«DILVISH EL MALDITO»
Dilvish llevaba ya tres días fuera de Golgrinn, donde había pasado dos semanas trabajando en la reparación de las murallas de la ciudad, que habían sido dañadas durante un asalto fallido perpetrado por una banda de forajidos. Había sido una ardua tarea, pero no solo le habían dado bien de comer, sino que, además, con lo que había ganado había sido capaz de llenar su bolsa, sobre todo después de doblar dichas ganancias apostando en la taberna local. Ahora, con las alforjas repletas, cabalgaba hacia el sur en una tarde soleada por una zona montañosa y cubierta de bosques que desembocaba en la cordillera de Kannai. Ahora viajaba siempre en dirección a Kannai. Había decidido poner rumbo a aquella dirección alrededor de un mes antes, cuando Olgric, el poeta y adivino ciego, le dijo que allí, en un viejo castillo que algunos llamaban Eterno, encontraría lo que andaba buscando.
Cabalgaba abstraído en sus pensamientos cuando, al doblar un recodo, se encontró con que el camino se hallaba bloqueado por un hombre que empuñaba una espada.
—¡Deteneos, viajero, y entregadme vuestra bolsa! —gritó el hombre.
Dilvish echó un rápido vistazo a ambos lados del camino. Al parecer el hombre se encontraba a solas.
—¡Iros al infierno! —le respondió Dilvish desenvainando su arma.
Su enorme caballo negro no solo no redujo la marcha, sino que mantuvo el paso en dirección al hombre. Cuando el salteador vio la pulida y brillante piel de Black abandonó el camino de un salto, pero no sin antes lanzarle a Dilvish una estocada cuando este pasaba a su lado.
Dilvish detuvo el golpe pero no se molestó en devolverlo.
—Un vulgar principiante —le dijo a Black—. Continuemos. Dejemos que sea otro quien derrame su sangre.
A su espalda, el hombre arrojó su espada contra el suelo.
—¡Maldita sea! —gritó—. ¿Por qué no respondéis a mi ataque?
—Detente, Black —dijo entonces Dilvish.
Black se detuvo y Dilvish miró hacia atrás.
—Os ruego que me perdonéis, pero acabáis de despertar mi curiosidad —dijo—. ¿En serio queríais que respondiese a vuestro ataque?
—Cualquier viajero medianamente decente me hubiese cortado en pedazos.
Dilvish sacudió la cabeza.
—Creo que necesitáis unas cuantas lecciones sobre cómo llevar a cabo un robo a mano armada —dijo—. La idea del mismo es enriquecerse a costa de alguien sin resultar herido. Si alguien debe sufrir daño alguno, debería ser la otra persona y no vos.
—¡Idos al infierno! —repuso el hombre con un brillo astuto en los ojos. —Entonces se agachó, recogió rápidamente su espada y echó a correr hacia Dilvish blandiéndola en alto.
Dilvish, quien todavía no había envainado su espada, se limitó a esperar. Cuando el otro le lanzó una nueva estocada, respondió con un golpe seco que le arrebató la espada de la mano a su atacante. Ésta salió volando y aterrizó sobre el camino a unos cuantos pasos de distancia.
Dilvish desmontó y echó a correr. Cuando llegó junto a la espada caída puso el pie sobre ella antes de que el otro tuviese tiempo de recogerla.
—¡Lo habéis vuelto a hacer! ¡Maldita sea! ¡Lo habéis vuelto a hacer! —exclamó el hombre mientras los ojos se le empañaban de lágrimas—. ¿Por qué no habéis contraatacado?
Entonces, de repente, se echó hacia delante e intentó empalarse en la espada de Dilvish.
Éste apartó la hoja de su espada y agarró al desconocido por el hombro. Era un hombre de escasa estatura y de barba y ojos oscuros que lucía un aro de plata en la oreja izquierda. De cerca parecía mayor de lo que aparentaba a primera vista. De hecho, tenía una buena cantidad de arrugas alrededor de los ojos.
—Si lo que necesitáis son unas monedas o un pedazo de pan, os lo daré sin más —le dijo Dilvish—. No me gusta ver tanta desesperación en un hombre. O al menos una desesperación tan falta de sentido.
—¡Eso no me interesa! —gritó el otro.
El hombre comenzó a forcejear y Dilvish lo sujetó con más fuerza.
—Entonces, ¿qué demonios es lo que queréis?
—Quiero que me matéis.
Dilvish suspiró.
—Lo siento, pero no tengo intención de complaceros. Soy muy especial a la hora de elegir a quien mato. No me gusta que me impongan ese tipo de cosas.
—¡En tal caso soltadme!
—No pienso seguiros el juego. Si tanto deseáis morir, ¿por qué no os matáis vos mismo?
—Soy demasiado cobarde para eso. Lo he intentado en varias ocasiones, pero siempre me ha faltado valor.
—Tengo la impresión de que debería haber seguido mi camino —dijo Dilvish.
Black, que se había acercado y estudiaba al hombre atentamente, asintió con la cabeza.
—Así es —dijo en un siseo—. Dejadlo inconsciente de un golpe y reanudemos la marcha. Aquí ocurre algo raro. Un sentido que había olvidado que tenía está despertando.
—Pero si puede hablar… —dijo el hombre en voz baja.
Dilvish levantó el puño pero se contuvo.
—Supongo que escuchar su historia no puede hacernos ningún daño.
—Fue la curiosidad la que os hizo deteneros —le dijo Black—. Ganadle la partida a vuestra curiosidad esta vez. Dadle un buen golpe y abandonadlo a su suerte.
Pero Dilvish vaciló en un mar de dudas sobre la catadura moral de una acción como aquélla.
—No —repuso negando con la cabeza—. Quiero conocer la historia.
—Maldita curiosidad innata —gruñó Black—. ¿Qué bien puede reportaros lo que este hombre tenga que contar?
—Si a eso vamos, ¿qué perjuicio puede causarme?
—Podría pasarme horas enteras especulando sobre ello, pero no lo haré.
—Puede hablar —repitió el hombre.
—¿Por qué no hacéis vos lo mismo? —le interpeló Dilvish—. Decidme por qué tenéis tantas ganas de morir.
—Tengo tantos problemas que creo que es la única salida que me queda.
—Me da la impresión de que se trata de una larga historia —comentó Black.
—Relativamente larga —repuso el hombre.
—En tal caso, y ya que es hora de cenar, ¿os apetece uniros a mí? —le preguntó Dilvish extendiendo una mano hacia sus alforjas y soltando el hombro del desconocido.
—No tengo hambre.
—Ya que vais a morir, quizá sea mejor hacerlo con el estómago lleno, ¿no os parece?
—Tal vez tengáis razón —dijo el hombre—. Llamadme Fly.
—Extraño nombre.
—Me dedico a escalar paredes —explicó el hombre mientras se frotaba el hombro—. Puedo llegar a los sitios más impracticables.
Dilvish envainó la espada y sacó de las alforjas un poco de carne, un pedazo de pan y una bota de vino. Black se movió hasta situarse justo donde había caído el arma de Fly.
—Dilvish, hay algo en este lugar que no me gusta nada —advirtió Black.
Con la comida en la mano Dilvish se acercó a un pequeño claro que había junto al camino. Al llegar allí se volvió hacia Fly y lo miró con atención.
—¿Podéis hablarnos de eso un poco más?
Fly asintió con la cabeza.
—Está bien —dijo—. Ellos se han retirado. Están confundidos con respecto a vos y a ese… —añadió señalando a Black—. Pero no podré seguir evitándolos eternamente.
—¿Quién o qué son ellos?
Fly sacudió la cabeza y tomó asiento sobre el suelo.
—Lo comprenderéis mejor si me permitís que os lo cuente todo tal y como sucedió.
Dilvish cortó los alimentos con su daga, los repartió entre los dos y abrió el vino.
—Hablad.
—Yo me dedico a robar —comenzó Fly—, pero no de la manera en que lo intenté con vos. De hecho, nunca lo hago a punta de espada. En vez de eso voy a un lugar y me entero de dónde se guardan los objetos de valor. A continuación averiguo cómo se puede llegar hasta ellos. Una vez cometido el robo abandono el lugar rápidamente y me deshago, vendiéndolo o cambiándolo, de todo lo robado lo más lejos posible del lugar del delito. A veces me pagan para que robe alguna cosa en particular. En otras ocasiones actúo únicamente por mi cuenta.
—Es un estilo de vida un tanto arriesgado —comentó Black acercándose a ellos—. Me sorprende que hayáis durado vivo tanto tiempo.
Fly se encogió de hombros.
—Es una manera más de ganarse la vida.
En ese momento se oyó en el bosque un ruido, como si algo grande que avanzase entre la maleza. Fly, al oírlo, se puso en pie de un salto y miró en la dirección de la que parecía provenir el ruido. Se quedó allí, mirando durante un rato, pero el ruido no volvió a oírse. Entonces se adelantó varios pasos, metió la mano en el hueco que había en el tronco caído de un árbol y sacó una pequeña bolsa de color marrón.
—Todavía está aquí —dijo mientras la levantaba de un tirón—. ¡Ojalá no fuese así!
Se volvió para mirar de nuevo hacia el bosque y a continuación regresó junto a Dilvish y Black con el bulto en la mano.
—Empiezo a comprender. Habéis robado algo y esta vez van tras vuestra pista, ¿no es así? —sugirió Dilvish.
Fly se bebió un buen trago de vino.
—Ésa es una parte de la historia —respondió.
—Y puede que estemos en peligro si seguimos aquí sentados, ¿no es cierto? —siguió diciendo Dilvish.
—Es posible. Pero no se trata de peligro alguno que seáis capaz de imaginar.
—Vamos, Dilvish —dijo Black—. No perdamos el tiempo con tonterías. No está hablando de seres humanos, ¿verdad?
Fly se tomó su tiempo para responder, pues tenía la boca llena de pan y carne.
—Bueno, sí y no —respondió finalmente.
Una nube cubrió el sol y una corriente de aire frío recorrió el claro.
—Se están acercando otra vez —dijo Fly—. Están recobrando fuerzas. Pero no creo que os hagan daño a vos. Es a mí a quien buscan. A vos solo deberían preocuparos los otros.
—En ese caso tenemos que saberlo todo —dijo Dilvish—. ¿Qué demonios es lo que habéis robado?
Fly abrió la bolsa y hurgó en su interior. Algo brilló fugazmente en su mano. Entonces sacó de allí una larga y ancha tira de cuero curtido tachonada con una deslumbrante colección de piedras preciosas. Tras desenrollarla del todo, se adelantó un paso y la mostró ante sí sujetándola por los extremos.
—El cinturón de sombra de Cabolus —dijo.
Dilvish extendió una mano y lo cogió por un extremo. El claro se hallaba sumido en sombras, por lo que las gemas, en contraste con la oscuridad, parecían brillar más que nunca.
—Menuda colección —dijo Dilvish mientras frotaba el cuero entre sus dedos índice y pulgar y acariciaba las correas situadas en cada extremo. Advirtió, asimismo, que no tenía hebilla—. Un objeto ciertamente antiguo. ¿Quién es Cabolus y por qué lo llamáis cinturón de sombra?
—Cabolus es actualmente uno de esos dioses menores que cuentan con pocos fieles a pesar de que hubo un tiempo en que llegó a ser una deidad de mucha mayor relevancia —respondió Fly—. Su principal lugar de culto se encuentra en una ciudad llamada Kallusan, al oeste de aquí.
—He visto ese lugar en el mapa. Queda a medio día de viaje.
—Sí, más o menos. Como os decía, Cabolus es una especie de recadero o intermediario de los otros dioses. Se asegura de que sus adeptos tengan buenas cosechas y en caso de guerra siempre les echa una mano. Eso es lo que suele hacer. Tiene un hermano con el que no se lleva muy bien, un tal Salbacus, a quien adoran en una ciudad llamada Sulvar, a un día a caballo en dirección noreste. Salbacus es el dios de la forja. Los habitantes de Sulvar son mineros y herreros. Ambos dioses descienden de…
—Todo eso que nos contáis está muy bien, pero ¿es necesario entrar tanto en detalle?
—Disculpadme. Me he dejado llevar por mi propio relato. Es que tuve que aprenderme todas esas cosas para poder hacerme converso.
—¿Converso? ¿Es que acaso adoráis a Cabolus?
—Así es. Era la manera más fácil de familiarizarse con la distribución del templo de Kallusan.
—¿Y el cinturón?
—Lo llevaba la estatua del dios que hay en el templo. Lo tenía atado a la cintura.
—¿Cuándo lo robasteis?
—Ayer.
—¿Y qué ocurrió entonces?
—Al principio nada, pues pude salir rápidamente de la ciudad. Pero con estos dioses menores uno nunca sabe si todo es una simple farsa pensada para mantener a los sacerdotes ocupados o si hay algo más.
—En este caso… ¿debo entender que hay algo más?
Fly asintió con la cabeza y tomó otro trago mientras Dilvish se llevaba un nuevo pedazo de carne a la boca. En el claro la temperatura pareció descender varios grados. Las ramas de los árboles chocaron entre sí cuando se levantó un poco de viento.
—Durante las primeras horas no ocurrió nada —continuó diciendo Fly—. Puede que al principio nadie se diese cuenta del robo. O tal vez pensasen que algún anciano sacerdote había cogido el cinturón para limpiarlo. En cualquier caso, yo partía con una pequeña ventaja. Pero al final se descubrió todo y uno de los durmientes salió a buscarme y me encontró…
—¿Durmientes?
—Así es. Uno de los sacerdotes permanece siempre en una especie de trance vigilando la tierra de las sombras. Se turnan entre ellos. Los sacerdotes que son iniciados en esa labor suelen recurrir a ciertas drogas, pero al cabo de un tiempo se supone que son capaces de entrar en dicho lugar sin tener que tomar ninguna clase de sustancia. Al principio pensé que aquello no era más que una manera que tenían de pasar el rato, pero ahora sé que hay algo más.
—¿La tierra de las sombras? —preguntó Dilvish mientras una extraña huella triangular dotada de pequeños agujeros a lo largo de su base comenzaba a cobrar forma en medio del claro—. ¿A qué os referís con ese nombre?
Fly comenzó a comer más deprisa, masticando y engullendo sin parar, hasta el punto de darse un verdadero atracón.
—Según dicen, se trata de un plano de la existencia adyacente al nuestro —se las arregló para contestar a pesar de tener la boca llena de pan—. En algunos lugares se mezcla con él. Y se mueve continuamente. En cierto sentido es el reino de Cabolus. Éste se traslada por él cada vez que tiene que hacer algún recado para los otros dioses. Está lleno de criaturas horribles, si bien estas no solo no molestan nunca a sus sacerdotes sino que incluso llegan a aceptar órdenes de ellos siempre que estos empleen un poco de persuasión. Los durmientes viajan por ese plano y aprenden muchas cosas, y desde él pueden contemplar nuestro mundo. Debe haber sido así como me han encontrado…
Dilvish observó que una nueva huella cobraba forma justo delante de la primera.
—¿Y pueden las cosas de ese plano de la existencia manifestarse en éste? —preguntó Dilvish.
Fly asintió con la cabeza.
—Eso fue lo que hizo Imrigen, un anciano sacerdote. Se me apareció en el camino y me instó a que devolviese el cinturón.
—¿Y?
—Yo sabía que si lo hacía me matarían. Por otra parte, el sacerdote me dijo que si no lo hacía enviarían en mi busca a las bestias de las sombras. Así que, de una manera o de otra, yo siempre salía perdiendo.
—Así que decidisteis que lo mejor era quitaros de en medio de la manera más rápida posible, ¿no?
—Al principio no fue así. Pensaba que todavía tenía alguna posibilidad de escapar. Es que, veréis, fueron los sacerdotes de Salbacus quienes me contrataron para robar el cinturón con la intención de conseguir mayor poder para su dios. Si hubiese podido entregarles el cinturón, ellos me habrían protegido. Una vez en su poder, le declararían la guerra a Kallusan. De hecho, han enviado patrullas en esta dirección para reunirse conmigo y continuar después juntos hacia Kallusan una vez que Salbacus tuviese el cinturón puesto alrededor de su cintura. Pero ellos aún no han llegado y las bestias me han encontrado. Ahora sé que ya no podré lograr mi objetivo y que ellos me tienen reservada una muerte horrible.
—¿Y cómo sabéis que os han encontrado si se trata de seres incorpóreos?
—Porque quien posee el cinturón tiene la facultad de ver en ese plano de la realidad.
—En tal caso os sugiero que miréis hacia allí y me digáis si veis algo que llame vuestra atención —le dijo Dilvish señalando hacia donde dos más de aquellas extrañas huellas acababan de aparecer sobre el suelo.
Fly se dio la vuelta y, casi involuntariamente, levantó el cinturón ante sí como si de un escudo se tratase.
—¡Atrás! —gritó—. ¡Os lo ordeno en el nombre de Cabolus!
Otra huella apareció en el suelo, más cerca que las anteriores.
—¿Por qué no tiráis el cinturón? —le preguntó Dilvish mientras empuñaba su espada—. ¿Por qué no lo arrojáis al suelo, sin más?
—No serviría de nada —respondió Fly—. Han recibido órdenes de atrapar también a quien lo posea.
Una nueva huella apareció, más cerca todavía.
Fly se volvió súbitamente hacia Dilvish y por un momento se quedó mirándolo con atención. Luego, pasándose la lengua por los labios, volvió la mirada una vez más en dirección a las huellas.
—¡Mirad! —gritó de repente—. ¡Le doy el cinturón a este hombre! ¡Se lo entrego! ¡Ahora es a él a quien pertenece!
En ese momento, le arrojó el cinturón a Dilvish, a quien se le quedó colgando del hombro. Dilvish tuvo la sensación de estar contemplándolo todo como a través de una niebla a la luz del crepúsculo. Entonces, justo en medio del claro…
Con un ágil y veloz movimiento, Black se interpuso entre Dilvish y la visión. Dilvish acertó a oír los escalofriantes gritos de Fly en medio de una verdadera sinfonía de chirridos y crujidos, como si estuviesen triturando algo, mientras un cuerpo de grandes dimensiones se movía sobre la hierba.
Dilvish se puso en pie y, tras arrojar el cinturón al suelo, miró por encima del lomo de Black. Fly yacía en el suelo, pero le faltaba el brazo izquierdo. Mientras Dilvish lo contemplaba, su brazo derecho, su hombro, e incluso parte de su torso desaparecieron también acompañados de un ruido parecido al que se produce al masticar. La sangre comenzó a teñir el suelo de oscuro mientras lo que fuese seguía produciendo aquel siniestro sonido que recordaba a unas mandíbulas masticando.
—¡Salgamos de aquí! —gritó Black—. ¡Ésa cosa es demasiado grande!
—¿Puedes verla?
—A duras penas. Y eso que me encuentro ya en el nivel de existencia adecuado. ¡Rápido! ¡Montad!
Dilvish obedeció. Mientras lo hacía, la cabeza, el cuello y lo que quedaba del torso de Fly desaparecieron.
Black giró sobre sus patas traseras al tiempo que cuatro hombres a caballo y armados con espadas penetraban en el claro para cortarles la retirada.
—¡Por Salbacus! —gritó el que iba a la cabeza cargando contra Dilvish con la espada en alto.
—¡El cinturón! —gritó el que iba justo detrás de él.
Los dos jinetes restantes se movieron hacia los flancos con intención de rodearlos. Black cargó contra el primer jinete mientras Dilvish, tras un primer amago, le lanzaba una estocada que lo alcanzó en pleno vientre. En cuanto al segundo jinete, Dilvish le ensartó la punta de la espada en la garganta.
A continuación Black se alzó sobre sus patas traseras y golpeó con sus cascos a uno de los dos jinetes que intentaban rodearlos. Mientras oía como tanto el jinete como su montura se desplomaban sobre el suelo, Dilvish detuvo la estocada que en ese momento le dirigía el cuarto atacante. Sus dos estocadas de respuesta fueron también detenidas por éste.
—Entregadme el cinturón y podréis salvar la vida —le dijo el hombre.
—Yo no lo tengo. Está ahí atrás, en el suelo —respondió Dilvish.
El hombre giró la cabeza y Dilvish aprovechó la ocasión para cercenársela. Entonces Black se alzó una vez más sobre sus patas traseras mientras despedía fuego por la boca y los orificios nasales. Una enorme lengua de fuego se elevó en el aire ante él. A eso siguió un siseo que creció hasta convertirse en un silbido y que siguió aumentando hasta estallar en una serie de agudos chillidos que de repente comenzaron a alejarse, como si en ese momento emprendiesen la retirada a través del bosque.
Cuando las llamas hubieron desaparecido, Dilvish vio que, en el charco de sangre que se extendía donde Fly había caído, lo único que quedaba de él era su pie derecho. Vio también un gran número de huellas triangulares a su alrededor, así como un rastro de dichas huellas que se alejaba de allí hasta internarse entre los árboles.
Dilvish oyó entonces una risotada que resonó a sus pies. El hombre al que había alcanzado en pleno vientre se encontraba sentado sujetándose las entrañas, si bien tenía los ojos bien abiertos y lucía una amplia sonrisa.
—¡Vaya, vaya! —exclamó—. ¡Mira que echar fuego por la boca para ahuyentarlos! ¡Quién iba a decir que nos mataríais a todos!
El hombre movió una pierna y tanteó el suelo con una mano. Algo brilló allí por un momento. Cuando el hombre levantó por fin la mano Dilvish pudo ver que había estado sentado justo encima del cinturón, el cual levantó ahora ante su rostro empapado en sudor.
—¡Más de los nuestros vendrán a por él! —exclamó—. ¡Los sacerdotes de Salbacus vigilan! ¡Más os vale echar a correr! ¡Las bestias volverán y os perseguirán cuando caiga la noche! ¡Tomad el cinturón de la mano de un moribundo y os habréis ganado mi maldición! ¡Porque aun así seguirá siendo nuestro! ¡Mis compañeros no tardarán en invadir Kallusan y el lugar entero arderá en llamas antes incluso de que hayan terminado de saquearla! ¡Corred, malditos! ¡Salbacus os maldice y me reclama ahora!
El hombre se desplomó boca abajo con el brazo extendido ante sí.
—Ése discurso final no ha estado nada mal —observó Black—. Contenía todos los elementos clásicos del trágico discurso de despedida: una amenaza, una maldición, un poco de bravuconería, la invocación a un dios…
—En mi opinión ha sido magnífico —reconoció Dilvish—, pero será mejor que dejemos las críticas literarias para más tarde. Ahora necesito tu consejo. ¿Es cierto que acabas de ahuyentar a una criatura invisible que tenía la fuerza suficiente para devorar a Fly?
—Prácticamente.
—¿Crees que volverá?
—Probablemente sí.
—¿Y volverá a por mí o a por el cinturón?
—Seguramente a por vos, pues no creo que su naturaleza le permita manejar el cinturón. Al parecer el cinturón coexiste aquí y en el otro plano, el de las sombras, y creo que tocarlo puede resultar doloroso, si no letal, para quienes habitan dicho plano. Se trata de un objeto en el que confluyen varias clases de energía.
—En tal caso, será mejor que me lo lleve en vez de dejarlo aquí. Podría proporcionarnos algo de protección.
—Puede ser. Pero, por otro lado, también os convertirá en objeto de persecución para las tropas de Sulvar.
—¿Y hasta dónde tendríamos que huir para librarnos de las bestias de la sombra?
—No sabría deciros. Tal vez sean capaces de perseguiros prácticamente a cualquier parte.
—Eso no me deja mucho donde elegir.
—Me temo que no.
Dilvish exhaló un suspiro y desmontó.
—Está bien. Llevaremos el cinturón a Kallusan, les explicaremos a sus habitantes lo ocurrido y se lo entregaremos a los sacerdotes de Cabolus. Siempre y cuando nos den la oportunidad de explicárselo todo, claro está.
Dilvish recogió el cinturón y lo sopesó.
—¡Bah! ¡Qué demonios…! —dijo poniéndose el cinturón alrededor de la cintura y abrochándoselo.
Dilvish miró hacia arriba, balanceó el cuerpo y extendió una mano ante sí.
—¿Algún problema? —preguntó Black al verle hacer aquello.
El mundo parecía inundado de una luz plateada que parecía filtrarse a través de una especie de cortina brumosa. Y no era exactamente como lo había visto un rato antes. Todavía podía ver el claro, los cadáveres, a Black y los árboles que se levantaban alrededor. Pero ahora, además, podía ver árboles donde recordaba que no los había: árboles delgados y oscuros, uno de ellos se levantaba justo entre él y Black. El suelo, de alguna manera, parecía estar parcialmente más alto, pero ofrecía una doble perspectiva, como si él se encontrase hundido hasta las rodillas en un montículo oscuro. El horizonte se perdía entre la niebla. A su izquierda había una gran roca oscura, más allá de la cual parecía haber varias formas grises que se agitaban en la penumbra. Dilvish extendió una mano hacia el árbol en sombras que quedaba a su derecha. Sintió su tacto, pero su mano lo traspasó como si estuviese hecho de agua. Un agua que estaba muy fría.
Black repitió su pregunta.
—Es como si viese doble. Es decir, puedo ver nuestro mundo y lo que supongo que es el otro plano, del que Fly nos habló antes —respondió Dilvish, quien se desabrochó el cinturón y se lo quitó. Pero a pesar de hacer aquello nada cambió a su alrededor—. El efecto no se pasa —dijo finalmente.
—Tal vez sea porque todavía estáis sujetando el cinturón. Metedlo en las alforjas y montad. Más vale que nos pongamos en marcha.
Dilvish hizo lo que Black acababa de decirle.
—Sigue igual —dijo.
—Quizá se deba a que funciona por proximidad —respondió Black.
—¿Notas si tiene algún efecto sobre ti ahora que lo llevas encima?
—Supongo que me afectaría si yo se lo permitiese, pero lo cierto es que estoy bloqueando ese plano de la realidad. Y esto es así porque no puedo correr si tengo visión doble. Pero mientras avanzamos echaré algún que otro vistazo.
Black comenzó a avanzar en la dirección en la que Fly les había dicho que se encontraba Kallusan, para lo cual tuvieron que internarse en una zona del bosque completamente desprovista de senderos.
—Será mejor que consultéis en vuestro mapa dónde se encuentra Kallusan —dijo Black—. Buscad la mejor ruta.
Dilvish apartó la vista de aquel paisaje tan vertiginoso y sacó el mapa de uno de los bolsillos de las alforjas.
—Ve a la derecha —dijo— y continúa hasta que llegues al camino por el que íbamos cuando doblamos aquel recodo. Será más fácil si retrocedemos sobre nuestros propios pasos durante un trecho. Eso debería llevarnos a una zona más despejada.
—De acuerdo.
Black dio media vuelta y, poco después, encontraron el camino que buscaban. Para entonces este le pareció a Dilvish poco más que una senda distante y poco iluminada. No tardó en encontrarse esquivando ramas que en realidad no eran más que la brisa que le acariciaba el rostro. Por lo demás, cada vez le resultaba más difícil mantener separados aquellos dos planos de la realidad. Probó a mantener los ojos cerrados durante un rato pero no tardó en marearse y sentir náuseas a causa del vértigo que ello le producía.
—¿No hay manera alguna de que puedas bloquear mis visiones? —le preguntó a Black mientras atravesaban lo que en un principio parecía ser una roca sólida a pesar de ir acompañada de imágenes que daban la sensación de estar atravesando un túnel de hielo.
—Lo siento —respondió Black—. Me temo que no se trata de una habilidad que pueda transferirse.
Dilvish profirió una maldición y se mantuvo agachado. Al cabo de un rato llegaron a una bifurcación del camino que habían recorrido antes y tomaron el desvío de la izquierda, que se hallaba bien delimitado, era bastante liso y descendía gradualmente. Cabalgaron hacia la puesta de sol, cuya luz servía para borrar algunas, aunque no todas, de las inquietantes visiones que pasaban ante sus ojos. Había árboles de aspecto amenazador que parecían tener vida propia y que hacían oscilar sus ramas como si fuesen largos y huesudos dedos cuyo contacto resultaba frío, quebradizo y perturbador. De vez en cuando aparecían también seres extraños que giraban en el aire, se arrojaban contra ellos y luego huían en cuanto Dilvish los amenazaba con la espada. Había criaturas provistas de tentáculos que se deslizaban por el suelo en un intento por alcanzarlos pero que no podían mantener el paso de Black. Soplaba un viento helado que parecía algo más que un simple viento, pues iba cargado de insectos y copos negros, y cuyo olor recordaba al de la fosa de una tumba. En cuanto a los sonidos de animales que de vez en cuando llegaban a sus oídos, Dilvish no era capaz de discernir de qué plano de la realidad procedían.
A medida que el sol se iba poniendo por el oeste y que las sombras se iban alargando, el otro mundo, con su perpetua luz plateada, fue ganando protagonismo en el duelo que se había entablado entre los dos planos para dominar los sentidos de Dilvish. En cualquier caso, el mundo de las sombras parecía más luminoso a pesar de que daba la impresión de que las nieblas que en él flotaban eran ahora más densas. Dilvish se sintió preocupado ante la posibilidad de que los objetos de aquel plano pudiesen estar ganando densidad con respecto a él mientras el día llegaba a su fin en su propio mundo.
Algo de enormes dimensiones se acercó amenazadoramente por la izquierda. Se movía con rapidez a pesar de su tamaño, pero no fue capaz de resistir el paso de Black y no tardó en quedar atrás y desaparecer de la vista. Dilvish suspiró y miró al frente mientras los vaporosos tallos de las plantas golpeaban sin parar sus piernas y brazos al pasar.
En un momento dado, cuando Black bajó un poco el ritmo para tomar una curva del camino, Dilvish sintió súbitamente un peso enorme sobre la espalda y que unas garras se le clavaban en los hombros.
Dilvish se volvió y, estirando el brazo, agarró por el cuello a una grotesca criatura dotada de pico que en ese momento se posaba sobre él. La fuerza del impacto hizo que Dilvish se cayese de la silla. Al separarse del lomo de Black, no obstante, el mundo de las sombras desapareció a su alrededor. La criatura con forma de pájaro, que tendría aproximadamente el tamaño de un perro pequeño, profirió un estridente chillido y agitó sus membranosas alas mientras los dos caían al suelo, pero Dilvish, aferrándola con fuerza, logró girarse en el aire de tal manera que cayó encima de ella.
Tan pronto como golpearon el suelo, la criatura se puso a forcejear y a golpear el rostro de Dilvish con las alas hasta que logró soltarse. Al verse libre, la criatura retrocedió de un salto y miró en todas direcciones como una fiera acorralada. Entonces se elevó en el aire y se alejó volando por el margen derecho del camino hasta desaparecer entre los árboles.
—¿Qué era eso? —preguntó Dilvish poniéndose en pie y echando a correr hacia Black—. ¿Qué ha ocurrido?
—Os las habéis arreglado para traer a vuestro mundo a una criatura de la tierra de las sombras —respondió Black—. La teníais bien agarrada cuando dejasteis de estar en contacto con el cinturón y tirasteis de ella hasta arrastrarla con vos hasta aquí. Mis felicitaciones. Creo que algo así no sucede muy a menudo.
—Salgamos de aquí antes de que regrese —le ordenó Dilvish montando de nuevo—. No estoy muy convencido de haber realizado precisamente una hazaña. ¿Qué crees que hará en nuestro mundo una criatura como ésa?
—Probablemente os persiga para atacaros de nuevo —respondió Black—. Aunque apuesto a que, de todas maneras, no durará mucho. No conoce gran cosa sobre vuestro mundo y los depredadores no tardarán en darse cuenta de que es diferente. Tarde o temprano algo acabará con ella.
Black reemprendió la marcha.
—De todas formas, sería interesante ver lo que ocurre si se tropieza con unas cuantas gallinas —añadió Black tras reflexionar unos segundos.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Dilvish.
—Reconozco a esa criatura a raíz de mis propios viajes por el otro plano, hace ya mucho tiempo —dijo Black—. Si uno de ellos pasa a este mundo y se encuentra con una gallina no tardaremos en tener unas cuantas crías de cocatriz por aquí. Les gusta relacionarse con las gallinas y ese suele ser el resultado final.
El camino se enderezó y Black volvió a aumentar la velocidad.
—Por fortuna, las cocatrices tampoco duran mucho tiempo en este mundo —añadió.
—Está bien saberlo —dijo Dilvish agachando la cabeza al pasar bajo una rama de la tierra de las sombras. Su vista iba adaptándose de nuevo a aquella otra dimensión.
La luz del día abandonó definitivamente el mundo normal y las formas que lo habitaban se tornaron oscuras e imprecisas. El otro plano, en cambio, ganó luminosidad y se hizo más sólido y real. Para comprobarlo, Dilvish estiró el brazo y arrancó una hoja larga, oscura y de bordes dentados de un árbol que extendió sus ramas hacia ellos cuando pasaron a su lado. La hoja se le enroscó inmediatamente en la mano y sus bordes dentados la mordieron. Dilvish sintió como si un puñado de insectos le hubiesen picado todos a la vez. Profirió una maldición y se quitó la hoja de encima arrojándola bien lejos.
—Vuestra curiosidad otra vez —le dijo Black—. Por favor, no torturéis a las plantas. Son seres muy sensibles.
Dilvish respondió con una obscenidad y se frotó la mano.
Continuaron cabalgando durante varias horas a una velocidad mucho mayor de la que cualquier caballo sería capaz de mantener. Dejaron atrás a enormes criaturas de aspecto amenazador y esquivaron o se deshicieron rápidamente de otras más pequeñas pero también más veloces. Dilvish acabó recibiendo mordeduras en el muslo izquierdo y el antebrazo derecho.
—Tenéis suerte de que no sean venenosos —comentó Black.
—¿Y por qué será que no me siento nada afortunado? —replicó Dilvish.
Finalmente llegaron ante una elevación del terreno del otro mundo a pesar de que el camino del mundo real seguía siendo recto y bien nivelado. Antes, en su propio plano, se habían encontrado con continuas subidas y bajadas que daban la impresión de estar cabalgando en el aire en medio de aquel paisaje tan soleado; sin embargo, aquella fue la primera ocasión en la que a Dilvish le pareció que estaban a punto de atravesar la ladera de una colina.
—¡Más despacio, Black! ¡Más despacio! —gritó Dilvish cuando una forma humana emergió de repente de una grieta abierta en una gran roca situada a la derecha y se colocó delante de ellos justo en medio del camino.
—¿Qué…?
—Ya lo he visto —dijo Black—. He estado fijándome y creo poder asegurar que este lugar no destaca precisamente por estar habitado por humanos.
En ese momento la figura, que correspondía a un anciano ataviado con una capa oscura, les hizo una señal con el báculo que llevaba en la mano, como instándoles a detenerse.
—Paremos y veamos qué es lo que quiere —dijo Dilvish.
Black se detuvo y el hombre les dedicó una sonrisa.
—¿Qué deseáis? —le preguntó Dilvish.
El hombre alzó una mano. Respiraba con dificultad.
—Aguardad un momento, por favor —dijo—. Primero debo recuperar el aliento. He estado proyectándome por todas partes en mi intento por localizaros y os aseguro que no ha sido una tarea nada fácil.
—Se trata del cinturón, ¿verdad? —preguntó Dilvish.
El anciano asintió.
—Así es. El cinturón —respondió—. Lo estáis llevando en la dirección equivocada.
—¿Ah, sí?
—Sí. No obtendréis nada de los kallusianos por él. Ni siquiera las gracias. Son unos auténticos bárbaros.
—Comprendo —dijo Dilvish—. Supongo que vos sois un sacerdote de Salbacus y que procedéis de Sulvar.
—¿Cómo negarlo? —repuso el anciano—. Desgraciadamente no poseo el poder para trasladar un objeto como el cinturón de un plano al otro. En realidad ni tan siquiera puedo hacerlo de un lugar a otro dentro del mismo plano. De ahí que sea necesaria vuestra colaboración. Os aseguro que seréis bien recompensado por ello.
—¿Y qué es exactamente lo que queréis que haga?
—Presenciamos el robo del cinturón desde este plano de la existencia —respondió el hombre—. Pero como preveíamos que algo así podía ocurrir, ya teníamos movilizado a nuestro ejército. Así que para cuando Fly robó el cinturón nuestros oficiales ya habían comenzado a trasladarse en esta dirección. Y, aunque nuestros hombres se encuentran todavía de camino, los kallusianos ya se han enterado de todo y también se han movilizado. De hecho, ellos también avanzan hacia aquí desde el oeste.
—¿Queréis decir que en este momento me encuentro en medio de dos ejércitos que avanzan hacia aquí?
—Exactamente. Además, contamos también con un buen número de fuerzas de choque y varias partidas de búsqueda, una de ellas se encuentra actualmente en este mismo camino a menos de media hora de vos. Llevan consigo la estatua del templo de Salbacus. Sería mucho más fácil para todos si dieseis media vuelta y retrocedieseis sobre vuestros pasos. Podríais entregarles el cinturón, y así el oficial al mando os proporcionaría un salvoconducto con el que regresar a Sulvar. Allí seréis tratado como un héroe y os recompensarán generosamente. Por otro lado, también es cierto que algunos de los nuestros os persiguen con la intención de destruiros.
—Aguardad un momento —le interrumpió Dilvish—. Todo eso de ser un héroe y de ser recompensado con generosidad está muy bien, pero ¿qué hay de este plano de la realidad y de sus bestias, las cuales, por lo que puedo ver, siguen viniendo hacia aquí?
El sacerdote se echó a reír.
—No temáis. El primer sacerdote que logre tener el cinturón en sus manos anulará la maldición. ¿Estáis de acuerdo?
Dilvish no respondió.
—¿Que opinas tú, Black? —le preguntó en voz baja.
—Yo creo que resultaría más barato mataros que recompensaros —respondió Black—. Por otra parte, los kallusianos se alegrarán de tener de nuevo lo que es suyo, y sabrán que no fuisteis vos quien lo robó porque ya saben quién lo hizo.
—Eso es cierto —dijo Dilvish.
—¿De acuerdo entonces? —repitió el sacerdote.
—Me temo que no —respondió Dilvish—. Éste cinturón les pertenece a ellos.
El sacerdote negó con la cabeza.
—No puedo creer que haya gente que se pase la vida cabalgando por ahí y se dedique a hacer las cosas que hace por el simple motivo de que cree tener la razón siempre de su lado —dijo—. Es simplemente perverso, eso es lo que es. Ése cinturón ha sido robado y recuperado tantas veces que ya nadie recuerda ni cómo ni dónde empezó todo. No os empeñéis en perseguir una de esas vagas cuestiones de honor y dejad de una vez de dar vueltas como un molino para no llegar a ninguna parte. Sed razonable.
—Lo siento —respondió Dilvish—, pero así son las cosas.
—En ese caso las tropas recuperarán el cinturón de entre vuestros restos —dijo el otro.
Bajó su báculo hasta que la punta, como si de una lanza se tratase, apuntó hacia Dilvish. Black, instantáneamente, se levantó sobre sus cuartos traseros y comenzó a despedir llamas por las cuencas de los ojos y humo por los orificios nasales.
En ese momento, un hombre bajito y rollizo ataviado con una capa marrón y provisto también de un báculo salió de una grieta abierta en la roca.
—Un momento, Izim —dijo señalando al otro con el báculo.
—¡Maldita sea! ¡Justo cuando mi turno se estaba acabando! —se quejó el sacerdote de Salbacus.
—Seguid vuestro camino, forastero —dijo el recién llegado—. Soy sacerdote de Cabolus. Una fuerza procedente de Kallusan se dirige hacia aquí llevando consigo la estatua de nuestro dios. Una vez que el cinturón se encuentre de nuevo alrededor de su cintura todo quedará resuelto satisfactoriamente.
El sacerdote de Salbacus le lanzó un golpe con su báculo al recién llegado. Éste lo detuvo, lanzó uno propio y saltó a un lado. Rápidamente señaló al otro con la punta de su báculo y arrojó una llama. El sacerdote llamado Izim bajó su báculo y de su punta brotó un chorro de vapor que apagó la llama del otro. Entonces lanzó un nuevo golpe de báculo, pero su adversario logró neutralizar el ataque.
—¡Un momento! ¡Se me acaba de ocurrir una pregunta que tiene que ver con la identificación de cada uno de los dos bandos! —les gritó Dilvish—. Con tantas tropas y dioses moviéndose por estas tierras, ¿cómo puede uno saber qué estatua es la de Cabolus y cuál la de Salbacus?
—¡La de Cabolus tiene la mano derecha levantada! —gritó el sacerdote bajito propinándole a Izim un golpe en el hombro.
—¡Por si cambiáis de parecer, sabed que la de Salbacus tiene la mano izquierda levantada! —gritó Izim a su vez poniéndole la zancadilla al otro.
El sacerdote más bajito rodó por los suelos, se puso de nuevo en pie y le propinó a su enemigo un puñetazo en el estómago.
—Prosigamos nuestro camino —dijo entonces Dilvish.
Black, obediente, se internó en la ladera de la colina hasta quedar sumido en la oscuridad.
Dilvish perdió la noción del tiempo a causa del ambiente casi claustrofóbico que les envolvió de repente. Entonces, tenue y débilmente, su propio mundo comenzó a aparecer ante sus ojos como si estuviese contemplándolo a través de una cortina de humo. Cuando miró hacia atrás pudo ver que la luna ya había aparecido.
—Espero que al menos hayáis aprendido a no entablar conversación con quien tiene intención de robaros —le dijo Black.
—Bueno, al menos has de admitir que tenía una buena historia que contar.
—Si a eso vamos, seguro que Jelerak tiene historias verdaderamente fascinantes.
Dilvish no respondió. En vez de eso miró al frente, hacia donde acababa de aparecer una pequeña luz que brillaba entre los árboles.
—¿Será eso el fuego de un campamento? —preguntó al fin.
—Supongo que sí —respondió Black.
—¿Serán kallusianos o sulvaranos?
—No creo que se les haya ocurrido poner un cartel que lo aclare.
—Reduce la marcha. A partir de aquí tendremos que avanzar con sigilo.
Black obedeció y procuró hacer el menor ruido posible con sus movimientos. Cuando abandonaron el sendero y se adentraron en el bosque, Dilvish tuvo todavía la sensación de que se hallaba bajo tierra y de que su mundo habitual no era más que un lugar envuelto en sombras que se extendía a su alrededor. Black continuó avanzando en dirección al fuego, pero lo hizo describiendo una espiral que discurría hacia la izquierda y hacia delante. Dilvish esperó que nadie surgiese en ese momento de entre las sombras para acabar de confundirlo con imágenes dobles procedentes de ambos planos.
El bosque en el que se habían internado tenía un aspecto fantasmagórico. Todos los típicos sonidos nocturnos sonaban amortiguados, y cada árbol y cada piedra tenían la textura inconsistente y desvaída propia de un sueño. Los movimientos que producían en las ramas las ráfagas de un viento apenas perceptible eran poco más que un agitar de sombras. En un momento dado, a Dilvish le pareció oír detrás de él una especie de revoloteo, pero cuando se detuvo y esperó para escuchar más atentamente no logró detectar nada, y nada surgió de la oscuridad para enfrentarse a ellos. Así que continuaron cabalgando por aquel escenario sombrío hasta que Dilvish fue capaz de oler el humo del fuego y oír las voces de los hombres en la distancia.
—Será mejor que prosiga a pie —dijo entonces—. Éstas botas élficas son perfectas para avanzar a hurtadillas.
Black se detuvo.
—Os daré algo de ventaja y os seguiré sin hacer ruido —dijo—. Si por cualquier motivo me necesitáis, estaré a vuestro lado en cuestión de segundos.
Dilvish desmontó. A medida que se alejaba de Black y del cinturón que este llevaba en las alforjas, la noche fue perdiendo parte de su calidad espectral, como si el mundo se estuviese despojando lentamente de alguna especie de envoltura. El olor a moho y a tierra húmeda se hizo más intenso. El volumen de los sonidos de la noche aumentó. Las voces que llegaban desde el campamento parecieron sonar también con mayor claridad. Incluso el fuego parecía más brillante.
Dilvish se agachó y avanzó de tal guisa por entre los árboles empleándolos a modo de pantalla, teniendo que recurrir en ocasiones a avanzar a gatas. Según fue acercándose al límite del campamento, fue avanzando cada vez más despacio, hasta que llegó un momento en que se detuvo por completo y se dedicó a observar. Poco después Black se colocó a su lado y se quedó completamente inmóvil.
Alrededor de una docena de hombres componían el campamento. Todos ellos, ya se encontrasen recostados o deambulasen por las inmediaciones del fuego, llevaban armas e iban vestidos para la batalla. Unos cuantos caballos se hallaban atados contra el viento a cierta distancia. El terreno estaba cubierto de marcas y en algunas zonas parecía haber sido removido. Había ramas tiradas por todas partes, probablemente para alimentar el fuego con ellas. Más allá de la hoguera y hacia la izquierda había una especie de plataforma. Sobre ésta, atada con gruesas ligaduras, había lo que a Dilvish le pareció una estatua, si bien se hallaba tapada en parte por dos hombres que conversaban de pie ante ella.
—Moveos, maldita sea— susurró Dilvish.
Pasaron todavía unos minutos antes de que aquello ocurriera. Cuando finalmente se apartaron, Dilvish exhaló un suspiro.
—Menos mal —le susurró a Black—. Ésa estatua tiene la mano derecha levantada. Ahora podré devolverle el cinturón al bando de Cabolus y olvidarme de toda esta historia.
Se puso en pie, retrocedió unos pasos, abrió una de las alforjas y sacó el cinturón.
—Os esperaré aquí guardándoos la retirada —le dijo Black.
—Muy bien —repuso Dilvish moviéndose hacia delante.
Se abrió paso a través de una verdadera maraña de ramas y se quedó quieto. Mientras permanecía allí de pie se le ocurrió pensar que irrumpir en un campamento militar sin previo aviso no era una práctica muy recomendable. Un momento más tarde el hombre al que había tomado por un oficial se volvió hacia él. Varios de los hombres que se encontraban junto al fuego, al advertir también su presencia, se pusieron en pie y empuñaron sus armas. Dilvish levantó la mano derecha, que se hallaba desnuda.
—¿Habéis recibido algún mensaje relativo al cinturón? —les preguntó.
El hombre que parecía ser el jefe se quedó quieto durante un momento y a continuación afirmó con la cabeza y avanzó unos pasos.
—Así es —respondió—. ¿Acaso sois vos quien lo tiene?
Dilvish levantó la mano izquierda y dejó que el cinturón se desenrollase como si fuese una cascada de fuego.
—Sí. Me lo dio el hombre que lo robó —dijo—. Aunque él ya está muerto.
Dilvish avanzó con el cinturón extendido ante sí.
—Tomadlo. Es vuestro —dijo—. Me alegro de librarme de él.
El hombre sonrió.
—Claro —dijo—. Hemos estado esperando que ocurriese esto desde que nuestro sacerdote nos visitó hace un rato. Nosotros…
Dilvish se detuvo al pisar algo blando que parecía estar semienterrado en un trecho en el que la hierba era más alta. Súbitamente se agachó, recogió algo del suelo y lo levantó en alto.
Era la mano de un hombre.
—¿Qué es esto? —les gritó al tiempo que la dejaba caer al suelo, saltaba a un lado y desenvainaba la espada.
Entonces clavó la punta de su arma en un lugar donde la tierra había sido removida. Se trataba de una tumba poco profunda. Tras apartar un poco de tierra pudo ver parte de una pierna asomando por el suelo.
El hombre echó a correr hacia él con el rostro desencajado, pero Dilvish colocó la espada en posición defensiva. Inmediatamente el otro se detuvo y levantó una mano para contener a sus hombres, quienes habían comenzado también a avanzar.
—Una patrulla de sulvaranos nos atacó aquí mismo no hace mucho —explicó—. Nosotros les vencimos y les dimos una digna sepultura, lo cual, estoy seguro, es más de lo que ellos hubiesen hecho por nosotros.
—¿Y después de eso os encargasteis de borrar todas las huellas de la pelea?
—¿Y a quién le gusta tener recuerdos sombríos alrededor de su campamento?
—En tal caso, ¿por qué enterrarlos en el mismo lugar en el que cayeron? ¿Por qué no llevárselos a cierta distancia? Algo no tiene mucho sentido…
—Estábamos muy cansados después de marchar durante todo el día —respondió el hombre—. Dejadlo ya, forastero. Entregadme el cinturón y liberaos de vuestra carga.
El hombre extendió el brazo y dio un paso adelante.
—A menos que…
El hombre avanzó un paso más y Dilvish le apuntó con la espada para indicarle que se quedase quieto donde estaba.
—Un momento —dijo entonces—. Se me acaba de ocurrir otra explicación para todo esto.
—¿Y qué explicación es ésa? —preguntó el hombre deteniéndose de nuevo.
—¿Y si resulta que vos sois sulvaranos? Supongamos que caísteis sobre este grupo de kallusianos y que los asesinasteis a todos. Y que después, al recibir el mensaje de que yo venía hacia aquí, lo limpiasteis todo apresuradamente y os quedasteis aquí para reclamar el cinturón.
—Eso es mucho suponer —repuso el hombre—. Y como me sucede con la mayoría de las historias disparatadas que he oído en mi vida, no se me ocurre ninguna manera de rebatirla.
—Bueno, tal y como yo lo veo, el bando cuyo dios lleve el cinturón es el que suele vencer en este tipo de conflictos, ¿no? —dijo Dilvish.
De inmediato, se desplazó hacia la izquierda, giró el cuerpo y, manteniéndose siempre en guardia, comenzó a avanzar en dirección a la estatua.
—Así que voy a devolverle el cinturón a Cabolus y, una vez hecho eso, seguiré mi camino.
—¡Esperad! —gritó el hombre desenvainando su espada—. ¡Sería un sacrilegio hacer algo así con vuestras propias manos ya que no se hallan consagradas!
Dilvish ladeó la cabeza cuando oyó un silbido extrañamente familiar procedente del bosque.
—He llevado el cinturón conmigo todo este tiempo —dijo—, así que a estas alturas cualquier posible daño ya debe estar hecho. Por otra parte, tampoco veo por aquí a nadie que tenga precisamente apariencia de sacerdote. Correré el riesgo.
—¡No!
El hombre saltó hacia delante blandiendo su espada ante sí. Dilvish detuvo el golpe y le devolvió la estocada. Entonces oyó un sonido de cascos y vio como una sombra negra con forma de caballo emergía del bosque y se abalanzaba sobre el resto de los hombres que en aquel momento se dirigía hacia él.
Black aplastó a varios de ellos en su primera embestida. Luego se volvió y se levantó sobre las patas traseras para golpear con los cascos. Dilvish, al verlo, supo que el fuego estaba comenzando a acumularse en su interior.
Dilvish se deshizo de su contrincante asestándole una estocada en el cuello y continuó su retirada mientras tres hombres más se abalanzaban sobre él. Entonces apoyó una rodilla en la tierra y se impulsó hacia delante y hacia arriba, una maniobra que cogió desprevenido al hombre que se hallaba más cerca. Los otros dos optaron por separarse y moverse a ambos lados con la intención de rodearlo.
Al otro lado del claro, Dilvish pudo ver como las llamas de Black salían disparadas hacia delante. Alcanzó también a oír los gritos de quienes sucumbían ante él.
Dilvish amagó un ataque contra el hombre que tenía a su derecha y se abalanzó contra el que quedaba a su izquierda. Sin embargo, tan pronto como sus espadas chocaron, advirtió que había cometido un error. Aquél hombre era rápido y poseía una habilidad que superaba a la media. No parecía haber manera de deshacerse de él con rapidez ni de hacerlo retroceder para volverse y ocuparse del otro, quien por cierto debía estar ya preparándose para atacarlo. Al borde de la desesperación, Dilvish comenzó a dar vueltas en círculo para intentar dejar a su oponente entre él y el segundo hombre. Su adversario, descubriendo a tiempo su maniobra, logró frenar aquella retirada en oblicuo. Mientras tanto, por el rabillo del ojo, Dilvish vio que Black se hallaba demasiado lejos para poder llegar a tiempo en su ayuda.
Una vez más, oyó aquel silbido y aquel batir de alas. Entonces reconoció a su enemigo del plano de las sombras, que se dirigía volando hacia él entre los árboles.
Dilvish descargó un fuerte golpe contra la espada de su oponente, saltó hacia atrás y aterrizó de cuclillas delante del segundo hombre con la espada levantada por encima de la cabeza en posición defensiva.
La sombra voladora había girado hacia él mientras él saltaba. Ahora, a tan escasa distancia, desplegó las alas, pero fue incapaz de frenar a tiempo y se estrelló contra la espalda del segundo hombre, que pasó volando por encima de Dilvish y fue a caer ante los pies del primero. El hombre caído en tierra blandió su espada contra la criatura mientras esta saltaba contra él y le clavaba las garras en el hombro y en la cara.
Todavía en cuclillas, Dilvish le asestó una estocada en plena corva al otro hombre, que aulló de dolor. Entonces se puso en pie y, viendo la oportunidad de propinarle a su adversario un corte limpio, la aprovechó.
A continuación se dio la vuelta y vio que el pájaro de las sombras le había atravesado la garganta a su víctima con el pico y que, sin hacerle el menor caso a la sangre que manaba de allí a borbotones, tenía sus ojos negros clavados en él. Con un poderoso batir de alas el animal se plantó ante Dilvish de un salto.
Su espada centelleó brevemente y la cabeza de la bestia salió disparada hacia la derecha mientras el resto de su cuerpo se precipitaba hacia delante arrojando un fluido de color azul pálido por el cuello recién desgarrado. Dilvish se hizo a un lado cuando la criatura pasó volando con dificultad junto a él para acabar estrellándose contra el suelo.
Dilvish vio que ningún atacante más corría hacia él y que Black se hallaba ocupado todavía aplastando cuerpos. Entonces envainó la espada, retrocedió sobre sus pasos hasta el lugar en el que había estado luchando y se puso a buscar el cinturón, que se le había caído durante la pelea. Cuando por fin lo vio, muy cerca del cadáver de su primer atacante, se agachó y lo recogió.
Tras sacudirlo brevemente para quitarle el polvo, se volvió hacia donde se encontraba la estatua.
—Aquí lo tenéis, Cabolus —le dijo mientras avanzaba hacia él—. Os devuelvo lo que es vuestro. Y, al hacerlo, os estaría muy agradecido si apartaseis de mi camino a las criaturas de la tierra de las sombras y eliminaseis de mi vista la percepción de ese plano de la realidad. Lamento que mis manos estén tan sucias, pero han tenido que atravesar dicho plano para llegar hasta aquí.
Dilvish se arrodilló y colocó el cinturón alrededor de la estatua. Al hacerlo, notó inmediatamente como la luz que bañaba cuanto había a su alrededor se suavizaba y como los rasgos toscamente esculpidos que tenía ante él parecían adquirir una apariencia más natural aunque menos humana. Entonces, cuando una luz comenzó a brillar en las cuencas de los ojos de la figura y alrededor de la mano que esta mantenía en alto, retrocedió un poco.
—¡Buen trabajo! ¡Oh, sí! ¡Buen trabajo! —oyó decir a una voz a sus espaldas.
Dilvish se volvió para encontrarse con la ya poco sólida figura del sacerdote rollizo que había visto antes. El ojo izquierdo del hombre se hallaba cerrado a causa de una terrible hinchazón y su frente lucía un profundo corte. El hombre se apoyaba pesadamente sobre su báculo.
—Por lo que parece los combates astrales pueden llegar a ser tan duros como los terrenales —comentó Dilvish.
—Pues tendríais que ver cómo ha quedado el otro —repuso el recién llegado—. Habéis hecho un buen trabajo, forastero —añadió mientras abarcaba el campamento con un gesto—. Se ha sacrificado sangre suficiente para calentar el viejo corazón de Cabolus.
—Los motivos han sido en realidad más terrenales que espirituales —comentó Dilvish.
—Poco importa eso ya —dijo el sacerdote—. Seguro que vuestro gesto ha sido bien recibido. Ahora que la balanza vuelve a estar inclinada no tardaremos en celebrarlo en Sulvar. Tendremos ejecuciones, quemas y un buen botín. Y vos recibiréis toda clase de honores por el papel que habéis representado en lo sucedido.
—Ahora que tenéis de nuevo el cinturón, ¿por qué no acabamos con toda esta historia y dejamos que cada uno regrese a su hogar?
El sacerdote arqueó una ceja.
—Debéis estar bromeando —dijo—. Ellos empezaron esto, así que necesitan un buen escarmiento. De todas formas, ahora nos toca a nosotros. Al fin y al cabo ellos llevan haciendo lo mismo hasta donde puedo recordar. Además, las tropas están ya en el campo de batalla y no podemos enviarlas de vuelta a casa sin un poco de acción o tendríamos problemas. En resumidas cuentas, no, gracias. De hecho, algunos de ellos no tardarán en llegar. Por lo que a vos respecta, podéis uniros a nuestro bando. Será un honor acompañar a Cabolus y, por si eso fuera poco, también recibiréis una parte del botín.
Black, que se había acercado hasta allí mientras ellos hablaban y había estado escuchando, le hizo un gesto a Dilvish.
—Me pregunto si llegaría a encontrarse con alguna gallina mientras estuvo aquí —le dijo mientras contemplaba la cabeza cercenada del pájaro de las sombras.
—Gracias por vuestra amable oferta —le dijo entonces Dilvish al sacerdote—, pero tengo un largo viaje por delante y no deseo demorarme. Renuncio a mi parte del botín. Buenas noches —añadió mientras montaba a lomos de Black.
—En tal caso el templo se quedará con la parte que os corresponde —repuso el sacerdote con una sonrisa—. Buenas noches, pues, y que la bendición de Cabolus os acompañe.
Dilvish se encogió de hombros y asintió con la cabeza.
—Salgamos de aquí de una vez, Black —dijo—. Y procura evitar todos los campos de batalla.
Black se volvió en dirección sur y se internó en el bosque dejando tras de sí, en mitad de aquel claro manchado de sangre, la brillante estatua con el brazo alzado y la imagen del rollizo sacerdote, que seguía desvaneciéndose. El pájaro de las sombras decapitado se tambaleó todavía un poco más hasta que cayó desplomado, aleteando con fuerza y expulsando fluídos, cerca de un cadáver que yacía junto al fuego.
En ese momento llegaron hasta ellos las vibraciones producidas en el suelo por las tropas de caballería que avanzaban hacia allí a pesar de encontrarse todavía a cierta distancia. La luna estaba más alta que antes, pero las sombras eran claras y definidas y se hallaban vacías. Black agachó la cabeza y dejó todo aquello atrás a gran velocidad.
La tarde siguiente, mientras seguían un tortuoso sendero que cruzaba un bosque en dirección sur, una joven salió de entre los árboles y se acercó corriendo hasta ellos.
—¡Mi buen señor! —le gritó a Dilvish—. ¡Mi amado yace herido justo al otro lado de esta colina! ¡Unos forajidos nos atacaron hace un rato! ¡Por favor, venid conmigo y prestadme vuestra ayuda!
—Detente, Black —dijo Dilvish.
—¿Estáis hablando en serio? —inquirió Black en voz baja—. Es uno de los trucos más viejos del mundo. Si la seguís, no encontraréis más que un par de hombres armados que os han tendido una emboscada. Y si los derrotáis, la joven os apuñalará por la espalda. Se han escrito incluso baladas sobre esto. ¿Es que no aprendisteis nada ayer?
Dilvish contempló los ojos hinchados de la joven y cómo se retorcía las manos.
—Tal vez nos esté diciendo la verdad, ya sabes —contestó también en voz baja.
—¡Por favor, señor! ¡Por favor! ¡Venid deprisa! —gritó la joven.
—Aquél primer sacerdote que encontramos ayer tenía razón, ¿sabéis? —dijo Black.
Dilvish le dio en el lomo una palmada que resonó con un leve tañido metálico.
—Sí. Tanto si uno decide entrar en acción como si no, siempre acaba mal parado —dijo Dilvish mientras desmontaba.