POSTSCRIPTUM: LOS VETERANOS HOY
Un amigo americano que había estado operando conmigo durante la fase de planificación final de la ofensiva en el golfo en febrero de 1991 fue nombrado inesperadamente segundo al mando de un batallón de carros. Estaba claro en su mirada que iba a estar en lo más duro del inminente combate. Mi experiencia como soldado paracaidista me aseguraba que no era una mala opción. Al contrario que yo, iba a disponer de una gran protección acorazada.
Al final de la guerra, pude ser testigo de la inmediata empatía que mi comandante, el general Franks, compartió con una tripulación de carros recién llegada del combate, el día del alto el fuego. Tras conversar con cierto número de distinguidos tanquistas acerca de sus experiencias para redactar el presente libro, presiento saber qué era lo que ocurría entre ellos. Las dramatizaciones televisivas de la guerra suelen atascarse en la tensión del momento, hasta el punto de perder de vista la realidad. La guerra se compone de un 98 por ciento de aburrimiento y de un 2 por ciento de acción. Las dramatizaciones asumen que los soldados o están asustados hasta estar fuera de sí o son psicópatas. Si no lo están, a duras penas están bajo control, siendo sostenidos por un puñado de «veteranos». Pero lo que realmente cimenta la cohesión militar es la compasión humana; eso se refleja en todos los relatos de veteranos. Estos superan sus miedos, raramente mostrando emociones melodramáticas, porque ellos, necesariamente, se ven absorbidos por funciones tales como conducir, controlar y operar cañones. He intentado describir un poco de ese 98 por ciento para así poder explicar la intensidad del 2 por ciento.
Mi Guerra del Golfo fue un espectáculo en el que observé la guerra desde una cierta distancia. La fealdad era solo aparente a posteriori. Mi anterior e inamovible punto de vista de que la protección acorazada lo hacía todo más fácil cambió al ver lo que la moderna tecnología puede infligir al perdedor cuando no se combate contra ella en igualdad de condiciones. El tema de las implicaciones humanas de las desigualdades técnicas en el combate acorazado ha sido una constante de este libro.
Con sus discretamente sobrios relatos, la perspectiva de los veteranos nos muestra una imagen de un mundo que hace mucho que desapareció. Proyectaban una visión de la Segunda Guerra Mundial desde una torreta, y vívidos recuerdos de lo que es estar con ventaja o en desventaja en la carrera de diseño de tanques. En el Golfo, nosotros estábamos arriba, mientras que los tanquistas británicos de 1939 a 1945 estaban invariablemente en la parte baja del espectro. Agradezco su generosidad por desnudar sus almas ante un completo extraño.
Resultaba común a los veteranos que entrevisté la compresión de que habían conocido lo mejor y lo peor que puede ofrecer la vida. Como consecuencia de ello, han vivido sus vidas plenamente desde entonces.
James Carson, subalterno del batallón acorazado de los Guardias Escoceses, resumía sus sentimientos. Al reflexionar acerca de sus experiencias en los carros, habló de «alivio por haber sobrevivido a todo aquello, la solidaridad y lealtad de la camaradería y la tristeza por aquellos que habíamos perdido». Tan sentidas eran esas pérdidas que dejaron «una temporal soledad y vacío, una sensación de haber madurado demasiado rápido y un vacío al final, un ¿y ahora qué?».
La principal compulsión para describir lo que les ocurrió era el deseo de narrar sus historias antes de que fuera demasiado tarde. Todos los veteranos van ya por la octava década de sus vidas, y algunos aún más, con diversos estados de salud. Algunos tuvieron que ser reanimados por los doctores antes de hablar conmigo. Un viejo veterano de los panzer que pasaba de los ochenta años dejó a un lado las formalidades y me llevó a tomar unas copas por la noche, insistiendo en conducir él. Motivados por el deseo de mostrar unas experiencias que ellos creían que ninguna futura generación debiera conocer, incluso los más reservados sentían la necesidad de abrirse tras unas conversaciones preliminares.
Muchos volvieron a sus problemas y tuvieron que reajustarse cuando cesaron las hostilidades. Como Jim Carson lo expresó sucintamente, «¿Y ahora qué?». Eric Allsop, que había servido en el 8.º RTR durante toda la guerra, fue a vivir con sus «tías solteras» al retornar del conflicto, en el que había estado «disparando constantemente». Pero una vez que regresó, declaró, «nunca hice nada malo».
El espectro de las imágenes de pesadilla —principalmente de incendios y de claustrofobia— era una emoción comúnmente sobreentendida. Las intensificadas percepciones de camaradería y lealtad son menos reconocibles para los jóvenes del occidente democrático de hoy en día. Sin que se les preguntase, todos los veteranos en algún momento afirmaban percibir que los estándares morales de hoy día están en declive. Ellos han permanecido leales a otra época, que comprendía mejor el patriotismo, al igual que se comprendían mejor entre sí.
La intención de sus relatos era principalmente dejar algún tipo de hito conmemorativo de amigos, de comunicar algunas verdades e imágenes a sus familias antes de que fuera demasiado tarde. Algunos incluso mostraron correspondencia enviada a las viudas de veteranos recientemente fallecidos, revelando sucesos que sus maridos nunca hubieran mencionado. Esas cartas, generosamente donadas, proporcionaban imágenes notoriamente genuinas, y penetrantes, de un mundo del pasado.
Al compartir su conocimiento, también buscaban cerrar ciertos sucesos e incidentes. No para anticiparse a una respuesta, sino para apaciguar la inquietud de que su historia pudiera no ser nunca explicada. La urgencia era gobernada no tanto por el miedo a la muerte sino más bien al temor a que sus facultades mentales pudieran deteriorarse.
Las grabadoras no siempre eran bien recibidas en estas sesiones, y en todo caso inhiben respuestas debido a su restringida capacidad de monitorizar la revelación de información. Con bastante frecuencia, el mejor método era comparar experiencias militares actuales con las suyas, sugiriendo paralelismos y posibles cambios. Esto producía buenos resultados. Las historias más evocativas y sinceras con frecuencia surgían durante una comida o conduciendo y tenían que ser transcritas al papel a toda velocidad a la primera oportunidad.
Muchos veteranos tenían un pícaro brillo en los ojos y sabían cómo disfrutar de la vida. Para el veterano de los panzer Hermann Eckardt, la comida era el momento cumbre del día, mientras que la entrevista lo era para mí. El amor por la comida había sido una fuerza impulsora en su vida militar, pues sus recuerdos de las operaciones con el 8.º Regimiento Panzer contra los británicos trataban tanto de saquear raciones de carros destruidos como de dejarlos fuera de combate.
Una sensación de cierta culpabilidad por haber sobrevivido, mientras que sus amigos no, flotaba sobre más de una conversación. «Para que los otros puedan vivir» era uno de los argumentos que explicaban por qué habían combatido. Sus lealtades se dirigían en primer lugar a sus compañeros, y en segundo lugar a sus familias. La gratitud por sobrevivir ciertamente les sostuvo durante los años que siguieron a la guerra, cuando cada día de más era un regalo. Algo interesante fue que todos los veteranos a los que entrevisté habían tenido bastante éxito económico tras la guerra. Agradecían el privilegio de vivir sus vidas al completo. Todos los recuerdos de los que partieron son de hombres jóvenes, un constante recordatorio de su perdida juventud.
Educados y muy generosos con la información, los veteranos eran también corteses al señalar hasta qué punto sus recuerdos pueden ser saqueados por productores de televisión, guionistas o autores poco escrupulosos que «escogen» experiencias puntuales para formar versiones predeterminadas de los hechos. Resulta muy fácil caer en la historia como entretenimiento. Si se manipula, una impresión se convierte, de hecho, en una verdad. La dificultad reside en desenredar temas que emergen en la conversación y que entran en conflicto entre sí, para equilibrarlas de la forma más objetiva posible.
Los veteranos británicos, rusos y americanos son tratados por sus sociedades con tremendo respecto; sienten su sacrificio y agradecen compasivamente las extraordinarias presiones a las que se vieron sometidos. Ellos fueron los vencedores. No ocurre lo mismo con los veteranos de los panzer, pugnando bajo una culpabilidad colectiva causada por el intenso trabajo hecho por los historiadores alemanes del holocausto y de las atrocidades en los territorios ocupados. Películas y exposiciones muestran, como no debe ser de otra manera, aquellos hechos de una forma seria. No obstante, muchos veteranos de los panzer me confesaron que su patriotismo era, con frecuencia, confundido con simpatía por los nazis. El veterano de los panzer Ludwig Bauer subrayó con ironía la reticencia de la Bundeswehr de posguerra de recurrir a su experiencia bélica para el entrenamiento cuando sirvió como oficial de reserva en los años cincuenta.
La experiencia de los veteranos alemanes no es distinta a la rusa, aunque en un sentido diferente. La caída del partido comunista en Rusia dio como resultado una similar falta de claridad en lo que respecta a la identificación patriótica con el estado en el que vivían. La experiencia soviética de guerra estaba muy influenciada por lo que dijo el comandante de T-34 Vladimir Alexeev: «nunca se nos preguntó nada». Los veteranos soviéticos son muy respetados, pero, al igual que sus equivalentes de la Wehrmacht, tuvieron que adaptarse a un cambio de régimen. Esto les pasó a los alemanes en 1945 y a los rusos en 1991. Resultaba interesante ver cómo los entrevistados rusos se lamentaban por el retraso del segundo frente aliado. Del mismo modo que los tanquistas y veteranos británicos criticaban amablemente a los tanquistas estadounidenses por llegar «tarde» a la guerra, los rusos estaban visiblemente afectados por los combates y las muertes que tuvieron que sufrir antes de que los aliados desembarcasen en Normandía.
Los veteranos rusos a los que entrevisté desconfiaban ostensiblemente, pero, tras rascar un poco la superficie, se mostraron como hombres interesantes, apasionados y con sentido del humor, llenos de humanidad y a los que resultó un placer conocerlos.
Los veteranos cuidan los unos de los otros y lo dan todo de una forma similar a como lo hicieron durante la guerra. Espero que Tank men haya reflejado honestamente sus experiencias, porque, como todos ellos saben, el tiempo se acaba sesenta años después de los hechos. Eric Allsop lo expresa de forma sucinta:
«Todavía hoy recuerdo los nombres de todos mis tripulantes. ¡Otras muchas cosas las he olvidado!».