Capítulo 2:
LA PRIMERA REPÚBLICA

El fracaso de la primera república y su caída en la corrupción y la desunión se ha atribuido convencionalmente al oportunismo falto de principios de su primer presidente, Yuan Shikai, que demostró no comprender el gobierno republicano o carecer de compromiso alguno con él (véase, por ejemplo, Chen, 1961). Yuan acabaría por traicionar a la república e intentar restaurar la monarquía en 1915, atribuyéndose a sí mismo el papel de emperador de una nueva dinastía. Sin embargo, diversos estudios posteriores sobre Yuan (Young, 1976, 1977, 1983) modifican este punto de vista, describiéndole como un «conservador modernizador» que intentó sin éxito reafirmar el control centralizado y, por tanto, invertir la tendencia al nacionalismo que había surgido durante los últimos años de la dinastía Qing. Por una parte, la libertad de maniobra de Yuan se vio restringida por la creciente influencia extranjera sobre la economía —se ha comparado a la China de aquella época con un país del «Tercer Mundo» luchando por su autonomía (Young, 1977: 4)—, mientras que, por otra, sus políticas de centralización provocaron la oposición tanto de los gobernadores provinciales militares como de las elites aristocráticas/comerciales locales. Otros estudios de este período han destacado asimismo las actividades de los partidos políticos que surgieron a partir de 1911, afirmando que su carácter faccionario y su falta de comprensión de los principios del gobierno parlamentario hicieron tanto como las políticas de Yuan para provocar el desprestigio de la república (Yu, 1966).

El fracaso de Yuan Shikai a la hora de reafirmar el control centralizado provocó un período de inestabilidad y desunión en el que el poder político pasó a manos de caudillos militares provinciales (o «señores de la guerra»). Al mismo tiempo, el desencanto producido por las perniciosas consecuencias políticas de la revolución estimuló un movimiento intelectual que buscaba las causas más profundas del fracaso de la república. En lo que se conoce como Movimiento del Cuatro de Mayo (o de la Nueva Cultura), una serie de intelectuales radicales condenaron la continua influencia de los valores culturales «tradicionales», que para ellos explicaban la ausencia de cualquier cambio sustancial y progresista a partir de 1911. Esta crítica cultural, que representaba antes la continuidad de algunas tendencias ya manifiestas durante los últimos años de la dinastía Qing que un fenómeno nuevo, vino acompañada de una amplia exploración de ideologías de inspiración occidental, de la experimentación con nuevas formas de literatura y de lenguaje, y de un espectacular aumento del número de revistas y periódicos publicados en los centros urbanos. De este fermento cultural e ideológico surgiría el Partido Comunista Chino en 1921, aunque diversos estudios recientes han subrayado el hecho de que su uniformidad ideológica y su identidad organizativa no se alcanzarían hasta varios años después (Dirlik, 1989; Van de Ven, 1991).

La política en la primera república

La mayoría de los observadores, incluyendo al propio Sun Yat-sen (que en septiembre de 1912 fue nombrado director de ferrocarriles), suponían que Yuan Shikai acataría el proceso constitucional. Bajo la constitución provisional aprobada a principios de 1912, Yuan, como presidente, ostentaba un considerable poder ejecutivo, pero también había de compartir su responsabilidad con un primer ministro (a quien había de nombrar el presidente con la conformidad del parlamento) y su gabinete. Asimismo, a finales de 1912 y comienzos de 1913 también se habían de celebrar elecciones para un parlamento bicameral y unas nuevas asambleas provinciales, que habrían de reemplazar a la antigua asamblea nacional y a las asambleas provinciales convocadas en los últimos años de la dinastía.

La organización prerrevolucionaria de Sun Yat-sen, Tongmenghui, se reorganizó ahora como un partido político parlamentario, el Guomindang (Partido Nacionalista), para concurrir a las elecciones prometidas para finales de año. Se formaron otros partidos políticos, cuyos miembros incluían a ex funcionarios y burócratas asociados al antiguo régimen, así como a antiguos revolucionarios. Se hacían y deshacían alianzas entre ellos con asombrosa frecuencia, y tanto su carácter faccionario como su susceptibilidad a los sobornos del gobierno iban a dañar gravemente la credibilidad de la política parlamentaria.

Bajo las eficaces dotes de organización de Song Jiaoren (1882-1913), que había creado la rama de China central de la Tongmenghui antes de 1911, el Guomindang, en contraste con los demás partidos, emprendió una campaña electoral bien planificada y coordinada (Liew, 1971). La plataforma del partido defendía la causa del autogobierno local y propugnaba un poder presidencial limitado, así como la responsabilidad del consejo de ministros ante el parlamento (Scalapino y Yu, 1985: 347). Las elecciones, en las que participaron más de 300 partidos políticos y tuvieron derecho a voto 40 millones de personas (Fincher, 1981: 222-223), dieron la victoria al Guomindang, que se alzó como el mayor partido en ambas cámaras parlamentarias (Young, 1977: 114). Los gobernadores militares de las provincias de Anhui, Jiangxi y Guangdong también eran partidarios del Guomindang. Yuan Shikai consideró los resultados de las elecciones como una amenaza a su propia posición; y no fue casualidad que en marzo de 1913, un mes antes de la fecha prevista para convocar el parlamento, Song Jiaoren, que había exigido más que nadie la responsabilidad de los ministros ante dicha institución, fuera asesinado en Shanghai. Se difundió la creencia de que el asesinato de Song se había llevado a cabo siguiendo órdenes de Yuan.

Las ya tensas relaciones de Yuan con el Guomindang alcanzaron un punto crítico en abril de 1913, debido a la cuestión de los créditos extranjeros. Desde los comienzos de su presidencia, Yuan se había enfrentado al obstáculo de la falta de fondos. En 1911 el gobierno central obtenía la mayor parte de sus ingresos de los derechos aduaneros marítimos, dado que una gran parte de la contribución territorial y otros impuestos internos se los habían apropiado las provincias; de hecho, la proporción de ingresos representada por la contribución territorial en relación al total de la renta del gobierno central había ido disminuyendo constantemente durante todo el período de la dinastía Qing (Wang, 1973). En el transcurso de la revolución las potencias extranjeras estrecharon su control sobre las aduanas marítimas, haciéndose cargo de la recaudación, el depósito bancario y la remisión de los ingresos aduaneros (hasta 1911, el Servicio Aduanero Marítimo bajo control extranjero simplemente calculaba los aranceles correctos y se lo comunicaba al gobierno Qing). Dichos ingresos habían de ser depositados en bancos extranjeros (en los puertos francos), y luego remitidos al gobierno chino específicamente para devolver los créditos extranjeros contratados por los Qing antes de 1911 (Feuerwerker, 1983&).

Los ingresos aduaneros se habían de utilizar también como garantía para cualquier crédito extranjero contratado a partir de 1912; dichos créditos, sin embargo, se tenían que negociar a través de un consorcio bancario que representaba a seis potencias: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia y Japón. Este consorcio, originariamente creado en 1910, bloqueaba en la práctica cualquier intento por parte del gobierno de Yuan de negociar con bancos extranjeros individuales. Yuan, ansioso por obtener fondos y el reconocimiento oficial de su régimen por parte de las potencias, consiguió un «crédito de reorganización» del consorcio, por un importe de 25 millones de libras esterlinas, en abril de 1913. De esta suma Yuan recibiría en realidad 21 millones de libras, ya que el crédito estaría integrado por bonos vendidos a sólo el 90 % de su valor nominal, además de una deducción del 6 % del total por comisiones. A pesar de ello, se había de devolver íntegramente el capital original, más un 5 % de interés (Mancall, 1984: 200). Los ingresos procedentes del impuesto sobre la sal se utilizarían como garantía del préstamo, y, con el fin de asegurar la eficaz recaudación de dicho impuesto, los extranjeros colaborarían en su gestión (Feuerwerker, 1983fo). Así, la influencia extranjera en la economía aumentó aún más (sin embargo, bajo la presidencia de Woodrow Wilson Estados Unidos se retiró del consorcio como protesta por el hecho de que éste violaba la soberanía china, si bien las esperanzas chinas de que a partir de ese momento Estados Unidos defendiera su causa se verían en su mayor parte defraudadas). Como un nuevo testimonio de la debilidad de la nueva república, en 1913 Yuan se vio obligado a reconocer oficialmente la autonomía de Mongolia Exterior (confirmada por el tratado de Kiajta, en 1915) y del Tibet —originariamente parte del imperio Qing, pero que la nueva república seguía reivindicando como parte de China— antes de que Rusia y Gran Bretaña, que tenían intereses estratégicos en ambas regiones, reconocieran oficialmente al régimen de Yuan (aunque habría que señalar que China no renunció jamás al control formal sobre el Tibet).

Dado que Yuan había firmado el crédito de reorganización sin consultar al parlamento, el Guomindang trató de incapacitar al presidente. Yuan eludió la amenaza, básicamente a través de la manipulación de los demás partidos políticos, y luego pasó a la ofensiva. En junio de 1913 destituyó a los gobernadores de Jiangxi, Anhui y Guangdong, todos ellos del Guomindang, y los reemplazó por otros nombrados por él mismo. En el sur estalló un conflicto armado (conocido como «segunda revolución») cuando los gobernadores destituidos y sus partidarios del Guomindang trataron de lanzar una campaña nacional contra Yuan.

La segunda revolución duró apenas tres meses (de julio a septiembre de 1913), y acabó con la completa derrota de las fuerzas anti-Yuan. La capacidad de éste para comprar el apoyo de importantes gobernadores militares provinciales, además de la antipatía generalizada que sentían las elites aristocráticas y comerciales por la perturbadora influencia del Guomindang, aseguró la derrota de los rebeldes. Sun Yat-sen, amargamente desengañado, se vio forzado a exiliarse una vez más. En Japón, en 1914, fundó un nuevo partido, el Partido Revolucionario Chino (Zhonghua gemingdang), que representaba una reacción contra el tipo de partido de amplia base y abiertamente parlamentario que había sido el Guomindang en 1912. Sun recalcaba ahora la importancia de la organización de un partido secreto y estrechamente unido cuyos miembros le juraran lealtad personalmente. Asimismo, mientras que en la etapa anterior a 1911 Sun había aludido a la necesidad de un período de gobierno militar transitorio para preparar el camino al gobierno democrático, ahora insistía en que al gobierno militar le había de suceder un período ilimitado de tutela del partido con el fin de preparar al pueblo para el gobierno constitucional (Bergére, 1998: 257).

La victoria de Yuan le permitió expandir su control en las provincias, además de lanzar un ataque frontal a todas las instituciones del autogobierno. Primero logró coaccionar al parlamento para que le eligiera presidente permanente, en octubre de 1913; a comienzos de 1914 había prohibido el Guomindang y disuelto el parlamento. También se abolieron las asambleas provinciales y de distrito. Yuan trató asimismo de aumentar el control de Pekín sobre las provincias nombrando a gobernadores civiles que contrarrestaran el poder de los gobernadores militares. A partir de 1913 logró que el gobierno central se adjudicara una proporción mayor de la contribución territorial. Como parte de su campaña para asegurar el orden público a través de la reafirmación de valores morales tradicionales como la deferencia y la lealtad, Yuan ordenó que las escuelas primarias reintegraran los clásicos confucianos al currículo (del que habían sido eliminados bajo el nuevo sistema escolar promulgado en 1912).

Se ha descrito el régimen de Yuan a partir de 1913 como una «dictadura republicana […] construida en torno a los principios de la centralización administrativa y el orden burocrático» (Young, 1983: 238). Aparte de cierto «reinado del terror» destinado a intimidar (y exacerbar) a los oponentes y críticos del régimen, las propias políticas de Yuan chocaron con una creciente oposición, no sólo de los gobernadores militares provinciales, sino también de diversos grupos de aristócratas y comerciantes (curiosamente, los mismos que le habían apoyado en 1913); la abolición de las asambleas locales, las restricciones impuestas a las cámaras de comercio y los planes para establecer un impuesto gubernamental sobre la renta alimentaron el resentimiento. En un desesperado intento de desviar la oposición a su régimen, Yuan Shikai jugó su última baza: en 1915 impulsó una campaña propugnando la restauración de la monarquía (Scalapino y Yu, 1985: 415). La campaña, orquestada por los partidarios de Yuan, produjo diversas «peticiones», por parte de «ciudadanos preocupados», de que Yuan asumiera el Trono del Dragón. Éste, sin embargo, había cometido un error garrafal. Había supuesto que los meros símbolos del poder monárquico serían suficientes para cimentar la unidad nacional y reforzar su poder personal. Pero ya no era posible dar marcha atrás. En 1911 la monarquía había quedado totalmente desacreditada (al menos entre las elites), mientras que los gobernadores militares eran demasiado celosos de su recién adquirido poder para aceptar las pretensiones de un nuevo emperador. Un estudio clásico sobre el confucianismo y sus vicisitudes en el siglo XX afirma también que el intento monárquico de Yuan fue una «parodia», en el sentido de que su artificiosa utilización de los símbolos y procedimientos confucianos durante su entronización, en 1916, chocaba con las nuevas tendencias políticas e intelectuales que habían vaciado ya la monarquía tradicional (y el confucianismo) de sus valores universales; el resultado era que el cínico ardid de Yuan de explotar la tradición le convertía en un emperador «tradicionalista», antes que en un «emperador auténtico y tradicional» (Levenson, 1964: 4-20).

Mientras Yuan se disponía a coronarse a sí mismo emperador, a finales de 1915 (bajo el nombre de Hongxian), los gobernadores militares del sur se rebelaban, declarando a sus provincias independientes de Pekín. Al mismo tiempo, Sun Yat-sen, financiado por los japoneses, trataba de organizar revueltas en la provincia de Shandong. Sin embargo, su estrecha relación con los japoneses (y los rumores de que había ofrecido a Japón futuras concesiones económicas a cambio de ayuda), en una época en la que existía un amplio sentimiento antijaponés en el país debido a la actividad cada vez más agresiva de Japón en China (véase el siguiente apartado), expuso a Sun a ser acusado de traidor a sueldo de un enemigo extranjero. Así, su campaña se desvaneció rápidamente. Al igual que en 1911-1912, serían los gobernadores militares provinciales, y no Sun Yat-sen, quienes cosecharían los beneficios de una revuelta fructífera.

Temiendo las consecuencia de una guerra civil, las potencias acogieron el plan de Yuan sin demasiado entusiasmo. Japón, en particular, se mostró hostil, e incluso logró persuadir a Gran Bretaña y Estados Unidos de que enviaran una nota conjunta aconsejando que se pospusiera la restauración monárquica. Incluso después de que Yuan abandonara su plan, en marzo de 1916, las provincias siguieron declarándose independientes. Sólo su muerte, en junio del mismo año, salvó a Yuan de la ignominia de verse derrocado. Su conservadurismo innato, su falta de simpatía por los principios del gobierno constitucional, el trato implacable que dispensó a sus adversarios políticos, y su cínica manipulación del parlamento, habían supuesto para la república un golpe del que en realidad jamás se recuperaría. En palabras de un historiador, el fracaso de Yuan a la hora de movilizar el apoyo social a «una reforma y una modernización ordenadas», bajo los auspicios de un estado burocrático centralizado, abrió el camino al uso del poder militar para resolver cuestiones políticas (Rankin, 1997: 267-268). A partir de 1916, un parlamento impotente y un gobierno civil débil se iban a convertir cada vez más en meros juguetes de una sucesión de camarillas de diversos señores de la guerra.

China y la primera guerra mundial

Antes de analizar el fermento cultural conocido como Movimiento del Cuatro de Mayo y el surgimiento del caudillismo de los señores de la guerra tras la muerte de Yuan Shikai, es necesario, ante todo, evaluar el impacto que tuvo en China la primera guerra mundial. Ésta fue una fase crucial en la historia china del siglo XX, dado que las acciones emprendidas por Japón, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia confirmarían la debilidad de este país y mostrarían que los intereses y ambiciones de las propias potencias tenían prioridad sobre la soberanía territorial de China. La ira y el desencanto que resultaron de ello ayudarían a alimentar un nacionalismo antiimperialista aún más intenso, cuyo origen se remontaba ya a los últimos años de la dinastía Qing.

Cuando estalló la guerra en Europa, en agosto de 1914, Japón expresó de inmediato su voluntad de acudir en ayuda de su aliada, Gran Bretaña. De acuerdo con los términos de la alianza anglojaponesa de 1902 (renovada en 1905), el gobierno japonés se ofreció a declararle la guerra a Alemania, lo que habría proporcionado a Japón una justificación para atacar los territorios chinos arrendados a dicho país, centrados en torno al puerto de Qingdao, en la provincia de Shandong. Aunque el gobierno británico se mostró receptivo ante la idea de ver a la armada japonesa patrullando las aguas del este de Asia para proteger a los barcos ingleses y sacrificándose ante un posible ataque alemán, manifestó una actitud más ambivalente respecto a la posibilidad de contemplar una mayor presencia japonesa en China (Chi, 1970). La victoria de Japón sobre Rusia en 1905 había supuesto ya un aumento de la influencia económica del país en Manchuria, y Gran Bretaña, que seguía siendo la potencia con mayores intereses económicos en China, estaba empezando a ver a Japón como un posible rival.

Japón, sin embargo, siguió adelante con su ofensiva contra el territorio arrendado a Alemania. Ignorando la declaración de neutralidad de China, las tropas japonesas desembarcaron en el norte de Shandong y tomaron Qingdao por tierra. Además de Qingdao, Alemania había obtenido en 1898 el derecho a construir una línea férrea desde Qingdao hasta la capital provincial, Jinan, así como a adquirir concesiones mineras a lo largo de toda la ruta del ferrocarril. A pesar de los intentos de China de limitar las acciones de Japón, las tropas japonesas pronto avanzaron hacia el interior desde Qingdao y tomaron el control de toda la línea férrea.

Fue en ese momento cuando Tokyo decidió consolidar y fortalecer la posición de Japón en China imponiendo a Yuan Shikai las infamantes «Veintiuna Demandas». En enero de 1915, el embajador japonés en China entregó a Yuan una serie de demandas que, de haber sido aceptadas en su integridad, habrían convertido China prácticamente en un protectorado japonés. Entre dichas demandas se incluía no sólo una ampliación del arrendamiento japonés de Port-Arthur (situado en la península de Liaodong, en el sur de Manchuria) y del ferrocarril Surmanchuriano, sino también la concesión de privilegios mineros, comerciales y residenciales en el sur de Manchuria y Mongolia Interior, el reconocimiento de la presencia dominante de Japón en Shandong, y la promesa por parte del gobierno chino de no permitir que ninguna zona de la costa china cayera bajo la influencia de otra potencia. La última serie de demandas, no obstante, resultaban especialmente ambiciosas: el gobierno chino había de emplear a asesores políticos y militares japoneses; se crearía una fuerza policial conjunta chinojaponesa, y China habría de comprar una determinada cantidad de armas a Japón (Chi, 1970: 32). Yuan Shikai respondió con evasivas, confiando en el apoyo de Gran Bretaña y Estados Unidos. Aunque ambos países protestaron contra la última serie de demandas, instando a los japoneses a aceptar que se «pospusieran», ninguno de los dos estaba dispuesto a enemistarse con Japón. Por otra parte, el secretario de Estado norteamericano, William Jennings Bryan, declaró públicamente en marzo de 1915 que la «contigüidad territorial» creaba unas relaciones especiales entre Japón y los territorios chinos de Shandong y la Manchuria meridional.

El 25 de mayo de 1915, un día después del que los estudiantes chinos denominaron «Día de la Humillación Nacional», Yuan firmó las demandas de Japón. En todas las ciudades importantes del país estallaron manifestaciones antijaponesas generalizadas, que a menudo tomaron la forma de boicots a los productos japoneses. A pesar de la inútil advertencia de Estados Unidos de que no reconocería ningún acuerdo chinojaponés que lesionara la integridad política y territorial de China, en 1917 Japón logró obtener la aprobación de Gran Bretaña y Francia en relación a sus pretensiones sobre Shandong; ese mismo año Estados Unidos reconoció de nuevo que Japón tenía intereses especiales en China debido a la proximidad geográfica de ambos países (Chi, 1970: 110).

En la confianza de que ahora sus pretensiones sobre Shandong se reconocerían en cualquier futura conferencia de paz, Japón aceptó colaborar en el intento de Gran Bretaña de persuadir a China de que declarara la guerra a Alemania. De hecho, en 1914y 1915 Yuan Shikai se había ofrecido a participar militarmente en la guerra en el bando aliado (proponiendo incluso una expedición china a los Dardanelos) con la esperanza de evitar la acción militar japonesa contra Alemania en Shandong (Chi, 1970; Bailey, 2000: 181-182). Y Japón se había opuesto a la ideá precisamente por esa misma razón. Gran Bretaña, por su parte, deseaba que China declarara la guerra a Alemania simplemente para asegurarse de que las propiedades y los barcos alemanes en China se requisaran. Ni a Gran Bretaña ni a Estados Unidos les entusiasmaba la participación militar china (en 1917 se planteó una nueva oferta), principalmente porque la capacidad de combate china no se valoraba demasiado y había escasez de navios de transporte.

A pesar de ello, Duan Qirui, que había sido uno de los generales de Yuan Shikai y que ahora dominaba el gobierno civil en Pekín, era un firme partidario de la alianza propuesta. Otros, en cambio, temían que, si China declaraba la guerra, Duan obtendría de los aliados fondos que luego podría utilizar para fortalecer su propia posición frente a sus adversarios internos. Duan intimidó al parlamento (restaurado tras la muerte de Yuan) con una exhibición de fuerza militar, y en agosto de 1917 se declaró la guerra a Alemania. El Guomindang, bajo el liderazgo de Sun Yat-sen, abandonó Pekín en señal de protesta, y, junto con otros antiguos miembros del parlamento anterior a 1915, estableció un parlamento meridional alternativo en Cantón (provincia de Guangdong) (Bergére, 1998: 271-272). A partir de entonces Sun disputó la legitimidad del gobierno de Pekín y se dispuso a crear su propio gobierno en el sur, asociado a la protección de la constitución y la defensa de la república (Rankin, 1997: 269). Quienes apoyaban la declaración de guerra china esperaban que ésta no sólo aseguraría la participación de China en la futura conferencia de paz, sino que también daría mayor peso a la demanda china de que se pusiera fin al sistema de tratados desiguales. Dicha demanda se vio reforzada por el hecho de que, aunque no se enviaron tropas chinas al frente occidental, a partir de 1916 se permitió a los gobiernos francés y británico reclutar mano de obra china para realizar trabajos relacionados con la guerra en Francia. Finalmente se reclutaron alrededor de 150.000 trabajadores; la mayoría de ellos procedían del norte de China (especialmente de la provincia de Shandong), y mientras estuvieron en Francia participaron en una amplia variedad de tareas, que iban desde reparar trincheras y carreteras hasta trabajar en fábricas de maquinaria y armamento, pasando por construir aeródromos y enterrar a los muertos de guerra (Bailey, 2000: 182-184).

Las esperanzas chinas de poner fin al sistema de tratados desiguales recibieron también un nuevo impulso de la inspirada retórica del presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien en 1918 aludió a la necesidad de establecer tras la guerra un nuevo sistema internacional basado en la diplomacia franca, la igualdad entre las naciones y la autodeterminación de los pueblos. La conferencia de paz de Versalles, celebrada en 1919, resultaría una amarga decepción, ya que los nobles ideales de Wilson chocarían con la realidad concreta de los intereses de las potencias. Aunque los representantes chinos hubieron de aceptar que las potencias no pusieran fin a la extraterritorialidad en China ni restauraran la autonomía arancelaria, al menos esperaban que el territorio arrendado de Qingdao y el ferrocarril Jinan-Qingdao volvieran al control chino.

Japón, sin embargo, sí logró sostener sus reclamaciones sobre Shandong aludiendo no sólo a la aprobación que le habían otorgado Gran Bretaña y Francia en 1917, sino también a los tratados secretos de defensa mutua firmados por Tokio y el gobierno de Duan Qirui en 1918, que reconocían implícitamente la presencia japonesa en Shandong. Y, lo que es más importante: al igual que había sucedido en 1915, Gran Bretaña y Estados Unidos no estaban dispuestos a comprometerse plenamente con la causa china y arriesgarse con ello a suscitar la hostilidad de Japón, convertido ahora en una importante potencia militar y naval en Asia oriental. Además, el presidente Wilson estaba ansioso por que todas las potencias aliadas participaran en la propuesta Sociedad de Naciones, y cuando Japón insinuó que podría no unirse a ella si las concesiones de Shandong se devolvían a China, se rindió ante lo inevitable (irónicamente, el sentimiento aislacionista del Congreso estadounidense aseguraría, más tarde, que fuera precisamente Estados Unidos quien se negara a participar en la Sociedad de Naciones).

El 4 de mayo de 1919, cuando llegó a China la noticia de que los aliados habían decidido conceder a Japón los derechos alemanes sobre Shandong, en Pekín estallaron masivas manifestaciones estudiantiles, que se propagaron rápidamente a otras grandes ciudades (Chow, 1960). Los ministros pro-japoneses fueron atacados, y se organizó un boicot a los productos japoneses en el que participaron los comerciantes y los trabajadores urbanos, especialmente en Shanghai (Chen, 1971). Los representantes chinos en Versalles, bombardeados con telegramas que denunciaban el acuerdo de paz, no firmaron el tratado. Aunque convencionalmente se ha considerado que las manifestaciones políticas de mayo de 1919 marcaron el comienzo del moderno nacionalismo chino (Chow, 1960), habría que señalar que más bien representaron la continuidad de tendencias que se habían iniciado durante los últimos años de la dinastía Qing (véase el capítulo 1). Lo que constituyó una novedad fue el gran número de estudiantes, comerciantes y trabajadores urbanos que decidieron participar en la acción política. Un estudio sobre la protesta estudiantil en el siglo XX ha destacado también las manifestaciones del Cuatro de Mayo como el comienzo del «teatro político de la calle», extremadamente eficaz, que los estudiantes emplearían y desarrollarían durante todo el resto del siglo (Wasserstrom, 1991: 5). Dicho «teatro político» imitaba, se apropiaba y subvertía la retórica, los rituales y las ceremonias oficiales para cuestionar la legitimidad de las autoridades gobernantes. Así, por ejemplo, durante las manifestaciones de Shanghai, en mayo y junio de 1919, los estudiantes formaron sus propias «burocracias de protesta» (a través de sindicatos complejamente organizados), elaboraron su propia propaganda escrita a imagen de las proclamas oficiales, organizaron sus propios desfiles patrióticos (repletos de juramentos, alzamientos de la bandera nacional e interludios musicales), e incluso «vigilaron policialmente» su propio boicot a los productos japoneses (ibíd.: 57-70, 74-81, 85-89). Por otra parte, las manifestaciones de mayo de 1919 se integraron en un proceso de mayor envergadura, que pasaría a conocerse como el Movimiento del Cuatro de Mayo.

El Movimiento del Cuatro de Mayo

En 1915 se empezó a publicar en Shanghai una nueva revista. Titulada Xin Qingnian («Nueva Juventud») y editada por Chen Duxiu (1880-1942), que hasta 1911 había estudiado en Japón y luego había participado en la revolución de 1911, durante los años siguientes la revista denunció la moral y las prácticas tradicionales, y propugnó un cambio cultural e intelectual drástico (aludiendo a la democracia y a la ciencia occidentales como fuente de inspiración). Para muchos intelectuales chinos, la corrupción de la política republicana había mostrado que los cambios de actitud habían de preceder al cambio político (Grieder, 1981). Chen, en particular, lanzó un fiero ataque a la tradición china, afirmando que la persistencia de las creencias confucianas bloqueaba el surgimiento de una ciudadanía joven y dinámica. Criticaba especialmente el sistema familiar tradicional, con su énfasis en la deferencia hacia los ancianos y la relegación de las mujeres a un estatus inferior.

Este ataque a la tradición, resumido en el eslógan «Derroca a Confucio e Hijos», reflejaba también la consternación de los radicales frente a lo que se percibía como corrientes reaccionarias presentes en la primera república. Kang Youwei, por ejemplo, cuya actitud hacia la nueva república fue, como mucho, tibia, orquestó una campaña para fomentar el confucianismo como religión oficial, una idea que había formulado inicialmente en la década de 1890 (Kwong, 1984: 93-107). Los educadores conservadores, alarmados por el hecho de que en el creciente número de escuelas femeninas no se inculcaran las actitudes y comportamientos «apropiados» a las mujeres, exigían que dichas escuelas exaltaran las virtudes femeninas tradicionales de la deferencia, la lealtad y la pasividad, al mismo tiempo que dedicaban más tiempo a enseñar materias «útiles» como la economía doméstica y el cuidado de la familia (Bailey, 2001). Finalmente, estaba la decisión de Yuan Shikai, en 1915, de reintroducir las enseñanzas confucianas en las escuelas primarias (anulada tras su muerte) y un abortado intento en Pekín (que duró varios días) de restaurar la monarquía Qing, en 1917, cuando un caudillo militar de la parte septentrional del país, Zhang Xun (conocido como el «General de la Coleta» debido a que seguía luciendo una cola al estilo manchú), sacó a Puyi de su apartado «retiro» en la Ciudad Prohibida.

Se ha calificado la crítica inflexible de Chen Duxiu a la tradición china en su conjunto de «iconoclasia totalitaria» (Lin, 1979). Dado que las normas confucianas —se afirmaba— fundamentaban todos y cada uno de los aspectos del gobierno, la sociedad y la cultura tradicionales (y que todos ellos eran percibidos como orgánicamente vinculados por los eruditos confucianos), los intelectuales radicales como Chen adoptaron también un planteamiento «holístico» al promover una denuncia radical de la tradición. Otro estudio (Feigon, 1983), sin embargo, ha señalado que Chen pudo recurrir a una tradición autóctona de disidencia, y que, consecuentemente, sus críticas radicales a la cultura china se vieron alentadas por un profundo sentimiento nacionalista ya manifiesto en sus días de estudiante durante los últimos años de los Qing. En cualquier caso, esta condena global de un pasado homogéneo constituyó un fenómeno transitorio, dado que entre los intelectuales del Cuatro de Mayo vinieron a prevalecer puntos de vista más matizados y perspicaces. También habría que señalar que la «tradición», en sus diversas formas, ha seguido siendo apropiada, manipulada y explotada a lo largo de todo el siglo XX.

Otra figura que contribuyó a la revista Xin Qingnian fue Hu Shi (1891-1962). En 1910, Hu había recibido una beca del gobierno para estudiar en Estados Unidos (gracias a los fondos de indemnización de los bóxers remitidos a China por el gobierno estadounidense), y durante su estancia en la Universidad Cornell había escrito artículos condenando la rigidez y el formalismo de la lengua clásica china (wenyan). A su regreso, en 1917, escribió un artículo para Xin Qingnian en el que propugnaba una literatura basada en el habla popular (baihua); dicha literatura —afirmaba— no sólo resultaría más viva y práctica, sino que también permitiría a China escapar a los embrutecedores efectos de la cultura confuciana, tan asociada a la lengua clásica (Grieder, 1970). Posteriormente Hu alentó el estudio y fomentó las virtudes de las novelas populares tradicionales escritas en lenguaje coloquial. Dos de las más conocidas eran Shuihu Zhuan (A la orilla del agua, probablemente escrita en el siglo XIV), que narra las bulliciosas y escandalosas hazañas de una fraternidad de bandidos, y Xiyou Ji (Viaje al oeste, escrita en el siglo XVI), que relata las aventuras del travieso y atrevido rey mono, Sun Wukong, que se encarga de proteger a un monje budista contra los demonios en su épico viaje a la India en busca de las sagradas escrituras. El joven Mao Zedong leyó ambas novelas con avidez.

También Lu Xun (1881-1936), uno de los más destacados escritores chinos del siglo XX, consideraba la literatura un vehículo de cambio. Inicialmente había ido a Japón, en los primeros años del siglo, para estudiar medicina, pero había renunciado desesperado (como muchos de sus compatriotas que en aquella época acudían a Japón, durante su estancia había sufrido humillaciones personales y estaba horrorizado de la actitud burlona con la que se veía a las personas chinas), llegando a la conclusión de que, en tanto no se diera un cambio fundamental en la mentalidad de la gente, la ciencia por sí sola no «salvaría» a China. Por mediación de la literatura Lu Xun esperaba llamar la atención sobre los males de la sociedad tradicional y, en consecuencia, alentar el cuestionamiento de las actitudes a ellos subyacentes (Lyell, 1976; Spence, 1982: 61-71, 85-88, 107-113; Lee, 1987; Lyell, 1990: IV-XXIV). Fue el iniciador de una nueva forma literaria, el relato breve en lenguaje coloquial, al publicar en Xin Qingnian, en 1918, una agria sátira titulada Diario de un loco (Kuangren riji), que describía la tradición china como un canibalismo voraz. Así, el héroe, considerado «loco» por su familia y sus vecinos por haber «pisoteado los libros de contabilidad del Señor Antigüedad», y convencido de que la gente estaba a punto de devorarle, anota en su diario:

Uno tiene que haber examinado realmente algo antes de poder entenderlo. Me parecía recordar, aunque no con demasiada claridad, que desde tiempos antiguos a la gente se la ha devorado con frecuencia, y, así, empecé a hojear un libro de historia para buscarlo. No había fechas en esa historia, pero garabateadas aquí y allá en cada página estaban las palabras benevolencia, rectitud y moralidad. Dado que de todas formas ya no podía conciliar el sueño, leí esa historia cuidadosamente durante casi toda la noche, y finalmente empecé a entender lo que estaba escrito entre líneas: todo el volumen estaba repleto de una sola frase: ¡cómete a la gente! (Lyell, 1990: 32).

Sin embargo, y como en el caso de Hu Shi, la «iconoclasia» de Lu Xun no le impidió admirar ciertos aspectos de la cultura tradicional; en particular, posteriormente defendería las cualidades estéticas de los grabados en madera tradicionales.

En 1918, Chen Duxiu, Hu Shi y Lu Xun enseñaban en la Universidad de Pekín, la cual, bajo el rectorado de Cai Yuanpei (1868-1940), se había convertido en un dinámico centro de debate intelectual. Cai, que había obtenido el título metropolitano (jinshi) en el sistema tradicional de exámenes para la administración pública, se había unido a la Tongmenghui de Sun Yat-sen durante los últimos años de la dinastía. En 1912 se convirtió en el primer ministro de Educación republicano, pero pronto renunció al cargo en protesta por la política de Yuan Shikai. En 1916 fue nombrado rector de la Universidad de Pekín, y se dispuso a transformar la triste reputación que tenía esta institución de ser el refugio seguro y poco exigente de los hijos ociosos de los burócratas. Cai logró convertir la Universidad en una acreditada institución académica, insistiendo en que fuera un lugar en el que se pudieran expresar una amplia variedad de ideas y opiniones distintas (Duiker, 1977). Mientras estuvieron enseñando en la Universidad, Chen Duxiu y los demás tuvieron un enorme impacto en los estudiantes.

El fermento intelectual de esta época produjo un montón de revistas (algunas de ellas publicadas por los propios estudiantes) y despertó una intensa fascinación por la literatura y el pensamiento político occidentales entre los jóvenes radicales. Se tradujo a escritores como Turguéniev y Shaw, mientras las representaciones públicas de la obra de Ibsen Casa de muñecas avivaban los debates en torno al estatus de las mujeres en la sociedad y ensalzaban a Nora (la heroína de la obra) como símbolo de la valerosa afirmación de la autonomía y del rechazo a los papeles tradicionales (Ono, 1989: 99-100; Wang, 1999: 50). En 1919-1920, destacados filósofos y educadores occidentales como Bertrand Russell y John Dewey fueron invitados a China, donde pronunciaron conferencias ante absortas audiencias de estudiantes universitarios. También se mostró un creciente interés (cuyo origen se remontaba a los primeros años del siglo) por las ideologías políticas occidentales del socialismo y el anarquismo.

Aunque la introducción de las teorías socialistas en China a comienzos de siglo, así como el modo en que el socialismo se interpretaría posteriormente por intelectuales chinos como Liang Qichao y los asociados a la Tongmenghui de Sun Yat-sen durante los últimos años de la dinastía Qing, han sido bien documentados por los historiadores (por ejemplo, Gasster, 1969; Bernal, 1976), hasta época reciente la importancia y el impacto de las ideas anarquistas no ha sido objeto de un análisis sustancial (Zarrow, 1990; Dirlik, 1991). En opinión de un historiador (Dirlik, 1991), el presupuesto de que el resultado político más importante del Movimiento del Cuatro de Mayo fue la fundación del Partido Comunista Chino en 1921 ha tendido a oscurecer la penetrante —aunque difusa— influencia que el anarquismo ejerció en el discurso de dicho movimiento (ni que decir tiene que el papel del anarquismo en aquel momento sería prácticamente ignorado por la posterior historiografía marxista china, al menos hasta época bastante reciente).

Se puede rastrear el origen de la inspiración de muchas de las ideas y prácticas del período del Cuatro de Mayo en la influencia anterior a 1911 de los anarquistas chinos que habían ido a estudiar a Japón y Francia. Fueron estos anarquistas, especialmente los de París, los que condenaron la tiranía del sistema familiar, propugnando nuevas formas de interacción social basadas en la ayuda mutua, y ensalzando los beneficios de la educación y la ciencia a la hora de dar lugar a una sociedad más humana e igualitaria (Bailey, 1988; 1990: 227-233). Asimismo, fueron los precursores del concepto de trabajo-estudio como medio de salvar el abismo entre intelectuales y trabajadores que, según percibían, había caracterizado siempre a la sociedad china. Las organizaciones y publicaciones anarquistas siguieron proliferando durante los primeros años de la república, mientras que, a finales de la década de 1910, los estudiantes de la Universidad de Pekín ponían en práctica las ideas anarquistas experimentando con sistemas de vida comunitaria, creando planes de trabajo-estudio y organizando equipos de clases populares que recorrían los barrios de las afueras y el campo circundante para propagar los conocimientos «modernos» entre la gente corriente (aunque tales esfuerzos a menudo se racionalizaron en términos elitistas como el deber natural de una vanguardia intelectual de eliminar las arraigadas «supersticiones» y la «ignorancia» del pueblo).

Uno de los más ambiciosos proyectos de inspiración anarquista fue un proyecto de trabajo-estudio que envió a más de 1.500 estudiantes chinos a Francia entre 1919y 1921 (Bailey, 1988). Organizado por destacados anarquistas muy activos en París antes de 1911, como Li Shizeng, el proyecto aspiraba a dar a los estudiantes menos acomodados la oportunidad de trabajar en fábricas francesas y ganar dinero para pagar su posterior instrucción en facultades y colegios universitarios franceses. Li Shizeng esperaba también que, al realizar un trabajo manual, los estudiantes chinos se libraran de sus actitudes elitistas, mientras que su interacción con los trabajadores chinos reclutados durante la guerra que permanecían en Francia (la mayoría fueron repatriados en 1921), a través de las clases de alfabetización, ayudaría a elevar el nivel cultural de los trabajadores. Curiosamente, al principio los funcionarios y educadores franceses dieron la bienvenida al proyecto, y subrayaron sus beneficios a largo plazo para potenciar la influencia política, cultural y económica de su país en China, de manera muy parecida a como sus colegas norteamericanos y japoneses habían acogido a los estudiantes chinos en sus respectivos países unos años antes (ibíd.: 453; Bailey, 1992: 826-828). Aunque el proyecto finalmente chocaría contra el escollo de la depresión económica de la posguerra en Francia (dejando a muchos estudiantes chinos sin empleo) y concluiría en 1921, el ideal del trabajo-estudio como medio de abolir las rígidas distinciones entre el trabajo mental y el trabajo manual iba a tener una constante influencia en posteriores líderes comunistas como Mao Zedong (véase el capítulo 5). Asimismo, durante su permanencia en Francia muchos de aquellos estudiantes se politizaron en gran medida; entre ellos figuraban algunos de los más importantes futuros líderes comunistas, como Zhou Enlai (1898-1976), primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular a partir de 1949; Deng Xiaoping (1904-1997), secretario general del partido en la década de 1950 y «líder supremo» en las de 1980 y 1990; Nie Rongzhen, mariscal del Ejército de Liberación Popular a partir de 1949, y Li Fuchun, ministro de Planificación Estatal en la década de 1950.

El Movimiento del Cuatro de Mayo (o de la Nueva Cultura) abarcaba, pues, una extraordinaria gama y diversidad de ideas, y por esta razón se ha aludido frecuentemente a él como a un período único en la moderna historia china. Este punto de vista fue propuesto inicialmente por algunos de quienes participaron en el movimiento, como Hu Shi, que posteriormente escribiría sobre el impacto innovador de éste (y especialmente sobre su propio papel pionero en la defensa del uso de la lengua coloquial en la literatura y las escuelas) en un libro titulado El Renacimiento chino (publicado en 1934). Un clásico estudio posterior sobre los orígenes de la revolución comunista china (Bianco, 1971: 27-28) comparaba a los intelectuales del Cuatro de Mayo con los pensadores de la Ilustración europea; así como estos últimos prepararon el camino a la Revolución francesa, del mismo modo los primeros, con su crítica a la tradición y su defensa de la democracia y de la ciencia, prepararon el camino a la revolución comunista de 1949. Otro estudio más reciente también repite esta comparación entre el Movimiento del Cuatro de Mayo y la Ilustración europea (Schwarcz, 1986).

Es importante recordar, sin embargo, que así como el nacionalismo del período del Cuatro de Mayo y la exploración de ideologías radicales tenían sus raíces en años anteriores del siglo, del mismo modo la crítica iconoclasta de la tradición, la promoción del lenguaje coloquial, el surgimiento de una literatura «moderna» y el énfasis en la importancia de la educación popular —todo ello estrechamente vinculado al período del Cuatro de Mayo— representaban la continuidad de unas tendencias ya manifiestas durante los últimos años de la dinastía Qing. Los anarquistas del período anterior a 1911, por ejemplo, fueron de los primeros en elaborar una crítica sistemática de la estructura familiar tradicional (Zarrow, 1990; Dirlik, 1991). Los educadores y reformistas chinos empezaron a confeccionar libros de texto y a publicar revistas en lenguaje coloquial ya desde finales de la década de 1890 (Bailey, 1990: 73-75). En cuanto al debate sobre la reforma literaria, éste fue iniciado por reformistas como Liang Qichao ya en los primeros años del siglo (Dolezelova-Velingerova, 1977; Hsia, 1978; Lee y Nathan, 1985); por otra parte, un reciente estudio (Wang, 1997) ha subrayado el carácter innovador de la novelística de la última época de la dinastía (que los intelectuales del Cuatro de Mayo y los posteriores historiadores de la literatura tendieron a ignorar o a denunciar como frivola y reaccionaria) y su contribución al surgimiento de una literatura «moderna», debido al hecho de que su temática y su contenido no se limitaban ya a lo autóctono, sino que se dejaban influir por «el tráfico multilingüe y transcultural de ideas, tecnologías y fuerzas surgido a raíz del expansionismo occidental del siglo XIX» (ibíd.: 5). Finalmente —y como ya hemos mencionado en el capítulo 1—, la necesidad de llevar a cabo una educación popular generalizada fue una constante en los debates educativos suscitados a partir de 1900, y llevó a la creación de escuelas de alfabetización y formación profesional, de media jornada, por parte de las elites aristocráticas y comerciales en los últimos años de los Qing (Bailey, 1990: 64-133).

Diversos estudios recientes han señalado también la constante importancia y efectividad de las llamadas instituciones «tradicionales» durante el Movimiento del Cuatro de Mayo y a partir de él. Así, las asociaciones «regionales» (huiguan o tongxianghui), integradas por emigrantes y residentes en ciudades como Shanghai procedentes de la misma localidad o región (y que desempeñaron un importante papel a la hora de proporcionar asistencia y seguridad a sus miembros), lejos de representar un provincianismo inmóvil y «atrasado», podían trascender las fronteras urbanas además de facilitar la incorporación a los movimientos nacionalistas, especialmente durante el boicot antijaponés de mayo y junio de 1919 (Goodman, 1995: 262-270). Asimismo, un estudio sobre los estudiantes radicales que originariamente procedían de las regiones rurales subdesarrolladas de la provincia de Zhejiang (y que, por tanto, desviaron la atención de los habituales focos de Pekín o Shanghai durante el Movimiento del Cuatro de Mayo) sostiene que su adhesión al anarcocomunismo en aquella época se vio facilitada por un deseo de recuperar el contenido ético del confucianismo que impregnaba la familia y las escuelas rurales (Yeh, 1996: 5). Quizás sea aún más significativo, sin embargo, el hecho de que las nuevas investigaciones sobre el significado de la modernidad china durante las primeras tres décadas del siglo XX estén explorando las transformaciones y mutaciones a largo plazo en la cultura material de la vida cotidiana (que no representaron necesariamente rupturas bruscas con el pasado), antes que equiparar la modernidad simplemente con el discurso iconoclasta de los intelectuales y la movilización política de los estudiantes (Lee, 1999; 2000).

La fundación del Partido Comunista Chino

Uno de los intelectuales chinos que escribieron sobre el significado de la revolución bolchevique fue otro miembro clave de la intelligentsia radical del Cuatro de Mayo y profesor en la Universidad de Pekín: Li Dazhao (1888-1927). En un artículo publicado en Xin Qingnian en 1918, Li subrayaba su mensaje mesiánico, afirmando que aquél era el acontecimiento más importante de la historia mundial, y que daba a China la esperanza de que también ella podría salir de un período de decadencia y alcanzar un renacimiento espiritual (Meisner, 1967: 63-65). Se ha señalado asimismo que, en gran medida, Li describía la revolución bolchevique en términos anarquistas, una evidencia de la penetrante influencia del anarquismo en aquella época (Dirlik, 1989: 23-27). El mismo año Li creó la Sociedad para el Estudio del Marxismo en la Universidad de Pekín, y empezó a profundizar en los aspectos doctrinales de la revolución bolchevique. En mayo de 1919 se dedicó un número especial de Xin Qingnian al marxismo, aunque hasta después de 1919 no se empezó a disponer de un número sustancial de obras marxistas en chino (si bien en 1906 se habían traducido ya extractos del Manifiesto comunista).

Además de enseñar ciencias políticas en la Universidad de Pekín, Li Dazhao estaba también a cargo de la biblioteca de la universidad. Uno de sus ayudantes era Mao Zedong (1893-1976), hijo de un campesino acomodado (dueño de alrededor de una hectárea de tierra), que había llegado a Pekín en 1918 tras haberse graduado en una escuela de magisterio en su provincia natal de Hunan. Un año antes, Mao había escrito un artículo para Xin Qingnian (su primer trabajo publicado) sobre los beneficios del ejercicio físico para el pueblo chino (Spence, 1999b: 2-35). Como muchos estudiantes de su época, Mao se vio atraído por una amplia variedad de ideas y pensamientos políticos, y posteriormente admitiría que en vísperas de su partida hacia Pekín sus ideas comprendían una «curiosa mezcla de liberalismo, reformismo democrático y socialismo utópico» (Schram, 1966: 44); estando ya en Pekín, y bajo la influencia de Li Dazhao, entró en contacto con el marxismo.

También Chen Duxiu dedicaría más atención al marxismo a partir de 1919. Cada vez más desengañado de la política republicana, Chen, que anteriormente había puesto sus esperanzas en la transformación cultural y educativa, así como en la gradual puesta en práctica de una democracia basada en el modelo angloamericano, sostenía que hacía falta una completa transformación social y económica. En 1920 había anunciado oficialmente su conversión al marxismo. La postura adoptada por Li y Chen significó una ruptura en el consenso entre los intelectuales radicales del Cuatro de Mayo, ilustrada en el intercambio de puntos de vista entre Li Dazhao y Hu Shi en 1919 (conocido como debate sobre «problemas e "ismos"»). Hu, influido por el pragmatismo del educador y filósofo norteamericano John Dewey, propugnaba un cambio gradual y advertía contra la imprudente adopción masiva de cualquier ideología particular (Keenan, 1977: 46-48). En 1920, Hu Shi abandonó el consejo editorial de Xin Qingnian, y desde ese momento la revista se convirtió en una caja de resonancia de las opiniones marxistas de Li y Chen.

El desencanto respecto a Occidente como resultado de la decisión de Versalles en 1919, así como las declaraciones del nuevo gobierno soviético ruso, en 1918 y 1919, en el sentido de que renunciaría a los tratados desiguales firmados por el anterior régimen zarista y la dinastía Qing, estimularon también un creciente interés por el marxismo entre los estudiantes e intelectuales chinos. Aunque para muchos representaba lo más novedoso del pensamiento de Occidente, al mismo tiempo el marxismo proporcionaba una poderosa crítica de la sociedad occidental y parecía exponer un programa de acción adecuado para abordar la difícil situación de China. Por supuesto, habría que señalar que incluso en el apogeo del Movimiento de la Nueva Cultura, cuando los radicales como Chen Duxiu y Hu Shi propugnaban en ocasiones una completa occidentalización, hubo siempre otros (entre ellos, varios miembros de la Universidad de Pekín) que adoptaron un punto de vista más ambivalente; una visión confirmada por los horrores de la primera guerra mundial en Europa. A partir de 1919, Liang Shuming (1893-1988), que había sido nombrado catedrático de filosofía india en la Universidad de Pekín en 1916, afirmaba que, aunque China pudiera absorber la cultura material de Occidente, no debería abandonar los valores éticos de la cultura confuciana tradicional; para Liang, dichos valores apreciaban la armonía, la cooperación y la complacencia con la vida, en contraste con el individualismo egoísta, la codicia y la incesante (aunque en última instancia infructuosa) lucha para alcanzar la satisfacción subyacentes a los valores occidentales (Alitto, 1979). Otro destacado intelectual, Liang Qichao, que viajó por Europa en 1918-1920 y asistió a la conferencia de paz de Versalles, experimentó asimismo el desencanto respecto a Occidente, lo que le movió a propugnar una síntesis más creativa de los valores chinos y occidentales. Un reciente estudio ha afirmado que la visión de la modernidad de Liang abarcaba ahora «un imaginario global de la diferencia», cuya fuente de significado era la diferenciación cultural antes que la uniformidad política (Tang, 1996: 180-183, 195-222). Estos puntos de vista no eran exclusivos de los intelectuales chinos: el cuestionamiento del programa —supuestamente civilizado— de la civilización material occidental suscitado a raíz de la primera guerra mundial fue también un fenómeno característico de Occidente en aquella época, vigorosamente expresado por algunos de los visitantes extranjeros invitados a China durante el período del Cuatro de Mayo, como el escritor y educador bengalí Rabindranath Tagore (1861-1941), y el filósofo y matemático británico Bertrand Russell (1872-1970).

Aunque en 1919-1920 se formaron grupos de estudio marxistas en Pekín y en otras ciudades, éstos tendían a ser más bien vagas organizaciones de estudiantes e intelectuales con un interés general en el cambio político y social. La variabilidad de sus puntos de vista se ilustra en el hecho de que muchos de ellos mostraran interés por el anarquismo y otras formas de socialismos no marxistas. Aunque diversos estudios anteriores (Schwartz, 1951; Meisner, 1967) subrayaban las raíces autóctonas del comunismo chino, y en particular la importancia del nacionalismo (engendrado por oposición al imperialismo occidental) como un factor importante en la conversión de Li Dazhao y Chen Duxiu al marxismo, un estudio reciente (Dirlik, 1989) sostiene que el papel de diversos asesores del Komintern (es decir, la Internacional Comunista, establecida en Moscú bajo los auspicios del Partido Comunista Soviético en 1919 para fomentar la revolución mundial) como Voitinski —que conoció a Li y a Chen en 1920— resultó fundamental a la hora de convencerles, a ellos y a otros radicales, de que las sociedades de estudio, abiertas y apenas organizadas, se habían de transformar en un partido de estilo bolchevique, fuertemente organizado, disciplinado y secreto, comprometido con la revolución de clase.

La receptividad al mensaje del Komintern se vio potenciada por tres factores contingentes: la creciente importancia política de los trabajadores urbanos (manifestada por la creciente actividad huelguística), el fracaso de los experimentos de transformación cultural de inspiración anarquista, como los diversos planes de trabajo-estudio y de vida comunal, y la creciente represión gubernamental de la actividad radical como consecuencia de las manifestaciones políticas del Cuatro de Mayo. A principios de 1921 se habían establecido ramas del Partido Comunista en seis ciudades, incluyendo Pekín, Cantón, Shanghai y Changsha (donde Mao Zedong fue particularmente activo). El primer congreso del que habría de convertirse en el Partido Comunista Chino (PCC) se celebró en la concesión francesa de Shanghai, en el verano de 1921. Asistieron a él doce delegados (incluyendo a Mao), que probablemente no representaban a más de cincuenta comunistas comprometidos (Harrison, 1972: 31-32). Chen Duxiu, que a la sazón se hallaba en Cantón, fue elegido secretario general del nuevo partido. Sin embargo, aún habrían de pasar varios años más antes de que el PCC se convirtiera plenamente en una organización unificada y disciplinada, caracterizada por la uniformidad ideológica (Luk, 1990; Van de Ven, 1991).

El período de los señores de la guerra (1916-1918)

Aunque tras la muerte de Yuan Shikai, en 1916, aparentemente se restauró la normalidad, con la reapertura del parlamento y la sucesión a la presidencia del anterior vicepresidente Li Yuanhong, el control centralizado de Pekín —ya debilitado durante el último año del gobierno de Yuan— se desintegró rápidamente en la medida en que los diversos caudillos militares provinciales y locales fortalecieron su dominio sobre sus respectivos territorios (Sheridan, 1983). Dichos caudillos —o «señores de la guerra», como han dado en llamarles los historiadores (McCord, 1993: 4)— ejercieron un poder político directo, manteniendo el control sobre la administración civil (además de acuñar su propia moneda) y estableciendo sus propios impuestos para financiar sus ejércitos, que constituían la única base de su poder. Habría que señalar, no obstante, que los caudillos provinciales no siempre tuvieron pleno control sobre sus propios dominios ni tuvieron a su disposición a todas las fuerzas militares de una determinada provincia (ibíd.: 267-268). Cualquier facción o camarilla caudillista que ejerciera su dominio en el norte mantenía la ficción de un gobierno civil en Pekín, ya que las potencias seguían reconociendo al gobierno de Pekín como el único gobierno legítimo de China. De ese modo, las diversas facciones caudillistas que controlaban la capital podían tener la esperanza de verse legitimadas, así como de apoderarse de los ingresos aduaneros que las potencias remitían al gobierno central.

China no experimentaría algo parecido a la unidad hasta 1928, cuando el Guomindang estableció un nuevo gobierno nacional en Nankín; pero aun entonces su control sobre grandes áreas del país seguiría estando fuertemente limitado por la existencia de antiguos señores de la guerra, los cuales, si bien reconocieron al gobierno de Nankín, conservaron el control sobre sus propios ejércitos. Esto ha llevado a un historiador (Sheridan, 1966, 1977, 1983) a considerar todo el período republicano de 1912a 1949 como un lapso en el que China como entidad nacional se fue fragmentando progresivamente, si bien establece una distinción entre el período de 1916-1928, al que considera de «caudillismo puro», y el posterior a 1928, que denomina de «caudillismo residual». Un estudio de caso, que analiza la evolución de una unidad armada específica desde la época final de la dinastía hasta mediados de la década de 1920, trata de mostrar este largo proceso de fragmentación, y sostiene que el caudillismo se debería contemplar como un «militarismo en desintegración» o un «militarismo fragmentado» (Sutton, 1980: 7). Centrándose concretamente en el ejército provincial de Yunnan (XIX división), describe su transformación, pasando de ser una fuerza unida y homogénea, basada en los ideales nacionalistas, cuando se creó en 1905, a ser en 1920 un ejército desintegrado en diversas fuerzas faccionarias de vaga filiación fundamentadas exclusivamente en vínculos personales. Otros estudios más recientes, sin embargo, han dado mayor crédito a la constante modernización de la esfera urbana a lo largo de todo el período republicano, antes de contemplarlo meramente como un interregno caótico entre el imperio y el estado comunista (Bergére, 1997: 309); un estudio de Pekín durante este período, por ejemplo, destaca el desarrollo de asociaciones profesionales, instituciones urbanas (como la policía) y sindicatos que contribuyeron tanto a la construcción del estado como a la ampliación del espacio político (Strand, 1989).

Aunque en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Yuan se celebraron varias conferencias con el fin de idear alguna forma de unidad entre los señores de la guerra, la creación de varias facciones o camarillas alimentó el recelo mutuo, que a partir de 1920 desencadenó una serie de guerras que afectaron a extensas zonas del país. Tales camarillas se mantenían unidas sólo por el propio interés, de modo que las traiciones y las defecciones eran moneda corriente. Ninguna de dichas camarillas logró dominar a las otras, ya que se formaban alianzas contra cualquiera que amenazara el statu quo. Basándose en ello, un historiador (Ch'i, 1976) ha descrito el período de los señores de la guerra comparándolo con un «sistema internacional» en el que el principio operativo era el equilibrio de poder; también se ha comparado dicho período al Renacimiento europeo, en que los estados individuales compartían una cultura aristocrática común y se conservaba el ideal de un «gobernante universal» (Mancall, 1984: 202-203). Otro estudio, acaso ignorando el caos y destrucción del período en su obsesión por aplicarle un «modelo» científico-político coherente, lo describe como una época en la que predominó un sistema más abiertamente competitivo y pluralista, en contraste con la monarquía imperial anterior a 1911 y el régimen comunista «totalitario» posterior a 1949 (Pye, 1971).

Aunque con frecuencia los señores de la guerra declararon su compromiso con la unidad nacional, ninguno se ellos estaba dispuesto a renunciar 2d control sobre su propio ejército. El número de hombres en armas aumentó de 500.000 en 1916 a dos millones en 1928 (Ch'i, 1976: 78), y los fondos requeridos por los caudillos militares para mantener la lealtad de sus tropas les llevaron a imponer una desconcertante variedad de impuestos a los desafortunados campesinos. Los impuestos regulares, como la contribución territorial, se incrementaron constantemente, y en muchos casos se recaudaban con años de antelación. Las propias tropas de los caudillos, reclutadas entre ex bandidos, desempleados y campesinos sin tierras, causaron estragos en las comunidades locales dedicándose al saqueo sistemático, con el resultado de que en la mente popular apenas había diferencia entre los soldados regulares y los bandidos (Lary, 1985: 59-62). El crecimiento de los ejércitos señoriales en el período republicano vino acompañado también de un espectacular aumento del número de bandidos; en 1930, la población total de bandidos se estimaba en unos 20 millones de personas, lo que llevó a algunos periódicos a denominar a China feiguo («nación de bandidos»), en lugar de minguo («república») (Billingsley, 1988: 1, 5).

Aunque se reconoce que en general el período caudillista trajo la miseria y el caos, diversos estudios sobre determinados señores de la guerra en concreto han tratado de proporcionar un análisis más profundo de sus orígenes y sus objetivos (Sheridan, 1966; Gillin, 1967; McCormack, 1977; Wou, 1978). Muchos de ellos tuvieron orígenes modestos, recibiendo apenas educación tradicional, o ninguna en absoluto. Zhang Zuolin, el caudillo de Manchuria, había sido bandido durante los últimos años de la dinastía Qing; algunos, como Yan Xishan, el caudillo de Shanxi, habían recibido formación en academias militares de China y Japón, mientras que otros, como Feng Yuxiang, procedían de la tropa de una de las divisiones del Nuevo Ejército creadas por los Qing a partir de 1904. Algunos de ellos, como Wu Peifu (que poseía el título inferior del antiguo sistema de exámenes para la administración pública), propagaban los valores tradicionales confucianos, esperando así complementar el control militar con el control moral (Wou, 1978). Feng Yuxiang incluso se convirtió al cristianismo en 1914, y fue uno de los pocos que trataron sistemáticamente de llevar a la práctica alguna forma de adoctrinamiento ideológico entre sus tropas; en este caso, una mezcla de máximas cristianas y sermones confucianos (Sheridan, 1966).

Muy pocos señores de la guerra tuvieron la disposición o el tiempo para concentrarse en la reforma política y el desarrollo económico. Feng Yuxiang, por ejemplo, aunque en ocasiones manifestó interés en abordar problemas sociales como la adicción al opio, jamás estuvo en un mismo lugar el tiempo suficiente para llevar a la práctica ninguna medida concreta. Una excepción fue Yan Xishan, que en 1912 se convirtió en gobernador militar de Shanxi y mantuvo el control de la provincia prácticamente hasta la victoria comunista de 1949. Yan trató de fomentar tanto la industria pesada como la ligera, tomó medidas enérgicas contra el consumo de opio, patrocinó la formación profesional, e inició la revisión de la administración local instaurando asambleas deliberativas rurales y favoreciendo la formación de una magistratura de distrito más eficaz y debidamente adoctrinada, con el fin de combatir la influencia extraoficial de la poderosa aristocracia local. Un estudio sostiene que los planes de Yan «constituyen uno de los últimos intentos sistemáticos realizados en China de llevar a cabo una reforma según directrices conservadoras» (Gillin, 1967: 295). Sea como fuere, los resultados de sus planes económicos fueron, en el mejor de los casos, pobres, mientras que sus intentos de reformar el gobierno local se vieron constantemente saboteados por la aristocracia local. El fracaso de Yan a la hora de extender su control al nivel local anticipaban el del régimen nacionalista a partir de 1928.

Antes del surgimiento del gobierno del Guomindang en Cantón (véase el capítulo 3), sólo Feng Yuxiang (que recibió algo de ayuda de la Unión Soviética cuando se estableció en el noroeste) atacó abiertamente el imperialismo extranjero en China, si bien un estudio sobre Zhang Zuolin ha mostrado que éste trató de detener la penetración económica japonesa en Manchuria fomentando el desarrollo chino en la región (McCormack, 1977). En la confusa e impredecible situación que prevaleció en China a partir de 1916 los gobiernos extranjeros se mostraron renuentes a poner todas sus esperanzas en ningún caudillo militar, aunque la mayoría de los señores de la guerra podían obtener sus armas de varias fuentes extranjeras. Así, y a pesar de un acuerdo de embargo de armas firmado por las potencias en mayo de 1919 (y que duraría hasta 1929), los caudillos podían conseguir sus armas de manos de toda una serie de vendedores extranjeros independientes sin afiliación oficial a sus gobiernos patrios. Un caudillo como Zhang Zuolin, por ejemplo, trataba con traficantes de armas japoneses, franceses, alemanes, italianos, checos y británicos, mientras las compañías británicas y norteamericana seguían vendiendo aviones (aparentemente sólo para «usos comerciales») a varios señores de la guerra (Chan, 1982: 50-65).

En 1926 se había creado un equilibrio de poder relativamente estable entre Zhang Zuolin, que controlaba la zona de Pekín y el noreste, y Wu Peifu, que controlaba una gran parte de la China central. Este equilibrio se iba a ver alterado por el revitalizado régimen del Guomindang surgido en Cantón, contemplado cada vez con mayor alarma por las potencias extranjeras, que aspiraban a cambiar las reglas del juego y hacer nuevamente de China un estado-nación unificado.