PRAELECTIO[1]
Estas son las memorias ficticias de Publio Cornelio Escipión (236-182 a.C.), llamado el Africano, un título honorífico que se le adjudicó por conquistar África en general —aunque no la conquistó—, y por derrotar a Aníbal el cartaginés (247-182 a.C.), al que sí derrotó en la batalla de Zama (202 a.C.).
Bajo la jefatura de Escipión, real o supuesta, Roma dominó el mundo. Un mundo muy lejano y muy pequeño, pero un mundo que, para bien o para mal, ha formado el nuestro. En tiempos de Escipión, después del saqueo de Siracusa en 211 a.C., los romanos comenzaron a adoptar la cultura de la antigua Grecia. A esa fusión debemos nuestras leyes, nuestro arte, nuestra ciencia, nuestra arquitectura y nuestra literatura, gran parte de nuestro idioma y nuestro sistema de gobierno, y lo mejor (y parte de lo peor) de lo que somos.
Como era costumbre en la época, he dado a Escipión un secretario ficticio, un amanuensis. Su nombre es Bostar y si hubiera vivido, habría servido a Aníbal antes que a Escipión. Esta es una continuación de Yo, Aníbal, General de Cartago, en la que ya se dice algo de Bostar. También es como una especie de espejo de aquella novela, porque la vida de Aníbal y la de Escipión fueron prácticamente iguales, y ambos hombres murieron el mismo año.
Lo que el lector va a leer es lo que yo imagino que Escipión dictó a Bostar. Pero Bostar es más que un simple amanuense y ésta es también su historia. Es amigo de Escipión, con todo lo que esto significa. Comenta, aclara, glosa. Y como ambos hombres saben demasiado bien la importancia del pasado en el presente, la historia de su vida y de su tiempo trata de ambos.
Así, Bostar se turna con Escipión. La suya es una simbiosis de cosas que fueron y que pudieron haber sido, y de otras que aún podrían ser.