Nos vinimos a Valencia definitivamente porque el trabajo mi marido lo podía encontrar mejor aquí, así lo comprendió también la familia y no hubo ningún malentendido ni enfado.

Llegamos a Valencia, donde yo tenía a mis hermanos y familia y, al igual que en Madrid, todos nos recibieron con gran cariño y el deseo de tenernos aquí. Como no teníamos casa nos quedamos a vivir con mi hermana Concha y Sixto, su marido.

Pronto encontró Florián trabajo, tenía unos amigos en una empresa de cítricos y lo colocaron de encargado en una máquina fotocopiadora.

En cambio, yo no pude encontrar nada, ni fábrica, ni trabajos de costura (que era lo mío), o en alguna imprenta, cuyas técnicas también dominaba. Era difícil encontrar trabajo, así que me busqué dos o tres casas para limpiar y fregar suelos, es lo único que conseguí, pero había que ayudar con lo que fuese para seguir adelante. Estuvimos viviendo con mis hermanos tres o cuatro meses. Después encontramos un piso bastante económico y como ya trabajábamos los dos nos marchamos. ¡Al fin estábamos solos en casa! Y con lo que ganábamos y lo que mis hermanos nos ayudaron pudimos salir adelante.

La verdad es que nos costó un poco adaptarnos al nuevo ambiente. La vida política no era la que nosotros pensábamos encontrar. Ya no estaba el gran dictador Franco, había una democracia, pero no por la que nosotros habíamos luchado tanto. Teníamos un Rey elegido por Franco para conservar su mismo sistema, un Gobierno de derechas y en esas condiciones nuestras aspiraciones sabíamos que nunca se verían cumplidas. Pero tuvimos que adaptarnos y convivir como todo el mundo con lo que teníamos.

Una cosa buena era que habían legalizado al Partido Comunista y eso sí que nos dio una buena alegría.

Tan pronto como se enteraron los camaradas de que estábamos aquí vino a vernos un responsable y nos ofreció el ingreso en el Partido: no había otra cosa que deseáramos más y con gran ilusión cogimos el carné y comenzamos a trabajar en la agrupación más cercana a nuestra casa, para empezar de nuevo la lucha junto a nuestros compañeros. Nos parecía mentira poder hacer todo esto en el Partido sin tener que escondernos como antes.

Cierto que no era la democracia que queríamos y por la que tanto luchamos, pero ya no era el fascismo puro y duro que perseguía a los comunistas y a toda la gente de izquierdas.

Las reuniones se celebraban en un local que teníamos a nuestra disposición. En nuestra agrupación éramos treinta o cuarenta camaradas, hombres y mujeres, vendíamos semanalmente Mundo Obrero, el periódico del PCE, repartíamos propaganda para que el pueblo conociese nuestro programa, supiesen mejor quiénes éramos y cuando llegaran las elecciones la gente votara sin miedo ni coacciones a quienes querían que fuesen sus dirigentes. Claro que las elecciones aún tardarían mucho en llegar.

El día 23 de febrero de 1981, el Teniente Coronel Tejero y sus secuaces quisieron dar un golpe de Estado. En Madrid, cuando estaban reunidos los Diputados y todo el Gobierno en el Parlamento, entró Tejero con su tropa disparando sin dejar salir a nadie.

Ese mismo día por la noche, en Valencia, se sublevó también el General Miláns del Bosch, sacó los tanques a las calles y era un horror verlos y recordar tiempos antiguos. Después de haberles conocido antes y saber cómo actuaban, pensábamos en lo que serían capaces de hacer ahora que ya tenían claro donde estábamos cada uno de los que les estorbaban.

Muchos amigos quemaron papeles de los que pensaban que les comprometían, otros trataron de esconderse o marcharse fuera hasta ver lo que pasaba. Todo esto era comprensible: ¡causa tanto pavor el fascismo y sus sucios métodos! Los que por desgracia hemos tenido que vivir bajo su mandato, sabemos bien de lo que son capaces y lo poco que les cuesta matar y torturar.

Con esto reforzaron su ejército, la iglesia y todo lo que estaba de acuerdo con ellos, pero afortunadamente no consiguieron todo lo que se proponían y eso nos permitió no llegar a más y seguir haciendo nuestra vida.

Al fin en el año 1982 se celebraron las nuevas elecciones. Fue un trabajo interminable lo que los militantes de cada Partido trabajamos en esa campaña hasta llegar a las urnas.

Legalmente las ganó el Partido Socialista por una mayoría aplastante. Todos estuvimos contentos, aunque no fuéramos del PSOE ¡Al fin tendríamos un Gobierno de izquierdas! Estuvieron en el poder catorce años.

En este tiempo hicieron cosas muy buenas pero al final también cometieron grandes errores.

Entró en el PSOE mucha gente que no tenía nada de socialista, ni siquiera eran de izquierdas, entraban porque sabían que allí lograrían tener un puesto cómodo pero nada más. Esta gente hizo mucho daño al colectivo socialista porque en vez de ayudar, lo desprestigiaban. Se mezclaron con la gente buena, éstos se confiaron demasiado, no los controlaron como debieron de haber hecho y el daño que hicieron fue fatal. Robaron, secuestraron a gente que nada había hecho, dieron un ejemplo deplorable con su comportamiento que tan poco tenía de honradez y de compromiso con la izquierda.

Todo esto causó un perjuicio tremendo, no sólo a ellos sino a todos los que creíamos haber ganado. El pueblo se fue desilusionando poco a poco y la derecha, siempre alerta, lo aprovechó bien y las consecuencias fueron que las elecciones generales de 1996 las ganaron ellos. Con lo cual perdimos todos, porque, aunque aparentemente vivimos en una democracia, no es menos cierto que han anulado muchas cosas que antes se habían hecho bien y ellos siempre tratan de defender el capitalismo: es lo suyo, lo de los que tienen el capital.

¿Hasta cuándo gobernará la derecha? Pienso que hasta que la izquierda seamos sensatos y logremos unimos todos sin importarnos partidos ni diferencias: después de haber vivido este periodo creo que algún día lo conseguiremos. Claro que nos costará bastante, parte de la juventud está desilusionada por lo que pasó en el periodo que mandaron las izquierdas, otra parte de ellos sabe bien poco de todo lo que pasó con Franco y después de Franco.

La historia la escribieron los vencedores y lo hicieron como les convenía, la falsearon según les pareció.

En los colegios han enseñado bien poco, sólo la parte que les interesaba, pero de la sublevación de Franco y nuestra lucha contra su régimen fascista en la posguerra se ha silenciado todo. De sus torturas y crímenes no saben apenas nada los estudiantes. Por eso encontramos tantas dificultades para concienciar a esa parte de la juventud. Eso pudo hacerse en los años de los gobiernos socialistas pero se hizo bien poco o nada.

Los partidos de la derecha es lógico que no lo hiciesen, pero los de izquierda tampoco lo hicieron y esa culpa y responsabilidad la llevarán siempre consigo todos.

Entre los guerrilleros que estuvimos en el monte unos han muerto, otros se exiliaron y la mayoría de los que quedamos tenemos ya muchos años.

Pero así y todo hacemos lo que podemos.

Se han escrito algunos libros sobre guerrillas: Alfons Cervera, Fernanda Romeu, Julio Llamazares, Carlos G. Reigosa, Secundino Serrano, Francisco Moreno, Ferrán Sánchez Agustí, Sánchez Cervelló, Dolors Marín, Dulce Chacón, Mercedes Yusta, Salvador F. Cava y algunos más que no recuerdo. Después de tantos años de silencio, mucha gente se interesa ahora por saber de aquella época, así que perdiendo la pereza que nos aturde a los mayores y un poco cansados ya, nos hemos puesto en marcha para aclarar todo lo posible de aquellos tiempos y decirles quiénes eran aquellos «bandoleros».

A punto de salir este libro se ha muerto Dulce Chacón, mi querida Dulce. Nos conocimos cuando preparaba su novela La voz dormida y nos convertimos en inseparables. Por mucho tiempo que pase, la rabia y el dolor por su muerte no me los voy a quitar de encima. Dulce, mi querida Dulce…

Hemos hablado para muchos medios de comunicación de toda clase (periódicos, revistas, radios, televisión…), damos charlas en locales de distintos partidos de izquierdas, universidades y asociaciones de jóvenes, y apreciamos sin ninguna duda que les interese saber lo que pasó y quiénes éramos. Apenas se nos conocía, sólo sabían lo que Franco y los suyos nos llamaban: «bandoleros del monte». Era lo que más, lo único que se oía de nosotros y parte de la gente desgraciadamente lo creía.

Después, con la democracia, nos olvidaron por completo y nadie se preocupó de desmentir este error y reivindicar o aclarar qué era y por qué se nos llamó «bandoleros». Ahora los que aún quedamos y la buena gente que ha escrito mucho sobre este asunto lo vamos a sacar a la luz para que nadie se quede sin saber esta parte de la historia.