Capítulo XII
Colleen se despertó sola en la cama. Apenas había amanecido y, al principio, creyó que todo había sido un sueño, que todo lo que había ocurrido el día anterior y por la noche había sido una gigantesca combinación de pesadilla y fantasía erótica.
Pero la camiseta y los calzoncillos de Bobby estaban todavía en el suelo. A menos que se hubiera marchado del apartamento vestido únicamente con los pantalones cortos, no andaría muy lejos.
Colleen olió a café y se levantó de la cama.
Sus músculos protestaron. Una prueba más de que no había sido un sueño. Era un dolor agradable, acompañado de una sensación de calor que pareció extenderse por su cuerpo al recordar las palabras que Bobby le había susurrado.
¿Quién hubiera imaginado que un hombre tan taciturno pudiera expresarse con tanta elocuencia? Pero mucho más elocuente que sus palabras había sido la expresión de su cara, la profunda emoción que no había tratado de ocultar mientras hacían el amor.
Habían hecho el amor.
Aquella idea no la llenó de felicidad, como había imaginado.
Sí, había sido fantástico. Hacer el amor con Bobby había sido mejor de lo que había soñado. Más especial y sobrecogedor de lo que había imaginado. Pero no bastaba para compensar la muerte de todos aquellos niños. Eso, nada podía hacerlo.
Colleen buscó su bata, se la puso y se sentó al borde de la cama para recobrar fuerzas.
No quería salir de la habitación. Quería esconderse allí el resto de la semana.
Pero la vida continuaba, y había que hacer muchas cosas por los niños que habían sobrevivido. Y, para hacerlas, había que afrontar ciertas verdades.
Habría lágrimas cuando entrara en la oficina de la Asociación. También tendría que darles la noticia a los chicos del grupo juvenil de la parroquia que la habían ayudado a recaudar dinero para el viaje. Aquellos chicos intercambiaban cartas y fotografías con los niños de Tulgeria. Informarlos de la tragedia no resultaría fácil.
Y luego estaba Bobby.
También tendría que enfrentarse a él. Le había mentido al decirle que se contentaría con una sola noche. Bueno, tal vez no hubiera sido una mentira. En cierto momento, había llegado a convencerse de que eso era lo que quería. Pero ahora se sentía estúpida, patética y desesperada.
Quería volver a hacer el amor con él otra vez. Y otra. Y otra y otra.
Tal vez él también siguiera deseándola. Colleen había leído muchas veces que a los hombres les gustaba el sexo. Mañana, tarde y noche, según algunas fuentes.
Bueno, era por la mañana, y nunca descubriría si él prefería salir huyendo o quedarse un poco más, a menos que se levantara y saliera de la habitación.
Cuadró los hombros y lo hizo. Y después de pararse un momento en el cuarto de baño y asegurarse de que su pelo no la hacía parecer la novia de Frankestein, entró en la cocina.
Bobby la recibió con una sonrisa y una taza de café ya servida.
—Espero no haberte despertado —dijo envolviéndose hacia la cocina, donde estaba haciendo huevos y gachas de avena—, pero anoche no cené y me he despertado muerto de hambre —como a propósito, a ella le sonaron las tripas. Bobby le lanzó una sonrisa—. Y creo que tú también.
Dios, qué guapo era. Se había duchado y sólo llevaba puestos los pantalones cortos. Con el pecho desnudo y el pelo suelto sobre los hombros, parecía digno de adornar la cubierta de una de esas novelas románticas en las que la chica blanca, raptada, encuentra el amor verdadero en un exótico guerrero indio.
Sonó el reloj del horno y, mientras Colleen lo miraba, el guerrero indio usó sus guantes de cocina adornados con flores rosas para sacar del horno algo que se parecía notablemente a una tarta de moca.
Y lo era. Bobby había hecho una tarta de moca. Así como suena.
Él puso la tarta con mucho cuidado sobre un salvamanteles y sonrió a Colleen. También había puesto la mesa de la cocina y le había servido a Colleen un vaso de zumo de arándanos. Ella se sentó y él sirvió huevos y avena para los dos.
Todo estaba delicioso. A Colleen normalmente no le gustaban mucho las gachas de avena, pero él se las había ingeniado para hacerlas ligeras y sabrosas, en vez de espesas y pegajosas.
—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó él, como si normalmente se sentara frente a ella a la hora del desayuno y le preguntara sobre lo que pensaba hacer durante el día después de una noche de pasión.
Ella tuvo que pensarlo un momento.
—Tengo que ir a pagar la matrícula de la facultad antes del mediodía. Seguramente habrá algún tipo de funeral para... —se interrumpió bruscamente.
—¿Estás bien? —preguntó el con suavidad.
Colleen compuso una sonrisa.
—Sí —dijo—. Más o menos. Pero... me llevará algún tiempo —respiró hondo—. Esta tarde tendré que llamar a la gente para decirles lo del funeral. Y seguramente también debería ir a la oficina después. Todavía hay muchas cosas que hacer antes de irnos.
Él dejó de comer, con el tenedor a medio camino de su boca.
—¿Todavía piensas ir? —no la dejó responder. Se echó a reír y respondió por ella—. Claro que piensas ir. ¿En qué estaría yo pensando? —dejó el tenedor—. Colleen, ¿qué quieres que haga? ¿Quieres que me ponga de rodillas y te suplique que no vayas? —antes de que ella pudiera responder, Bobby se frotó la frente y lanzó un juramento—. Olvídalo —dijo—. Lo siento. No debería haber dicho eso. Hoy estoy... un poco aturdido.
—¿Porque anoche hicimos el amor? —preguntó ella suavemente.
Él la miró, deteniéndose en su cara limpia de maquillaje, en su pelo, en su ligera bata de algodón que se abría en un profundo escote entre sus pechos.
—Sí —admitió—. Me inquieta lo que pueda ocurrir ahora.
Ella escogió sus palabras cuidadosamente.
—¿Tú qué quieres que ocurra?
Bobby sacudió la cabeza.
—No creo que lo que yo quiera importe mucho. Ni siquiera lo sé —volvió a tomar el tenedor—. Así que reservaré mi sentimiento de culpabilidad para otro momento y disfrutaré de este magnífico desayuno... y de lo guapa que estás por la mañana.
Y eso hizo: comerse los huevos y las gachas y mirarla. Lo que de verdad quería era mirarle los pechos, pero de alguna manera consiguió mirarla de manera inofensiva, respetuosamente, contemplando sus ojos, observándola como una persona completa, en vez de un simple cuerpo femenino.
Ella también lo miraba, intentando verlo de la misma manera. Bobby era extrañamente guapo, con aquellos rasgos afilados que evidenciaban sus orígenes indios. Era guapo, inteligente y de fiar. Era honesto y sincero, divertido y amable. Y tenía un cuerpo espectacular.
—¿Por qué no te has casado? —le preguntó ella. Bobby era diez años mayor que ella. A Colleen le pareció increíble que ninguna mujer le hubiera echado el guante. Y, sin embargo, allí estaba él. Desayunando en su cocina después de pasar la noche en su cama.
Él guardó silencio un instante, mientras comía una cucharada de avena.
—Nunca he pensado en el matrimonio a corto plazo. Ni Wes tampoco. La responsabilidad de tener mujer y familia... es muy grande. Hemos visto a algunos compañeros pasarlo muy mal —sonrió—. Además, también resulta difícil casarse cuando la mujer a la que se quiere no está enamorada de ti —se echó a reír suavemente—. Y mucho más si está casada con otro.
A Colleen se le subió el corazón a la garganta. Casi no podía respirar.
—¿Estás enamorado de una mujer casada?
Él la miró con un destello en sus ojos oscuros.
—No, estaba pensando en un... amigo —puso una voz ligera, burlona—. Pero bueno, ¿qué clase de hombre crees que soy? ¿Crees que si estuviera enamorado de otra me habría enrollado contigo?
—Bueno, yo estoy enamorada de Mel Gibson y anoche me enrollé contigo.
Él se echó a reír, empujando su plato hasta el borde de la mesa. Se había comido los huevos y un montón de avena, pero miró con ansia la tarta de moca mientras bebía un sorbo de su café ya casi frío.
—¿Es eso lo que hicimos anoche? —preguntó Colleen—. ¿Enrollarnos? —se inclinó hacia delante y notó que se le abría la bata. Bobby bajó la mirada y el súbito fulgor que Colleen vio en sus ojos la dejó sin aliento.
—Sí —dijo él—. Supongo que sí. ¿No?
—No lo sé —dijo ella con sinceridad—. No tengo mucha experiencia en estas cosas. ¿Puedo preguntarte algo?
Bobby se rió otra vez.
—¿Por qué tengo la sensación de que debería asustarme?
—Tal vez sí —dijo ella—. Es una pregunta un tanto delicada, pero necesito saberlo.
—Bueno, de acuerdo —dejó la taza y se agarró a la mesa con las dos manos.
—Bien —Colleen se aclaró la garganta—. Lo que quiero saber es si eres realmente bueno en la cama.
Bobby se echó a reír, sorprendido.
—Pues supongo que no —dijo—. Quiero decir que si tienes que preguntarlo...
—No —dijo ella—. No seas tonto. Lo de anoche fue increíble. Ambos lo sabemos. Pero quiero saber si eres una especie de súperamante, capaz de poner a cien a la mujer más frígida...
—Colleen —dijo él—, tú estás muy lejos de ser frígida...
—Sí —dijo ella—, eso pensaba yo también pero...
—Pero alguien te dijo que lo eras —adivinó él—. ¡Maldita sea!
—Mi novio de la facultad —admitió ella—. Dan. El muy estúpido.
—Me están dando ganas de matarlo. ¿Qué te dijo?
—No fue tanto lo que dijo, sino lo que dio a entender. Él fue mi primer amante —admitió ella—. Yo estaba loca por él, pero cuando... Bueno, yo nunca conseguí llegar y... ya sabes. Él me dejó al tercer intento. Me dijo que prefería que fuéramos amigos.
—Oh, Señor —exclamó Bobby.
—Yo pensé que debía de ser culpa mía, que hacía algo mal —Colleen nunca había hablado de aquello con nadie. Ni siquiera con Ashley, a la que le había contado una versión muy aguada de la historia—. Me pasé varios años como una monja. Y luego, hace más o menos un año y medio... —no podía creer que estuviera contándole sus más profundos secretos. Pero quería hacerlo. Necesitaba que él la entendiera—. Compré un libro, una especie de guía de autoayuda para mujeres sexualmente insatisfechas... y descubrí que seguramente el problema no era del todo mío.
—Así que, ¿no has...? —Bobby la miraba como si intentara ver dentro de su cabeza—. Quiero decir que, entre lo de anoche y el inútil ése, ¿no has...?
—No ha habido nadie más. Sólo el libro y yo —dijo ella, deseando poder leerle el pensamiento. ¿Le asustaría su confesión, o le complacería el hecho de haber sido su primer amante verdadero?—. Intentaba desesperadamente aprender a ser normal.
—Sí, no sé —Bobby sacudió la cabeza—. Probablemente es un caso desesperado. Porque yo soy un amante de leyenda. Y es una auténtica lástima, pero creo que si de verdad quieres tener un vida sexual satisfactoria, vas a tener que pasar el resto de tu vida haciendo el amor conmigo —Colleen lo miró fijamente—. Era una broma —dijo él rápidamente—. Estaba bromeando. Colleen, anoche no hice nada especial. Quiero decir que todo fue especial, pero...
—¿Pero qué? —ella escudriñó su cara.
—Bueno, sin haber estado allí es difícil saberlo, pero creo, no sé, que tal vez te mostraste un poco tensa ante la idea de desnudarte y ese idiota tenía el gatillo un poco flojo. Seguramente no te dejó tiempo suficiente para que te relajaras antes de que todo hubiera terminado. Y, en mi opinión, eso es culpa suya, no tuya.
—Siempre me decía que debía perder peso —recordó Colleen—. Pero no con esas palabras. Decía: «si perdieras diez kilos, estarías guapísima con esa camiseta»; o «¿por qué no averiguas qué dieta sigue Cindy Crawford y la pruebas? Quizá funcione». Ese tipo de cosas. Y tienes razón, yo odiaba quitarme la ropa delante de él —Bobby sacudió la cabeza mientras la miraba. Cuando la miraba así, la hacía sentirse como la mujer más bella y deseable del mundo—. Pero me gustó desnudarme para ti —dijo suavemente, y el fulgor de los ojos de Bobby se hizo aún más intenso.
—Me alegro —musitó él—. Porque a mí también me gustó.
Colleen lo miró a los ojos y se perdió en el calor de su alma. Bobby todavía la deseaba. Pero entonces él apartó la mirada, como si temiera adonde los llevaría todo aquello.
Había dicho que se sentía culpable, y Colleen sabía que, si no actuaba rápidamente, se marcharía de su apartamento y nunca volvería.
—No te muevas —le dijo. Apartó la silla de la mesa y se levantó—. Quédate aquí.
Corrió al dormitorio y en un santiamén encontró lo que buscaba.
Cuando volvió a entrar en la cocina, Bobby, que seguía sentado en el mismo sitio, se giró para mirarla, pero enseguida apartó la mirada. Entonces, Colleen vio que la bata se le había abierto un poco más, hasta la cintura.
Pero no se la ajustó. Simplemente se acercó a él, quedándose de pie a su lado. Sin embargo, no lo tocó. No dijo nada. Se limitó a esperar a que él girara la cabeza y la mirara.
Bobby la miró por fin y volvió a apartar la mirada. Tragó saliva.
—Colleen, yo pienso que...
Pero aquél no era momento de pensar. Ella se sentó sobre su regazo, a horcajadas, obligándolo a mirarla. La bata se le había abierto del todo y el cinturón colgaba, suelto.
Él respiraba con dificultad.
—Creía que habíamos decidido que esto iba a ser cosa de una sola noche. Sólo para sacárnoslo de la cabeza.
—¿Y has conseguido sacarme de tu cabeza? —preguntó ella.
—No, y si no tengo cuidado te meterás debajo de mi piel también —admitió él—. Colleen, por favor, no me hagas esto. Me he pasado la noche intentando convencerme de que mientras no hagamos el amor otra vez, todo saldrá bien. Sé que es mucho esperar, pero creo que hasta tu hermano podría entender lo que ha pasado si sólo lo hubiéramos hecho... una vez.
Sus palabras podrían haberla disuadido... si no le hubiera acariciando los muslos suavemente, como si no pudiera evitarlo, como si no fuera capaz de resistirse.
Colleen se quitó la bata, que cayó al suelo tras ella, y de pronto allí estaba, desnuda, en medio de la cocina, con el sol entrando a chorros por las ventanas, entibiando su piel, bañándola en luz dorada.
Bobby se quedó sin aliento, mirándola, y ella se sintió hermosa. Se veía a través de los ojos de él, y se veía hermosa.
Le gustaba mucho aquella sensación.
Se inclinó hacia delante, apretándose contra él, notando su erección bajo los pantalones cortos. No había duda. Bobby aún la deseaba. Él dejó escapar un sonido gutural y bajo. Y luego la besó.
Su pasión la dejó sin aliento. Era como si él hubiera estallado de pronto, como si necesitara besarla para mantenerse vivo, como si necesitara tocarla o moriría. La acarició por todas partes, con las manos y con la boca.
A Colleen, verse deseada de aquella manera le pareció embriagador, adictivo. Casi tan delicioso como saberse amada.
Mientras lo besaba, le bajó los pantalones y tomó su sexo, apretándolo contra ella para hacerle notar lo mucho que lo deseaba.
Todavía llevaba en la otra mano el preservativo que había ido a buscar al dormitorio. Abrió el envoltorio arrugado y Bobby se lo quitó, se puso el preservativo y luego la penetró.
Intentó sin éxito no gruñir en voz alta al estrecharla entre sus brazos y hundir la cara entre sus pechos. Ella se movió lentamente, acariciándolo con su cuerpo, llenándose completamente de él.
Hacer el amor con Bobby Taylor era tan maravilloso a la luz del día como en plena noche.
Colleen se echó hacia atrás ligeramente para mirarlo mientras se movía sobre él, y él le sostuvo la mirada. Le brillaban los ojos bajo los párpados pesados.
Colleen no se saciaba de él. Se apretaba contra él, deseando que aquel momento no acabara nunca. Y deseaba que Bobby se enamorara de ella tan locamente como ella se había enamorado de él.
¿Pero qué decía? Ella no lo quería. No podía quererlo.
Colleen debió de emitir algún gemido de frustración o de desánimo, porque de pronto Bobby se puso en pie. Simplemente se levantó de la silla con ella en brazos, con su cuerpo todavía enterrado profundamente en el de ella.
Colleen gimió y luego se echó a reír cuando él la llevó sin esfuerzo, como si no pesara nada, al otro lado de la habitación. Bobby no se paró hasta que la apretó contra la pared, junto al frigorífico. Los músculos de su pecho y de sus brazos sobresalían, haciéndolo parecer el doble de grande lo que era.
—No te hagas daño en el hombro —dijo ella.
—¿Qué hombro? —preguntó él con voz ronca, y la besó.
La sujetaba contra la pared mientras la besaba de una forma increíblemente viril. Su beso estaba lejos de ser suave, y aquella situación era tan excitante que casi resultaba ridícula. Pero a Colleen le parecía tan turbador estar allí, clavada contra la pared, que casi no daba crédito.
Esperaba más rudeza, esperaba que él le hiciera el amor feroz, salvajemente, pero en vez de eso Bobby inició una lenta y morosa retirada, y después volvió a penetrarla muy lentamente.
Aquello era más excitante de lo que ella había creído posible: aquel hombre sujetándola así, amándola muy despacio, completamente. Según sus normas.
Él le besó la cara, la garganta y el cuello cómo si le pertenecieran.
Y le pertenecían.
Colleen sintió que llegaba al orgasmo inadvertidamente, antes de que él empezara a deslizarse de nuevo, lentamente, dentro de ella por tercera vez. Ella no quería que aquello acabara e intentó refrenarse, intentó detener a Bobby un momento, pero no tenía fuerzas.
Y no le importaba, porque le encantaba lo que él le estaba haciendo. Le encantaba su fuerza y su poder, y le encantaba que la mirara con un deseo tan intenso en los ojos.
Le encantaba saber que, aunque él pretendía tenerlo todo bajo control, no era así. Él le pertenecía tan completamente a ella, como ella le pertenecía a él. Aún más.
Colleen le sostuvo la mirada al tiempo que se derretía en sus brazos, sacudida por ola tras ola de intenso placer.
Él sonreía con una sonrisa feroz, orgullosa, casi insultantemente masculina. A Colleen, aquella sonrisa le hubiera hecho arrugar el ceño dos o tres días antes, pero en ese instante le encantó.
Le encantaba ser pura feminidad para la virilidad absoluta de Bobby. Ello no significaba que fuera más débil. Al contrario. Era el complemento perfecto de él, su opuesto, su igual.
—Anoche me encantó mirarte —musitó él mientras volvía a besarla—. Y ahora me ha gustado todavía más.
Él era su primer amante verdadero en el sentido físico de la palabra. Y era también el primer hombre al que le gustaba tal como era.
—Quiero hacértelo otra vez —dijo él—. Ahora mismo. ¿Me dejas?
Colleen se echó a reír.
Bobby la apartó de la pared y la llevó al dormitorio, cerrando la puerta de una patada tras él.