Tiempo y vida. Tiempo y muerte

Cuando se quedaron solos en la sala que en otros tiempos fue lugar de reunión de los sabios de la sociedad secreta Ouróboros, Grimpow cogió la antorcha y recorrió los muros buscando alguna fisura en ellos. Pero las paredes de roca de la sala eran tan lisas y pulidas que parecían hechas de una sola pieza. Weienell le seguía los pasos, aunque en ese momento pensaba en las veces que su padre debió de ocupar un sitio en aquella sala misteriosa, intercambiando sus propios conocimientos y descubrimientos astronómicos con otros sabios como los padres de Salietti y del duque Gulf de Östemberg. Y se preguntaba si acaso su padre y los otros sabios llegaron a saber alguna vez que se reunían junto a la cámara sellada de la que hablaba el manuscrito de Aidor Bílbicum.

—La cámara sellada donde el tiempo es vida y es muerte tiene que estar aquí, de eso estoy seguro. Ése es el sentido del texto en latín tallado en la roca. Pero no sé cómo se abrirá esa cámara —dijo Grimpow, acercando la luz de la antorcha a la inscripción y leyéndola de nuevo en voz alta.

TEMPUS ET VITA

TEMPUS ET MORTIS

—«Tiempo y vida, tiempo y muerte» —repitió Weienell tan intrigada como Grimpow por comprender el verdadero significado de aquellas enigmáticas palabras.

Grimpow le entregó la antorcha a Weienell, sacó la piedra de la bolsa de lino que le colgaba del cuello y pasó sobre el texto la llave de los misterios como hiciera sobre la inscripción tallada en la cripta de la iglesia de Cornill. Creía que el sistema de apertura de aquella cámara sellada sería igual al del sarcófago en que Salietti y él encontraron el manuscrito de Aidor Bílbicum en la cripta, pero pronto comprobó que no era la llave de los misterios la que podía abrir los muros de roca que los rodeaban como un círculo impenetrable.

—Seguramente Atberol de Östemberg, el antepasado del duque Gulf, era tan astuto e ingenioso como su maestro, e ideó un sistema de protección de su enigma aún más complejo y sofisticado que el criptograma que Salietti y yo resolvimos en la oscura cripta de la iglesia de Cornill —dijo Grimpow, como si se hablara a sí mismo—. Pero tengo la impresión de que las palabras TEMPUS ET VITA, TEMPUS ET MORTIS, no tienen un significado distinto al que expresan.

—Yo tampoco creo que este texto contenga anagramas, y que cambiando el orden de sus letras se obtenga un texto distinto. La solución a este enigma parece estar en su mismo significado —dijo Weienell.

Entonces se dio cuenta de que en el interior de la O de la palabra MORTIS había un pequeño signo del Ouróboros.

—¡Mira eso! Es el signo del Ouróboros —exclamó Weienell, acercando aún más la antorcha para que las sombras del relieve de la letra no les impidieran verlo con detalle.

Grimpow se puso de puntillas para apreciar mejor aquel signo del Ouróboros, y comprobó que se trataba de un relieve en negativo de la serpiente que se muerde la cola, igual a la grabada en el lacre del mensaje que portaba el caballero muerto en las montañas. Entonces una idea chispeó en su mente, permitiéndole de nuevo ver la luz en medio de la oscuridad.

—¡El sello! ¡La clave para abrir esta cámara está en el sello de oro! Por eso la hoja del manuscrito de Aidor Bílbicum habla de la cámara sellada —exclamó entusiasmado.

—¿Y de qué sello de oro hablas tú? —preguntó Weienell, que no acertaba a comprender a qué podía referirse Grimpow.

—Del sello que llevaba el padre de Salietti en su alforja cuando yo le encontré muerto en las montañas de Úllpens, muy cerca de la abadía de Brínkdum —dijo mientras abría la alforja que le colgaba del hombro y sacaba el sello de oro con el signo del Ouróboros—. La cámara fue sellada con este mismo sello, y sólo él puede conseguir que vuelva a abrirse. Por eso el padre de Salietti, Iacopo de Estaglia, llevaba la piedra, el mensaje y el sello de oro. Nadie que no poseyera esos tres objetos podría encontrar nunca el secreto de los sabios. La piedra, la llave de los misterios —explicó—, permitía abrir la cripta donde dormía la historia de la sociedad secreta Ouróboros, el mensaje cifrado contenía la clave para buscar a quien no existe y oír la voz de las sombras, y este sello es el único que puede abrir la cámara sellada donde el tiempo es vida y es muerte. ¿Lo entiendes ahora? —preguntó.

Weienell asintió sin mucho convencimiento. Pero antes de que pudiese decir algo, Grimpow acercó el sello de oro al pequeño signo del Ouróboros grabado en la roca, y un zumbido sordo hizo temblar el suelo de la sala, mientras ante ellos giraba el bloque de piedra en que estaba tallado el texto TEMPUS ET VITA, TEMPUS ET MORTIS, y les abría la puerta de la cámara sellada.

La primera en entrar fue Weienell, que portaba la antorcha, y se sintió maravillada ante la belleza de aquella misteriosa cámara, cuya puerta volvió a cerrarse bruscamente una vez que pasó Grimpow a su interior. Era una gran sala octogonal completamente decorada en sus lados por ocho pinturas distintas. En los vértices de cada lado del octógono había ocho pebeteros que Weienell encendió con la antorcha, mientras miraba admirada el techo. La sala estaba cubierta por la representación de una bóveda celeste plagada de estrellas y parecía tan transparente como el infinito cielo de la noche.

Pero antes de que pudiesen recrearse en la contemplación de aquella cámara prodigiosa, una compuerta se abrió en uno de los lados y comenzó a salir un torrente de arena muy fina, que se esparcía sobre el suelo como si fuese un torrente de agua dorada.

—¡Es una trampa! ¡La cámara sellada es una trampa! —gritó Grimpow aterrado, al darse cuenta de que aquella arena fluida como oro líquido acabaría enterrándolos vivos si no conseguían descifrar pronto el enigma que ocultaba.

Weienell miró hacia el agujero abierto, e intentó tranquilizar a Grimpow a pesar de su propio miedo.

—Ahora comprendo el texto en latín de la entrada, y las palabras de Aidor Bílbicum al decir en su manuscrito que en la cámara sellada el tiempo es vida y es muerte —dijo Weienell—. Esta cámara es como un reloj de arena que mide nuestro tiempo para resolver el enigma. Si lo conseguimos antes de que transcurra ese tiempo salvaremos la vida, pero si no lo logramos, el transcurrir del tiempo significará nuestra muerte. «Tempus et vita, tempus et mortis». Por eso el duque Gulf dijo que su antepasado les advirtió de que no debían sorprenderse si no volvían a ver salir a quien se quedara a solas en la sala donde se reunían los sabios —añadió, esbozando un gesto trágico en su rostro.

Grimpow también comprendió el significado que Weienell le atribuía al texto de la entrada escrito en latín, y miró el espacio del suelo que la arena ya había cubierto. Calculó que aún disponían de al menos dos horas antes de que la arena les llegase a la cintura. Pero Grimpow también recordó la maldición de la que les hablara el ermitaño que Salietti y él encontraron en una pequeña capilla situada en un cruce de caminos a la salida de la ciudad de Úllpens, cuando les dijo: «Malditos los que osen penetrar en la esencia del misterio, porque las puertas que consigan abrir se cerrarán para siempre tras ellos». Y temió que aquella maldición, como la que el gran maestre de los templarios lanzara desde la hoguera contra el Papa y el rey de Francia, hubiera comenzado a cumplirse.

En el centro de la cámara destacaba una gran mesa, también octogonal, sobre cuya superficie estaba pintada la Rosa de los Vientos. En cada uno de los ocho lados de la mesa había una figura de piedra sentada sobre un sillón de respaldo alto, también de piedra. Eran las imágenes talladas a tamaño natural de ocho sabios vestidos con amplias togas, que tenían ambas manos apoyadas sobre la mesa, y entre ellas sostenían una gran letra de bronce. Weienell contempló aquellas esculturas como si fuesen seres de carne y hueso a los que sólo les faltase un soplo de vida para que comenzaran a moverse, y hasta buscó entre ellas el rostro de su padre. Pero aquellas caras de ojos profundos y largas barbas no le recordaron a nadie que ella hubiese conocido. Tampoco Grimpow logró reconocer a ninguno de los sabios, a pesar de que también buscó en ellas la imagen imborrable del rostro helado del caballero muerto que encontró en la nieve, y que resultó ser el padre de Salietti. Sin embargo, entre las ocho figuras, había una cuyas facciones se asemejaban mucho a los rasgos del duque Gulf, aunque correspondieran a las de un hombre anciano.

—Creo que estas estatuas de piedra representan las imágenes de los ocho fundadores de la sociedad secreta Ouróboros, que encontraron y escondieron el secreto de los sabios —especuló Grimpow más calmado, comenzando a intentar darle un sentido razonable a aquella escena que parecía detenida en el tiempo. Un tiempo paralizado en aquellas imágenes de piedra, que sin embargo no dejaba de correr para ellos dentro del insólito reloj de arena en que se había convertido la cámara sellada, en la que podían hallar la vida o la muerte. Pero al menos ya sabían que todo dependía de que consiguieran resolver a tiempo el complicado enigma que conformaban todos los elementos presentes en aquella misteriosa sala.

—Si queremos salir de aquí con vida, debemos analizar cada uno de los elementos posibles del enigma para seguir un método que nos ayude a resolverlo —propuso Grimpow.

—Entonces comencemos por el principio, como siempre me aconsejó mi padre. Está claro que en el centro de la cámara tenemos la mesa octogonal con la figura de un sabio sentado a cada lado. Y es evidente también que cada uno de ellos sostiene una letra en su mano.

—Es cierto —dijo Grimpow, dándose cuenta de que Weienell era más sabia de lo que él suponía—. Había pensado que quizá esas letras se correspondieran con las iniciales de sus nombres, pero no veo entre ellas ninguna letra A de Aidor Bílbicum, ni de Atberol de Östemberg, que son los dos únicos nombres de los primeros miembros de la sociedad Ouróboros que conocemos. Haré un dibujo de la mesa y de las letras que cada sabio sostiene, quizá ello nos ayude a ver más claro entre las tinieblas de este enigma —observó Grimpow, mientras sacaba un trozo de pergamino y un carboncillo de su alforja y comenzaba a dibujar un boceto de la composición de la mesa.

—Sobre la mesa está pintada la Rosa de los Vientos que señala los cuatro puntos cardinales —dijo Weienell—, y si te fijas bien podrás comprobar que el sabio sentado al norte sostiene la letra N, el sabio que está sentado al sur sostiene la letra S, el que está sentado al este posee la letra E, y el que está sentado al oeste tiene entre sus manos la letra O —concluyó Weienell, sintiéndose orgullosa de su razonamiento.

—Es fantástico, Weienell, no me había dado cuenta de ello —admitió Grimpow—. Parece claro que los sabios nos quieren orientar en nuestra búsqueda.

—Luego están las pinturas que decoran cada uno de los lados del octógono que forman los muros de la sala —señaló Weienell, mientras Grimpow elaboraba su dibujo—. Y si comenzamos por la que se corresponde con el norte que señala la Rosa de los Vientos, donde está la Estrella Polar que sirve de guía a los navegantes, y seguimos de izquierda a derecha, que es el sentido en que gira la Tierra sobre su eje, según las teorías astronómicas de los sabios de Ouróboros, podemos observar que la primera pintura es una masa informe y negruzca que parece flotar en medio de la nada; en la segunda, un grupo de planetas gira en un universo imaginario; en la tercera sólo hay estrellas; en la cuarta, una bola de fuego parece representar al Sol; en la quinta escena, hay un jardín precioso lleno de vida; en la sexta, hay dibujada una preciosa rosa; en la séptima, un hombre semidesnudo y con rostro primitivo observa sentado la rama partida de un árbol que arde, y en la octava, aparece una serpiente que se muerde la cola —concluyo Weienell.

Grimpow había memorizado cada una de las ocho escenas que Weienell había descrito tan atinadamente, y comenzó a vislumbrar una posible solución a aquel inmenso y confuso jeroglífico.

—Y sobre nosotros tenemos la cúpula del cielo —dijo, al tiempo que avanzaba en su dibujo de la mesa donde estaban sentados los sabios.

Grimpow se acercó a Weienell y le mostró de nuevo el resultado de su boceto.

Los ojos de ambos vagaron por aquel dibujo impreciso, pero suficiente para permitirles analizarlo con detenimiento, a pesar de que sabían que el río incesante de arena comenzaba a inundar la cámara sellada y llegaba a cubrirles los tobillos. Durante un buen rato permanecieron en silencio, observando y meditando sobre todos los elementos del enigma que los envolvía como un velo de tinieblas donde jamás entraría la luz. Pero Grimpow tuvo una idea y le propuso a Weienell que le ayudase a comprobar su sentido.

—Estoy pensando que quizá la clave esté en las letras que sostienen los sabios en sus manos —dijo, y se acercó al que sostenía la letra O y que señalaba el oeste de la Rosa de los Vientos. La cogió y comprobó que estaba suelta sobre las manos frías de la estatua de piedra.

Weienell admiró a Grimpow por su perspicacia.

—¿Y qué crees que puede significar eso? —preguntó.

—Que estas letras deben ser retiradas de las manos de los sabios una a una siguiendo un orden lógico —razonó Grimpow, ilusionándose con la posible viabilidad de su razonamiento.

—Es posible que cada letra tenga alguna correspondencia con la escena de la pintura que hay tras ella en cada uno de los muros del octógono que forma la cámara sellada.

—Ponme un ejemplo —pidió Weienell, algo confundida.

—Fíjate en el dibujo terminado que he hecho de la mesa —dijo, situando de nuevo el trozo de pergamino ante los ojos de Weienell.

—La Rosa de los Vientos señala al norte —prosiguió—, y el sabio sentado en ese lado de la mesa octogonal sostiene la letra N, como tú apreciaste. Busquemos en la pintura que hay tras de ella alguna palabra que tenga como inicial la N. Sólo es una idea, pero tal vez así podamos encontrar algo. Repíteme la descripción que hiciste de la primera escena.

Weienell alzó los ojos del dibujo y volvió a mirar la pintura situada al norte, detrás del sabio que sostenía la letra N.

—Se trata de una masa informe y negruzca que parece flotar en medio de la nada —dijo pensativa.

—Según mi teoría, has dicho dos palabras que contienen la N: «negruzca» y «nada» —destacó Grimpow, escribiendo ambas palabras en su trozo de pergamino.

—Ahora veamos la siguiente escena pintada, siguiendo de derecha a izquierda el sentido de rotación de la Tierra sobre su eje. ¿Cómo la describiste?

—Un grupo de planetas parece girar en un universo imaginario.

—Bien, creo que este método puede funcionar. Has dicho «planetas» y «universo», pero si observamos el dibujo, comprobamos que ninguno de los sabios sostiene la letra P, aunque uno de ellos sí tiene entre sus manos una letra U —y Grimpow anotó «universo».

—¡Es cierto! —exclamó Weienell sintiendo de nuevo la sangre correr por sus heladas mejillas. La arena comenzaba a cubrirles las rodillas.

—Ahora describe la siguiente escena.

—En la tercera pintura sólo hay estrellas —dijo precipitadamente, sabiendo que el tiempo seguía corriendo en el implacable reloj de arena en que estaban encerrados.

—Entonces lo tenemos fácil, pues sólo está la letra E, que también sostiene uno de los sabios, exactamente el situado en el punto cardinal del este que señala la Rosa de los Vientos sobre la mesa octogonal —dijo Grimpow, escribiendo en sus notas la palabra «estrella», y consciente de que su orientación en la solución de ese complicado enigma no había sido equivocada, aunque aún no supiese adonde les conduciría.

—En la cuarta, una bola de fuego parece representar al Sol —dijo Weienell, entusiasmada con sus interpretaciones de las pinturas que decoraban la cámara sellada.

—Has dicho «bola», «fuego» y «sol», pero de esas tres palabras, sólo la S de «sol» está entre las letras que sostienen los sabios, en este caso la del sabio situado al sur en la Rosa de los Vientos. —Y la palabra «sol» se sumó a las notas de Grimpow.

—La quinta escena representa un precioso jardín lleno de vida.

—Tampoco la J de «jardín» está entre las manos de los sabios. ¡Pero sí está la V de «vida»! —exclamó Grimpow, escribiendo la palabra «vida» e intuyendo que su método para descifrar el enigma era, sin duda, el acertado.

—En la sexta pintura hay dibujada una hermosa rosa.

Y Grimpow escribió rápidamente «rosa», deseoso de llegar al final, pues la arena seguía entrando en la cámara sellada, y comenzaba a acercarse peligrosamente a la altura de la mesa octogonal. Si la arena llegaba a cubrir las letras que los sabios sostenían en sus manos, todos sus esfuerzos serían ya inútiles, y sólo les quedaría aguardar a que la arena los enterrase vivos también a ellos.

—La séptima es un hombre semidesnudo y con rostro primitivo, que observa sentado la rama partida de un árbol que arde —dijo Weienell, alarmada por la dificultad que adivinaba en aquel jeroglífico.

También Grimpow se sobresaltó.

—Has dicho «hombre», «rostro», «primitivo», «rama» y «árbol», pero ninguna de las primeras letras de esas palabras está entre las letras que sostienen los sabios. Sólo hay una R de «rostro» y «rama», pero antes ya elegimos la R de «rosa». Tenemos que buscar otra interpretación que encaje en nuestro método —dijo Grimpow, inquieto ante la posibilidad de que todo cuanto habían logrado hasta ese momento no les sirviese de nada.

Weienell cerró los ojos para concentrarse. Pero no conseguía encontrar ninguna palabra que comenzara por la letra I, y tuviese sentido.

—Sólo nos quedan una I y una O, y está claro que la última pintura, la de la serpiente que se muerde la cola, es el signo del Ouróboros, cuya letra O sostiene el sabio situado en el punto cardinal del oeste en la Rosa de los Vientos. De manera que sólo nos queda la letra I —repitió nervioso.

Weienell volvió a mirar la séptima escena repitiendo mentalmente la letra I una y otra vez. Y al fin exclamó:

—¡Inteligencia! ¡El hombre primitivo pintado observa la rama del árbol partido que arde, y descubre el fuego porque es un ser inteligente! —concluyó a gritos.

—¡Sí, sí! Lo tenemos, lo tenemos —dijo Grimpow, y le mostró a Weienell la relación de palabras que habían resultado de su interpretación de las pinturas jeroglíficas que decoraban la cámara sellada, donde el tiempo era vida y era muerte.

NADA

UNIVERSO

ESTRELLAS

SOL

VIDA

ROSA

INTELIGENCIA

OURÓBOROS

—¡Es la historia de la sabiduría humana, es la historia de la piedra, del lapis philosophorum, de la llave de los misterios y de la sociedad secreta de los sabios que la guardaron y escondieron! —gritó Grimpow emocionado—. ,En esas palabras están resumidos millones de años de misterio: de la Nada surgió el Universo, que se pobló de Estrellas, y entre ellas está el Sol, que hizo nacer la Vida, simbolizada en la Rosa como la más hermosa flor que haya existido, y cuya belleza el hombre es capaz de apreciar por su Inteligencia, que es lo que han cultivado los sabios en su sociedad secreta Ouróboros. Y si unimos las letras iniciales de cada una de esas palabras resulta:

NUESVRIO

Y al decir esto, Grimpow fue retirando una a una las letras de bronce que sostenían los sabios en sus manos y las fue situando frente a ellos sobre el suelo de arena que ya casi enterraba la mesa octogonal de la Rosa de los Vientos. Pero nada ocurrió, salvo que la arena comenzó a salir con más intensidad y rapidez. Weienell le pidió a Grimpow que colocase rápidamente las letras en su sitio, y cuando hubo dejado en manos de cada sabio las letras que sostenían, la salida de arena volvió a ralentizarse siguiendo el ritmo cadencioso de un reloj mortal.

Ambos pensaban angustiados, temiendo que aquellos instantes fuesen los últimos que les quedasen de vida, hasta que Weienell se acercó al sabio que sostenía la letra U y comenzó a componer la mágica palabra que les permitiría salir de la cámara sellada donde el tiempo era vida y era muerte:

UNIVERSO

Grimpow abrazó a Weienell y juntos alzaron los ojos a la bóveda del cielo que los cubría, y contemplaron maravillados la infinita belleza de la cúpula celeste pintada en el techo, mientras el centro de la mesa octogonal se abría como por encantamiento, y de sus entrañas surgía un pequeño cofre dorado, en cuyo interior encontraron el mapa más fantástico que Grimpow y Weienell hubiesen imaginado nunca.

La puerta de la cámara sellada volvió a abrirse, y Grimpow recordó el texto de la hoja que le faltaba al manuscrito de Aidor Bílbicum y que le había entregado en la catedral de Estrasburgo la voz de las sombras:

Sigue el recorrido del signo

y busca la cámara sellada,

donde el tiempo es vida y es muerte.

Pero sólo si alcanzas la inmortalidad

lograrás ver el Camino Invisible.

Y ahora el Camino Invisible estaba ante sus ojos repletos de lágrimas.