Capítulo 9

Una noche de puro placer. La extravagante oferta resonaba tentadora en los oídos de Eve. La perspectiva era increíblemente apetecible.

Aspiró temblorosa preguntándose si se atrevería a aceptar su escandalosa propuesta. Ella no creía que él realmente la obligara a acceder, aunque lo hubiese convertido en una condición para su capitulación. No, lo más probable era que estuviera actuando en consideración a ella. Ryder se sentía apenado por ella.

Con un chispazo de desafío en el pecho pensó que no le gustaba ser compadecida. Y sin embargo, no podía discutir su razonamiento. Había dejado que el temor la dominase durante demasiado tiempo. La propia idea de tener intimidad física con un hombre la turbaba…, aunque ese hombre fuese Ryder.

Agitó bruscamente la cabeza. No podía creer que realmente estuviera considerando la posibilidad de dejarse atraer a una romántica indiscreción con Ryder. Otras viudas podrían disfrutar con tal extravagante conducta, pero ella tenía que pensar en su familia; en especial, en Claire.

—No puedo —dijo por fin—. No me atrevería a arriesgar mi reputación, puesto que el más mínimo escándalo podría echar a perder las posibilidades de que Claire encontrase una pareja adecuada.

—Una noche juntos puede organizarse discretamente.

Ella enarcó las cejas. Oveja Negra

—¿Cómo?

—Puede confiármelo a mí. Yo dispondré lo necesario para que mantengamos el más estricto secreto.

Eve miró con fijeza los negros ojos de Ryder, tratando de resistirse al peligro que atraían y provocaban. Él le estaba proponiendo una breve relación amorosa mantenida en secreto. Y ella deseaba llegar a superar su temor…

«No», rectificó, obligándose a ser sincera. Deseaba más que simplemente destruir sus temores a las relaciones carnales. La auténtica realidad era que ansiaba experimentar verdadera pasión por primera vez en su vida. No le cabía ninguna duda de que Ryder podía mostrársela.

Y aún más, aquélla podía ser su única oportunidad de estar con él. Una vez que Ryder escogiese una esposa, sería moralmente censurable que se permitieran ninguna relación amorosa.

—Vamos, condesa —la acució él, reflejando en la mirada un asomo perverso—, ¿no está algo cansada de ser sumisa y correcta?

Eve no sintió necesidad de responder a aquella pregunta: él conocía tan bien como ella la respuesta.

—Se merece un poco de placer en su vida. Se ha sacrificado por su familia durante años, ignorando sus deseos.

Aquello era cierto; había reprimido todos sus propios deseos, sus esperanzas y sus sueños. Nunca había tenido libertad para hacer lo que realmente deseaba, para vivir su vida exactamente como quería, sin que nadie controlara todas sus acciones o le exigiera que se comportase con la estricta propiedad debida a su importante rango.

La chispa del desafío estalló ardientemente en su interior y la espoleó mientras discutía consigo misma. Entregarle una noche a Ryder no significaba renunciar a su libertad duramente conseguida. No estaría cediéndole el control de su vida. No volvería a verse atrapada e impotente ante él.

Desde luego, nunca consideraría una aventura con ningún otro hombre que no fuese Ryder. Y una noche juntos no era necesario que condujese a nada más profundo ni más significativo. Relaciones carnales, nada más. Una noche de relaciones sexuales.

Una muestra de pasión.

Era todo cuanto ella deseaba. Se prometió a sí misma que se sentiría satisfecha con una noche.

Finalmente, le resultaba imposible resistirse a su propuesta. O más sinceramente era imposible resistirse a él.

—Muy bien —dijo sin aliento—. Una noche, pero nada más.

Ryder la había estado observando atentamente mientras ella se lo pensaba, pero ante su respuesta le brillaron los ojos de satisfacción.

—Bien. Me encargaré de los preparativos y la informaré.

Eve trató de reprimir el pánico que de repente se apoderó de su estómago y luchó contra el cobarde apremio de cambiar de idea.

Pero nunca se permitiría ceder a ello, aunque tenía la vaga sospecha de que acababa de devaluar su alma.

Ryder demostró ser un hombre de palabra. Organizó los preparativos para tres noches más tarde y le dijo que la recogería en una puerta lateral de su casa a medianoche, cuando todos los demás estuvieran acostados con seguridad.

En una docena de ocasiones, Eve estuvo a punto de decirle que se lo había repensado. Pero cuando llegó el momento le estaba aguardando llevando una capa con capucha.

Ryder sonrió brevemente a modo de aprobación, y luego la condujo a cierta distancia de la plaza, donde los esperaba su carriola. Le explicó que no había llevado ningún mozo porque no deseaba contar con testigos. Aunque había informado a Macky de que ambos saldrían durante unas horas para que su protector no se alertase si descubría que ella no se encontraba en casa.

No obstante, Ryder le aseguró que Macky era la discreción personificada. Lo que le hizo recordar a Eve lo que le habían contado acerca de los guardianes. Ryder demostraba tan despreocupada naturalidad que le hizo sospechar que en numerosas ocasiones antes de aquélla se había dedicado a similares actividades clandestinas.

La noche era fría y húmeda porque había llovido gran parte del día. Pero las nubes ya se habían disipado y una brillante luna los bañaba a ambos con plateado resplandor.

Aunque Eve dedicó poca atención a la belleza. Preguntándose acerca de lo que iba a suceder, estaba sentada en silencio, junto a Ryder, con todos los sentidos en tensión y los nervios de punta. Sentía una presión en el pecho y el estómago a causa de la excitación, sólo un ligero temor. Eso sí, la invadía una inquieta expectación.

No tuvo que aguardar mucho tiempo. En menos de veinte minutos, se detuvieron ante una elegante casita al norte de Londres. Eve reconoció la zona como St. John’s Wood, donde los caballeros solían instalar sus nidos de amor con sus amantes. Sabía que su propio marido lo había hecho así.

Pero inmediatamente desechó aquel pensamiento, negándose a permitir que desagradables recuerdos de su matrimonio le estropeasen la velada. A decir verdad, su difunto marido era la razón por la que ella se encontraba allí aquella noche. Confiaba en superar el temor y la repugnancia que él siempre le había hecho sentir cuando acudía a su lecho.

—La casa pertenece a una conocida mía —le dijo al ver que ella fruncía el cejo.

—¿No le importará que la utilicemos?

—Se trata de Venus, que posee cierto número de casas de placer para comodidad de sus clientes.

Eve enarcó una ceja.

—Deduzco que Venus es una prostituta.

—Aún más escandaloso —repuso él, divertido—. Es una famosa madame que regenta uno de los clubes de pecado más prósperos de Londres. Pero tanto ella como sus sirvientes son sumamente discretos, y este lugar es ideal para nuestras necesidades.

—Pienso que tal vez he cometido un error, Ryder.

—No albergue dudas ahora, querida. Resérvelas hasta que haya visto el interior. Es digno de contemplarlo, créame.

Cuando salió un mozo para hacerse cargo de la carriola y los caballos, Ryder se apresuró a cubrirle más el rostro con la capucha para ocultar sus rasgos. Luego, tras ayudarla a apearse, la condujo hacia el interior de la casa.

Eve pensó que la decoración era realmente asombrosa mientras hacía un breve recorrido con Ryder por la primera planta, brillantemente iluminada. El mobiliario era elegante, exquisito, pero todas las habitaciones —el vestíbulo de entrada, el salón, el comedor e incluso la sala de billar— estaban repletas de estatuas y pinturas de amantes desnudos en diversas poses.

El gran dormitorio de la planta superior era sólo algo menos sutil porque las pinturas parecían más apropiadas allí. O tal vez fuese simplemente porque la luz de las lámparas había sido atenuada.

En cierto modo, por sorpresa de Eve, el efecto era realmente cálido y acogedor. En la chimenea ardía un fuego —producto de invisibles sirvientes— y en una mesita auxiliar había licoreras con diversos vinos y bebidas junto con un ligero refrigerio a base de pan, queso, carnes y diversas clases de fruta.

No obstante, Eve se encontró fijando la mirada en el alto lecho con cuatro columnas, cuyo cubrecama había sido doblado a un lado y exhibía blancas sábanas de satén.

—De modo que así son este tipo de guaridas —observó, tratando de tomarse a la ligera su poco familiar entorno—. Nunca había visto ninguna.

En aquel momento, Ryder cerró la puerta con suavidad, y Eve se puso bruscamente en tensión. Cuando él fue hasta ella para quitarle la capa, la conciencia de lo que estaba ocurriendo le tensó la piel y le hizo que se estremeciera.

—Sabe que no pienso abalanzarme sobre usted —le dijo él con despreocupación, evidentemente tratando de tranquilizarla y hacerla sentirse cómoda—. Primero, tomaremos una copa de vino y luego decidiremos cómo proceder. ¿Tiene apetito?

—No, no he podido probar bocado.

La nerviosa palpitación de su estómago, de pronto, se había convertido en un nudo brutal de ansiedad.

Ryder la condujo con suavidad a un elegante diván que se hallaba ante el fuego y la hizo sentarse mientras le servía una copa de vino. Regresó para reunirse con ella en el asiento y le tendió la copa.

—Tome, beba. Tal vez esto tranquilizará sus nervios.

Eve profirió una leve risa.

—No creo que eso sea posible.

—Desde luego que lo es —Ryder se relajó contra el asiento, observándola—. Iremos paso a paso, querida. Usted tendrá un control absoluto durante toda la noche.

Ella tomó un trago de vino, tratando de aliviar la sequedad de la garganta. Aunque cuando Ryder le recogió la copa, sintió la tensión de todos sus músculos a modo de autodefensa.

Ante su evidente alarma, él primero se quedó inmóvil y luego emitió un sonido impaciente con la lengua.

—No se le permite tener miedo de mí, querida. Le prometí una noche de placer y me propongo cumplir la promesa plenamente. Comprenda que mi orgullo varonil está en juego.

Al distinguir el tono divertido de su voz se volvió a mirarle. La luz del fuego jugueteaba en sus ojos del color de la medianoche y revelaba un tierno brillo que sabía que estaba destinado a tranquilizarla. Sin embargo, se sentía profundamente vulnerable e insegura.

Ella odiaba la debilidad y el temor.

—Si no le importa, quisiera acabar cuanto antes con esto.

Él suavizó su expresión, pero negó con la cabeza.

—En realidad, sí me importa. No me gustan las precipitaciones.

Lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, tomó un sorbo de vino, y luego le entregó de nuevo la copa a ella. No obstante, a Eve le temblaban tanto las manos que apenas pudo sostenerla.

—Míreme, estoy temblando como un cordero recién nacido. Por favor, cójala usted.

Le devolvió la copa, entrelazó los dedos en su regazo y se quedó sentada mirando el fuego con fijeza.

Ryder dejó la copa a un lado y le tocó la mejilla con la punta de los dedos.

—Soy simplemente yo, Eve. Me conociste cuando era un joven inexperto. Me enseñaste a bailar, ¿recuerdas? Hacer el amor no es más complicado que eso.

—Tal vez no para ti.

Ryder observó cómo ella mantenía la espalda rígida; su pose revelaba un inequívoco temor. Comprendió que estaba petrificada. Aspiró lentamente, decidido a no hacer nada que pudiera asustarla más. Deseaba que Eve conociera la auténtica pasión. Deseaba mostrarle todo el placer posible que podía existir entre un hombre y una mujer. Y se proponía utilizar todas las armas seductoras de su arsenal para conseguirlo. Pero primero tendría que ganarse su confianza.

Ardía de ternura mientras estudiaba las delicadas líneas de su rostro iluminadas por el fuego.

—Eve, sé que tienes montones de recuerdos desagradables, pero te prometo que aunque yo no haga nada más esta noche, me propongo ayudarte a desterrarlos.

Al ver que se mantenía muda, intentó otra táctica:

—Años atrás, en Cyrene, eras la joven más valiente que conocía. Desde luego sigues siendo lo bastante valiente como para enfrentarte a esto ahora.

Al cabo de un momento, ella asintió:

—Supongo que sí —irguió la barbilla como si estuviera preparándose para una batalla, y aspiró prolongada y desigualmente—. Pero ¿podemos empezar ya, por favor, Ryder? El retraso sólo logra empeorarlo.

—De acuerdo, entonces. Me gustaría comenzar por tus cabellos. ¿Puedes soltártelos para mí?

Ella vaciló un momento y retiró las horquillas. Los latidos del corazón de Ryder parecieron llenarle el pecho mientras observaba la rica mata dorada como la miel en libertad.

—Tienes unos cabellos encantadores —murmuró, casi reverente, alzando la mano para tocar aquella brillante cascada de satén iluminada por el fuego.

Eve, por lo menos, no retrocedió, pero se mantuvo por completo inmóvil, mientras él deslizaba los dedos por los ondulados mechones, deleitándose con su increíble textura.

Al fin, ella se removió impaciente.

—¿Y ahora qué, Ryder?

—Paciencia, querida. Esto es simplemente un preludio erótico, y es de suma importancia.

Ella le dirigió una perpleja mirada.

—¿Por qué?

—Porque dejarás de encogerte como si fueras tan rígida como un bloque de roble dispuesto para el hacha del leñador y te parecerás algo más a una mujer que está a punto de pasar la noche más fantástica de su vida.

Aquello aportó una pizca de esperanza a su expresión y asintió, aunque de mala gana. Con un evidente esfuerzo por relajarse, se echó hacia atrás y le dejó jugar con sus cabellos. Y pareció que sus caricias la ayudaban, en cierto modo, a aliviar su rigidez.

Por fin, Eve se arriesgó a dirigirle otra mirada.

—Creo que puede haber funcionado, Ryder. Ya no estoy tan tensa.

—Bien; entonces podemos proceder con el segundo paso de la seducción.

Los labios se le estremecieron en una temblorosa y atrayente sonrisa.

—Tendrás que decirme qué viene después. No tengo la más ligera idea de lo que debo hacer.

El corazón se le derritió.

—El sistema habitual consiste en que te desnudes. ¿Deseas que haga yo los honores, o lo harás tú?

—No, lo haré yo.

Rechinándole los dientes, ella se inclinó para quitarse los escarpines y las medias. Luego, se levantó y se colocó de espaldas a él mientras se quitaba el vestido. No llevaba puesto el corsé, por lo que se quedó tiritando con su camisa durante un rato prolongado, hasta que por fin se despojó de la prenda por la cabeza.

Ryder se quedó sin aliento al ver su pálido cuerpo desnudo.

—Vuélvete, Eve —dijo suavemente.

Ella obedeció con aire majestuoso, demasiado orgullosa para encogerse.

El aire le abandonó por completo los pulmones. Ella era dolorosamente hermosa. Desde sus altos y maduros senos hasta el triángulo de oscuros rizos dorados que protegían su feminidad, era erótica y sensual…, una pura fantasía masculina.

Todas las partes de ella impactaban en sus sentidos. Sus pezones eran rosas exquisitamente morenas que lo provocaban para ser besadas, su estrecha cintura, sus caderas dulcemente curvadas, sus muslos de cremosa seda…

Ryder la contemplaba embelesado, sintiendo el lento golpeteo de su corazón latiendo con dolorosa expectación, vivamente consciente de sus ingles, donde se acumulaba una sensación densa y pesada. Eve no tenía ninguna idea de su atractivo, pero podía seducir a la luz de la luna sin esforzarse en absoluto.

Desvió de nuevo su mirada a sus leonados cabellos que se desparramaban por los hombros desnudos. Luego, fijó los ojos en los de ella, aquellos ojos azulísimos que le observaban tan cautelosamente.

Ryder se levantó con lentitud, controlando sus brazos, que deseaban rodearle el cuerpo. Eve era la única mujer que siempre tenía el poder de producirle aquella clase de dolor.

Avanzó un paso hacia ella, y luego se esforzó por detenerse. Podía distinguir el inconsciente anhelo en sus ojos, aunque le estaba mirando como si él estuviera a punto de causarle daño.

«¡Dios!, dame fuerzas para ir despacio», rogó en silencio.

Aspiró profundamente para introducir aire en su tenso y doloroso pecho. Estaba mareado de deseo por ella; su cuerpo ya ardía pensando en hacerle el amor a Eve por primera vez. Pero tenía que ser cuidadoso.

Y ciertamente, no había ninguna prisa. Había esperado media vida para aquello. Ahora, por fin, podía reclamarla después de todos aquellos años.

Se desplegó en él una sensación que le hizo casi imposible respirar. Tenía las ingles plenas y doloridas, pero era su corazón el que se inflamaba hasta el punto de estallar. En su interior, sentía como un flechazo de anhelo tan profundo que se convertía en dolor físico. La necesidad de tomarla fluía por él como fuego líquido.

«¡Maldita sea!, has de controlarte!», se reprendió a sí mismo en silencio. Deseaba controlarse. Ahora que el momento por fin había llegado, quería que durase eternamente, prolongarlo, escurrir todas las dulces y abrasadoras gotas de placer de su unión. Con infinito cuidado se aproximó para tomar a Eve en sus brazos. Su sutil perfume le atraía, dulce y fresco como las flores silvestres que brotaban en la pradera donde en otro tiempo se encontraban.

Sin apenas respirar, Ryder deslizó los brazos, la rodeó y la atrajo hacia sí.

Durante un momento, él simplemente la sostuvo, deseando que se apaciguasen los latidos de su corazón. Luego, con manos temblorosas, comenzó a acariciarle los cabellos, los hombros, el suave contorno de la espalda desnuda, las curvas de las nalgas…

Comprobó, aliviado, que su ternura surtía el efecto deseado. Pareció desaparecer su rigidez y por fin se refugió en su abrazo. Tras un largo rato, Ryder retrocedió para contemplarla. Eve había cerrado los ojos apretándolos con firmeza, pero entonces los abrió.

—Ryder…, temo… que no encuentres ningún placer en mí.

Él mantuvo una voz queda y solemne.

—Precisamente ahora todo cuanto me importa es tu placer. Permíteme demostrártelo.

Su mirada estaba fascinada en la suave y roja boca, y se inclinó para rozarle tiernamente la carne. Al ver que ella no respondía, aumentó la presión y deslizó la lengua ligeramente entre los tensos labios, pidiéndole que los separara para él.

Percibió que ella cedía un poco, por lo que siguió con suaves mordisqueos y pellizcos, engatusándola para que abriese la boca.

Cuando por fin ella cedió, él tomó su boca plenamente, en un profundo y dulce apareamiento de lenguas. Al mismo tiempo, desplazó las manos hasta llevar las palmas a sus senos para amasarlos suavemente.

A modo de respuesta, Eve se arqueó contra la deliciosa acción. Sabía que los suaves gemidos que profería no eran resultado del temor, sino de la sorprendida admiración ante el placer que Ryder le estaba haciendo sentir. Estaba temblando, pero los estremecimientos que recorrían su cuerpo no tenían nada que ver con el temor. Sentía las caricias de Ryder como si fuese un sueño.

Nunca había saboreado un beso que prometiera y cortejara como aquél. Nunca había sentido nada como los suaves y hábiles movimientos de sus manos. Nada como su envolvente calidez, su ternura.

Cuando por fin él se retiró, ella se sintió realmente decepcionada.

—Ahora me toca a mí desnudarme —la informó Ryder.

Eve observó en silencio cómo él procedía a quitarse la chaqueta, el chaleco, la corbata, y luego los pantalones y los calzoncillos, y por fin, su camisa de linón.

Ryder se quedó muy quieto, dejando que ella asimilara todos los detalles de su cuerpo, con la mirada acalorada y apremiante mientras observaba su reacción. Eve se olvidó de respirar mientras le contemplaba con impotente fascinación.

Si un hombre podía considerarse hermoso, ése era Ryder. Su bien moldeado cuerpo era perfecto, esbelto e impecable, musculoso y puramente masculino. Tenía anchos hombros, caderas estrechas, y sus piernas eran largas y poderosas. Ella sintió el espontáneo apremio de acariciarle, sólo para ver si su cuerpo era tan duro y vital como parecía.

Y además, del nido de rizado negro vello de sus ingles sobresalía la audaz evidencia de su erección larga, inmensa e hinchada. Eve no podía apartar los ojos de aquella rígida carne masculina que un hombre podía blandir como una arma. Sin embargo, se esforzó por permanecer inmóvil. No deseaba evadirse; no deseaba sentirse asustada. En realidad, no estaba asustada.

Fue como si él pareciese saber lo que ella estaba sintiendo.

—Ven aquí, Eve. Deseo que me toques por todas partes para que te familiarices con mi cuerpo.

Ella no podía negarle nada que él desease. Sus negros ojos se mostraron seductores cuando ella se dispuso a obedecer.

—Tócame, querida.

—¿Dónde?

—Donde quieras.

Eve levantó vacilante las manos y las deslizó por la tersa piel de sus brazos y por sus poderosos hombros, donde sus músculos se tensaban y estremecían.

Estaba más caliente de lo que ella esperaba. El contacto de su piel era ardiente y aterciopelado. De hecho, abrasaba y estaba duro y vibrante por todas partes. Pero eran sus ojos los que estaban encendidos. La piel le ardía a Eve por dondequiera que él la miraba, como si la caricia de sus ojos fuese un contacto físico.

—Trata de relajarte, hermosa.

Aquella informal palabra cariñosa no le pareció torpe ni fuera de lugar. Ryder la hacía sentirse hermosa y deseada.

Con el corazón acelerándose a un ritmo feroz, Eve comprendió que él la deseaba. No había ningún malentendido en el calor de sus ojos.

Una queda tensión vibraba entre ellos, henchida de inconfundible conciencia sexual. Sin embargo, Eve no sintió ningún temor cuando él se aproximó más y sus cuerpos entraron en contactó. Experimentó entonces la sensación de la carne contra la carne desnuda, de una piel vibrante contra otra igualmente vibrante. Ni siquiera se asustó cuando él presionó su virilidad contra la parte más femenina, puesto que Ryder la distrajo volviendo a besarla… Fue un roce como el de una pluma de su sensual boca que tuvo el poder de hacerla arder de pasión.

Un suspiro flotó contra los labios de Ryder incluso antes de que éste volviese a acariciarla. Los dedos masculinos ondearon por los tensos músculos de su cuello y sus hombros, y luego más abajo, para asirle los antebrazos.

Ella se removió impaciente cuando concluyó el beso, pero él siguió deslizando los labios hacia abajo por su garganta. Luego, inclinó la cabeza más abajo, hacia su seno, y envolvió la cúspide con sus cálidos labios. Eve se quedó conmocionada por la intensa y agradable sensación que recorría su cuerpo.

Se aferró débilmente a él mientras Ryder chupaba primero un pezón y luego el otro, prodigando exquisita atención a las tensas y doloridas puntas. Cuando ella profirió un ronco jadeo desde la garganta él pareció satisfecho.

Abandonando sus excitantes caricias, le cogió la mano y la condujo a un lado del enorme lecho. Eve volvió a sentir bruscamente que se reavivaba su temor, pero Ryder se limitó a centrar su atención en la mesita de noche, donde se encontraba una bolsita de satén rojo y varios frascos de un líquido ambarino.

Curiosamente sacó de la bolsita una pequeña esponja, a la que estaba unido un delgado cordón, y abrió uno de los frascos.

—Esto es brandy. Empaparemos la esponja y la colocaremos profundamente entre tus muslos para evitar que arraigue mi simiente.

Eve le miró, desconcertada. Por fin, comprendió que a él le preocupaba el peligro de un embarazo.

—Dudo de que sea necesario, Ryder. Probablemente soy estéril. No he concebido un hijo en seis años de matrimonio.

—Podía haber sido por causa de tu marido si su simiente no era lo bastante potente.

Separó los labios con una breve expresión de asombro. Ella nunca había considerado que Richard pudiera ser el culpable, que él pudiera haber sido incapaz de darle el hijo que tan desesperadamente había deseado, aunque siempre la había responsabilizado por no concebir.

—No deseo arriesgarme al escándalo de dejarte embarazada —añadió Ryder con aire despreocupado.

—Gracias —murmuró Eve—. Ningún otro hombre que conozco sería tan considerado.

—Es hora de que comprendas que no soy como cualquier otro hombre, querida.

Su tono era ligero, aunque algo protector e intensamente íntimo. Sus ojos brillaban antes de concentrarse en empapar la esponja.

Cuando hubo concluido, colocó a Eve de modo que sus muslos y nalgas descansaran sobre el alto borde del colchón. Luego, de manera sorprendente, se arrodilló a sus pies. Ella se sonrojó, avergonzada, mientras él le separaba suavemente los muslos, pero se mantuvo inmóvil y apuntaló los brazos tras de sí en el lecho.

Cuando él hundió un dedo en su interior para explorar la misma esencia de su feminidad, Eve ahogó un grito. Luego, Ryder deslizó la esponja profundamente en ella como había prometido y Eve cerró los ojos con fuerza; el calor escarlata de su vergüenza contrastó intensamente con el excitante frescor del brandy.

Transcurrieron algunos segundos hasta que Eve se dio cuenta de que Ryder se había quedado totalmente inmóvil. Al ver que guardaba silencio, se esforzó por abrir los ojos para mirarle. Comprendió que él había estado esperando precisamente aquello.

Aún sosteniendo su mirada, Ryder desplazó las manos de sus muslos a sus caderas, lo que hizo que se pusiera nuevamente en tensión.

Como para defenderse le puso la mano en los hombros, tratando de ganar tiempo.

—Ryder…, probablemente te decepcionaré. No soy… apasionada.

Él la miró a través de los párpados entornados.

—Eres increíblemente apasionada, Eve. Sólo necesitas que alguien te muestre cómo revelarte. Ahora silencio —le ordenó con suavidad—; déjame proseguir con mi seducción.

Su sonrisa era apaciguadoramente tierna. Pensó que aquella hermosa sonrisa tenía el poder de cautivarla. Sin embargo, era la seductora y densa negrura de sus ojos la que la tenía encantada.

Obedeció y guardó silencio. El tranquilo chasquido del fuego era el único sonido, mientras sombras negras y doradas les circundaban. Entonces, Ryder se inclinó para besarle el vientre, mientras deslizaba los dedos entre sus muslos.

De pronto, Eve se sintió asaltada por multitud de sensaciones. La boca de Ryder era como cálida seda sobre su piel. Y descubrió con rapidez que las partes interiores de sus muslos estaban insoportablemente sensibles, mientras sus dedos las acariciaban y se deslizaban con lentitud y suavidad hacia arriba. Al igual que su hendidura femenina. Se esforzó por acordarse de cómo respirar cuando Ryder usó los dedos para separar los delicados pliegues. Ella se llenó las manos con su densa y sedosa mata de cabello, y se aferró a él.

Entonces, Ryder desplazó la boca más abajo, hacia los rizos de la unión de sus muslos, y cuando encontró el íntimo centro, lo besó con suavidad.

Eve aspiró profundamente, asombrada ante el escandaloso acto de Ryder…, y aún más por el suave y lento fuego que se filtraba por sus venas. Las rodillas le temblaban, pero se mantuvo rígida, como si el calor de su contacto no estuviera vertiéndose en su cuerpo.

Él arrastró la lengua sobre el henchido capullo de su sexo una, dos veces, haciendo que ella curvase los dedos instintivamente en los negros rizos de los cabellos de Ryder. Luego, desplazó las manos hasta sus caderas y comenzó a excitarla de manera despiada, mordisqueando y chupando con suave minuciosidad.

Eve se estremeció cuando se apoderó de ella una cegadora vibración de sensaciones primarias. Tampoco duró mucho, hasta que estalló en su interior una poderosa tormenta de fuego.

Cambió de asidero y se aferró ciegamente a Ryder, clavando los dedos en los músculos de sus hombros, mientras acalorados temblores ondeaban por su cuerpo y el mundo a su alrededor se desmoronaba.

Las rodillas casi se le doblaban, pero Ryder la sostuvo. Eve apenas era consciente de que la había levantado y la estaba trasladando de nuevo al colchón de plumas. Pero entonces la cubrió su sombra y la cruda realidad de un hombre surgiendo amenazante sobre ella le provocó un frío pánico.

Ryder debió de percibir un sonido ahogado de temor porque, al instante, se quedó inmóvil.

—Tranquila, querida —murmuró suavemente mientras la levantaba con lentitud en el lecho—. No sucederá nada que tú no desees.

Sintiéndose mortificada, Eve se desplazó para recostarse contra el cabezal sobre las rodillas enroscadas, y observó cómo Ryder iba a coger la copa de vino. Regresó al lecho y se acomodó junto a ella, descansando la espalda contra las almohadas. Entonces, le ofreció un trago que ella aceptó agradecida, algo avergonzada por su cobarde respuesta.

—Ése era el siguiente paso —comentó Ryder con despreocupación—. Preparar tu cuerpo para recibirme. Tú eres de naturaleza seca y tensa, por lo que necesitas cierta ayuda. Descubrirás que ahora las relaciones sexuales son mucho más fáciles.

Al ver que ella le miraba con escepticismo, Ryder sonrió y le cogió los dedos, guiándolos hacia su núcleo femenino.

—Tócate si no me crees. Sentirás cuán mojada estás.

Ella le obedeció con las mejillas sonrojadas. Ciertamente su entrada femenina estaba empapada por una humedad resbaladiza.

—¿Cómo lo sabías?

—Por experiencia —repuso Ryder, divertido—. Es la natural respuesta de tu cuerpo al placer, algo de lo que anteriormente nunca habías disfrutado. Pero ahora sentirás poco dolor.

—Si tú lo dices —repuso ella, dudosa.

Se dispuso a echarse hacia atrás para tenderse de espaldas, pero Ryder negó con la cabeza.

—¡Oh, no, querida! Prefiero que tomes tú la delantera.

—¿Yo?

—Sí, tú. A partir de ahora no voy a tocarte. Si deseas hacer el amor tendrás que llevar la iniciativa.

—Pero no sabría por dónde empezar.

—Puedes comenzar acariciándome con las manos.

Intrigada por aquella idea, Eve observó cómo Ryder se reclinaba hacia atrás entre las almohadas. Sombras y luces se deslizaban sobre él, acentuando su esbelta figura, las poderosas líneas de su cuerpo. La salvaje y primitiva belleza de sus formas la excitó.

Incluso con gran asombro por su parte, su masculinidad la atrajo. Fijó la mirada en el negro y arremolinado nido de vello que encubría su dureza. La evidencia de su deseo se mostraba rígida, enardecida, densamente henchida.

—Así pues, ¿qué deseas hacer? —la acució Ryder, estimulante—. Esta noche puedes darte rienda suelta, Eve.

Él le estaba ofreciendo el control absoluto, concediéndole el poder de detenerse o proseguir como deseara. Un laberinto de emociones surgió en su interior, y la principal entre ellas fue la gratitud por su comprensión.

—Deseo tocarte —murmuró.

—Yo también lo deseo.

Ella le tocó vacilante el muslo, sintiendo la textura ligeramente áspera de su piel, el sedoso y fino vello que salpicaba sus piernas. Pero cuando dudó en seguir adelante, él le movió la mano para que cubriera su denso y vibrante calor.

—Acaríciame, querida.

Ella cerró los dedos sobre su erección.

—¿Así?

—Sí.

Su melancólica sonrisa le hizo comprender que era exactamente lo que él deseaba.

Tensando los dedos alrededor de los de ella, Ryder le mostró cómo tocarle, aleccionándola; le mostró el modo de acariciar su virilidad al mismo ritmo lento que él utilizaba para complacerla. Su mano, alternando entre tímida y audaz, obedecía su mando.

Eve pudo discernir por su acelerada respiración que le estaba excitando más. Y sin embargo, no bastaba. Tenía el extrañísimo anhelo de inclinarse y posar allí sus labios.

Cediendo a ello, se inclinó sobre él, percibiendo el olor de su piel limpia y cálida, y de la almizclada erección viril. La fragancia era potente a sus sentidos. Y cuando tocó con sus labios la rígida carne masculina, descubrió que al fin y al cabo no era tan amenazadora. En lugar de ello, resultaba aterciopeladamente dura, palpitante y magnífica.

Ante su suave beso, resonó un quedo gemido en la garganta de Ryder. Cuando ella le miró, buscando su aprobación, pudo distinguir algo brillante y fiero resplandeciendo en sus ojos. Pero se mantuvo inmóvil, aguardando a que ella procediera como quisiese.

Lo que Eve deseaba era sentir el resto de su piel. Albergaba el inmenso apremio de deslizar las manos por todo su esbelto, ardiente y musculoso cuerpo. Cuando cedió a aquella necesidad, desplazando los dedos por su tenso y liso abdomen hasta su duro pecho, el anhelo se prendió en su propio pecho.

Era sorprendente cómo tocar a Ryder de aquel modo la hacía desear que él la tocara a ella; cómo la hacía sentirse débil y, al mismo tiempo, increíblemente poderosa; cómo su deseo despertaba algo primitivo, poderoso y femenino dentro de ella. Sentía una temblorosa profundidad en su vientre, una cosquilleante plenitud en sus senos, una vibrante humedad entre los muslos.

—¿Deseas hacer el amor, Eve? —le preguntó él con voz repentinamente profunda y ronca.

—Sí —repuso ella sin vacilación, con la voz asimismo áspera.

—Entonces, ven aquí.

Cuando él le tendió los brazos, Eve fue hacia ellos, disponiéndose a tenderse a su lado, pero Ryder la sorprendió acomodándola completamente sobre él.

Entonces, le separó los muslos, de modo que quedó a horcajadas sobre su cuerpo.

—Ahora puedes hacer los honores.

Se le desorbitaron los ojos al comprender que deseaba que ella le montase, puesto que antes nunca había imaginado hacer el amor en aquella posición. Podía sentir la rígida y acalorada longitud de su sexo marcándola como acero abrasador. Aunque de buen grado, apuntaló las palmas en sus hombros y se apoyó en las rodillas.

Se puso tensa cuando el duro grosor tanteó su hendidura, pero Ryder se limitó a sonreír.

—Relájate, Eve. Iremos tan lenta y cuidadosamente como necesites.

Sostuvo su mirada mientras le ponía las manos en las caderas para guiarla con el más ligero de los contactos. Sin embargo, ella estaba completamente al mando.

Sin apenas moverse, Eve, lentamente, descendió sobre su henchido miembro, que se introdujo un poco en su interior. Era plenamente consciente de la intensa intrusión, de la creciente presión que le quitaba la respiración. Sin embargo, pese a la tensión, no se producía auténtico dolor. En lugar de ello, milagrosamente, sentía que su cuerpo se esforzaba por abrirse a él. Su propia humedad propiciaba que aceptara la penetración.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—Sí —repuso ella, creyendo por fin en sus promesas.

Con cuidado, él se deslizó aún más profundamente y la hizo permanecer inmóvil, hasta que sus breves respiraciones se hicieron menos rápidas, y ella se fue acostumbrando a sentir su enorme miembro latiendo en su interior.

Entonces, él llevó las manos a sus senos y le acarició los tensos pezones, de modo que el placer le acribilló todo el cuerpo.

Cuando ella se arqueó hacia atrás a modo de respuesta, a Ryder le ardieron los ojos.

—Ahora cabálgame, querida.

La levantó ligeramente, retirándola unos centímetros antes de volver a hacerla descender de nuevo. La deliciosa fricción que se originó aún incrementó más el exquisito placer.

Él se negó a desviar la mirada ni por un instante mientras la atraía a su ritmo. Algo en el interior de Eve se estremeció y se removió mientras se formaba un gemido en su garganta. Sentía el calor de él en su interior. Él estaba ardiente, tan ardiente como ella. Se sentía estremecer ante el candente latigazo de placer.

Un fuego ardía en los ojos de Ryder; ella podía percibir la candente llama. Aunque lo que no había previsto era el fiero apetito que ella misma experimentaba. Se sentía salvaje, temeraria, como si otra se hubiera apropiado de su cuerpo, correcto y bien educado, y lo hubiese llenado del fulgor ardoroso y doliente de la necesidad.

—Déjate ir, Eve —susurró él roncamente—. Deseo que te corras una y otra vez por mí.

Un glorioso calor se difundió por ella, vertiéndose profundamente en su interior. Su cuerpo había cobrado vida con el fuego; su piel estaba en llamas.

En alguna parte difusa de su mente era consciente de los libertinos sonidos de apremio y necesidad que se confundían en su garganta.

—Sí…, córrete para mí.

La áspera voz de Ryder se desvanecía en la distancia mientras el terrible clímax se apoderaba de ella con fuerza y la recorría en un crescendo de brillantes chispazos.

Cuando finalmente se desplomó sobre él, expulsando el aliento en sollozantes jadeos, Ryder la mantuvo fuertemente abrazada al infierno que era su cuerpo. Sin embargo, al cabo de un momento, le recorrió un estremecimiento que atormentaba cada parte de él.

—No puedo retenerme —dijo en un susurro discordante y quebradizo.

Su cuerpo se retorció con pasión explosiva, aunque incluso en su tembloroso clímax procuró no causarle daño, mientras se vertía en ella en profundas y estremecidas vibraciones.

A Eve le pareció que había pasado una eternidad hasta que recobró sus sentidos. Incapaz de hablar incluso entonces, yació tendida, desmadejada sobre Ryder, aspirando la almizclada virilidad de su piel, sintiendo el frío aire de la noche cerniéndose sobre su piel febril.

Su principal sentimiento era el asombro. Estaba francamente sorprendida de la hermosa experiencia que él le había dado. Había sido gloriosa y dolorosa al mismo tiempo.

Siempre se había comportado de modo totalmente pasivo durante las relaciones carnales, yaciendo rígida mientras trataba de dirigir sus defensas contra el dolor. Sin embargo, Ryder le había mostrado algo diferente. Su apasionada y embelesadora ternura la había hecho sentirse plenamente viva después de haber estado insensible durante tanto tiempo. Las sensaciones vibraban por ella como ardorosa lumbre. Tantos sentimientos.

Demasiados.

Se estremeció con un ardiente latido de emoción que la agitó hasta el núcleo. Absurdamente se le formó en la garganta un nudo asfixiante.

Había estado asustada durante mucho tiempo. Atrapada, indefensa y vulnerable. Pero era como si Ryder hubiera puesto en libertad alguna parte de ella. Todos los años de emoción rechazada, de sentimientos reprimidos, se habían acabado. Ya no seguiría estando asustada.

Cerró de nuevo los ojos ante la oleada de alegría y se tragó las lágrimas. Nada podría nunca hacerle sentir temor cuando los brazos de Ryder la estrechaban tan tiernamente. Nunca se había sentido más protegida en toda su vida que en aquel momento. Nada la había hecho sentirse jamás tan querida. Tan resguardada. Tan deseada.

Tras un largo rato, levantó la cabeza para mirarle profundamente a los ojos.

—Nunca había sentido algo tan… frenético —susurró.

—Me alegro.

La ternura de sus ojos hizo latir su corazón una vez más. Entonces, él le apartó un mechón mojado de sudor del rostro y demoró la mano para acariciarle la mejilla.

De pronto, Eve se sintió invadida por una vibrante certeza. Sus cuerpos aún estaban unidos, su virilidad dentro de su feminidad. Bajo sus palmas, los músculos de su pecho ondeaban con móvil flexibilidad, mientras que en su centro femenino sentía que Ryder crecía, aumentaba para llenarla una vez más.

El calor llameó vivamente en su cuerpo, encendiendo de nuevo el deseo. Sin embargo, se sintió insegura de sí misma, por lo que su tono fue vacilante cuando murmuró:

—¿Crees que podemos volver a intentarlo?

Con una risa tierna, Ryder la recostó sobre las sábanas de satén, manteniéndose firmemente colocado entre sus muslos separados. La cubrió con su cuerpo, inmovilizándola debajo. No obstante, en esa ocasión ella acogió sin reticencia la sensación primaria de ser dominada por un varón poderoso.

«En realidad, milagrosamente», pensó mientras le miraba.

Sin embargo, se estremeció no por el frío, sino por la fiebre que había en los ojos de Ryder. Las emociones que ella había sentido agitándose bajo la superficie aquella tarde de hacía tanto tiempo, cuando él la había besado en Cyrene, aún seguían allí, en las rutilantes y ocultas profundidades.

Él la deseaba; Eve podía sentirlo en todos los nervios de su cuerpo. Y ella le deseaba a él… con una desesperación que nunca había sentido en su vida anteriormente.

Supo que aquello era auténtica pasión. Aquello era deseo. Por fin, lo comprendía.

Se sentía abrumada de anhelo, de la necesidad de sentir a Ryder internándose profundamente en ella, de sentir su inmenso y ardiente miembro llenándola. Pensar en él moviéndose en su interior, colmándola, hacía que su corazón latiese aún más fuertemente.

—Ryder… —susurró—. Hazme el amor.

—Encantado.

Se la quedó mirando con ardiente intensidad mientras le cogía la cabeza con las palmas y penetraba en su cuerpo lo más profundamente posible.

—Rodéame con las piernas, Eve —le ordenó con suavidad—. Eso es. Ahora cógeme las nalgas, de modo que puedas controlar el ritmo.

Aún seguía dejando el poder en sus manos. Continuaba dándole a ella la elección. Eve sonrió suavemente, agradecida, y deslizó las palmas por la lustrosa espalda hasta las tensas nalgas.

Él capturó su sonrisa con un beso mientras comenzaba a moverse, impulsándose lentamente hacia adelante, y luego retirándose y volviendo a sumergirse en ella. Transcurrieron sólo unos momentos hasta que ambos estuvieron sumergidos en el agotador placer de cada deslizante acometida.

Aquella vez fue diferente de la primera, más poderosa, más apremiante, elaborada con implacable fuerza. Pronto sus besos ya no cortejaban ni galanteaban, sino que expresaban elemental apetito. El cuerpo de Ryder se sumergía en el de ella una y otra vez, hasta que por fin Eve se arqueó y gritó su nombre. Él se estaba agitando tan violentamente como ella cuando el fiero clímax les abatió a ambos.

Después, yacieron confundidos uno en brazos del otro, la cabeza de Eve en su hombro. El aire de la noche era frío al contacto con su carne húmeda, por lo que Ryder levantó la sábana y los cubrió a ambos. Pero los temblores que aún fluctuaban sobre su piel tenían menos que ver con la temperatura que con la candente pasión que los dominaba.

Por fin, él lo sabía. Sabía lo que era estrechar a Eve y tocarla como siempre había deseado. Lo que era ser estrechado por ella, llenarla, respirar el perfume de su piel tras hacer el amor, sumergirse en el placer y la satisfacción.

Las fantasías que había tejido sobre ella no eran nada comparadas con la realidad. La realidad era infinitamente mejor. La gratificación había sido viva, violenta, intensa, aún más increíble que sus más vívidos sueños.

Ryder pensó que era puro cielo mientras desplazaba lánguidamente los dedos por su sedoso cuerpo. Sus dorados cabellos revueltos y enmarañados por sus manos se vertían sobre su pecho y le acariciaban como siempre había soñado. Precisamente en aquel momento no le habría importado no poder nunca volver a respirar.

Se habían acoplado perfectamente. Él no había pretendido exigir tan fieras demandas de su cuerpo cuando ella no estaba acostumbrada a tan violento uso; sin embargo, ahora parecía intensamente satisfecha. Y él no podía lamentar ninguno de aquellos momentos. Había despertado a Eve en el aspecto sexual, para dar vida a una mujer asombrosamente apasionada.

Ella le había arañado la piel con las uñas, pero ningún dolor había sido nunca tan agradable. Ryder había disfrutado de su abandono. La deseaba apasionada, rogándole por lo que él ardía por entregarle. Deseaba hacerle sentir el mismo vivo apetito, el mismo tormento que él sentía, la misma obsesión.

No obstante, no quería sólo su pasión: anhelaba su amor. No sólo ansiaba que hiciese el amor con él; deseaba que le amase.

Tomar su cuerpo no era suficiente para Ryder. Un centenar de veces no le bastarían para satisfacer su febril anhelo. Tenía que conseguir su corazón.

Lo ansiaba más que respirar.

Hundió el rostro en su fragante cabello y la estrechó con más fuerza, deseando sencillamente poder absorberla. La desesperada necesidad de ella estaba saciada por el momento; la tensión de su corazón se había aliviado. Pero sabía que el apremio nunca se atenuaría por completo.

Ahora nunca sería capaz de dejar a Eve. Nunca sería capaz de controlar su fiera necesidad, el anhelo de sumergirse tan profundamente que nunca pudiera liberarse.

De algún modo, de alguna manera, le haría sentir a Eve el mismo insaciable anhelo por él.