El maestro
Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, encendiendo una antorcha de madera resinosa, bajó de la colina al valle. Porque tenía que hacer en su casa.
Y arrodillado sobre los sílices del Valle de Desolación, vio a un joven que estaba desnudo y que lloraba. Sus cabellos eran del color de la miel y su cuerpo como una flor blanca, pero las espinas habían desgarrado su cuerpo y sobre sus cabellos había puesto cenizas como una corona.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven que estaba desnudo y que lloraba:
—No me asombra tu gran pesar, porque, en verdad Él era un hombre justo.
Y el joven respondió:
—No lloro por Él, sino por mí mismo. Yo también he cambiado el agua en vino, y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Yo he paseado sobre las aguas, y he arrojado a los demonios que habitan las tumbas. Yo he alimentado a los hambrientos en el desierto donde no había alimento alguno, y he hecho levantarse a los muertos de sus fosas, y a mi orden, y ante una gran multitud, una higuera estéril se ha secado. Todo lo que ese hombre ha hecho, yo también lo he hecho. Y, sin embargo, no me han crucificado.