Resumen

A la sombra de las muchachas en flor

Racimo

«Golpe de timón y cambio de rumbo en los caracteres». (385-387).

Primera invitación a cenar de M. de Norpois a casa. En Swann, casado ahora con Odette de Crécy, aparecen rasgos de esnobismo: frente a su silencio anterior, exhibe sus brillantes amistades aristocráticas (385). El profesor Cottard enfría en sociedad, salvo en el salón de los Verdurin, los defectos de su carácter (386).

El marqués de Norpois (388-392).

El marqués de Norpois sirve como diplomático a gobiernos de signo distinto porque «la consanguinidad de los espíritus» acerca más que la «comunidad de opiniones». Su amistad hacia mi padre (389). Mi madre no aprecia sus modales pasados de moda, pero sí su bondad, su espíritu cumplidor, la predilección que muestra por mi padre. La primera cena de Norpois en casa, el día en que por primera vez pude oír a la Berma (391). M. de Norpois convence a mi padre de que en la carrera literaria se puede conseguir tanta consideración como en la diplomacia (392).

La Berma (393-402).

El permiso para ver a la Berma me distrae de mi impotencia para escribir algo bello. Pero el entusiasmo inicial por oírla (394) se diluye ante la idea de apenar a mis padres, caer enfermo y no poder ver a Gilberte en los Champs-Elysées; renuevo de mi entusiasmo por oírla (396). Decepción en mi primera matinée. Mientras, Françoise se prepara para demostrar sus talentos culinarios (397). Mis impresiones sobre el teatro y la sala antes de levantarse el telón (398), y después de levantarse el telón: mis sorpresas ante lo que ocurre en el escenario y el comportamiento del público; mi placer va convirtiéndose en decepción a medida que avanzan las primeras escenas de Phedre (399). Mi confusión ante las sucesivas Berma y mi decepción final (400), que se difumina ante el entusiasmo del público (402).

La cena con M. de Norpois (402-427).

Presentación de M. de Norpois (402), que elogia y alienta mi inclinación a la literatura; eso mismo me quita el deseo de escribir (403). Consejos financieros de M. de Norpois a mi padre (405). Leo a M. de Norpois un viejo poemita mío, que no provoca ningún comentario. Confieso mi decepción ante la Berma (406); elogio del diplomático a la artista, que hace desaparecer mi desilusión (407), y alabanzas a Françoise por su arte culinario: la carne de vaca fría con zanahorias (408), la ensalada de piña y trufas. Satisfacción de M. de Norpois ante la visita del rey Teodosio (409) y el trabajo de acercamiento de Rusia a Francia preparado por M. de Vaugoubert (410). M. de Norpois esmalta su conversación de citas tópicas (411).

Proyecto de mi madre para llevarme con ella de vacaciones a Balbec (413). Opiniones de M. de Norpois sobre su iglesia: sus comentarios sobre los Swann (414) y su matrimonio, que no ha caído bien en la buena sociedad (415). Intenciones y circunstancias del matrimonio de Swann (416). Swann imagina el momento en que presentará a Odette y a su hija a la duquesa de Guermantes, motivo principal de su casamiento (419). Mme. Swann y el conde de París (420).

Bergotte, en opinión de M. de Norpois: un tañedor de flauta, un maestro del arte superficial; sus opiniones sobre mi poema me hacen pensar en mi nulidad intelectual (422). Severo juicio del embajador sobre la vida privada y la dudosa moralidad de Bergotte (423). Gilberte le ha parecido encantadora y promete hablar de mí a Mme. Swann, inspirándome por ello una enorme ternura que a punto está de hacerme besarle las manos (424). Comprendo que Norpois nunca hablará de mí a Mme. Swann (426).

Después de la cena (427-432).

Tras las opiniones de Norpois y la lectura de un suelto en el periódico concluyo que la Berma es una gran artista; mi entusiasmo retrospectivo frente a la frialdad de su recepción en el teatro (427). Mi padre acepta mi «carrera» literaria (428). Françoise recibe los cumplidos de M. de Norpois sobre sus habilidades culinarias con orgullosa sencillez; juicios de la cocinera sobre los restaurantes de París (430).

Un año nuevo que no cambia nada. Regreso de Gilberte a los Champs-Élysées. (432-443).

Mis visitas con mamá el 1 de enero a la familia. Mi carta a Gilberte con la esperanza de una nueva amistad, más sólida y maravillosa, para el nuevo año (432).

Pero me doy cuenta de que, a pesar del Año Nuevo, todo es igual, el día 1 de enero no sabe que es nuevo, mi corazón desea a Gilberte precisamente porque no ha cambiado: sensación de vejez (434).

Por fin Gilberte vuelve a los Champs-Elysées (435). Sus padres no me «tragan» y dudan de mi moralidad: Swann me cree un impostor. Y la larga carta que le escribo no hace sino confirmarle en sus sospechas (436). El olor a cerrado y la humedad del pabellón de water-closets; y la «marquesa» encargada de ese quiosco (437). Juego de lucha con Gilberte que me procura placer. La humedad del pabellón me remite al cuartito de mi tío Adolphe en Combray (439). Caigo enfermo, pero vuelvo un día más a los Champs-Élysées para ver a Gilberte. Piedad de la abuela ante mis crisis de tos y mis ahogos (440). El diagnóstico y las prescripciones del doctor Cottard (414). Mis padres hablan de no volver a dejarme ir a los Champs-Élysées, por su aire nocivo (442).

La familia Swann por dentro (443-466).

Una carta de Gilberte (443), invitándome a merendar en su casa cuando me restablezca. Imposibilidad de racionalizar las situaciones amorosas (444). El esnobismo de Bloch, causa de que el doctor Cottard hable de mí a Mme. Swann. El piso de los Swann (445), al que ahora acudo con frecuencia a las meriendas de Gilberte (446). Amabilidad de sus padres conmigo. El papel de cartas de Gilberte (447). Mi entusiasmo prestigia todo cuanto afecta a los Swann: la escalera (448). Las tartas arquitectónicas de Gilberte (449) y «mi té». (450). Mme. Swann elogia a Françoise.

En el corazón del Santuario: mis conversaciones con M. y Mme. Swann en ausencia de Gilberte (451). La biblioteca de Swann y el cuarto de Mme. Swann (452). Expresiones de Mme. Swann (453). M. Bontemps visto por Swann (454), que ahora ya no se expresa ni se comporta con la sencillez de otros tiempos: su atracción por el espíritu del círculo de los Guermantes (455). Opiniones de mi madre sobre las visitas y nuevas amistades de Mme. Swann (456). Los cambios de criterios sociales, semejantes a caleidoscopios que giran de vez en cuando (458).

Los judíos antes y después del affaire Dreyfus: el caso de Sir Rufus y lady Israëls, y su conocimiento de la vida de Swann (459). Lady Israëls bloquea la vida social de Mm. Swann, que no se interesa por el faubourg Saint-Germain y sus genealogías, sin que su marido trate de enseñarla o de corregir sus errores (460). Sometimiento de la élite (Swann) a la vulgaridad (Odette) en muchos matrimonios. Swann sigue visitando a sus antiguas amistades de la alta sociedad por una especie de gusto semiartístico y semihistórico de coleccionista (461) y de sociólogo recreativo: hace «ramilletes sociales» en los que agrupa, por diversión, elementos heterogéneos (462).

Desaparición de los celos en Swann (463), aunque perviven unos celos retrospectivos que le impulsan a indagar en el pasado de su relación con Odette (464): el hábito de los celos: expresión de amor en Swann; y pervivencia del deseo de vengarlos cuando ya no ame a Odette. Pero su amor por otra mujer también sufre la tiranía de los celos (465); y ya no se preocupa de vengarse de las humillaciones que en el pasado le hizo sufrir Odette (466).

Mis salidas con los Swann (466-483).

Almuerzo en casa de los Swann: mi entusiasmo previo (466). Mi espera en el saloncito (467). La entrada de Mme. Swann y las decepciones de mi emoción (468). Mme. Swann toca al piano la sonata de Vinteuil (469). La difícil comprensión de la obra de arte la primera vez (470). Son las obras de arte profundas las que crean, con el tiempo, su propia posteridad, haciendo nacer y crecer su propio público (471). Evocación de Swann: los follajes nocturnos en que había oído, en otro tiempo, la sonata (472). La manía de Swann de encontrar parecido a sus amistades en cuadros del pasado. Mme. Blatin en el Jardín de Aclimatación: «Yo, negrito, pero tú camello». (474).

Las virtudes de Gilberte en boca de M. y de Mme. Swann (475). El «gran favorito» de Gilberte. Coincidencia del sueño y la realidad, tanto para Swann como para mí: pero ninguno de los dos llega a conocer la felicidad de ese sueño cumplido (476). Cohesión en mi recuerdo del salón heterogéneo de los Swann (477). Mi orgullo paseando al lado de Mme. Swann por el Jardín de Aclimatación. Encuentro con la princesa Mathilde (479). Sus opiniones sobre Taine y Musset (480). Su enfrentamiento con el gobierno por una invitación a los Inválidos. Mme. Swann saluda a Bloch, al que llama M. Moreul (481). Gilberte se enfrenta a su padre: descubro el aspecto duro de su personalidad (482).

Bergotte (483-508).

Mme. Swann me invita a un almuerzo «entre íntimos». Entre los dieciséis comensales, me presenta a Bergotte (483). En un momento, la imagen que yo me había hecho del «dulce Cantor de los caballos blancos» queda reducida a polvo (484). Desagrado ante su físico, que contrasta con su obra (485). El timbre extraño de la voz de Bergotte, portador de pensamiento (486). Su dicción, distinta de su manera de escribir. Diferencia entre el estilo de Bergotte y el de sus imitadores (487). La armazón de su estilo oral refleja la de su escritura, pero sólo más tarde pude descubrirla. Su forma especial de pronunciar ciertas palabras predilectas se correspondía con la posición que ocupaban en su prosa; la mayor cantidad de acento de sus libros (489).

La elocución de Bergotte, propia de su familia (490), tiene algunos puntos en común con la de ciertos escritores de su tiempo (491). Las «alteraciones de sintaxis y de acento que están en necesaria relación con la originalidad intelectual».

Los gustos literarios de Bergotte: anticuados y exclusivamente locales, franceses (492). Deferencias de Bergotte con escritores mediocres y gentes poderosas, nobles o ricas, de las que espera ayuda para ser elegido académico (493). Sus vicios le sirven para «llegar a concebir la regla moral de todos». Diferente moralidad entre la vida y la obra de los escritores (494). Bergotte sabe ponerse en el lugar de los que sufren porque ha imaginado los sentimientos de los demás como si hubiesen sido los suyos. Bergotte me explica los méritos de la Berma en Phedre (495). Contrariamente a M. de Norpois, Bergotte me deja referirle mis impresiones sobre la Berma (496). M. de Norpois, gran amante, sugiere la evocación de Swann sobre los que se enamoran «por debajo de ellos».

Mal humor de Swann contra mí (498). Doble naturaleza, en el carácter y en lo físico, de Gilberte, que responde a las dos naturalezas de sus padres (499): no se limitan a mezclarse en ella, sino que se la disputan (501). Mi presencia «eleva el nivel de la conversación», según Swann (502). Tal vez no exista más que una sola inteligencia de la que todos somos coarrendatarios. Buena impresión de Bergotte sobre mí (503).

De vuelta a casa, regreso con Bergotte, que vive en el mismo barrio de mis padres. Se interesa por mi salud y supone que gozo de unos «placeres de la inteligencia» que, para mí, carecen de sentido y que ni siquiera busco (504). Tras declarar a Cottard imbécil, me aconseja el doctor Du Boulbon (505). Maledicencia de Bergotte hacia sus anfitriones (506). Impresión desfavorable de mis padres sobre mi encuentro con Bergotte (507), que se convierte en favorable cuando les digo que le he parecido inteligente (508).

«Cómo dejo de ver momentáneamente a Gilberte; primer y leve amago de dolor que causa una separación y progresos irregulares del olvido».

Ruptura con Gilberte. El salón de Mme. Swann (508-536).

Mamá me permite invitar a Gilberte a merendar a casa, pero yo prefiero no invitarla (508). Revelaciones sobre el amor de Bloch, que me lleva a mi primera casa de citas (509). La dueña me propone una judía llamada Rachel (510). Los muebles heredados de mi tía Léonie adornan la casa de citas, a la que no tardo en dejar de acudir; vendo otros para enviar flores a Mme. Swann (511). Resolución formal de ponerme a escribir, pero siempre aplazo la tarea para el día siguiente (512).

El sufrimiento permanente que hay en el amor. Siento que Gilberte desea que espacie mis visitas (514). Mi última visita a Gilberte, obligada por su madre a renunciar a una clase de danza para hacerme compañía. Su rencor se vuelve contra mí (515), y repentinamente tomo la resolución de no volver a verla. Empiezo a decírselo en cartas contradictorias (517), pero al día siguiente, arrepentido de mi resolución, decido ir, feliz, a casa de los Swann: Gilberte ha salido, y la forma en que el mayordomo tiene de decírmelo vuelve mi odio contra él (519).

Ansiedades y angustias del amor en medio de mi resolución; la esperanza vuelve intolerable mi dolor de no verla ni recibir carta suya (520). Renuncio definitivamente a Gilberte, no acudo a sus citas (521), pero voy a ver a Mme. Swann cuando sé que Gilberte no estará en casa, pensando que esta conducta mejorará la idea que Gilberte tiene de mí (522) y alimentándome con la esperanza de una reconciliación (523).

Vida interior de una cocotte: Los jardines de invierno (524). Las flores de Mme. Swann; su té; su salón (525). Los crisantemos (526). Cotilleos de salón a la hora del té: Mme. Cottard, Mme. Bontemps (527). Descaro de Albertine (528). Swann aparece en medio del té para presentar al príncipe de Agrigento (529). Actuales relaciones de los Swann con Mme. Verdurin (530), a la que Mme. Swann envidia las Artes de la Nada, el arte de saber «reunir», «agrupar», «quedarse en la sombra», servir «de trazo de unión», inexcusables en una anfitriona de éxito. Mme. Verdurin en el salón de Odette (531). Mme. Bontemps, invitada a los miércoles de los Verdurin. Nuevos chismes en el salón de Mme. Swann (533). La lectura, pasión favorita de M. Bontemps (535).

Angustia de principios de año. Mi ruptura definitiva con Gilberte (536-559).

Regreso a casa tras la velada en el salón de Mme. Swann (536). Vuelvo a mi angustia por la separación de Gilberte, que comprendo como definitiva. Ansias del 1.° de enero, esperando carta de Gilberte (537), que no llega. Palpitaciones de corazón por el dolor (538). Me obstino en «un largo y cruel suicidio del yo que en mí mismo amaba a Gilberte». (539). Extravagantes estados de ánimo que se suceden en mí me permiten ver el fin de mi amor. Torpe intervención de terceros (541). Mis cartas a Gilberte abren «el cauce más dulce para el fluir de mi llanto». (542).

Evolución de los gustos y la belleza de Mme. Swann hasta alcanzar la «juventud inmortal». En el salón de Mme. Swann, el Extremo Oriente de la antigua cocotte retrocede ante la invasión del siglo XVIII (543). Odette ha rejuvenecido y ha inventado para sí misma un «tipo de belleza» inmutable, una «juventud inmortal». (544). Swann no ve en ella, sin embargo, ese tipo de belleza: sigue viendo a la Odette antigua, que refleja un cuadro de Botticelli. Mme. Swann y su manera de vestir en medio de la evolución de las modas (545). La elegancia de Mme. Swann, entre las modas en desuso y las nuevas (546).

Sigo resistiéndome a ver a Gilberte, y cada vez es menor mi sufrimiento (548), porque el olvido, «e incluso el vago recuerdo», son menos dolorosos que el amor desgraciado. Planes de reconciliación. Vendo un jarrón antiguo de porcelana china heredado de tía Léonie para poder hacer regalos a Gilberte (549), pero cuando me acerco a su casa diviso a Gilberte bajando los Champs-Elysées con un joven. Decido no volver a verla (550).

Ruptura y dolor definitivos. Imposibilidad psicológica de la felicidad (551). Mi imaginación lucha con la memoria y enfrenta imágenes desagradables de Gilberte con otras regidas por el recuerdo de su encanto (552). Me niego a ir a una cena oficial con mi padre, donde habría conocido a Albertine, sobrina de los Bontemps. Persistencia de la pena, aunque debilitada: el dolor reanimado por los recuerdos es más cruel que el que nos causa el pensamiento constante de la amada misma (553). «La felicidad nos llega cuando nos hemos vuelto indiferentes a ella», porque «nuestro yo de entonces» que deseaba esa felicidad ya no existe, ha cambiado (554). Sueño con un amigo desconocido que obra con falsedad hacia mí y cree en la mía (555). El dolor que me produce el sueño me dice que ese amigo es Gilberte, cuya antipatía hacia mí interpreto como un castigo (556). Recupero la calma: necesidad de olvidar a Gilberte cuanto antes (557), de «matar un amor». Aludo en mis cartas a Gilberte a algún misterioso malentendido, para provocar una respuesta; como sólo responde con el silencio, confirmo en mi mente ese malentendido que yo mismo había imaginado (558). «La vida ha podido separarnos». La evocación del amor como algo ya pasado me hace romper a llorar. Mengua el dolor, al mismo tiempo que mi cariño por Gilberte (559).

Elegancia y belleza de Mme. Swann (559-565).

Al acercarse la primavera, acudo a casa de Mme. Swann, que recibe envuelta en pieles, rodeada de bolas de nieve que me remiten a Combray (559). Espacio las visitas a Mme. Swann (560), cuyo paseo acecho los domingos en la avenida del Bois: Mme. Swann hace su aparición rutilante, «tardía, despaciosa y lozana», rodeada por un séquito de admiradores encabezados por Swann. Su toilette (561). Las barreras que crea la riqueza frente a la muchedumbre, más deslumbrada por una pequeña burguesa que por una gran dama (563). El paso de la belleza triunfante y madura de Mme. Swann es saludado con entusiasmo por los jóvenes (564) y los príncipes. Los recuerdos de las sensaciones poéticas viven más que los sufrimientos del corazón: por eso siento todavía el placer de esos paseos hablando con Mme. Swann «bajo su sombrilla, como bajo el reflejo de una glorieta de glicinas». (565).

Segunda parte Nombre de países: el país

«Primera estancia en Balbec: muchachas a la orilla del mar».

Primer viaje a Balbec (569-586).

Dos años más tarde, parto para Balbec con mi abuela. Sufrimiento intermitente todavía por el recuerdo de Gilberte (569). La parte mejor de nuestra memoria está fuera de nosotros, «para ser más precisos, dentro de nosotros, pero escondida (…) en un olvido más o menos prolongado». El Hábito y sus efectos contradictorios (570). El placer del viaje: más verdadero en automóvil. Las estaciones, lugares misteriosos y trágicos, contienen la esencia de la personalidad de las ciudades (571). Rebelión de mi cuerpo ante el viaje. Yo ya había aprendido «que el objeto de mi amor siempre estaría situado al término de una persecución dolo rosa». Mi abuela ha preparado el mismo recorrido de su autora preferida, Mme. de Sévigné, pero se lo prohíbe mi padre (572).

Por primera vez estaré separado de mi madre, que trata de consolarme (574). El sombrero y el abrigo de Françoise, su gusto infalible e ingenuo (575), a la que, como a muchos campesinos, sólo le ha faltado el saber para tener talento. A la abuela no le gusta que beba alcohol (576), pero, apiadada de mi enfermedad, me lo permite. Leemos a Mme. de Sévigné y a Mme. de Beausergent, los autores preferidos de la abuela (577). El estilo de Mme. de Sévigné pertenece a la misma familia de la pintura de Elstir (578). Su lado dostoyevskiano.

Después de dejar a la abuela en casa de su amiga, sigo viaje solo a Balbec. Salida del sol desde el tren (579). La muchacha que ofrece café con leche en una pequeña estación entre dos montañas: intensa exaltación de felicidad y belleza (580); pero la joven campesina «siempre estaría ausente de la otra vida» a la que yo me dirigía (582).

Mi llegada a Balbec, que, contra lo que yo creía, no está a la orilla del mar. La iglesia persa de Balbec (583). Mi decepción (584). Me encuentro de nuevo con la abuela en el trenecito a Balbec-Plage; Françoise se ha perdido. Ahora me parecen extraños los nombres de los pueblos por los que pasa el trenecito (585).

El Grand-Hôtel de Balbec (586-642).

La abuela discute con el director del Grand-Hôtel «condiciones», con gran vergüenza mía. Retrato del director (586). Impresión de soledad (587). El lift (588).

Terror de la primera noche; los golpes de mi abuela en la pared. Mi cuarto en el hotel, atestado de muebles, de cosas que no me conocen, que no dejan sitio para mí (590). El regreso de la abuela alivia mi congoja. Alegría de la abuela por desnudarme y quitarme ella misma las botinas (591). Los golpes en la pared medianera de nuestros cuartos. El dulce instante matinal que levanta el telón del día (592). El terror de la primera noche en el cuarto desconocido del hotel: en su fondo está el mismo terror que siento ante la idea de la muerte de mis padres, o de la separación de Gilberte, o de una existencia lejana sin amigos; ante la idea de «una eternidad en la que estarían excluidos» mis recuerdos, mi carácter, mi yo mismo (593). Efectos analgésicos del hábito; la muerte de nosotros mismos y la resurrección en un yo distinto (594). Mi entusiasmo ante el mar reflejado en las vitrinas de las librerías del cuarto (595). El viento marino en el amplio comedor durante el almuerzo. Reminiscencias de Baudelaire (596).

Vida de hotel: Mi abuela abre un cristal del ventanal del comedor y vuelan los menús, los periódicos, los velos y las gorras de los comensales. Burgueses eminentes de provincias que todos los años se alojan en el hotel, con sus esposas de pretensiones aristocráticas: el presidente de Audiencia, el decano de abogados… (597); su desprecio por quienes no parecen formar parte de su clase social; el rey de Oceanía y su querida (598); el jovencito gomoso; la vieja dama acompañada por todo su séquito (599), que lleva su propia casa encima (600); M. y Mlle. de Stermaria, cuya altivez los preserva de toda simpatía humana; una actriz de moda, su amante y dos aristócratas que hacen «rancho aparte». (601).

El comedor del hotel: maravilloso acuario ante el que se apiña la población obrera de Balbec para contemplar su lujosa vida. ¿Protegerá siempre la pared de cristal el festín, o no irá a cogerlos la oscura muchedumbre en su acuario y a comérselos? (602). Me preocupo por muchos de estos personajes y deseo atraer la atención de algunos: del cuñado de Legrandin (603), del rey de Oceanía, del joven gomoso, de M. de Stermaria y sobre todo de su hija (604), cuyo desdén me hace sufrir.

Desencuentro y encuentro de mi abuela con Mme. de Villeparisis. La vieja dama resulta ser Mme. de Villeparisis, amiga de mi abuela, pero a pesar de que esa amistad con una gran dama podría procurarme «tono», ella finge no verla. Parecidos de personajes (605). La invitación a cenar del decano de abogados al marqués de Cambremer dispara los cotilleos y las bromas de sus amigos (607). Mi contemplación de Mlle. de Stermaria, que respira insuficiencia de simpatía humana en todo su ser; pero mi sueño descubre en ella la vida poética que lleva en su tierra, y me veo paseando los dos por las alamedas de su castillo; mi deseo de poseerla en sus propios paisajes, guardados en su memoria (608). El decano de abogados y su trato con el maître d’hôtel. Las comidas del Grand-Hôtel, intimidatorias para mí, sobre todo cuando acude el propietario de la cadena hotelera (610). Relaciones de Françoise con el servicio del hotel, que nos vuelven incómoda la vida como clientes (611). Mme. de Villeparisis y mi abuela se abordan por fin (613).

Distintas actitudes de Aimé y de Françoise ante la nobleza (614). Deferencias de Mme. de Villeparisis con nosotros (615), aunque ella no aprecie a Mme. de Sévigné por su falta de naturalidad. Encuentro con la princesa de Luxembourg (616), que nos trata con la bondad y la dulzura con que se acaricia a los animales en el Jardín de Aclimatación (618). Mme. de Villeparisis, extrañamente al tanto del viaje de mi padre a España con M. de Norpois. Nuevos cotilleos del círculo de burgueses (619), intrigados por Mme. de Villeparisis y por la princesa de Luxembourg (628), a quien toman por una especie de baronesa d’Ange. Visión quimérica que tienen una de otra la burguesía y la aristocracia (621).

Excursiones en carroza. Paseos en el coche de Mme. de Villeparisis, como medida de higiene contra mi acceso de fiebre. Los diferentes Mares frente a mi ventana (622). Preparativos del paseo. El botones plantado delante del pórtico del hotel. No se ocupa del coche de Mme. de Villeparisis, «porque quien va acompañado de sus propios criados se hace servir por ellos» y deja pocas propinas (623). El camino rural, las ramas de manzano (624). El mar entre los follajes. Mme. de Villeparisis, una mujer de gusto por el arte y la cultura, patrimonio de una joven educada de modo aristocrático en un monumento nacional, el castillo renacentista de sus padres (625). Para ella «no había más cuadros que los que se han heredado». Su liberalismo, mayor que el de muchos burgueses (626). Se burla de mi admiración por Chateaubriand, Balzac y Victor Hugo, a los que había conocido en casa de sus padres; como Sainte-Beuve, juzga a los artistas por su persona, no por su obra (627).

Las muchachas entrevistas en los paseos, que provocan mi curiosidad por su alma (628). La imposibilidad de detenerme junto a ellas, de poseerlas, aumenta su belleza y mi deseo (629). La bella lechera en el hotel; al día siguiente del encuentro recibo una carta, pero «sólo era de Bergotte». (630). Mme. de Villeparisis nos lleva a Carqueville.

Los tres árboles de Hudimesnil. La iglesia cubierta de hiedra (631). La hermosa pescadora del puente, en la que quiero dejar recuerdo de mí (632). Los tres árboles de Hudimesnil (633). Misterio del recuerdo que crea en mi mente paisajes del ensueño (634). Mi tristeza al ver alejarse los árboles en la carretera de regreso (635).

Anécdotas de una infancia aristocrática. Mme. de Villeparisis, su burla de mis escritores admirados (636). Ella los conoció en persona y los resume en anécdotas: Chateaubriand y su claro de luna; el «conde». Vigny; Musset; el malicioso discurso en la recepción de Vigny en la Academia (637). El padre de Victor Hugo se marcha del estreno de Hernani. El exceso de cortesías de Mme. de Villeparisis (638). Sus anécdotas: el duque de Nemours (638); la duquesa de Praslin; la duquesa de La Rochefoucauld (640). Mi abuela elogia a Mme. de Villeparisis, aunque sus cualidades no sean las que poseen los grandes escritores (641). «Sin ti yo no podría vivir»: mi corazón acongojado ante la idea de verme separado de la abuela. Pero sufro más por su angustia que por la mía (642).

Primeros esbozos de M. de Charlus y de Robert de Saint-Loup

Llegada de Robert de Saint-Loup y nacimiento de una amistad (642-676).

Mme. de Villeparisis anuncia la llegada de su sobrino, el marqués Robert de Saint-Loup (642). Su elegancia y belleza; su impertinencia (644). Primera actitud de frialdad en la presentación, que se convierte en derroche de simpatía al día siguiente (645). Descubro un Saint-Loup aficionado a la inteligencia, la literatura, el arte, las ideas socialistas: un «intelectual». (646), que habla de su padre, M. de Marsantes, dedicado a la caza y las carreras, con cierto desprecio. Saint-Loup organiza la conquista de mi abuela (647); sus atenciones conmigo (648). Alegría y soledades de la amistad; mi visión de Saint-Loup como «noble». (650).

Encuentro con Bloch. Antisemitismo de Bloch. La colonia judía de Balbec (651). El esnobismo de Bloch alcanza a su pronunciación (652). Bloch me acusa de esnobismo; su mala educación (653). «No es menos admirable la variedad de los defectos que la similitud de las virtudes». (654). Bloch busca caminos para situarse (656). Desigual calidad de su conversación; habla mal de mí a Saint-Loup, y a mí de Saint-Loup (657). Intenta trabar amistad con Saint-Loup para que le ayude a introducirse en los ambientes aristocráticos. Invitación a cenar en casa de Bloch (659). El esteroscopio de M. Bloch padre (660). Saint-Loup me habla de su tío Palaméde, a quien están esperando. Personalidad y carácter de Palaméde, árbitro de la elegancia y la moda entre la aristocracia (661).

M. de Charlus. La invitación inconfesada. Su visita a mi cuarto. Me encuentro con un hombre que parece vigilarme y al que tomo por una rata de hotel (662). Resulta ser Palaméde, sobrino de Mme. de Villeparisis, de la familia Guermantes (664), a la que también pertenece, para mi gran sorpresa, Mme. de Villeparisis. Razones para utilizar el título de barón de Charlus (665). Reconozco en su mirada los mismos ojos que se habían clavado en mí en el repecho de Tansonville, los de un amigo de Swann. Mi abuela, fascinada por M. de Charlus (666), que nos invita a tomar el té después de la cena en el piso de Mme. de Villeparisis (668). Pero por la noche finge no habernos invitado (669). El juego de ojos del barón de Charlus en la reunión (670); el secreto que guardan sus miradas; su odio por los hombres y, sobre todo, por los gigolós, por los afeminados (671). En su admiración por Mme. de Sévigné, mi abuela descubre unas delicadezas y una sensibilidad femeninas (672). Diferencias entre Racine y Victor Hugo, según Charlus (673). Esa noche, nada más acostarme, el barón llama a mi puerta para prestarme un libro de Bergotte (674). Su vulgaridad al día siguiente (675) para exigirme la devolución del libro (676).

«Cena en casa de Bloch».

Nuevas opiniones sobre Bergotte (676-693).

Por fin, Saint-Loup y yo cenamos en casa de Bloch, que utiliza en la vida social historias y anécdotas de su padre o de sus amigos (676). «Conocidos» de Bloch padre a los que no conoce. Éxito de Bloch entre sus hermanas (678). Opiniones de M. Bloch sobre Bergotte (679). Ideas de su familia sobre M. Bloch, un hombre superior al que admiran hasta el más alto grado, una especie de «falso duque d’Aumale». (680). El círculo de los Ganaches. Para Nissim Bernard, tío de Bloch, Bergotte es «una especie de Schlemil». (681). Enfado de Bloch padre contra Nissim Bernard (682), debido a su gusto por la ostentación, por las mentiras (683).

Avaricia de M. Bloch. Metedura de pata de su hijo a propósito de Charlus (684). Mme. Swann y Bloch en el tren de circunvalación (685). Decepción de Françoise ante el aspecto de Bloch, ante las ideas republicanas de Saint-Loup, al que termina por juzgar «hipócrita» por interés (686). Sinceridad de Saint-Loup en sus opiniones políticas; sus prevenciones contra la aristocracia. Sus familiares y amigos, disgustados por su relación con la actriz, a la que acusan de haberle «desclasado», «agriado». (687).

Saint-Loup y su querida. Lo que Saint-Loup debe a su querida, que ha “abierto su mente a lo invisible (…), infundido seriedad a su vida y delicadeza en su corazón”; pero ahora la actriz ha empezado a detestarle y lo tortura (689). Sacrificios de Saint-Loup por ella; la actriz recita fragmentos de una pieza simbolista en casa de una tía de Saint-Loup (690), y la concurrencia, que la encuentra grotesca, se burla.

Sufrimientos de amor y celos de Saint-Loup (691), que propone a mi abuela fotografiarla; coquetería infantil de la abuela (692), que da la impresión de rehuirme porque le hago sentir mi desaprobación (693).

La pandilla de muchachas en flor (693-711).

Unas muchachas, vistas de lejos, despiertan mi deseo de Belleza (693). La pandilla, en la punta del dique, como una bandada de gaviotas: una en bicicleta, otra con clubs de golf (694). Veo su belleza en confuso, sin conseguir individualizar a ninguna. Las razones que las han reunido (696). Parecen no ver al resto de la humanidad: la mayor de ellas salta por encima de un viejo octogenario sentado en una silla; sólo se apiada de él una muchacha de ojos verdes en una cara rubicunda (697). Empiezo a individualizarlas (698).

Aparición de Albertine, todavía sin nombre. La muchacha de la bicicleta y el polo [resultará ser Albertine]. Basta un cruce de miradas para que brote mi deseo de la joven ciclista y del mundo encerrado en sus ojos (699). Pero es morena, y mi tipo de ideal inaccesible es el de Gilberte, pelirroja de piel dorada (700). Realidad de la dicha de conocer a las muchachas (701), ejemplares deliciosos de la misteriosa belleza que deseamos (702).

Los rasgos del director del hotel (703). El lenguaje del lifiij04). El nombre de Simonet (705). Vista de la colina y del valle desde la ventana del pasillo (706). El mar desde mi cuarto: variaciones del paisaje a medida que avanza la estación (707). Puesta de sol antes de salir a cenar a Rivebelle (708). Encuentro en las listas del hotel a los Simonet, pero no sé a cuál de las jóvenes corresponde ese apellido, y yo mismo me fabrico con él una criatura a mi medida (710), que me ama (711).

Las cenas de Rivebelle». (711 —726).

Mis cenas con Saint-Loup en el restaurante de Rivebelle (711); a pesar de Bergotte, me hastía la idea de ponerme a escribir. Reglas de higiene para fortalecerme, que sigo a rajatabla en Balbec, pero que olvido en cuanto llego a Rivebelle (712). Me convierto en el «momentáneo hermano de los camareros». Euforia provocada por el alcohol. Las mesas astrales (713). Sensación de bienestar (714). La galería acristalada del restaurante. El comedor y el espectáculo de los clientes en la cena y en la galería (716). El alcohol arroja de mí las muletas del razonamiento y dota a los minutos de fascinación: la felicidad del minuto presente (717); olvido de cualquier peligro, de la importancia de las cosas graves: la ebriedad realiza por unas horas el idealismo subjetivo (718). Éxito y conocimientos femeninos de Saint-Loup (719).

Dificultades para dormir al regreso de las cenas. Misterios del sueño (721). Dificultades para despertar, bien avanzado el día (722). Emergencia repentina de recuerdos: una fotografía de las muchachas de Balbec me explicó más tarde por qué no conseguía individualizarlas (724).

Encuentro con el pintor Elstir, y, en su estudio, con Albertine y sus amigas (726-760).

Cuando la estancia de Saint-Loup toca a su fin, cenamos en Rivebelle frente a Elstir, cuyo nombre había oído yo en labios de Swann. Nuestro entusiasmo ante la presencia de un hombre célebre; le enviamos una nota (727). Elstir se sienta a nuestra mesa y me invita a visitar su atelier. Razones de su vida en soledad (728).

Reaparición de las muchachas en flor. Me cruzo con una muchacha con un polo negro, que se parece, sin certidumbre alguna, a la muchacha de la bicicleta (729).Mi deseo me orienta alternativamente hacia una y hacia otra muchacha de la pandilla. Mi deseo de ellas me hace renunciar a la visita prometida a Elstir (730). Acecho la regularidad y los hábitos de su paseo por el malecón (731). «No amaba a ninguna amándolas a todas». (732). Cuando estamos enamorados no hacemos más que proyectar en la persona amada «un estado de nuestra alma».

Visita a Elstir. Visito de mala gana, y obedeciendo a la abuela, el atelier de Elstir. Fealdad de la villa del pintor. Su atelier (J33), «el laboratorio de una especie de nueva creación del mundo». Las marinas (734). Mi inteligencia corrige las impresiones de mis sentidos. Las metáforas de la pintura de Elstir. «El puerto de Carquethuit». (735). El arte de Elstir: el primero en revelar algunas de esas leyes de perspectiva basadas en la ilusión óptica de la primera visión (737). Ante la realidad, el pintor se despoja de todas las nociones de su inteligencia. Elstir me descubre la belleza del pórtico de Balbec (739). Las estatuas de los santos y el capitel persa (740). Importancia de los propios sueños: «Si un poco de sueño es peligroso, lo que puede curar no es menos sueño, sino más sueño, sino todo el sueño». (741).

Inesperada aparición de Albertine. Por la ventana veo, en un caminito rústico, a la joven ciclista del polo negro. Elstir, que conoce a las muchachas de la pandilla, me dice su nombre: Albertine Simonet (742). La ortografía con una sola n de Simonet. Las innumerables imágenes de Albertine a lo largo de mi vida (743). La indecisión de mi deseo ante las muchachas de la pandilla provoca en mí, para el futuro, una especie de libertad intermitente para no amarla. Convierto a Elstir en intermediario entre las muchachas y yo. Mi impaciencia mientras acaba unas flores, para luego ir al malecón (744).

La identidad de Miss Sacripant. Mme. Elstir y su auténtica belleza. La acuarela de una mujer de carácter ambiguo, vestida de hombre: Miss Sacripant (745). Llegada de Mme. Elstir, a quien encuentro fea. Sólo más tarde, cuando conozca el período mitológico de la pintura de Elstir, gana en belleza para mí (747). Ha terminado siendo la encarnación de la Belleza que, antes, el pintor tenía que sacar de sí mismo (748). Mi amor propio, y no la valentía, me hace correr un peligro por ahorrar a otros una molestia (749).

Encuentro frustrado con la pandilla. Mi paseo con Elstir por el malecón (750). Nos encontramos con las muchachas, pero yo me quedo atrás y pierdo la ocasión de serles presentado (751). En el momento en que se despiden cruzo mis miradas con una de ellas (752). Variaciones de la importancia que los sentimientos tienen a nuestros ojos: el papel de la convicción (753). La serie indefinida de las Albertine imaginadas por mí y la Albertine real, que apenas desempeña un papel en el amor que sentimos por la amada (754).

Odette de Crécy y Elstir en el salón de los Verdurin. Regreso con Elstir. Miss Sacripant es un retrato de Odette de Crécy (755), que se parece, no a Mme. Swann, sino a todos los retratos de Elstir, al ideal que el pintor lleva dentro de sí (756). Deduzco que Elstir es el pintor ridículo y perverso que, con el nombre de Biche, acudía a las veladas de los Verdurin. Elstir se comporta conmigo como verdadero maestro (758): «La sabiduría no se recibe, hay que descubrirla por uno mismo al término de un trayecto que nadie puede hacer por nosotros». (759). La probabilidad de frecuentar a las muchachas me aporta la calma (760).

La partida de Saint-Loup (760-764).

Mi abuela regala a Saint-Loup, la víspera de su marcha, unas cartas de Proudhon (760). Durante la despedida en la estación, me invita a ir a visitarle a Donciéres; invitación que amplía, en tono frío, a Bloch (761), que no percibe el desinterés de Saint-Loup por él. Carta de Saint-Loup, con las armas de Marsantes (762). Por influencia de las acuarelas de Elstir, procuro encontrar la belleza en todas las naturalezas muertas de la vida cotidiana (763).

Aparece Albertine (764-804).

Matinée en casa de Elstir, donde conoceré a Albertine. La voluntad trabaja en la sombra contra los caprichos y cambios de la inteligencia y la sensibilidad. Albertine, con su vestido de seda y sin el polo, no me parece la joven ciclista (764). Retardo el placer de ser presentado a Albertine (765). La presentación pone fin a la existencia de cierto ser que nuestra imaginación ha desnaturalizado (766). Albertine me parece intimidada y más comme il faut que, mal educada.

Metamorfosis de Albertine. Distintas impresiones que yo había de tener de Albertine (767). En el dique se me acerca una Albertine distinta, de tonos rudos y modales de pandilla (769). Aparece Octave, al que Albertine califica de gigoló (771). Nos cruzamos con Bloch, que a ella le desagrada (772). Otro día, Albertine me presenta a Andrée, la que saltó por encima del anciano (774). Cotilleos de Albertine sobre gentes de Balbec. Su pasión por Cavalleria rusticana. Frialdad de Andrée (775). Las señoritas d’Ambresac —una está de novia con Saint-Loup—, despreciables para Albertine. Los refinamientos de Elstir han educado el gusto de Albertine (776), muchacha muy inteligente pero cuyo buen gusto en el vestir y en pintura no ha alcanzado el de la música.

Otras muchachas en flor. Encuentro con Andrée: su mentira (777). Otro día aparece Gisèle, que fuerza a Albertine, dura con ella, a presentarme. Mi entusiasmo ante las perspectivas de amor que abre en mi deseo la sonrisa de Gisèle (778) molesta a Albertine (779). Proyecto ir a la estación para despedir a Gisèle, que regresa a París. Albertine ya no me gusta (780), pero llego tarde al tren. Conozco a todas las muchachas de la pandilla (781). Basta ver junto a aquellas muchachas en flor a sus madres y tías para saber cómo les llegará en menos de treinta años la hora del declive (782). Tardes lluviosas de Casino (783). Diferencias entre Albertine y Andrée, que prefiere quedarse a hablar conmigo. Semejanza de nuestros sucesivos amores, porque las mujeres que amamos son «un producto de nuestro temperamento, una imagen (…) de nuestra sensibilidad». (784). Generosidad de Andrée con Albertine. Rarezas del carácter de Françoise (785).

Exquisitez de Elstir. Antes yo buscaba en los paseos por Balbec el país de los cimerios envuelto en brumas; ahora, Elstir me enseña a apreciar los efectos del sol, las regatas, las carreras de caballos, con sus jockeys, sus caballos, sus mujeres, de una belleza suprema (787). Evocación de las fiestas venecianas pintadas por el Veronés y Carpaccio; las telas de Fortuny (788). Exquisitez de Elstir para las toilettes femeninas, que despierta la ambición de Albertine (789). Los acantilados de los Creuniers (790). Nueva visión del amor (791).

Meriendas y juegos de amor perdidos. Meriendas en lo alto del acantilado: en los pasteles y las tartas que como durante esas meriendas recupero el sabor de Combray; las meriendas de Gilberte (792). Mis juegos con las muchachas (793). Su delicia me hace sacrificar la amistad de Saint-Loup y la vida social; pero los artistas tienen el deber de vivir para sí mismos, y «la amistad es una dispensa de ese deber, una abdicación de sí». (795). «Amor ayuda a discernir, a diferenciar». En el gorjeo de las muchachas descubro notas que las mujeres han perdido (796). Los rasgos, la voz y la forma de hablar de las muchachas pertenecían a sus padres, a la provincia originaria, porque «el individuo está inmerso en algo más general que él». (797).

Albertine me escribe en un papel: «Le quiero mucho». La composición de Gisèle (798): Sófocles escribe a Racine (799). Entusiasmo de Albertine, pero Andrée rechaza la composición de Gisèle con comentarios eruditos (800). Estoy enamorado de todo el grupo de muchachas (802). Multiplicidad del ser deseado (802). «Todo ser queda destruido cuando cesamos de verlo». Rectificaciones que la realidad impone en cada encuentro con el ser amado en nuestro recuerdo (804).

La partida de anillo (804-818).

La armoniosa cohesión del grupo queda rota en favor de Albertine durante una partida de anillo; las manos de Andrée y de Albertine (805). Mis artimañas para acercarme a Albertine (806), que se irrita por mi falta de atención al juego. Andrée me lleva a los Creuniers (807), y de pronto en el camino surge un matorral de espinos blancos, al que pido noticias de sus flores, deshojadas desde la primavera. Amabilidad y bondad de Andrée, que tal vez sólo sean apariencia (808). Su conducta y sus cualidades pertenecen al tacto (809). Los Creuniers. Ahora sé que amo a Albertine, pero no me preocupo de comunicárselo (810). De vuelta a mi cuarto, que ya no es la habitación enemiga de la primera noche, lo descubro «desde esa perspectiva egoísta que es la del amor». (811). Finjo preferir a Andrée, no para despertar los celos de Albertine, sino para aumentar o no perder mi prestigio a sus ojos. Trato de conocer a su tía, Mme. Bontemps (812).

Desenlace imprevisto de una invitación equívoca al cuarto de Albertine. Me entero de que Albertine ha de pasar una noche en el Grand-Hôtel. Encuentro con Octave, con Albertine: el golf y el diábolo, placeres solitarios (814). Albertine me invita a su cuarto (815). Ebriedad ante la visión de Albertine en la cama (816): intento besarla, pero me rechaza con firmeza (817).

Fluctuaciones del deseo. Explicaciones sobre la noche de mi fracaso con Albertine (818-832).

Mi deseo va apartándose de Albertine y se orienta hacia las demás muchachas. Silencio de Albertine sobre mi fracaso en su cuarto. Misteriosas razones de la atracción que despierta Albertine en distintos ambientes (818). Motivos de la madre de Andrée para invitar a veranear a Albertine (819). Cualidades amables de Albertine (821). La duplicidad para los favores de M. de Norpois (822). Albertine me reprocha mi conducta la noche del hotel, pero me regala un lapicerito de oro (823). El escrúpulo de los que se ven obligados «a hacer algo quienes hacen lo menos y podrían no hacer nada». Explicaciones sobre la noche del hotel, que me inspiran gran estima por Albertine (824) y una impresión dulcísima que quizá había de tener molestas consecuencias para mi futuro. Me vuelvo hacia Andrée, pero no puedo amarla porque se parece demasiado a mí (825).

Mi amor colectivo por las muchachas (826), cuyos rasgos ahora individualizo (827). Variaciones de la tez de Albertine (828), que da lugar a distintas Albertine, que a su vez crean en mí distintos «yo». (829). Las vírgenes mitológicas de los primeros días del verano se han convertido en honestas burguesas, ahora que conozco el mediocre contenido de su experiencia cotidiana; pero subsiste el perfume de «la familiaridad con lo que hemos creído inaccesible y hemos deseado». (831).

Fin de la estancia en Balbec. Evocaciones de un verano (832-835).

Llegada del mal tiempo y partida de las muchachas; el Grand-Hôtel va quedándose vacío; el director hace proyectos grandiosos (832). Los días de lluvia trabamos conocimiento con los pocos clientes que quedan. Mis deseos de volver a Balbec (833), a la misma habitación.

Olvidando las últimas semanas, resumo el verano en la evocación de mi cuarto, cuando la abuela me obligaba a permanecer acostado en la semioscuridad, adivinando la presencia en el dique de las muchachas de la pandilla, seguro, durante varios meses, de encontrar al despertarme «el mismo lienzo de sol plegado en el ángulo del muro exterior». (835).