ESCENA VI
ORGON:
—¿Es creíble lo que acabo de oír, oh Cielo?
TARTUFO:
—Sí, hermano mío: soy un delincuente, un culpable, un desgraciado pecador lleno de iniquidad, el mayor malvado que nunca se haya visto. Cada instante de mi vida está cargado de máculas y ella no es sino un conjunto de crímenes y suciedades. Veo, pues, que el Cielo, para castigarme, me quiere mortificar en esta ocasión. Mas de cualquier gran desaguisado que se quiera acusarme no tendré el orgullo de defenderme. Creedlo que se os dice, armaos de cólera, y arrojadme de vuestra casa como a un criminal, porque nunca recibiré tanto oprobio como antes no haya merecido y más aún.
ORGON (A su hijo.):
—¿Así osas, traidor, con una falsía, mancillar la pureza de la virtud de este hombre?
DAMIS:
—¿Eh? ¿Os hará la fingida mansedumbre de este alma hipócrita denegar que...?
ORGON:
—Calla, peste maldita.
TARTUFO:
—Dejadle hablar, pues le acusáis sin justicia y más vale que creáis en sus referencias. ¿Por qué serme tan favorable un hecho tal? ¿Sabéis, al cabo, de qué puedo ser capaz yo? ¿Fiáis de mi exterior, hermano? Ya veo que me creéis mejor de lo que soy, pero no os dejéis engañar por las apariencias. Asegúroos que no soy sino lo que se piensa; que todos me toman por hombre de bien, mas la pura verdad es que no valgo nada. (Se dirige a DAMIS.) Sí, querido hijo mío: hablad, tratadme de pérfido, de infame, de perdido, de ladrón, de homicida. Colmadme de nombres aun más aborrecidos, pues los merezco. De rodillas quiero recibir esta ignominia como afrenta debida a los crímenes de mi existencia.
ORGON (A TARTUFO):
—Basta, hermano; es demasiado. (A DAMIS) ¿No se doblega tu corazón traidor?
DAMIS:
—¿Cómo? ¿Os seducirán sus discursos hasta el punto...?
ORGON:
—Calla, bellaco. Levantaos, hermano Tartufo. (A su hijo.) ¡Infame!
DAMIS:
—¿Es posible...?
ORGON:
—No digas una palabra si no deseas que te quiebre los brazos. DAMIS:
—¡Oh! Pero yo aseguro...
TARTUFO:
—No os enfurezcáis, hermano, por Dios. Prefiero sufrir la pena más dura a que vuestro hijo reciba ni el menor arañazo.
ORGON (A DAMIS.):
—¡Ingrato!
TARTUFO:
—Dejadle. Si queréis que os pida su perdón de rodillas... ORGON:
—¿Os mofáis? (A su hijo.) ¿Ves su bondad, bribón?
DAMIS:
—Pero...
ORGON:
—¡Silencio!
DAMIS:
—Yo...
ORGON:
—Silencio, digo. Bien sé la razón que te lleva a injuriarle. Todos le odiáis y veo desencadenados contra él mujer, hijos y servidores. Desvergonzadamente pónese todo a cuento para hacer salir de mi casa a este hombre devoto; pero cuanto más se haga para expulsarle, más quiero aplicarme a retenerlo. Sí; y para confundir el orgullo de mi familia, voy a apresurar los esponsales de Tartufo con Mariana.
DAMIS:
—¿Pensáis obligarla a recibir la mano de este hombre?
ORGON:
—Sí, menguado; y desde hoy os desafío a todos y os haré comprender que aquí el amo soy yo y ha de obedecérseme. Ea, picaro: lánzate al instante a sus pies y pídele perdón.
DAMIS:
—¿Perdón yo a este bergante, que con sus imposturas...? ORGON:
—¿Resistes, mendigo? ¿Y le insultas todavía? (A TARTUFO.) Un bastón, un bastón y no me refrenéis. (A DAMIS.) Pronto, fuera de casa y no vuelvas a ella.
DAMIS:
—Me iré, pero...
ORGON:
—Sal en seguida. Te privo de mi herencia, malvado, y te maldigo, por ende.