Epilogo

- Gracias.

- Gracias a usted -dijo efusivamente la atractiva joven-. No puedo esperar para empezar a leerlo. Si es la mitad de bueno que su fotografía de la contraportada, me agradará mucho.

Judd miró a su esposa, que contemplaba a la sonriente e ingenua jovencita de minifalda con los ojos entrecerrados.

Cuando Stevie volvió a fijar la mirada en su esposo, él le hizo un gesto de impotencia que no iba de acuerdo con su sonrisa, que era una definición de la complacencia masculina.

- Señora Mackie, la cola fuera de la puerta cada vez es más larga - le comentó el gerente de la librería de Manhattan-. El señor Mackie estará muy ocupado algún tiempo, firmando libros. ¿No quiere sentarse?

- Estoy bien por el momento, pero gracias. -¿Sería muy atrevido si le pidiera su autógrafo? -el hombre le dirigió una mirada tímida.

- De ninguna manera -le devolvió la sonrisa.

- Una vez la vi jugar en el Torneo Abierto de Estados Unidos -le dijo sacando una libreta y una pluma. -¿Y gané?

- Perdió en los cuartos de final, pero fue un partido reñido.

Stevie solo se rió.

- Ahora está casi retirada, ¿no es así?

- Ya no juego en competiciones, pero estoy muy ocupada organizando varios centros de instrucción.

- Eso he oído decir. Para niños de escasos recursos, ¿verdad?

Después de seis meses de recuperación de la intervención quirúrgica, su ginecólogo la había autorizado a dedicarse a cualquier proyecto que deseara emprender. Su genial idea, que había considerado desde todos los ángulos durante su convalecencia, se ganó la entusiasta aprobación de Judd, que la ayudó a publicar localmente la idea a través de su columna en el Tribune; como resultado de ello, empezaron a llover los donativos.

La escuela de Dallas obtuvo tantas críticas elogiosas que otras ciudades abordaron a Stevie para que organizara en ellas programas similares. Ahora había escuelas de Stevie Corbett en todo el país, dedicadas específicamente a los jugadores que no podían pagar su pertenencia a un club. -¿A su esposo no le importa compartir con usted una empresa que requiere tanto tiempo?

- De ninguna manera, pues comprende que necesito trabajar. Además, él también está muy ocupado.

- He oído que su columna diaria tiene mucho éxito y que ya ha empezado a trabajar en su segunda novela.

- Es verdad, así es. -¿De qué se trata?

- Juré guardar el secreto -respondió con una sonrisa dulce-. Tendrá que esperar, lo mismo que todos sus admiradores.

Había una larga fila de ellos, que cruzaba la puerta y se prolongaba hasta la acera. Stevie vio que uno de ellos se abría paso a codazos entre la multitud, hasta que llegó a la mesa donde Judd autografiaba los ejemplares de su libro. Se presentó como editor de libros del Times. -¿Puedo hablar con usted un minuto, señor Mackie?

- No -respondió él amablemente, señalando la fila de personas que esperaban para conocer al autor del nuevo éxito-. Pero puedo hablar y firmar al mismo tiempo. Pregunte lo que quiera. -¿Su novela es autobiográfica?

- Algunas partes. -¿Qué partes?

- Por consideración a mi familia y a mis amigos, no puedo responder a esa pregunta. Debo reconocer que cuando era joven, lo que más deseaba era jugar al béisbol profesional, pero me fue segada esa oportunidad. Durante muchos años después, albergué mucha amargura y tenía un complejo del tamaño del Monte Everest -cerró el libro que acababa de firmar, se lo entregó al cliente y le sonrió a la siguiente persona de la cola-. ¿Qué tal?

Mientras escribía un breve mensaje y firmaba, prosiguió:

- Me sentía decepcionado de la vida, así que pude relacionarme con el protagonista del libro, que también sufrió una amarga decepción. -¿Qué fue lo que cambió su perspectiva personal? -preguntó el periodista.

La mirada de Judd se encontró con la de Stevie, y vio que lo miraba con ojos brillantes.

- Conocí a alguien con mucho valor. Con su ejemplo, esa persona me enseñó que la vida es algo valioso y que vale la pena vivirla, incluso con sus impedimentos, y que a veces debemos sufrir para reconocer una victoria.

La cara de Stevie se iluminó con una sonrisa, pero fue reemplazada de inmediato por una expresión de alarma que le transmitió a Judd, quien de inmediato dejó la pluma en la mesa y se levantó. Cruzó la tienda y oprimió la mano de su esposa entre las suyas.

- Stevie, ¿sucede algo malo?

- Nada, querido. Regresa a tu trabajo.

- Señor Mackie -le dijo nervioso el gerente de la librería-, la gente espera.

- Volveré de inmediato -le respondió Judd, guiando a Stevie por el angosto pasillo hacia la parte de atrás de la librería.

- Pero… pero no puede irse ahora. ¿A dónde va? -tartamudeó-. ¿Qué les diré a mis clientes?

- Dígales que he estado firmando libros dos horas y que debo descansar. Estoy seguro de que lo entenderán.

Dejó al gerente, al periodista y a quienes estaban lo bastante cerca para escucharlo mudos y boquiabiertos, y se llevó a Stevie a una trastienda aún más atestada que la misma librería. -¿Qué sucede? -le preguntó en el momento mismo de cerrar la puerta.

- Nada.

- Vi tu cara, Stevie. Parecías como yo cada vez que con un ademán juguetón tomas en tu mano mi… -¡Judd! Pueden oírte.

- No me importa. Quiero saber qué fue lo que causó esa expresión, como si alguien te hubiese estropeado algo.

Desde el día que regresaron a la granja en el este de Texas, después de su intervención quirúrgica, él deseaba enterarse constantemente del estado de su salud. Solo después de que ella tuvo su primer ciclo menstrual normal, empezó a creer en el pronóstico del médico. Pero jamás descuidó su vigilancia en lo concerniente a la salud de Stevie.

- Sé que no debí escucharte cuando me pediste que viniera hoy -le dijo, reprendiéndose por permitir que ella lo persuadiera-. Déjame enviarte en un taxi de regreso al hotel.

- Olvídalo, Mackie. Me fascina ver cómo te adora la gente, porque yo también te adoro -lo besó con suavidad-. Además, me niego a quedarme encerrada en esa sofocante habitación mientras todas las mujeres coquetean contigo.

- No todas las mujeres -replicó él con h insufrible presunción que ahora le parecía tan cautivadora a Stevie.

- Eres incorregible -le pasó los brazos alrededor del cuello y se acercó más a él-. ¿Por qué te quiero tanto? -¿Cómo podrías evitarlo? ¿Qué hay en mí que no sea digno de amarse? -deslizando las manos hasta la parte interior de su espalda, la atrajo más y la besó en los labios.

- Mackie, tienes esperando a mucha gente.

- Deja que esperen.

La besó con pasión, usando la lengua para investigar los puntos más dulces de su boca. Su mutuo deseo no había disminuido. Judd a menudo bromeaba diciendo que quizá era el único esposo en la historia que había esperado doce semanas después de la boda para consumar su matrimonio. Stevie replicaba que él fue el único culpable, pues insistió en llevar a un ministro a la granja para que los casara cuando ella estaba convaleciente.

De cualquier modo, una vez que obtuvo la aprobación de su ginecólogo, sin duda lo había compensado por todo el tiempo perdido.

- Umm, delicioso -dijo él, separando al fin los labios de los de ella-. He estado ansiando… -de pronto se interrumpió, desconcertado.

Stevie empezó a reírse suavemente.

- Ahora bien, ¿quién tiene una expresión de alguien a quien le he estropeado algo? -¿Qué diablos fue eso?

- Eso -respondió ella tomando su mano y desrizándola por su abultado vientre- es nuestro bebé, que se ha movido por primera vez.

Judd tragó saliva con fuerza.

- Oh, Dios -refunfuñó-. Sabía que debí haber insistido para que te quedaras en tu habitación, que esto resultaría demasiado cansado. Esto lo ha provocado estar de pie en este duro suelo. ¿Por qué no estás sentada?

Stevie dejó escapar una risa de felicidad. -¿Quieres calmarte? Esto es normal y ha sucedido justo a tiempo. El doctor me dijo en mi última visita que debía esperar que empezara a moverse. Ahí está otra vez. ¿Lo sientes? -esperaron ansiosos, pero no sucedió nada-. Creo que ha vuelto a dormirse.

- Desgraciadamente -dijo Judd con voz ronca-, al acariciarte yo lo he despertado totalmente -se acercó a Stevie para darle a entender a lo que se refería-. Soy un tipo afortunado. Estoy casado con la mujer más erótica que hay sobre la faz de la Tierra. -¿Alguna vez te he dicho que dices unas cosas muy románticas?

- No.

- Bien.

Era un juego de palabras al que a menudo jugaban. Judd sonrió mientras sus manos se movían desde la abultada cintura hasta los senos de Stevie. Durante las últimas semanas habían crecido por el embarazo. -¿Los tienes sensibles? -le preguntó, dándole un masaje.

- No mientras sigas haciendo eso.

Él deslizó los dedos por los pezones; no lo decepcionaron.

- Oh, Dios, te quiero. Llegaste cuando más te necesitaba -emocionado, volvió a tragar saliva con fuerza-. Cada vez que pienso en esa intervención quirúrgica y en lo que pudo suceder… -y no expresó en voz alta ese insoportable pensamiento.

- Pero no fue así y es una bendición tenernos el uno al otro -volvieron a besarse con todo el amor que rebosaba en sus corazones. -¡Judd, ha vuelto a suceder! -exclamó Stevie excitada.

Guió la mano de él hacia su vientre y los dos sonrieron radiantes cuando el hijo creado por ellos se movió en su seno. -¿Te duele? -murmuró él.

- No -susurró ella a su vez.

Llamaron a la puerta.

- Señor, Mackie, la multitud empieza a impacientarse. -¿Qué sientes? -le preguntó Judd a su esposa, ignorando al gerente, y ella le contestó en voz baja y conmovida:

- Algo maravilloso, que me hace sentir llena de vida y victoriosa. Casi tan bien como me siento cada vez que tú estás dentro de mí.

Judd la besó en los labios y refunfuñó:

- Ahora debo irme, señora Mackie, pero sigue pensando así.