Apéndice C
FUERA LAS MANOS DE ROSA LUXEMBURGO
por León Trotsky
[Este artículo en defensa de Rosa Luxemburgo está fechado en Prinkipo, Turquía, el 28 de junio de 1932. Fue publicado en dos partes en The Militant del 6 y 13 de agosto de 1932.]
El artículo de Stalin «Acerca de algunos problemas de la historia del bolchevismo» me llegó con algún atraso. Después de recibirlo, por mucho tiempo no pude obligarme a mí mismo a leerlo, porque este tipo de literatura se atraganta como si fuera aserrín, o puré de ortigas. Pero, después de leerlo, llegué a la conclusión de que no se lo puede ignorar, aunque más no sea porque contiene una calumnia vil y descarada contra Rosa Luxemburgo. ¡Stalin coloca a la gran revolucionaria en el campo del centrismo! Él demuestra —no demuestra, desde luego, simplemente afirma— que el bolchevismo, desde su creación, mantuvo una línea rupturista con respecto a Kautsky, mientras que Rosa Luxemburgo defendía a Kautsky desde la izquierda. Cito sus palabras: «Mucho antes de la guerra, desde 1903-1904 aproximadamente, cuando el grupo bolchevique se había formado en Rusia y la izquierda elevó su voz por primera vez en la socialdemocracia alemana, Lenin eligió el camino de la ruptura con los oportunistas, tanto en casa, en el Partido Socialdemócrata Ruso, como en el extranjero, en la Segunda Internacional, y en la socialdemocracia alemana en particular». Si ello no se pudo lograr, empero, se debió enteramente a que «los socialdemócratas de izquierda conformaban un grupo débil e impotente […] que temía siquiera pronunciar en voz alta la palabra “ruptura”». Ése es el eje del artículo. A partir de 1903, los bolcheviques estuvieron a favor de la ruptura, no sólo con la derecha sino también con el centrismo kautskista; mientras que Rosa temía pronunciar siquiera la palabra «ruptura».
Semejante afirmación revela una ignorancia total de la historia del propio partido y, en primer lugar, del proceso ideológico de Lenin. No hay una sola palabra de verdad en el punto de partida de Stalin. Es cierto que en 1903-1904 Lenin era un adversario irreconciliable del oportunismo de la socialdemocracia alemana. Pero, para él, el único oportunismo era la corriente revisionista dirigida por Bernstein[223].
En esa época Kautsky luchaba contra Bemstein. Lenin consideraba a Kautsky su maestro, y no perdía ocasión de afirmarlo. En las obras de Lenin de esa época, y en las de los años siguientes, no se encuentra ni rastros de crítica principista contra la corriente de Bebel-Kautsky. En lugar de ello uno se encuentra con una serie de declaraciones que afirman que el bolchevismo no es una corriente independiente sino la traducción a las circunstancias rusas de la tendencia Bebel-Kautsky. He aquí lo que decía Lenin en su famoso folleto Dos tácticas, escrito a mediados de 1905: «¿Cuándo y dónde afirmé que el revolucionarismo de Kautsky y Bebel es “oportunismo”? ¿Cuándo y dónde surgieron divergencias entre Bebel y Kautsky y yo? La total solidaridad que reina en la socialdemocracia internacional en todas las grandes cuestiones de programa y táctica es un hecho indiscutible». Las palabras de Lenin son tan claras, precisas y categóricas que agotan el problema.
Un año y medio más tarde, el 7 de diciembre de 1907, Lenin escribía, en su artículo «La crisis del menchevismo»: «[…] Desde el comienzo (véase Un paso adelante, dos pasos atrás) afirmamos que no estamos creando una tendencia bolchevique especial; en todas partes y en todo momento levantamos la posición de la socialdemocracia revolucionaria. Y dentro de la socialdemocracia, hasta el momento mismo de la revolución, habrá inevitablemente un ala oportunista y un ala revolucionaria».
Hablando del menchevismo como ala oportunista de la socialdemocracia, Lenin no lo comparaba con el kautskismo, sino con el revisionismo. Además, consideraba al bolchevismo la versión rusa del kautskismo, que a su vez se identificaba para él con el marxismo. El pasaje que citamos, dicho sea de paso, demuestra que Lenin de ninguna manera buscaba la ruptura con los oportunistas; no sólo reconocía sino que también consideraba «inevitable» la presencia de revisionistas en la socialdemocracia hasta el momento de la revolución.
Dos semanas después, el 20 de diciembre de 1906, Lenin saludaba con entusiasmo la respuesta de Kautsky al cuestionario de Plejanov acerca del carácter de la revolución rusa: «Lo que hemos dicho —que nuestra lucha por las posiciones de la socialdemocracia revolucionaria contra el oportunismo de ninguna manera supone la formación de una tendencia “bolchevista” original— se ha visto plenamente confirmado por Kautsky […]».
Confío en que dentro de estos límites el problema haya quedado claro. Según Stalin, Lenin, a partir de 1903, exigía que los alemanes rompieran con el oportunismo, no sólo de derecha (Bernstein), sino también de izquierda (Kautsky). Mientras que en diciembre de 1906 Lenin señalaba orgullosamente a Plejanov y los mencheviques que el kautskismo alemán y el bolchevismo ruso eran… idénticos. Ésa es la primera parte de la excursión de Stalin a la historia ideológica del bolchevismo. ¡La escrupulosidad de nuestro investigador disputa la palma con su conocimiento!
Después de su afirmación sobre 1903-1904, Stalin pega un salto hasta 1916 y se refiere a la crítica que dirigió Lenin al folleto sobre la guerra de Junius, es decir, Rosa Luxemburgo. Es cierto que en esa época Lenin ya había declarado la guerra a muerte contra el kautskismo, habiendo extraído las conclusiones organizativas correspondientes de su crítica. No puede negarse que Rosa Luxemburgo no planteó el problema de la lucha contra el centrismo con la plenitud que las circunstancias requerían, aquí las ventajas están enteramente de parte de Lenin. Pero entre octubre de 1916, cuando Lenin escribió en respuesta al folleto de Junius, y 1903, cuando nació el bolchevismo, median trece años; en el transcurso de la mayor parte de dicho periodo Rosa Luxemburgo estaba en la oposición al Comité Central de Bebel y Kautsky, y su lucha contra el «radicalismo» formal, pedante y podrido de Kautsky asumió un carácter cada vez más tajante.
Lenin no participó en esta lucha y no apoyó a Rosa Luxemburgo hasta 1914. Inmerso en los asuntos rusos, mantenía una cautela extrema en cuestiones internacionales. A los ojos de Lenin, la estatura revolucionaria de Bebel y Kautsky era infinitamente mayor que a los ojos de Rosa Luxemburgo, que los observaba de cerca, en la acción, y estaba metida directamente en la atmósfera de la política alemana.
La capitulación del 4 de agosto de la socialdemocracia alemana fue para Lenin un hecho totalmente inesperado. Todos saben que Lenin consideró que la edición de Vorwaerts con la declaración patriótica del bloque socialdemócrata era una falsificación de la policía alemana. Una vez convencido de la amarga verdad revisó su evaluación de la tendencia fundamental de la socialdemocracia alemana, realizándolo de manera típicamente leninista, es decir, la liquidó de una vez por todas.
El 27 de octubre de 1914 Lenin escribió a A. Schliapnikov: «[…] odio y desprecio a Kautsky ahora más que a todo el resto del rebaño hipócrita, roñoso, vil y autosuficiente […] R. Luxemburgo tiene razón, ella comprendió hace mucho que Kautsky poseía en alto grado el “servilismo de un teórico”: dicho más claramente, fue siempre un lacayo, un lacayo de la mayoría del partido, un lacayo del oportunismo». (Antología leninista, vol. II, p. 200. La bastardilla es mía, L. T.).
Aunque no hubiera otros documentos (hay cientos) estas líneas bastan para clarificar inequívocamente la historia del problema. A fines de 1914 Lenin consideró oportuno informar a uno de sus colaboradores más íntimos del momento que «ahora», en el presente, hoy, a diferencia del pasado, «odia y desprecia» a Kautsky. La fuerza de la frase indica inequívocamente hasta qué punto Kautsky había traicionado las esperanzas y expectativas de Lenin. No menos vivida es la segunda frase: «R. Luxemburgo tenía razón, hace mucho que comprendió que Kautsky poseía en alto grado el “servilismo de un teórico” […]». Lenin se apresura a reconocer la «verdad» que no comprendió anteriormente, o que, al menos, no le reconoció a Rosa Luxemburgo.
Tales son los principales mojones cronológicos del problema que, a la vez, son hitos importantes en la biografía política de Lenin. Es un hecho que su órbita ideológica es una curva ascendente. Pero eso significa que Lenin no nació Lenin plenamente formado, como lo pintan los serviles aduladores de lo «divino», sino que se hizo Lenin. Lenin siempre extendía sus horizontes, aprendía de los demás, y se elevaba cada día a un plano superior al anterior. Este espíritu heroico encontró su expresión en esa perseverancia, en esa tozuda resolución de constante superación espiritual. Si el Lenin de 1903 hubiera comprendido y formulado todo lo que requerían los tiempos venideros, el resto de su vida hubiera sido una constante sucesión de reiteraciones. Pero no fue así, en realidad. Stalin simplemente le pone a Lenin el matasellos stalinista y lo acuña en las moneditas de los refranes numerados.
El militarismo, la guerra y el pacifismo ocupan un lugar importante en la lucha de Rosa Luxemburgo contra Kautsky, especialmente en 1910-1914. Kautsky defendía el programa reformista: limitación de armamentos, cortes internacionales, etcétera. Rosa Luxemburgo entabló una batalla decisiva contra esa ilusión. Lenin tenía dudas al respecto, pero en algunas cosas estaba más cerca de Kautsky que de Rosa Luxemburgo. De ciertas conversaciones que tuve en esa época con Lenin recuerdo que un argumento de Kautsky le produjo una honda impresión: así como en los problemas internos las reformas son producto de la lucha de clases revolucionaria, en las relaciones internacionales es posible luchar por ciertas garantías («reformas») mediante la lucha de clases internacional y ganarlas. A Lenin le parecía enteramente posible apoyar esta posición de Kautsky siempre que, terminada la polémica con Rosa Luxemburgo, volviera su artillería hacia la derecha (Noske y Cía). No quiero decir de memoria hasta qué punto este ciclo de ideas se vio reflejado en los artículos de Lenin: el problema requiere un análisis sumamente cuidadoso. Tampoco puedo asumir la responsabilidad de decir de memoria cuánto tardaron en resolverse las dudas de Lenin. En todo caso, se expresaron no sólo en las conversaciones sino también en la correspondencia. Una de estas cartas está en manos de Karl Radek[224].
Considero necesario proporcionar evidencias de esto, como testigo, para tratar de salvar un documento de excepcional valor para la biografía teórica de Lenin. En el otoño de 1926, cuando elaborábamos colectivamente la plataforma de la Oposición de Izquierda, Radek nos mostró a Kamenev. Zinoviev[225] y a mí —y probablemente a otros camaradas— una carta que Lenin le envió (¿1911?) donde defendía la posición de Kautsky contra las críticas de la izquierda. Según lo dispuesto por el Comité Central, Radek debía entregar esta carta al Instituto Lenin. Pero temiendo que la ocultaran, o inclusive destruyeran, Radek decidió guardarla para una ocasión más oportuna. No puede negarse que la actitud de Radek tenía cierta justificación. En la actualidad, empero, Radek se desempeña muy activamente, si bien no tiene un puesto de responsabilidad, en el trabajo de producir falsificaciones políticas. Baste recordar que Radek, que a diferencia de Stalin conoce la historia del marxismo y que, de todas maneras, conoce la carta de Lenin, llegó a solidarizarse públicamente con la evaluación insolente que hace Stalin de Rosa Luxemburgo. La circunstancia de que Radek actuó bajo la vara de Iaroslavski[226] no mitiga su culpa, porque sólo esclavos despreciables pueden renunciar a los principios marxistas en favor de los principios del látigo.
Sin embargo, aquí no nos interesa la caracterización de Radek, sino el destino de la carta de Lenin. ¿Qué ocurrió? ¿La sigue ocultando Radek al Instituto Lenin? Difícilmente. Lo más probable es que la haya confiado a quien correspondía confiarla, como prueba tangible de una devoción intangible. ¿Qué suerte le cupo posteriormente a la carta? ¿Está en los archivos privados de Stalin junto con los documentos que comprometen a sus colegas más íntimos? ¿O ha sido destruida, como fueron destruidos tantos documentos preciosos del pasado del partido?
En todo caso no puede haber ni sombra de razón para ocultar una carta escrita hace dos décadas y que trata problemas que hoy sólo revisten un interés histórico. Pero es precisamente en su carácter histórico que reside el gran valor de la carta. Lo muestra al Lenin verdadero, no como lo presentan los necios burócratas que lo recrean a su imagen y semejanza y pretenden ser infalibles. Preguntamos, ¿dónde está la carta de Lenin a Radek? ¡La carta debe estar donde corresponde! ¡Ponedla sobre la mesa del partido y la Comintern!
Si se consideraran los desacuerdos entre Lenin y Rosa Luxemburgo en su totalidad, no cabe duda que la historia está incondicionalmente de parte de Lenin. Lo cual no significa que en determinadas épocas y en torno a ciertos problemas Rosa Luxemburgo no haya tenido razón contra Lenin. Sea como fuere, las discrepancias, pese a su importancia y, a veces, su enormidad, parten de una base política proletaria y revolucionaria común a ambos.
Cuando Lenin, remontándose al pasado, escribió en octubre de 1919 («Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes») «[…] en el momento de la toma del poder y la creación de la República Soviética, el bolchevismo quedó solo en su campo, había atraído a su seno a los mejores elementos de las tendencias más cercanas a él en el terreno del pensamiento socialista», repito, cuando Lenin escribió estas líneas, pensaba indudablemente en Rosa Luxemburgo, cuyos partidarios más firmes, por ejemplo Marjlevsky y Djerjínsky[227], estaban militando en las filas bolcheviques.
Lenin comprendió los errores de Rosa Luxemburgo mejor que Stalin; pero no es casual que Lenin haya recordado la vieja copla
A veces las águilas descienden
y vuelan entre las aves de corral.
Pero las aves de corral jamás
se remontarán hacia las nubes.
¡Así es! ¡Precisamente! Por esa razón Stalin debería actuar con cautela antes de medir su mediocridad contra figuras de la talla de Rosa Luxemburgo.
En su artículo «En relación a la historia del problema de la dictadura» (octubre de 1920), donde se refiere a problemas del estado soviético y la dictadura del proletariado, Lenin escribe: «Representantes destacados del proletariado revolucionario y del marxismo sin falsificaciones, tales como Rosa Luxemburgo, apreciaron inmediatamente el significado de la experiencia práctica, y efectuaron análisis críticos de la misma en mítines y a través de la prensa». Por el contrario, «gente de la calaña de los futuros Kautsky […] demostraron una incapacidad total para comprender el significado de la experiencia». En breves líneas Lenin rinde homenaje a la significación histórica de la lucha de Rosa Luxemburgo contra Kautsky: lucha que el propio Lenin tardó en apreciar en su verdadera dimensión. Si para Stalin, el aliado de Chiang Kai-shek, el camarada de armas de Purcell[228], el teórico del «partido obrero y campesino», de la «dictadura democrática», del «no molestar a la burguesía», etcétera; si para él Rosa Luxemburgo representa el centrismo, para Lenin ella es la representante del «marxismo sin falsificaciones». Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de Lenin sabe qué significa este apelativo de su parte.
Aprovecho la ocasión para señalar que en las notas que acompañan las obras de Lenin se dice lo siguiente, entre otras cosas, de Rosa Luxemburgo: «Durante el florecimiento del revisionismo bernsteiniano y luego del ministerialismo (Millerand[229]), Luxemburgo libró una batalla implacable contra dicha tendencia, asumiendo esta posición en el partido alemán […] En 1907 participó como delegada de la socialdemocracia polaca y lituana en el congreso de Londres del POSDR; allí apoyó a la fracción bolchevique en todas las cuestiones fundamentales concernientes a la revolución rusa. Desde 1907, Rosa Luxemburgo se entregó de lleno al trabajo en Alemania, desde una posición de izquierda, contra el centro y la derecha […] Su participación en la insurrección de enero de 1919 ha convertido su nombre en bandera de la revolución proletaria».
Por supuesto que el autor de esas notas mañana confesará sus pecados y anunciará que en la época de Lenin escribía con poco conocimiento de causa, que el esclarecimiento total vino con Stalin. En la actualidad esta clase de anuncios —mezcla de adulonería, idiotez y bufonismo— aparecen diariamente en la prensa moscovita. Pero esto no cambia la verdad de las cosas: «lo hecho, hecho está». ¡Sí, Rosa Luxemburgo se ha convertido en bandera de la revolución proletaria!
¿Cómo y por qué decidió Stalin ocuparse —en fecha tan tardía— de la revisión de la vieja caracterización bolchevique de Rosa Luxemburgo? Como ocurre con todos sus abortos teóricos anteriores, éste, que es el más escandaloso, tiene su origen en su lucha contra la teoría de la revolución permanente. En su artículo «histórico» Stalin vuelve a concederle el primer puesto a dicha teoría. No aporta un solo argumento nuevo. Hace mucho respondí a todos sus argumentos en La revolución permanente. El problema histórico quedará clarificado, espero, en el segundo tomo de Historia de la Revolución Rusa (La Revolución de Octubre), que se encuentra en prensa. En este caso el problema de la revolución permanente nos preocupa en la medida en que Stalin lo vincula al nombre de Rosa Luxemburgo. Veremos después cómo este teórico infeliz se ha metido en una trampa mortal.
Después de recapitular la controversia entre los bolcheviques y los mencheviques respecto de las fuerzas motrices de la revolución rusa, y de comprimir con maestría sin igual varios errores en unas pocas líneas, que debo pasar por alto, Stalin dice: «¿Qué actitud tenían los socialdemócratas alemanes Parvus y Rosa Luxemburgo respecto de la controversia? Inventaron el esquema utópico y semimenchevique de la revolución permanente. […] Poco después Trotsky hizo suyo este esquema semimenchevique (Martov parcialmente) y lo transformó en arma de lucha contra el leninismo […]». Tal es la historia inesperada del origen de la teoría de la revolución permanente, de acuerdo con las últimas investigaciones históricas de Stalin. Pero ¡ay de mí!, el investigador olvidó consultar la edición anterior de su propia obra. En 1925 el propio Stalin se había expedido en una polémica contra Radek: «No es aerto que la teoría de la revolución permanente fue formulada por Rosa Luxemburgo y Trotsky en 1905. En realidad, la teoría pertenece a Parvus y a Trotsky». Puede encontrarse esta cita en Cuestiones del leninismo, edición rusa, 1926, p. 185. Esperemos que figure en las ediciones extranjeras.
De modo que en 1925 Stalin declaró a Rosa Luxemburgo inocente del pecado mortal de participar en la creación de la teoría de la revolución permanente. «En realidad esta teoría pertenece a Parvus y a Trotsky». En 1931 el mismo Stalin nos dice que «Parvus y Rosa Luxemburgo […] crearon el esquema utópico y semimenchevique de la revolución permanente». Trotsky fue inocente de la creación, él la hizo suya junto con… ¡Martov! Una vez más agarramos a Stalin con las manos en la masa. Tal vez escribe sin tener la menor noción de lo que se trata. ¿O usa cartas marcadas cuando trata los problemas fundamentales del marxismo? No se puede plantear los dos interrogantes como alternativa. Ambos se aplican aquí. Las falsificaciones stalinistas son conscientes en la medida en que están dictadas, en cada momento, por intereses personales concretos. Y son semiconscientes en la medida en que su ignorancia congénita no pone impedimentos a sus pretensiones teóricas.
Pero los hechos siguen siendo hechos. En su guerra contra el «contrabando trotskista», Stalin se ha hecho un nuevo enemigo, ¡Rosa Luxemburgo! No se detuvo ni por un instante antes de mentir y calumniarla; además, antes de poner en circulación sus dosis tremendas de vulgaridad y deslealtad, ni se molestó en verificar qué había escrito cinco años antes.
La nueva variante en la historia de la idea de la revolución permanente fue indicada en primer término por el deseo de servir un plato un poco más sabroso que los anteriores. No es necesario aclarar que Martov fue traído por los pelos para darle más sabor a la cocina histórica y teórica. La actitud de Martov hacia la teoría y práctica de la revolución permanente fue siempre de antagonismo implacable, y en los viejos tiempos él dijo más de una vez que las teorías de Trotsky acerca de la revolución eran rechazadas tanto por los bolcheviques como por los mencheviques. Pero no vale la pena detenernos en esto.
Lo que es verdaderamente fatal es que no hay un solo problema importante de la revolución proletaria internacional en el que Stalin no haya expresado dos opiniones contradictorias. Todos sabemos que en abril de 1924 demostró tajantemente en Cuestiones del leninismo la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país. En otoño, en una nueva edición del mismo libro, sustituyó esa frase por la demostración (es decir, por la afirmación) de que el proletariado «puede y debe» construir el socialismo en un solo país. El resto del texto permaneció inalterado. En el problema del partido obrero campesino, las negociaciones de Brest-Litovsk, la dirección de la Revolución de Octubre, el problema nacional, etcétera, Stalin logró exponer en el curso de pocos años, a veces meses, opiniones que se excluyen mutuamente. Sería incorrecto atribuirlo a fallas en la memoria. El problema es más profundo. Stalin carece de un método científico para pensar, no posee criterios principistas. Enfoca todos los problemas como si nacieran hoy y estuvieran aislados de los demás. Stalin basa sus juicios en su interés personal más importante en ese momento. Las contradicciones que lo liquidan son la venganza de su empirismo vulgar. No ubica a Rosa Luxemburgo en el marco del movimiento obrero polaco, alemán y mundial del último medio siglo. No, para él, ella es cada vez una figura nueva y, además, aislada respecto de la cual se ve obligado a preguntarse ante cada nueva situación, «¿quién vive, amigo o enemigo?». Su instinto infalible le ha dicho al teórico del socialismo en un solo país que la sombra de Rosa Luxemburgo le es irreconciliablemente hostil. Lo cual no le impide a la gran sombra seguir siendo la bandera de la revolución proletaria.
Rosa Luxemburgo formuló críticas muy severas y fundamentalmente incorrectas a la política bolchevique en 1918, desde su celda en la cárcel. Pero inclusive en éste, su trabajo más equivocado, se ven las alas del águila. He aquí su caracterización general de la insurrección de octubre: «Todo lo que el partido pudo hacer en el terreno de la valentía, la acción firme, la previsión y coherencia revolucionarias: todo eso hicieron Lenin, Trotsky y sus camaradas. Todo el honor revolucionario y la capacidad de acción, que tanto le faltan a la socialdemocracia occidental, los bolcheviques demostraron poseerlos. Su insurrección de octubre salvó no sólo a la Revolución Rusa sino también el honor del socialismo internacional». ¿Es posible que ésta sea la voz del centrismo?
En las páginas siguientes, Luxemburgo critica severamente la política bolchevique en lo que hace al problema agrario, la consigna de autodeterminación nacional y el rechazo de la democracia formal. Agreguemos que en esta crítica, dirigida por igual contra Lenin y Trotsky, ella no traza distinción alguna entre sus respectivas posiciones; y Rosa Luxemburgo sabía leer, comprender y distinguir los matices. Ni siquiera se le ocurrió acusarme, por ejemplo, de que, al solidarizarme con Lenin en el problema agrario, cambié mi posición con respecto al campesinado. Y ella conocía muy bien mi posición desde que yo escribí varios artículos para su periódico polaco, desde 1909. Rosa Luxemburgo finaliza su crítica diciendo: «En la política bolchevique hay que distinguir lo esencial de lo no esencial, lo fundamental de lo circunstancial». Lo fundamental, para ella, es la fuerza de las masas en la acción, la voluntad de llegar al socialismo. «En ese sentido —escribe— Lenin, Trotsky y sus compañeros fueron los primeros en darle el ejemplo al proletariado mundial. Aún ahora siguen siendo los únicos que pueden gritar, con Hutten, “¡he osado!”».
Sí, Stalin tiene sobrados motivos para odiar a Rosa Luxemburgo. Pero tanto más imperioso es nuestro deber de cuidar la memoria de Rosa de las calumnias de Stalin, que han sido tomadas por los funcionarios de ambos hemisferios, y pasar esta imagen verdaderamente hermosa, heroica y trágica a las generaciones jóvenes del proletariado, para que la conozcan en toda su grandeza y fuerza inspiradora.