Prólogo

Isla de Cyrene, marzo de 1815

El sueño retornó inesperadamente, más vívido que nunca. La luz del sol se vertía a raudales sobre la pradera donde se encontraba. Lady Eve estaba en sus brazos, envolviéndole con su calidez, su perfume y su suavidad.

La espera se había acabado. Por fin, era su esposa.

Ella le pertenecía. Oveja Negra

Acunándola posesivamente, Ryder se dejó caer de espaldas y atrajo el cuerpo enardecido de la mujer contra él, de forma que sus cabellos se desparramaron como una dorada cortina entre ambos. Cuando ella se inclinó para posar un ardiente beso en su pecho desnudo, él profirió un áspero gemido. A modo de respuesta, Eve le dedicó una suave y seductora sonrisa.

Le inundó el placer mientras que todos los músculos se le tensaban ante la expectativa de la unión. Mientras sus miradas se fundían, el mismo aire resplandecía de pura pasión.

Ella volvió a inclinarse y le besó la línea de la mandíbula, el vulnerable hueco de su garganta, el pecho, abrasándole la carne que ocultaba su palpitante corazón.

—Por fin, soy tuya —susurró Eve.

La ronca calidez de su voz le acarició tan tiernamente como sus labios, mimándole, encendiéndole. Necesitando satisfacer su fiero apetito, la guió hasta colocarla debajo y sumergirse profundamente en ella. La sangre le latía febrilmente mientras Eve lo acogía con húmedo y sedoso calor. Ahora estaban unidos del modo más primario posible.

Ryder arqueó la espalda y comenzó a moverse. La dulce ondulación de sus caderas se acompasaba con el estruendo de su sangre mientras la penetraba con fuerza, marcándola a fuego, reclamándola, haciéndola suya, hasta que todo su mundo se disolvió en ardiente y vibrante luminosidad…

Alex Ryder se despertó con una dura erección y palpitando aceleradamente, pero el ritmo de su corazón se ralentizó al reconocer el familiar entorno. Yacía solo en su lecho, bañado por la luz solar. Los tempranos rayos de la mañana entraban a raudales a través de las altas puertas vidrieras de su dormitorio, aunque el calor que sofocaba su cuerpo tenía mucho más que ver con el erótico e inútil sueño con Eve.

Un sueño que debía haber superado hacía mucho tiempo.

Con una queda maldición, Ryder apartó de un puntapié las enmarañadas sábanas —un testimonio de sus agitadas fantasías durante la noche— pero siguió echado, dejando que la cálida luz del sol juguetease sobre su piel mientras los recuerdos ardían en su mente.

El recuerdo que tenía de Eve era tan intenso que todavía podía sentir la forma del cuerpo femenino en sus brazos. Podía imaginársela sin cerrar los ojos; podía recordar todos sus vibrantes detalles.

Lady Eve Montlow…, conocida ahora como Eve Seymour, condesa de Hayden.

Ella era la dorada muchacha de sus sueños. Vital y reluciente. Sin duda, su vida había cambiado a causa de ella.

Su fascinación había comenzado en el mismo momento en que se conocieron, cuando él tenía dieciséis años y ella apenas once. Ryder pensó que era una princesa de algún imaginario cuento de hadas, con sus cabellos dorados como la miel y sus labios rojo fresa. Y entonces ella le había sonreído, y él había sentido como si alguien le hubiese propinado un puñetazo en el estómago. Eve tenía una sonrisa encantadora, tan cálida que poseía el poder de quitarle la respiración. Una sonrisa, y él estaba perdido.

Por todo el bien que le causaba.

Lady Eve le estaba prohibida por ser hija de un conde. Él era entonces un joven salvaje y rebelde, y peor aún, un pobre plebeyo; su difunto padre había sido un simple soldado. A pesar de que su madre había sido una dama, la familia patricia de Eve había considerado a Ryder peligroso y totalmente indigno de consideración. A decir verdad, la primera vez que él y Eve se vieron, el noble padre de la muchacha había amenazado con azotarle por atreverse simplemente a ayudarla a desmontar.

Ryder recordaba que, dos días después, Eve se había escapado audazmente del mozo y había cabalgado un largo trecho a través de la isla expresamente para buscarle.

Le había descubierto en su pradera favorita, tumbado junto al riachuelo donde estaba pescando. Cabalgaba en un corcel mucho más grande y enérgico de lo que era prudente para una muchacha de su edad, pero controló fácilmente las cabriolas del bayo mientras tensaba las riendas.

—¡Oh, bien, te he encontrado! Casi había perdido la esperanza y creía que tendría que regresar mañana…, pero sabía que mi mozo nunca se permitiría de buen grado perderme de vista nuevamente después de la jugada que le he hecho hoy.

Ryder, aún sintiendo resquemor por la humillación a la que le había sometido el padre de Eve, le respondió prácticamente con un gruñido.

—¿Qué diablos está haciendo aquí, milady? ¿Ha venido a regodearse?

—¡Desde luego que no! Deseaba disculparme por la imperdonable grosería de mi padre. Papá se ha vuelto insoportable últimamente, desde que nos vimos obligados a trasladarnos a Cyrene para huir de sus acreedores en Londres. Aún se aferra a la idea de que somos socialmente superiores a todos los residentes de la isla y no soporta nada que amenace su importancia, y tú fuiste lo bastante audaz como para hacerlo ayer.

Ryder se la quedó mirando mientras su mente se debatía entre la sorpresa y la cautela. Pero lo único que se le ocurrió decir fue:

—¿Cómo ha sabido dónde encontrarme?

La joven Eve lanzó una sonrisa seductora y traviesa.

—Ha resultado fácil… Me he limitado a escuchar las habladurías y he formulado preguntas a los sirvientes. Eres el muchacho salvaje contra el que todos me han prevenido.

Pero su sonrisa suavizó el aguijonazo de sus palabras, la primera indicación que Ryder tuvo de que ella era tan encantadora y amable como hermosa.

Aquel día no sólo había cimentado su amistad clandestina. Desde aquel momento, Ryder había fijado sus miras en ganarse a lady Eve.

Se negaba a aceptar que no pudiera aspirar a su mano por causa de su rango inferior. No obstante, sabía que tendría que cambiar sus hábitos salvajes y endemoniados. Y desde luego, primero debería aguardar a que Eve creciese. Entretanto, se marcharía en busca de fortuna para ser digno de ella…

Profiriendo una aguda carcajada al recordarlo, Ryder rodó por el lecho hasta hundir el rostro en las almohadas. Había dejado la isla dos años más tarde, y ciertamente había logrado amasar por fin su fortuna. Pero desde la perspectiva de la familia de Eve, los medios que había empleado para conseguirla —convertirse en soldado mercenario— habían constituido otro agravante contra él. Y sus recién obtenidas riquezas no habían supuesto ninguna diferencia en cuanto el cortejo. Cuando estuvo en condiciones de volver a Cyrene, Eve estaba perdida para él. Había sido vendida en matrimonio a un noble acaudalado con el fin de salvar a la familia de la pobreza.

Aquel verano, cuando ella cumplió dieciocho años, Ryder le había arrebatado con violencia un salvaje e inolvidable beso, y aquello había sido todo cuanto había conseguido. Como esposa del ilustre conde de Hayden, se hallaba moralmente fuera de su alcance. Ella había pasado los seis últimos años en Inglaterra y durante todo aquel tiempo Ryder la había evitado cuidadosamente.

Apartó a Eve de su mente con resolución. Ella era tan sólo una obsesión juvenil, simplemente eso…, un encaprichamiento juvenil que él por fortuna había superado.

Sin embargo, en las sombrías horas de la mañana, a veces todavía sus sueños se llenaban con la fantasía de que Eve se convertía en su esposa. Y de manera inconsciente, seguía manteniéndola como su ideal.

En realidad, resultaba divertido. Ahora ya tenía treinta años y era lo bastante rico como para comprarse casi cualquier esposa que escogiera. Pero nunca había encontrado otra mujer con la que deseara casarse. Tampoco tenía ninguna amante permanente. ¡Oh, sí!, se daba placer con varias damas de la noche, pero nunca había deseado tanto a ninguna como para concederle un tiempo prolongado ni en su lecho ni en su vida.

Tirando a un lado la almohada, Ryder se pasó la mano por su incipiente barba negra. Sería mejor que encontrase una sirena dispuesta a calmar regularmente su pasión. Tal vez entonces podría por fin desterrar sus febriles e indeseados sueños con Eve.

En aquel momento, un vacilante golpecito en la puerta interrumpió su sombrío ensueño. Cuando autorizó con impaciencia la entrada, su sirviente Greeves abrió la puerta con mucho tiento.

—Le ruego que me disculpe por molestarle, señor —dijo Greeves—, pero abajo tiene visita.

—¿A estas horas? —inquirió Ryder.

Apenas eran las siete y de ser alguno de sus compañeros guardianes habría acudido directamente a su dormitorio para despertarle si el problema fuera lo bastante grave como para justificar que le visitara a hora tan temprana.

—Sí, señor. Se trata del señor Cecil Montlow y lady Claire. Dicen que tienen noticias urgentes de su hermana.

El corazón le dio un vuelco.

—¿Qué ha sucedido?

—No me lo han dicho, señor. ¿Debo comunicarles que se halla usted en casa?

—Sí. Bajaré de inmediato.

Tratando de ahogar su aprensión, Ryder se levantó del lecho y cubrió su desnudez con una bata. Sin molestarse en ponerse pantalones ni siquiera zapatillas, salió del dormitorio y descendió rápidamente por la escalera que conducía al salón para saludar a sus inesperados visitantes.

Los hermanos menores de Eve, Cecil y Claire, eran gemelos, ambos altos y rubios, con rasgos elegantes y aristocráticos. Sin embargo, su personalidad no podía haber sido más diferente. El honorable Cecil Montlow era extrovertido y animado, hasta el punto de rayar en la insolencia, mientras que lady Claire era dulce y tímida, y con dieciocho años, constituía una pálida imitación de Eve, su hermana mayor.

Cecil estaba en aquellos momentos paseando de un lado a otro de la alfombra, mientras que lady Claire se hallaba remilgadamente sentada en el sofá, con las enguantadas manos cruzadas en su regazo. Cuando Ryder entró en la habitación, ella se levantó y su hermano detuvo el paseo.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ryder, consiguiendo expresarse en un tono moderado—. Creo entender que tienen noticias de Eve.

—No se lo va a creer —estalló Cecil—. Hayden la ha diñado.

—Cecil —le regañó Claire suavemente—, sabes que no debes hablar de un modo tan vulgar.

—Vale, pero es cierto —insistió su hermano—. Además el señor Ryder me comprende perfectamente.

Ryder pensó que tal vez fuera capaz de entender lo que le decía, pero su mente giraba vertiginosamente y no lograba captar del todo aquellas palabras en especial. Habría jurado que Cecil había dicho que el conde de Hayden había muerto.

Claire escudriñó su rostro y expuso con voz queda:

—Anoche recibimos una carta de Eve; llegó con el correo. Milord encontró trágicamente la muerte el mes pasado en un accidente de equitación.

—Lo que ella quiere decir —añadió Cecil con un toque más compungido que anteriormente— es que lord Hayden estampó su caballo contra un muro de piedra durante una cacería y se partió el cuello.

Lo que significaba… Ryder sintió que el corazón se le detenía y luego lentamente volvía a iniciar sus latidos. Eve era ahora viuda.

No debería alegrarse al enterarse de la muerte de otro hombre, y en realidad, no se alegraba. Sin embargo, una dolorosa sensación se aferró a su pecho, un extraño y quedo surgimiento de emoción que no podía sofocar.

Comprendió vagamente que los gemelos seguían hablando, aunque él apenas distinguía una palabra de cada tres.

Al parecer, Cecil se estaba lamentando del inesperado giro del destino.

—No es justo que debamos sufrir las consecuencias de que Hayden reventara. Pero por ahora Londres es inalcanzable para cualquiera de nosotros.

—Eve estará de luto todo un año —explicó Claire—, por lo que mi presentación en sociedad tendrá que aplazarse hasta la próxima primavera.

—Yo tenía que pasar la Temporada social en Londres con mis hermanas —se quejó Cecil— para adquirir maneras refinadas antes de ir a la universidad. Ahora no existe ninguna posibilidad. Este otoño tendré que ir directamente a Oxford mientras que Claire se quedará aquí en Cyrene con mamá y papá. Se reunirá con Eve en Hertfordshire el próximo febrero para comenzar a preparar su entrada en el mercado del matrimonio.

—Para ser sincera —reconoció la joven con voz queda—, no me importa en absoluto el retraso. Eve es muy experta como casamentera y ha prometido que mi búsqueda de esposo será lo menos dolorosa posible, pero aún temo verme obligada a exponerme para que la alta sociedad londinense me examine.

—Tú sólo temes verte cortejada por algún petimetre.

Claire se sonrojó al mismo tiempo que dirigía a su hermano una fría mirada.

—Eso no es cierto. Simplemente me siento nerviosa entre desconocidos.

Ryder recordó que Claire tendía a tartamudear cuando se excitaba, por lo que el retraso de una presentación formal, sin duda, era una buena noticia para ella. Sin embargo, la decepción del muchacho era comprensible. Durante el año anterior, e incluso antes, Cecil había estado esforzándose por marcharse de Cyrene, una islita situada en el oeste del Mediterráneo, no muy lejos de la costa española, para poder saborear la fascinante vida social londinense.

Ryder se sobrepuso y entró en la disputa.

—Cuide sus modales, mozalbete. Lady Claire se desenvolverá perfectamente en Londres. Y contará con innumerables petimetres comiendo de su mano; no me cabe ninguna duda.

Cecil tuvo la cortesía de disculparse.

—Sí, señor, estoy seguro de que tiene razón. Pero entretanto tengo que pedirle un favor, señor Ryder.

—¿Qué favor?

—¿Cuidará usted de Claire mientras yo esté en la universidad? Nunca hemos estado separados durante tanto tiempo, y me sentiría mejor sabiendo que usted la protege, la acompaña a las reuniones de la isla, acude con ella a los bailes, todas esas cosas, para que se sienta más cómoda en sociedad antes de su debut en Londres. De otro modo, estaré terriblemente preocupado.

Ryder le devolvió una irónica sonrisa. Honraba al muchacho que se preocupase profundamente por su gemela y no permitiera que nadie salvo él la importunase. Sin embargo, los padres de los gemelos eran algo por completo diferente.

—Sus padres se opondrán a que me relacione tan íntimamente con lady Claire.

—No, no será así, señor. Ahora le consideran casi respetable, puesto que es usted un héroe y ha alcanzado tan distinguida influencia.

—Supongo que debería sentirme satisfecho —murmuró Ryder con sarcasmo.

Recientemente había realizado un importante servicio para el Ministerio de Asuntos Exteriores británico que le había hecho ganarse varios prestigiosos partidarios en las filas del gobierno. Pero ni siquiera aquello podía compensar su escandaloso pasado para un ser tan riguroso como el padre de Eve.

—Además —añadió Cecil sinceramente—, Claire puede necesitar ayuda para resistirse a papá mientras yo esté ausente, y usted no le teme en absoluto.

Ryder observó con curiosidad a lady Claire, que a su vez le estaba examinando. Le sorprendió que permaneciera muda mientras su hermano le organizaba el futuro. Aunque Claire podía ser dulce y tímida, Ryder sabía que ocultaba una inesperada fortaleza de carácter bajo su tranquilo comportamiento.

Pero le sonrió graciosamente y se inclinó galante ante ella, diciendo que se sentiría honrado de convertirse en su defensor mientras su hermano se hallase en Inglaterra.

Cuando les ofreció el desayuno, Cecil aceptó con celeridad, exclamando que estaba hambriento, pero lady Claire reparó de pronto en el estado de desnudez de Ryder. Se le sonrojaron las mejillas mientras balbuceaba una afable negativa, insistiendo en que ya habían abusado bastante de su cortesía. Entonces, hizo salir a su hermano del salón, y Ryder se quedó solo con sus aturdidos pensamientos.

Fue hacia la ventana y contempló a lo lejos las faldas de las colinas, que estaban cubiertas de flores silvestres primaverales. Si Eve era ahora viuda, ¿sería posible que volviera a casarse? Y de ser así, ¿deseaba él competir por su mano?

Acaso ella no acogiera favorablemente su cortejo. Durante el último encuentro, su comportamiento había sido muy poco admirable, porque prácticamente la había asaltado reclamándole su primer beso.

La imagen le escocía en la mente. Había sucedido el verano en que él había regresado a Cyrene con el fin de cortejarla.

Durante dos meses, había aprovechado la costumbre de Eve de cabalgar diariamente por la isla para desplazarse cada mañana con el fin de encontrársela bajo ciertas condiciones de intimidad. Había conseguido renovar su amistad y había hecho progresos en el empeño de ganarse su confianza y afecto. Pero luego llegó una semana en que no la vio en absoluto. Sabía que un conde inglés estaba visitando a la familia, pero cuando comenzó a oír rumores acerca del posible compromiso de lady Eve, le envió un mensaje por medio de un sirviente para pedirle que se reuniese con él en la pradera donde solía pescar.

Aguardó con impaciencia su llegada, y cuando apareció, la singular expresión de culpabilidad de su rostro le hizo comprender sin necesidad de palabras que su terrible sospecha era correcta. Hasta entonces, nunca habría imaginado que ella aceptaría una propuesta de matrimonio de nadie que no fuese él.

—¿De modo que es cierto? —preguntó con voz ronca y el estómago retorciéndosele por sentirse traicionado—. ¿Piensas casarte con ese maldito conde?

Como si deseara serenarse antes de dar su respuesta, Eve desmontó para reunirse con él.

—Es cierto que mis padres han organizado un matrimonio de conveniencia para mí.

—¿Conveniencia para quién? ¿Para ellos? —replicó Ryder salvajemente.

—No se trata de eso, Ryder. Si supieras lo cerca que está mi padre de ser encarcelado por sus deudas… —se interrumpió, mordiéndose el labio—. Lord Hayden se propone cancelar todas las deudas, proporcionar una dote a Claire y financiar asimismo los estudios universitarios de Cecil. Y se considera una brillante unión para mí.

La ira y la frustración que sentía se desbordaron.

—Lo que veo es que estás siendo sacrificada con el fin de seguir proveyendo a tu derrochador padre de caballos y carruajes, y financiando sus ruinosos hábitos de juego.

Eve, consternada, trató de aplacarle.

—Seguramente comprenderás que debo casarme bien, Ryder. Siempre he sabido que me correspondía a mí rehabilitar la fortuna familiar, que nunca podría permitirme el lujo de llevar a cabo una unión que no fuese de conveniencia.

—Podrías casarte conmigo.

Ella se lo quedó mirando como si estuviera aturdida, y Ryder le devolvió la mirada… con fiereza. Él no se había propuesto declarar sus intenciones con tal brusquedad, pero el anuncio de Eve le había obligado a ello.

—Si te casaras conmigo, no te verías presionada a aceptar un matrimonio que te repugna. Soy lo bastante rico como para cuidar de ti y de tu familia con distinción y comodidades.

—¡Oh, Ryder! —susurró ella con suavidad. Bajó la mirada—. Eres extraordinariamente amable, pero no puedo aceptar tu ofrecimiento.

—¿Por qué no?

Al ver que no respondía, Ryder avanzó un paso más.

—Podría llevarte lejos de aquí, Eve. Podríamos fugarnos.

Ella esbozó una débil sonrisa.

—La idea es tentadora, lo reconozco —negó con la cabeza y profirió una queda risa—. Pero sería necio por mi parte que la considerara siquiera, en especial ahora que ya es demasiado tarde. Mi padre ya ha aceptado un acuerdo con lord Hayden y no puede retirar su palabra.

Le dedicó otra sonrisa, ésta radiante y valerosa.

—Vamos, Ryder, no es necesario que me tengas compasión. No será tan malo ser la esposa de un conde. Y desde luego, no es repugnante. Lord Hayden está considerado como un excelente partido. Es hermoso, encantador, se mueve en los principales círculos de la sociedad y posee vastas propiedades en Hertfordshire y una mansión en Londres. Pienso sacar el mayor partido de la situación. Seré una excelente condesa, ¿no crees?

Estaba tratando de sosegar su salvaje talante bromeando con él, pero tuvo el efecto contrario: Ryder deseaba golpear algo.

—¿Es por eso por lo que no aceptas mi propuesta? —inquirió—. ¿Porque no puedo hacerte condesa?

—Mamá está empeñada en que me case con alguien que tenga título, es cierto, pero no se trata simplemente de eso…

—Es porque tus padres consideran mis ganancias mal adquiridas.

Ella se encogió de hombros, impotente.

—Yo no puedo originar un escándalo fugándome contigo, Ryder. Mi familia se quedaría desolada y mis hermanos sufrirían por ello.

Él lo comprendía demasiado bien. Ella no podía ir contra su familia —en realidad, contra toda la sociedad— escapándose con un vil mercenario, por muy acaudalado que fuera. Una acción así la marcaría como una paria social y mancillaría a su familia al mismo tiempo.

Ryder sabía que su resentimiento hacia Eve era injusto, pero le indignaba verla forzada a pagar aquel precio por los condenados excesos de su padre, y no podía controlar su amargura. Avanzó un último paso hacia ella, cubriendo la distancia que los separaba. Siempre se había abstenido cuidadosamente de tocarla, de evitar la tentación, pero en ese momento la atrajo hacia sí y la estrechó con fuerza entre sus brazos.

Se proponía besarla, necesitaba besarla con el fin de expresar su impotente ira. No podía detenerse; hubiera sido más fácil detener los latidos de su propio corazón.

Ella separó los labios pero ahogó el grito un instante antes de que él le aplastara la boca con la suya. Se quedó rígida por la impresión ante su inesperado asalto, pero él siguió saqueando su boca, arremetiéndola profundamente con la lengua, como si por pura fuerza de voluntad pudiera obligarla a cambiar de idea y aceptar su oferta de matrimonio en lugar de la que sus padres le habían concertado.

Durante largo rato, Eve permaneció rígida, paralizada. Y luego, de repente, de manera milagrosa, se fundió con él, aferrándose a sus hombros. Le devolvió el beso con fervor, sorprendiendo a Ryder hasta lo más profundo. Por fin, después de todos aquellos años, ella estaba en sus brazos, rindiéndose a su pasión.

Devorando su boca, se dejó caer con Eve en la hierba, luchando por respirar y esforzándose por controlar sus primitivos apremios. Se sentía desesperado, ávido del sabor de ella, de la increíble sensación que tanto le turbaba. Impotente, desplazó la mano por la chaqueta del traje de montar y le cubrió un seno. Ella gimió ante su contacto, respondiendo tan apasionadamente como él sabía que lo haría.

El ronco sonido encendió un fuego terrible en él. Impulsado por la necesidad de poseerla, buscó el borde de la falda de montar y levantó el tejido, arrastrando la palma por el muslo desnudo. De algún modo, confiaba en demostrarle que ella no deseaba un matrimonio a sangre fría con un rico lord. Que le deseaba a él. Pero cuando su mano llegó a la desnuda unión de sus muslos, ella se quedó rígida a causa de la impresión.

—¡No, Ryder! No podemos…

Le apartó la mano frenéticamente y se retorció para liberarse de debajo de su pesado cuerpo. Cuando él la soltó, Eve se levantó precipitadamente con aspecto consternado.

—Eve… ¡Por Dios, Eve!, lo siento.

Ella llevó una mano sobre su boca magullada por la pasión y negó con la cabeza.

—No podemos —susurró de nuevo.

Se volvió, prácticamente corrió hacia su caballo y se instaló en la silla de montar. Con una última y desesperada mirada a Ryder, espoleó la montura a medio galope y huyó de la pradera. Él se quedó allí, viendo cómo se alejaba, con la hoja de un frío cuchillo retorciéndose en su estómago.

Maldiciendo aquel recuerdo mientras se encontraba ante la ventana del salón, Ryder se pasó la mano toscamente por sus negros cabellos. Si Eve no le hubiera detenido, la habría tomado en medio de la pradera como a una vulgar prostituta, sin ninguna consideración a su inocencia.

Debería haber sido azotado por actuar de manera tan salvaje. Tal vez, siguió reflexionando más tarde, después de todo no la merecía. Y no simplemente por tener sangre en las manos.

La sociedad le consideraba un asesino con una alma mancillada, sin embargo, el estado de su alma nunca le había preocupado en serio con anterioridad. Él no podía lamentar honradamente haberse convertido en un mercenario, puesto que había sido su modo de salir de la pobreza. Había vendido sus servicios a varios ejércitos privados, era cierto; su padre había sido granadero en el ejército británico y le había enseñado los principios de los explosivos a temprana edad. Ryder se había convertido intencionadamente en un experto en armas de fuego y en el diseño de armas explosivas, habilidades apreciadas en la guerra.

Conocía un centenar de maneras de matar…, aunque también sabía cómo proteger. La realeza extranjera pagaba bien para mantenerse a salvo de la amenaza de espías y asesinos. Fue mientras actuaba como guardaespaldas personal de un príncipe ruso cuando Ryder se había ganado su primera recompensa espléndida, que se había convertido en la semilla de su futura riqueza.

Pero los altivos aristócratas como los padres de Eve nunca podrían aceptar a un antiguo mercenario para su preciosa hija. Y Ryder había comprendido la sensatez de desvincularse de su pasado, por lo menos ante los ojos de la sociedad.

No obstante, era el comportamiento que había tenido con Eve aquel día el que le desquiciaba y le dejaba con una violenta necesidad de hacer algo más de su vida, de convertirse en un hombre mejor y más digno. De resultas de ello, había destinado sus habilidades a una causa más importante que proteger a la rica realeza: se había unido a los guardianes de Cyrene, una orden secreta con siglos de antigüedad, dedicada a un noble ideal y que públicamente funcionaba como una sección menor del Ministerio de Asuntos Exteriores británico con un cuartel general ubicado en la isla.

Ryder se había alegrado por su nuevo propósito, más aún al serle confiada su primera misión y una razón para abandonar Cyrene, porque se negaba a quedarse y ver a lady Eve casada con otro hombre.

Durante aquellos seis años había dedicado su vida a servir a la causa de la orden. Había encontrado plena satisfacción entre los guardianes, y su ocupación se había convertido en una pasión.

Durante todo aquel tiempo, se había esforzado denodadamente para autoconvencerse de que Eve ya no significaba nada para él. Sin embargo, si era totalmente sincero, debía reconocer que su anhelo por ella no había disminuido nunca completamente.

Y ahora se había quedado viuda. Y todo había cambiado.

Ryder no podía negar los intensos latidos de su corazón ni el agitado dolor que crecía en su pecho.

Aún deseaba a lady Eve como su esposa.

Y se proponía ganársela. Ella era el símbolo de todo lo que siempre había ansiado. Simbolizaba todo aquello por lo que había tenido que luchar durante toda su vida por causa de sus orígenes plebeyos y su cuestionable pasado. Se proponía demostrar a su aristócratico mundo que era lo bastante bueno como para aspirar a formar parte de sus filas elitistas.

Y lo más importante, siendo Eve su esposa, podría por fin satisfacer el deseo largo tiempo abrigado por ella.

Sin embargo, sabía que tendría que proceder con cuidado. Ella probablemente se resistiría. Pero en esta ocasión él triunfaría.

Ryder se volvió bruscamente para salir del salón. Tenía que hacer planes.

Desde luego, le concedería a Eve un adecuado período de luto. Pero entretanto haría todo cuanto estuviera en su poder para despejar el terreno y eliminar cualquier objeción exterior a su cortejo. Se aseguraría de que no sólo era bien recibido entre la alta sociedad, sino que se movía en los mismos ensalzados círculos que ella.

Reclamaría todos los favores que se le debieran, se aprovecharía de todas las obligaciones, de toda su riqueza, bien o mal adquirida.

Y luego, nada ni nadie le impedirían ganarse a Eve Seymour para convertirla en su esposa.