—¿Podéis ofrecerme un vaso de ese vino que estáis bebiendo? —gruñó, sin poder contener su beligerancia natural debido a la extrañeza de la situación—. Por Crom, mostráis poca cortesía con un hombre que ha sido de vuestra propia hermandad. ¿Vais a…?

Su voz se apagó poco a poco mientras contemplaba a las extrañas figuras, sentadas en silencio en la gran mesa de ébano.

—No están bebidos —musitó—. Ni siquiera están bebiendo… ¿Qué juego diabólico es éste?

Cruzó el umbral, y en ese instante el movimiento de la bruma azulada se aceleró. La materia se reunió y solidificó, y el cimmerio se vio luchando por su vida contra unas inmensas manos negras que saltaron hacia su garganta.