La grilla, mi hermano
Nada más de entrar a las oficinas situadas en la primera planta del Palacio sintió, junto a la ola calurosa de la habitación apenas ventilada, ese malestar que le ataca cuando el asunto no es de su agrado y los vaivenes políticos lo llevan hacia áreas desconocidas, por terrenos que no domina.
Recibió en el apretar de tripas el mismo ronroneo que se le venía recolando desde el momento preciso en que el presidente electo le anunció su nuevo cargo y que la noche anterior discutió empecinado frente a Lomelí al quedarse solos al fin de la fiesta, y poco después en la cama con su esposa en tubos y dormitando.
Y aunque el señor Presidente Municipal electo le había dicho que es el hombre quien le da brillo al cargo y no el puesto por sí mismo, Elías Castillo —conocido por sus cuates como el Güero, licenciado en mercadotecnia, con título obtenido en cabildeos, arreglos amistosos, eficaces personeros y allanamientos monetarios— sintió que el calor y la estrechez de las dos habitaciones lo agobiaban, que se le caía encima lo destartalado del mobiliario, la falta de aire acondicionado, y antes de pasar al segundo cuarto que sería su despacho, vio muy planchaditas a las secretarias peinadas de salón y a unas lideresas de la colonia Morelos, que festivas, con los manchones del sudor en las axilas y todavía con las pancartas en son de elogio, seguían el recorrido del C. Presidente Municipal entregando las oficinas a los nuevos colaboradores, como entró a la del lic Castillo y con la sonrisa ancha y soberbia que tanto le han criticado sus oponentes, el señor alcalde se hizo dueño del sitio, claro, que por eso era el mandamás en el puerto, recargó los puños contra el escritorio —que a partir de ese momento sería el del licenciado Güero—, sitio a donde se iban a llevar con talento y entrega, a buen término, los planes que en materia cultural se realizarían en todos y cada uno de los ámbitos del municipio…
… este entrañable entorno que hasta el momento —prosiguió el alcalde Fernández— no ha canalizado en forma ordenada un sistema optimizante que resuelva, en forma atinada, veraz y globalizadora, la problemática que implican las tareas culturales que, por naturaleza propia, les son afines a los habitantes de esta nítida región de nuestro solar natío, vigoroso y feraz jirón de nuestra patria…
El C. jefe de la comuna porteña continuó su recorrido después de darle posesión al licenciado Elías Castillo, dejándolo a cargo de sus importantísimas responsabilidades para que de inmediato se pusiera a trabajar…
… pues tres años —marcó el alcalde Fernández con los ojos cerrados tras los lentes, con el puño recargado en el mentón, con la mano izquierda adornada por el Rolex de oro y el anillo matrimonial— pasan como un suspiro y por ende cada minuto es vital en la buena marcha del trabajo edilicio, parte integral de los tres niveles de gobierno, sustento y núcleo del país, y por supuesto piedra angular del federalismo…
Eso y más dijo Fernández antes de continuar su recorrido acompañado de las lideresas sudadas y gritonas dejando al lic Castillo con los ojos bien abiertos, sentado frente al escritorio, el calor corriéndole a chorros, con un teléfono a la izquierda, una serie de papeles abandonados en una silla, y afuera, de seguro —pensó— estarían algunos empleados y amigos en espera de las órdenes o comentarios —dependiendo para quién— del flamante Director de Difusión Cultural del H. Ayuntamiento.
Varias veces jaló aire encaminado hacia una tranquilidad ausente antes de buscar el timbre para llamar a una de las dos secretarias, revisando los bajos del escritorio para comprobar que el teléfono era de los antiguos y no poseía intercomunicador, y al no descubrir de qué manera llamar a cualquiera de sus colaboradoras, salió a la otra habitación pensando que ese gesto democrático le acarrearía afecto con el personal.
Desde la puerta, con voz firme pero dulce —el hombre hace al puesto, señores, recuerden eso— le dijo a la mujer de cabello teñido de rojo que lo comunicara con el licenciado Víctor Lomelí, quien la noche anterior, pensativo, se rascó los bigotes mientras el lic Güero decía que él hasta el último momento creyó que lo designarían en otra área, pero que cuando se es parte de un equipo político que va para arriba, es necesario apechugar con lo que sea, con-lo-que-sea, y ya entrada la plática, metidos en los jaiboles uno tras otro, hielos y más bebida, en el jardín trasero de la casa de Elías, sufriendo los piquetes de los zancudos, se fue hacia el inicio de la campaña del candidato, cuando las rebatiñas en los mítines en las colonias aguantando los olores a mierda y los saludos engorrosos en medio de loderas; el llevadero de sillas de un lado a otro del puerto con la necesidad muy frecuente de también cargarlas; el ir y venir con órdenes y contraórdenes de los amigos personales del candidato; los toma y daca con los dueños de los carros de sonido que en épocas de elecciones suben las tarifas hasta las nubes; los pagos a los periódicos y los esfuerzos por conseguir, sin ruido, el tanto por ciento adecuado; el quitarse de en medio del tropel de los gacetilleros que no se detienen ni por peligros mayores; los arreglos con los reporteros de las televisoras locales que siempre demandan las mejores tajadas; las charlas tercas con los líderes seccionales que buscan ser los oradores permanentes; el siempre jaloneado reparto de obsequios, desaseado desde el arreglo en la compra porque los malditos comerciantes ya no quieren que se les aplique el porcentaje de rigor, hasta la entrega de los regalitos porque son archiconocidas las viejas que rebotan de mitin en mitin nada más para agarrar el mayor número de regalos; el concertar con los colonos para que no abusaran de la buena fe del candidato Fernández pidiendo cosas que de plano no se iban a cumplir y que al calor de los apapachos el futuro edil terminaba ofreciendo lo imposible, ustedes son de casa —les repetía el lic Güero— no le carguen la mano al amigo, ya más delante habrá manera de buscar los emparejes.
—Concertando, Víctor, concertando, poniendo en bandeja todo para que mi candidato se luciera, le saliera todo como guioncito y no fuera la de malas que llegara al mitin y algún desgraciado se atreviera a mentarle la madre, o los cabrones de siempre lo fueran a tupir a tomatazos, mi Víctor, ai me tienes llegando horas antes para que nada faltara y no se le calentara la cabeza al licenciado y me agarrara de tiro al blanco, porque en estos puestos uno anda siempre con el cese en la boca del patrón, al filo de la navaja, quedando bien con su familia, aguantando las ojetadas de sus hijos y los caprichitos de las sobrinas, o dejando todo lisito lisito para que la señora esposa del licenciado regalara juguetes sin que hubiera borucas incontrolables y le fueran a faltar al respeto, imagínate con lo que pesa la opinión de la señora, pasu máquina, no duro ni un segundo, o haciéndola hasta de enchufe si faltaba un cable de electricidad, o de plano de chofer en la camioneta del señor, bueno, en eso tienes razón, ahí están los momentos de sumar puntos porque se podía hablar a solas con el licenciado, expresarle el sentir de la población, dejarle pasar los estraiks y si el señor andaba con sus tragos a bordo hasta ser su confidente y tener a la mano la información, escuchar sus comentarios, el cómo iba sintiendo la campaña, el cómo iba catalogando a los colaboradores.
—Y después comerciarlo a buen precio con el infeliciaje —contestó Lomelí echándose a la boca puños de cacahuates y mirando al compadre por arriba de los lentes—; por eso dicen que los secretos nada más son de uno, si se comparten es porque se quiere que otros lo sepan, y eso vale, mi Güero, tiene su costo en oro, más si se tiene la habilidad de hacer pasar por cierto lo que no se escuchó nunca.
—Ahí es donde entra el buen sentido de la interpretación.
—Y del modelaje de las palabras, mi Güero.
—Uno es gente de partido, mi Víctor, no me digas que no vine desde abajo apretando filas para que ahora los yupis nos ganen los puestos, tú dirás lo que quieras, pero esto de la cultura me sacó de onda, es poner a un político-político a hacer poemitas, a torear pintores mariquetas, bailarines flotadores, chingadas cantantes neuróticas, en lugar de estar en donde se cuecen los mameyes: en la Secretaría del Ayuntamiento, por ejemplo, o en la tesorería, o por lo menos al frente del partido, en cualquiera de esos lugares donde sí se puede hacer grilla de altura. ¿No crees, no crees? —se estuvo preguntando y repitiendo bajo el voladero de los insectos y la ausencia de brisa, cuestionando lo hecho en la campaña, hasta que Lomelí, con un hielo en la boca para pelearle al bochorno nochero, bostezando sin disimulo, recordara que dentro de unas horas iba a ser la toma de posesión y que el Güero, que era parte del gabinete, digámoslo así, debía de estar a tiempo y en buena forma.
—Estar en buena forma es necesario —tuvo que aceptar—, porque en esto —monologó frente a su esposa armada de rulos y de sueño recalado en la caída de los ojos— estás adentro o andas como fantasma bocabajeado. Pero él supuso —porque sin duda que lo pensó— que le darían un cargo mejor que andar correteando musas, y como si fuera eso poco, que ya era demasiado, iba a andar organizando actos cívicos, que el 5 de febrero, el 15 de mayo, el 2 de abril —¿y qué chingaos era el 2 de abril?— o el 18 de marzo, hombre, carajo, puras jaladas, cuando en la Secretaría del Ayuntamiento, o en comunicación social ya de jodida, o en el partido, la grilla en serio estaba en su apogeo, y él despachando en esa mugre oficina, sin clima artificial, con la expectativa de tratar a unos tipos que se dicen artistas pero en realidad —dijo a una esposa dormida sin abandonar la pose de cuidar los rulos del cabello— no son más que zánganos que no sólo les valía madre el partido sino eran sus peores detractores, salvo excepciones, salvo excepciones, claro, y que no encontraba la razón para que el Presidente Fernández lo embarcara en ese cargo sin tomar en consideración su trayectoria partidista, sus años de friega cuando ni a sueldo llegaba, sus aportes a las mesas de discusión pegando la propaganda del evento, armando el cableado de la luz, y después, ya como dirigente juvenil, los trabajos con la base universitaria, el liderazgo estudiantil que se ganó a viento y marea pagada por el partido, o cuando ocupó la cartera como representante del sector popular en el estado, carajo, en todo el estado, para que ahora me salgan con esto —alzando la voz para no escuchar los primeros ronquidos de la señora que a partir de unas horas más, después de la toma de posesión, sería parte de la globalidad edilicia del puerto, un gajo del grupo en el poder—. Pero que ni creyera —le advirtió al licenciado Elías Castillo antes de lanzar el primer ronquido— que ella iba a andar oliéndole el trasero a las viejas de los otros funcionarios, que-ni-lo-creyera, porque primero estaban su hogar y sus hijos que andar de sirimique en esas danzas.
Con el ruido de las aspas del abanico, acostado casi en cueros para que el calor no le agüitara el sueño, Elías Castillo pensó que su lucha había sido siempre doble: domar lo cerrero de la esposa y luchar contra los intereses ajenos a la política de servicio; fue subiendo el tono de sus ideas hasta escucharse en la oscuridad de la habitación, la mujer ovillada sin demostrar ser partícipe de la tesis inviolable en el partido: la lealtad ante todo y además, que al amparo de alguien trepado en la ola del poder, un buen marido, pero ante todo, un buen militante, es decir, él, Elías, podía subir más rápido, pivotear obstáculos, derribar murallas, desentenderse de los ofidios y así ir peldaño tras peldaño, y por qué no, hasta diputado federal, por qué no, si él era parte integral de un equipo, esto de la política se hace sumando, formando grupos, tejiendo alianzas, siendo leal a la cabeza, eso se iba repitiendo en el trayecto a la casa del virtual presidente porque el señor lo había mandado llamar para decirle en privado que sus servicios institucionales, así como su lealtad personal, fueron fundamentales antes, durante y después de la campaña, y por lo tanto se preparara para ocupar un cargo decisivo en la buena marcha del cabildo, que por favor…
—Por favor, Elías —no le dijo Güero, sino Elías, lo que significaba mucha seriedad en el mensaje, que esto no se lo comunicara a nadie y así evitar que fuera pasto de los ataques de los inconformes, de las eternas aves carroñeras.
Y cuando el Presidente Fernández dijo lo del importantísimo cargo sin decirle cuál, sin ofrecerle ni una sola pista, el Güero, es decir Elías en ese señero momento, pensó que se trataba de algo más que substancioso para:
—Elías Castillo, profesionista honorable, estupendo marido y padre, nativo de nuestro puerto a quien servirá ejemplarmente, de eso no nos cabe la menor duda, trabajador enjundioso desde los 10 años de edad, hombre que jamás ha olvidado a su gente, ni a sus amigos y menos a la base de donde proviene —gritó engolando la voz el licenciado Julio Etiene, que en realidad no tenía profesión pero así le decían desde tiempo inmemorial, durante la cena que se dio en casa del mismo Elías una noche antes de la toma de posesión, cuando ya en los diarios del puerto se anunciaban los cargos en la flamante administración edilicia, cena que no fue del todo afortunada pues faltaron algunos invitados, ¿hubo alguna filtración respecto a la importancia del nombramiento?, y que, amén de los discursos, de la jaiba a la Frank y los filetes de mero que tuvo que preparar la dueña de casa, no pasó inadvertido el detalle que el compadre Víctor manifestara horas antes:
Que por favor tuviera a la mano tres o cuatro botellitas y unas rejas de coca grande, pues los amigos que ofrecieron cooperar, hasta esa tarde se habían hecho ojo de hormiga.
Por eso, o porque los jaiboles no alcanzaron a meterlo al sueño y disminuir el ronroneo de la desazón, le estuvo platique y platique a su esposa mientras la señora cerraba los ojos y asentía, doblada en la cama, con el cabello entubado, las legañas, los bostezos sin parar, y Elías, el licenciado Castillo, el Güero para los amigos y conocidos, seguía con la cantaleta de que no era justo, y que si se le introducía lo huasteco en el alma, lo costeño en la sangre, iban a ver de qué cueros salían más correas, porque la repartición de puestos no era la adecuada, no lo era, que la gente andaba ya murmurando, diciendo que podía haber brotes de violencia si el licenciado Fernández mantenía esa actitud divisionista, esa misma extraña tendencia antipopular que incubaba las condiciones para la desaparición de poderes y con esto se iban a caer todos, desde el Presidente Municipal hasta los proveedores y los comandantes de patrullas, pasando por el secretario del Ayuntamiento, antiguo trabajador de los muelles, metido a chaleco por recomendación del líder de los obreros en la capital del Estado, porque el alijador ese de grilla no sabía absolutamente nada, lo que se dice ni madres de nada.
Ni chicles, le dijo a su esposa bocabierta y ya sin pudores en el gruñido, con el rostro sudado y el baby doll hasta la cintura, ni chicles y con esos chicles mantuvo el aliento más o menos decoroso durante y hasta el final del acto de toma de protesta del nuevo alcalde, donde el licenciado Elías Castillo, enfundado en traje requintado porque su esposa no quiso hacer el gasto:
—Para qué si lo vas a usar nada más ese día…
… con los calorones del puerto, con el mal funcionamiento del aire acondicionado en el cinema Hilda, convertido por decreto municipal en sede oficial, el nuevo Director de Asuntos Culturales estuvo atento-atento a las miradas, gestos y desplazamientos del nuevo alcalde, quien ordenó que en seguida, en caliente para no perder ni un solo minuto, se trasladaran todos los nuevos funcionarios a la entrega de las oficinas a sus titulares, y Castillo, con la molestia del traje azul de paño grueso, tragando sudor y bilis porque los amigos durante el trayecto del recinto oficial al Palacio, a pie las siete calles hasta su oficina, no cesaron de hacer preguntas con jiribilla o chistes francamente sediciosos como los de Víctor, o las pullas del Salacatán, quien en realidad se llamaba Melitón Cross Alcayaga, pero que así lo apodaban por parecerse a una combinación de salamanquesa y catán, así como los hermanos Rincón, mejor conocidos como los Hueversón, junto a los demás cuates, a los que el licenciado Güero ha protegido, llevado en los porcentajes de las buscas, como a Bocanegra, que jalaba para los asuntos de la papelería, o al chimuelo del micrófono, que en los actos partidistas siempre anunciaba la presencia del licenciado Castillo con un tono de voz más recargado, o a los que les mandaba hacer los carteles y las mantas sin desmandarse en el porcentaje de ganancia, al mismo Abelito que se la rajaba poniendo para los pomos, aunque en realidad él era quien estaba siempre con lo del pretexto de la cuba, o las señoras que cobraban por gritar desaforadas en los mítines y que durante la ceremonia de cambio en el mando edilicio nunca dejaron de echar porras en favor del alcalde Fernández, y uno que otro aplauso retobón para su leal colaborador el Güerito del alma, a todos ellos que habían demostrado sus empeños para andar en la campaña porque después llegaría el pago por los fletes, pero con eso de la cultura a dónde iban a parar, pasu máquina, a dónde cobijar los extras, pastorear el corte de la fileteada, aunque el lic Güero siempre ha sabido formar equipos, repartir de acuerdo a las posiciones, pero ahora está viendo muy dificultoso el futuro en esa encomienda que le han dado, y mientras escucha el ruido de la calle por los vidrios sucios ve la plaza, las palmeras y ficus albergue de tordos, el quiosco de cantera rosada, las refresquerías de las esquinas, y él, en lugar de estar ahí compartiendo con los amigos, hablando de grilla y de futuras acciones, está sentado en el escritorio, padeciendo el calor de la tarde, piensa que quizá el patrón ya no le tuviera confianza, ¿no estaría ya en su ánimo?, porque en ese puesto qué opciones tiene, de dónde se pueden sacar los alargues en el gasto, o por lo menos la proyección a un nivel más remunerado, o a donde se haga política en serio, ni modo que les arranque una cuota a los trompudos del coro, o les organice una caja de ahorros a los de la banda de guerra que andan peor que náufragos, o a los pintores melenudos que no se apean los huaraches, o a los escritores que son una bola de jodidos quejosos, y que por angas o mangas siempre están echándole al gobierno como si de él no tragaran y vivieran en paz sin tener que andar a salto de mata como en otros países que no gozan de la estabilidad de éste, mi lic Elías, pero de eso a que le hayan dado el puesto de la cultura, pues ahora sí que no entendemos ni madres, mi lic, y el Güero Elías diciendo calma, aunque por dentro le calaran las angustias:
—A un colaborador nunca se le debe decir la verdad, él debe intuirla, calma, apenas vamos comenzando, el patrón sabe por qué hace las cosas, él tiene otra dimensión de los hechos, lo que no quiero es que a ninguno de mi equipo los vaya a descubrir poniendo los ojos gachos, ¿entendieron?
Pero qué iban a entender si él mismo no lo entendía, de ser líder de las organizaciones populares ahora lo enviaban de plano al ostracismo.
¿Ya no estaría en el ánimo del señor?
¿Quién del círculo más cercano lo habría grillado?
En esto de la política nada más por respirar se tienen enemigos, más si lo tildan a uno de pinga entomatada, como con frecuencia lo calificaban los amigos en las tardes en que con las señoras iban a beber cerveza al malecón y mientras las mujeres preparaban el ceviche de robalo y los tacos playeros, ellos se daban al ajedrez político augurando el horizonte infinito del licenciado Castillo.
Entonces le dijo a la pintada de rojo —no de malos bigotes, por cierto— con el pelo apachurrado por la transpirada, que hiciera pasar a sus colaboradores:
—Porque se gobierna con los amigos, ni modo que con los enemigos.
Uno a uno fueron pasando, mientras se acomodaban en la estrechez calurosa de la oficina los miró a los ojos para que notaran su fuerza y la importancia del momento que les tocaba vivir en la historia del puerto.
Los sentó frente a él, bueno, ni siquiera los sentó porque no cabían, pero los puso delante sin importar los rostros sudados, las camisas hechas higo, los restos de talco en el pecho, diciéndoles que en esos momentos era cuando se ponía a prueba su lealtad al partido, y que era el tiempo justo para descubrir quiénes eran los de temple, y quiénes los desteñidos.
Se sentó expandiendo el tórax para dar mayor dimensión a su presencia en el escritorio. A las secretarias se les comunicó que iban a iniciar la primera junta organizativa y no le pasaran ninguna llamada, salvo, claro, si era del patrón, claro, recalcando eso de patrón para que todo el equipo lo escuchara, pero sobre todo las secretarias porque nunca se sabe qué compromisos tienen los colaboradores heredados de la anterior administración.
Y no fue de golpe y porrazo, no, se los dijo poco a poco, midiendo cada una de las palabras, recargando las tintas en los adjetivos y en los finales de las oraciones, en los visajes del rostro, en el movimiento de las manos:
—No hay duda, elementos extraños, o grupos de presión muy identificados con los clásicos enemigos, estaban incidiendo en la actitud un tanto inexplicable del alcalde. Hay quienes señalan que algo fuera de lógica está sucediendo en el nuevo cabildo, por ejemplo, el doctor Godínez —cuya opinión tanto pesa en los cafés del puerto— ya había señalado ese problema desde semanas antes de la toma de posesión. O bien —dijo el lic Güero con el tono de voz en declive—, no hay que descartar a los enemigos del proceso revolucionario infiltrados en áreas vitales, o es posible, aunque no comprobable —señaló después de una pausa que motivó con la mirada en cada uno de los asistentes— la intromisión de agentes especiales que tratan de desestabilizar al supremo gobierno y han iniciado su operación quintacolumnista en los ayuntamientos del país por ser el núcleo de nuestro sistema. Así que ustedes firmes y que nada los altere. Por lo pronto vamos a ver de qué se trata esto, a lo mejor estamos viendo moros con tranchete, sí, pero ninguna investigación puede quedar fuera. De tal manera que alertas a cualquier signo extraño que ustedes noten.
No quiso agregar más, dando por finalizada la primera junta con su equipo de trabajo, sin nombramientos aún, pese a los reclamos que el Salacatán encabezaba, pues éste dijo que no iba a aceptar un desplazo auspiciado por los eternos arribistas que menosprecian a las bases, fuerza y poder del partido.
El C. Director General de Cultura del R. Ayuntamiento habló con las secretarias, pidiéndoles le entregaran el calendario de festividades cívicas, los programas de trabajo dejados por su antecesora —carguitos para mujeres, éstos son puestitos para viejas chingadas, dijo limpiándose la cara—, una copia de la nómina para ver cómo andaban los tironeos y los cargos a ocupar, un directorio personal actualizado y que, además, lo fueran comunicando con las siguientes personas, dando una lista para informar de su designación, en este nuevo cargo, don Abelardo, lo que se le ofrezca, ya sé que la responsabilidad es grande pero el patrón sabe por qué me colocó en este puesto, aunque ya le he dicho a algunos amigos que amablemente se han acercado a felicitarme, ingeniero Borrego, que me saqué la rifa del tigre, el puesto es muy delicado, inclusive creo que importante, abogado Santacruz —pinche viejo, capaz que se está meando de la risa.
Y entre telefonema y contestación trataba de colocar en los programas de trabajo elaborados por su antecesora —pinche vieja loca, capaz que ya está soliviantando a sus protegidos— algo que sonara más a política, más a lo suyo, por ejemplo: instituir el premio a la mejor poesía temática de la campaña, o dar diploma y medalla a una bien documentada biografía del señor Presidente Municipal, o reunir a los pintores y crear un galardón al auténtico retrato en óleo del C. jefe de la comuna porteña, donde se reflejara su amor por los desheredados en medio de esa intensidad que se le nota desde donde uno lo mire, carajo, pues qué pasó, ¿quién le había puesto un cuatro? Y así se estuvo esa primera tarde —no sin retorcerse porque el patrón para nada lo había mandado a llamar—, cuando se dio cuenta que las secretarias se iban a comer porque…
—Ya traemos un chilladero de tripas, licenciado —dijo la coloradita.
Al quedarse solo el licenciado en mercadotecnia Elías Castillo, político de entrega absoluta, de larga carrera partidista, sintió que el calor apretaba más, igual que cuando vivía con su mamá en la colonia Morelos, igual que cuando trabajaba ayudando al líder del partido en las oficinas de la plaza antigua, sintió que su despacho se le echaba encima, que por los vidrios sucios veía un puerto ajeno a sus pesares, y le habló a su esposa para decirle que la chamba estaba durísima, que el señor Presidente Municipal no había cesado de consultarlo y debía permanecer en su puesto hasta que el Señor se retirara o le diera alguna indicación al respecto, si no es que le pedía lo acompañara a alguna cena privada.
La camisa se le pegaba al cuerpo, el saco de paño azul colgado del picaporte de la puerta. Fue hacia él y lo miró recorriéndolo con los dedos, de su bolsa sacó la credencial de las organizaciones populares del partido, revisó la foto mirando a un hombre rubicundo, de cara redonda, de lentes, de sonrisa tibia, se vio a sí mismo en el reflejo de su vida partidista, el cartoncillo cubierto por un plástico fue guardado en el cajón principal para que el lic Elías supiera que lo tenía a la mano.
—Eso no se puede olvidar —se dijo en voz alta, al fin que la oficina, desde horas antes, estaba vacía.
Quien en la política no sabe tragar sapos enteros sin hacer ascos, y con sonrisa de premiado por la lotería, no sirve —pensó entrecerrando los ojos.
Es el momento de tomar al toro por los cuernos, no se puede ir para atrás, esto es un escalón, no la meta, por supuesto que sí, que lo sepan todos, al licenciado Elías Castillo nada se le atora, nada, menos este cargo que es sólo de transición, por supuesto que sí, entonces supo lo que algunos libros, como olvidados en un estante, le estaban diciendo, y el C. Director de Difusión Cultural del R. Ayuntamiento tomó el más grueso, empezó desde la A, claro, la lectura del Diccionario de la Real Academia:
aaronita,
ab,
aba,
ababa,
ababillarse,
ababol,
abacá
y así, limpiándose el sudor hasta que las campanas de la iglesia sonaron tarde y el licenciado Elías Castillo, el Güero para sus amigos, casado ahí enfrentito, en la catedral del puerto, sin dejar de lado el repaso de las palabras que en esto han de ser fundamentales, pensó que los intríngulis de los asuntos culturales estaban de la fregada…
… que con seguridad se trataba de una prueba más a su vocación política, de esa su conocida entrega a las causas populares…
… no de la fregada, de la refregada, de la refregada, con los tordos ya dormidos en los árboles de la plaza de armas en cuyo costado norte está el palacio municipal, donde en su primera planta el C. Director entiende que todo esto es un motivo más de superación ante los vaivenes de la vida que él ha sabido arrostrar desde que entró al partido, su partido, su vida familiar, su esposa y las dos hijas pequeñas, anteponiendo siempre las razones del partido a las de su vida personal, supo que lo de la cultura no estaba de la refregada, sino estaba verdaderamente del carajo, mucho más cabrón, compadre —le dijo a Víctor— que cuando a los hojaldras de la oposición les armamos la bacanal en el Albatros y en medio del desmadre les volteamos las elecciones de Palmillas.
Y las campanadas seguían y él con lo de…
… Abacero. Abacial. Abaco, Abad, Abada…
… que para eso el partido exige compromisos de tiempo completo, cómo carajos no.