VII
Lamentando como lamentaba mi desaparecida cobardía —que en el pasado había sido una virtud que me había salvado varias veces la vida—, esta me respondió apoderándose de nuevo de mí y dejándome muerto de miedo.
Había vivido demasiado tiempo, y con cada día que pasaba mis posibilidades de supervivencia disminuían. El punto de vista general al respecto queda reflejada en la actitud de mi compañía de seguros con relación a las primas. Su computadora me tiene clasificado entre los casos xenopáticos extremos, de acuerdo con sus baremos y mis espías. Es algo reconfortante. Y probablemente cierto también. Aquella era la primera vez en bástate tiempo que me metía en algo peligroso. Me daba cuenta de que estaba desentrenado, notaba mis deficiencias y mis limitaciones. Si Verde Verde se dio cuenta de que mis manos estaban temblando, no hizo ningún comentario. Su vida estaba entre ellas, y esto bastaba para mantenerle en su sitio. Estaba en situación de matarme en cualquier momento que deseara, si uno piensa detenidamente en ello. Y él lo sabía. Y yo también lo sabía. Y él sabía que yo también lo sabía. Y…
Lo único que lo retenía era el hecho que me necesitaba para salir de Illyria… lo cual significaba lógicamente que su propia nave estaba en la isla. Lo cual significaba por extensión que si Shandon tenía una nave a su disposición, podía atacarnos desde el aire, pese a los sentimientos de nuestros respectivos compañeros alucinatorios acerca de la confrontación. Lo cual significaba que era mejor trabajar bajo los árboles que en la orilla, y que nuestro viaje necesitaría la cobertura de la noche. Así que trasladamos nuestro proyecto tierra adentro. Verde Verde admitió que era una muy buena idea.
Las nubes se desgarraron parcialmente aquella tarde, mientras ensamblábamos la balsa, pero el cielo no acabó de aclararse por completo. Seguía lloviendo, el día era un poco más brillante, y dos lunas muy, muy blancas pasaron sobre nuestras cabezas. —Kattontallus y Flopsus—, unas lunas a las que les faltaba tan solo dos ojos y una sonrisa.
Más tarde, un insecto plateado, de tres veces el tamaño de la Modelo T, y tan repulsivo como una larva, abandonó la isla y dio seis veces la vuelta al lago, primero por su parte interna, luego por su parte externa. Permanecimos escondidos bajo el follaje, ocultándonos allá donde este era más denso, sin movernos hasta que regresó a la isla. Durante todo aquel tiempo mantuve agarrada mi pata de conejo. No me traicionó.
Terminamos la balsa un par de horas antes de la puesta del sol, y dejamos que acabara de transcurrir el día con nuestras espaldas apoyadas contra el tronco de dos árboles adyacentes.
—Doy un penique por tus pensamientos —dije.
—¿Qué es un penique?
—Una antigua unidad monetaria, que durante un cierto tiempo fue utilizada en mi planeta natal. Bien pensado, ya no deben existir ahora. Y los pocos que queden deben valer una fortuna.
—Es extraño ofrecer dinero por un pensamiento. ¿Era una práctica común entre tu gente, en los viejos tiempos?
—Lo empezó a ser con la ascensión de las clases comerciantes —dije—. Todo tiene un precio, ¿sabes?
—Es un concepto muy interesante, y puedo comprender que alguien como tu crea en él. ¿Comprarías tu un pai’dabra?
—Eso sería un engaño. Un pai’dabra es el motivo para una acción.
—¿Pero pagarías tu a una persona para que abandonara su venganza contra ti?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque tu tomarías mi dinero y seguirías con tu venganza, esperando que yo me confiara con un sentimiento de falsa seguridad.
—No estaba hablando de mí. Sabes que soy rico, y que un pei’ano no abandona su venganza por ninguna razón… No. Estaba pensando en Mike Shandon. Es de tu raza, y puede que él también crea que todo tiene un precio. Si recuerdo bien, cayó en desgracia ante ti principalmente porque necesitaba dinero y, para obtenerlo, hizo cosas que te ofendieron. Ahora te odia porque lo enviaste a prisión y luego lo mataste. Pero siendo como es de tu raza, que sitúa el valor monetario de las cosas por encima de todo lo demás, quizá puedas pagarle lo suficiente por su pai’dabra como para que se sienta satisfecho y se vaya.
¿Comprar la resolución de nuestro problema? No se me había ocurrido. Había acudido a Illyria dispuesto a luchar contra un enemigo pei’ano. Ahora lo tenía en mis manos y ya no representaba ningún peligro. Un hombre de la Tierra lo había reemplazado y por el momento era el enemigo número uno, y había una posibilidad de que mi evaluación fuese correcta. Somos una raza venal, no necesariamente más que cualquier otra raza… pero ciertamente más que algunas de ellas. Habían sido las caras aficiones y los lujos de Shandon los que lo habían empujado por la pendiente. Las cosas habían ocurrido muy rápidamente desde mi llegada a Illyria, y sorprendentemente —para mí y para mi Árbol— no se me había ocurrido que mi dinero pudiera ser mi salvación.
Por otro lado, considerando las performances de Shandon en el deporte de gastar dinero, había que admitir que se movía a través del dinero como un betta splendens a través del más líquido de todos los elementos alquímicos. Digamos que le entregaba medio millón en bonos universales de crédito. Cualquier otro invertiría esa suma, y viviría de los dividendos. Él la habría gastado entera en un par de años. Y entonces yo volvería a tener problemas. Habiéndome hecho soltar dinero en una ocasión, imaginaría que podía hacerlo de nuevo. Y, por supuesto, podría hacerlo de nuevo. Todas las veces que quisiera. Así quizá no sintiera la necesidad de matar a su gallina de los huevos de oro. Pero yo nunca podría estar seguro de ello. No podría vivir así.
Claro que, si él estaba dispuesto a negociar, podía comprarlo de momento, y luego tomar las medidas necesarias para que un equipo de asesinos profesionales se encargaran de apartarlo definitivamente de mi camino tan pronto como fuera posible.
Pero si fracasaban…
Entonces lo tendría inmediatamente sobre mí, y sería de nuevo él o yo.
Le di vueltas al problema, lo estudié desde todos los ángulos posibles. En último término, todo se reducía a una sola cosa.
En una ocasión había tenido un arma con él, pero había preferido matarme con sus propias manos.
—No funcionará con Shandon —dije—. No es un miembro de las clases comerciantes.
—Oh, no pretendía juzgarlo mal. No acabo de comprender exactamente como funcionan esas cosas entre los terrestres.
—No eres el único.
Observé como el día iba desapareciendo y las nubes se cerraban de nuevo sobre sí mismas. Muy pronto sería el momento de llevar la balsa hasta la orilla y emprender nuestro camino sobre las ahora templadas aguas. No habría ningún claro de luna para ayudarnos.
—Verde Verde —dije—, me veo a mí mismo en ti, lo cual quizá quiera decir que me estoy convirtiendo más en pei’ano que en terrestre. Aunque no creo que esta sea la verdadera razón, ya que todo lo que soy ahora no es más que una extensión de lo que ya existía en mí. Yo también puedo matar como matarías tu, y mantener mi pai’dabra por encima de todo lo que ocurra.
—Lo sé —dijo—, y te respeto por ello.
—Lo que estoy intentando decir es que cuando todo esto haya terminado, si ambos sobrevivimos, podría ofrecerte mi amistad. Podría interceder por ti ante los otros Nombres, a fin de que tengas otra oportunidad de ser confirmado. Me gustaría ver a un alto sacerdote del strantrismo con el Nombre de Kirwar el de los Cuatro Rostros, Padre de las Flores, si tal es Su Voluntad.
—Ahora estás intentando saber cuál es mi precio, terrestre.
—No, estoy haciendo una oferta legítima. Tómala como quieras. Hasta ahora no me has proporcionado ningún pai’dabra.
—¿Ni siquiera intentando matarte?
—Bajo un falso pai’dabra. No lo tengo en cuenta.
—¿Sabes que te puedo eliminar en el mismo momento en que lo desee?
—Sé que lo estás pensando.
—Creía que este pensamiento estaba más protegido.
—Se trata de deducción, no de telepatía.
—Te pareces mucho a un pei’ano —dijo, tras un momento—. Te prometo dejar a un lado mi venganza hasta que hayamos terminado con Shandon.
—Muy pronto —dije—. Muy pronto partiremos.
Y nos quedamos sentados allí, y esperamos a que llegara la noche. A su debido tiempo, llegó.
—Ahora —dije.
—Ahora —y se levantó, y entre los dos alzamos la balsa.
La llevamos hasta el borde del agua, nos metimos en el caliente oleaje y la pusimos a flote.
—¿Tienes tu pértiga?
—Sí.
—Adelante entonces.
Saltamos a bordo, la estabilizamos, y empezamos a utilizar las pértigas para apartarnos de la orilla.
—Si no puede ser comprado —dijo Verde Verde—, ¿por qué vendió tus secretos?
—Y hubiera vendido otros más —repliqué— si mi gente le hubiera pagado más alto.
—Entonces, ¿por qué no puede ser comprado?
—Porque es de mi raza y me odia. Por nada más. No se puede comprar ese tipo de pai’dabra.
Por aquel entonces yo creía que tenía razón.
—Hay siempre áreas oscuras en el interior de las mentes de los terrestres —observó Verde Verde—. Un día me gustaría ver lo que hay allí.
—A mí también.
Una luna estaba saliendo, porque un halo de luz se reflejaba tras las nubes. Fue subiendo lentamente en el cielo.
El agua chapoteaba suavemente a nuestro alrededor, y pequeñas olas se estrellaban contra nuestros botas y nuestras rodillas. Una fría brisa nos seguía desde la orilla.
—El volcán está en reposo —dijo Verde Verde—. ¿Qué has discutido con Belion?
—¿No hay nada que se te escape?
—He intentado contactarte varias veces, y sé lo que he captado.
—Belion y Shimbo están esperando —dije—. Se producirán algunos rápidos movimientos, y unos de ellos quedará satisfecho.
El agua era negra como la tinta y caliente como la sangre; la isla era una montaña de carbón en una noche sin estrellas, de color perlino. Avanzamos utilizando las pértigas hasta que no tocamos fondo, y entonces empezamos a remar silenciosamente, girando los remos a cada palada. Verde Verde sentía un amor pei’ano hacia el agua. Podía verlo en la manera en que realizaba sus movimientos, en los destellos de emoción que percibía en su forma de comportarse.
Cruzar aquellas oscuras aguas… Era una sensación extraña, a causa de lo que aquel lugar significaba para mí, a cusa de los acordes que pulsaba en mi interior mientras lo estaba creando. El sentimiento del Valle de las Sombras, aquel sentido de muerte serena, estaba ausente allí. Aquel lugar era el altar del sacrificio al final del camino. Lo odiaba y lo temía. Sabía que nunca tendría la fuerza espiritual de duplicarlo. Era una de esas cosas de las que uno se arrepiente de haber hecho. Cruzar aquellas oscuras aguas significaba para mí una confrontación con algo que estaba dentro de mí mismo, una cosa que no comprendía ni aceptaba. Estaba remando a lo largo de la bahía de Tokio, y repentinamente allí estaba la respuesta, vaga, indistinta, los entremezclados restos de todo lo que había ido a parar al fondo y no había regresado nunca a la superficie, un gigantesco depositorio de vida, el montón de inmundicias que queda después de haber pasado todas las cosas, el lugar que sirve de testamento a la futilidad de todos los ideales e intenciones, buenos o malos, la roca que aplasta los valores, allí, señalando la definitiva inutilidad de la propia existencia, que un día vendrá a estrellarse contra él para no volver a levantarse nunca, no, no nunca, otra vez. Las calientes aguas chapoteaban contra mis rodillas, pero me estremecí y perdí el ritmo del remo. Verde Verde tocó mi hombro, y volvimos a palear al unísono…
—¿Por qué la construiste, si la odias de tal modo? —me preguntó.
—Me pagaron bien —respondí. Y—: Vira a la izquierda. Iremos por la parte de atrás. —Alteramos nuestro rumbo, derivando al oeste mientras Verde Verde se afanaba al remo.
—¿Por la parte de atrás? —repitió.
—Sí —dije, y no insistí más sobre el tema.
Cuando nos acercamos a la isla, dejé a un lado mis reflexiones y me convertí en algo mecánico, como hago siempre cuando tengo demasiadas cosas en que pensar. Remamos y nos deslizamos a través de la noche, y muy pronto la isla estuvo a estribor, con misteriosas luces iluminando su cara. Allá delante, la luz que surgía del cono del volcán iluminaba las aguas y creaba un reflejo rojizo en los farallones de la isla.
Entonces rebasamos la isla y avanzamos hacia su cara norte. A través de la noche, podía ver aquella cara norte como a plena luz del día. Mis recuerdos trazaban un mapa de todas sus escarpaduras y aristas, y mis dedos me picoteaban con la textura de sus rocas.
Nos acercamos, y toqué la escarpada y negra cara con mi remo. Calculé la posición mirando hacia arriba, y dije:
—Al este.
Unos cientos de metros más adelante, llegamos al lugar donde se hallaba mi acceso oculto. Era una fisura abierta oblicuamente en la roca, unos catorce metros de chimenea, que se podían escalar apoyándose en la espalda y los pies hasta llegar a una estrecha cornisa, practicable a lo largo de unos veinte metros, al final de los cuales se hallaban una serie de apoyos para manos y pies que permitían escalar hasta arriba.
Le dije todo aquello a Verde Verde, y él estabilizó la balsa mientras yo iniciaba la ascensión. Luego me siguió sin lamentarse, pese a que su hombro debía dolerle.
Cuando alcancé la parte alta de la chimenea, miré hacia abajo y fui incapaz de ver la balsa. Se lo hice notar a Verde Verde, y este se limitó a soltar un gruñido. Aguardé hasta que llegó arriba y le ayudé a ganar la cornisa. Entonces proseguimos nuestro camino hacia el este.
Nos tomó casi quince minutos alcanzar el siguiente tramo de escalada. Allí pasé de nuevo delante, tras explicarle a Verde Verde que tendríamos que subir unos ciento cincuenta metros antes de alcanzar la siguiente cornisa. El pei’ano se limitó a gruñir de nuevo y me siguió.
Muy pronto mis brazos empezaron a entumecerse, y cuando alcanzamos la siguiente cornisa me tendí en ella y encendí un cigarrillo. Tras diez minutos reiniciamos nuestra marcha. A medianoche habíamos alcanzado la cima sin ningún contratiempo.
Anduvimos durante unos diez minutos. Entonces lo vimos.
Era una silueta errante, sin duda narcotizada hasta la médula. O quizá no. Uno nunca puede estar seguro.
Me acerqué a él, puse mi mano en su hombro, lo miré de frente y dije:
—Cortcour, ¿en qué te has convertido?
Levantó la mirada y clavó sus fruncidos ojos en mí. Pesaba unos ciento cincuenta kilos, e iba vestido de blanco (una idea de Verde Verde, imagino). Tenía los ojos azules, la tez pálida y la voz suave. Ceceó un poco al responderme.
—Creo que poseo todos los datos —dijo.
—Estupendo —respondí—. Sabes que he venido aquí a enfrentarme con ese hombre, Verde Verde, en combate. Pero ahora nos hemos aliado contra Mike Shandon…
—Espera un momento —dijo. Luego—: Ah, sí. Has perdido.
—¿Qué quieres decir?
—Shandon te matará dentro de tres horas y diez minutos.
—No —dije—. No puede.
—Si no lo hace —respondió— será porque tú lo habrás matado a él. Entonces el señor Verde te matará a ti dentro de cinco horas y veinte minutos a partir de ahora.
—¿Por qué te sientes tan seguro?
—¿Verde es el creador de mundos que hizo Korrlyn?
—¿Lo eres? —le pregunté a Verde Verde.
—Sí.
—Entonces te matará.
—¿Cómo?
—Probablemente utilizando un instrumento contundente —dijo Cortcour—. Si consigues evitarlo, entonces quizá seas capaz de terminar con él con tus manos desnudas. Siempre has sido un poco más fuerte de lo que aparentas, y eso engaña a la gente. Pero no pienses que eso va a ayudarte esta vez, de todos modos.
—Gracias —dije—. Que esto no te quite el sueño.
—… A menos que ambos llevéis armas secretas —dijo—, lo cual es posible.
—¿Dónde está Shandon?
—En el chalet.
—Quiero su cabeza. ¿Cómo la puedo conseguir?
—Tu eres una especie de agente del demonio. Posees una habilidad que nunca he podido medir plenamente.
—Sí, lo sé.
—No la utilices.
—¿Por qué?
—Él también posee una.
—También sé eso.
—Si tu consigues matarlo, hazlo sin ella.
—De acuerdo.
—No confías en mí.
—No confío en nadie.
—¿Recuerdas la noche que me contrataste?
—Vagamente.
—Fue la mejor comida que haya tomado en mi vida. Chuletas de cerdo. Montañas de ellas.
—Sí, lo recuerdo.
—Entonces me hablaste de Shimbo. Invócalo, y Shandon invocará al otro. Demasiadas variables. Podría ser fatal.
—Quizá Shandon te ha dicho que digas esto.
—No. Tan solo estoy midiendo probabilidades.
—¿Puede Yarl el Omnipotente crear una piedra que él no pueda levantar? —le preguntó Verde Verde.
—No —dijo Cortcour.
—¿Por qué no?
—Porque no.
—Eso no es una respuesta.
—Sí lo es. Piensa en ello. ¿Podrías tú?
—Yo no confío en él —dijo Verde Verde—. Era normal cuando lo hice retornar, pero creo que tal vez Shandon lo esté gobernando.
—No —dijo Courtcour—. Estoy intentando ayudaros.
—¿Diciéndole a Sandow que va a morir?
—Bueno, así es.
Verde levantó su mano, y repentinamente estaba sujetando mi pistola, que debía haber teleportado desde mi funda de la misma forma en que había obtenido las cintas. Hizo fuego dos veces y luego me tendió el arma.
—¿Por qué has hecho esto?
—Te estaba mintiendo, intentaba confundirte. Pretendía destruir tu confianza.
—En otro tiempo fue uno de mis más próximos asociados. Estaba autoentrenado a pensar como una computadora. Creo que estaba intentando ser objetivo.
—Toma su cinta y podrás resucitarlo de nuevo.
—Vamos. Tan solo tengo dos horas y cincuenta y ocho minutos ante mí. —Nos pusimos de nuevo en marcha.
—¿Quizá no debería haber hecho esto? —preguntó al cabo de un tiempo.
—No.
—Lo siento.
—Dejémoslo. De todos modos no mates a nadie sin preguntármelo antes, ¿eh?
—De acuerdo… Pero tu has matado a mucha gente, ¿verdad, Frank?
—Sí.
—¿Por qué?
—Era o ellos o yo, y siempre preferí que fueran ellos.
—¿Y?
—Tu no tenías por qué matar a Bodgis.
—Pensé…
—Está bien, cállate. Déjalo correr.
Seguimos nuestra marcha, penetrando a través de una hendidura en la roca. Jirones de bruma serpeaban a nuestro alrededor, rozando nuestras ropas. Otra silueta surgió a un lado, cuando emergimos a un lugar desde donde partía una pista de tierra en sentido descendente.
—… venido a morir —dijo, y yo me detuve y la miré.
—Dama Karle.
—Sigue adelante, sigue adelante —dijo—. Apresúrate hacia tu sino. No puedes saber lo que esto significa para mí.
—Hubo un tiempo en el que te amé —dije, lo cual no era lo más apropiado en aquellos momentos.
Inclinó su cabeza.
—Lo único que has amado siempre, además de a ti mismo, es al dinero. Has matado a más gente de la que yo conozco para mantener tu imperio, Frank. Ahora has encontrado por fin a un hombre que puede terminar contigo. Me siento orgullosa de estar presente en tu caída.
Giré la linterna y la enfoqué directamente a ella. Su cabello era tan rojo y su piel tan blanca… Su rostro tenía forma de corazón y sus ojos eran verdes, tal como los recordaba. Por un momento, sentí dolor por ella.
—¿Y si soy yo quien termina con él? —pregunté.
—Entonces probablemente seré de nuevo tuya por un cierto tiempo —replicó—. Pero espero que no. Tu eres malvado, y yo deseo que mueras. Si me tienes otra vez, entonces seré yo quien finalmente te mate.
—Ya basta —dijo Verde Verde—. Te he hecho retornar de entre los muertos. He traído hasta aquí a este hombre para matarlo. Pero mi papel ha sido usurpado por otro humano que, afortunada o desafortunadamente, está poseído por las mismas intenciones que yo tenía con respecto a Sandow. Pero la suerte de Frank y la mía están ligadas ahora. Piensa en esto. Yo te he hecho retornar, y puedo preservar tu vida. Ayúdanos a terminar con nuestro enemigo y serás recompensada.
Ella se apartó del círculo de luz, y su risa flotó hasta nosotros.
—No —dijo con voz fuerte—. No, gracias.
—Hubo un tiempo en el que te amé —dije.
Se produjo un silencio.
—¿Podrías amarme aún?
—No lo sé realmente, pero tu todavía significas algo para mí… algo importante.
—Sigue adelante —dijo ella—. Todas las deudas deben ser canceladas. Enfréntate a Shandon, y muere.
—Por favor —dije—. En otro tiempo, cuando te amé, tú eras lo que más significaba para mí, Dama Karle, y nunca dejé de preocuparme por ti, incluso después de que me abandonaras. Y no fui yo quien hundió a los Diez de Algol, pese a lo que se ha dicho a menudo.
—Fuiste tu.
—Creo que podría convencerte de que no fui yo.
—No es necesario que lo intentes. Sigue adelante.
—De acuerdo —dije—. Pero no voy a dejarlo por eso.
—¿Qué? ¿Dejar qué?
—Dejar de preocuparme por ti —dije.
—Sigue adelante. ¡Por favor, sigue adelante!
Seguimos adelante.
Durante todo aquel tiempo habíamos estado hablando en su lengua, el dralmin, sin que yo me diera cuenta de que había cambiado automáticamente a ella del inglés. Sorprendente.
—Has amado a muchas mujeres, ¿verdad, Frank? —preguntó Verde Verde.
—Sí.
—¿Le estabas mintiendo ahora cuando decías… respecto a lo de preocuparte por ella?
—No.
Seguimos la pista de tierra hasta que pudimos ver las luces del chalet delante y debajo de mí. Continuamos en aquella dirección, y una última silueta apareció y se acercó.
—¡Nick!
—Sí, señor.
—Soy yo… Frank.
—Dios, eres realmente tu. Acércate, ¿eh?
—Seguro. Tengo una luz —la enfoqué sobre mí mismo para que él pudiera verme.
—¡Jesús! ¡Eres realmente tú! —dijo—. Ese tipo que hay ahí abajo está loco, ¿sabes?, y va tras de ti.
—Sí, lo sé.
—Quería que yo le ayudara a cazarte, y le he dicho que se fuera a que le eyacularan en el mismísimo ano. Se puso como loco. Luchamos. Le partí la nariz y me largué. No intentó seguirme. Es duro el tipo.
—Lo sé.
—Te ayudaré a cazarlo.
—De acuerdo.
—Pero no me gusta el individuo que está contigo. Nick, surgido del pasado y de la tormenta… Era un gran tipo.
—¿Qué quieres decir?
—Él es el responsable de todo esto. Él fue quien me hizo retornar, con todos los demás. Es un taimado hijo de puta. Si yo fuera tu, lo hubiera borrado del mundo inmediatamente.
—Ahora somos aliados, él y yo.
Nick escupió.
—Te cazaré, señor —le dijo a Verde Verde—. Cuando todo lo demás haya acabado, entonces será la mía. ¿Recuerdas esos días en los que me hacías preguntas? No fue divertido… Y ahora vendrá mi turno.
—De acuerdo.
—¡No, no de acuerdo! Tu me llamaste «Chiquito», o su equivalente en pei’ano, ¡tu, especie de vegetal! Cuando llegue mi turno, ¡te asaré a fuego lento! Estoy contento de estar de nuevo vivo, e imagino que ha sido cosa tuya. ¡Pero te haré picadillo, bastardo! Puedes estar seguro, y será mejor que te lo creas. Te echaré encima todo lo que encuentre a mano.
—Lo dudo, pequeño hombre —dijo Verde Verde.
—Espera y ya lo veremos —dije yo.
Y así Nick se unió a nosotros, andando junto a mí en el lado opuesto al de Verde Verde.
—¿Está ahí abajo ahora? —pregunté.
—Sí. ¿Tienes una bomba?
—Sí.
—Esa será probablemente la mejor manera. Te aseguras de que está dentro, y luego la tiras por la ventana.
—¿Está solo?
—Bueno… no. Pero con ella no se tratará exactamente de una muerte. Cuando hayas recuperado las cintas podrás hacer retornar a la chica.
—¿Está solo?
—Su nombre es Kathy. No la conozco.
—Era mi mujer —dije.
—Oh. Bien, entonces creo que nuestra idea se ha ido al infierno. Tendremos que entrar.
—Quizá —dije—. Si hacemos eso, yo me encargaré de Shandon, y tu mantendrás a Kathy fuera de la línea de tiro.
—Él no le hará ningún daño.
—¿Oh?
—Hace varios meses que retornamos, Frank. No sabíamos dónde estábamos ni por qué. Y ese tipo verde decía que no sabía más que nosotros. Por lo que sabíamos, igual podíamos creer que estábamos realmente muertos. Tan solo oímos hablar de ti cuando él y Mike discutieron. Verde bajó su guardia un día y Mike le pilló por los cojones, supongo. Sea como sea, Mike y la chica… sí, Kathy… bueno, creo que hay algo entre ellos. Me temo que están enamorados o algo así.
—Verde, ¿por qué no me has dicho nada de eso?
—No creí que fuera importante. ¿Lo es?
No respondí, porque no lo sabía exactamente. Pensé con rapidez. Apoyé la espalda contra una roca y pisé a fondo el acelerador de mi mente. Había venido hasta aquí para enfrentarme y matar a un enemigo. Ahora éste estaba a mi lado mientras yo me enfrentaba a otro enemigo que había ocupado su lugar. Y acababa de enterarme de que ese nuevo enemigo hacía buenas migas con mi resucitada esposa a la que había acudido a rescatar… Aquello lo cambiaba todo. Cómo, no estaba seguro. Si Kathy estaba enamorada de él, no iba a entrar allí y eliminar a Shandon ante ella. Incluso si tan solo estaba utilizándola, incluso si realmente él no sentía nada por ella, no podía hacerlo… no mientras él significara algo para ella. Tenía la impresión de que la sugerencia que antes había hecho Verde Verde era el único camino lógico… contactar con él e intentar llegar a un acuerdo. Tenía un nuevo poder y una preciosa chica a su lado. Si añadíamos a aquello un buen puñado de dinero, podía dejarse persuadir de olvidar todo el asunto. De todos modos, me seguía preocupando el hecho de que la vez anterior había intentado matarme con sus propias manos.
También podía hacer marcha atrás y dejarlo correr todo. Podía subir de nuevo a bordo de la Modelo T y en menos de un día estar de nuevo en Tierralibre. Si ella deseaba a Shandon, que se quedara con él. Yo podía dejar arreglado mi asunto con Verde Verde y regresar a mi fortaleza.
—Sí, es importante —dije.
—¿Eso altera tus planes? —preguntó Verde Verde.
—Sí.
—¿Precisamente a causa de la chica?
—Precisamente a causa de la chica —dije.
—Eres un hombre extraño, Frank, haciendo todo este camino hasta aquí y luego cambiando de opinión a causa de una chica que es tan solo un antiguo recuerdo para ti.
—Tengo muy buena memoria.
No me gustaba la idea de dejar al enemigo de mi Nombre rondando por los alrededores en el cuerpo de un hombre duro y tenaz que deseaba mi muerte. Era una combinación que podía poblar todas mis noches de insomnio, incluso en Tierralibre. Por otro lado, ¿qué tiene de bueno matar a una gallina de huevos de oro… o pichón, como era el caso? Es divertido, cuando uno vive lo suficiente, ver como todo, amigos, enemigos, amores, odios, todo se mueve alrededor de uno como en un gran baile de máscaras, y de tanto en tanto hay algunos que cambian de máscara.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nick.
—Intentaré hablar con él. Intentaré llegar a un trato con él, si puedo.
—Dijiste que él no vendería su pai’dabra —hizo notar Verde Verde.
—Así lo creía cuando lo dije. Pero esa historia con Kathy me obliga a intentar comprarlo.
—No lo entiendo.
—Ni lo intentes. Quizá lo mejor sea que vosotros dos esperéis aquí, en caso que las cosas vayan mal.
—Si él te mata, ¿qué debemos hacer? —preguntó Verde Verde.
—Ese será entonces tu problema… Hasta dentro de muy poco, Nick.
—Lleva cuidado, Frank.
Recorrí el último tramo de la pista de tierra, manteniendo mi escudo mental. Usé las rocas para cubrirme, arrastrándome entre ellas a medida que me acercaba. Finalmente me detuve, tendido sobre mi estómago, a unos cincuenta metros del lugar, protegido por las grandes rocas y las densas sombras. Apoyé la pistola en mi antebrazo y cubrí con ella la puerta trasera.
—¡Mike! —llamé, gritando—. ¡Soy Frank Sandow! —y esperé.
Quizá pasó medio minuto antes de que se decidiera. Entonces:
—¿Sí?
—Quiero hablar contigo.
—Adelante.
Repentinamente, las luces ante mí se apagaron.
—¿Es cierto lo que he oído acerca de Kathy y de ti?
Vaciló. Luego:
—Supongo que sí.
—¿Está contigo ahora?
—Quizá. ¿Por qué?
—Quiero oírselo decir a ella.
Luego, tras todo lo demás, de nuevo su querida voz:
—Me temo que es cierto, Frank. No sabíamos dónde estábamos ni nada… Y yo recordaba aquel fuego… Y no sabía nada de ti ni como…
Me mordí los labios.
—No hace falta que te disculpes —dije—. Hace ya tanto tiempo. Sobreviviré a ello.
Mike soltó una risita.
—Pareces estar muy seguro de eso último.
—Lo estoy. He decidido elegir el camino fácil.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cuánto deseas?
—¿Dinero? ¿Tienes miedo de mí, Frank?
—He venido aquí para matarte, pero si Kathy te quiere, renuncio a ello. Ella dice que sí, así que abandono. Pero si tu deseas seguir con vida, entonces te quiero fuera de mi camino. ¿Cuánto crees que necesitas para meterte tus canicas en el bolsillo y desaparecer?
—¿Qué canicas?
—Olvídalo. ¿Cuánto?
—No había previsto tu oferta, así que no había pensado en ello. Mucho, supongo. Quiero una renta vitalicia garantizada, una renta vitalicia grande. Y luego algunas Compras hechas a mi nombre… tendré que hacer una lista. ¿Estás hablando realmente en serio? ¿No intentas engañarme?
—Ambos somos telépatas. Propongo que bajemos nuestras pantallas. De hecho, insisto en ello como condición.
—Kathy me había pedido que no te matara —dijo—, y probablemente me odiaría si lo hiciera. De acuerdo. Significa para mí más que tu. Tomaré tu dinero y tu mujer y desapareceré.
—Muchas gracias.
Se echó a reír.
—Por fin tengo buena suerte. ¿Cómo vamos a llevar esto?
—Si lo prefieres, puedo darte una suma global y luego hacer que mis abogados redacten el acuerdo.
—Está bien. Quiero que todo sea legal. Exijo un millón, más cien mil al año.
—Es mucho.
—No para ti.
—Tan solo era un comentario. De acuerdo, acepto. —Me preguntaba qué pensaría Kathy de todo aquello. No podía haber cambiado tanto en unos pocos meses como para no sentirse un poco deprimida por aquel cambalacheo—. Dos cosas más —añadí—. El pei’ano, Verdver-tharl… es mío ahora. Tenemos una cuenta que arreglar.
—Puedes quedártelo. ¿Quién lo necesita…? ¿Cuál es la otra cosa?
—Nick, el enano; se irá conmigo, y de una sola pieza.
—Ese pequeñajo… —se echó a reír—. Seguro. De hecho, me cae bien. ¿Eso es todo?
—Eso es todo.
Los primeros rayos del sol estaban haciéndole cosquillas en la barriga al cielo, y los volcanes llameaban como las antorchas de Titán sobre el agua.
—¿Y ahora qué?
—Espera a que envíe un mensaje a los otros —dije.
Verde Verde, ha aceptado. Tengo su pai’dabra. Díselo a Nick. Nos iremos dentro de unas horas. Mí nave acudirá a buscarme un poco más tarde, hoy mismo.
Te he captado, Frank. Estaremos ahora mismo contigo.
Ahora ya no me quedaba más que el asunto pendiente con el pei’ano. Parecía incluso demasiado fácil. Aunque todavía seguía preguntándome si todo aquello no sería una trampa. Pero hubiera sido necesario que las cosas estuvieran muy, muy elaboradas. Me inclinaba a dudar de la posibilidad de una confabulación entre Verde Verde y Mike. De todos modos iba a saberlo dentro de un momento, cuando Mike y yo echáramos a un lado nuestras pantallas.
Pero, tras todos mis preparativos, arreglar todo aquel asunto como una pareja de hombres de negocios…
No sabía decir si debía echarme a reír o lanzar un gruñido. Seguramente las dos cosas a la vez.
Entonces tuve la sensación de que había algo equivocado allí. ¿Qué? Algo, no sabía decirlo. Era una sensación que probablemente estaba tan enraizada en el planeta como las cavernas o los árboles. Infiernos, incluso como los océanos. Flopsus brillaba entre las cenizas y el humo y el polvo, y tenía el color de la sangre.
Una absoluta quietud pareció adueñarse de todo cuando la brisa dejó repentinamente de soplar. Entonces aquel viejo miedo que me retorcía las tripas se apoderó de nuevo de mí y lo combatí. Una gran mano surgida del cielo se preparaba para aplastarme, pero no me moví. Había conquistado la Isla de los Muertos, y la bahía de Tokio ardía en mí. Ahora, sin embargo, estaba mirando a lo más profundo del Valle de las Sombras. Es tan fácil para mi ver las cosas desde un ángulo mórbido, y todo me incitaba a ello en esta ocasión. Conseguí dominar mi estremecimiento. No quería que se diera cuenta del miedo que anidaba en mi corazón.
Finalmente, sabiendo que no podía esperar más tiempo, dije:
—Shandon, retiro mi escudo. Haz tu lo mismo.
—De acuerdo.
… Y nuestras mentes se encontraron, penetraron una dentro de la otra.
Eres sincero…
Tu también…
Entonces cerramos el trato.
Sí.
Y el «¡No!», que retumbó desde los escondrijos subterráneos del planeta y tuvo ecos en las torres del cielo resonó como címbalos en nuestras mentes. Un estallido de rojo calor pasó a través de mi cuerpo. Entonces, muy suavemente, me puse en pie, y mis músculos eran firmes como montañas. A través de líneas de rojo y verde, podía verlo todo tan claramente como a la luz del día. Vi el lugar donde, delante y más abajo de mí, Mike Shandon emergía del chalet y giraba lentamente su cabeza hacia las alturas. Finalmente, nuestros ojos se encontraron, y entonces supe que todo lo que había sido dicho o escrito en aquel lugar donde yo había permanecido de pie con un relámpago en las manos era cierto:… Entonces habrá una confrontación. Llamas… Así será. Oscuridad. Había una planificación de los acontecimientos desde el momento en que había partido de Tierralibre hasta este mismo momento, que pasaba por encima y destruía los acuerdos tomados por los hombres. Nuestros conflictos habían sido subsidiarios, su resolución no tenía ninguna importancia para aquellos que nos controlaban ahora.
Que nos controlaban. Sí.
Siempre había asumido que Shimbo era una creación artificial, un condicionamiento que los pei’anos habían puesto en mí, una personalidad alternativa que yo asumía cuando diseñaba mundos. Acudía tan solo cuando yo lo llamaba, realizaba su tarea, y luego partía de nuevo.
Nunca había acudido espontáneamente, forzando algún tipo de control sobre mí. Quizá en lo más profundos de mí mismo yo deseaba que él fuera un dios, porque yo deseaba que hubiera un Dios/dios/dioses en alguna parte, y quizá este deseo era la fuerza que me animaba, y mis poderes paranormales los medios que hacían que esto ocurriera. No lo sé. No lo sé… Ahora se produjo una explosión de luz en el mismo momento en que llegó, tan intensa que grité, sin comprender el porqué. Infiernos, no hay ninguna respuesta. Simplemente, no lo sé.
Así que permanecimos inmóviles mirándonos el uno al otro, dos enemigos que habían sido manipulados por otros dos enemigos mucho más antiguos. Imaginé la sorpresa de Mike ante aquel giro de los acontecimientos. Intenté contactarle, pero mi facultad estaba completamente bloqueada. Imaginé que él también estaría recordando aquella extraña confrontación que había tenido lugar antes. Entonces vi que las nubes se estaban condensando entre nosotros, y comprendí lo que significaban. El suelo se agitó suavemente bajo mis pies, y comprendí lo que esto significaba también.
Uno de nosotros iba a morir, cuando ninguno de los dos lo deseaba.
Shimbo, Shimbo, dije a mi interior, Señor de la Torre del Árbol Tenebroso, ¿debe ser así?
… E incluso mientras estaba diciendo esto sabía que no habría respuesta, no para mí… excepto lo que iba a ocurrir a continuación.
Los truenos retumbaron, suaves y prolongados, como el sonido de distantes tambores. Las luces brillaron más fuertes sobre las aguas. Permanecíamos de pie, inmóviles, en los dos extremos de un infernal campo de duelo, con oleadas de luz a nuestro alrededor, envueltos en jirones de bruma, manchados por las cenizas; y Flopsus ocultó su rostro, tiñendo de sangre las nubes.
Las potencias necesitan un tiempo para moverse, tras alcanzar el punto adecuado. Yo las sentía pasar a través de mí desde el más cercano nódulo energético y luego surgir en enormes oleadas. Permanecí en pie, incapaz de mover un músculo o de apartar mis ojos de la mirada de mi antagonista. A la retorcida luz a través de la que miraba, su imagen se diluía ocasionalmente, dejándome ver una silueta que yo sabía era Belion.
Yo disminuía de tamaño y me expandía simultáneamente; y pasó un largo momento antes de que me diera cuenta de que era yo, Sandow, el que se hacía cada vez más y más inerte, pasivo, pequeño. Y al mismo tiempo sentía los relámpagos enraizarse en mis dedos, mientras sus haces colgaban sobre mí en el cielo, esperando ser llamados y proyectados ruidosamente contra el suelo. Yo, Shimbo del Árbol Tenebroso, el Sembrador de Truenos.
El gris cono a mi izquierda estaba decantado hacia un lado como un brazo, y su anaranjada sangre brotaba y se derramaba en el Acheron, restallando y crepitando en las ahora hirvientes aguas; sus dedos se retorcían y relumbraban en la noche. Entonces hendí el aire con mis líneas de caos y las precipité hacia abajo ante mí en un diluvio de luz, mientras los cañones del cielo saludaban y los vientos soplaban y las lluvias llegaban de nuevo.
Era una sombra, una nada, una sombra, y estaba aún allí inmóvil, de pie, cuando la luz murió, mi enemigo. El chalet estaba ardiendo tras él, y alguien gritó:
—¡Kathy!
—¡Frank! ¡Vuelve atrás! —gritó el hombre verde, y el enano se agarró a mi brazo, pero yo lo empujé a un lado apartándolo de mí, y di mi primer paso hacia mi enemigo.
Una conciencia rozó la mía, luego la de Belion… ya que podía sentir el reflejo que emanaba de este último. Entonces el hombre verde gritó algo y arrastró consigo al enano.
Mi enemigo dio también su primer paso, y el suelo retembló bajo él, se hendió en algunos lugares, se derrumbó.
Los vientos lo asaltaron cuando dio su segundo paso, y cayó al suelo, haciendo que se abrieran algunas fisuras a su alrededor. Yo di igualmente mi segundo paso en el momento en que el suelo cedía bajo mí, y caí también.
Mientras permanecíamos allí en aquella situación, la isla se estremeció y vaciló, y nuestra explanada de roca se inclinó y se deslizó, mientras las fumarolas surgiendo de las fisuras la invadían.
Entonces nos levantamos y dimos nuestro tercer paso, y nos detuvimos al mismo nivel. Yo desmenucé las rocas a su alrededor con mi cuarto paso; él con el suyo las lanzó contra mí. Mi quinto paso fue el viento y el sexto la lluvia, y los suyos fueron el fuego y la tierra.
Los volcanes iluminaban la parte baja del cielo y luchaban con mis relámpagos en la parte alta. Los vientos azotaban las aguas bajo nosotros, mientras continuábamos deslizándonos hacia ellas a cada sacudida de la isla. Oí su chapoteo entre el viento, el trueno, las explosiones, el constante plit-plit de la lluvia. A espaldas de mi enemigo, el chalet parcialmente derrumbado seguía ardiendo.
Con mi doceavo paso, llegaron los ciclones; y con el suyo la isla entera empezó a desmoronarse y a crujir, y las fumarolas eran cada vez más densas y ponzoñosas.
Entonces algo me rozó de una forma en que no debería haberme rozado, y busqué cuál era la causa.
El hombre verde estaba de pie en una escarpadura rocosa, con un arma en sus manos. Un momento antes esta arma había estado a mi costado, inutilizable en una confrontación como aquella.
Primero me apuntó a mí. Luego su mano osciló y, antes de que yo pudiera golpearlo, la desvió hacia la derecha.
Una línea de luz surgió del arma, y mi enemigo cayó.
Pero el movimiento de la isla lo salvó. Ya que el hombre verde se tambaleó a causa de una de las sacudidas, y el arma escapó de sus manos. Entonces mi enemigo se puso de nuevo en pie, abandonando su mano derecha en el suelo tras él. Sujetó su muñeca seccionada con su mano izquierda, y avanzó hacia mí.
Profundos abismos empezaban a abrirse a nuestro alrededor, y fue entonces cuando vi a Kathy.
Había surgido del edificio en llamas y dado un rodeo hacia nuestra derecha, en dirección a la pista de tierra por donde yo había descendido. Y allí se había detenido, contemplando petrificada nuestro lento avance uno en pos del otro. Entonces vi que el abismo se abría ante ella; y algo gritó fuertemente en mi pecho, ya que supe que jamás llegaría a tiempo para salvarla.
… Entonces el abismo se ensanchó, y yo me estremecí y corrí hacia ella, puesto que Shimbo ya no estaba en mí.
—¡Kathy! —grité una sola vez, mientras ella perdía el equilibrio y caía en el abismo.
… Y Nick surgió de algún lugar y saltó al borde del abismo y la sujetó por la muñeca. Por un momento pensé que conseguiría retenerla.
Por un momento…
No fue que no tuviera la fuerza necesaria. Estaba lleno de ella. Era una cuestión de peso y de impulso, y de equilibrio.
Lo oí maldecir mientras ambos caían.
Entonces erguí mi cabeza y la giré hacia Shandon, con una furia mortal ardiendo en mi médula. Busqué mi pistola y recordé, como en un sueño, que ya no estaba allí.
Luego una cascada de piedras llovió sobre mí cuando él dio otro paso, y sentí cómo mi pierna derecha se partía mientras me derrumbaba al suelo. Debí perder el sentido por unos instantes, pero el dolor me devolvió a la conciencia. Por aquel entonces él había dado ya otro paso, que lo había llevado muy cerca de mí, y el mundo se estaba convirtiendo en un infierno a mi alrededor. Miré al muñón que había sido su mano, y a sus ojos maníacos-depresivos, y a su boca que se abría para hablar o para reír; y levanté mi mano izquierda, sujetándola con la derecha, e hice el gesto necesario. Grité cuando mi dedo llameó, y su cabeza saltó de sobre sus hombros, rebotó contra el suelo y rodó sobre sí misma —con sus ojos aún abiertos y mirando fijamente—, y siguió a mi mujer y a mi mejor amigo hacia las profundidades del abismo. Lo que quedaba de su cuerpo se derrumbó al suelo junto a mí, y me quedé mirando aquellos restos durante mucho tiempo, hasta que la oscuridad me envolvió.