Capítulo 8
Óscar mordisqueaba distraídamente una barrita de chocolate mientras repasaba las cartas de astrogración que estaba obteniendo de diversos archivos gracias a la sombra-u. Al otro lado de las pantallas de exovisión, Liatris McPeierl estaba realizando una dura tabla de ejercicios, desnudo hasta la cintura, descubriendo unos pectorales perfectamente proporcionados y sudorosos que relucían de una forma fascinante. La visión lo estaba distrayendo; a Óscar le costaba concentrarse en la navegación transgaláctica con tanta carne hermosa flexionándose ágilmente a escasos metros de distancia.
Liatris terminó la rutina y asió una toalla con un gesto lánguido.
—Voy a darme una ducha —anunció, contoneando el trasero en dirección a Óscar, mientras unos falsos pensamientos de lujuria estallaban en el campo gaia.
Óscar mordió con fuerza un gran trozo de la barrita, aspirando la polvorienta capa de glaseado y tosiendo, adoptando un aspecto verdaderamente estúpido. Bebió un sorbo de té para aclararse la garganta. Cuando terminó, Liatris se había marchado y Beckia le estaba dirigiendo una compasiva sonrisa desde el otro lado de la cabina de la astronave.
—¿Qué? —gruñó.
—Liatris quiere que volvamos a casa —dijo ella.
—Estamos muy lejos de casa.
—Eres una vieja guarra.
—Y estoy orgulloso de serlo. ¿Quieres ver mi tarjeta de puntos?
—No tienes vergüenza, ¿eh?
Óscar le dedicó una sonrisa voluptuosa y ordenó a la sombra-u que extrajera de la unisfera archivos acerca de todos los vuelos transgalácticos anteriores, conocidos y rumoreados.
—Es una de las cosas que me hacen entrañable.
—Ah, ¿pero que tienes algo de entrañable?
Tomansio y Cheriton ascendieron a través de la cámara con la esclusa de aire hasta el centro de la cabina. Llevaban estrafalarias togas iridiscentes y habían suprimido las emisiones de motas gaia, anunciando a los cuatro vientos que eran acérrimos ciudadanos de Viotia y no tenían ninguna relación con Sueño Vivo.
—Ahí fuera las cosas no están mejorando —se lamentó Cheriton.
Desde hacía unas cuantas semanas, el equipo había estado accediendo al gobierno de Viotia y asistiendo a los intentos de restablecer los servicios normales y reparar los daños que había causado la invasión. Una operación a la que no había contribuido el linchamiento del primer ministro dos días después de que las tropas de Ellezelin se retirasen de la capital, Ludor. Había sido un asunto desagradable; la turba había irrumpido en el edificio del Parlamento de la nación ante la complacencia de los guardias, que habían dejado que la justicia natural siguiera su curso. El resto del gabinete, temiendo pérdidas corporales, no había intervenido para darles instrucciones. El relevo se estaba coordinando a través de las autoridades locales mientras se enfriaban los ánimos.
Dado que Colwyn había sufrido con diferencia los daños más terribles, la infraestructura todavía estaba renqueando, mientras se llevaban a cabo las reparaciones y las operaciones de sustitución. Los robots y los equipos de ingenieros civiles estaban trabajando sin descanso con la ayuda de la maquinaria que les facilitaban las astronaves que llegaban de toda la Federación. Pero el comercio era lento y había un sorprendente número de locales que aún no habían reabierto, a pesar de las instancias del consejo de la ciudad.
—Me parece que han hecho bien, considerando la apatía generalizada —dijo Tomansio—. Pasarán años antes de que todo vuelva a los niveles anteriores a la invasión. No es bueno que la empresa de Likan esté cerrada en estos momentos. Representaba una parte considerable de la economía planetaria. El Tesoro tendrá que intervenir y reflotar las finanzas. Y el gabinete no es lo bastante fuerte para encargarse de eso en este momento. Habrá que celebrar elecciones para restaurar la confianza pública en el gobierno.
—Ése es el mayor problema —intervino Óscar—. ¿De qué sirve? Nuestra gloriosamente estúpida Soñadora encabezará la flota de la Peregrinación dentro de siete horas. No tendréis elecciones si no queda nada de la galaxia para celebrarlas.
—Entonces, recuérdame por qué seguimos aquí —repuso Tomansio.
Óscar iba a dirigirles la misma exhortación apasionada de esperanza y fe basada en la impresión que se había formado de Araminta en el parque Bodant durante un cara a cara de cinco segundos. Estaba absolutamente seguro de que estaba engañando a Sueño Vivo de algún modo. Pero el equipo había oído aquello muchas veces y ahora estaba sopesando formas de huir de la galaxia en una de las mejores astronaves que ANA había construido jamás.
—No lo sé —admitió, sorprendiéndose de cuánto le costaba hacerlo. Significaba que la misión había terminado, que no podían hacer nada, que no había futuro.
Se preguntó qué dirían Dushiku, Anja y el veleidoso Jesaral cuando aterrizara delante de su casa en una astronave ultramotora camuflada y les dijera que tenían que huir de la galaxia. Hacía tanto tiempo que no hablaba con ellos que estaban empezando a desvanecerse de sus consideraciones. Y eso no era bueno. Podía sobrevivir sin ellos. Sobre todo ahora que vuelvo a vivir la vida como es debido.
Un gemido de consternación escapó de sus labios. Ah, qué traicionero eres. Beckia tiene razón, no tengo vergüenza.
Cheriton, Tomansio y Beckia intercambiaron miradas algo confusas mientras el torrente de emociones encontradas brotaba de las motas gaia de Óscar.
—¿Qué haréis cuando empiece la expansión? —les preguntó éste.
—Los Caballeros Guardianes sobrevivirán —afirmó Tomansio—. Supongo que nos instalaremos en un nuevo mundo de una nueva galaxia.
—Antes tendréis que encontrarlo —observó cautelosamente Óscar—. Para eso necesitaréis una buena nave exploradora. Una ultramotora sería perfecta.
—Sí. Y sería un honor que nos acompañaras.
—Esto es complicado —dijo Óscar, apesadumbrado—. Reconocer que hemos fracasado de una forma tan completa, no sólo nosotros cinco, sino toda nuestra especie.
—Justine todavía se encuentra dentro del Vacío —señaló Beckia—. Es posible que Gore tenga éxito. Está claro que trama algo.
—Se está aferrando a un clavo ardiente —replicó Óscar—. Eso no parece muy sólido.
—No, pero creo que cuando te derrotan hay que tener la fortaleza suficiente para reconocerlo. Nosotros no capturamos a Araminta y ella tomó una decisión… aunque sea una puta despreciable. Nuestra participación en esto ha terminado.
—Sí —reconoció Óscar. No sabía cómo reaccionarían sus compañeros de vida ante todo aquello. Aunque no era tan frívolo para huir sin ofrecerse a llevarlos. Pero todos tenían familia, lo que dificultaba el éxodo. En cambio, él estaba completamente solo. Probablemente la conexión más cercana que tenía con alguien vivo actualmente era Paula Myo. La idea le inspiró una sonrisa.
De repente todas las pantallas de la exovisión se quedaron en blanco al accionarse un protocolo prioritario cuando su sombra-u anunció que alguien estaba activando un enlace desde un código de contacto ultraseguro.
—¡Me cago en todo! —farfulló.
—Hola, Óscar —dijo Araminta—. Me parece que me dijiste que te llamara.
No obstante la combinación de núcleos inteligentes, cibernética moderna y fábricas replicadoras, así como una legión de robots y recursos gubernamentales prácticamente interminables, por no hablar de la amorosa devoción de todos los trabajadores del proyecto, la construcción de las doce gigantescas naves de la Peregrinación había sido una hazaña extraordinaria desde todos los puntos de vista. Pero la fabulosa energía de procesamiento y pensamiento humano que se habían aplicado al proyecto se habían concentrado sobre todo en la planificación y la facilitación de la propia fabricación. Así pues, era una pena que no se hubiera dedicado la misma consideración al proceso de embarque de los afortunados veinticuatro millones de pasajeros.
Mareble había estallado en llanto cuando Danal y ella recibieron la confirmación de que les habían asignado una plaza a bordo de la Sueño de Macsen. Se había postrado de rodillas en la habitación de hotel y a través del campo gaia había dirigido a la Soñadora Araminta una apasionada oración de agradecimiento por haber sido tan amable con ellos de nuevo. Durante los días siguientes había estado sumida en una radiante confusión. Su cerebro había estado tan absorto en descabelladas fantasías de lo que haría cuando recorriera las calles de Makkathran que era un milagro que se hubiera acordado de llevarse algo a la boca. Luego había canalizado el asombro y el entusiasmo hacia los preparativos del viaje; era una de las elegidas y no debía desaprovechar la oportunidad. De modo que Danal y ella repasaron durante horas el equipaje que querían llevarse consigo. El espacio que les habían concedido estaba estrictamente limitado a un metro cúbico por persona y les habían recomendado encarecidamente que no incluyeran dispositivos de tecnología avanzada.
Lo que más deseaba era convertirse en moldeadora de huevos, como el Caminante de las Aguas. Había estudiado durante años las técnicas que éste empleara en aquellos primeros sueños; estaba segura de que emularía aquellas habilidades si lograba acercarse a una genistar embarazada. De modo que cuando hubieron preparado su equipaje y guardado las herramientas, los utensilios y las ropas más básicas, destinó el precioso espacio restante a las gruesas capas, los pantalones vaqueros y las botas esenciales para todas las ramas de cría de animales, ocupando los últimos centímetros cúbicos que quedaban con instrumentos de veterinaria práctica.
Danal llenó la maleta con unos cuantos paquetes de alimentos de lujo y semillas diversas, pero básicamente el espacio que le correspondía estaba atestado de anticuados libros impresos en papel superfuerte mediante una pequeña unidad replicadora especializada que había comprado para la ocasión. Quería ser maestro, le había confiado a Mareble, de modo que también se llevaba lápices, bolígrafos y toda la parafernalia necesaria para fabricar tinta.
El embarque se inició tres días después de que llegaran los motores y los campos de fuerza. Antes de que Mareble conociera a la Soñadora Araminta, el desagradable origen de aquella tecnología la habría inquietado, pero ahora que la había visto enfrentarse a la escalofriante Ilanthe-cosa, confiaba en que la Peregrinación no se corrompiera al servicio de los siniestros propósitos de una facción. Araminta tenía razón: el Vacío triunfaría sobre la maldad. De modo que cuando la cápsula llegó al astillero estaba despreocupada y aturdida ante la perspectiva del vuelo. Todo aquello a lo que había dedicado su vida estaba a punto de consumarse.
La cápsula tuvo que esperar frente a la cúpula del campo de fuerza del astillero durante siete horas, hacinada a trescientos metros sobre el suelo en una matriz que semejaba un enjambre de langostas metálicas, a la espera de que les dieran permiso para aterrizar. Cuando al fin descendieron ante una de las instalaciones de distribución de materiales, los robots cargaron las maletas en un carro que se deslizó rápidamente a través del aire. Mareble y Danal tuvieron que recorrer la instalación a pie, dejando atrás una serie de escáneres y campos de sensores antes de hallarse al fin bajo la cúpula que teñía el cielo vespertino con un pálido nimbo púrpura. Largas hileras de carros surcaban el aire ronroneando, bifurcándose y flotando como un oscuro entramado de afluentes hacia la nave designada para descargar. Al contemplar aquellas corrientes horrorosamente complejas y veloces, Mareble se resignó sombríamente a no volver a ver jamás su maleta.
Bajo los carros había estratos de rótulos sólidos suspendidos sobre las amplias avenidas que discurrían entre las astronaves, dando indicaciones y emitiendo flechas intermitentes. A modo de complemento, la sombra-u de Mareble recibió una serie de instrucciones que la condujeron a la rampa de acceso número trece de la Sueño de Macsen, junto con dos millones de personas más. Las instrucciones se reducían a unirse a una cola de trescientos metros de ancho que llenaba la avenida y recorrerla lentamente durante cinco horas.
Al caer la noche, los cascos de las gigantescas naves que se curvaban sobre ella creaban la impresión de que estaban atrapados en un interminable cañón metálico. Los campos de regravedad que sostenían las naves palpitaban de forma extraña, produciéndole efectos desagradables en el estómago. No había cuartos de baño. No había comida ni bebida. No había ningún lugar para descansar. El bullicio de las conversaciones y las quejas de los pasajeros, así como el llanto de los niños desconsolados, resultaba al tiempo enervante y deprimente. Sólo el campo gaia, con la sensación de impaciencia compartida, le levantaba el ánimo.
Cinco horas apretándose contra una pandilla de mujeres vocingleras que se jactaban de que sus nuevos perfiles genéticos las habían convertido en muchachas amazónicas de veinte años. Lucían camisetas con eslóganes bordados: «Escuadrón del amor de Dinlay», «Más mala que Hilitte», «Voy a tirarme a Dinlay».
Mareble y Danal intercambiaron una mirada sardónica y cerraron los oídos a las conversaciones subidas de tono y las carcajadas obscenas. Era asombroso que algunas personas interpretaran de aquella forma la realización que les ofrecía la Peregrinación.
Al fin, tras una interminable estancia en el limbo de Honio, llegaron a la base de la rampa trece. Después del caos que había soportado, Mareble exhaló un silencioso suspiro de alivio.
—Es real —le dijo a Danal en un susurro, mientras subían poco a poco por la pendiente.
Las chicas de Dinlay los seguían, pero ahora la muchedumbre no era tan numerosa. Aún quedaban miles de personas recorriendo despacio la avenida detrás y debajo de ellos. Ahora Mareble estaba por encima de ellos en todos los sentidos.
Danal le aferró la mano y se la apretó mientras le transmitía mentalmente una oleada de agradecimiento.
—Gracias —le dijo—. Jamás lo habría conseguido sin ti.
Durante un breve instante, Mareble se acordó de Cheriton, de la efímera y tórrida aventura que habían tenido después de que arrestaran a Danal, y de que éste le insufló la fortaleza que necesitaba para sobreponerse a aquella época de tristeza y desorientación. De algún modo refrenó aquella punzada de culpa. Al fin y al cabo, hasta el Caminante de las Aguas se había descarriado, tratando de someter al mundo con aquel imperfecto concepto de la unidad, y había salido triunfante de la experiencia.
—Lo hemos conseguido los dos —dijo—. Te quiero. Y vamos a despertar en la mismísima Makkathran.
—Qué bonito —exclamó una voz sonora y divertida.
Mareble adoptó una sonrisa inexpresiva y se dio la vuelta. El hombre que estaba tras ella en la rampa no era exactamente lo que esperaba; tampoco era que tuviese ideas preconcebidas, pero…
Era más alto que Danal, llevaba un kilt y un estridente chaleco escarlata con botones de oro. No recordaba que nadie hubiera llevado nada semejante en Querencia. Se disponía a decirle algo cuando un destello de oro y plata relució entre la gruesa mata de cabello castaño, distrayéndola.
—Me llaman el Caminante del León —anunció el desconocido—. Pero me pusieron ese apodo mucho antes de que apareciera vuestro Caminante de las Aguas, así que no tiene importancia. Encantado de conoceros.
—Igualmente —dijo Danal con tono severo al presentarse.
—¿Así que vosotros dos, tortolitos, pensáis casaros en la iglesia de la Señora? —continuó el Caminante del León.
—Mareble ya es mi esposa —dijo Danal, con tanto orgullo que ella ignoró la descortesía del desconocido y le dedicó una sonrisa de admiración al tiempo que él la estrechaba con más fuerza.
—Sí, claro, pero un matrimonio bendecido en esa iglesia sería una verdadera bendición, ¿no? Os lo dice alguien que ha conocido a muchas parejas, un matrimonio necesita toda la ayuda del mundo. —El Caminante del León alzó la mano a modo de saludo, mostrándoles una antigua petaca de plata—. Saludos y buen viaje a los dos. —Y bebió un largo sorbo—. Ajá, esto me calentará los pies durante el viaje.
—Nosotros no necesitamos ayuda —farfulló Mareble.
—Si tú lo dices. Las personas que no necesitan ningún consejo en la vida escasean.
—Te agradecería que te guardaras tus sermones —dijo Danal—. A nosotros nos guía el Caminante de las Aguas.
Habían llegado a lo alto de la rampa, aunque francamente a Mareble le habría gustado hacerlo en circunstancias un poco más dignas. El Caminante del León bebió otro trago, le guiñó el ojo con aire lascivo y se internó tranquilamente en la Sueño de Macsen como si fuera suya.
—¡Vaya! —gruñó Danal, indignado—. Está claro que a algunos les falta mucho más que a otros para realizarse.
La cámara que había más allá de la esclusa de aire era una intersección de siete pasillos. Una serie de sólidos discretos y elegantes flotaban suavemente a lo largo de las paredes, indicándoles la sección en la que se hallaban las cápsulas médicas que les habían asignado.
—Vamos —insistió Danal, asiéndole la mano.
Mareble entrecerró los ojos, recorriendo con la mirada el pasillo en el que se había desvanecido el Caminante del León.
—Yo lo conozco —dijo, titubeando. El recuerdo era elusivo. Pero en ese momento el escuadrón de Chicas Dinlay invadió el pasillo, aullando desaforadamente y corriendo como un equipo de fútbol americano al entrar en el campo de juego, y Mareble se rió entre dientes y dejó que Danal la condujera al laberíntico interior de la astronave. Se aferró instintivamente a la compartición de la Soñadora Araminta y la encontró en la cubierta de observación de la Luz de la Señora, sola y resuelta, mirando a través de una amplia sección curva y transparente del fuselaje delantero.
Reconfortada al comprobar que su ídolo estaba cuidando de todo Sueño Vivo, Mareble siguió caminando con renovada confianza.
El icono de la IS apareció en la exovisión de Troblum, solicitando una conexión. Al menos lo estaba pidiendo en lugar de infiltrarse, pensó éste.
La Redención de Mellanie todavía estaba oculta en suspensión transdimensional sobre Viotia. Troblum no podía evitarlo. La deserción de Araminta a Sueño Vivo lo había pillado completamente desprevenido. Considerando el tiempo que había tratado de eludirlos, no tenía ninguna lógica que de repente se entregara y reclamara el liderazgo, al menos Troblum no la encontraba. Suponía que se trataba de una artimaña, aunque tampoco se la imaginaba.
De modo que esperó a que se aclarara el final de la partida. Después de todo, si escapaba a otra galaxia y, por improbable que fuera, Araminta resolvía el problema de la Peregrinación, él nunca se enteraría.
—Aunque no inicien la Peregrinación, todavía quedan los aceleradores, Ilanthe y la Gata —había señalado Catriona.
—Una solución a la Peregrinación por definición tendría que incluirlos y neutralizarlos —explicó pacientemente.
—Creía que estabas decidido a descubrir lo que les había sucedido a las expediciones transgalácticas.
—Así es. Pero ahora que queda tan poco tiempo para que sepamos si Araminta logra que la flota de la Peregrinación atraviese la frontera, puedo esperar a ver si comienza la expansión tal como estaba previsto. En ese caso, podremos dejarla atrás si tenemos ultramotores.
—¿Y qué hay de Óscar? La IS dijo que sabía dónde estaba su nave.
—Eso ahora es irrelevante. Todo depende de Ilanthe y Gore, que son las dos auténticas potencias. Ésta es su guerra.
—¿Tienes miedo de reunirte con Óscar?
—No. Es que no serviría de nada, sencillamente.
—A lo mejor conseguirías abrir la barrera de Sol.
—¡No! —Era cierto. Durante días había analizado los archivos de la laguna de almacenamiento, repasando las teorías y el equipo que se habían desarrollado durante el tiempo que había pasado en la base aceleradora donde se estaba construyendo el enjambre. No veía ninguna manera de sortear la barrera, ni de sobrepasarla. Y no disponía de datos suficientes sobre los componentes individuales del enjambre para averiguar si había una puerta trasera. En todo caso, la mayoría se habían fabricado después de la marcha de Troblum, que sólo había intervenido en la instalación de los sistemas de fabricación. Sin duda habrían efectuado numerosos cambios y reformas a lo largo de las décadas. No estaba actualizado.
Así pues, La Redención de Mellanie se había mantenido sobre Viotia, porque era un lugar tan bueno como cualquier otro para esperar. Después del fútil intento de analizar la barrera de Sol incluso había recuperado algo de sueño atrasado. Pasaba el tiempo repasando los sistemas básicos de la astronave, actualizándose sobre los procesos de mantenimiento y fabricando componentes de repuesto en la pequeña replicadora de alto nivel que había a bordo. Además, la sombra-u le facilitaba muchos archivos de la unisfera; información y entretenimiento que habría hecho más soportable la vida en el exilio en otra galaxia.
Cuando apareció el icono de la IS, Troblum no autorizó el enlace de inmediato. Lo primero de todo, estaba ocupado. Y además… Las dos últimas semanas lo habían sumido en un estado de aceptación. Sabía que iba a marcharse. Ahora no era más que una simple cuestión de tiempo. Y ni siquiera había tenido que tomar aquella decisión. La última fase de expansión del Vacío empezaría y él se iría. Así de sencillo.
Pero la IS volvería a complicarle la vida.
—Te conozco —dijo Catriona Saleeb—. Si no descubrieras lo que quiere decirte no podrías soportarlo. Y además está siendo amable. Podría haberse introducido a la fuerza en el enlace de la nave con la unisfera.
—Sí —suspiró Troblum. Cerró los planos que estaba consultando en la pantalla de la exovisión y observó el micromanipulador que estaba usando. Bajo la cúpula transparente, la unidad de ambiente limpio contenía una serie de componentes diversos recién replicados que estaba montando poco a poco, construyendo un proyector de sólidos. Había obtenido suficientes programas de base para fabricar una personalidad I-sentiente decente. Y había decidido que sería una versión de sí mismo, más joven y físicamente en forma, capaz de compartir la cama de Catriona. Había rediseñado las correlaciones sensoriales con sus propia bionónica de modo que fueran mucho más elevadas que la versión estándar para disfrutar al máximo de la experiencia. La incorporación de aquellas medidas era laboriosa. En sí misma era un problema de intrigante solución que absorbía su intelecto desde hace unos días. Era casi como hacerse múltiple. Catriona había comentado que ella también lo estaba deseando.
La sombra-u abrió el enlace.
—Tengo que informarte de un desarrollo interesante —anunció la IS.
—¿Qué?
—Óscar Monroe acaba de recibir una llamada segura desde Baños y Cocinas Bovey. Es una macrotienda situada en el centro comercial de Goby, en Colwyn.
—¿Y qué?
—La emisora afirma que es Araminta. El enlace se estableció mediante un código antiguo de Óscar. Los únicos que lo conocían eran el propio Óscar y la persona a la que éste se lo había dado.
—Y tú también. Así que cualquier cabeza-e que se precie podría haberlo averiguado.
—Yo sólo estaba al corriente porque controlo todos los enlaces que entran y salen de la astronave oculta de Óscar. Cuando lo intercepté, descifrar el código fue difícil incluso para mí. Está fuera del alcance de la mayoría de cabezas-e de la Federación.
Troblum observó con el ceño fruncido los minúsculos componentes electrónicos que había dentro de la envoltura del micromanipulador, brillando como diamantes.
—Pero es imposible que sea Araminta. —Su sombra-u había relegado la partida de la Peregrinación a la periferia de la exovisión y ahora estaba viendo a la flota de la Peregrinación en Ellezelin. Al fin había terminado el caótico embarque. Diversas transmisiones en directo estaban mostrando a Araminta en la cubierta de observación de la Luz de la Señora—. Está en la nave insignia. A punto de despegar.
—Exacto. Entonces, ¿cómo es posible que un código que Óscar le dio en persona se haya activado desde Colwyn?
—No lo entiendo. —Aunque eso hacía que el misterio de su deserción a Sueño Vivo fuera todavía más fascinante. A Troblum le gustaban los misterios. Pero eso no cambiaba nada—. ¿Qué es lo que han dicho?
—No mucho. Le ha pedido a Óscar que se reúna con ella en un restaurante de la avenida Daryad dentro de quince minutos.
—Pero… —Troblum desplazó la emisión de noticias al centro. Los campos de fuerza que protegían el astillero se estaban desactivando, dejando los cielos abiertos para el despegue de las colosales naves—. Está a bordo de la Luz de la Señora. Estoy accediendo a la emisión en este mismo momento.
—Sí. Así que, a menos que se proponga llevarse a toda la flota de la Peregrinación a una visita rápida a Viotia, está ocurriendo algo más.
—¿Qué?
—¿Te interesa, Troblum? ¿Ahora estás considerando ponerte en contacto con Óscar?
—No pienso hablar con él. Por lo que sé, éste podría ser uno de tus trucos.
—Si lo fuera, sería un poco tarde.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Estoy infiltrándome en los nódulos externos del restaurante. El equipo de Óscar estaba comprobándolo para cubrirlo. Son buenos, pero puedo darles esquinazo. ¿Te gustaría observar la reunión?
Troblum cerró los ojos. En las imágenes de los sensores de la astronave Viotia, semejaba una vasta intrusión en el campo de gravedad del espacio-tiempo. El planeta se encontraba a tan sólo cien mil kilómetros, aunque la IS no lo sabía. O puede que sí.
El miedo y la preocupación que se habían disipado poco a poco en el transcurso de la semana anterior resurgieron de repente, acelerándole el pulso cardiaco. Gotas de sudor le brotaron de los poros, enfriándole la piel. Los bionónicos contrarrestaron fácilmente aquellos efectos fisiológicos, pero no apaciguaron sus inquietos pensamientos. Ni siquiera imaginaba lo que estaba sucediendo. No entiendo a la gente, joder. ¿Por qué hace esto Araminta? ¿Por qué intenta acabar con la galaxia? ¿Por qué lo ha llamado? Óscar debe de saber que no va a reunirse con él.
—¿Has dicho que la gente de Óscar está inspeccionando el restaurante?
—Así es. Dos de ellos se están desplegando físicamente para cubrir el edificio. Él ya está en camino.
—Pero sabe dónde está Araminta; sabe que no podrá ir allí. Tiene que ser una trampa, pero va a meterse en ella de todas formas.
—¿Una trampa tendida por quién? ¿Y por qué ahora? Sabemos que en la Federación no existe ningún arma capaz de detener a las naves de la Peregrinación. La Marina de la Federación no puede atravesar los campos de fuerza que les ha facilitado Ilanthe y los raiel guerreros tampoco.
—¿Estás diciendo que no es una trampa?
—Estoy diciendo lo que pasa y me estoy ofreciendo a compartirlo contigo.
—¿Por qué? ¿Por qué quieres que me involucre?
—Para conseguir al fin el objetivo del que tantas veces me han acusado injustamente: influir en el devenir de los asuntos humanos. Debemos generar más opciones contra Ilanthe y Sueño Vivo. Y la Gata, por supuesto. Puede que aún puedas representar un papel importante, Troblum. ¿Quieres hacerlo?
Troblum miró a Catriona, que estaba al otro lado de la cabina dirigiéndole de nuevo aquella mirada de adoración. Puso la cabeza entre las manos. Ella no es real. Nada de lo que tengo es real. De repente, con una fuerza amplificada por los bionónicos, estampó el puño contra la unidad de macromanipulación, que produjo un sonido sordo, y algunos de los diminutos componentes se estremecieron dentro de ella. Volvió a alzar el puño. En esta ocasión los bionónicos sumaron un patrón armamentístico al impacto. La cúpula se estremeció y los pequeños y delicados mecanismos que había dentro quedaron irremediablemente aplastados. Los componentes electrónicos se desperdigaron sobre la cubierta, que se había deteriorado tanto a causa de la violencia como del aire que contaminaba la endeble estructura molecular.
—Enséñamelo —contestó a la IS—. ¿Y quién es el señor Bovey?
—Ven solo. —Araminta había insistido en ese punto.
A Óscar le gustaba el sentimentalismo, pero… Algunas cosas eran demasiado importantes para dejarlas en manos de la cortesía y la buena voluntad. Se sentó tras una mesa en el centro del restaurante de Andrew Rice, al fondo de la avenida Daryad, un antiguo (de acuerdo con los estándares de Viotia) edificio de madera y paneles de carbón situado a apenas un kilómetro y medio de los muelles donde descansaba La Venganza de Elvin, dentro de un almacén que los administradores habían abandonado y desatendido mientras intentaban restaurar el orden en aquella zona. No había muchos clientes; acababan de cambiar las ventanas que habían hecho añicos. Óscar estaba seguro de que también debería haber habido más mesas; las que quedaban, desde luego, estaban inusualmente separadas. A lo mejor habían robado algunas. ¿Quién roba una mesa?
Un camarero humano se acercó para tomarle nota y él pidió una ensalada. Lo tentaba el aspecto del enorme filete y los pasteles de riñones que estaban degustando los tipos de la mesa del rincón, pero acababa de dar cuenta del té y la barrita. Había una caminata de menos de diez minutos desde La Venganza de Elvin hasta el restaurante de Rice, lo que le despertaba cierta suspicacia. ¿Araminta sabía dónde estaba? No entendía cómo.
Beckia estaba montando guardia en la avenida Daryad mientras inspeccionaba una tienda que acababan de reabrir frente al restaurante. Cheriton había tomado posiciones en una callejuela trasera, también alerta ante indicios de otros agentes, una trampa o cualquier cosa fuera de lo ordinario. Óscar todavía no comprendía lo que estaba ocurriendo. El campo gaia revelaba claramente a Araminta en la cubierta de observación de la Luz de la Señora, adonde se había trasladado desde hacía unos días. Ethan y Taranse atravesaban la cámara vacía hacia ella y realizaban una reverencia al unísono.
—El embarque ha concluido, Soñadora —anunció Taranse. Parecía exhausto pero absolutamente feliz, un hombre que había cumplido su objetivo en la vida.
—Gracias —respondió ella—. Has hecho un magnífico trabajo. —Se volvió hacia Ethan—. ¿Estamos listos para despegar?
—Sí —dijo éste, visiblemente complacido—. Parece que los ultramotores se encuentran operativos.
—Muy bien. Por favor, pídeles a los capitanes que despeguen y pongan rumbo al Vacío.
—Así se hará.
—¿Hay algún indicio de Ilanthe?
—No, Soñadora.
—No importa. Estoy segura de que tendremos noticias suyas antes de que lleguemos a la frontera. —Se volvió de nuevo hacia la elevada sección de fuselaje transparente a tiempo de ver cómo desactivaban la última capa de los campos de fuerza del astillero.
Había amanecido y un brillo amarillo dorado iluminaba las colosales naves de la Peregrinación, y Araminta sonrió ante aquella visión. Entonces la cubierta se estremeció y la Luz de la Señora abandonó poco a poco la suspensión en regravedad, elevándose en el cielo despejado de Ellezelin.
—Mierda —gruñó Óscar. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo allí en ese momento. De hecho, empezaba a preocuparlo que Tomansio estuviera en lo cierto y Sueño Vivo se hubiera abierto paso en la mente de Araminta para encargarse de todos los demás problemas. Aunque sabía que era una tontería. ¿Por qué habrían esperado hasta ahora?
Llegó la ensalada. Óscar la miró con abatimiento.
—Ah, la vida acaba de volver a ponerse interesante —dijo Beckia—. Vamos allá. —El enlace que mantenía con ella le mostró a uno de los señores Bovey apeándose de un taxi en la avenida Daryad, delante del restaurante. Era el hombre maduro de piel morena con el que había hablado anteriormente.
—¡Sí! He ganado —declaró Cheriton—. Págame.
El equipo había hecho una apuesta sobre quién se presentaría en el restaurante. Óscar había elegido a la elusiva prima Cressida.
—¿Algo sospechoso? —preguntó Óscar al resto del equipo. Liatris, que estaba realizando un vuelo de cobertura sobre Colwyn en una cápsula modificada, dijo que no, que la zona estaba despejada de actividades encubiertas. En La Venganza de Elvin, Tomansio también anunció que la inspección no había tenido incidencias.
El señor Bovey entró en el restaurante y tomó asiento al lado de Óscar. Llevaba una conservadora toga gris que apenas brillaba, confiriéndole un aspecto muy digno.
Los bionónicos de Óscar arrojaron un pequeño manto de intimidad alrededor de la mesa.
—Señor Bovey —arrancó con tono de censura, y estaba a punto de añadir algo en la línea de «¿Qué es lo que se propone Araminta?» cuando el otro sonrió y meneó la cabeza.
—No —dijo enfáticamente—. El señor Bovey es ése de ahí, el que te está vigilando.
Óscar se dio la vuelta bruscamente. Los dos hombres que estaban comiendo filete y pasteles de riñones lo saludaron con aire solemne.
—No lo entiendo…
—Soy Araminta; Araminta Dos, supongo. He tomado prestado uno de los cuerpos de mi prometido. Éste, para ser exactos. Siempre me ha gustado mucho.
—¿Eh? —farfulló Óscar.
—Estoy convirtiéndome en múltiple. Es un estilo de vida interesante, ¿no te parece? —Y le dirigió una sonrisa irónica.
—No me jodas.
—De acuerdo. ¿Dijiste que podías ayudarme?
—¡Por supuesto! —Óscar estaba experimentando cosquilleos a causa del asombro. No podía evitarlo: estalló en joviales carcajadas. A lo mejor sí que hay esperanza—. Si haces el favor de acompañarme… —Los bionónicos y las rutinas de pensamiento secundarias tuvieron que regular sus reacciones neurológicas, filtrando el torrente de adrenalina para que pudiera concentrarse en la misión. Tenía que mantenerse alerta.
Araminta Dos se encogió modestamente de hombros y se puso en pie.
—Cubridnos —dijo Óscar a Beckia y Cheriton—. Liatris, sácanos de aquí.
—Me he adelantado —contestó éste.
Óscar no recordaba haber estado tan contento y aterrorizado. Si se proponían interceptarlos, lo harían ahora, después de que aquella versión de Araminta se hubiera identificado. Al dirigirse a la puerta sintió el impulso de activar el campo de fuerza integral a toda potencia y activar todos los enriquecimientos armamentísticos. No te pongas histérico. Mantén la calma. Ésta es una maniobra brillante. Nadie había previsto que hiciera esto.
La cápsula de ingravedad aterrizó en la acera, delante del restaurante, y los transeúntes que se vieron obligados a hacerse a un lado fulminaron a Liatris con la mirada. La puerta se abrió y Óscar hizo que Araminta Dos entrase. Luego se elevaron apresuradamente, describiendo una curva en dirección a los muelles.
Araminta Dos dedicó una alegre sonrisa al asombrado Liatris y se volvió brevemente hacia atrás.
—Sabes, algunos opinan que la ingravedad no debería estar permitida en esta ciudad.
—Ya —dijo Óscar.
—Es posible que afecte a los estratos geológicos más profundos y cause terremotos.
—Ajá. —Aquello era tan opuesto a todo lo que esperaba Óscar que se había vuelto vagamente surrealista.
La cápsula descendió hasta quedarse flotando delante del almacén de Bootle y Leicester. Las puertas se separaron y ellos salieron despacio. Óscar sabía que aquello atraería la atención de los obreros de los muelles. Pero no le preocupaba. Tenían a Araminta, eso era lo único que importaba. En realidad, a una Araminta, no a la persona completa. A lo mejor por eso ella… él… lo que sea… es un poco… excéntrico.
Tomansio estaba en el centro de la cabina de la astronave cuando los tres se elevaron a través de la esclusa de aire. El suelo se solidificó bajo sus pies. Óscar no pudo evitar mostrar una enorme sonrisa y le hincó el dedo a Tomansio.
—¡Te lo dije!
—Sí —admitió Tomansio en un murmullo.
Entonces fue cuando los bionónicos de Óscar le indicaron que Tomansio estaba efectuando un escáner de campo extremadamente meticuloso sobre Araminta Dos. Estuvo a punto de quejarse, aunque después comprendió que debería haberlo hecho él mismo en el restaurante.
—Está limpia —declaró Tomansio—. De hecho, está limpísima. No tienes bionónicos, hasta tus racimos macrocelulares son básicos.
—El señor Bovey es múltiple —explicó Araminta Dos—. No depende de los sistemas tecnocéntricos, al contrario que otras culturas de la Federación que se han desarrollado en torno a ellos.
Tomansio hizo una inclinación de cabeza.
—Por supuesto. Pero entenderás que lo que estás diciendo es difícil de aceptar sin pruebas.
—Lo sé. Mira a través de mí.
La unión de la Soñadora con el campo gaia reveló lo que estaba viendo a través del frente de la Luz de la Señora. Desde aquella posición divisaba la curvatura del planeta, que empezaba a alejarse a sus pies, a medida que la astronave se distanciaba pesadamente de la atmósfera. La línea de terminación del alba estaba subrayada por una aureola dorada en la que se reflejaban el océano y las nubes al mismo tiempo. La Soñadora abrió la boca.
—Confía en mí, Tomansio, soy muy real —dijo.
En todo el campo gaia, los miles de millones de miembros de Sueño Vivo contemplaban con envidia el inicio de la Peregrinación, reafirmando la devoción que le profesaban. Decenas de millones se preguntaron quién era Tomansio.
Araminta Dos miró a Tomansio enarcando una ceja.
—¿Y bien?
—Vale, eso ha sido bastante convincente. Una múltiple de dos, ¿quién lo habría supuesto?
—Tú no —observó Araminta Dos.
—Esperemos que no sea el único.
Óscar sonrió de nuevo.
—Yo tenía razón. No nos ha traicionado.
—Óscar, te quiero mucho —dijo Tomansio—. Pero como no dejes de decir eso te meteré de cabeza en…
Óscar se rió entre dientes.
—Sí, sí. —El núcleo inteligente le mostró dos cápsulas que estaban llegando al almacén. Beckia y Cheriton se fueron a toda prisa. Aquello empañó ligeramente su alegría. Ordenó al núcleo inteligente que despegara en cuanto ambos estuvieran en la esclusa de aire.
Tomansio lo miró sobresaltado cuando La Venganza de Elvin atravesó limpiamente el techo del almacén y aceleró verticalmente a veinte ges. La gravedad interna contrarrestó parte de la fuerza, pero todos tuvieron que sentarse apresuradamente en los almohadones que brotaron del suelo de la cabina.
—¿No es un poco drástico? —comentó Tomansio.
—Estratégicamente oportuno. Aquí arriba podemos huir si es necesario.
—Tú mandas.
Beckia y Cheriton salieron de la esclusa de aire y miraron con incredulidad a Araminta Dos mientras se dirigían pesadamente a sus almohadones de aceleración.
El júbilo inicial de Óscar se estaba difuminando. El control de espacio-vuelo de Viotia les estaba haciendo muchas preguntas y advertencias, pero parecía que nada los perseguía. El espacio sobre el planeta estaba relativamente despejado; ninguna de las astronaves que detectaban los sensores era amenazadora.
—De acuerdo —dijo a Araminta Dos—, ¿qué cojones está pasando?
—Me estaba quedando sin opciones —contestó ella—. Convertirme en Soñadora es una distracción. —Su confianza vaciló momentáneamente—. Eso espero. Ahí es donde entras tú.
—No te he mentido —le aseguró Óscar—. Estamos aquí para ayudarte como podamos.
—¿Por qué? Sé quién eres, lo he comprobado. Pero me gustaría saber quién te respalda.
—Me parece bien; era ANA, pero ahora nos hemos quedado solos. Confiando en que saliera algo. Y… has salido tú.
—¿Qué es lo que necesitas? —se interesó Tomansio—. ¿Piensas estrellar la flota de la Peregrinación contra la frontera o algo así?
El rostro digno de Araminta Dos adoptó una sonrisa apesadumbrada que le confería un aspecto todavía más maduro.
—Hay veinticuatro millones de personas en esas astronaves. Son imbéciles, desde luego, pero siguen siendo personas. No pienso aniquilarlos para que den ejemplo al resto de la galaxia. No, si llegan a la frontera del Vacío antes de que podamos detenerlos, tendré que hacer que el Señor del Cielo les franquee el paso. Así que, como verás, necesito ayuda.
—Lo que tú digas —se ofreció Óscar.
—Bradley sugirió que encontrase a Ozzie. Dijo que Ozzie es un auténtico genio y que juntos somos los únicos que podemos idear una solución.
Óscar se quedó boquiabierto.
—¿Bradley? —repitió con aire despreocupado. Los demás le dirigieron una mirada curiosa. Seguramente se debía a lo que revelaban sus emociones.
—Bradley Johansson —dijo Araminta Dos—. Lo conocí en los senderos silfen.
—¿Bradley Johansson está vivo?
—Bradley es ahora un silfen.
—La hostia…
—¿Estás diciendo la verdad? —prorrumpió Tomansio, casi enfurecido.
Araminta Dos se encaró con él.
—Digo la verdad. —Se giró de nuevo hacia Óscar—. Bradley me dijo que los dos combatisteis en la guerra del Aviador Estelar; dijo que podía confiar en ti, Óscar. Y tú me ayudaste en el parque Bodant.
—Bradley, un silfen —murmuró Óscar, asombrado—. ¿Qué te parece? Los dos sobrevivimos a la venganza del planeta, cada uno a su manera.
—Está vivo —musitó Beckia, incrédula—. El más grande entre todos nosotros, nuestro fundador, el liberador de la humanidad. ¡Está vivo! ¿Comprendes lo que…? —Se interrumpió, demasiado abrumada para hablar.
—No quiero decepcionaros —dijo Araminta Dos—. Pero no vendrá a ayudarnos. Me temo que lo mejor que pudo hacer fue enviarme a mí.
—¿Y quería que formaras equipo con Ozzie? —quiso saber Óscar.
—Sí. Ah, además estaba intranquilo por la Ilanthe-cosa y lo que es ahora. Hasta los silfen están preocupados por eso, en la medida en la que son capaces de preocuparse por algo.
—Nadie sabe mucho sobre Ilanthe —dijo Óscar—. Así que concentrémonos en lo que podemos conseguir. —Abrió un enlace seguro con Paula.
—Llévala con Ozzie —dijo Paula en cuanto concluyeron las explicaciones.
—¿En serio?
—Bradley tiene razón. La Soñadora y Ozzie juntos serían una combinación formidable.
—De acuerdo.
—Y… ¿es cierto que Araminta ha conocido a Bradley?
—Sí, eso es lo que dice ella. Qué cosas, ¿eh?
—Sí.
—¿Y dónde está Ozzie ahora?
—En la Punta.
—No me jodas, Paula, eso está a siete mil años luz de distancia.
—Ya lo sé. Pero acéptalo, ¿qué otra cosa tenemos? Estamos desesperados.
—Vale. —La Venganza de Elvin había completado la aceleración inicial y estaba describiendo una amplia órbita elíptica sobre Viotia. Óscar sonrió a Araminta Dos—. Ozzie está en la Punta. Tardaremos cinco días en llegar allí.
—Pues vámonos.
—Estupendo. —Esbozó una sonrisa de alivio.
—Una advertencia —dijo Paula, frustrando a Óscar inmediatamente.
—¿Sí?
—Creo que es posible que alguien llamado Aaron haya llevado a Íñigo a la Punta exactamente por el mismo motivo que nosotros, para reunirse con Ozzie.
—Mierda. —Miró en derredor y advirtió que todo el equipo le dirigía una mirada vagamente acusadora—. ¿Íñigo? ¿Han encontrado a Íñigo?
—Sí. Pero confío en que eso sea algo bueno. Si haces que coincidan el Primer Soñador y la Segunda Soñadora con Ozzie, puede que obtengamos la ventaja que necesitaremos para…
—¿Destruir el Vacío? ¿Volar la flota de la Peregrinación? ¿Eliminar a Ilanthe?
—Ahora mismo me conformo con cualquiera de esas cosas.
—¿Quién es ese Aaron y para quién trabaja?
—Lo siento, no lo sé. Pero, como es lógico, pertenece a una facción que se opone a la Peregrinación. Y ten cuidado, tiene el gatillo fácil y se dice que es muy agresivo. Tu equipo debe proteger a Araminta si se pone beligerante.
—Vale. ¿Y qué pasa contigo, Paula?, ¿cómo estás?
—Siguiendo algunas pistas, como siempre.
Un tanto abatido ante aquella respuesta, Óscar ordenó al núcleo inteligente que los llevara a la Punta a velocidades hiperlumínicas. A continuación todos interrogaron a conciencia a Araminta Dos.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó la IS mientras La Redención de Mellanie seguía a la astronave de Óscar, que estaba acelerando a velocidades hiperlumínicas y de repente se desvaneció de la exovisión. Ninguno de los sensores podía detectarla cuando estaba camuflada.
—No lo sé —dijo Troblum, titubeando. La conversación entre Óscar y Paula, que la IS había interceptado, lo había afectado mucho. La perspectiva de los dos Soñadores reuniéndose con Ozzie para resolver el problema le inspiraba cierta esperanza—. No puedo marcar ninguna diferencia.
—Sabes más que nadie sobre la barrera de Sol. Puede que te necesiten.
—No lo sé. —Era demasiado grande, demasiado, y estaba volviendo a ponerse horriblemente personal. Pero la resolución del misterio de Araminta suponía un alivio inesperado y tremendo. No había traicionado a nadie; al contrario, estaba haciendo todo lo posible. Además… Araminta, Íñigo, Óscar y Ozzie juntos. Eso hará historia.
Catriona fue a sentarse en su regazo. Llevaba una fina camiseta de encaje sin mangas y pantalones vaqueros ajustados. La sensación de su peso, la fragancia humana y el perfume almizcleño, aquella forma perfecta a escasos centímetros de sus ojos, resultaban de algún modo reconfortantes.
—Deberíamos irnos —le dijo ella suavemente.
—Sí. —Hasta eso hizo que se sintiera mejor.
Los sensores mostraron a Paula que La Venganza de Elvin se adentraba en el hiperespacio con un fogonazo y activaba el camuflaje. Podía seguirla, por supuesto, aunque apenas había naves en la galaxia que fueran capaces de hacerlo.
Al cabo de un minuto, la nave que aguardaba suspendida a cien mil kilómetros sobre Viotia también regresó al hiperespacio y siguió a Óscar a velocidades ultramotoras. El camuflaje no era tan bueno como el de la nave de ANA, pero sus motores parecían más que capaces, aunque lo que realmente la delataba era la masa. Era idéntica a la de La Redención de Mellanie, a la que Paula había visto por última vez abandonando Sholapur a velocidades ultramotoras.
—Y ahí había una —musitó Paula.
La otra nave camuflada empezó a moverse. El Alexis Denken estaba familiarizado con la impronta de sus motores, así como el magnífico efecto de camuflaje, desde Sholapur. Paula ordenó al núcleo inteligente que siguiera a las otras tres astronaves hasta la Punta y abrió un enlace seguro con el Ángel Supremo.
—Hola, Paula —dijo Qatux.
—¿Así que no podéis atravesar la barrera de Sol?
—No. Nuestro viaje ha sido en gran medida simbólico, una declaración de apoyo de los raiel al resto de la Federación.
—No esperaba de ti gestos políticos vacíos.
—Si de alguna forma podemos influir sobre Sueño Vivo para que no inicie la Peregrinación, estamos obligados a hacerlo.
—Acaban de despegar.
—Lo sé. Paula, si quieres acompañarnos cuando esta galaxia caiga, me encantaría llevarte.
—Sé que el Ángel Supremo tiene la misión de salvar la vida en esta galaxia, pero está ocurriendo algo, Qatux, y mi instinto me dice que es algo muy importante. Así que voy a necesitar un favor. Uno grande.
El lago medía más de diez kilómetros de ancho y el contorno de la orilla se componía de anchurosas y atractivas ensenadas. Dos tercios de la tierra circundante estaban sofocados bajo un espeso bosque silvestre y la vegetación descendía sobre las piedras que bordeaban el agua ondulante. El tercio restante era una ciudad alienígena cuyos glóbulos y puntas dominaban el horizonte. Desierta desde hacía miles de años, la construcción de aquellas estructuras de hierro era semejante a las de la pequeña población humana de Octoron. Pero esta metrópolis se había levantado a una escala mucho más grande. Quizá resultara demasiado imponente: los humanos que vivían en la cámara jamás habían intentado establecerse en ella.
La vieja cápsula de Ozzie sobrevoló las estrechas torres a escasa distancia y descendió hacia la amplia bahía portuaria en forma de semicírculo que se abría al otro lado. Había varias islitas desperdigadas sobre el agua. Se dirigieron a la más grande de ellas, en la que había una espaciosa playa de arena custodiada por salientes rocosos a ambos lados. Detrás de la playa, la tierra era una sucesión de largas dunas antes de que el terreno empezara a elevarse hacia la montaña del centro de la isla. Una sencilla casa de piedra encalada se alzaba entre las dunas y la ladera boscosa. Estaba rodeada en tres lados por una galería con un hojoso techado de gruesas parras sobre un antiguo y combado marco de madera. Las altas ventanas de guillotina tenían postigos de madera, confiriendo a la casa la apariencia de una hacienda de la Provenza rural.
La cápsula aterrizó frente al edificio. Aaron lo escaneó brevemente. Había una humana merodeando tras las amplias puertas de listones del salón, que daban al porche. Estaba dotada de bionónicos, pero no tenían configuración armamentística. Había algunos enriquecimientos adicionales que no reconocía, pero el bajo consumo de energía indicaba que no representaban una amenaza. La casa contaba con escasos artículos tecnológicos: una unidad culinaria, una cápsula médica, dos replicadores muy sofisticados, una flota de robots domésticos anticuados y los cinco núcleos inteligentes más grandes que había visto nunca. En suma, era el retiro perfecto para alguien como Ozzie.
—Bien, podemos salir —dijo Aaron.
Ozzie lo miró durante largo rato.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Vale, pero ten cuidado con los calamares mutantes del lago.
—Entiendo que no te gusta esta intrusión, pero nos iremos cuanto antes. —Pero Aaron no estaba seguro de eso. En el fondo de su mente empezaban a formarse ideas, en previsión del momento en el que Íñigo recuperase la consciencia. Le dirigió una breve mirada al mesías dormido. No tardaría mucho en despertarse.
—Y recuerda, no salgas nunca de casa por la noche —le advirtió Ozzie con un tono inocente y, sin embargo, burlón.
—¿Por qué?
—Hay vampiros.
Aaron refrenó la respuesta. No sabía hasta qué punto estaba molesto porque se habían entrometido en su existencia de ermitaño. Si la irritación era auténtica, las cosas podían ponerse desagradables. Aaron confiaba en que no fuera así.
Ozzie se apeó de la cápsula, dejando que Aaron se encargara de las dos personas inconscientes tendidas en el curvilíneo sofá de cuero al fondo de la sección de pasajeros.
—Bien hecho —musitó éste, y recogió a Íñigo, sosteniéndolo a la manera característica de los bomberos. Durante un largo instante sintió la tentación de inyectarle otro sedante (o diez) a Corrie-Lyn, pero eso no le habría gustado a Íñigo. Y si las dos díscolas leyendas vivientes con egos exacerbados se cabreaban con él, tendría que enfrentarse a un serio problema.
Aaron transportó a Íñigo sobre las dunas, subió por los escalones de madera gris hasta la galería, arrojó el cuerpo inerte sobre una tumbona y regresó a por Corrie-Lyn.
No vio a Ozzie en ninguna parte cuando volvió a la galería. Un rápido escáner de campo de bajo nivel le indicó que se hallaba escaleras arriba, en el dormitorio más grande de la casa, en compañía de una mujer. Aaron interrumpió abruptamente el escáner, tratando de sofocar la frustración ante las actitudes y el comportamiento de Ozzie. No esperaba tanta obstinación absurda.
Íñigo exhaló un gemido, agitándose. Sus bionónicos contribuyeron a que recuperara la consciencia enseguida. Se incorporó y recorrió con la mirada la sombreada galería antes de tomarse un momento para contemplar la antigua ciudad alienígena al otro lado de la bahía.
—¿Hemos llegado?
—Hemos llegado.
Íñigo miró a Corrie-Lyn, que estaba descansando en la tumbona contigua.
—¿Cómo está?
—Estable. Debería despertarse dentro de una media hora. Tus bionónicos te han dado ventaja.
Íñigo asintió poco a poco.
—Has cumplido tu palabra. Gracias.
—Sé que ella me odia, pero no soy uno de los malos. Sólo tengo un trabajo que hacer.
—En efecto. —Íñigo flexionó las articulaciones, torciendo el gesto ante el entumecimiento que le habían producido los productos químicos—. ¿Qué haces para divertirte?
—Yo no me divierto.
Íñigo observó la ciudad de nuevo.
—Parece desierta.
—Así es. Ozzie ha abrazado la leyenda de recluso.
—Señora bendita, ¿de verdad lo has encontrado?
—Sí.
Íñigo se dio la vuelta, incapaz de contener la excitación.
—¿Y dónde está?
Aaron alzó un dedo para que guardara silencio. Al momento se oyeron los acompasados gemidos de una mujer a través de la ventana abierta del dormitorio.
—Ah —musitó Íñigo—. ¿Cómo está?
—No se alegra de verme, y a ti menos.
—Sí. Nunca hicimos buenas migas. —Se levantó con cautela, fue hacia Corrie-Lyn y efectuó una rápida comprobación con el escáner de campo—. ¿Cuál es el plan?
—Te lo diré cuando baje Ozzie.
—Lo que tú digas. —Íñigo entró en la casa y encontró la cocina. Estalló en elogios entusiastas cuando descubrió una unidad culinaria entre todos los antiguos electrodomésticos y después le encargó una complicada lista. Al cabo de un rato salió a la galería, seguido de algunos robots domésticos que llevaban platos contemporáneos. Una comida para dos.
Corrie-Lyn se despabiló al fin del sedante entre un torrente de gemidos y maldiciones. Abrazó brevemente a Íñigo, que estaba aliviado, y dirigió una mirada feroz a Aaron.
—Cabrón.
—Estamos vivos. Los chikoya no darán con nosotros. Y he encontrado a Ozzie.
—¿Y dónde está?
—Estoy seguro de que vendrá enseguida.
—No le gusta esto —explicó Íñigo.
—Dile que se ponga a la cola. —Pero se dominó cuando Íñigo la condujo a la mesa donde los robots domésticos habían servido la comida—. Vaya, comida de verdad. —Dudó.
—Es auténtica —le aseguró Íñigo.
Ella sonrió agradecida y empezó a devorar el entrante de pejerrey, sumergiendo cada bocado en salsa de rador y ciruela. Aaron entró en la cocina, le pidió la cena a la unidad culinaria y dio cuenta de ella solo en una mesa de pino lijada.
Una hora después, Ozzie todavía no había bajado. Aaron decidió que aquella fanfarronería había llegado demasiado lejos. Íñigo y Corrie-Lyn estaban charlando alegremente en la galería, cogiéndose las manos por encima de la mesa como una pareja en la primera cita mientras apuraban la segunda botella de vino. Lo único que le faltaba a la escena eran velas y el crepúsculo. La luz de la cámara no había cambiado desde su llegada.
Aaron subió las escaleras y llamó cortésmente a la puerta del dormitorio. No hubo respuesta. Ozzie estaba siendo deliberadamente obstinado, algo comprensible pero inaceptable. Entró en la habitación. Dentro estaba oscuro, los grandes postigos de madera estaban cerrados y los visillos bajados. Ozzie y la mujer estaban acurrucados en la cama. Ella estaba durmiendo. Sobre el cuerpo negro como el espacio relucían una serie de coloridos diseños con matices fosforescentes que cambiaban lentamente al compás de la respiración. Aaron titubeó. Le recordaban a tatuajes CO; una tecnología tan antigua que ni siquiera sabía cómo la recordaba. Ozzie levantó la cabeza y lo miró.
—¿Qué pasa, colega?
—Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
—Estamos en plena noche, gilipollas.
Aaron señaló la luz que se filtraba a través de la puerta abierta.
—¿Sí? ¿Y qué? La luz no se apaga nunca en Octoron. Aquí uno hace sus propios días, tío. Y esto es mi noche. Ahora largo.
—No. Baja y saluda a Íñigo.
—¿O qué?
—O empiezo a ponerme desagradable.
—Mamón fascista. —Ozzie salió arrastrándose de la cama, mascullando entre dientes—. Ojalá te ahogues en tu propia mierda. —Encontró una bata de seda y tiró enfáticamente del cinturón—. Estoy acostumbrado a que me respeten un poco en mi propia casa. —Se pasó los dedos a través de la mata de cabello oscilante y rebelde.
—Lo sé. Le das la espalda un instante y el puto universo se hunde en la barbarie.
Ozzie lo fulminó con la mirada durante un largo momento. Lo cierto era que ponía nervioso a Aaron. Sus rutinas secundarias se dispusieron a activar las defensas bionónicas.
—No te pases, bicho raro —gruñó Ozzie.
—Lo siento, pero no me estás poniendo las cosas fáciles.
Ozzie pasó delante de él y salió al rellano de la primera planta.
—Ése no es mi objetivo en la vida.
—Supongo que con tanta luz no tengo que preocuparme por esos vampiros —comentó Aaron a espaldas de la leyenda.
Íñigo y Corrie-Lyn, con aspecto de colegiales culpables, se volvieron cuando Ozzie apareció en la galería. El Primer Soñador hizo ademán de levantarse.
—Esto no ha sido idea mía, pero me alegro sinceramente de que al fin podamos… —empezó.
—No me jodas, gilipollas. —Ozzie se desplomó en una de las sillas que rodeaban la mesa, reparando con suspicacia en los restos de comida, y cogió una salchicha de tantrene—. Adelante.
—Vale. ¿Cuál es el plan? —le preguntó Íñigo a Aaron.
Éste tomó asiento frente a la mesa, tratando de mostrarse como un moderador razonable.
—Mi objetivo original era llevaros al Vacío —le explicó a Íñigo—. La intención era establecer un enlace con el Corazón, el núcleo o lo que sea lo que ejerce un control sentiente de las funciones de alto nivel ahí dentro. Cuando se abriera ese canal de comunicación se esperaba que empezaran las negociaciones.
Ozzie se encogió de hombros.
—Tiene lógica, aunque sea estúpida. Sabemos que no podemos dispararle ni volarlo. ¿Quién habría negociado?
—No estoy al corriente de la forma que habrían tomado las negociaciones. Mi trabajo consistía en establecer el enlace. Después de eso… lo sabría.
—En nombre de la Señora, ¿cómo iba a hablar yo con el Corazón? —preguntó Íñigo, incrédulo—. ¿Es que no habéis compartido ninguno de mis sueños? Uno sólo llega al Corazón cuando se ha realizado.
—Sé que existe una metodología —dijo Aaron—. Estoy seguro de que albergo protocolos que debía seguir cuando hubiéramos entrado.
Íñigo echó las manos al cielo y se arrellanó hoscamente en la silla.
—Te lo dije —dijo Corrie-Lyn, con tono petulante—. Esta misión es una completa pérdida de tiempo. Has matado a cientos de personas para nada.
—¿Para qué has venido, tío? —se encaró Ozzie—. ¿Por qué yo? Todos los que me conocen en la Federación saben que ya no hago estas mierdas. Y tu jefa me conoce demasiado.
—Espero que me ayudes de varias maneras. Una es facilitándome una nave ultramotora para llegar hasta el Vacío.
—Colega, debes ponerte al día. Vale, antes de nada, no tengo una ultramotora. Si necesitara esa mierda… Bueno, digamos solamente que tengo un acuerdo con ANA. Ella me mandará una si se la pido. Pero ahora no podemos pedírsela, ¿verdad? Lo segundo, tu sustituta —señaló a Íñigo con el dedo índice— acaba de despegar.
—¿La Peregrinación? —preguntó Corrie-Lyn, sobrecogida.
—Oh, sí, nena. Son así de tontos.
—¿Cómo lo sabes? —quiso saber Aaron.
—A Myraian le encantan esos sucios cotilleos de la Federación.
—¿Myraian? ¿La mujer de arriba?
—Sí. La mujer de arriba. Y una advertencia gratuita, ahora mismo está cabreadísima con vosotros, sobre todo porque se ha caído el espacio-mente; así que cuidado con lo que decís. Tengo un enlace TD privado desde la Punta hasta la Federación. Así que aunque estéis fuera del alcance de mi campo gaia podéis enteraros de lo que ha estado haciendo Araminta.
Íñigo ignoró aquella indirecta sobre el campo gaia.
—Tardarán meses en llegar al Vacío, así que…
La áspera carcajada de Ozzie lo interrumpió.
—En serio, tío, tienes que actualizarte. Abriré la red de mi casa para que accedas. Ponte al corriente y seguiremos hablando por la mañana. Ya sabes, antes de que os marchéis entre una nube de tristeza y derrota.
Los dejó en la galería y trotó escaleras arriba. En el último momento abrió una rendija las motas gaia.
A Íñigo no le gustó ni un ápice la arrogancia que exudaba. Bordeaba en la petulancia. Los iconos de comunicación estándar aparecieron en la exovisión a medida que los nódulos de la casa reconocieron su sombra-u.
—Será mejor que veamos lo que ha pasado —comentó.
—Sí —asintió Aaron. Sus motas gaia no delataban nada, pero parecía preocupado.
El humor de Ozzie había mejorado un poco cuando bajó a desayunar a la mañana siguiente, deliberadamente, un rato después de haberse despertado. Myraian y él habían estado dándole como la noche anterior, y después de eso había sesteado satisfecho durante una hora. Luego se había duchado, no con una de esas mierdas de esporas modernas que picaban y le enredaban el pelo, sino que había sido una ducha decente, con agua caliente y jabón aromático. Myraian no lo había acompañado; era una pena, pero no se podía tener todo en la vida… Bueno, sí se podía, si uno vivía tanto tiempo como él, pero también se aprendía a no pedirle demasiado a la gente. Las relaciones eran suficientemente efímeras sin las presiones y las tensiones que todos aplicaban inadvertidamente sobre ellas. Había tardado mucho en descubrir por qué las mujeres no se quedaban con él más que unas décadas, de modo que ahora sabía tratarlas bien. O al menos, fingía que las trataba bien.
Myraian estaba vestida y dispuesta cuando Ozzie salió al fin del cuarto de baño con unas bermudas y una camiseta. Se había resecuenciado hasta los veintitantos años y había pellizcado algunos cromosomas para obtener una estupenda figura; esto, en combinación con una mente que estaba flipada casi siempre, hacía que le resultara irresistible. Algunas cosas son inexplicables, pero es perfecta para mí en este momento de mi vida. Observó complacido la fina falda de algodón azul celeste hasta los tobillos y la camiseta de malla negra que, debido al color de su piel, daba la impresión de que no llevaba nada en absoluto. Los diseños luminosos cutáneos relucían a través del fino tejido, creando unas extrañas ondas de difusión.
—Bonito conjunto —comentó—. Una especie de combinación de madre tierra y dominátrix.
—Gracias. —Myraian se sacudió el pelo, dejando que los largos mechones rubios, castaños y rosas se balancearan a cámara lenta, como si estuviera bajo el agua, cuando las matas esponjosas lo levantaban.
Y no pensaba darles cobijo, de ninguna manera, por mucho que ella insistiera.
—Vamos a verlos llorando delante de sus tacitas de té.
Myraian hizo un mohín.
—Deberías quedarte aquí arriba. Yo les enseñaré a no meterse con mi niño Ozzie.
—No son buena gente —le repitió, confiando en que en esta ocasión lo comprendiera—. No dejes que se metan contigo. Y en serio, tía, no te enfades con ellos. No quiero que pase eso.
—Me los comeré a todos, ñam ñam —le prometió ella.
—Sí. —Vale, a lo mejor el atractivo no está en la mente.
Encontró a Aaron, Íñigo y Corrie-Lyn tendidos en los sofás del salón, un tanto aturdidos, como si fueran una pandilla de estudiantes de sus tiempos en el Instituto de Tecnología de California que hubieran estado estudiando durante toda la noche. Sólo faltaban las cajas de pizza. Observaron brevemente a Myraian pero no dijeron nada. Ozzie no se sorprendió de que Corrie-Lyn fuera la primera en hacerle frente. Le recordaba a unas cuantas exmujeres.
—¡Tú lo sabías! ¿Sabías que ibas a morir en la expansión y no quieres hacer nada para ayudarnos? —espetó.
—Suelo desayunar un zumo de naranja, café y tostadas. Tío, las viejas costumbres son las que más cuesta dejar, ¿no te parece? —Su sombra-u le dio instrucciones a la unidad culinaria.
Ella se limitó a gruñirle.
—No lo entiendes —le dijo Ozzie—. No me entiendes. Colega, tengo más de mil quinientos años. Lo he visto todo, ¡y quiero decir todo! Puedo vivir con la muerte.
—Pero ¿qué pasa con el resto de la galaxia? ¿La gente que no tiene ocasión de vivir como tú? ¿Los niños?
—¡Vaya! Colega, es un gran cambio, viniendo de una de las discípulas de Sueño Vivo más devotas de la historia.
—Consejera de clérigo —añadió Myraian con tono distante mientras sus esponjosas matas de pelo nadaban perezosamente—. La amante del Soñador. Fiscal jefe del tribunal de herejías de Edgemon.
—Eso no fue… —Corrie-Lyn, enfurecida, se interrumpió abruptamente.
—Si tanto te preocupa lo que has desencadenado sobre los demás, ¿por qué no te vas corriendo a refugiarte en tu precioso Vacío? —la desafió Ozzie.
—Disfruta de tu victoria —intervino suavemente Íñigo—. El Vacío no es nuestra salvación. Me equivoqué al presentarlo como el símbolo de un nirvana accesible, de una vida que podía ser perfecta. No es ninguna de esas cosas. Me equivoqué.
—Coño —masculló Ozzie. No solía quedarse sin habla, pero le ocurría siempre que un mesías renunciaba a la obra de toda su vida—. Haré una cafetera grande para celebrarlo. Será mejor que desayunéis conmigo.
—Todos entendemos perfectamente la amenaza del Vacío —dijo Aaron mientras los robots domésticos se deslizaban alrededor de la mesa en la cocina, sirviendo platos y tazas—. Me interesa tu punto de vista sobre la cosa en la que se ha convertido Ilanthe. Puede que sea un factor importante en la expansión.
—Ella lideraba la facción aceleradora —dijo Ozzie mientras aceptaba el vaso de zumo de naranja frío que le ofrecía un robot doméstico—. La idea original consistía en elevarse al estatus posfísico cortesía del Vacío. Lo malo —se rascó el pelo— es que la facción aceleradora está atrapada detrás de la barrera de Sol junto con el resto de ANA, de modo que no pueden poner en práctica ese concepto de fusión. Y la Tierra Madre de los silfen está preocupada por ella, cosa que es nueva para mí. Nada cabrea a esa diosa tranquila. Nada. Hasta ahora. Dibuja el mapa tú mismo.
—¿La Tierra Madre de los silfen? —repitió Corrie-Lyn con cautela.
—Claro, nena, soy amigo de los silfen. —Trató de no mostrarse demasiado petulante, decidiéndose por un aire sencillamente superior—. Sé lo que pasa en toda la galaxia.
—Ozzie es el padre de la mente de nuestra especie —anunció Myraian; su piel emitió un orgulloso destello malva.
Hubo un momentáneo silencio de cortesía.
—Su implicación es lo que más me inquieta de todo lo que ha pasado —dijo Íñigo—. Era inevitable que Sueño Vivo fuera corrompido y manipulado después de que yo se lo entregara al Consejo de Clérigos; por eso lo abandoné de esa forma. Pero jamás imaginé algo semejante. Ultramotoras, campos de fuerza irrompibles… Esto no debería haber ocurrido.
Aaron se volvió hacia Ozzie.
—¿Sabes algo acerca de esas tecnologías?
—La verdad es que no es mi campo —murmuró éste. Esperó.
—Antes lo era —observó una voz omnidireccional. Ozzie exhaló un jadeo de exasperación. Era su propia voz—. Cállate de una puta vez —le espetó.
—Eso te gustaría, ¿eh? Nadie puede huir de su pasado. No para siempre, coleeega.
—¿Qué es eso? —preguntó Aaron.
—Ya te lo he dicho, colega —dijo Ozzie, molesto—. Soy una antigualla. Los cuerpos humanos no están diseñados con esa esperanza de vida en mente. ¿Has pillado lo de «en mente»? En la Federación de la primera época, cuando lo único que teníamos era el rejuvenecimiento, editábamos los recuerdos y almacenábamos los que no eran importantes. Luego aparecieron las células de memoria y los chips de aumento neurológico. La bionónica añadió una capacidad de memoria nueva. Y siempre ha habido una estructura de expansión de mentes. —Alzó la cabeza y contempló un punto aleatorio en el techo—. Si acaso querías cargar con toda esa basura contaminando tu cuerpo. Yo no quería. Ya no más.
—Así que me tiró a la papelera —concluyó la voz—. Literalmente. Soy Ozzie. El verdadero Ozzie.
—Eres un maldito cerebro dentro de un frasco, no lo olvides —repuso Ozzie, enfadado.
—En serio —insistió la voz—. Tengo acceso a mil quinientos años de recuerdos, mientras que tú tienes, ¿qué? ¿Veinte años? ¿Quién es el más auténtico de los dos?
—Sólo uno de nosotros ha conservado la personalidad, tío —exclamó Ozzie a modo de respuesta—. Yo soy el alma bioquímica, hormonal, torpe y puñetera de un ser humano. Tú eres una fotocopia cableada y congelada en el pasado.
—Maldice todo lo que quieras, pero yo soy el que posee los conocimientos y el talento que necesita esta gente tan desesperada. Tú te deshiciste de todas las matemáticas, la física y las mierdas serias que estaban atascando tu cerebrito de carne. Reconócelo. Díselo. Sé un hombre. Si es que puedes, con tantas lagunas.
—A Ozzie no le falta de nada —dijo tranquilamente Myraian—. Se ha purgado espiritualmente para volver a estar completo. Tú eres la contaminación que lo estaba retrasando, impidiendo que el ángel interior desplegara las alas. Está limpio desde hace décadas y gracias a eso ha crecido. —Esbozó una amplia sonrisa.
Ozzie sorprendió a Aaron observando con los ojos entrecerrados los minúsculos colmillos que revelaba aquella sonrisa por lo demás risueña.
Aaron parpadeó y puso las manos encima de la mesa.
—Vale. Por favor, dime que puedes acceder a los conocimientos que necesitas y asimilarlos de… ¿de ti mismo?
—¿De mi cerebro en un frasco? Claro. Conservo la integración autónoma de los núcleos inteligentes donde lo metí… me metí.
Íñigo le dirigió una sonrisa divertida, aunque también había respeto en ella.
—Estoy seguro de que puedes hacerlo. Pero admitámoslo: estamos tú, él y yo. —Señaló a Aaron con el dedo pulgar—. Un núcleo inteligente listillo y un replicador razonablemente bueno. No importa que seamos buenos en combinación, no tenemos ninguna superarma capaz de destruir la barrera de Sol, ni una ultramotora aún más rápida que nos lleve al Vacío antes que Araminta. Por no hablar de la Ilanthe-cosa.
—Sí —admitió Ozzie—. Pero tío, lo bueno es que puedo hacer que salgamos de aquí. Qatux me debe una. El Ángel Supremo nos visitará y nos recogerá de camino a Andrómeda o donde demonios vaya.
—No —dijo Aaron—. No perderás la esperanza después de media hora. Y no creo que tenga siquiera que amenazar a nadie ni nada para eso, ¿verdad?
—No —suspiró Íñigo.
—Nuestro objetivo es conectarte de algún modo con el Corazón del Vacío —continuó Aaron—. Yo ya no tengo mucha autonomía, pero vosotros sois los tíos más listos que he conocido y tenéis un don muy extraño. Algo se os ocurrirá.
—Me parece bien —dijo Íñigo—. ¿Qué hay de tu efecto telepático, Ozzie? ¿Podemos hablar con el Vacío de esa forma?
Ozzie apartó bruscamente el vaso vacío y alargó la mano hacia el plato de tostadas.
—Vale, esto funciona de la siguiente manera. El campo gaia es un medio de transmisión: transmites tus pensamientos a través de las motas y éstos atraviesan el espacio para conectarse con las motas de los demás. Los nidos de confluencia no son más que potentes amplificadores y estaciones de repetición, son lo que lo convierte en un «campo». Supuestamente es un campo grande, pero si sales de la Federación te quedas solo. Ahí fuera existen otros campos similares; el mayor de todos es la comunión de los silfen. Abarca toda la galaxia, colega. Lo sé. Estoy sintonizado. Pero no es tan denso como el campo gaia; eso se debe a la psicología de las especies. Esos superelfos no comparten el mismo impulso de aferrarse a todas las tonterías del flujo de la consciencia.
—¿Y qué? —preguntó Aaron.
—El campo gaia no nos sirve, porque no se extiende hasta el centro de la galaxia.
—Eso no es exacto —intervino Corrie-Lyn—. La flota de la Peregrinación instalará una serie de nidos de confluencia durante el trayecto. Ése ha sido siempre el plan, y Ethan no cambiará ese aspecto. Serán para el campo gaia lo mismo que los transmisores TD de la Marina para la estación Centurión. La idea es abrir un canal de sueños permanente hasta el Vacío para que los creyentes que no acompañen a la flota vean cómo todos se realizan y se apresuren a seguirlos.
—Y en cuanto tratemos de usarlo, Ethan lo desactivará —señaló Íñigo.
—Es nuestro último recurso —insistió Corrie-Lyn—. Es posible que la conexión dure lo suficiente, sobre todo porque tú eres el Soñador original. Sigues teniendo más influencia que cualquiera de los miembros del movimiento.
—Lo dudo, ahora que ha aparecido Araminta —dijo Íñigo.
—Sí, está bien saberlo —asintió Ozzie—. Vale, el espacio-mente. Eso es otra cosa. Modifiqué la estructura cuántica del espacio-tiempo para que se convirtiera en un conductor de pensamientos, así como el aire transmite el sonido. Supuestamente funciona mejor con los pensamientos humanos, porque al principio lo sincronicé trabajando con eso. Los alienígenas lo perciben, pero para ellos es como la comunión de los silfen para los humanos: impreciso. Excepto los malditos chikoya, que creen que es una puerta a los pensamientos de tus ancestros. ¿Qué es lo que tiene la cultura aviar que hace que adoren de esa forma a sus ancestros? Habrán pasado cien mil años desde que tenían alas lo bastante grandes para sostenerlos, pero todos los hábitats espaciales que construyen están a cero ges para que puedan aletear de un lado a otro, con la elegancia de una gallina al caerse de un muro. Incluso aquí están en un compartimento de baja gravedad.
—Acabarán encontrando la comprensión —declaró Myraian—. Tú eres digno de eso. Tu sueño galáctico nos sacará a todos de las tinieblas.
—Gracias, cariño —dijo Ozzie—. El propósito de esto era que la gente compartiera sus pensamientos de una forma más abierta. Los nidos de confluencia contaminan la pureza de los pensamientos y permiten que haya distorsiones, pensamientos parciales en los que el emisor pone el énfasis donde quiere, pervirtiendo toda la verdad.
—¿Tenemos que hacer esto ahora? —preguntó Corrie-Lyn con engañosa ligereza.
—Sólo os estoy explicando el motivo para que lo entendáis. Por eso creé el espacio-mente. Pero los dos conceptos tienen el mismo problema: el alcance. En pocas palabras, necesitan energía para llegar tan lejos.
—¿Qué es lo que impulsa el espacio-mente? —quiso saber Íñigo.
Ozzie hizo una mueca.
—Ah, bueno, veamos, ajusté el mecanismo de anclaje de la Punta para que extendiera el cambio al espacio-tiempo, que es lo que hace que funcione. Hay un dispositivo, más bien una especie de parásito. Pero sus emisiones no son direccionales. No puedes apuntar como si fuera un láser. La idea del espacio-mente era que abarcara a todas las entidades sentientes de la galaxia.
—Pero no lo hace —observó Aaron abruptamente—. A los alienígenas les cuesta utilizarlo.
—Sí, bueno, ésa es la casilla de salida, colega. Sólo tengo que efectuar algunas modificaciones precisas, eso es todo. La teoría funciona.
—Ha tenido décadas —intervino la voz de los núcleos inteligentes de la casa—. Lo único que ha hecho desde que construimos el modificador del ancla es remolonear buscando al sabiondo interior. No ha hecho ningún progreso.
—Oye, que te den —refunfuñó Ozzie—. A lo mejor a ti te pone hacer experimentos con cerebros alienígenas, pero a mí no.
—No hace falta que experimentes con nada. Tenías miedo, eso es todo. Miedo de que las mentes distintas y los pensamientos exóticos encontraran la forma de corromper el espacio-mente tal como habían hecho con el campo gaia.
—Estoy observando las implicaciones psicosociales del impacto del espacio-mente sobre las culturas alienígenas, y tú lo sabes perfectamente. Para un auténtico sueño galáctico no hay que apresurarse. Ya he cometido ese error antes.
—Y los bichos raros que vienen a refugiarse en la Punta son buenos representantes de sus sociedades.
—Maldición, sí que tenía prejuicios.
—Eras honesto contigo mismo. Sabes muy bien que tienes dificultades con el derecho de imponérselo a las especies que no comprenden lo que son en relación con el universo. Es la peor forma posible de imperialismo cultural: nuestra forma de pensar es mejor que la vuestra, así que uníos a nosotros.
—El entendimiento universal podría haber evitado la Peregrinación.
—¿Hay alguna forma de aumentar la energía del ancla? —preguntó Íñigo—. ¿Aunque sólo sea temporalmente?
—Imposible, tío. Y no necesito los pensamientos de mi cerebro en un frasco para confirmarlo. Ahora estamos al límite de la capacidad del ancla. Qué demonios, el espacio se ha extendido más de doscientos cincuenta años luz, eso es algo extraordinario. En todo caso, es imposible saber si el Corazón se fundiría con el espacio-mente. —Bebió un sorbo de café antes de que se enfriara más—. Así que sólo nos quedas tú.
—¿Yo? —preguntó Íñigo.
—Soñaste con el Vacío desde treinta mil años luz de distancia. Sin circuitos de amplificación. Tienes una conexión incorporada. ¿Cómo lo hiciste?
—No lo sé, nunca lo he entendido. La teoría más verosímil que se le ha ocurrido a nadie es que Edeard y yo estamos emparentados de alguna forma. Es posible, pero nunca lo sabremos. Yo me conecté con un humano. Ahora no queda ninguno en el Vacío. El Señor del Cielo fue bastante claro en ese sentido cuando Justine se lo preguntó.
—¿Te refieres a un Señor del Cielo como el que está hablando con Araminta? Ella puede hacerlo. ¿Tú lo has intentado siquiera?
—Su maldición es diferente a la mía.
—¿Lo has intentado? —insistió Ozzie con más firmeza.
—No.
—No, claro que no. —Se volvió hacia Aaron—. Y tú, tú estás buscando este enlace desesperadamente. ¿Alguna vez has considerado ir tras Gore? El Tercer Soñador, que el Señor nos ayude. Tiene una conexión operativa con Justine, que está justo donde tú la necesitas.
—Eso está fuera… No tengo, es decir, no soy consciente de ninguna contingencia en la que deba ponerme en contacto con Gore.
—Porque es un desarrollo nuevo —dijo Corrie-Lyn con tono cáustico—. No puedes pensar por ti mismo. Y la Señora sabe que nadie más tiene voz en tu universo.
—A todo esto, muchas gracias por el drama de ayer —comentó Ozzie—. Pero lo cierto es que ya tienes dos métodos probados de cómo hacerte oír en el Vacío.
—¿Puedes llegar hasta un Señor del Cielo? —le preguntó Aaron a Íñigo.
—El sueño no es una función que simplemente se active tocando el icono de «encendido». Tengo que admitir que parece que Araminta controla esa habilidad mucho más que yo.
—Un Señor del Cielo nunca iría al Corazón, ni siquiera la Soñadora —dijo Corrie-Lyn—. Eso lo sabemos por encima de todas las cosas. Sólo se llevan a los que se han realizado.
—Dudo que entendiera siquiera el concepto de hablar con el Corazón por nosotros —añadió Íñigo.
—De modo que tu apuesta más segura es volver cagando leches a la Federación y pedirle ayuda a Gore —observó Ozzie—. Él sí parecía que sabía lo que estaba haciendo.
—La misión se basa en llevar físicamente a Íñigo al Vacío —dijo Aaron—. En un caso de emergencia extrema el contacto mental es permisible, suponiendo que eso no dificultase el progreso de la siguiente fase. No pienso desviarme de esos parámetros.
—¿Y cuál es la siguiente fase? —preguntó Ozzie, fascinado.
Aaron reflexionó unos instantes, contrayendo las facciones y manifestando cierta incomodidad interna.
—Cuando hayamos establecido contacto sabré lo que tengo que hacer.
—Tío, si quieres que te ayude necesito más información. Mira, tengo un módulo médico muy avanzado en el sótano. ¿Qué te parece si bajamos y te hacemos un desbloqueo neurológico?
—No.
Ozzie gruñó con tono de desaprobación. No estaba sorprendido, pero la descabellada programación mental de Aaron estaba empezando a molestarlo.
—¿A qué parte del Vacío tienes que llevarme? —preguntó Íñigo.
—A Makkathran —contestó Aaron sin titubeos.
—Qué interesante. No es un Aviador Estelar. ¿Ese destino sigue aplicándose ahora que sabemos que Querencia ya no está habitada por seres humanos?
—Eso creo, sí.
—Nunca me han interesado tus sueños —reconoció Ozzie—. ¿Qué hay en Makkathran que pueda ponernos en contacto con el Corazón?
—Nada —admitió Íñigo, perplejo.
—Si no tenemos una nave ultramotora y el espacio-mente no puede llegar al Vacío desde aquí, ¿es posible desplazar la Punta hasta que le dé alcance? —preguntó Aaron.
Myraian soltó una risita descontrolada.
—Estarás de coña —espetó Ozzie.
—¿Así que el mecanismo de anclaje no es un motor hiperlumínico?
—No.
—Es improbable, pero no estamos seguros —intervino el núcleo inteligente de la casa.
Aaron dirigió una mirada inquisitiva a Ozzie.
—Ah, sí —masculló Ozzie—. Podemos examinar las funciones desconocidas, averiguar cómo funcionan y hacer que vuele a través de la galaxia en una semana. Colega, tienes que romper esa cerradura que tienes en el cerebro y empezar a pensar por ti mismo. El mecanismo de anclaje de la Punta es más grande que toda esta cámara, y eso no es más que la sección que se encuentra en el espacio-tiempo.
—Tengo que asegurarme de que estás considerando todas las opciones —dijo Aaron.
—Será mejor que lo entiendas. No pienso enredar con el mecanismo de anclaje. De ninguna manera.
—Si ésa es la manera de conectarnos con el Corazón, tendremos que hacerlo.
—Ahí fuera hay un universo lleno de alternativas, tío. Explóralo algún día.
—¿Así que nos ayudarás a encontrar una forma de conectar con el Corazón? —insistió Íñigo.
Ozzie estudió al antiguo mesías durante un rato, trató de indagar en él y fracasó miserablemente. Acabó desistiendo.
—Vale, no lo entiendo. Yo también he tenido dudas y la he cagado tantas veces en mi vida que soy lo bastante grande para admitirlo de vez en cuando. ¿Pero esto? ¿Qué cojones te ha pasado, tío? Tenías un evangelio tan poderoso que atrajo a miles de millones de personas a tu causa. ¿Qué pasó para que les volvieras la espalda? Edeard era un poco gilipollas, desde luego, pero al final tomó el camino recto. Ésa es la moraleja que predican todas las religiones, el mismo gancho de siempre: los seres humanos se sobreponen a las adversidades. Si además le añades un poco de sufrimiento, la gente se vuelve loca. Y tu hombre ganó.
—No, no ganó —dijo Íñigo, apesadumbrado.
—Vale, antes te he mentido. A veces sí que miraba tus sueños. Ese último, tío: fue al Corazón sabiendo que el mundo que dejaba atrás era el mejor que era posible construir. Entonces, por si fuera poco, le ofreció a todo el mundo la posibilidad de perfeccionar sus vidas individuales como había hecho él. ¿No te parece que eso es totalmente desinteresado? Si hubiera vivido hace tres mil años habría sido un auténtico santo, o algo peor.
—La perfección —dijo Íñigo— es algo que perseguimos, pero que no deberíamos conseguir. La utopía no existe. La vida es una lucha por naturaleza. Si eliminas eso le arrebatas toda la razón de ser.
—¿Qué sucedió? —le suplicó Corrie-Lyn—. Por favor, Íñigo, ¿qué soñaste después de que Edeard aceptara la guía hasta el Corazón? Cuéntanoslo. Cuéntamelo. Confío en ti. Siempre lo haré. Pero creo que merezco saberlo.
—Soñé con la perfección.