aseguró él mirándola fijamente—. Eres consciente de eso, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. Pero, ¿no podríamos fingir que nuestra primera cita es eso, una primera cita, y no convertirnos en amantes de inmediato?
—Sí, podemos hacerlo. Pero sólo tenemos unas pocas semanas para hacer este montaje, así que tendrás que rendirte a mis encantos lo más pronto posible.
—¿Y por qué no puedes tú rendirte a los míos?
—Porque irás vestida como una mojigata, por eso.
—Muy bien. Llevaré algo provocativo, pero lo comparé yo misma —aseguró Gina colgando aquel vestido de dominadora en el perchero—. ¿Dónde vamos a ir, por cierto?
—Al estreno de una obra de teatro. Una obra erótica —añadió Flint—. Así que prepárate para noche tórrida.
Gina sintió cómo se le aceleraba al corazón dentro del pecho. ¿Una obra pornográfica? ¿Una noche tórrida?
—Puedo soportar cualquier cosa que se te ocurra —lo retó ella.
Gina observó su imagen en el espejo. ¿Se atrevería de verdad a llevar aquello puesto en público?
El tejido blanco de su vestido se ajustaba a su cuerpo con líneas sencillas. Pero ese no era el problema. El vestido dejaba la espalda completamente desnuda, lo que significaba que no llevaba puesto sujetador, algo que Gina no había hecho nunca hasta el momento.
¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba tratando de competir con la antigua Tara Shaw, intentando probarle a Flint que podía ser tan deseable como su ex amante?
Gina miró su reloj y el corazón le dio un vuelco. Él llegaría en cualquier momento.
Echó un vistazo alrededor en busca de sus zapatos, el chal, y el bolso de noche en el que llevaba la medicina para el estómago. Estuvo a punto de caerse al colocarse los tacones, y en el momento en que se echaba un último vistazo en el espejo, sonó el telefonillo.
—Espérame en la planta baja. Enseguida abro —dijo Gina a través del intercomunicador mientras abría la puerta.
Luego se colocó el chal que hacía juego con el vestido, y pensó en la posibilidad de tomarse un vaso de vino para calmar los nervios. Pero tal vez le irritaría la úlcera, así que desechó la idea y decidió tomarse unos minutos para tranquilizarse.
Cuando abrió la puerta de su apartamento, estuvo a punto de chocarse contra Flint.
Él iba muy elegante, vestido con un traje negro de corte clásico, una camisa blanca almidonada y una fina corbata negra.
—Te he dicho que me esperaras abajo —dijo Gina cerrando la puerta tras ella.
—¿Desde cuándo hago caso de lo que tú me dices? —respondió Flint con una mueca rebelde—. Quítate el chal y déjame ver el vestido.
—Es un traje muy provocativo —le advirtió ella tratando de aparentar naturalidad—. Hará que se fijen en mí.
—Deja que sea yo quien lo juzgue —dijo Flint acercándose para sacarle el chal.
—Yo lo haré.
Gina se despojó de la prenda y se la quitó, dando un giro rápido para mostrar su espalda desnuda. Luego trató de volver a taparse.
—Un momento. Espera —ordenó Flint agarrando el chal y dejándola vulnerable ante sus ojos.
Aquellos ojos de reflejos ámbar.
Gina se abrazó a sí misma, deseando no haber optado por un vestido sin sujetador. Cuando Flint posó la mirada sobre sus pezones, ella se agarró al bolso.
«Di algo, por favor», pensó para sus adentros. «No te quedes ahí mirando sin decir nada».
Él dio un paso adelante, y Gina trató de respirar con normalidad.
—¿Puedes devolverme mi chal, por favor?
—No —respondió él dejando la prenda sobre la barandilla—. Quiero mirarte más.
—Me estás poniendo nerviosa, Flint.
—Lo sé.
Él se acercó otro tanto, y Gina se estremeció.
—Relájate. Se supone que estamos a punto de convertirnos en amantes. No puedes dar un respingo cada vez que te toque.
Flint deslizó las manos por su cabello.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Gina, tratando de combatir un súbito mareo.
—Quitarte algunas horquillas —respondió él mientras enroscaba un mechón de rizos entre los dedos—. Mejor. Ahora estás perfecta.
Gina no podía imaginarse qué aspecto tendría con la mitad del recogido deshecho. Probablemente, desaliñado. Como si acabara de levantarse de la cama.
Flint dio un paso atrás y le entregó su chal. Tomaron el ascensor, y el trayecto hacia el primer piso pareció durar una eternidad.
—¿Crees que alguien habrá hecho el amor aquí alguna vez? —preguntó Flint.
—No creo. Quiero decir, seguro que no.
A sus hermanas no se les ocurriría hacer algo semejante. Por supuesto que no. Rita y María eran unas señoritas, igual que ella.
—Deberíamos fingirlo alguna vez —dijo Flint con cara de niño travieso—. Hacer como si lo estuviéramos haciendo aquí.
—Eso no tiene gracia.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Gina se bajó con los pezones tan duros como balas.
—Por cierto, tenemos que posar para el marido de Kerry. Nos va a hacer unas fotografías eróticas —comentó Flint como si tal cosa cuando se hubieron subido a su Corvette deportivo.
—¿Cómo dices? —preguntó Gina con voz ahogada.
—El marido de Kerry es un artista, y está de acuerdo. Le vendrá bien la publicidad. Hemos acordado que nos hará algunas fotos sensuales, pero antes de que tenga la oportunidad de elegir cuál va a utilizar para pintar nuestro retrato, alguien le robará las fotos de su estudio para vendérselas a una revista —aseguró Flint sin quitar ojo de la carretera—. Seremos la comidilla de la ciudad.
—¿Fotos sensuales? —repitió Gina casi sin respiración—. ¿Por qué no me has hablado de esto antes?
—No quería contarte todo el plan de sopetón —se excusó él.
—No pienso hacerlo —aseguró Gina cruzándose de brazos—. De ningún modo pienso permitir que circulen por ahí ese tipo de fotografías mías. Y no pienso quitarme la ropa delante del marido de Kerry. Así que olvídalo.
—No estarás desnuda. Llevarás algo de lencería —aseguró Flint metiendo el coche en el aparcamiento del teatro—. No tienes elección, Gina. Tienes que hacerlo. Forma parte del escándalo. Toda la prensa se hará eco.
—No me importa. Me has engañado.
—Hice lo que tenía que hacer —respondió él colocándose en la fila de coches que querían entrar al parking—. Se supone que vamos a tener un romance apasionado, y que yo estoy obsesionado contigo, y por eso he encargado un retrato erótico tuyo.
—No sé si voy a ser capaz —aseguró Gina mordiéndose el labio inferior—. ¿Cuándo se supone que es la sesión?
—Dentro de dos días —contestó Flint sin poder apartar los ojos de su boca—. Para entonces, ya tenemos que estar durmiendo juntos. O fingiéndolo —aclaró—. Yo debería acompañarte a tu apartamento después de la obra y quedarme allí algunas horas, para que parezca que no hemos podido resistirnos. ¿Te parece bien?
—Sí —respondió ella.
Sus ojos se encontraron entonces. Se escuchó el sonido de un claxon, y Flint cayó en la cuenta de que la cola había avanzado sin que él se diera cuenta. El conductor de atrás le hizo un gesto para que se moviera, urgiéndolo a prestar atención a algo que no fuera la hermosa mujer con la que estaba planeando un falso romance.
Cuando Flint y ella atravesaron el enmoquetado vestíbulo del teatro, el estómago de Gina comenzó a protestar, y eso que la noche acababa de empezar.
—Deja que te ayude con el chal —sugirió Flint inclinándose hacia ella.
—De acuerdo —contestó Gina, consciente de que él esperaba que se quitara la única protección que tenía.
Él permaneció detrás mientras ella se lo sacaba. Gina sentía su respiración sobre la nuca, calentándosela. En cuanto terminó de quitarse el chal, sus pezones chocaron contra la suave tela del vestido.
—Estás preciosa.
Flint seguía detrás de ella, y en aquel instante le tocó la piel, deslizando suavemente un dedo por su espina dorsal.
Gina pensó que aquello formaba parte del juego, parte del escándalo público. Pero su caricia había sido real, igual que su reacción. Todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo parecieron cobrar vida, invadiéndola con unas sensaciones que ni siquiera sospechaba que tenía.
Flint la abrazó por detrás y la estrechó contra sí. El trasero de Gina se estrelló contra su cremallera, y él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
En el vestíbulo del teatro había cientos de personas tomando una copa y disfrutando del cóctel que se estaba sirviendo antes del estreno. Y durante un buen rato, la boca y las manos de Flint parecían moverse por todo su cuerpo. Gina se dio cuenta de que tenía los dedos peligrosamente cerca de sus pezones.
—Tal vez deberíamos buscar nuestros asientos —musitó ella con las rodillas temblorosas.
—Muy bien, nena.
Flint le acarició dulcemente la mejilla con el dorso de la mano, y, por un momento, Gina deseó que aquel afecto fuera real.
Flint Kingman era todo un actorazo. Llevaba la interpretación en la sangre, ya que su madre había sido actriz de Hollywood. Mientras buscaban sus butacas, Gina pensó que tal vez debería contarle que había alquilado una película en la que intervenía su madre. La había visto tres veces, conmovida por la belleza de aquella mujer. Flint había heredado sus pómulos, su natural sensualidad, su sonrisa seductora. Era, sin ningún género de dudas, hijo de Danielle Wolf.
Y luego estaba, por supuesto, su escandaloso romance con Tara Shaw. Gina se imaginaba que ella también habría contribuido a moldear a Flint para convertirlo en lo que era.
Gina se giró para mirarlo y de pronto la asaltó un pensamiento. ¿Habría sido de verdad amante de Tara, o su relación había sido un truco publicitario, un montaje para impulsar la carrera de la ya madura actriz? Conociendo a Flint, todo podía tratarse de una mentira.
Quince minutos más tarde, el teatro se había llenado. Cuando bajaron las luces y se abrió el telón, Gina se concentró en el escenario.
La primera escena dejó al público impresionado. Una mujer joven comenzó a desvestirse frente a un espejo. Cuando se quedó completamente desnuda, cerró los ojos y procedió a pellizcarse suavemente los pezones mientras susurraba un nombre.
El escenario se llenó de humo y apareció un hombre. Gina se dio cuenta de que se trataba de una secuencia onírica, pero aquello no impidió que el hombre del sueño tomara entre sus brazos a la mujer de carne y hueso que tenía delante.
Y comenzara a besarla y a acariciarla.
Gina sabía que estaban actuando, pero aun así su interpretación la impresionó. Experimentó un calor entre las piernas mientras un escalofrío erótico le recorría la espina dorsal. Sentía lo que la actriz estaba sintiendo: fuego, deseo... el preludio del acto sexual.
Y cuando Flint se le acercó más, supo que a él también lo estaba excitando la escena.
De pronto, el escenario se oscureció. Ya no había luz: sólo los suspiros del acto amoroso, los susurros de la pasión.
En la oscuridad, Flint comenzó a acariciar el brazo desnudo de Gina, la plenitud de su seno...
Ella giró la cabeza y él la besó.
Apasionadamente.
Tan apasionadamente que Gina estuvo a punto de quedarse sin respiración.
La actriz estaba alcanzando el orgasmo, y emitía pequeños gemidos. Las luces se encendían y se apagaban intermitentemente, mostrando rápidas imágenes de los actores desnudos, pero Flint seguía besando a Gina, hundiendo las manos en su cabello para atraerla más hacia sí.
La lengua de Flint se introdujo con fuerza en su boca, exigiendo, insistiendo, provocando en Gina un deseo enloquecido, convirtiéndola en parte misma de su ser.
Abrumada por el placer, Gina lo besó a su vez, descubriendo un deleite tan sabroso y prohibido que quería más y más.
Al instante siguiente, el escenario volvió a iluminarse y la mujer estaba de nuevo sola.
Gina se apartó y miró fijamente a Flint. Observó su rostro entre las sombras, y supo que era el hombre de sus sueños. Su fantasía. El actor que desaparecería cuando su escándalo terminara.
Que el cielo la ayudara. Estaba atrapada en un romance tórrido que ni siquiera era real.