Capítulo 7
¡Nueva York! ¡Me voy a Nueva York!
: La situación ha cambiado por completo. Todo se ha aclarado. Por eso Luke se mostraba tan reservado... Tuvimos una encantadora conversación en la boda, me lo explicó todo y, de repente, ví que tenía sentido. Va a abrir unas nuevas oficinas de Brandon Communications, asociado con alguien del mundo de la publicidad que vive en Washington, y se va a encargar de dirigirlas. Me dijo que llevaba tiempo queriendo pedirme que lo acompañase, pero que pensaba que yo no querría abandonar mi carrera para seguirle. Así que (¡y ésta es la mejor parte!) ha estado hablando con algunos contactos que tiene en televisión y piensa que podré conseguir trabajo como analista financiera en algún programa de la televisión estadounidense. De hecho, dice que se me rifarán porque a los norteamericanos les chifla el acento británico. Al parecer, un productor prácticamente le ofreció un puesto para mí después de oír una cinta. ¿A que es una pasada?
La razón por la que no me había dicho nada antes es que no quería que me hiciese ilusiones hasta que las cosas estuvieran más atadas, pero parece que todos los inversores se han embarcado en la aventura con mucho optimismo y piensan cerrar el acuerdo tan pronto como sea posible. Tienen un montón de clientes potenciales, y eso que ni siquiera han empezado.
¿Y sabéis qué? Nos vamos dentro de tres días. ¡Bien! Luke va a mantener reuniones con sus patrocinadores y yo tendré alguna entrevista con gente de la televisión y visitaré la ciudad. Estoy como loca. Dentro de setenta y dos horas estaré allí, en la Gran Manzana. ¡En la ciudad que nunca duerme! ¡La...!
—¿Becky?
Mierda. Vuelvo a la realidad y sonrío. Estoy en el plato de Los Desayunos de Televisión, contestando a las llamadas diarias. Jane, de Lincoln, dice que quiere comprarse una casa, pero que no sabe qué tipo de hipoteca solicitar.
¿Cuántas veces he explicado ya la diferencia entre planes de amortización y pólizas de capital diferido? A veces, oír los problemas de la gente e intentar solucionarlos es muy interesante, pero otras es tan aburrido como lo era escribir para Ahorro seguro. ¿Otra vez hipotecas? Me entran ganas de gritarle: «¿No viste el programa de la semana pasada o qué?»
—Bueno, Jane —digo conteniendo un bostezo—. El asunto las hipotecas puede ser complicadillo.
Mientras hablo, mi mente comienza a vagar por Nueva York. Imaginaos, tendremos un apartamento en pleno Manhattan, en algún impresionante condominio del Upper East Side, o puede que en algún sitio cercano a Greenwich Village. Sí, todo va a ser perfecto.
Confieso que hacía mucho tiempo que no pensaba en la posibilidad de vivir con Luke. Supongo que, si nos hubiésemos quedado en Londres, no lo habríamos hecho. Es un paso muy importante. Pero ahora todo es diferente. Como dijo Luke, es la oportunidad de nuestras vidas. Es un volver a empezar: taxis amarillos, rascacielos, Woody Alien y Desayuno con diamantes.
Lo más raro de todo es que, aunque no he estado nunca en Nueva York, siento una gran afinidad con esa ciudad. Por ejemplo, me encanta el sushi, y eso lo inventaron allí, ¿no? Y siempre veo Friends, a no ser que esa noche salga. Y Cheers (claro que, ahora que lo pienso, eso debe de estar en Boston. Bueno, da igual).
—Así pues, Jane, cualquier cosa que compres —digo en tono soñador—, ya sea un dúplex en la quinta avenida o un apartamento en East Village... Tienes que maximizar el potencial de tus dólares. Quiero decir...
Me callo porque me doy cuenta de que Emma y Rory me miran entrañados.
—Becky, Jane había pensado en comprarse una casa adosada en Skegness —me informa Emma.
—Y allí se paga en libras, ¿no? —pregunta Rory mirando a su alrededor en busca de confirmación.
—Sí, claro —intervengo rápidamente—. Sólo estaba poniendo un ejemplo. Es un criterio que se puede aplicar en cualquier sitio: Londres, Nueva York, Skegness...
—Y con esta información internacional, me temo que tenemos que despedirnos —finaliza Emma—. Espero que te haya sido de ayuda, Jane. Y gracias otra vez a Becky Bloomwood, nuestra experta en finanzas... ¿Quieres añadir algo?
—Lo mismo de siempre —afirmo mirando sonriente a la cámara—. Cuida de tu dinero...
—... y tu dinero cuidará de ti —corean diligentemente los dos.
—Y con esto llegamos al final del programa —dice Emma—. En el programa de mañana contaremos con la presencia de tres profesores de Teddington...
—... y hablaremos con un hombre que se hizo artista de circo a los sesenta y cinco años... —añade Rory.
—...y repartiremos cinco mil libras en «Atrévase y adivine». ¡Adiós!
Después de un congelado de imagen, todo el mundo se relaja y la sintonía del programa empieza a sonar por los altavoces.
—¿Así que te vas a Nueva York? —me pregunta Rory.
—Sí-contesto sonriéndole—. ¡Dos semanas! ' — ¡Qué bien! interviene Emma—. ¿Y cómo es eso?-No sé. Un capricho repentino.
No le he dicho a nadie del programa que me voy a vivir a Nueva York. Fue Luke el que me aconsejó que no lo hiciera por si acaso.
—Becky, tenemos que hablar-dice Zelda, la ayudante de producción, entrando en el escenario con un montón de papeles en la mano—. Ya puedes firmar el nuevo contrato, pero quiero repasarlo contigo. Hay una nueva cláusula relacionada con preservar la imagen de esta cadena de televisión. Después del lío con el profesor Jamie...
—Vale —acepto con cara comprensiva.
El profesor Jamie era el experto en educación del programa, o al menos lo fue hasta que el Daily World sacó a la luz un asunto relacionado con él en la colección de artículos «¿Son lo que parecen?» y revelaron que no es profesor. De hecho, ni siquiera es licenciado, excepto en el falso título que trajo de la Universidad de Oxbridge. Salió en todos los periódicos sensacionalistas y sacaron fotografías suyas con el capirote con orejas de burro que se puso para el maratón televisivo del año pasado. Sentí mucha pena, porque la verdad es que daba muy buenos consejos.
También me sorprendió mucho que el Daily World fuera tan despiadado. Escribí para ese periódico un par de veces y siempre había pensado que, para ser sensacionalistas, eran bastante razonables.
—No nos costará nada —asegura Zelda—. Si quieres, podemos subir a mi oficina.
—Esto... —empiezo indecisa (de momento no quiero firmar nada, ya que voy a cambiar de trabajo) —. Tengo un poco de prisa. —En parte es verdad porque tengo que estar en la oficina de Luke a las doce y, después, empezar a preparar las cosas para el viaje (¡Yupiii!)—. ¿No puede esperar hasta que vuelva?
—Bueno, está bien. —Mete de nuevo el contrato en un sobre marrón y me sonríe—. Que lo pases muy bien. Te aconsejo que vayas de compras.
—¿Compras? —pregunto como si no hubiese pensado en ello—. Sí, supongo que alguna haré.
—Sí —coincide Emma—. No se puede ir a Nueva York y no comprar nada. Aunque supongo que Becky nos diría que invirtiésemos el dinero en planes de ahorro o algo así.
Se echa a reír y Zelda se une a ella. Yo también sonrío, pero me siento un poco incómoda. Todo el mundo en el programa piensa que me organizo muy bien con el dinero y, sin quererlo, les he seguido la corriente. Supongo que tampoco importa mucho.
—Un plan de ahorro es una buena idea, por supuesto... —me oigo decir—. Pero, como siempre digo, no pasa nada por ir de compras de vez en cuando, siempre que uno se ajuste a su presupuesto.
—¿Eso es lo que vas a hacer? —pregunta Emma interesada—. ¿Fijarte un presupuesto?
—Pues claro —contesto sabiamente—. Es la única manera.
¡Es verdad! Me voy a fijar una cantidad para las compras en Nueva York. Me pondré un límite razonable y no lo sobrepasaré. Será coser y cantar.
Aunque seguramente me pondré un límite amplio y flexible. Siempre hay que tener un margen para emergencias o imprevistos.
—Eres tan austera... —me elogia Emma meneando la cabeza—. Pero bueno, por algo la experta en finanzas eres tú y no yo. —Levanta la vista cuando se nos acerca el chico de los sándwiches.
. Estupendo, me muero de hambre. Creo que tomaré... beicon y aguacate.
__Uno de atún y maíz para mí —pide Zelda—. ¿Qué quieres tú, Becky?
...- Un perrito caliente —pido con naturalidad—. Con ketchup.
—No creo que tenga —dice Zelda arrugando el entrecejo—. Tienen jamón y lechuga...
—Entonces tomaré un bagel. Con crema de queso y lox. Y una soda.
—¿Te refieres a agua con gas? —pregunta Zelda.
—¿Qué es lox? —pregunta Emma alucinada, y finjo que no la oigo. No estoy muy segura de lo que es, pero lo comen en Nueva York, así que tiene que ser delicioso.
—Sea lo que sea, no tengo —dice el chico de los sandwiches—. Pero puedo ofrecerle queso y tomate, y una estupenda bolsa de ganchitos.
—Bueno —acepto a regañadientes, mientras busco en mi bolso. Al hacerlo se me cae un montón de cartas que he cogido esta mañana del buzón. Mierda. Las recojo rápidamente y las meto en una bolsa que llevo de Conrad Shop, esperando que no las haya visto nadie. Pero el maldito Rory me estaba mirando.
—¡Becky! — exclama soltando una carcajada—. ¿Era eso que he visto una notificación de impago?
—No —contesto de inmediato—. Por supuesto que no. Es una... postal de cumpleaños. Una postal de broma. Para mi gestor. Bueno, tengo que irme. Chao.
Vale, no era verdad. Era una factura impagada. Para ser sincera, me han llegado unas cuantas estos últimos días, pero tengo intención de ir a liquidarlas en cuanto tenga el dinero. Y paso de disgustarme por ellas; hay cosas más importantes en mi vida que unos asquerosos últimos avisos de requerimiento de pago. Dentro de unos meses estaré viviendo al otro lado del Atlántico. ¡Voy a ser una estrella de la televisión norteamericana!
Luke dice que seguramente ganaré el doble, si no más. Así que estas asquerosas facturas no me preocupan en absoluto. Cuatro miserables libras pendientes de pago no van a quitarme el sueño cuando sea famosa y viva en un ático de Park Avenue.
Además, eso le enseñará al funesto John Gavin. Se va a quedar de piedra. Me imagino su cara cuando llegue y le diga que voy a ser la nueva presentadora de la CNN, y que voy a ganar seis veces más que él. Así aprenderá a no ser tan malo. Esta mañana, cuando he leído su última carta, me he enfadado bastante. ¿A qué se refiere con «excesivo nivel de deudas»? ¿Qué quiere decir con «status especial»? Derek Smeath jamás se habría comportado de manera tan descortés.
Cuando llego, Luke está en una reunión. No me importa esperarle. Me encanta visitar las oficinas de Brandon Communications; de hecho, paso por aquí muchas veces sólo para ver el ambiente. Es un sitio tan guay: suelos de madera clara, focos, modernos sofás, y todo el mundo activo, de un lado a otro, con aire de estar muy atareado. Todos se quedan hasta muy tarde, aunque no tengan que hacerlo, y a eso de las siete siempre hay alguien que abre una botella de vino y la comparte.
He traído un regalo para Mel, la ayudante de Luke, porque ayer fue su cumpleaños. Además estoy muy satisfecha de mi compra: dos preciosos cojines de Conrad Shop. Cuando le doy la bolsa, suelta un grito ahogado.
—¡Oh, Becky! No hacía falta que...
—Quería hacerlo —la interrumpo sonriendo. Y me siento en el borde de la mesa, en plan amistoso, mientras la abre—. ¿Qué me cuentas?
No hay nada mejor que un buen cotilleo. Mel deja la bolsa, saca una caja de tofes y mantenemos una de nuestras agradables charlas. Me cuenta una horrible cita con un tipo espantoso que su madre le había organizado en plan celestina, y yo le cuento todo lo que pasó en la boda de Tom. Después baja la voz y empieza a contarme chismes de la oficina.
Me habla de las dos recepcionistas, que no se hablan desde que un día fueron a trabajar con la misma chaqueta de Next y ninguna quiso quitársela; de la chica de Contabilidad, que acaba de incorporarse después de su baja por maternidad y vomita todos los días, pero se niega a admitir que vuelve a estar embarazada.
—Y falta uno muy jugoso —me avisa ofreciéndome la caja de caramelos—. ¡Creo que Alicia tiene un lío en la oficina!
__ ¡No! —exclamo asombrada—. ¿En serio? ¿Con quién?
. —Con Ben Bridges.
Frunzo el entrecejo intentando ponerle cara a ese nombre.
__El tipo nuevo que antes trabajaba en Coupland Foster Bright.
__ ¿Con ése? ¿De verdad?
Tengo que admitir que estoy sorprendida. Es majo, pero no muy alto, parece ambicioso y va de listillo. Jamás hubiera pensado que pudiera ser el tipo de Alicia.
__Los veo a todas horas juntos, como susurrando. El otro día,
Alicia me dijo que se iba al dentista, pero fui a Ratchetts y me los encontré allí. Tenían una comida secreta.
Se calla cuando Luke aparece en la puerta de su oficina acompañando a un hombre que lleva un traje de color violeta.
—Mel, ¿podrías pedir un taxi para el señor Mallory, por favor?
—Por supuesto —contesta poniendo voz de secretaria eficiente. Coge el teléfono, nos sonreímos y entro en la oficina de Luke.
¡Es tan bonita! Siempre me olvido de lo importante que es. Tiene un enorme escritorio diseñado por un danés que ha ganado varios premios y, en las estanterías empotradas de detrás, están los que Luke ha ido ganando a lo largo de los años.
—Toma —dice dándome un montón de papeles. El primero es una carta de alguien llamado Howski and Forlano, Abogados de Inmigración de Estados Unidos. Cuando leo las palabras «Su propuesta de traslado a Estados Unidos...», siento una gran emoción.
—¿Esto está pasando de verdad? —pregunto acercándome a la ventana que llega hasta el suelo, para mirar el bullicio de la calle—. ¿Nos vamos realmente a Nueva York?
—Los billetes de avión están reservados —contesta sonriendo.
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Sé exactamente a lo que te refieres —me asegura abrazándome—. Y me hace mucha ilusión.
Durante un momento nos quedamos los dos de pie, mirando la alborotada calle londinense. Me parece increíble que esté a punto de dejar todo esto para vivir en el extranjero. Es emocionante y maravilloso, aunque me da un poco de miedo.
—¿En serio crees que encontraré trabajo? —pregunto, al igual que he hecho cada vez que le he visto esta última semana—. ¿Lo crees de verdad? /
—Pues claro que sí. —Suena tan convencido y seguro que me relajo entre sus brazos—. Les encantarás. No me cabe la menor duda. —Me besa y me abraza con fuerza durante largo rato. Después, se acerca al escritorio y abre una gruesa carpeta en la que pone «NUEVA YORK». No me extraña que abulte tanto. El otro día me dijo que llevaba tres años intentando llegar a un acuerdo en esa ciudad. ¡Tres años!
—No puedo creer que lleves tanto tiempo planeando esto y no me hayas dicho nada —digo mirando cómo escribe algo en un post-it.
—Mmm... —murmura.
Me acerco los papeles al pecho, los aprieto con fuerza y respiro profundamente. Hay una cosa que hace tiempo quiero decir y éste es tan buen momento como cualquier otro.
—¿Qué habrías hecho si no hubiese querido ir a Nueva York?
En el silencio sólo se oye el zumbido del ordenador.
—Sabía que dirías que sí —suelta finalmente—. Está claro que es el próximo paso que has de dar.
—Pero... ¿qué habría pasado si no hubiese querido? —Me muerdo el labio—. ¿Te habrías ido de todas formas?
Suspira.
—Becky, ¿quieres ir a Nueva York o no?
—Ya sabes que sí.
—Entonces, ¿a qué vienen todas esas preguntas de si...? Lo que importa es que tú estás decidida y yo también... Y ya está. —Me sonríe y deja el bolígrafo en la mesa—. ¿Qué tal están tus padres?
—Están... bien —contesto dubitativa—. Se van haciendo a la idea.
Cuando se lo conté se llevaron una buena sorpresa, la verdad. Ahora que lo pienso, podría habérselo dicho con más tacto. Por ejemplo, podría haberles presentado a Luke antes de anunciárselo. Sucedió así: fui corriendo a casa y allí estaban, todavía vestidos con la ropa de la boda, tomando un té y viendo Cuenta atrás. Apagué la televisión y les dije llena de alegría: «¡Mamá, papá, me voy a Nueva York con Luke!»
Mi madre miró a mi padre y dijo: «Graham, para mí que se droga.»
Después aseguró que no quería decir eso, pero no sé si creerla.
Más tarde, conocieron a Luke y éste les contó sus planes. Les informó de todas las oportunidades que podía tener en la televisión norteamericana y me fijé en que la sonrisa de mi madre se desvanecía. Su cara parecía ir haciéndose cada vez más pequeña y como cernida en sí misma. Se fue a la cocina a preparar un té y la seguí, estaba enfadada pero no quería que se le notara. Puso el agua a calentar con manos temblorosas, sacó unas galletas, se volvió hacia mí y me sonrió.
—Siempre he pensado que Nueva York te pegaba mucho, es el sitio perfecto para ti.
La miré y, de repente, me di cuenta de lo que sentía. Me iba a vivir a miles de kilómetros de casa, de mis padres y de... toda mi vida, a excepción de Luke.
—Vendréis a verme un montón de veces —la tranquilicé con voz entrecortada.
—Claro que sí, hija. Iremos muchas veces.
Me apretó la mano y miró hacia otro lado. Después volvimos al cuarto de estar y no hablamos más del tema.
A la mañana siguiente, cuando bajamos a desayunar, estaban los dos enfrascados en un anuncio del dominical sobre propiedades en Florida y aseguraron que ya habían pensado en ello con anterioridad. Cuando nos fuimos por la tarde, discutían acaloradamente si el Disneyworld de Florida es mejor que el Disneyland de California, aunque jamás han estado en ninguno de los dos.
—Becky, tengo que hacer una llamada —dice Luke interrumpiendo mis pensamientos. Descuelga el teléfono y marca un número—. Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo?
—Sí, vale —contesto todavía remoloneando cerca de la ventana. Entonces me acuerdo y me doy la vuelta—. Oye, ¿sabes lo de Alicia?
—¿Qué le pasa? —pregunta frunciendo el entrecejo y colgando el auricular.
—Mel cree que tiene un lío. Con Ben Bridges. ¿Te imaginas?
—La verdad es que no —contesta tecleando.
—¿Y tú qué crees que está pasando? —me siento en la mesa y lo miro expectante.
—Cariño —dice con paciencia—, tengo que trabajar.; — ¿No te pica la curiosidad?
—No. Mientras sigan haciendo su trabajo...
—¡La gente no es sólo trabajo! —objeto, pero ni me escucha. Vuelve a tener esa mirada perdida y lejana que se le pone cuando está concentrado.
—Bueno, nos vemos.
Salgo y Mel no está en su mesa. Ahí está Alicia, de pie, con un elegante vestido negro, mirando unos papeles. Parece más ruborizada de lo habitual y me pregunto, reprimiendo una risita, si no acabará de haberse besado con Ben.
—Hola, Alicia —saludo educadamente—. ¿Qué tal estás?
Da un respingo, recoge rápidamente lo que estaba leyendo y me mira con una extraña expresión en la cara, como si no me hubiera visto en la vida.
—¡Becky! —exclama—. ¡Qué sorpresa! ¡La experta en finanzas en persona! ¡La gurú del dinero!
¿Qué narices le pasa? ¿Por qué todo lo que dice me suena a que está tramando algo?
—Sí, la misma. ¿Dónde está Mel?
Conforme me acerco al escritorio, estoy segura de que me he dejado algo allí, pero no me acuerdo de qué. ¿La bufanda? ¿Llevaba paraguas?
—Se ha ido a comer. Me ha enseñado el regalo que le has hecho. Muy elegante.
—Gracias —contesto en tono cortante.
—Así que —empieza a decir con una leve sonrisa—, según parece, te vas a Nueva York, pegadita a Luke. Debe de estar bien eso de tener un novio rico.
¡La muy arpía! Estoy segura de que jamás diría algo así delante de él.
—La verdad es que no me voy «pegadita a Luke» —replico—. Tengo un montón de entrevistas con ejecutivos de televisión. El mío es un viaje completamente independiente.
—Pero... —frunce el entrecejo pensativa— el vuelo te lo paga la empresa, ¿no?
—No, lo he pagado yo.
—No lo sabía —dice como disculpándose—. Bueno, que lo pases bien. —Recoge unas carpetas, las mete en su maletín y lo cierra—. Tengo que irme, chao.
__Hasta luego —me despido viendo cómo camina con rapidez
hacia los ascensores.
Me quedo en el escritorio de Mel unos segundos más, preguntándome qué es lo que me he dejado. Sea lo que sea, no me acuerdo. Supongo que no será nada importante.
Llego a casa y me encuentro a Suze en el vestíbulo, hablando por teléfono. Tiene la cara roja y brillante, y le tiembla la voz. De repente me asalta el miedo de que haya pasado algo grave. Levanto las cejas asustada al ver cómo asiente frenéticamente mientras no deja de decir: «Sí, entiendo, ¿cuándo será?»
Me dejo caer en una silla, muy preocupada. ¿De qué está hablando? ¿De un funeral? ¿De una operación cerebral? ¡Dios mío! Tiene que pasar justamente ahora que he decidido irme de viaje.
—Adivina lo que ha pasado —dice con voz temblorosa, y me levanto.
—No te preocupes, no me iré a Nueva York —le aseguro cogiéndole impulsivamente las manos—. Me quedaré y te ayudaré a superar lo que haya pasado. ¿Ha... muerto alguien?
—No —responde aturdida, y trago saliva.
—¿Estás enferma?
—No, Bex, son buenas noticias. Lo que pasa es que... es alucinante.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
—¡Acaban de ofrecerme mi propia línea de accesorios para Hadleys! Ya sabes, los grandes almacenes —me informa meneando la cabeza con incredulidad—. Quieren que diseñe para ellos una gama completa. Marcos, jarrones, objetos de escritorio..., lo que quiera.
—¡Dios mío! —exclamo poniéndome una mano en la boca—. ¡Eso es estupendo!
—Acaba de llamarme un tipo, así, de repente, y me ha dicho que habían estado haciendo un seguimiento de la venta de mis marcos. Al parecer, jamás habían visto nada igual.
—¡Fantástico!
—No tenía ni idea de que las cosas fueran tan bien —continúa, impresionada—. Me ha dicho que era un caso excepcional y que en el sector todo el mundo lo comenta. La única tienda en la que no han funcionado muy bien es en esa que está tan lejos, en Finchley, algo así.
—Es verdad —digo distraídamente—. En ésa no he estado nunca.
—Pero me ha asegurado que debe de ser algo pasajero, porque las ventas en las otras tiendas, Fulham, Notting Hill y Chelsea ha aumentado —añade un poco turbada—. Y en Gifts and Goodies, la de ahí al lado, soy la número uno en ventas.
—¡No me extraña! —exclamo—. Lo mejor de esa tienda son tus marcos, sin duda. Me alegro mucho, Suze. Siempre he sabido que ibas a triunfar.
—No lo hubiera conseguido sin ti. Tú fuiste la que me metió en esto de los marcos. —De repente, parece que va a romper a llorar—. Te voy a echar mucho de menos.
—Yo también —digo mordiéndome el labio.
Las dos nos quedamos en silencio y siento que se me van a saltar las lágrimas de un momento a otro, pero inspiro profundamente! y levanto la cabeza.
—Bueno, no te va a quedar más remedio que abrir una sucursal en Nueva York.
—Sí —dice animándose un poco—. Sí que podría, ¿verdad?
—¡Pues claro que sí! Pronto estarás en todo el mundo. Esta no-| che salimos y lo celebramos —digo dándole un abrazo.
—Me encantaría, pero no puedo, me voy a Escocia. De hecho...¡ —Mira el reloj y pone mala cara—. Joder, no me había dado cuenta; de lo tarde que es. Tarquín llegará de un momento a otro.
—¿Va a venir Tarquín? —pregunto sorprendida—. ¿Aquí?
He conseguido evitar al primo de Suze desde aquella horrible noche que pasamos juntos. El simple recuerdo de esa velada hace! que me sienta mal. La cita iba bien (teniendo en cuenta que ni me gustaba ni tenía nada en común con él), hasta que me pilló mirando! su talonario de cheques. O, al menos, eso creo. Todavía no estoy muy segura de si me vio y, para ser sincera, no me apetece mucho averiguarlo.
—Vamos en mi coche a casa de una tía, a una aburrida fiesta i miliar. Seremos los únicos menores de noventa años.
En el momento en el que sale corriendo hacia su habitación,] suena el timbre.
—¿Puedes abrir tú? Seguramente será él.
¡Horror! Creo que no estoy preparada para esto.
Intentando aparentar seguridad en mí misma, abro la puerta.
—¡Tarquin! —exclamo alegremente.
—¡Becky! —dice mirándome como si fuera el tesoro perdido de Tutankamón.
Tiene el mismo aspecto esquelético y raro de siempre; lleva un extraño jersey de color verde hecho a mano, debajo de un chaleco de tweed, del que le cuelga un enorme y antiguo reloj de bolsillo. Lo siento mucho, pero al decimoquinto hombre más rico del Reino Unido, o lo que sea, debería alcanzarle para comprarse un Timex.
—Entra, entra —le pido efusivamente, extendiendo la mano como si fuera la dueña de un restaurante italiano.
—Gracias —dice siguiéndome hasta el cuarto de estar. Se produce un incómodo silencio mientras espero a que se siente. De hecho, empiezo a impacientarme cuando se queda de pie, vacilante, en medio de la habitación. Entonces me doy cuenta de que está esperando a que me siente yo y me dejo caer en el sofá.
—¿Quieres un tragüito? —le ofrezco. ¡
—Es un poco pronto —contesta con una risita nerviosa.
(Por cierto, «güito» quiere decir «copa» en el argot de Tarquin. A los pantalones los llama «Iones» y... Bueno, ya os hacéis a la idea.).
Nos quedamos otra vez en silencio. No puedo dejar de pensar» en los horribles detalles de nuestra cita, como cuando intentó besarme y tuve que apartar la cara rápidamente. ¡Dios mío! Tengo que conseguir olvidarlo. Fuera, ya está.
—Me... han dicho que te vas a Nueva York —comenta miran» do al suelo—. ¿Es cierto?
—Sí —contesto incapaz de dejar de sonreír—. Sí, ése es el plan.
—Sólo he estado una vez allí y/no me gustó mucho.
—¡No me lo creo! —digo consideradamente—. Es un poco diferente de Escocia, ¿verdad? Mucho más... frenética.
—¡Completamente de acuerdo! —exclama como si yo hubiera dicho algo muy inteligente—. Eso es, demasiado frenética y la gente... absolutamente insólita. Un poco majara, en mi opinión.
«¿Comparándola con qué?», me gustaría replicarle. Al menos, no llaman al agua «guita», ni cantan Wagner en público.
Pero eso no sería muy amable. Así que no digo nada y él tampoco; cuando se abre la puerta, los dos levantamos la vista agradecidos.
,
—¡Hola! —saluda Suze—. ¡Ya estás aquí! Tengo que ir a por el coche, la otra noche no me quedó más remedio que aparcarlo un par de calles más abajo. Cuando vuelva, toco el claxon y salimos pitando.
—Vale —dice Tarquin asintiendo con la cabeza—. Te espero aquí, con Becky.
—¡Estupendo! —exclamo forzando una sonrisa.
Me muevo torpemente en el sofá y Tarquin estira los pies y se los mira. ¡Dios mío! Esto es insoportable. Su sola presencia me inquieta cada vez más. De repente sé que tengo que decirle algo ahora o me iré a Nueva York y no dispondré de otra oportunidad.
—Tarquin —empiezo respirando hondo—. Hay algo que... hace mucho quería decirte.
—¿Sí? —pregunta sacudiendo la cabeza—. ¿De qué... de qué se trata? —Clava sus ojos en los míos con preocupación y siento una punzada nerviosa. Pero ahora que he empezado, no puedo detenerme. Tengo que decírselo. Me echo el pelo hacia atrás y vuelvo a tomar aire.
—Ese jersey no pega con el chaleco.
—¡ Vaya, hombre! —exclama desolado—. ¿De verdad?
—Sí-aseguro sintiendo un gran alivio por habérmelo sacado de dentro—. La verdad es que es horrendo.
—¿Me lo quito?
—Sí, y quítate también el chaleco.
Obedece y me asombra lo que llega a mejorar con una simple camisa azul. Casi parece... normal. De repente, tengo un ataque de inspiración.
—¡Espera un momento!
Voy corriendo a mi habitación y cojo una de las bolsas que hay encima de la silla. Dentro hay un jersey que compré hace unos días para el cumpleaños de Luke, pero me he dado cuenta de que ya tiene otro exactamente igual, y estaba pensando en cambiarlo.
—¡Toma! —exclamo al volver—. Ponte esto, es de Paul Smith.
Se lo mete por la cabeza y tira hacia abajo. ¡Qué diferencia! Incluso empieza a tener aspecto distinguido.
—El pelo —digo mirándolo—. Hay que hacer algo.
En diez minutos se lo he mojado, secado y alisado hacia atrás con un poco de serum. Y milagroso: ¡ha sufrido una transformación!
__Tarquín, estás guapísimo —afirmo, y lo digo en serio. Todavía sigue teniendo cierta apariencia esquelética, pero, de repente, y» no tiene pinta de sosaina; tiene un aspecto... muy interesante.
.__¿En serio? —pregunta mirándose. Parece un poco aturdido.
Aunque le he presionado un poco, estoy segura de que con el tiempo me lo agradecerá.
Se oye un claxon fuera y los dos damos un respingo.
—Bueno, que lo paséis bien —digo como si fuera su madre—. Mañana por la mañana sólo tienes que mojártelo otra vez, pasarte los dedos y volverá a tener el mismo aspecto.
—De acuerdo —asiente como si le hubiera dado una fórmula matemática para que la memorizase—. Intentaré acordarme. ¿Y el jersey? ¿Te lo envío por correo?
—No, es para ti, para que te lo pongas. Un regalo.
—Gracias. Te estoy muy agradecido.
Se me acerca, me da un beso en la mejilla y yo le doy una palmadita en la espalda. Cuando se ha ido, deseo que tenga suerte en la fiesta y encuentre a alguien. Realmente se lo merece.
El coche de Suze arranca y me voy a la cocina para prepararme una taza de té, mientras pienso en qué voy a hacer el resto de la tarde. Había planeado trabajar un poco en el libro de autoayuda, pero la alternativa es ver Manhattan. Suze la grabó anoche y puede resultar muy útil para mi viaje. Después de todo, tengo que ir preparada, ¿no?
Además, siempre puedo trabajar en el libro cuando vuelva.
Estoy metiendo la cinta en el vídeo cuando suena el teléfono.
—Hola-oigo una voz de mujer—. Perdone que la moleste. ¿Es usted Rebecca Bloomwood?
—Sí —afirmo, y busco el mando a distancia.
—Esto... Soy de la agencia de viajes —dice la chica aclarándose la garganta—. Sólo quería confirmar el hotel en el que se van a hospedar en Nueva York.
—En... en el Four Seasons.
—Con el señor... Luke Brandon.
—Exactamente.
—¿Cuántas noches?
—Esto... trece o catorce, no estoy segura.
Estoy mirando la tele con los ojos entrecerrados, pensando si 1 rebobinado demasiado la cinta. ¿Ya no ponen el anuncio de] fritas Walker?
—¿Estarán en una habitación o en una suite?
—Creo que en una suite.
¿Cuánto cuesta por noche?
—Pues no lo sé. Podría preguntar.
—No, no se preocupe —dice la chica, muy amable—. No le molesto más, que disfruten de su viaje.
—Gracias —digo justo en el momento en que encuentro el principio de la película—. Seguro que lo haremos.
El teléfono enmudece y me acerco al sofá frunciendo ligeramente el entrecejo. En la agencia de viajes tendrían que saber el precio de la habitación. Al fin y al cabo, es su trabajo.
Me siento y tomo un sorbo de té mientras espero que empiece la película. Ahora que lo pienso, ¡qué cosa tan extraña! ¿Por qué iba a llamar nadie para hacer un montón de preguntas tan básicas? A me-' nos que sea nueva en la agencia. O esté comprobando algo o...
Dejo de darle vueltas en el momento en el que empieza a sonar la Rapsody in Blue de Gershwin y la pantalla se llena de imágenes de Manhattan. Contemplo la televisión completamente cautivada, sintiendo un cosquilleo nervioso. ¡Es el sitio al que vamos! ¡Dentro de tres días estaremos allí! ¡Qué ganas tengo!
.
Fulham Road, 3 Londres SW6 9JH
Sra. Rebecca Bloomwood Burney Road, 4, 2.a
Londres SW6 8FD
21 de septiembre de 2001
Estimada Sra. Bloomwood,
Gracias por su carta del 19 del corriente.
Sé que no se ha roto la pierna. Por favor, sea tan amable de ponerse en contacto con mi oficina sin demora y concertar una cita en la que discutir su descubierto.
Atentamente,
John Gavin Director del Departamento de Créditos
Oficina Central
Preston house
Kingsway, 354
Londres WC2 4™
Sra. Rebecca Bloomwood Burney Road, 4, 2.a
Londres SW6 8FD
23 de septiembre de 2001
Estimada Sra. Bloomwood,
Gracias por su carta del 18 del corriente. Lamento mucho que nuestra política en cuestión de equipajes no le haya dejado conciliar el sueño y le haya provocado ataques de ansiedad.
Estoy de acuerdo con usted en que, tal como describe, seguramente pesa bastante menos que un obeso hombre de negocios de Amberes que se atiborre de donuts durante el viaje. Por desgracia, Regal Airlines sigue sin poder permitirle que viaje con más de 20 kg de equipaje.
Si lo considera necesario, puede interponer una demanda y escribir a Cherie Blair.
Pero, con todo, nuestra política seguirá siendo la misma.
Disfrute de su viaje.
Mary Stevens Servicio de Atención al Cliente