Ese otoño, el jefe de equipo mandó a Júnior, de quince años, y a Tercer Guo, de sesenta y cinco, a los campos a ocuparse del molino de agua. ¿Por qué? Para sacar agua. ¿Para qué? Para regar la cosecha de coles. Una chica de ciudad a la que habían mandado al campo llamada He Liping, de unos veintitantos años, estaba al cargo de los canales de riego.
Una vez que llega el decimotercer periodo solar. —Comienzo del Otoño— las coles se tienen que regar todos los días o si no se pudren las raíces. El jefe de equipo les dijo a los tres trabajadores que se reunieran cada mañana para distribuirse las tareas, y les dio la orden de ir a los campos a regar las coles después del desayuno. Eso es lo que hacían desde el Comienzo del Otoño hasta las Heladas, el decimoctavo periodo solar. Naturalmente, el riego no era lo único que necesitaban; tenían que hacer otras tareas como echar fertilizante, llevar a cabo el control de plagas, atar las hojas caídas con los brotes de las batatas y esas cosas. Tenían cuatro descansos al día, de una media hora cada uno aproximadamente. La chica de ciudad, He Liping, tenía un reloj. Llegaron las Heladas y las temperaturas bajaron bruscamente; las coles se hacían pequeñas, lo que suponía el final de las tareas de riego.
Desmontaron el molino de agua y lo llevaron al recinto del equipo de producción en una carretilla, donde se lo devolvieron al encargado del almacén. Después de una rápida inspección, les dejó marcharse.
A la mañana siguiente, justo después del desayuno, se quedaron debajo del timbre de acero para esperar nuevas órdenes del jefe de equipo. El veterano Tercer Guo enganchó el arado para labrar el campo de judías y mandó a Júnior a volver a sembrar mijo en la parte más lejana del terreno del equipo de producción.
—¿Y yo qué hago, Jefe de equipo? —preguntó He Liping.
—Vete con Júnior. Puedes preparar los surcos mientras él esparce las semillas.
Uno de los bromistas de la comuna imitó las órdenes del jefe:
—Júnior —bromeó—, apunta bien en el surco de He Liping. Asegúrate de que pones la semilla en su sitio.
Mientras que la multitud se reía escandalosamente, Júnior sintió que se le aceleraba el corazón. Miró disimuladamente a He Liping, que estaba de pie con la cara seria, obviamente decaída. Eso le entristecía de verdad.
—¡Que te jodan, Viejo Qi! —maldijo a su adversario bromista.
El campo de coles estaba en el lado este del pueblo, cerca del estanque. Crecido por la lluvia, el estanque era un caldo de cultivo de algas y moho, lo que hacía que fuera más verde que el mismo color verde y más profundo de lo que cualquiera pudiese imaginar. La razón principal de que el equipo de producción hubiese elegido este sitio para plantar coles era debido a que el agua estaba muy próxima. No había nada malo en usar el agua del pozo, por supuesto, pero no era ni de cerca tan buena como el agua del estanque. El molino de agua estaba colocado sobre el borde del estanque y parecía un pilar. Júnior y el viejo Tercer Guo se pusieron de pie sobre la base del molino y dieron vueltas al torno de hierro, arriba y abajo, que chirriaba y giraba mientras que el agua manaba de manera continua. No llovió desde el Comienzo de Otoño hasta las Heladas, ni una sola vez. El cielo estaba cristalino bajo el brillo del sol y todos los días era igual; la superficie del estanque permanecía plácida, con o sin viento. Las nubes del cielo hacían juego con las nubes que se reflejaban en el estanque, que eran, si cabe, más nítidas que las del cielo. A veces Júnior miraba fijamente las nubes hasta que se quedaba ensimismado y se olvidaba de mover el molino, lo que provocaba el desagrado de Tercer Guo:
—¡Despierta Júnior!
En el extremo norte del estanque había una franja pantanosa de juncos no más grande que una esterilla, y parecía un espejismo. Los juncos eran cada vez más amarillos, incluso bajo los rayos brillantes del sol de la mañana y los sesgados de la puesta de sol, que parecían bañados en oro.
Imagina que una libélula muy grande, de un rojo brillante, aterriza en una de las hojas doradas, formando una meseta de ensueño con el estanque y los juncos. Entonces una docena más o menos de patos y siete u ocho gansos, todos de un blanco puro, se desplazan por la superficie. De cuando en cuando los gansos de cuello muy largo montan a las gansas, y en otras ocasiones les conceden ese favor a las patas. Júnior se quedaba paralizado cuando veía lo que hacían los gansos, y por supuesto que se olvidaba de darle vueltas al molino, despertando de nuevo el enfado de Tercer Guo.
—¿En qué piensas?
Júnior apartó rápidamente los ojos de los gansos y de los patos traviesos y empezó a dar a vueltas al molino con mucha fuerza. El agua salía a borbotones, mientras que el molino crujía y chirriaba. Entre los ruidos metálicos de la cadena, Júnior oyó a Tercer Guo quejarse:
—¡Pequeña Pelusa de Melocotón todavía no tiene el miembro viril de un hombre, pero su cabeza no lo entiende!
Júnior estaba completamente avergonzado. La preciosa libélula roja que se elevaba por encima del estanque tenía un nombre nuevo, gracias al veterano Tercer Guo: Pequeña Novia.
He Liping era una chica alta, más alta que Tercer Guo y sabía artes marciales. De hecho, se enteraron de que había competido en Europa con un equipo profesional. La mayoría de la gente estaba de acuerdo con que hubiese podido llegar a ser alguien destacado si no hubiese sido por la Revolución Cultural. Horrible. Una carrera truncada por el pasado de su familia. No había que demostrar ninguna de las dos versiones oídas con más frecuencia (que su padre era un capitalista y que era un seguidor del capitalismo), dado que era indemostrable. Era suficiente saber que sus antecedentes no eran muy buenos.
He Liping era una chica taciturna que, para los ojos de los aldeanos, conocía su sino. La habían mandado al campo con otros muchos jóvenes cultos de ciudad: algunos acabaron yendo a la escuela, otros encontraron trabajo y los demás volvieron a sus hogares. Solo la dejaron a ella en los campos, y todo el mundo sabía que era por culpa de su pasado.
Solo una vez He Liping demostró sus habilidades con las artes marciales, y eso fue antes de que la mandaran al campo. Júnior no tenía más de ocho o nueve años en ese momento. Entonces, las reuniones de propaganda del «Pensamiento de Mao Zedong» eran comunes. Los chicos de ciudad eran muy buenos habladores y cantantes, y algunos tocaban la armónica o la flauta o el huqin de dos cuerdas. Sucedían muchas cosas en el pueblo por aquel entonces: durante el día los miembros de la comuna trabajaban en los campos, y por la noche hacían la revolución. Dada la excitación y alboroto a Júnior cada día le parecía la fiesta de año nuevo. Una noche, muy parecida a las demás noches, todo el mundo salió en avalancha del comedor para hacer la revolución. Sobre una plataforma de tierra, que tenía un poste a cada lado para sujetar lámparas de gas, los chicos traídos de la ciudad llenaron el escenario de canciones e instrumentos. Júnior se acordó de cuando, de repente, el encargado del micrófono gritó sobre el gentío:
—Camaradas, campesinos pobres y de clase baja, nuestro gran líder el Presidente Mao nos dice: ¡El poder sale del cañón de una bala! Ahora, prestad atención a He Liping, que os va a representar su número con la lanza «nueve pasos flor de ciruelo».
Júnior se acordó de que todo el mundo aplaudió como loco, expectante de la llegada de He Liping. No tuvieron que esperar mucho. Salió vestida con una prenda roja muy ajustada, sandalias blancas de plástico y el pelo recogido. Todos los jóvenes apasionados jalearon sus pechos respingones aprisionados en la ceñida camiseta. Algunos decían que eran verdaderos, otros decían que no. Otro insistió que llevaba puestas cazuelas de plástico. La joven se puso de pie en el escenario, haciendo un movimiento de artes marciales, con una lanza que tenía una borla roja en un extremo. Tenía la barbilla bien alta, la espalda arqueada y sus ojos negros brillantes; era el centro de atención. Entonces empezó a mover la lanza, hasta que todo el mundo pudo ver únicamente en el escenario un borrón rojo, y nadie podía seguir los giros y movimientos de su ligero cuerpo. Finalmente dejó de dar vueltas y permaneció recta con la lanza pegada a ella, de modo que parecía una columna de humo rojo. Los espectadores se quedaron petrificados durante unos segundos, nadie abría la boca. Entonces, de repente salieron de su ensimismamiento y aplaudieron educadamente, como si no tuvieran fuerzas.
Esa noche los jóvenes del pueblo no durmieron.
Al día siguiente, mientras los miembros de la comuna se tumbaban en el suelo a descansar, en el pueblo solo se hablaba de He Liping y sus «nueve pasos flor de ciruelo». Todo el mundo decía que la actuación de la chica era como un florero: bonita pero poco práctica. Pero entonces alguien dijo que si era como el viento, tan veloz que se podría defender de cuatro o cinco personas a la vez, sí que era práctica, ¿no? Luego alguien dijo que cualquiera que se casara con una mujer como esta se metería en un gran lío, que no sería muy afortunado si todo lo que hacía su mujer era pegarle, que definitivamente era una chica que manejaría a su marido en la cama y que no había un hombre, ni siquiera uno tan fuerte como un buey, que pudiera atacar sus «nueve pasos flor de ciruelo». En ese momento el tono de la discusión se volvió más agresivo y Júnior, que estaba trabajando con los hombres mayores en ese momento, se puso un poco triste por lo que estaban diciendo.
He Liping realizó sus «nueve pasos flor de ciruelo» solo una vez. Aparentemente, mandaron un informe al comité comunal revolucionario, del que salió una declaración que decía que las lanzas pertenecían a los descendientes de los más rojos de los rojos. ¿Cómo habían permitido que una lanza cayera en las manos de alguien que venía de las Cinco Categorías Negras?
Con la cabeza gacha y completamente desmoralizada, He Liping trabajó en silencio junto a los otros miembros de la comuna. Cuando el resto de los chicos de ciudad levantaron el vuelo y se fueron a sus casas, se sintió triste y sola, lo que despertaba la compasión de la gente. El jefe del equipo empezó asignándole tareas sencillas. Nadie contemplaba si se casaría o no. Los jóvenes aldeanos no habían olvidado sus habilidades con la lanza y se mantenían alejados de ella.
Un día se sentó en la base del molino de agua con las piernas colgando y miró fijamente el agua verde y tranquila del estanque. Júnior, que estaba descansando en el borde, no podía apartar la vista de la cara bronceada de la chica; su nariz era fina y alargada y sus pupilas tan oscuras y grandes que parecía que no había espacio para la parte blanca y de su iris. Sus cejas se arqueaban mucho hacia su sien, y tenía una verruga de un rojo oscuro en mitad del lado izquierdo de la frente. Sus dientes eran muy blancos, su boca bastante grande y su pelo tan denso y tupido que Júnior no podía ver ni un ápice de su cuero cabelludo. Ese día ella llevaba puesta una casaca azul militar que estaba blanca de tanto lavarla; por el cuello desabrochado de su casaca sobresalió el borde de encaje de su camiseta interior. Júnior no podía parar de mirarla, y se puso tan nervioso que tuvo que girar la vista hacia el campo de coles, sobre el que jugueteaban un par de mariposas. Pero él no veía las mariposas, dado que tenía la cabeza llena de las imágenes de los bolsillos de la casaca de He Liping, que sobresalían por la curvatura de los pechos que se escondían tras ellos.
El viejo Tercer Guo no era realmente un granjero. Júnior había oído a la gente decir que una vez trabajó como una «gran tetera» en una casa de putas cuando era joven. Júnior no sabía qué hacía una «gran tetera» y le daba vergüenza preguntarlo.
Tercer Guo estaba soltero, aunque se decía que tenía una aventura con la mujer de Li Gaofa, que llevaba el pelo recogido hacia atrás y tenía la cara grande y blanca. Tenía un buen trasero y parecía un pato cuando caminaba. Vivía lo bastante cerca del estanque para que Júnior y Tercer Guo pudieran ver su jardín cuando trabajaban en el molino de agua. Su perro negro, grande y muy antipático, merodeaba la zona.
Habían estado regando el campo durante cuatro días cuando la señora Li vino al estanque con una cesta de mimbre. Ella se acercó sigilosamente al borde del estanque, poquito a poco, hasta que se colocó justo al lado del molino.
—Je, je, je, je —se rio disimuladamente—. Tercer Tío —le dijo a Tercer Guo—, el jefe del equipo te ha asignado el mejor trabajo de todos.
Tercer Guo dijo entre risitas.
—Puede que parezca fácil, pero no lo es.
Después de trabajar en el molino durante varios días consecutivos Júnior se dio cuenta de que sus brazos, de hecho, le empezaban a doler. Simplemente sonrió y bajó la mirada al pelo grasiento, negro y echado para atrás de la señora Li y tuvo una sensación desagradable. Ella no le gustaba, no le gustaba nada.
—Han mandado a ese viejo demonio con el que me casé a una expedición para recoger roca a la Montaña del Sur —dijo la señora Li—. Se ha llevado su petate, porque no va a volver en un mes. Creo que el jefe del equipo va a por mí. Con toda la gente joven y soltera que hay por aquí ¿por qué se han llevado a ese viejo demonio?
Júnior se dio cuenta de que Tercer Guo estaba pestañeando con rapidez y que se reía con nerviosismo.
—Eso demuestra lo mucho que os valora —dijo.
—¡Ya! —dijo la señora Li enfadada—. Ese viejo cabrón va a por mí.
Esta vez el viejo Tercer Guo se mordió la lengua. La señora Li se estiró perezosa y miró hacia el sol.
—Tercer Tío, es casi mediodía. Hora de un descanso.
Tercer Guo se protegió los ojos con la mano y miró al sol.
—Sí, me temo que así es. —Soltó la manivela del molino de agua y gritó—: ¡Pequeña He, hora de descanso!
—Tercer Tío —dijo la señora Li—, mi perro lleva unos días sin comer. ¿Le podrías echar un vistazo?
Tercer Guo miró a Júnior.
—Después de fumarme la pipa —dijo.
Mientras caminaban, la señora Li miró por encima del hombro y dijo:
—No tardes mucho.
—Lo sé, lo sé —respondió un poco alterado mientras sacaba el tabaco y la pipa—. ¿Tú qué dices, chaval? —le dijo a Júnior con una cercanía atípica—. ¿Fumas? —Entonces se metió la pipa en la boca sin esperar respuesta. Júnior vio cómo la encendía—. Me estoy haciendo viejo —dijo mientras se daba un golpe en la tripa con los puños—. A la mínima estos huesos empiecen a doler.
Tercer Guo siguió las huellas de la mujer Li. Júnior en su lugar se dio la vuelta hacia el campo de coles, donde He Liping estaba de pie, con una azada en la mano. La imagen entristeció a Júnior. El agua del estanque estaba contaminada por los tornos del molino de agua, llena de lodo y con un olor asqueroso. Casi lo podía saborear. El tubo de metal desprendía un ruido sordo, la cadena sonaba de manera intermitente, el manillar se movía hacia atrás y el agua caía al estanque. El molino de agua dejó de hacer ruido.
Cuando él se sentó en el tablón de madera y dejó caer sus piernas sobre el borde, Júnior se dio cuenta de que sus manos se habían llevado el óxido de la manivela del molino. En este día soleado el agua manaba lentamente por los surcos del campo de coles, captaba los rayos de sol y brillaba como la plata. Las plantas parecían inertes, y lo mismo sucedía con la orilla del río al final del campo de coles que tenía el caqui en la cima, cuyas hojas se empezaban a poner de un rojo feroz. Júnior miró hacia el Oeste, justo a tiempo para ver a Tercer Guo entrar en el jardín del hogar de los Li, donde el gran perro negro ladró una vez y luego meneó el rabo para darle la bienvenida. El perro y Tercer Guo entraron juntos en la casa. Unas flores moradas brotaban sobre lentejas de agua y dejaban su estela en el jardín. Se hicieron unas ondas en la superficie del estanque, donde una pata y un ganso graznaban. Dos pares de alas se agitaban contra el agua. El ganso de cuello alargado y blanco empujó a la pata bajo el agua y cuando salieron a la superficie el macho montaba a la hembra. Júnior se puso de pie de golpe, cogió un puñado de barro y se lo tiró al ganso. Pero era, después de todo, solo barro, y se hizo pedazos antes de dar en el agua, haciendo que salpicara casi de manera imperceptible. La pata, que seguía montada por el ganso, trataba de dar vueltas por el estanque.
A Júnior le asaltaron unas emociones que no había tenido nunca. Se sintió congelado, y la bruma de encima del estanque le puso la piel de gallina. No se atrevió a ponerse recto, avergonzado por la protuberancia en sus pantalones. Y como era de esperar, He Liping eligió ese momento para caminar por el terraplén hacia el molino de agua.
Se acercó a Júnior, que en ese instante estaba sentado en el suelo. De repente parecía una chica mucho más grande, y su pelo brillaba con motas de luz dorada. El pobre corazón de Júnior latía alocadamente y le chirriaban los dientes. Puso las manos en sus rodillas y desde ahí las deslizó hacia sus empeines. Finalmente lanzó unas bolas de barro al agua.
Escuchó la voz de He Liping:
—¿Dónde está Tercer Guo?
Se oyó a sí mismo contestar tembloroso:
—Fue a casa de Li Gaofa.
Escuchó cómo He Liping se acercaba al tablón de madera, luego la escuchó escupir en el estanque. Cuando trató de echarle un vistazo con disimulo se dio cuenta de que estaba inclinada sobre el molino, mirando al ganso y la pata que revoloteaban en el estanque. Tenía el trasero hacia arriba. La imagen impresionó a Júnior.
Después de un rato, He Liping le preguntó cuántos años tenía. Le dijo que quince. Ella le preguntó que cómo era que no estaba en el colegio. Él contestó que no quería ir.
La cara de Júnior se cubrió de sudor cuando se puso de pie enfrente de He Liping, que empezó a reírse. No se atrevía a levantar la cabeza.
A partir de entonces, todos los días Tercer Guo iba a la casa de Li Gaofa para jugar con el perro negro y He Liping iba a pasar el día con Júnior, que ya no se ponía nervioso, ya no empezaba a sudar y ya le podía mirar de reojo de vez en cuando. Podía hasta olerla.
Un día muy caluroso He Liping se quitó la casaca azul desteñida, por lo que solo llevaba puesto una camiseta interior rosa, y cuando Júnior vio los tirantes de su sujetador se puso tan contento que casi lloró de la emoción.
—Tú, listillo —le regañó—. ¿Qué estás mirando?
Júnior se puso rojo como un tomate, pero tuvo el coraje de decir:
—Te estoy mirando la ropa.
—Con una mirada avinagrada dijo:
—¿Llamas a esto ropa? Espera a ver otras prendas que tengo más bonitas.
—Estás guapa con cualquier cosa —dijo Júnior con timidez.
—Con que eres un pequeño adulador ¿no? —dijo He Liping—. Tengo una falda —prosiguió— que es del mismo rojo que las hojas de esos caquis.
A la vez, giraron la mirada al árbol, que estaba a mitad de distancia del dique del río. Después de sobrevivir a varias heladas, las hojas iluminadas por el sol brillaban como llamas al rojo vivo.
Júnior salió corriendo. A mitad de camino del dique se subió a un árbol y cortó una de las ramas bajas, que estaba cubierta de docenas de hojas rojas brillantes. Un insecto había roído una de ellas; la arrancó y la tiró al suelo.
La rama de hojas rojas era un regalo para He Liping, que enseguida olió el aroma a caqui. Su cara estaba roja, quizá era el reflejo de las hojas.
Tercer Guo vio cómo Júnior le daba a He Liping las hojas rojas, por lo que cuando volvieron al molino de agua, se rio.
—¿Quieres que sea tu casamentero?
Júnior se ruborizó de los pies a la cabeza.
—¡Ni hablar!
—Pequeña He no está mal —prosiguió Tercer Guo—. Tiene unas tetas bonitas y respingonas, y un buen trasero.
—No hables así —protestó Júnior—. Es una chica culta de ciudad… diez años mayor que yo… y muy alta…
—¿Y qué? —respondió Tercer Guo—. A las chicas cultas les gusta hacerlo igual que a cualquier persona. Y diez años para una chica no es nada. Además: «Chica alta, chico bajo, tetas en la cara, qué relajo». ¡Eso es vida!
Este pequeño monólogo de Tercer Guo hizo que Júnior se retorciera y que le subiera la temperatura corporal.
—El pequeño gorrión se asoma —remarcó Tercer Guo—. Y no es tan pequeño como pregonan.
Desde ese día en adelante, Tercer Guo no dejó de hablarle a Júnior de estos asuntos, hasta que finalmente, incapaz de acabar con su curiosidad, Júnior le sacó el tema de la «gran tetera». Tercer Guo le hizo alegremente una descripción gráfica de lo que pasaba en esa casa de putas.
Júnior dio vueltas al molino, pero sus pensamientos estaban en otro sitio. La imagen de He Liping revoloteaba frente a sus ojos. Tercer Guo se tomó esto como una invitación a una charla todavía más obscena.
Con la voz quebrada, Júnior suplicó:
—Tercer Maestro, por favor no hables de eso.
—Idiota, ¿por qué eres tan llorón? Vete a por ella. ¡He también lo está deseando!
Así que un día Júnior fue al jardín del equipo de las hortalizas y robó una zanahoria, que lavó y escondió en una planta hasta que He Liping se acercó. El viejo Tercer Guo no había llegado cuando ella apareció, así que Júnior le dio la zanahoria.
Ella le miró a la cara mientras aceptaba su regalo.
Júnior solo podía pensar en el terrible aspecto que debía tener en ese momento, con el pelo como hierbajos y la ropa hechas jirones.
—¿Por qué me das esta zanahoria? —le preguntó He Liping.
—Porque me gustas —contestó.
Ella suspiró y le acarició su piel tan naranja como la zanahoria.
—Pero eres un niño… —Ella le acarició la cabeza y se fue con la zanahoria.
Júnior y He Liping se fueron al campo más alejado para volver a sembrar mijo. Dado que los animales de carga necesitaban espacio para moverse se habían quedado algunos lugares libres. Llegaron a un campo en el que acababan de cosechar el sorgo. Empezaban a aparecer los brotes de mijo recién plantado, y muchos tallos secos de sorgo estaban amontonados a un lado del terreno. Para ese entonces era finales de otoño y empezaba a hacer frío. Después de esparcir las semillas de mijo durante un rato, He Liping y Júnior descansaron enfrente de una montaña de sorgo para absorber el calor, recibiendo los rayos de sol. Tenían una vista panorámica del nuevo campo cosechado y desierto, sobre el que revoloteaban muchos pájaros ruidosamente.
He Liping puso unos fardos de tallos de sorgo en el suelo y se tendió sobre ellos. Júnior se quedó de pie a un lado, mirándola. Su cara brillaba bajo la luz del sol, que era lo bastante luminosa para hacerle entrecerrar los ojos; unos bellos dientes blancos se mostraron entre sus labios húmedos y ligeramente abiertos.
Júnior temblaba; tenía la boca seca y un nudo en la garganta.
—Tercer Guo y la mujer de Li Gaofa… ¿sabes qué?… —consiguió decir—, van ahí todos los días…
Todavía entrecerrando los ojos He Liping sonrió radiante.
—Tercer Guo dice cosas malas… dice que tú…
Todavía entrecerrando los ojos He Liping estiró los brazos y las piernas.
Júnior dio un paso hacia delante.
—Tercer Guo dice que tú siempre estás pensando en hacer ya sabes qué…
He Liping miró para arriba y sonrió.
Júnior se arrodilló a su lado.
—A Tercer Guo le gustaría que yo me atreviera a tocarte…
He Liping siguió sonriendo.
Júnior empezó a sollozar. Entre lágrimas dijo:
—Hermana Mayor, quiero tocarte… Quiero tocarte Hermana Mayor…
En cuanto Júnior le puso la mano en el pecho, He Liping le envolvió con los brazos y las piernas.
Al año siguiente He Liping dio a luz gemelos, noticia que estremeció a todo el municipio de Gaomi.