Es decir, se ha conseguido el principal objetivo político, que es el de la propaganda internacional y el de la moral de la retaguardia, muy necesitada de buenas noticias después de la derrota de Teruel y las ofensivas levantinas.
Sin embargo, desde el punto de vista militar, la operación tiene algunos puntos oscuros.
Este sacrificio se ha hecho a cambio de ochocientos kilómetros cuadrados de un terreno que no tiene por sí mismo ningún valor estratégico. Porque con su conquista no se ha conseguido romper las comunicaciones del enemigo, ni acceder a un gran centro de aprovisionamiento.
¿Está mejor situado el ejército popular tras estos combates? Los estrategas republicanos saben que no. Han arrebatado la iniciativa a los franquistas, porque les han obligado a cambiar sus prioridades, a tener que aceptar el combate allí donde Rojo lo ha propuesto. Nada más que eso.
Sin embargo, eso sólo quiere decir que, si Franco pica el anzuelo de enfrentarse a ellos en el Ebro, se entrará en una guerra de desgaste. Rojo sabe de sobras que Franco tiene más reservas de hombres y material, que una guerra de desgaste, a un plazo no muy largo, se decantará con toda probabilidad del lado del enemigo, salvo que cambien las circunstancias exteriores. Se trata, entonces, sólo de ganar tiempo, el tiempo que Negrín les pide.
El otro factor es el terreno. Y su valoración ha sido muy acertada por los mandos republicanos, como lo demuestran las órdenes de Modesto para las primeras horas, que destacan la prioridad de tomar los observatorios naturales de las distintas sierras. Dominan todas las sierras de la Terra Alta. Ningún movimiento del enemigo les puede pasar desapercibido. La artillería republicana, pese a ser muy inferior en número y calidad a la franquista, puede alcanzar un nivel de eficacia altísimo con su fuego de barrera.
Cuando las mejores tropas de choque republicanas han llegado a Vilalba dels Arcs y Gandesa, se han topado con otras tropas dispuestas a resistir a cualquier precio, a las que sólo podrían haber vencido con una superioridad material muy clara. Y esta superioridad no se podía conseguir sin camiones, sin que estuviera garantizado el cruce de grandes masas de material móvil y artillería desde el primer momento.
Capacidad de sorpresa, rapidez y audacia. Valor personal de los hombres que se lanzan armados, algunos de ellos, sólo con bombas de mano, «como fieras» sobre las líneas enemigas. Unos hombres que se encuentran ante otros que hacen también derroche de valor personal pero tienen además una artillería capaz de desplegarse con rapidez y eficacia.
La segunda fase prevista por Rojo en su orden de operaciones parece más fruto de una ilusión que de un análisis serio. Gandesa estaba salvada para las tropas franquistas desde que lograron sobreponerse al primer asalto. Los testimonios de Barrón y las absurdas pretensiones de Yagüe de iniciar al tercer día una contraofensiva (por desconocimiento de la envergadura del ejército contrario), lo atestiguan: pasados los dos primeros días, los generales de Franco no pensaban ya en perder Gandesa. Otra cosa es que previeran cómo iba a comportarse el ejército de la República en adelante.
La aviación republicana es claramente inferior en número a la franquista por lo que se refiere a aparatos de bombardeo. Pero la proporción de aviones de caza no presenta un grave desequilibrio. ¿Por qué no ha actuado desde el primer momento, como se pregunta Kindelán, cuando la iniciativa era republicana?
Esta grave anomalía no provoca ni destituciones ni fusilamientos entre los mandos de la aviación. Y Rojo, el mayor responsable de la ofensiva, no llega a explicársela a sus subordinados, que seguirán durante años lamentando los hechos.
En esta primera semana, el ejército republicano se ha agotado cuando se han agotado sus mejores armas: la audacia, la rapidez y la sorpresa.
En ambos lados, ha primado en la toma de decisiones la exigencia de condicionantes políticos. Pero la batalla sigue. Salvo que la iniciativa ha cambiado al otro lado del tablero. Modesto da la orden: hay que pasar a la defensiva. Y Franco está deseando pasar al ataque.
El general Rojo se enfrenta a un tipo de batalla que conoce bien, que se estudia a fondo en las academias militares: es el ejemplo de Verdún, en la Gran Guerra. Los franceses, mandados por el mariscal Pétain, un hombre que simpatiza con Franco, infligieron a los alemanes una gran derrota a base de una defensa obstinada concebida «en profundidad». El uso masivo de la artillería no es capaz, si los medios defensivos se distribuyen de forma adecuada, de desarbolar esos medios. Rojo concibe, y Modesto y Tagüeña saben interpretar bien su estrategia de defensa en profundidad y flexible, una batalla de resistencia que puede ganar, como los franceses ganaron Verdún, si la retaguardia es capaz de alimentar sus necesidades y si la moral de las tropas se mantiene alta. Los comunistas le garantizan el segundo elemento. La logística depende tanto de la política internacional como del apoyo de la industria de guerra. Y los hombres de la CNT, que controlan la industria catalana, siguen ya la consigna de Durruti: «Renunciamos a todo menos a la victoria».
La elección es, pues, de Franco. Y Franco opta por la peor solución militar. ¿Para qué sirve ese territorio que va a afanarse en recuperar? Nadie puede dar una respuesta sensata. La Terra Alta es un buen lugar para dirimir una pelea entre ejércitos, porque no hay apenas civiles por medio. Pero sólo si su objetivo es el exterminio. No tiene el menor interés estratégico si el frente se puede estabilizar. En eso, también hay una gran similitud con Verdún: a lo largo de cinco meses los alemanes y los franceses se batieron por un lugar que carecía de todo valor para la guerra. Fue la batalla modélica de la guerra de desgaste.
El batallón Lincoln es momentáneamente relevado para reponer fuerzas tras el castigo del día anterior. Los combates en torno a Gandesa languidecen, aunque siguen siendo de extrema dureza. Las tropas que han recibido un castigo mayor tienen que descansar y reorganizarse. Edwin Rolfe lo describe: «El batallón sale de la línea hacia las 6 a.m. Como siempre, distribución apresurada de la comida. Tenemos la eterna sensación de que al trasladarnos nuestras raciones serán desperdiciadas. Mick trata de forma desesperada de distribuir el material rápida, exacta y sistemáticamente. Repantigados alrededor.
La 16 división, que ha sufrido un terrible desgaste en los pocos días que ha estado en el frente, es también relevada de la primera línea por la 27, mandada por el comandante Marcelino Usatorre, un comunista veterano.
La 3 división republicana también ha pasado a la inmediata retaguardia. La 60 ha tomado el relevo frente a Vilalba dels Arcs. Los hombres de su LXXXIV brigada, que han pasado la noche agazapados para evitar la metralla y las balas con los que les ha recibido el Tercio de Montserrat, pueden ver, desde que ha amanecido, la silueta de Vilalba, en la que destaca la imponente torre de la iglesia; en su robusto campanario hay instaladas algunas ametralladoras. Antes, las tapias del cementerio, donde se refugian las tropas enemigas, y un extenso campo abierto cruzado por una línea de alambradas que separa a los contendientes, por el que, desde luego, no se mueve nadie.
Antes de desayunar, la precaución mínima: rellenar las cartucheras que se han quedado vacías la noche anterior. Y cada soldado, su provisión de bombas de mano. Las de piña, con metralla, por si el enemigo ataca. Las otras, para la ofensiva. Los combatientes saltan de un refugio a otro para proveerse del material, con rápidos movimientos que eviten la tentación de los ametralladores enemigos al encontrarse con un blanco fácil.
De noche, siempre de noche, los suministros, cuando los furrieles acortan todo lo que pueden el proceso de servirles la comida caliente, porque temen una explosión o un disparo. Cuando el suministro no llega, el capitán de la compañía de Bartres recurre a una despensa que ha ido haciendo. Hay latas de sardinas, de corned beef, de salmón noruego, de carne rusa y una pequeña provisión de cigarrillos ingleses, que se reciben como una gloria cuando llegan y se puede aspirar su dulce humo en lugar del habitual «mataquintos», que es algo así como el paso anterior a la paja en una supuesta escala de calidad del tabaco.
Los de enfrente, escondidos tras las tapias del cementerio o la muria que se yergue delante de la iglesia en una pequeña plazoleta, les gritan frases de provocación, siempre adornadas con eso de «rojillos».
De lavarse, para qué hablar. Los piojos comienzan a hacerse dueños de los cuerpos. Pero hay cosas más importantes de las que preocuparse.
En las cercanías del río Canaletes, las banderas de Falange de la división 84 se pelean «en un terreno caótico» con los hombres de la 11 división republicana. Más al extremo, cerca de Xerta, con los de la 46. La lucha es de una tremenda violencia. En menos de una semana, las unidades de la 11 aparecen tremendamente desgastadas.
En la cabeza de puente de Fayón-Mequinenza, a la que los franquistas describen ya como una bolsa, se recrudece la confrontación. Allí está la 42 división, mandada por el mayor Manuel Álvarez. Sus posiciones no tienen, según Tagüeña, «la solidez suficiente para detener un ataque enemigo en una zona desierta, sin agua ni vegetación». Su conexión con la retaguardia es inestable. Depende de barcas y una pasadera de flotadores de corcho cuya fragilidad ha sido su gran virtud para resistir los bombardeos de la aviación.
Su permanencia en el terreno conquistado sólo tiene una justificación: atraer fuerzas enemigas, distraerlas del teatro fundamental. Pero la situación comienza a ser desesperada, porque no ha conseguido el objetivo de tomar Fayón y enlazar con el resto del XV cuerpo de ejército. La brigada LIX lo ha intentado de nuevo, pero los batallones franquistas allí encerrados han resistido con firmeza.
En el primer asalto, la noche del 25, las fuerzas del comandante Alonso, del batallón de ametralladoras, consiguieron capturar una batería de 155 mm con sus tractores incluidos. El mando es consciente de que un asalto del enemigo puede impedir la evacuación de estas piezas, tan valiosas para un ejército que tiene penuria artillera. Un batallón de fortificaciones, el 16, se dedica al completo a abrir pistas para mover las piezas con sus tractores, que se pasan al otro lado mediante una compuerta construida con los pontones también arrebatados al enemigo en Corbera. El fuego de la batería seguirá protegiendo a la 42, pero desde la orilla izquierda del río, junto con los ineficaces cañones de 105 mm. Que no paran de averiarse.
Es decir, una superioridad de 25 a 1 en artillería, y de 2 a 1 en infantería. Sin contar con los tanques y la desproporción aérea.
Álvarez y Tagüeña saben que la resistencia va a ser imposible. Pero el mando republicano decide no retirar a las tropas mientras puedan seguir distrayendo fuerzas enemigas y sólo prevé un dispositivo de retirada rápido para cuando se produzca la ofensiva, que todo el mundo da por descontado se va a producir en las próximas horas o jornadas. Para el mando franquista se trata de tener asegurado y libre de presión todo su flanco izquierdo.
Los hombres de la 42 división van a ser sacrificados a cambio de unas horas de tiempo.
Entre los cadáveres recogidos se han identificado jefes y clases extranjeras. Se han pasado a nuestras filas 32 milicianos que acusan las grandísimas pérdidas sufridas en el día de ayer: un solo batallón perdió 380 hombres y un grupo de escuadrones fue aniquilado en uno de los barrancos de Pobla de Masaluca.
Ayer, además del combate aéreo en el que fueron derribados seis «Curtís» rojos, según se hizo constar en el parte, hubo otro combate en el que se abatieron tres «Curtís» más.
En la tarde de ayer los cazas republicanos que protegían un servicio de nuestros aparatos de bombardeo encontraron, a la altura de Gandesa, 16 «Fiat» que huyeron cobardemente. Prosiguiendo su servicio, nuestros aviones combatieron con un «Heinkel 52», 15 «Meisserschmidt» y 22 «Fiat». Fueron derribados el «Heinkel» que capotó incendiándose al este de Flix; un «Fiat», al este de Villalba; otro, al norte de Pobla de Masaluca, que estalló en el aire; otro en los montes de Ascó; otro que se destrozó incendiado al sureste de Fayón, y un último «Fiat» que se incendió en el aire.
Nosotros perdimos dos cazas, cayendo en territorio leal, ileso, uno de los pilotos, que se arrojó en paracaídas.
En la retaguardia, los servicios sanitarios reciben un flujo de heridos creciente. Las ambulancias tardan en ocasiones demasiado, porque tienen que recorrer un largo camino lleno de obstáculos, y se cruzan con los convoyes que van a proveer de suministros a las tropas de primera línea. A veces, los heridos han de ser transportados a lomos de caballerías hasta encontrar los vehículos que los puedan llevar al otro lado del río.
El transporte de los heridos se suele hacer de noche. Al llegar a la orilla, hay que esperar el turno para que los vehículos de sanidad puedan usar los medios de paso. Si hay mucho tráfico, se llega a usar las barcas o las pasarelas por las que sólo pueden circular hombres, que los trasladan a hombros de un lado a otro.
–A ése, a enterrar -dice el médico, sin guardar mucha ceremonia.
Isidre Carrés es cabo de camilleros de la CXXII brigada de la 27 división. Está con su unidad de Sanidad en la orilla izquierda del río, desde el mismo día 25. En el primer impulso, los de Sanidad también cruzaron, pero vino la contraorden de pasar de nuevo. Las instalaciones para el hospital de primeros auxilios se pusieron rápidamente en pie, tras las primeras lomas, a cubierto de los ataques de la aviación franquista.
Carrés es ya un veterano. Fue movilizado a finales de septiembre del 36 y se incorporó a un batallón socialista de su barrio, de Barcelona. Lo malo es que se trataba de una agrupación de choque. Carrés era de los que saltaban primero las trincheras, se llevaban todos los tiros y después eran relevados por las fuerzas de línea. Tras la retirada de Teruel, disfrutaba de unos días de descanso en Fraga. Un mando le vio ocioso:
–Tú, ¿dónde estás apuntado?
–Pues ahí, con todos.
–Pues te vas al batallón rojo, de chófer.
–Pues de chófer -respondió lleno de contento.
Pasó por Miravet. El doctor, un valenciano, les iba diciendo a él y todos los demás qué hacer con cada uno de los heridos que llegaban sin pausa desde los primeros momentos:
–A ése, le curas y a Barcelona. A ése, ya le puedes dejar en el rincón.
Los primeros heridos que les llegan no los han causado las tropas de Franco. Casi todos son víctimas del mal estado o de la sobre utilización del material. Sobre todo de las ametralladoras refrigeradas por agua, que revientan porque no se les da respiro.
Carrés comparte el trabajo con gentes de todos lados. Hay castellanos y andaluces. Muchos de ellos le parecen muy mayores, hasta de treinta años. Campesinos huidos del avance de los franquistas. Carrés les escribe las cartas para sus familias. A los que vienen de sitios que no han sido invadidos.
Se pasan el día curando heridas y alineando a los que llegan muertos. Por la noche, toca enterrarlos. Ese día ha llegado uno con una herida en la cabeza.
–A ése, a enterrar -ha dicho el médico, y lo han puesto en la fila de los que hay que meter bajo tierra cuando se vayan las luces. Carrés y otro compañero le están haciendo la fosa, en la que tendrá que entrar con otros cuantos. Cuando la terminan, comienzan a echar las paletadas de tierra y oyen un ruido muy extraño, pero humano, en todo caso.
–Brrr, brrr -surge el espantoso sonido de la tosca sepultura.
–¡Doctor, que éste está vivo! – grita Carrés.
–No es posible, hombre, enterradlo de una vez.
Y de la sepultura vuelve a surgir el sonido, brrr, brrr.
–¡Doctor, coño, que está vivo! – insiste Carrés.
–Pues sácale y vamos a verle.
Un médico peruano, el radiólogo José Dhaga del Castillo, cae herido en las cercanías de Vilalba. Voluntario desde la primera hora, ha llegado a capitán médico. Está con los canadienses de la «Mac-Pac», donde se enrolan varias decenas de latinoamericanos.
Hay algunos médicos peruanos más entre los combatientes de las Brigadas Internacionales. Otro es Jorge Jarufe, que ha trabajado en los hospitales de Tarragona y Cambrils. Los médicos republicanos ensayan nuevas técnicas de cura de urgencias que bajen la alta tasa de mortalidad entre los heridos: se trata de limpiar y tratar las heridas en la primera línea. El ahorro del tiempo de evacuación es muy importante para evitar la gangrena que ha visto Henríquez Caubín en algunos combatientes en Corbera. La incidencia de la infección que provoca la mutilación obligatoria de brazos y piernas, baja del 20 al 2 por 100 aplicando métodos sencillos de higiene y profilaxis. Los médicos corren muchos más riesgos en la primera línea, pero su tarea da frutos muy satisfactorios. Unos años más tarde, el médico catalán Josep Trueta recibirá las más importantes condecoraciones británicas por aplicar estos métodos, que se prueban ahora en el Ebro y él ha contribuido a desarrollar, en el desembarco de Normandía.
En el bando franquista se experimenta también con estas técnicas, que son revolucionarias. Allí le comienzan a llamar «cura española». El doctor Mariano Zúmel está en un hospital de la retaguardia franquista, en Griñón, y comenzó a aplicarlo cuando aún estaba en la zona republicana. El método es muy sencillo: «resección de los bordes de las heridas, lavado con suero fisiológico salino, contra abertura y drenaje en las partes declives, apósito y vendaje de escayola».
Este tratamiento se aplica a los heridos con grandes destrozos en partes blandas y los que tienen fracturas abiertas. En sus inicios, el doctor Zumel ha tenido grandes problemas con colegas que le han llamado la atención, porque el sistema provoca unos olores que hacen pensar que hay falta de higiene.
Las bajas de las fuerzas rojas son incalculables. Un nuevo intento de alimentar el combate en el sector al norte de Fayón fue causa de que sufriesen un duro descalabro y de que abandonasen en el campo más de 300 muertos y un centenar de prisioneros.
Bombardeo de estaciones ferroviarias de Tarragona y Hospitalet.
En el sector de Pándols, también la división 46, de «El Campesino», nombre por el que sigue siendo conocida, pese a que su jefe continúa «enfermo» en la retaguardia, la calma es casi total. Los suministros, sin embargo, llegan con cuentagotas.
Mientras los ingenieros y los pontoneros del Ejército de la República hacen milagros cada día para tener abiertas las líneas de comunicación, la retaguardia mantiene un grado de desorganización que a Manuel Vaqué le parece desesperante. Vaqué está destinado a una unidad de Transportes dentro de su división y hace constantes viajes de ida y vuelta.
Un par de días antes ha conducido el camión lleno de botas y zapatos hacia el Ebro. Todo le hacía pensar que su carga y su itinerario no respondían a ningún designio logístico, sino que el material «estaba en alguna parte y había que llevarlo a alguna parte». Al llegar a la línea del río, Vaqué se puso a la cola de quienes iban a recibir el calzado, porque él andaba en alpargatas. El comandante de su batallón no le tiene especial simpatía a ese chuleta de Vaqué, y rechazó su presencia:
–¡Tú, fuera de la fila, que esto es para la infantería!
El resignado Vaqué hace una tímida pero notoria acción de muda protesta, se quitó las alpargatas y no volvió a ponérselas. Así se ganó el mote temporal de «el descalzo» en el batallón.
La hoja de ruta del convoy no estaba definida, y el comandante ordenó a los camiones que se preparasen para pasar al otro lado, para avituallar a la primera línea.
Pero sucedió «lo de siempre»: los camiones se cargaron, se colocaron enfilados ante el puente de barcazas y, cuando llegaron en su pertinaz misión diaria los Stuka de bombardeo en picado, se anuló la orden. Los conductores, aliviados una vez más, se fueron a refugiar entre la vegetación. Ninguno deseaba encontrarse a mitad del río cuando comenzara el bombardeo.
Vaqué lleva dos días desesperado, bufando contra los funcionarios que juegan a los militares y no toman decisiones:
–El uno por el otro, nadie decide ¡Así es imposible ganar una guerra!
Pero ese día está, con las primeras luces, al volante del primer camión, pisando los pedales con los pies desnudos, y algo se remueve en su interior. Vaqué se lanza:
–¡Al carajo las órdenes; si no pasamos ahora, no pasaremos nunca!
Pone la primera y arranca el camión hacia el frágil puente de barcazas. Los demás conductores piensan, al ver que él ha arrancado, que se ha dado la orden, y se lanzan todos tras él a cruzar el puente pese a que los aviones ya están atacando y las bombas arrojan surtidores de agua sobre las pasaderas. En pocos minutos, todos los Katiuska han cruzado el río sin sufrir ningún daño. La pasarela recibe poco después un impacto. Pero el convoy se dirige hacia las tropas. Cuando llegan, son aplaudidos como héroes. Los soldados estaban sin vituallas. Los conductores reciben tabaco franquista del que los soldados han requisado en su marcha al frente.
A la vuelta, los conductores están eufóricos. Pero Vaqué teme la reacción del comandante. La acción le puede costar incluso ser fusilado por una desobediencia grave.
En el sector de Mequinenza se ha avanzado nuestro frente, cogiendo 50 prisioneros, entre los que figura un oficial húngaro, según el cual superan a 20.000 las bajas sufridas por los rojos en estas batallas que dicho oficial ha visto.
Bombardeo de estaciones de Tarragona y Cambrils.
Nuestras baterías antiaéreas derribaron un trimotor italiano «Savoia 81», capturándose al piloto, también de nacionalidad italiana.
En ese punto, Watt perdió el contacto con el que fue comandante de los americanos en España, con un personaje que es casi una leyenda entre los combatientes, Bob Merrimann. Los americanos se retiraban a la carrera. Habían perdido ya el control. De noche, buscaban la orilla del Ebro, donde sabían que podrían encontrar tropas amigas. Oyeron unas voces, y Merrimann cometió la torpeza de hablar con la silueta fantasmal que se le apareció en la oscuridad. Mala suerte, era un centinela franquista, que dio el «alto» y disparó. La alerta saltó y comenzó un gran tiroteo. Watt y los pocos que iban con ellos salieron a la desesperada huyendo del combate. No volvieron a saber nada de Merrimann. Los supervivientes cruzaron el Ebro a nado. Hemingway fanfarroneará después diciendo que él los ha «pescado» del río.
Nunca se sabrá más de Merrimann. Su viuda pasará años buscándole inútilmente. Conseguirá, incluso, que los poco diligentes diplomáticos norteamericanos vayan al penal de San Pedro a buscarle, pero sin ningún resultado. Tampoco aparecerá su tumba.
El paso de las tropas republicanas a la defensiva se percibe en cualquier acto de la vida cotidiana. Y hay hechos que adquieren una cierta relevancia y explican cosas del inmediato pasado. Por ejemplo, los hombres de la LXXXIV brigada de la 60 división, que llevan varios días viviendo tirados en el suelo, han recibido esta noche la segunda visita de los zapadores armados con picos y palas. Sin decir apenas palabra, se han puesto a la tarea y han terminado una línea de trincheras. Además, les han dejado pilas de sacos vacíos para que cada combatiente rellene los suyos y se los coloque delante para protegerse mejor del fuego enemigo. Cada uno deja el hueco, la aspillera para poder hacer fuego con su fusil.
Los zapadores no habían aparecido antes porque no se esperaba que el frente quedara detenido.
La vida cambia de forma espectacular. Ahora se puede uno mover de un lado a otro en posición erguida y charlar con los compañeros, echar un pitillo cuando lo hay con algún camarada, pasándoselo de uno a otro.
Bartres lamenta la tardanza en tener la trinchera. Con ella, quizá se habría salvado el cabo de su escuadra, que ha muerto el día antes reventado por un mortero que le ha caído justo en la espalda. Cuando comenzó el bombardeo, todos se echaron al suelo, como siempre, y el cabo se quedó algo adelantado, insultando al enemigo a voces, tal vez para ahuyentar el miedo.
Era un andaluz que fabricaba botones en la vida civil, orgulloso de su oficio. Un hombre simpático, sencillo y de cuerpo frágil, que quedó desperdigado, tan repartido por el terreno que nadie se atrevió a recogerlo. Al final, lo tuvo que hacer el teniente, con una pala.
Esos bombardeos con los morteros los hace el enemigo cada tarde a la misma hora, a las seis, no se sabe por qué, con gran puntualidad. En las trincheras, el mortero es el arma más temida, porque la trayectoria del proyectil describe una curva muy cerrada que hace que el explosivo caiga, si la puntería es buena, justo en vertical sobre la trinchera.
Son los morteros del calibre 50, de trinchera, de corto alcance y fácil transporte, porque son ligeros. Para que a uno le mate o le provoque heridas graves tiene que caer muy cerca. Otra cosa es el mortero del 81, que parece ya artillería seria. Tiene un alcance de dos mil metros y la misma «virtud» de que su trayectoria acaba casi en vertical y revienta las trincheras cuando cae dentro.
Los soldados se hacen refugios en los laterales, y se cubren con las mantas dobladas sobre sus cuerpos para defenderse de la metralla. Menos los vigías que deben avisar si se produce algún asalto de la infantería.
Bombardeo de Ampolla y cruce del ferrocarril al sur de Vendrell.
Derribo de dos Katiuska y tres Boeing.
Aviones de bombardeo republicanos, protegidos por 21 cazas, combatieron con 50 aparatos «Fiat». Fueron derribados cuatro de estos, dos de los cuales se incendiaron en el aire y otros dos cayeron en barrena, estrellándose.
A pesar de la superioridad numérica de la aviación de los invasores, nuestros aparatos bombardearon con gran eficacia y precisión todos los objetivos que tenían señalados.

En el otro lado está Manuel Álvarez, «Manolín», jefe de la 42 división, a quien ese día acompaña Tagüeña. Álvarez tiene también un historial legendario. Ha sido uno de los héroes que aguantaron hasta el final en Asturias, y ha cruzado las líneas enemigas para poder unirse de nuevo a los suyos.
La dirección del ataque viene esta vez desde el norte. La artillería ha estado machacando los Auts durante tres horas. Más de cien piezas bombardean el terreno pelado al que se pegan como lapas los soldados de las brigadas CCXXVI y CCXXVII.
A las 11 en punto, los carros de combate franquistas parten desde la meseta de Vesecri para asaltar la primera línea de trincheras, seguidos muy de cerca por la infantería. Desde el borde de la meseta, se establece una potente base de fuegos, con morteros del 81 y ametralladoras pesadas. La fuerza de asalto la componen tres agrupaciones de infantería formadas con batallones de las divisiones 82, 63, 4, 84, 152, 150, 102 y la medio deshecha 50. Un total de trece batallones, casi diez mil hombres. La primera embestida la lleva a cabo la 3 bandera de la Legión.
Los republicanos comienzan a asomar la cabeza para instalar sus ametralladoras y repeler el asalto. Las compañías 7 y 8 de la 3 bandera de la Legión se llevan todo el fuego y tienen que retroceder, pero vuelven al asalto apoyadas por la 15 compañía y varios carros de combate. Aparecen además los aviones, que ametrallan en cadena en una acción bien coordinada con las tropas de tierra. La aviación de bombardeo italiana, los Savoia, ataca la pasadera situada al lado de Mequinenza.
El calor es insoportable, nubes de polvo cubren todo el terreno, la visibilidad para la infantería y los defensores es casi nula. Los legionarios logran romper la primera línea de trincheras. Por ahí se cuela el grueso de la fuerza asaltante.
El combate dura varias horas. Tagüeña está con Álvarez, observando el desarrollo de los combates cuando reciben el parte de que los Auts han sido conquistados por los asaltantes. Desde allí, la infantería puede ocupar todo el territorio en media hora y copar a la división al completo. La orden es terminante: la 226 debe resistir a toda costa para permitir la evacuación del resto de la división durante la noche.
Los oficiales consiguen evitar la desbandada. Las horas se hacen eternas, bajo el bombardeo de la aviación y la presión de los tanques y los infantes franquistas, que hacen gran cantidad de prisioneros.
Cuando anochece, comienza la evacuación por medio de barcas y a través de las pasaderas de corcho. A medianoche, lo que queda de la 42 división ha repasado el Ebro. En total, desde que comenzó la ofensiva el día 25, ha perdido más de tres mil hombres, un tercio de sus efectivos en trece días de combate.
El mando franquista da por liquidada, en sus partes de guerra, a la 42 división. Una eliminación que parece apresurada. Los mandos republicanos presumirán luego de su resurrección, pero las bajas sufridas en tan solo unas horas son escandalosas. No había condiciones para la defensa. No hay nada que justifique el coste de una defensa de horas a cambio de tantos cientos de vidas humanas. Ni hay autoridad capaz de encausar a quienes han diseñado la defensa.
Es la gran diferencia entre el fracaso de Amposta y la matanza de los Auts. En Amposta, el enemigo ha sabido reaccionar y la operación se ha torcido. En los Auts, la matanza podría haber sido prevista.
Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte,
y su amor fue mi bandera.
Otras veces se oye cantar a los requetés del Tercio de Montserrat, aficionados a las canciones religiosas. Los soldados de la LXXXIV brigada son, en gran parte, catalanes, y distinguen bien las cadencias del Virolai.
Pero también los requetés hacen su competencia particular hablando de la muerte. Suenan canciones muy poco tranquilizadoras para los que esperan el ataque con morteros:
Átame las alpargatas, dame la boina, coge el fusil,
que voy a matar más rojos que flores tienen mayo y abril.
Nolla prefiere, si le dan a elegir, escuchar de los legionarios la historia de Madelon:
La Madelon es dulce y complaciente
la Madelon a todos trata igual
ofreció su amor a todo el frente
del soldado al general.
Hay quien sólo oye voces desesperadas, porque ha vivido situaciones extremas que quiere paliar. De Italia surge una voz desesperada, de un hombre religioso que quiere hacerse escuchar: «Insisto, y no me cansaré de repetirlo, en que usted como yo, tenemos allí, en situación lamentabilísima, a muchos pobres sacerdotes, religiosos y fieles ejemplarísimos a quienes, por mi parte, considero como el deber más sagrado el no dar el menor pretexto para agravar, quién sabe si de manera irreparable, la triste suerte con mis actos y manifestaciones. Creo que es la mínima caridad, si no justicia, que con ellos debemos tener…».
El obispo de Tarragona, el cardenal Vidal i Barraquer, está en el Vaticano, desde donde escribe esta carta al obispo de Girona, José Cartañá, que se encuentra, desde luego, exiliado de su diócesis. Éste le ha reprochado unos días antes su actitud de seguir negándose a suscribir la carta colectiva del Episcopado español a «los obispos de todo el mundo explicando las razones del Alzamiento y los fines de la guerra», encabezada por el primado cardenal Isidro Gomá en agosto de 1937.
La República, pese a los intentos de sus más altas instancias, de Azaña y de Negrín, y de los representantes nacionalistas en su gobierno, como Irujo, no ha conseguido volver a la normalidad en la vida religiosa. El anticlericalismo de las clases populares, muy afirmado en las organizaciones de izquierda, tiene una enorme fuerza. Más de siete mil religiosos han sido asesinados en la zona republicana en los primeros meses del conflicto. La Iglesia española ha sido, tradicionalmente, una estrecha aliada de las fuerzas más reaccionarias. Sobre todo en las zonas rurales. Su alineamiento con las fuerzas de la derecha ha sido muy evidente. Los sucesos de Madrid que culminaron con la quema de iglesias y conventos en los albores de la República comenzaron por una provocación de los monárquicos en un acto religioso.
Los obispos, salvo los tres mencionados, han reaccionado, y han certificado la justeza de la rebelión franquista.
Mientras, los republicanos son incapaces de poner en marcha en su territorio las mínimas garantías para el ejercicio de la fe. Hay ya algunas misas toleradas en Barcelona, pero se ofician en domicilios particulares y siempre con gran discreción. La autoridad del Ministerio del Interior recuerda que estas celebraciones son libres, mientras no superen el número de veinte personas los asistentes. En ese caso, es preciso recabar permiso.
Vidal i Barraquer no destaca por ser un simpatizante de la República, como tampoco lo es el obispo de Vitoria, Mateo Múgica. Es un hombre centrado, que tiene tibias simpatías por el nacionalismo catalán y no se siente reflejado en el clericalismo fascista de Franco. Ahora trata simplemente de que no se produzcan tensiones mayores que puedan afectar a la seguridad de sus colaboradores o de sus fieles.
Pero Franco no les perdonará nunca su tibieza. Ni siquiera permitirán, él y sus cómplices de la jerarquía eclesiástica, que Vidal i Barraquer sea enterrado en su diócesis, en Tarragona. A Múgica lo han despachado al exilio sin muchas contemplaciones.
En la Terra Alta el hecho religioso, la toma de partido de la Iglesia a favor de las derechas, ha sido determinante para lo que se vive en estos momentos, las represalias anticlericales. En la diócesis de Tortosa, de la que depende la zona, han sido ejecutados trescientos curas de los quinientos que había censados. Muchos de ellos han sido asesinados en plena calle, arrastrados, sufriendo humillaciones antes de recibir el tiro de gracia. Algunos han tenido suerte, como el propio obispo, el ultraderechista vasco Félix Bilbao, un férreo militante anticatalanista, que se oponía incluso a la enseñanza en catalán. Bilbao ha sido escoltado por las autoridades de la Generalitat hasta que ha alcanzado el barco que le ha permitido huir, con su superior, el catalanista Vidal i Barraquer, a Italia. Los perseguidores de eclesiásticos no diferencian entre nacionalistas y no nacionalistas cuando se trata de matar curas u obispos.
Hoy, en el cementerio de la Pobla de Massaluca, pese a que la tradición de que sean religiosos ha vuelto, no se pueden hacer ceremonias. Los que caen muertos reciben unas paladas de tierra, las justas, y no hay capellán que les eche unos apresurados responsos, porque la brigada de Caballería republicana aún lo controla.
Pasan de 2.000 los prisioneros hechos, encontrándose en estos momentos muchos más enemigos cercados y sin posible salida. Algunas de las unidades rojas enteras fueron envueltas y copadas.
El castigo infligido al enemigo ha sido durísimo, pues se llevan recogidos más de 900 cadáveres de los rojos, entre ellos el del jefe de una brigada y muchos oficiales. Además se han recogido 1.600 fusiles de repetición, 56 ametralladoras, 180 fusiles ametralladores y mucho material que en su derrota no han podido retirar.
Nuestra aviación ha efectuado servicios eficacísimos, ametrallando y bombardeando concentraciones enemigas, así como las vías de comunicación y el puente que los rojos habían establecido en esta parte del Ebro, diezmándolos y cortándoles el paso hasta quedar éste bajo el dominio de nuestras tropas.
El día 4 se bombardeó la estación de Altafulla, un tren de municiones en Hospitalet, y el puente que habían construido en el Ebro.
En las últimas horas de ayer nuestros cazas entablaron combate con dos escuadrillas de aviones enemigos, una de «Fiat» y otra de «Meisserschmidt», logrando derribar uno de ellos, que cayó incendiado. Los aparatos republicanos regresaron sin novedad.
Miguel Nieto, del 17 de Burgos, ha participado en el asalto del día anterior. Aún le retumban en los oídos las explosiones de miles de granadas, el ruido de la fusilería, cuando se ha desatado una similar. Pero esta vez no ha sentido el peligro, porque el enemigo se ha desbandado, si es que quedaba alguno. Hay rezagados, que no combaten, heridos que piden clemencia y ayuda. Ya nadie dispara contra Miguel según se mueve, con el mosquetón prevenido, entre la chamuscada vegetación y la tierra seca de los Auts. Miguel piensa incluso que nadie ha disparado hoy contra él.
La bolsa de Fayón-Mequinenza ha sido «reducida» en una operación bien diseñada en la que se ha podido utilizar toda la superioridad material del ejército que ya ha pasado a la ofensiva.
Hay más de mil prisioneros.
La 42 división ha perdido más de dos mil hombres según el conteo de los franquistas. De ellos, más de ochocientos son muertos, y más de mil prisioneros. No se conoce el número de heridos evacuados. Las bajas de los franquistas son unos ciento cincuenta muertos y mil trescientos heridos.
El jefe del Ejército del Ebro, Modesto, envía una orden de tono muy enérgico a los jefes de los cuerpos de ejército y al de la división 35. Exige que se entregue al parque del ejército en menos de 48 horas todo el armamento recogido al enemigo. Los de la 35 saben que, sobre todo, el mensaje va dirigido a ellos, porque no han puesto a disposición del mando el grupo de artillería cogido el día 25, que la división ha ido usando a su antojo desde hace dos semanas. Los cuatro mil fusiles del calibre 7 si los han devuelto ya, a falta de unos pocos cientos que han servido para armar a la sección de Enlaces a caballo, los zapadores y los de Transmisiones.
Hay discrepancias sobre la utilización de los fusiles del calibre 7. Con ellos se puede armar a un par de brigadas, pero la munición capturada no llega al medio millón de cartuchos, que supone una dotación de poco más de cien disparos por combatiente. Es preferible armar con ellos a unidades más pequeñas que puedan ser bien aprovisionadas de munición.
El general Saravia se quejará de la tacañería de Modesto en la entrega de ese material, pero Modesto parece tener razón. ¿Para qué sirven los fusiles si no hay munición?
Su armamento, abandonado en las barrancadas y trincheras, fue recogido por nuestros servicios, así como la gran cantidad de heridos abandonados sin curar por los rojos.
El número de prisioneros hechos en el día de hoy pasa de 1.000 y el de muertos es incalculable, pues a los recogidos en las trincheras y caminos hay que aumentar los centenares que quedan abandonados en las barrancadas y la gran cantidad de ahogados que arrastran las aguas del Ebro.
Hoy ha continuado la intensa actuación de la aviación en el sector del Ebro, batiendo concentraciones enemigas y destruyendo algunos puentes de los que el enemigo establece.
Hay fusiles checos, como lo son también los fusiles ametralladores. Esas sí que son piezas codiciadas. Los que utilizan los rojos son buenos, no se encasquillan apenas. Con ellos se puede armar a varios batallones. El sargento comenta que eso explica la potencia de fuego que tenían los cabrones.
Los cadáveres. Los hay por todas partes, desperdigados en la huida. Pero aparecen más a menudo agrupados. En el fondo de muchos de los barrancos, de las cortadas que salpican el territorio. Están rígidos ya; llevan dos días tirados al sol y pronto se van a hinchar. Muchos aparecen ennegrecidos, como si les hubieran quemado la cara con un soplete.
Hay dos hombres que parece que están abrazados. Caídos sobre una ametralladora. Les ha debido matar algún avión con sus ametralladoras, porque tienen el cuerpo atravesado por unas perforaciones tremendas.
Al final del día, el botín recogido es inmenso. Los republicanos han dejado tras de sí cientos de fusiles y decenas de ametralladoras. Además de varios centenares de camaradas, algunos de los cuales se han quedado abrazados.
En el sector de Mora de Ebro ha continuado el castigo del enemigo, siendo muchos los milicianos rojos que se presentan en nuestras filas y dan cuenta del elevadísimo número de pérdidas que han sufrido.
Los días 6 y 7 fueron bombardeados los objetivos militares de los puertos de Palamós, provocando incendios y explosiones en los muelles.
En las últimas horas de la tarde de ayer nuestros cazas consiguieron entablar combate con los aparatos de la invasión, logrando derribar un bimotor «Heinkel», que cayó, destrozándose contra el suelo, al norte de Fayón.
Todos los aviones republicanos regresaron sin novedad.
Prieto, como Besteiro, como Largo Caballero, pasa a formar parte de los socialistas apartados de la política directa. Hombres que han sido decisivos en el PSOE, pero también en la política española de los últimos años, se han ido quedando fuera por razones distintas y no siempre de manera voluntaria. La forma en que se conduce la guerra, las relaciones con los comunistas, la política de Frente Popular, las relaciones con los sindicatos y con los partidos republicanos. Muchas cuestiones que se han ido resolviendo de una manera práctica pero que el PSOE no ha llegado a asumir en profundidad.
Negrín necesita la aprobación de su política de alianzas y de su dirección de la guerra. En los próximos días se va a enfrentar a pruebas difíciles con el resto de los partidos que apoyan su gobierno. Sin el apoyo explícito del PSOE, con Azaña en una posición cada vez más hostil, y las dudas de otros partidos, como los republicanos y los nacionalistas, su gobierno puede caer.
Lo cierto es que incluso quienes apoyan sin reservas esta política de unidad con el PCE están alarmados por las tácticas de los comunistas, que actúan sin ningún rebozo en su afán proselitista para crear el partido «único» de masas que hará la revolución en España cuando llegue el momento. Eso, como ya se sabe por la experiencia de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), significa en la práctica un intento de «comerse» al PSOE. Fernando Claudín, por los comunistas, y Santiago Carrillo, por los socialistas, han culminado un proceso de fusión que en su resultado práctico es una organización filial, un apéndice del PCE.
Hay más cosas que separan a los socialistas de los comunistas. Como por ejemplo la escandalosa sumisión a la III Internacional, que controla Stalin. Eso tiene sus aspectos positivos, como el apoyo de la URSS al esfuerzo bélico de la República. Pero algunos enormemente negativos, como la represión «importada» de Rusia contra los elementos que Stalin considera indeseables. Aún nadie ha dado una explicación satisfactoria, por ejemplo, a la desaparición de Andreu Nin, el dirigente del POUM encarcelado tras los hechos de mayo de 1937 en Barcelona. Prieto intentó, durante su mandato como ministro de Defensa, controlar el SIM (Servicio de Información Militar), que lleva consigo una fundada leyenda de ejecuciones sumarias, torturas y desapariciones desde que lo controlan los comunistas.
Pero, ¿cómo afrontar los aspectos siniestros de la dominación comunista sobre algunas áreas de poder en la República? La URSS es el único país que sostiene el esfuerzo bélico. Su diplomacia, junto con la de la debilitada Checoslovaquia, es el único apoyo que no vacila nunca. Y los comunistas son, además, el partido que ha sabido movilizar de manera más determinante a la juventud para afrontar el esfuerzo de guerra, como el general Rojo no sólo reconoce sino admira.
El respaldo conseguido por Negrín del Comité Nacional le es especialmente útil en Cataluña, donde los socialistas no existen y el PSUC, que actúa cada vez más como un apéndice del PCE, es su mayor apoyo. Aislada Cataluña del resto de la República desde finales de la primavera, el ejército del Ebro se nutre de «quintos» catalanes. Las dudas de Esquerra Republicana, atemperadas momentáneamente por el positivo balance de las operaciones del Ebro, sobre la marcha de la guerra sólo pueden ser compensadas en la retaguardia con el apoyo de una fuerza considerable que tenga también el marchamo de catalanismo que posee el PSUC, o la propia CNT, que está en su gobierno y no plantea problemas a su acción desde que, en marzo, la central anarquista y la socialista UGT aceptaron en la práctica pasar a un segundo plano en la política.
A Negrín, como a Ramón Lamoneda, el secretario general que le apoya, les preocupa la división del PSOE. Pero sus intentos de incorporar a Besteiro, Prieto y Largo Caballero son baldíos. A Largo Caballero, la dirección reformista, que controla la Ejecutiva del partido y el gobierno, en la que se han implicado todos los demás históricos, le ha incautado incluso los periódicos usando la fuerza pública. Con Besteiro y Prieto, Negrín no ha sido muy diplomático.
Los soldados de la 4 división de Navarra, mandados por un general gallego, Camilo Alonso Vega, paisano de Franco y compañero de las batallas africanas, se concentran en las inmediaciones de la Fontcalda, casi frente a Bot. Vienen desde Prat de Comte, la población que las tropas de Líster, por razones que a Tagüeña y a los propios jefes militares franquistas se les escapan, no tomaron en la primera embestida, cuando estaba casi desguarnecida.
A las ocho de la tarde, cuando ya está oscureciendo, los soldados se ponen en marcha por el camino que conduce a Gandesa, pegados a la Sierra por el barranco de Los Navarros. Sobre las once de la noche, llegan a la que será la base de partida, al pie de la Sierra, bajo las cotas 626, 644 y 671, que dominan el itinerario. Una ingente masa de hombres que tiene que desplazarse y permanecer en silencio para no alertar al enemigo. A primera hora de la mañana siguiente van a asaltar la sierra de Pándols.
La luna aparece insultante, iluminando todo el espacio, haciendo que la tierra brille. El movimiento de los hombres tiene que detenerse, porque la visibilidad es casi diurna. Los oficiales de la 4 división navarra maldicen tanta luz. Casi todos los combatientes lo hacen, les hace sentirse desnudos frente al enemigo.
Al norte, en Camarasa, los ingenieros reciben la orden de abrir las compuertas. La 4 de Navarra va a atacar en Pándols, y hay que dificultar el paso de refuerzos y suministros para las fuerzas republicanas de la sierra.
La apertura de la presa la paga muy cara la 56 división, que, por una maldita coincidencia, acaba de cruzar el río para intentar formar una cabeza de puente en la zona de Balaguer. Las brigadas III y CLXXIX de Carabineros reciben el impacto de la crecida cuando están a mitad de cruce. Pese a todo, se hace el paso. Muchos hombres de la III mueren ahogados.
La 56 división tendrá en los tres días que se prolonga el intento, más de mil cuatrocientas bajas.
En ambos lados la prensa juega un importante papel. El control de los servicios de Prensa y Propaganda es un buen indicador de la influencia política de cada partido o fracción en ambas zonas. En la zona franquista, Giménez-Arnau tiene un intenso trabajo haciendo este reparto. La familia Luca de Tena es, por supuesto, una clara beneficiaría de la simpatía del régimen franquista. Mantiene sus intereses en prensa. ABC y el Diario Vasco siguen siendo de su propiedad, aunque deben hacer concesiones en la línea editorial o aceptar, incluso, el nombramiento del director que decida Franco. Es el caso de Manuel Aznar, que ha sido designado por Franco para el Diario Vasco sin que se haya podido negociar nada. Eso provoca algunas situaciones incómodas, como que el nuevo director permita que Eugenio Montes se atreva a criticar a la familia propietaria del diario.
La cabecera de ABC vive un extraordinario momento: se edita en Sevilla, con su línea editorial franquista. Pero se edita también en Madrid, desde el comienzo de la guerra, concedido por el gobierno republicano al partido Unión Republicana. Las dificultades económicas obligan al diario a aceptar una adscripción más amplia. A partir de hoy, ABC de Madrid pasa a ser un diario de la Unión Nacional. O sea, del gobierno de Negrín.
El caso de ABC es único en la historia de la prensa por la coexistencia de las dos cabeceras, una en cada lado del frente. Pero es absolutamente vulgar en ambas zonas: cada gobierno controla con mano férrea la línea editorial de las dos ediciones.
En el sector del Ebro, actividad normal.

Los defensores de la sierra no gozan de fortificaciones. No hay parapetos, no hay zanjas ni alambradas, porque no es posible fijarlas; sólo algunos nidos de ametralladoras construidos por el batallón de Fortificaciones unos día antes. Llevan casco, que les defiende la cabeza de estos impactos, y se tapan la espalda con las mantas dobladas para que adquieran un mayor grosor, mientras están tumbados soportando la caída de las bombas. Las piedras desmenuzadas por las explosiones llegan a enterrarles alguna vez. Y el ruido, el intenso ruido de las granadas que escupen más de cien cañones les aturde. Casi todos ellos llevan el palo entre los dientes, y cantan para soportar lo insoportable, se dicen cosas cada uno a sí mismo, porque es imposible oír al compañero que se refugia al lado como puede, con la cabeza metida entre dos piedras, con las manos sobre la cabeza, apretando el casco para que no se desplace y deje al aire el occipucio. Tres horas durante las que el polvo se mete hasta el fondo de la garganta y no se puede beber agua para calmar la sequera, porque quién es el guapo que levanta la cabeza para echar un trago de la cantimplora.
La artillería ha comenzado su trabajo en Pándols a imitación de lo realizado en los Auts. Desde las siete de la mañana, y durante tres horas, las veinticinco baterías emplazadas en torno a la sierra, once de ellas de calibre medio, escupen una cantidad ingente de proyectiles sobre las cotas 671, 698 y 705 de Pándols, un terreno muy estrecho pero que «absorbe» bien el bombardeo. Las piedras revientan con los impactos, y sueltan esquirlas que hacen el mismo papel que la metralla.
En Pándols reciben los primeros asaltos la brigada IX de la 11 división, y las brigadas XXXVII y CI de la 46.
La segunda ofensiva del ejército franquista, tras la exitosa liquidación de la bolsa Fayón-Mequinenza está planificada por el Estado Mayor del cuerpo de ejército Marroquí, que manda el general Yagüe.
Yagüe ha sufrido algunos correctivos bastante severos en los últimos días. El primero, haberse dejado sorprender por la ofensiva del día 25, pese a que él mismo había alardeado de que algo así era imposible dado el dispositivo de defensa e información que había desplegado. Después, las ofensivas que ha lanzado desde el día 27 han pasado desapercibidas, porque no podían ni siquiera desarrollarse ante el empuje impetuoso del enemigo. Ahora, todos los ojos están puestos en él, incluso los del Caudillo, que comienza a aparecer con regularidad por el Coll del Moro, un perfecto observatorio desde el que se divisa prácticamente todo el frente, situado en un alto en la carretera que lleva desde Gandesa a Alcañiz.
La misión encomendada a la 4 división de Navarra, mandada por el general Camilo Alonso Vega, con el refuerzo de varios batallones de reserva de otra unidades, fundamentalmente de la 84, y una masa artillera de más de cien cañones, consiste en «ganar las alturas de Santa Magdalena (cotas 671, 698 y 705) y extenderse por la Sierra de Pándols hasta cortar la carretera Gandesa-Pinell». La 4 división de Navarra, que ha participado en la ofensiva de Levante es una de las unidades de élite del ejército franquista.
La maniobra prevista está casi calcada de la emprendida con éxito en los Auts. Consiste en hacer un bombardeo de varias horas que ablande al enemigo, seguido de un acercamiento por el noroeste de la infantería para desbordar las líneas de defensa, con el apoyo de la aviación bombardeando y haciendo ametrallamiento en cadena. Nuevamente, el cogollo de la operación consiste en la superioridad abrumadora de medios, en su utilización en un espacio limitado donde sea determinante. Una de las reglas básicas del catón militar.
Enfrente, está la IX brigada de la 11 división, y en inmediata reserva las otras dos, adscritas las tres al V cuerpo de ejército de Líster. Veteranos, duros, con mucha guerra a las espaldas y bien situados en unas posiciones envidiables para batir al enemigo, aunque malas para construir parapetos. Piedra sobre la que no se puede cavar más que con martillos neumáticos. Las pendientes de la sierra de Pándols son muy pronunciadas, más aptas para la escalada que para el ascenso a la carrera.
Las tropas franquistas han de iniciar el movimiento con una marcha de flanco para alcanzar sus posiciones de partida. Tienen que ir por el camino de Fontcalda a Gandesa, por un sendero encajonado entre el Puig Cavallé (cota 709) y la Sierra, que está batido por las ametralladoras de la 11 división republicana.
La aproximación no puede comenzar hasta que la artillería haya acabado su trabajo de ablandamiento de las posiciones contrarias. La distancia horizontal entre unos y otros es muy corta, porque las pendientes son muy pronunciadas. Cualquier desvío mínimo en el tiro puede hacer que las granadas hagan explosión entre las filas amigas.
Cuando revienta la última granada, se mueven los de la división navarra. Hay unos segundos de silencio quebrados sólo por el griterío de la tropa, que se da valor berreando consignas y juramentos, y las órdenes de avance de los oficiales. Pero, de inmediato comienzan a sonar las ametralladoras. ¿Cómo es posible que quede nadie vivo ahí arriba?
El comandante Ibáñez Freire manda llamar al teniente Ybarra y al capitán Antonio María de Oriol y Urquijo, que está al frente de la compañía de requetés de Álava, del 3 batallón. Se tienen que reunir en un rincón cubierto de las ráfagas de ametralladora. Les ordena que inicien un avance simultáneo por la derecha y la izquierda de modo que los de Oriol protejan la ascensión hostilizando y distrayendo a los que disparan desde la cota 670. Comienza su avance a la una en punto, tras sincronizar los relojes.
Los tres batallones atacantes, entre los que se mezclan centurias de falangistas y compañías de requetés, además de compañías de soldados de reemplazo, comienzan el asalto sobrados de oficiales. Hay compañías que tienen cuatro oficiales además del capitán. Se acaban de incorporar numerosos alféreces provisionales, jóvenes estudiantes que han seguido un curso de tres meses de preparación.
Al acabar el día, el exceso se vuelve penuria. Hay seiscientas bajas entre los tres batallones, una cuarta parte de los efectivos, entre ellos un comandante, el jefe del 5 tabor de Tetuán, Ramón Bicondoa. Casi una treintena de alféreces provisionales han caído en el asalto. Se cumple así un dicho muy popular entre las tropas franquistas que hace referencia al valor con el que estos oficiales se echan al combate: «Alférez provisional, cadáver efectivo».
Hay muchos apellidos ilustres de familias vascas de Neguri en la brigada. Hay Ybarras y Orioles. Esos apellidos que el gobierno vasco ha sometido a la expropiación de sus bienes por colaboración abierta con el bando franquista.
Las tropas han consumido casi todas las municiones que llevaban. Hay que aprovisionarlas. Pero es preciso esperar a la noche, porque mover a la luz cargas pesadas multiplica el riesgo de forma exponencial. La compañía de escolta del cuartel general se encarga de hacer una requisa de animales de carga por todos los pueblos de los alrededores. La ascensión se hace con linternas por caminos infernales al borde de precipicios.
Se suben sesenta mil granadas de mano y decenas de miles de cartuchos y proyectiles de artillería a lomos de doscientas setenta bestias de carga. Los rojos, desde arriba, disparan contra el ruido y los resplandores de las débiles luces que les guían. Un buen número de mulas y borricos se despeña o es alcanzado por las ametralladoras. Pero la carga llega a su destino.
El general Rojo y su amigo el general Manuel Matallana sostienen una conversación por radio. La situación general de los frentes ha mejorado. Ha llegado armamento nuevo, se ha recompuesto el frente en Extremadura, donde algunos ineptos como el coronel Burillo, ex jefe de policía de Barcelona, han perdido posiciones importantes, que han podido ser recuperadas. En el sector del sur, el coronel Casado propone otro plan de distracción de fuerzas enemigas. De forma constante, aparecen planes desde todos los frentes, para cooperar con los del Ebro. Pero no se acaba de instrumentar ninguno. Rojo ha recuperado la forma: en las semanas anteriores, sus discrepancias con los asesores soviéticos le habían llevado a presentar la dimisión ante el presidente Negrín. Las noticias sobre la nueva ofensiva de los franquistas en la sierra de Pándols no le inquietan en exceso: las tropas a su mando están bien atrincheradas, son capaces de resistir, porque aún no han sufrido un excesivo desgaste.
Si todo marcha como parece, si hay movimiento en otros frentes, lo del Ebro se puede sostener.
La 4 división de Navarra ha tenido hoy setenta y ocho muertos y cuatrocientos cincuenta heridos. Entre los muertos está el comandante Ramón Biscondoa Zubeldia, que era jefe del 5 tabor de Regulares de Tetuán. Los batallones de Flandes se han quedado casi sin alféreces provisionales, una treintena de ellos están heridos, camino del hospital de primeros auxilios de Bot. Han hecho treinta prisioneros republicanos. Se piensa que hay unas trescientas bajas enemigas.
En la noche del 8 al 9 fueron bombardeados los objetivos militares del puerto de Palamós, y la estación de Ampolla produciendo explosiones e incendios, y la fábrica de Paitrosa en Vendrell.
La significación de las propuestas es clara. En el seno de la República hay una creciente presión para que la guerra se atienda desde una perspectiva más centralizada. Los militares, y en este caso el general Rojo está a la cabeza, piden que el esfuerzo industrial esté claramente dirigido desde el gobierno, para evitar disfunciones. Los comunistas, que tienen una clara influencia sobre Negrín, encabezan esas peticiones.
Más grave parece ser la segunda cuestión: la de militarizar los tribunales de guardia, lo que significa ni más ni menos que entregarle al SIM la potestad de ejecutar sentencias de muerte. Un asunto que ya ha provocado enconados enfrentamientos entre los partidos que apoyan la legalidad, y que fue objeto el año anterior de un serio rifirrafe entre Manuel de Irujo, representante del Partido Nacionalista Vasco y ministro de Justicia entonces, que se opuso seriamente a las ejecuciones sumarias, y el presidente.
Jaume Aiguadé, representante de los nacionalistas catalanes y ministro de Trabajo, e Irujo, sin cartera, se oponen a los decretos y presentan su dimisión. Pero Negrín obtiene el apoyo del resto de los grupos y decide arrostrar el riesgo de una crisis política. Si la plantea, el presidente Azaña podría incluso encargar, de acuerdo con Indalecio Prieto, la formación del gobierno a Besteiro, un partidario confeso de acabar la guerra al precio que sea. Y Negrín considera que él es el único hombre capaz en esos momentos de aglutinar a la inmensa mayoría de las fuerzas leales y llevar a buen puerto un proyecto razonable de solución del conflicto.
La obligación legal de Negrín es comunicar de inmediato al presidente lo ocurrido y resolver la situación. Pero decide esperar y darle la salida mascada, como ya hizo durante la crisis que desembocó en la salida de Prieto. Además, Negrín confía en reafirmar el apoyo de partidos y sindicatos a su gobierno, y tiene serias dudas sobre la lealtad de los nacionalistas catalanes y vascos a la República (hay persistentes rumores en Barcelona sobre intentos de obtener una paz por separado por parte de representantes de Esquerra Republicana y el PNV en el exterior), por lo que les buscará sustitutos que salven, al menos, la imagen del gabinete resultante. ¿Cómo evitar que el presidente pueda reaccionar de una manera contraria a sus intereses? Negrín parece haberlo planeado todo. Debe crear una situación de excepción que justifique su forma de actuar y no deje alternativa al presidente de la República.
En parte, su plan tiene el apoyo asegurado del presidente, porque ambos tienen una cosa en común: una tremenda desconfianza en los políticos nacionalistas. Azaña los desprecia, sobre todo por la actuación del president Companys durante la crisis de mayo de 1937, cuando el gobierno de la República tuvo que asumir las competencias de Orden Público ante la manifiesta incompetencia de la Generalitat para resolver el enfrentamiento entre anarquistas y comunistas (desatado con la complicidad activa del hermano del dimisionario ministro, Artemi Aiguadé, responsable de Orden Público de la Generalitat), que causó centenares de muertos en las calles mientras el enemigo se regodeaba con el conflicto civil. El gobierno nacionalista fue incluso incapaz de garantizar la seguridad del presidente, al que tuvo que rescatar la dotación del Lepanto.
Tampoco hay hostilidad de Azaña al decreto de militarización de la industria de guerra. Azaña es poco celoso, incluso hostil al mantenimiento del control nacionalista sobre la industria en el esfuerzo bélico. El traslado de la Magistratura es un motivo trivial.
Y queda el paso al SIM de los tribunales de guardia. Sobre ese asunto, a Negrín no le cabe ninguna duda: se va a encontrar con una fuerte resistencia.
Manuel Azaña no ha sido informado de la reunión. Le llegan rumores y llama por teléfono a José Giral. Le informa del contenido del Consejo y de la votación contraria al decreto de militarización de los tribunales de cinco ministros republicanos, lo que no ha evitado que haya mayoría negrinista. Giral le explica que ha habido una violentísima discusión al respecto de una información que Azaña ha conocido por la prensa: se ha aprobado la ejecución de sesenta y cuatro penas de muerte. Azaña se queda helado. Eso es justamente lo que la República no necesita. En primer lugar, desde el punto de vista humano; en segundo, del de la legalidad; en tercero, porque justifica la idea negativa que las potencias democráticas, con Inglaterra a la cabeza, tienen sobre la República.
Ese día ya está en París el poeta Luis Cernuda, que viene camino de España, desesperado por no conseguir un trabajo que le dé, sencillamente, de comer en Londres. Cernuda fue combatiente de primera hora en el frente de la sierra de Madrid, al que se incorporó como voluntario en el batallón Alpino. Su precario físico le permitió volver a la retaguardia. La guerra le repugna quizá más que al resto de sus amigos poetas. Su sensibilidad extrema no le permite encontrar las fuerzas para cantar hechos heroicos. Su poesía es de rechazo a toda violencia, por mucho que su inteligencia y su emoción estén con la República. Incluso, se mostró escéptico ante el Congreso de intelectuales de Valencia, que reunió en torno a los republicanos a lo más granado de la literatura europea y americana, con tal de no cantar la muerte:
Cuánta sangre ha corrido
ante el destino intacto de la diosa.
Cuánto semen viril
vio surgir entre espasmos
de cuerpos hoy deshechos
en el vientre y el polvo,
cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
velando al embeleso de vasta descendencia
su tranquilo semblante compasivo.
Pero una llamada quiebra su aparente destino. Puede volver a Inglaterra, donde le espera un trabajo de docente. Su prematuro exilio se hace ya definitivo. Ya no volverá a pisar España:
Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
(…)
Contigo solo estaba,
en ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
Josep Pla hace unas veces de espía, en Marsella, donde el flujo de españoles de ambos bandos es constante; otras, de propagandista. Para ello, alterna sus estancias en el sur de Francia con otras en Milán, desde donde emite Radio Veritat. Ni siquiera el entusiasmo antirrepublicano y antiobrero de Cambó y Pla son bastantes para garantizar que la emisión en catalán pueda ser soportada por Franco desde territorio español. Pero a Pla, que es un hombre cosmopolita y viajero, nada puede complacerle más que estar en Francia o Italia.
Años antes, Pla compartió en París algunos cafés con los que hoy están en el otro bando, o no se sabe en qué bando están. En 1924, cuando la dictadura de Primo de Rivera espantó incluso a los autonomistas burgueses de Cambó, Pla se reunía con Unamuno, Corpus Barga y con el mismo Francesc Maciá en la tertulia de «La Rotonde».
Pero, ¿hay algo más que una a los nacionalistas vascos y catalanes? Ciertamente no. Sólo su negativa al centralismo gubernamental y su afán de aprovechar la coyuntura política y militar interna y externa para profundizar en la vía de la separación. Ningún político de la Esquerra, por ejemplo, se ha jugado la carrera política por defender a la Iglesia frente al radicalismo anarquista y la hostilidad general de la izquierda. Las bases ideológicas del PNV están encerradas en su lema Jaungoikua eta Lege Zarrak (Dios y Leyes Viejas), muy alejado del laicismo político de los nacionalistas catalanes, y muy cercano del «Dios, Fueros, Patria y Rey» de los carlistas que nutren el ejército de Franco. Y los del PNV han llegado a dudar sobre a quién dar su apoyo una vez puesto en marcha el alzamiento franquista. Casi ha sido el propio Franco quien ha decidido por ellos, al mostrarse tan cercano al fascismo y tan rotundo contra la tradición foral.
Los nacionalistas catalanes, sin embargo, nunca han controlado el ejército. O bien han mandado en él las Milicias, de mayoría anarquista hasta mayo de 1937, o bien se ha hecho cargo de toda la responsabilidad el Estado Mayor republicano. Ni las Milicias de Esquerra han jugado ningún papel importante (para ello ha sido crucial la liquidación, por los anarquistas y los partidos de izquierda, de los parafascistas de Estat Catalá, que habrían sido la base de unas Milicias nacionalistas catalanas), ni la Generalitat ha sido capaz de sobreponerse a la acción de los colectivistas. Companys ha gobernado Cataluña sólo en teoría. Aquí en Cataluña, donde se reúnen los nacionalistas vascos y catalanes para decidir su postura común ante la República española, se hizo la más profunda revolución social que había visto Europa desde octubre de 1917. El orden republicano volvió a Cataluña de mano de la República, del gobierno de Valencia.
Hay enormes diferencias entre unos y otros. En el País Vasco no se ha librado una guerra de clases. El odio se disparó por motivos ideológicos. No se incautaron fábricas ni se fusiló a burgueses, salvo el funesto día en que miles de exaltados izquierdistas vengaron el bombardeo de Bilbao con la escabechina de más de doscientos presos. El gobierno vasco persiguió esos hechos y procesó a los responsables. La propiedad no ha estado en riesgo en Euskadi. Ni la Iglesia ha sido perseguida. En el frente vasco sólo se ha peleado y matado por la independencia. Al menos, los nacionalistas que controlaban el gobierno hasta la llegada de Franco. Quizá por esa razón, los franquistas, en cuyas filas había tantos vascos y navarros como en todo el ejército republicano de Euskadi, que mandaba el lehendakari Aguirre, fusilaron al tomar el territorio enemigo menos personas que en Badajoz o en Málaga, por ejemplo.
En la Terra Alta la tradición nacionalista ha sido la del ala más colaboracionista. En la zona, los nacionalistas han sido casi siempre más numerosos en su tendencia «Marcelinista», encabezada por Marcelino Domingo, que fue el primer ministro de Instrucción Pública con Azaña, y el autor del decreto que implantó el bilingüismo en Cataluña.
Cercanos a esa cuerda, radical socialista, participan otros catalanistas como el gobernador del Banco de España, Nicolau d'Olwer, hombre que ha sido presidente del Partit Catalá Republicá, ministro de Hacienda primero, y merecedor después de la absoluta confianza de todos los ministros de Hacienda de Manuel Azaña, incluido Negrín.
En las posiciones que ocupa la 46 división, las bombas caen a racimos. Toda la artillería franquista está concentrada en la zona, cubierta por una densa humareda entre la que se cuelan los resplandores de las explosiones. El fragor de las granadas al reventar deja sordos a los hombres.
Dos soldados están de pie, como si el bombardeo no fuera con ellos, en un alarde de inconsciencia propia de los veintipocos años y de una chulería sin posible recompensa. Manuel Vaqué es uno de ellos. Se dirige al otro:
–¿Y tú, por qué estás de pie?
–Por lo mismo que tú.
Quien le ha respondido con una insolencia equiparable a la suya es Gregorio Martínez.
Pese al grave quebranto sufrido, los tres batallones de Flandes de la 4 división de Navarra vuelven al ataque, esta vez desde unas posiciones más cómodas, al haber alcanzado dos cotas el día anterior. Se les sigue enfrentando la IX brigada de la 11 división.
El ataque ha vuelto a ser planificado de la misma manera: un fuerte castigo de artillería durante horas, numerosas pasadas de la aviación que acude en número de varias decenas de aviones en cada una de ellas. Hay combates aéreos.
Sobre el cielo de Pándols, los combatientes se paran a veces, cuando la lucha en tierra decrece en intensidad, para contemplar las maniobras de los cazas, los «ratas» y los «curtiss» enfrentados a los Fiat y los Messersmidt 109 en duelos a veces singulares que tienen gran espectacularidad.
Los hombres de la 11 división están ya al límite de su capacidad. Sobre sus posiciones han caído millares de granadas y bombas de aviación. El número de muertos y heridos entre sus filas es terrible. Una compañía casi ha sido exterminada por la aviación en la cota 705. Bombas de hasta quinientos kilos arrojadas por los Ju-87, los temibles Stuka de bombardeo en picado, que están siendo probados por primera vez en combate.
Los requetés, los falangistas y los moros de Tetuán consiguen apoderarse de la cota 698, y amenazan las 671 y 705, la más alta de todas, donde está la ermita. El mando franquista piensa que la sierra es casi suya.
Pero entre los de Líster la moral, pese a todo, sigue alta. La nueva consigna es que no se puede perder ninguna posición, que si eso sucede hay que recuperarla a cualquier coste. Y se produce el contraataque, con bombas de mano y poco más.
Desde la carretera de Corbera, que los franquistas llaman «el valle de la muerte», su artillería les da un apoyo que cada vez es más preciso, aunque no es comparable a lo que reciben de parte de la artillería franquista. El teniente Argüello, de la 4 división, que está aplicado en el municionamiento ve cómo sus camaradas, que ascienden por la cornisa hacia la 698, vuelan por el aire «como muñecos» cuando revienta una granada de la artillería republicana.
Y los de la IX brigada contraatacan y vuelven a tomar la 698. Eso hace que el avance sobre las otras cotas se vuelva imposible. Los de Navarra tienen que detenerse.
Al acabar el día, la 4 división de Navarra ha sufrido otras trescientas bajas. Novecientos hombres en dos días.
Las bajas de la IX brigada ascienden a una cifra similar. Se contabilizan unos ochocientos hombres entre heridos, muertos y prisioneros desde el comienzo del asalto. Hay que relevar a la brigada por las I y CI de su misma división.
El vendedor de baratijas estaba de sobra en ese paisaje de guerra.
Ni se acaban todos los aniversarios con el fragor de las explosiones. Hoy se cumple un año de la disolución por decreto del gobierno de la República, del Consejo de Aragón. Las tropas de Enrique Líster, los hombres de la 11 división, fueron doce meses antes los encargados de disolver por la fuerza las colectividades anarquistas de Aragón y del Ebro. Los hechos de mayo en Barcelona habían tenido un eco relevante en todas las tierras del Ebro. La confrontación entre anarquistas y comunistas había llegado a su máxima expresión en pueblos como el Pinell y, sobre todo, la Fatarella. La reconciliación entre ambas fuerzas resultaba, realmente, difícil.
Hoy, 11 de agosto de 1938, los hombres de la 11 división de Líster pelean contra los fascistas, en los mismos lugares donde reprimieron a los pistoleros de la FAI justo un año antes, cuando entre los que resistían contra el levantamiento militar de Franco se podían permitir lujos como el de pelear entre ellos a tiros para solventar un problema de gran envergadura: ¿qué es más importante, hacer primero la revolución o la guerra?
La legalidad en la Terra Alta la repuso en funcionamiento, en nombre de la República, la tropa de Líster. Hace hoy un año. Aunque a los habitantes de la Terra Alta, eso ya les da lo mismo. De Flix, según los propios falangistas que llegaron en abril con las vanguardias franquistas, se ha marchado más del 60 por 100 de la población. En Gandesa, no queda ni la mitad. Los republicanos hacen que las gentes de la zona se marchen a la retaguardia. Nadie puede garantizar su seguridad. Los bombardeos son muy intensos.
El número de muertos recogidos es incalculable, así como el material abandonado en las enormes cañadas de la sierra.
Las fuerzas al servicio de la invasión extranjera han contraatacado hoy nuestras posiciones de la orilla derecha del Segre, consiguiendo, después de costosísimos intentos, modificar ligeramente su línea.
En el sector del Ebro, después de una intensa acción de la aviación extranjera, los invasores ocuparon dos alturas de la sierra de Pandols, que fue previamente bombardeada por 59 aparatos.
Tarradellas le informa también de que se han ejecutado cincuenta y ocho penas de muerte. Un nuevo mazazo para el presidente, que se siente de forma constante ninguneado por Negrín y sus partidarios. Pero Azaña dista mucho de simpatizar con quienes ahora se acercan a él. Hay una estrategia «federalizante» entre los nacionalistas catalanes, apoyados por los vascos (aunque este apoyo sea sólo moral, dada la situación de Euskadi: es un gobierno sin territorio) y una constante presión. Carles Pi i Sunyer, consejero de Cultura del gobierno catalán y uno de los hombres más cercanos a Companys, le ha llegado a decir a Azaña que «en virtud de la política anticatalana de Negrín, los catalanes ya no saben por qué se baten».
A Manuel Azaña, como a todos los políticos que están en Barcelona, le han llegado los rumores de que nacionalistas vascos y catalanes buscan una paz por separado, aprovechando la celebración de contactos múltiples que se han producido para intentar buscar el apoyo británico a un teórico armisticio. También los nacionalistas saben, a su vez, de las gestiones que Azaña hizo hace ya meses, con el apoyo del rector de la Universidad de Barcelona, Bosch Gimpera, para sondear a Eden. Lo saben ellos, y lo sabe Negrín, que ha recibido la información de Pablo de Azcárate.