CAPÍTULO VI
BURY FIELDS
Ni Jon ni David eran buenos para levantarse. A la mañana siguiente, Agnes aporreó su puerta sin obtener respuesta, y entonces entró en la habitación, encendió la luz y abrió del todo la ventana. Al cabo de unos minutos Jon se agitó, cogió sus gafas y se sentó.
—Oye, David, ¿es que no apagamos la luz anoche?…¿Has abierto tú del todo la ventana?
—¡Vete a paseo! —le gruñó David mientras se daba la vuelta; pero al poco rato el frío le hizo levantarse y darse cuenta de dónde estaba.
—Quedémonos aquí un rato mientras todos esos chicos salen del cuarto de baño. Hace mucho frío, y si vamos ahora no dejaríamos entrar al señor Cantor.
—¡Vaya tontería! —le contestó Jon—. Hablas como el pequeño Dickie y es porque estás medio dormido y no sabes lo que dices… ¿Qué piensas de nuestro nuevo amigo?
—¿Sabes? —le contestó David volviéndose—, un cantor es uno de esos que cantan en las catedrales. Tiene aspecto de eso, ¿no? A veces tiene gracia como algunas personas encajan con sus apellidos.
—¿Por qué no se lo preguntas a él? —le dijo Jon—.Apuesto a que no te atreves a preguntarle si canta en el coro de una catedral. A mí me parece, David, que es un tipo muy extraño.
—Lo sabe todo acerca de Clun y creo se portó muy bien con nosotros.
—Peter no lo cree así.
David se incorporó en la cama, sintió la corriente que entraba por la ventana y volvió a meterse entre las sábanas.
—¿Cómo demonios lo sabes, Jon?
—Estuve observando su cara mientras hablaba, pregúntaselo.
Y en este momento su interesante conversación fue interrumpida por Tom y Dickie, que vinieron para decirles lo que todos pensaban de su pereza.
—Cierra la ventana, Tom —suplicó David—, y nos levantaremos. ¿Está libre el cuarto de baño?
—Cierra la ventana tú —le contestó Tom—. Has de saber que ahí fuera hay una capa de hielo y que el cuarto de baño quedó libre hace diez minutos.
—Creo que sois las dos personas más pesadas con que me he encontrado —dijo Dickie—. ¿Es que no os dais cuenta? Voy a decir a las chicas que vengan a veros.
Y diciendo esto se apartó para que no le diera la almohada que le tiró Jon y luego cerró la puerta de un portazo.
El señor Cantor se desayunó con ellos en el comedor y se sentó en una mesita junto al fuego. Saludó a todos al entrar y se portó con mucha corrección. Esta mañana iba vestido con un traje de lana gris. La chaqueta no tenía nada de particular, pero cuando Dickie y Tom vieron su pantalón de media pierna tuvieron que aguantarse las ganas de reír. A Dickie se le atragantaron las gachas, Jenny ahogó una risita al ver los esfuerzos que hacía y Penny dijo en voz alta
—Decidme de qué os reís.
La situación fue salvada por el inocente objeto de la broma.
—Bueno, ¿y qué es lo que vais a hacer hoy? El tiempo ha mejorado mucho, aunque yo estoy ligeramente resfriado y me quedaré aquí. Supongo que alguno de vosotros saldréis a explorar.
—Eso queremos —respondió David—. No sabemos qué hacer esta mañana, aunque después de comer vamos a visitar una granja cerca de aquí llamada Bury Fields.
—¿En serio? ¿Y puedo preguntaros por qué vais a ir y si sabéis dónde está situada?
David abrió su boca para contestar, pero cambió de idea cuando Peter le dio una patada en el tobillo por debajo de la mesa y habló en su lugar.
—A ver unos amigos nuestros, señor Cantor. Y sabremos encontrarla, gracias.
El señor Cantor bajó su cuchillo y se quedó mirándola por encima de las gafas, pero no dijo nada más. Después de haber acabado su desayuno y marchado de la habitación, Penny dijo
—Creo que has estado muy brusca con él, Peter.
—Tal vez —replicó Peter con viveza—, pero no me gustó el modo que tuvo de preguntar «¿puedo preguntaros por qué?». Puede que sea un hombre encantador, pero nosotros no tenemos nada que ver con él.
Tras un poco de discusión acordaron no hacer nada especial juntos aquella mañana, para poder salir cuanto antes hacia Bury Fields después de comer. David encontró la granja señalada en un mapa a gran escala que se había traído y luego se puso a escribir a sus padres a Londres. Los gemelos se llevaron a «Macbeth» a dar un paseo por la ciudad. Peter se fue con «Sally» para que hiciera ejercicio, y Tom, Jon, Jenny, y Penny se largaron hacia las ruinas del castillo.
El sol brillaba, pero reinaba un intenso frío cuando partieron juntos después de comer, pasando por el puente y siguiendo por un retorcido camino que iba cuesta arriba cosade una milla. Cuando se detuvieron en el punto más alto para tomar aliento y volvieron la mirada, pudieron ver a Clun, el castillo de la colina y la plateada corriente del río, como si fueran de juguete. Por todos lados habría agrestes colinas, que reflejaban la luz púrpura oscuro de la tarde y se perdían en la distancia.
Mary expresó en palabras lo que todos estaban pensando.
—Es un pueblecito muy bonito y da la impresión de soledad.
—¿Y ahora por dónde seguimos, David? —preguntó Dickie—. Espero que recuerdes el camino de vuelta, porque todo es muy agreste.
David consultó su mapa y tras recorrer un centenar de metros, llegaron a la puerta de un cercado que andaba buscando. Les costó más trabajo de lo que esperaban el encontrar Bury Fields, porque el sendero que llevaba a la finca no tenía letreros y parecía dar vueltas sin objeto, primero por los campos y luego a través de un páramo, en el cual vieron algunas ovejas. Los edificios de la granja eran de piedra gris y los tejados se habían vuelto verdes con el tiempo y la acción de la humedad. La casa parecía haber nacido del suelo y formaba parte del país. Pero tenía un aspecto acogedor, y mientras iban hacia ella, apareció una mujer en la puerta, que les hizo señas y luego se adelantó por el patio y salió a su encuentro.
—Ustedes serán esos jóvenes amigos de Alan, ¿no? —preguntó ella cuando estuvieron lo bastante cerca para oírla—. Vengan. Sean bienvenidos. Es un día muy frío para ir por esas colinas y estarán mejor alrededor del fuego.
—Seguro que sí —repuso Dickie con cierto descaro—. Ha sido el bruto de nuestro hermano mayor el que nos ha traído. ¡Las cosas de él! Es aquél de allá. El de las gafas es nuestro amigo Jon. Y ésta es mi hermana. Somos gemelos…
—Ya veo —dijo la señora Denton mientras los llevaba entorno a la casa hasta una puerta que conducía directamente a una de las habitaciones más bonitas que ellos habían visto.
—Mi hijo me habló de ustedes. Están en su casa y acomódense a su gusto. Quítense los guantes y bufandas, pónganlos sobre aquella cómoda. Alan vendrá en seguida y tomaremos el té. Ya ven que la mesa está dispuesta y que la tetera está puesta a hervir.
Todos se sintieron realmente como si estuvieran en su casa con la señora Denton. Era bajita, rechoncha y de buen color, y más joven que Agnes. Hablaba de un modo suave y lento y sonreía raras veces, pues su cara denotaba tristeza. Cuando Peter, que se había acercado al fuego para ayudarla, vio sus manos, se dio cuenta que las tenía estropeadas de tanto trabajar.
La cocina en la cual se hallaban era enorme. El suelo era de piedra, pero cubierto con esterillas y alfombras. El techo estaba cruzado por grandes vigas negras de las cuales colgaban manojos de hierbas medicinales y ristras de cebollas. La chimenea tendría unos diez pies de ancho y cuatro pies de profundidad, y había asientos a ambos lados del hogar, n el cual rugía un gran fuego. Pegada a una pared había una mesa larga y estrecha con un banco a cada lado, y sobre la mesa la merienda mejor dispuesta que Dickie había visto en su vida.
El fuego de la chimenea y la luz de la lámpara relucían en los objetos de estaño y cobre que decoraban las paredes, y el único cuadro que pudieron ver era una fotografía con marco de un gran carnero de negro rostro. Entonces oyeron los pasos de Alan en el exterior y el triste rostro de la señora Denton se iluminó cuando él entró en la habitación con «Lady», la perra pastor pegada a sus talones. Se inclinó para besar a su madre, que parecía más pequeña a su lado y entonces se volvió hacia los del Pino Solitario.
—Me alegro de verlos —dijo sonriendo—. Como no voy aestrechar la mano de cada uno, será mejor que nos sentemos si mi madre tiene ya todo dispuesto y que comamos, y luego les contaré las noticias.
—¿Qué clase de noticias, hijo? —preguntó la señora Denton, hablando desde la chimenea mientras vertía el agua en una gran tetera oscura.
—Las diré en seguida, en cuanto empezamos. ¿Todos servidos? ¡Bueno! Jon, ¿querrá ocuparse de mi madre? Siempre tengo que obligarla a que tome algo.
—¿Hay noticias de las ovejas desaparecidas? —preguntó David—. Eso es lo que queríamos preguntar desde el momento que llegamos.
Alan tomó un buen bocado de bizcocho y jamón antesde contestar.
—Me temo que ninguna. Parece como si hubieran sido tragadas por la tierra —se volvió hacia la señora Denton y prosiguió—: les he contado a estos chicos algo de lo que nos pasa. No hay que preocuparse porque ellos lo sepan, así que les puedo contar el resto. Contra más gente sepa lo que está pasando actualmente en este bosque, mejor. Eso creo yo.
Habló tan seriamente esta vez, que todos, incluso los gemelos, dejaron de comer y se lo quedaron mirando fijamente. La señora Denton jugueteó con su cucharilla y dijo rápidamente:
—¿Qué ha pasado, Alan? ¿Qué noticias son esas?
—He ido a dar una vuelta por ahí esta tarde —prosiguió Alan lentamente—. He ido a ver a Clancy en Three Oaks ya Dixon en Little Hollow y ambos están perdiendo ahora aves de corral, además de ovejas. Clandy dice que ya está bien la cosa y que si la policía no hace nada, tendremos que organizarnos nosotros mismos y vigilar por las noches. Dixon dice que cuando vaya a dormir pondrá una pistola al alcance de su mano y estamos planeando el hacer guardia de noche por turnos. Lo malo es que no somos bastantes para vigilar toda la comarca; pero como sea, tenemos que guardar nuestras fincas.
Tom y David hablaron a la vez.
—¿Quiere que venga a ayudarle?
—¿Nos permite que le ayudemos? Podríamos hacer guardia.
—Le prestaré a «Mackie» si me deja venir —dijo Mary. Alan miró a la mesa y luego sonrió a su madre.
—Ya te dije que eran unos chicos estupendos, ¿verdad? —y dirigiéndose a los del Pino Solitario, añadió—: les agradezco su oferta de ayuda, pero como dentro de dos días tendremos guardas, no hay nada que ustedes puedan hacer, excepto vigilar a cualquier sospechoso que vean en Clun oen las colinas de los alrededores.
—Mary y yo fuimos a dar un paseo por Clun esta mañana —dijo Dickie, y todo el mundo nos pareció sospechoso. Puede que eso sea porque son gente desconocida para nosotros.
—Los robos de ovejas se cometen por la noche, es evidente, y eso hace que sea difícil para nosotros el estar en el lugar y en el campamento justo —prosiguió Alan—. Pero los cogeremos al final y espero tenerlos al alcance de mi pistola cuando los coja.
Dickie soltó el pedazo de pastel que ya se llevaba a la boca.
—¡Qué maravilloso! —exclamó—. ¿Por qué no contrata un par de pistoleros como hacen en las películas del Oeste? Usted tiene que ser rápido al sacar.
—¿Qué podríamos hacer nosotros para ayudar? —preguntó Penny en son de queja—. Peter, y yo somos tan útiles como cualquiera de estos muchachos, siempre que se nos dé algo sutil y astuto que hacer.
—A mí me gustaría disfrazarme —empezó a decir Jenny, pero Peter la interrumpió.
—¿Y qué hay del «capitoné» que yo vi? Iba lleno de ovejas, pero cuando se lo dije ayer, usted no pareció mostrarse interesado.
—Lo siento, Peter —dijo Alan—. Puede que tengas razón, pero nadie puede traer un «capitoné» hasta un rebaño de ovejas a plena luz del día, sin que nadie lo oiga o lo vea.
Jon intervino por primera vez en esta conversación.
—¿Está seguro de ello? Pues parece ser que eso es lo que hacen. Yo diría que es más probable que lo hagan de día que no de noche, porque no podrán conducir un camión cuando ya haya oscurecido. Además, ¿no meterían mucho ruido las ovejas, si de noche fueran metidas en un «capitoné»?
Alan asintió.
—Puede que sea así, Jon, pero quien quiera que haga esta faena, debe ser un enemigo inteligente. ¡Bueno! Ya hemos hablado bastante de esto. Les prometo que les pediré ayuda si los demás dan su conformidad y si realmente la necesitamos. Mientras tanto, mantengan sus ojos y oídos bien abiertos y no se molesten en contar nada a aquel policía de Clun. ¡Cuéntenmelo a mí!
Todos se mostraron más tranquilos de lo corriente durante el resto de la merienda, porque los mayores se dieron cuenta de lo inquieta que estaba la señora Denton y de lo grave que era este asunto del robo de ganado a los granjeros. Tan pronto como terminaron de merendar, las chicas ayudaron a la señora Denton a retirar la mesa y a limpiar los platos. Alan llevó a los muchachos a dar una vuelta por la granja, pero al cabo de quince minutos o así, dijo
—No me gusta el aspecto que va tomando el tiempo. El viento se ha calmado y parece que va a caer la niebla. Será mejor que se vayan, pero espero que vuelvan siempre que puedan. Mi madre está sola y echa de menos a mi padre, por supuesto, y la vida no es muy agradable para ella que digamos. Las caras nuevas la animan. Me gustaría que vinieran conmigo y con «Lady» algún día y vieran el rebaño y se enteraran de algo sobre las ovejas.
Volvieron a la casa y dijeron a las chicas que se apresuraran, pero pasó un cuarto de hora antes de que pudieran decir adiós a los Denton y tomaran de nuevo el camino por el cual habían venido dos horas antes. Habían estado mucho rato en Bury Fields sin darse cuenta y ya estaba anocheciendo cuando miraron atrás, hacia la granja, cuyas ventanas relucían con reflejos dorados allá a lo lejos.
—Me han sido muy simpáticos —dijo Mary—, pero no megusta el sitio donde viven. Bueno, la casa es bonita y el sitio también. ¡Pero está todo tan solitario!
Tom la oyó y se volvió.
—También vosotros estáis solos en Witchend, ¿no es verdad, Mary? Y esta casa no está más solitaria que Hatchholt, ¿no?
—Estamos a muchas millas de cualquiera, desde luego —replicó Peter—; pero sé qué es lo que Mary ha querido decir. Esta comarca es diferente, y uno no puede por menos que sentirse solo en ella. No me gustaría vivir aquí. No puedo por menos que pensar en todas las cosas raras que por aquí pasan. ¿Comprendes lo que quiero decir, Penny?
—Te comprendo. Me pone la carne de gallina. Los antiguos bribones y puede que otros más antiguos quizás hayan caminado por donde nosotros caminamos ahora. ¿Y recuerdas lo que ese bueno de señor Cantor nos contó de que todos fueron enterrados en esos montículos y túmulos? ¡Bueno, Peter! Supongo que esos chicos saben por dónde vamos, porque me parece que no vinimos por este camino.
—Eso creo yo. ¡Eh, David! ¡Espera un momento!
Los muchachos, Jenny y Mary, que iban unos cincuenta metros por delante, oyeron su llamada y esperaron a que los alcanzaran.
—Supongo que sabéis por dónde vamos —dijo Penny casisin aliento, y entonces se detuvo al ver la cara de Jon. Hubo una larga pausa, mientras se miraban los unos a los otros. Mary cogió a «Mackie» y dijo:
—Este pobrecito está chorreando. ¡David! Se está formando niebla y apretando el frío.
—Lo siento, muchachos, pero me temo haber hecho el tonto —contestó David lentamente—. No estoy seguro de dónde estamos y he sido tan idiota, que me he dejado el mapa en casa de los Denton. Debí dejarlo en aquel sofá o lo que fuera, donde nos sentamos antes de tomar el té.
Hubo otro largo silencio hasta que Penny se echó a reír un poco nerviosa y dijo:
—No debería ser divertido, pero es divertido.
Entonces habló Peter:
—No pongas esa cara, David. En realidad no es culpa tuya, pues cualquiera de nosotros podía haber perdido el mapa. Creo que te portas muy bien al aceptar siempre la responsabilidad de ser el guía. En realidad no hay nada de qué preocuparse. Estamos todos juntos.
—¿Con que no hay nada que preocuparse? —bufó Dickie—. Eso es lo que a ti te parece, Peter. Primero de todo, pronto será la hora de la cena, y segundo, tú nunca te has perdido en la niebla como Mary y yo nos hemos perdido. Y te diré que es algo que no tiene gracia. ¿Queréis que os cuente cómo nos perdimos en la niebla aquel día en el Mynd?
—¡Nooo!—contestaron los otros al unísono.
—Muy bien, entonces, os lo contaré —contestó Dickie imperturbable, pero cuando David se volvió hacia él y le dijo muy serio:
—No hagas el burro, Dickie.
Se limitó a hacer una mueca lamentable y se estuvo quieto.
La luz casi ya había desaparecido por entonces y aunque la niebla no era muy espesa, parecía como si fuera a ser muy desagradable. Por un minuto o dos se preguntaron si valdría la pena tratar de hallar el camino de regreso a Bury Fields, pero Jon y Tom se opusieron a eso.
—No podemos estar muy lejos de una carretera —arguyó este último—, y este sendero debe conducir a alguna parte. Si volvemos, eso supondrá que Alan tendrá que salir de casa para guiarnos y él ya tiene bastantes preocupaciones. Se supone que nosotros vamos a ayudarle y no lo vamos a ayudar mucho si vamos allí en tropel a decirle que nos hemos perdido.
—Sigamos y probemos suerte —dijo Jon—. Esto debe llevar a alguna parte. Los senderos llevan a carreteras y creo que casi todas las carreteras deben llevar finalmente a Clun. No os preocupéis, gemelos. Todo saldrá bien.
—Gracias, Jon; pero no estamos preocupados. Ya corrimos antes una aventura como ésta. Iremos delante con «Mackie» y a lo mejor se comporta como uno de esos perros de San Bernardo.
Así que prosiguieron, cada vez más abatidos, durante otros diez minutos, sin pasar junto a ningún árbol o piedra que pudieran recordar.
De repente, Tom, que iba delante con una Jenny muy sumisa, se volvió y gritó:
—¡Este sendero va colina abajo ahora y veo enfrente algunos árboles! Creo que estamos yendo a alguna parte.
Pero todo lo que encontraron fue un bosquecillo de pinos en una hondonada. Llegaron hasta ellos y luego siguieron por una carretera no muy buena.
—Debemos estar cerca de algo —dijo Jon—, porque esta carretera ha sido usada recientemente y parece muy importante para esta clase de comarca. Lo malo es que, ¿hacia dónde debemos tirar? ¿Hacia la derecha colina abajo o subiendo hacia la izquierda?
—¡Si yo no hubiese perdido el mapa! —gimió David—.Estoy seguro que esos árboles y esta carretera estarán señalados y entonces todo habría sido muy fácil
—No repitas eso —dijo Penny—. Ya lo has dicho antes y no queremos volver a oírlo.
—Claro que no sé lo que nos espera —dijo Jenny—; pero no temo nada ahora que estamos todos juntos y somos del club del Pino Solitario.
—Cuando hayáis acabado de sentirlo los unos por los otros —intervino Mary, mejor será que venga alguien aquí y mire a ver si ve lo que yo veo.
Dickie estuvo a su lado antes de que hubiera terminado de hablar.
—No hace falta que nadie se preocupe más —dijo—. Estamos salvados. Mary nos ha salvado. Esta aventura ha terminado.
Pero Dickie se equivocaba. La aventura no había terminado y apenas si había empezado.
Se reunieron en torno a Mary y miraron hacia donde ella estaba señalando. Mientras había estado de pie en laintersección de los dos caminos, ella se había vuelto hacia la derecha y dado unos pocos pasos colina abajo. Y ahora, en la cada vez más débil luz crepuscular, pudieron ver por bajo de ellos un feo y enorme caserón rodeado por altos muros de piedra.
—No lo creo —dijo Penny—. No puede estar ahí. ¿Verdad que no lo vimos al venir por aquel otro camino? Y debimos haberlo visto. Esto es un espejismo.
—Yo no creo que sea un espejismo —dijo Tom—; pero parece una prisión. Puede que hayamos ido hasta Dartmoor y no lo sepamos. Siento mis pies como si lo hubiéramos hecho.
Mary se metió a «Mackie» bajo un brazo y entonces se cogió de una mano a Peter.
—La odio —dijo. Y se estremeció.
Jon, que era el más alto, hizo una de sus raras observaciones.
—Me parece que hay un par de grandes puertas de madera en el muro allá en la parte de abajo. Tom tiene razón. Parece una antigua y tenebrosa prisión y se diría deshabitada.
—Vamos a preguntar dónde estamos y pedir un vaso de agua —fue la brillante sugerencia de Dickie.
—Lo último que se me ocurriría sería pedir un vaso de agua —replicó Tom—; pero será mejor que vayamos y veamos si alguien vive allí y puede ayudarnos
Tras discutir un poco, Jon, David y Tom bajaron para explorar.
—Que ninguno de vosotros se mueva de aquí —fueron las palabras de despedida de David—. Ya es casi de noche, pero sería una tontería que bajáramos todos allí, parecería un asalto. Volveremos pronto. Cuida de ellos, Peter —y desaparecieron en las sombras.
En cuanto salieron de los árboles se dieron cuenta de que había otra cosa más extraña en esta casa.
—Mira a la derecha de aquellas puertas grandes —dijo Tom—. Parece como si hubiera una cosa larga enfrente de los muros.
—Apuesto a que si —repuso Jon con viveza—. Apuesto aque es la zanja de Offa de que nos habló el señor Cantor… ¡Mira! Corre en línea recta hasta perderse de vista por aquella parte de la casa y me atrevo a decir que sube por la colina del otro lado aunque desde aquí no se vea. ¿Sabes, chico, que éste es un sitio muy raro? Esos muros deben de tener por lo menos ocho pies de altura y me parece que tienen trozos de cristal en la parte de arriba. Me pregunto silo que quieren es que no entre la gente o que no pueda escaparse. Y aún no comprendo cómo no la vimos antes de entrar en aquel bosquecillo.
—Bueno, la cosa es que estamos aquí —dijo David—. ¿Y qué hacemos ahora? ¿Llamar a la puerta con mucha educación o quedarnos aquí y ponernos a cantar? Yo diría que nadie ha vivido ahí desde hace años.
—Pues yo creo que han vivido —dijo Jon mirando al suelo—. Este camino ha sido usado recientemente. ¿Es que no hay aquí campanilla?
Hallaron una rústica campanilla para llamar, en un pilar de ladrillo en el lado de la derecha de las puertas de madera. Tom tiró de ella con fuerza, pero aunque escucharon con atención esperando una respuesta ningún sonido quebró el silencio.
—Estoy seguro de que esta campanilla ha sido usada —dijo Tom—. Se tira de ella con mucha facilidad y no chirría. Prueba tú, David. Me parece que ha sido engrasada.
David tiró, sin obtener mayor éxito, y mientras permanecían allí en la oscuridad, sintiéndose incómodos, preguntándose qué era lo mejor que podrían hacer, a través de la niebla les llegó el sonido del silbido del avefría.
—Eso es de Peter o de Dickie —dijo David en seguida—. Son los mejores silbando. ¿Qué les habrá pasado?
—Puede que nos estén advirtiendo —dijo Tom—. Puede que haya pasado algo. ¿Qué hacemos? Les contestaré.
Tom era el mejor silbador de todos ellos y su señal de respuesta fue tan real que David por poco no alza la cabeza, esperando ver a un pajarillo con un penacho en la cabeza, revoloteando por entre los brezos. Luego sintió la mano de Jon que lo cogía por el brazo y oyó que le decía conteniendo la respiración:
—Vuélvete con cuidado y mira. Creo que hay alguien que nos está observando a través de la ventanilla de la puerta. Que no vean que nos hemos dado cuenta.
David sintió que la boca se le ponía seca de la emoción y dijo como si no pasara nada:
—Vuélvelos a llamar, Tom.
Luego, mientras se volvía a oír el lamento del avefría en el crepúsculo, se giró muy disimuladamente, con las manos metidas en los bolsillos y miró lo mejor que pudo hacia aquellos portalones. Dio una patada a una piedrecita y se adelantó un paso o dos, pretendiendo, y no hallando esto muy difícil, el estar jugueteando por no saber qué hacer. Entonces creyó ver un ligero movimiento en la superficie de la puerta más cercana. Jon tenía, pues, razón: estaban siendo observados.
A David le pareció que podía hacer ahora algo en compensación a su error de haber olvidado el mapa. Por suerte, llevaba la linterna en el bolsillo de su chaqueta, aunque se había olvidado de eso hasta ahora. La sacó rápidamente y diciendo:
—¡Mirad hacia la puerta!
Apretó el botón y enfocó con el rayo de luz hacia una pequeña mirilla en el centro de la puerta de la derecha.
Jon y Tom giraron rápidamente ante la advertencia de David, la tranquilla se cerró con un clic característico, pero no antes de que David hubiera visto un ojo humano que los observaba y que desapareció antes de que pudiera contar tres.
Aquel ojo, no sólo tenía algo diferente y desagradable, sino que la idea de que alguien los estuviera observando y que se negara a contestar a la campanilla era para volverse loco. La rabia se apoderó de David y se sorprendió al oír su propia voz gritando:
—¡Haga el favor de abrir la puerta, quienquiera que sea usted! ¡Somos un grupo de muchachos que nos hemos perdido! ¡Necesitamos ayuda y no sabemos dónde estamos!¡Abra la puerta!
Y Tom, que había tenido el tiempo justo de echar un vistazo a aquel ojo siniestro, se adelantó y aporreó la puerta con sus puños.
—¡Déjenos entrar! —gritó—. Abra la puerta! ¡Contéstenos!
Esperaron un minuto y luego volvieron a llamar, pero no vino ningún sonido que denotara que había vida dentro de aquellos extraños muros grises. Entonces Jon dijo tranquilamente:
—Esto es muy raro. Creo que será mejor que volvamos con los otros, porque aquí no vamos a sacar nada. Suerte que has encontrado tu linterna, David. No he podido ver bien, desde luego, pero creo que he visto la mirilla abierta.¡Vamos! Volvamos.
—Supongo que deberá haber una puerta trasera en algún sitio —dijo Tom—. ¿Damos la vuelta al muro a ver qué encontramos?
—No. Es mejor lo que dice Jon, Tom. Puede que los otros tengan alguna noticia que darnos. Volvamos. Tendré que buscar la forma más rápida de encontrarlos, ya que se hará de noche dentro de un par de minutos. ¡Vamos!
A mitad del camino del áspero sendero que llevaba hacia el bosque oyeron pasos de alguien que corría hacia ellos.
—¡Silba, Tom! —dijo David apresuradamente— ¡Rápido!
De nuevo se oyó el canto lastimero del avefría y esta vez fue contestado, pero no con otro silbido.
—¡Soy yo! ¡Penny! —gritó una voz familiar y en seguida se reunió con ellos, agarrándose al brazo de Jon mientras trataba de recobrar el aliento.
—¿Qué ha pasado, Penny? —le preguntó David—. Descansa un poco.

—Creemos que alguien nos está espiando en el bosque. Los gemelos están seguros de ello y dicen que alguien nos espía. Puede que parezca una tontería, pero yo lo creo también y me parece que Peter está segura de ello. ¿Habéis tenido suerte?
—No, no hemos tenido —dijo Jon secamente—. Las puertas están cerradas y barradas y no hay manera de entrar y creemos que el sitio está desierto.
Tom iba a hablar, pero se detuvo.
—Pero os hemos oído gritar como si os hubieseis vuelto locos —dijo Penny.
—Creímos que sería conveniente hacer ruido, pero no ha dado resultado. Lo único que tenemos que hacer es seguir andando y esperar lo mejor. No asustes a los gemelos, Penny, ¿querrás?
—¿Y por qué los había de asustar yo, Jon? No seas tonto. Bueno, si nos hemos perdido, nos hemos perdido y eso es todo. No estoy asustada porque estamos todos juntos, aunque Jenny está un poco nerviosa. ¡Vamos! ¡Volvamos!
La luz ya se había ido, pero la niebla no era peor y una luna amarillenta asomaba un borde sobre el bosquecillo donde los demás esperaban. Cuando los muchachos y Penny alcanzaron los árboles, oyeron la voz de Jenny un poco fuerte.
—No me importa lo que digas, Peter. No me gusta este sitio y estoy tiritando. Vámonos de esta arboleda que parece un sitio de fantasmas antes de que los otros vuelvan. Ya nos uniremos con ellos en alguna parte, pues odio este sitio ¡y me quiero ir!
No pudieron oír las palabras con que le replicaba Peter,pero David se alegró de oír su voz tranquila y mesurada. Peter no se dejaba nunca arrastrar por el pánico, ni perdía la cabeza, ni gritaba. Los gemelos estaban muy quietos, juntos, apoyados contra el tronco del mismo pino y David quizá nunca los admiró más que ahora, cuando sin hacerle ninguna pregunta inútil, Dickie dijo:
—¿Qué vamos a hacer? ¿Seguimos o nos quedamos?
—Vamos a volver ahora mismo a Clun —contestó David—. Está saliendo la luna y se me ha ocurrido que lo mejor sería seguir este sendero que sube a la colina.
—Estoy seguro que ha sido usado hace poco —volvió a decir Jon—. Bien seguro. Si lo seguimos a través de los árboles, estoy seguro de que al final iremos a parar a una carretera. ¡Vamos! ¡Sigámoslo!
Se pusieron en marcha, todos muy juntos, subiendo el áspero sendero entre los árboles que murmuraban por la brisa. Dickie se acercó a David y murmuró:
—¿Te ha dicho Penny que nos vigilan y nos siguen?
—Me lo dijo. ¿Estás seguro? ¿Habéis visto a alguien?
—No, exactamente; pero sabemos que estamos en lo cierto. Oímos a alguien en el límite del bosque.
—No sé por qué nos miras así, David —intervino Mary—.Sabemos que no nos crees cuando nos miras de ese modo; pero esta vez te equivocas. Pregúntale a Peter.
—Sí. Creo que hay alguien remoloneando por aquí —dijoPeter—. Mientras vosotros fuisteis allá abajo a la casa, oí crujir una rama y me pareció ver una sombra que se movía entre los árboles. Hagamos una prueba para ver si es verdad… Parece como si hubiera una pequeña colina ahí enfrente. En cuanto lleguemos todos a la cima, será mejor que dos de nosotros nos escondamos entre los brezos para ver si alguien sale del bosque y nos sigue.
—De acuerdo, Peter. Lo haremos tú y yo… Los demás seguid despacio sobre la cima y continuad hablando como si tal cosa.
Aunque era difícil estar seguros, los dos convinieron en que una especie de oscura figura humana salía de los árboles, miraba hacia ellos por un buen rato y luego los seguía.
—¡Rápido, David! —murmuró Peter—. Volvamos con los otros y avisémosles. Cogeremos a este tipo como sea.
—Hay alguien. Los gemelos tenían razón. Dividámonos y que unos vayan por un lado del sendero y los demás por el otro. No os acerquéis demasiado para que no nos vea. Que pase por medio de nosotros y lo seguiremos a ver dónde va. Si no hace otra cosa, puede que nos lleve a Clun y me parece que a Alan le gustaría saber quién es. Ahora rápidos y sin hacer ruido. Que nadie haga un movimiento después que haya pasado hasta que yo lo haga.
Se diseminaron obedientes: David, Peter, Jenny y Dickie a la izquierda del sendero y los demás, con «Mackie», a la derecha. Se echaron ocultándose entre los brezos observando la cima de la pequeña colina por la cual debía de venir aquel desconocido Jenny, echada al lado de David, estaba segura de que el enemigo podría oír los latidos de su corazón, y por poco no grita al ver aparecer una mortecina figura destacándose contra el cielo. Pero ahora se llevaron una sorpresa, porque en vez de correr hacia ellos, la figura se detuvo, miró en torno suyo detenidamente y entonces volvió a desaparecer. Los del Club del Pino Solitario siguieron echados esperando la señal de David. Lo vieron levantarse y ya se disponía a seguirlo, cuando él les indicó con unaseña que siguieran echados y él mismo se echó de cara. Entonces oyeron un traqueteo o sonido discordante, y de repente una figura montada en bicicleta apareció en lo alto de la colina y bajó pedaleando por el sendero, pasando entre ellos.
Estaba demasiado oscuro y ellos estaban demasiado lejos para que ninguno pudiera reconocer al ciclista, y ni siquiera pudieron asegurarse de que era el mismo hombre que había salido del bosque. Tan pronto como pudieron, se pusieron en pie en medio de los brezos y se reunieron en el sendero, pero para entonces ya no había ni rastro del misterioso ciclista, aunque pudieron oír el traqueteo de algo que iba suelto en la máquina mientras él pedaleaba por el desigual sendero, mucho después de haber desaparecido.
Nadie habló mucho. Si el ciclista era el hombre que los había estado observando desde el bosquecillo y de nuevo desde la cima de aquella elevación, ciertamente les había hecho hacer a todos el tonto.
—Puede que tenga una bicicleta invisible —dijo Dickie— o por lo menos invisible a ratos. Me muero de frío y tengo ganas de cenar, pero ahora veis todos que Mary y yo teníamos razón. ¿No es verdad?
El sendero llevaba colina abajo y al cabo de diez minutos se hallaron entre setos y con la linterna de David vieron que se trataba de un camino.
—Ahora vamos bien —dijo Tom pensativo—. Ya tengo bastante por hoy.
Tenía razón, porque poco después, llegaron a una carretera y a un poste indicador, el cual indicaba «A Clun».
Cuando cansados, hambrientos y con mucho frío subieron penosamente por fin los escalones de Keep View, fuepara encontrar a una Agnes que les esperaba enfadadísima y que no quiso escuchar razones y amenazó con mandar a los gemelos a la cama en seguida.
—Pero son ustedes, especialmente los mayorcitos, el señorito David y el señorito Jonathan, los que deberían sentirse avergonzados por causarme este disgusto, ya que yo soy la responsable de todos ustedes.
—Deme de cenar, Agnes —le suplicó Dickie— y luego ríñanos todo lo que quiera. Ya sabe que lo sentimos mucho, pero es como le ha explicado Jenny. Las cosas se pusieron en contra nuestra.
—Y hemos hecho un trabajo secreto de lo más importante —añadió Mary—. Y puede que eso interese a la policía o a alguien y al final nos den una medalla. Así que debe perdonarnos, Agnes.
—Puede que algún día usted se enorgullezca de la parte que tuvo en este día, Agnes —intervino Jenny.
Cuando al final estuvieron todos sentados frente a la cena, Peter preguntó que dónde estaba el señor Cantor y Agnes le explicó que ya había cenado en su habitación. Tan pronto como hubo salido y cerrado la puerta tras ella, Dickie se llevó las manos a la cabeza y gritó como si le doliera. Ni David ni Mary alzaron la vista de su plato de sopa, pero esta última dijo:
—Que no se preocupe nadie. Se le ha ocurrido una idea y debe ser de las gordas. ¿De qué se trata, Dickie? Trato de pensar, pero no caigo.
Dickie miró a su alrededor con aire triunfante.
—Apuesto a que a todos os gustaría saber quién iba montado en aquella bicicleta, ¿verdad? Creo saber quién es. ¿Queréis que os lo diga?
—Ven acá, Mary. Ven a explorar conmigo y lo demostraremos. Volveremos en seguida.
Los otros siguieron comiendo sin hacer muchos comentarios, pero una vez idos los gemelos David dijo:
—Dickie debe sospechar algo cuando ha dejado la cena. Nunca puede estar uno seguro de él.
De repente la puerta se abrió y aparecieron los gemelos, con la boca abierta y aspecto triunfante
—¿Qué os dije… —empezó a decir Mary, pero Dickie la detuvo con un dramático gesto y cerró la puerta tras ellos. Ambos se dirigieron contoneándose hacia el fuego y se quedaron junto a él.
—¿Qué os dije…? —repitió Mary—. Lo hemos hecho otra vez por el Club del Pino Solitario. No os podéis pasar sin nosotros. ¡Y ahora, escuchad! Esa bicicleta con ese timbre con ruido de matraca con la que escapó el espía, ¡es la del señor Cantor!
Hubo una larga pausa y cuchillos y tenedores cayeron ruidosamente sobre los platos, mientras los demás los miraban asombrados.
Penny dijo:
—¡No seáis ridículos! Los dos tenéis ganas de broma. ¿Cómo podéis saber eso? No tiene tipo de tener bicicleta.
—Sigue Dickie —dijo Peter muy tranquila—. Cuéntanos lo que sabes.
—Os lo diré. Esta mañana, después de haber dado un paseo con «Mackie», exploramos la parte de atrás. Hay una especie de huerto muy mal cuidado y un cobertizo en el que hay de todo. Había una bicicleta de caballero allí, que tenía una especie de etiqueta en el manillar con el nombre del señor Cantor y esta dirección. Echamos un vistazo ala bicicleta y nos fijamos en que el timbre colgaba y sonaba a matraca. La bicicleta está ahora allí, pero en un sitio diferente. Le han quitado la etiqueta y ahora tiene faros; pero el timbre sigue sin arreglar y apostaríamos que el hombre de la bicicleta era el señor Cantor que estaba espiándonos, o jugándonos alguna mala pasada.