Nueve
A la mañana siguiente, amaneció un día claro y soleado. A pesar de la falta de sueño, Lucinda se despertó muy temprano. Miró el rostro dormido de Rex McCormick y se dio cuenta de que tal vez estuviese empezando a enamorarse de él y de que aquella tontería podía complicarle mucho las cosas.
El caso... el negocio... la vida.
Tendría que desaparecer de su vista. Rex no conocía su nombre real, ni su dirección, ni su número de teléfono. No podría localizarla, ni probablemente querría hacerlo.
Consiguió salir de la cama sin despertarlo y fue hacia la habitación de la lavadora. Después de haber hecho el amor, Rex había ido a buscar comida a la cocina y se había llevado su ropa mojada para meterla en la secadora. Lucinda se vistió con rapidez y salió por la puerta trasera de la casa, bajando las escaleras que daban a la playa sin hacer ruido.
El sol estaba saliendo en el cielo completamente despejado. La marea había dejado sobre la arena algas y otros desechos de la tormenta del día anterior. Había muchas personas buscando venera.
La magnificencia del mar la golpeó con toda su fuerza, haciéndola detenerse y respirar hondo. Nunca había visto una mañana tan bonita, ¿o acaso estaba magnificando la belleza de aquel día la repentina plenitud de su corazón?
—¿No pensarías marcharte sin decirme adiós?
Se giró y vio a Rex andando hacia ella, vestido con unos pantalones cortos y una camiseta, todavía despeinado.
—No —respondió enseguida, para ocultar su culpabilidad—. Sólo iba a... buscar la junonia, aunque estoy empezando a pensar que es un caso perdido.
—Te acompañaré —se ofreció Rex.
Y Lucinda pensó que no podía negarse, teniendo en cuenta lo que habían compartido en las últimas horas. Fingía buscar la venera, pero se sentía aturdida.
—Anoche lo pasé muy bien —dijo él, por fin.
—Yo también.
Se había sentido mal al marcharse tan pronto y saber que no iba a volverlo a ver, pero que el hubiese aparecido en la playa hacía que le temblasen las rodillas.
—Tienes una casa espectacular —añadió.
—Gracias —contestó él sonriendo—. Había pensado que podíamos ir al refugio natural hoy, si te interesa.
Lucinda dejó de andar y hundió la punta de las zapatillas de deporte en la arena, intentando decidir si sería mejor deshacerse de él en ese momento, o quedar y después no aparecer. Lo primero era más directo, pero tal vez provocase que Rex se hiciese preguntas. Y lo segundo era como escurrir el bulto y no enfrentarse al problema.
No estaba en su elemento. No había esperado sentir nada por él y no sabía cómo salir de la situación. De hecho, no había esperado sentir aquello por nadie.
—Lucy, a veces uno encuentra las cosas cuando deja de buscarlas.
Ella levantó la cabeza sorprendida, preguntándose si había hablado en voz alta o si Rex le había leído la mente.
Rex se arrodilló y metió el dedo en la arena, justo donde ella había clavado la punta de la zapatilla. Desenterró algo y lo limpió antes de ponérselo en la mano.
La junonia.