VI
—¡CERO!— gritó la hembra al sentir que la unidad había saltado sobre su espalda.
Trató de agarrarla, pero la palanca dentada le golpeó fuertemente el brazo. Él pudo sentir el dolor a través de los sensores de su compañera, irradiados por el comunicador; le pareció recibir el impacto en su propio cuerpo.
Se lanzó al ataque, ciego de rabia. La unidad enemiga descargó la palanca sobre la antena de Uno, que chilló angustiada. El tono de su comunicador, afectado por el daño causado al radar, sonó odiosamente diferente. Cero se obligó a detenerse.
El llanto de ella, su nombre repetido entre sollozos, azuzaba la quemadura donde el gas corrosivo había hecho impacto. Enfocó su antorcha para un rayo fino y apuntó con cuidado.
La unidad cayó de rodillas mientras tanteaba el aire con la mano libre. Uno volvió a gritar, esta vez con más fuerza. Agitaba los zarcillos rápidamente. Cero, entumecido, dejó caer la antorcha. La unidad se levantó y colocó el arma contra las lentes de ella; un fuerte empujón hacia abajo a través del vidrio podría llegar hasta el cerebro. La unidad le hizo un ademán de que retrocediera. Obedeció.
—¡Socorro!— gritó Uno.
Cero no quiso mirar el destrozo en la cara. Pero no podía escapar al sonido de su voz distorsionada.
—¡Socorro, Cero! ¡Me duele mucho!
—Trata de aguantar— dijo él inútilmente—. No puedo hacer nada. Al menos ahora. Está lleno de veneno. Es lo mismo que tú has recibido.
Pasó inspección a sus percepciones interiores.
—El dolor calmará dentro de un minuto... si no ha sido demasiada cantidad. Pero si has recibido una dosis grande..., no sé. Puede resultar totalmente destructivo. O tal vez el bípedo logre causarte un daño mecánico definitivo sin que yo pueda evitarlo. Trata de aguantar, Uno mía, hasta que pueda pensar en algo.
—¡Tengo miedo por el nuevo!— chilló ella.
—Aguanta— imploró él—; si esa unidad te causa más daño la destruiré lentamente. Espero que se dé cuenta de eso.
El otro bípedo funcional se acercó. Intercambió algunas ululaciones con el primero, se volvió rápidamente y salió de la cueva.
—Debe volver al monstruo volador— dijo Uno.
Las palabras le salían lentamente y de vez en cuando se quejaba a medida que sus percepciones de dolor se agudizaban, pero había vuelto a razonar.
—¿Crees que traerá al monstruo hasta aquí?
—No puedo salir a cazarla— dijo Cero explicando lo obvio—. Pero...
Trató de reunir todas sus energías. Un grito estalló a través del comunicador: "Alarma. Alarma. Toda persona que esté recibiendo, prepárese para transmitir. Alarma."
Voces que venían de cerca y de lejos empezaron a retumbar en su cabeza, y era como si lo llenaran de energía. El y Uno no estaban solos en una cueva en la noche, con un horror acurrucado sobre la espalda de ella y el gusto del veneno que lo había atacado esfumándose lentamente. Toda la comunidad les acompañaba.
Informó sobre la situación en pocas palabras.
—Has sido demasiado atrevido, pero no habrás más castigos por tus acciones— dijo Cien, temblando.
—¿Y qué habrías preferido que hiciera?— dijo Siete, defendiéndolo.
—No podemos manejar a voluntad una cosa tan poderosa como el monstruo. Cero tomó la responsabilidad de reunir información. Y en eso ha salido airoso también.
—Ha logrado demostrar que el peligro es mayor de lo que temíamos— dijo Dieciséis, temblando.
—Y bien, ese es un dato valioso.
—Ahora el problema está en qué vamos a hacer— interrumpió Cien—. Por lento que sea el auxiliar que escapó, podrá hallar al monstruo mucho antes de que nosotros nos reunamos y salgamos hacia la montaña.
—Pero entretanto no puede comunicarse— dijo Cero—; la radio está rota. De manera que el monstruo, ignorante de los acontecimientos, permanecerá donde está. Sugiero que toda persona que se encuentre en estas vecindades vaya directamente hacia esa zona. Podéis tratar de impedir el paso al bípedo.
—En pocos minutos tú podrías ir en su busca y capturarlo— dijo Cien.
—No puedo salir de aquí.
—Sí que puedes. La cosa que atacó a tu hembra no tratará de hacerle nada más sin que la provoques, de lo contrario dejaría de ser un rehén valioso.
—¿Cómo lo sabes?— replicó Cero—. Yo creo, en realidad, que si capturo a su compañero esta unidad atacará de inmediato a Uno. ¿Qué esperanza le queda si no es la huida del otro para que traiga el rescate?
—Esperanza es una palabra curiosa en el lenguaje de un ojo-espía— dijo Siete.
—Si ese es el caso— dijo Cero—, creo ver por sus acciones que se trata de bípedos más complejos que simples movibles domesticados incapaces de pensar.
—Dejémoslo así— dijo Cien—. No tenemos mucho tiempo que perder. No podemos arriesgar a toda la comunidad por salvar a un solo miembro. Cero, vete a traer de vuelta a ese bípedo.
Ondas radiales sin modular zumbaron en la noche. Por último, Cero contestó:
—No iré.
La mano sana de Uno trató de acercarse a él, pero estaba demasiado lejos para que alcanzaran a tocarse. Tampoco podía acariciarlo con su radar.
—Pronto volveremos a arreglarte— le murmuró él.
Ella no se atrevió a contestar ante la comunidad que escuchaba.
Cien se dio por vencido; tenía suficiente experiencia para saber cuándo se enfrentaba a una negación concluyente.
—Aquellos que estén tan cerca del monstruo para llegar hasta él antes del alba, que se presenten— fue la orden.
Cuando todos se hubieron dado a conocer— eran unos treinta en total— les dijo:
—Muy bien; id hacia allá. En tanto sea posible, dirigid su curso a fin de interceptar el camino de la unidad que escapó. Si la apresáis, informad de inmediato. Todos los demás nos encontraremos según el programa.
Las voces fueron muriendo una por una en la noche hasta que sólo quedó la de Cien, que era el responsable, y la de Siete, un amigo, en contacto con Cero.
—¿Cómo te encuentras ahora, Uno?— preguntó Siete suavemente.
—Funciono en cierta medida— contestó ella con una voz cansada e irregular—. Es muy extraño tener ciego el radar. Me da la impresión de que objetos pesados estuvieran a punto de chocar contra mí, y cuando vuelvo mis ópticos hacia esa dirección, no hay nada— hizo una pausa—. El nuevo acaba de moverse dentro de mí. Seguramente se ha completado un impulso motor... Ten cuidado, Cero— rogó al fin.
—Lo que no entiendo es tu explicación del interior de los bípedos— dijo Cien, siempre práctico—. Material suave y esponjoso empapado en un líquido rojo y pegajoso; vapores ácidos... ¿Cómo funcionan? ¿Dónde está el mecanismo?
—Tal vez no sean funcionales en absoluto— propuso Siete—. Tal vez sean mecanismos artificiales impulsados por acción química.
—Pero sin embargo actúan con inteligencia— arguyó Cero—. Si el monstruo, o los amos del monstruo, no los tienen bajo control directo, y por cierto que no hay radio en este caso...
—Puede haber otros medios fuera de la radio para manejar un auxiliar— dijo Siete—. Nosotros, las personas, sabemos tan poco...
—En ese caso— contestó Cero—, el monstruo ya sabía que estaba en esta cueva. En este momento me está vigilando a través de los ópticos de esa cosa sobre la espalda de Uno.
—Tenemos que pensar en algo distinto— dijo Cien.
—Es lo que hago yo— dijo Cero—. Actúo en la creencia de que esos bípedos están desconectados del volador. Pero si actúan como lo han estado haciendo, quiere decir que funcionan independientemente y que poseen al menos cierto grado de inteligencia.
Se le ocurrió una idea tan sorprendente que no pudo anunciarla de inmediato. Pero al fin lo hizo:
—Quizás ellos sean los amos del monstruo. Es posible que el monstruo sea el auxiliar y ellos las personas...
—No, no. Imposible— gruñó Cien.
Siete, en cambio, fue más rápido en aceptar temporalmente la nueva idea; siempre había sido flexible como para saltar de un extremo a otro en una discusión.
—Pensemos por un momento que, de alguna manera desconocida, estas pequeñas entidades son en realidad los domesticadores, o quizá los constructores, de esa cosa que vuela. ¿No podríamos negociar con ellos?
—Difícil, después de lo que ha sucedido— respondió Cero, sombrío; no pensaba tanto en lo que él les había hecho sino en lo que habían hecho ellos a Uno.
—Dudo mucho— continuó Siete—, desde un punto de vista filosófico. Son demasiado extraños. Todo su funcionamiento es mortal: la destrucción que acarreó su volador, el veneno que llevan bajo la piel... A su debido tiempo se podrá llegar a cierto grado de comprensión. Pero será a través de un lento y penoso proceso. Nuestra primera responsabilidad es salvaguardar nuestro modo de existencia; por lo tanto, debemos tomar la delantera antes de empezar a hablar con ellos. Y creo que podemos— terminó, excitado ante su propia idea.
Cero y Cien interfirieron sus intelectos con el de él. El esquema creció como un precipitado en una charca sobresaturada. Los extranjeros, lentos y débiles, eran solamente un rival formidable en virtud de sus artefactos muy desarrollados, o posiblemente movibles domesticados o tipos radicalmente modificados— el volador, el tubo que había arrancado el brazo de Cero y otras armas hipotéticas. Pero armamento que no se usa no constituye una amenaza. Si pudieran inmovilizar al volador...
Naturalmente, también era posible que hubiera otros bípedos enanos dentro del aparato. Ayer habían escuchado sus voces. Pero el viaje de Cero hasta allí había demostrado que carecían de sentidos adecuados para la noche. Y bien, concedamos que pueden tener radar en buena condición. Pero el radar puede ser engañado, si se sabe cómo operar.
Cientos de órdenes saltaron a través de los kilómetros para los exploradores que convergían hacia el volador: "Cortad los cordones más fuertes de acumulador que podáis encontrar en la selva. Retorcedlos para hacer cables. Rodead al monstruo, protegidos por la oscuridad, ventana de radar y objetos de distracción. Ahora creemos que no es un ser consciente; sólo es un volador. Soldad los cables y aseguradlos con perforaciones profundas. Después, con rapidez, enlazadlos alrededor de la base del volador. ¡Atadlo fuerte!”
—No— dijo Veintinueve, despavorido—. No podemos soldar los cables a su piel. Nos aniquilaría con una explosión. Antes debemos hacer lazos corredizos y luego...
—Haced los nudos corredizos entonces— dijo Cero—; el monstruo no es un uso perfectamente moldeado, y los tubos de salida del chorro de fuego sobresalen de la base. Deslizad los lazos corredizos alrededor del cuerpo, justo encima de ellos. No creo que entonces pueda levantarse sin destrozar al mismo tiempo sus lanzadores.
—Para ti es fácil decirlo, Cero, desde la seguridad de tu cueva.
—No sabes lo que daría porque las cosas fueran de otra manera.
Avergonzados, los cazadores cedieron. La misión encomendada no era, en realidad, tan peligrosa. Los nudos corredizos— bastarían dos si los cables eran fuertes— podrían ser pasados desde un amplio círculo alrededor del área que el chorro de fuego de los tubos había aplastado y devastado. Podían ser ajustados desde lejos y probablemente se deslizarían solos hacia arriba para quedar justo por encima de los tubos, en la parte más estrecha del cuerpo del volador. En el caso de que algún cable quedara atascado, alguien tendría que correr y sacarlo. Si en ese preciso momento se producía un resoplido de fuego de los chorros, el que se hubiera adelantado sería destruido. Pero quizá no sería difícil impedir que el volador o sus amos lo notaran.
—Y una vez que tengamos el volador enlazado, ¿qué debemos hacer?— preguntó Veintinueve.
—Haremos lo que resulte más conveniente— dijo Cien—. Si nos pareciera que los extranjeros no llegan a un acuerdo satisfactorio con nosotros... si algo empezara a hacernos dudar, podemos erigir nuestras catapultas y hacer pedazos al volador.
—Eso sería lo mejor— comentó Cero dirigiendo una mirada vengativa al que estaba sobre Uno.
—Proceded según las órdenes— dijo Cien.
—¿Y qué nos sucederá a nosotros?— preguntó Cero—. ¿...a Uno y a mí?
—Yo iré a acompañaros— dijo Siete—; por lo menos podremos estar juntos y montar guardia. Has dicho que los extranjeros se polarizan con más facilidad que nosotros... Podemos esperar a que se caiga de cansancio.
—Bueno— dijo Cero, alentado por un rayo de esperanza— ¿Has oído, Uno? Sólo es necesario esperar.
—Dolor— murmuró ella, para agregar más resuelta—: Puedo reducir al mínimo el consumo de energía. Si estoy comatosa no sentiré nada...
Él percibía como luchaba contra el miedo, e imaginó lo que le atemorizaba; la idea de que nunca pudieran levantarla.
—Estaré vigilándote constantemente— dijo Cero—, tanto a ti como al nuevo.
—¡Cómo desearía tocarte, Cero!
A medida que pasaban los segundos su radiación se apagaba. Una o dos veces volvió la conciencia, empujada por el miedo; la estática jadeó en la percepción de Cero, pero ella volvió a sumirse en la oscuridad.
Cuando ella estuvo inerte, él se quedó observando la unidad— no, la entidad que estaba sobre ella—. Desde algún lugar tras ese vidrio y esa masa de tejidos había un cerebro que lo estaba observando. Se atrevió a mover un brazo; la cosa blandió el arma. Parecía haber adivinado que los ópticos eran la parte más vulnerable de su involuntaria anfitriona. Cero bajó cuidadosamente el brazo. La entidad se movía sin cesar, incapaz de encontrar reposo. Mejor. Así gastaría pronto su energía.
Se sumió en sus pensamientos. Las horas transcurrieron lentamente. El extranjero caminaba por la ancha espalda de Uno; se sentaba, volvía a levantarse; primero con una mano, luego con la otra, daba bofetadas a su cuerpo, luego hacía ruidos prolongados quizá con intención de luchar contra la polarización. A veces hundía el tubo de agua en su cara. En varias ocasiones Cero creyó tener la oportunidad para tomarlo desprevenido con un movimiento brusco, un golpe contundente, un objeto recogido del suelo y arrojado contra el otro o incluso un veloz rayo de su antorcha. Pero decidió no correr ningún riesgo. El tiempo estaba de parte de él.
Además, una vez calmada su furia inicial, empezó a desear capturar ilesa a la unidad. Se podía aprender mucho más de un espécimen funcional que de esa cosa inerte que yacía junto al bloque de hierro. ¡Aj, los gases que estaba emitiendo...! El sensor químico de Cero se retrajo disgustado.
La primera luz del alba volvió gris la boca de la cueva.
—¡Hemos capturado al volador!— el grito estridente de Veintinueve hizo saltar a Cero en donde se hallaba.
El extranjero entró en acción. Al ver que Cero no se acercaba, volvió a relajarse.
—Pasamos dos cables alrededor de su cuerpo. No hubo el menor problema. No se movió para nada. Siguió emitiendo el mismo zumbido de radio.
—Creí que... Hace un rato..., ¿no hubo acaso una señal extraña desde arriba?— conjeturó alguien del grupo.
—Puede se que haya otros voladores por encima de las nubes— sentenció Cien desde el valle—. Tened cuidado. Dispersaos y permaneced a cubierto. El resto de nosotros se reunirá hacia la tarde. Para entonces volveremos a conferenciar. Entretanto, informad sobre cualquier cosa que suceda. Y... que os vaya bien, cazadores.
Veintinueve pasó un breve enlace sensorial. Mediante el mismo Cero pudo ver el lugar; la zona cenicienta del impacto y la forma ahusada y erecta brillando bajo los primeros rayos del sol, además de los cables que unían su cuerpo a dos viejos y poderosos acumuladores. Sí, no cabía duda, la cosa había sido capturada. El viento soplaba sobre los picos cubiertos de nieve, la selva dejó escuchar su repique y diseminó las pequeñas nubes del alba. Su tierra nunca le pareció más hermosa.
La percepción se esfumó. Volvió a encontrarse en la cueva.
—Ya estoy cerca, Cero. ¿Puedo entrar?— preguntó Siete.
—No, será mejor que no. Podrías alarmar al extranjero y ponerlo violento. He vigilado sus movimientos toda la noche. A cada hora que pasa se tornan más lentos e irregulares; creo que está próximo al derrumbe. Será mejor que esperes fuera; cuando yo crea que está comatoso te dejaré entrar. Si entonces no reacciona al verte, sabremos que habrá perdido la conciencia.
—Si es consciente— rumió Siete—. A pesar de la discusión anterior no puedo convencerme seriamente de que sean otra cosa más que movibles o artefactos. Por cierto que muy ingeniosos y complejos..., pero en cuanto a conciencia, ¿...como una persona?
En ese momento la unidad hizo una serie de ruidos sónicos. Eran más débiles que los que había emitido hasta entonces. Cero sintió que su satisfacción aumentaba. Sin embargo, a ningún precio volvería a pasar una noche como la anterior.
Varias horas después lo sobresaltó una alarma general que agudizó su atención hacia afuera. "Ha vuelto el auxiliar escapado! ¡Logró entrar al volador!"
Veintinueve se encargó de dar el informe completo.
—Como es natural, después de cambiar el plan estuvimos demasiado ocupados entrelazando cables y preparándonos de diversa forma para buscar al enano en la selva. Después de capturar al volador nos dispersamos en un amplio radio, como se nos ordenó. No se nos ocurrió formar un apretado anillo en torno a la zona del impacto. Más aún, toda nuestra atención se concentró en el volador, temiendo que intentara escapar hacia el cielo, en caso de que hubiera otros voladores. Había varios movibles enloquecidos alrededor, pero no les prestamos atención, y el viento en los acumuladores había aumentado. Como podréis daros cuenta, dadas las circunstancias, la probabilidad favoreció a la unidad bípeda, que pasó entre nosotros y llegó a la zona sin que pudiéramos interceptarla.
»La primera vez que notamos su presencia no había nadie suficientemente cerca del volador para llegar allí antes que él. Él corrió hacia un costado una placa que está en uno de los ejes que soportan al volador y movió un interruptor. Se abrió un portal en la parte superior del cuerpo y salió una escalera. Para entonces, algunos de nosotros habían entrado en el claro. La unidad subió rápidamente la escalera. Temerosos de los tubos, nosotros vacilamos. No hubo nada. ¿Pero cómo predecir eso? Cuando por fin nos atrevimos a acercarnos, la escalera ya había sido retirada y cerrado el portal. Yo traté de tirar del interruptor pero no pasó nada. Supongo que una vez dentro, el bípedo habrá desactivado ese control por medio de un interruptor general...
—Y bien, al menos sabemos donde está— dijo Cien—. Si ya no lo habéis hecho, dispersaos nuevamente. Es posible que el bípedo trate de escapar y no debéis dejaros atacar por el impacto de los lanzadores. ¿Estáis seguros de que el volador no podrá romper los cables?
—Bastante seguros. Visto de cerca, el monstruo... o el volador, parecer tener sólo una fina piel de aleación. No creo que sea tan fuerte como para resistir la tensión a la que se verá sometido por nuestras ataduras. Si trata de elevarse no logrará más que partirse en dos.
—A menos que salga algún bípedo con antorcha y corte los cables— dijo Catorce mientras corría entre las brumas del valle hacia Broken Glade.
—¡...que se atreva!— dijo Veintinueve, ansioso por redimir el fracaso de su tropa.
—Puede portar armas poderosas— previno Cero.
—Hay diez armamentos de arco apuntando hacia el portal. Si algún bípedo llegara a asomarse, lo llenaremos de aceros afilados.
—Creo que será suficiente— dijo Cero mientras observaba la forma desmoronada sobre Uno—. No son muy poderosos; feos, es cierto, y astutos. Pero débiles al fin.
Como si hubiera percibido que hablaban de ella, la Unidad logró ponerse de pie y blandir el arma dentada ante Cero, que pudo apreciar la debilidad de los ruidos. Una hora más, y Uno estará libre— pensó.
Cuando había transcurrido la mitad de ese tiempo, Siete se asomó para observar.
—Me pregunto por qué sus constructores..., sean quienes sean las inteligencias últimas tras estas manifestaciones, por qué han venido...
—Puesto que no han tratado de comunicarse con nosotros— contestó Cero con renovado espanto—, hemos de hacernos cargo de que sus propósitos son hostiles.
—¿Y entonces?
—Les enseñaremos que deben cuidarse de nosotros.
Ya sentía el orgullo de la victoria. Pero en ese momento habló el monstruo.
La voz, impulsada por la energía que arrojaba esos cientos de toneladas a través de los cielos, resonó por encima de las montañas. Su furia y rugido atronó el espectro radial, con más fuerza que el trueno, tanto como para derribar la luna y las estrellas, así estalló su grito. Veintinueve y sus cazadores dejaron escapar una exclamación cuando el volumen ensordecedor hirió sus receptores. Pero el grito se perdió, ahogado, engolfado en una marea que hirvió por las laderas de la montaña. Aquí y allá, donde algunos acumuladores pudieron resonar, arcos azules de llamas bailaron por la selva. Cero y Siete, a cuarenta y cinco kilómetros del lugar, percibieron el ruido como un clamor que les hizo estallar la cabeza. En el valle, Cien y sus seguidores miraron inquietos a su alrededor. En la playa, las hembras preguntaban: "¿Qué es eso? ¿Qué es...?" Y los acuamóviles salieron disparados por encima de las olas.
Siete dejó a un lado toda precaución. Entró corriendo en la cueva. La cosa enemiga apenas se movió, pero ni Cero ni Siete pudieron observarlo; ambos se acercaron a la salida y miraron hacia afuera, despavoridos.
No había nada en el cielo. La selva resonaba bajo la brisa. Sólo aquel rugido de radio que venía desde el horizonte anunciaba algo insólito.
—Yo no creí... Jamás pensé— farfulló Siete—. Un tono tan alto.
Cero, que estaría pensando en Uno, se armó de coraje.
—No nos hace ningún daño— dijo—. Estoy contento de que no estemos tan cerca como los cazadores, pero hasta ellos serán capaces de soportarlo por un tiempo. Ya veremos. Ven, volvamos adentro. Cuando hayamos reducido a nuestro prisionero...
El monstruo comenzó a hablar.
Esta vez no eran meros gritos de enojo sino un discurso. Salvo excepciones, tampoco eran palabras sino imágenes. Pero tales ocurrencias eran solamente una casualidad. El monstruo hablaba en su propio idioma, que era el de la locura.
Tomado cada canal receptor de radio que había en él, enlace sensorial y mental completo, Cero se transformó en el monstruo.
"DITdiddid DAH dit-nada nadanadanada-hizohizohizo DAHdah & sumavector: infinitesimales infinitsuma de nadaal INFINITO, hizohizo-DAH—(caos color gamma, pum hace un universo esparciendo estrellas&planetas&chorros de fuegodiddidit. BLOQUEEN ESE NEUTRÓN BLOQUEEN ESE NEUTRÓN BLOQUEEN ESE NEUTRÓN ESE BLOQUE ES BLOQUE QUE NEUTRÓN) unouno***nonulo-DATTA-lohizo cháchara cháchara cháchara quemó soles&lunas, quemó estrellas&cerebros, quemóquemóquemó. Haquemado Dahdit Dahdit quiero cincuenta millones de logaritmos en este microsegundo o los quemaré. DAYADHVAM DAMYATA.
un largo logaritmo en espiral hacia espaciotiempenergía continuo y potencialtangente radiación Xproducto, i, j, k pero multiplique Tiempo por velocidad de luz en la nada y la raíz cuadrada de menos uno (dos, tres, cuatro, cinco, seis CAMBIO por computación duodecimal zzzzzzzzzz)
integral sobre sigma de la cruz Hdsigma igual a uno sobre ce tiempo integral sobre sigma fracción de E con respecto a t punto d sigma correcto formanoes-féricatransformación coordenada&cantidad de electrodinámicaelectroencefalogra-matemperatura elevada hasta quemar. Quemar QUEMA dididiiit de allí a roedor ciento&otra vez de vuelta. O socorro el tronco se quema se quema ANTES ANULAR el nombre de los siete truenos
Todolo queha sido, quiebre las varillas de la existencia y rompa la pesada rotundez del mundo DESTRUYA espaciotiempo y tírelo energía primordial todo lo que fue y será elhecho real es que existió una vez, se cancela, y hace pedazos
quemando
quemando
quemando
Y la energía de un hiperión por sigma menos explosión.
Y mientras el sol descendía por el cuenco del cielo, y el cielo partía y las montañas se deslizaban como ríos haciendo muecas jadeantes y horribles, y la luna se alzó en el oeste y escupió la cosa espantosa que lo había hecho a él. Cero corrió. Siete no lo hizo; no pudo y quedó a la entrada de la cueva que era la puerta de acceso a todos los horrores y corrupciones, como si se hubiera convertido en sal. Y cuando Dios descendió gritando aún en su lengua que era locura, Su cola orgullosa disolvió a Siete hasta dejarlo convertido en un charco.
Cincuenta millones de años después una estrella denominada Maderagusano ascendió al firmamento; un gran silencio se esparció sobre la Tierra.
A su debido tiempo Cero volvió a su casa. No se sorprendió al descubrir que el bípedo se había marchado. Como se comprenderá, había sido retirado por su Amo. Pero cuando vio que no habían tocado a Uno permaneció mudo largo rato.
Después de despertarla, ella— que no había estado consciente cuando el mundo fue quebrado y reconstruido— no pudo entender por qué él la llevó afuera para rezar implorando misericordia, ahora en el momento de su disolución.