Capítulo 11

Llegó el sábado, y con él la anunciada fiesta para Marta. No me apetecía demasiado salir con las chicas, pues ya sabía de antemano que ello conllevaría cena, alcohol risas y baile. Y yo no estaba muy por la labor. Aun así procuré arreglarme y así recobrar la ilusión de salir. Rescaté un vestido negro por encima de la rodilla, me dejé el pelo suelto y me maquillé frente al espejo canturreando para dispersar mis reflexiones. Mi móvil emitió un pitido. Pensé que sería Silvia recordándome la hora en que habíamos quedado, ella era así de previsora. Pero cuando me dispuse a leer el mensaje me sorprendió que el remitente no fuera Silvia, si no Daniel. Di un respingo, el teléfono se me cayó de las manos, y me eché a reír como una tonta. Lo recogí del suelo, y maldita sea, tuve que volver a colocar la batería que había salido disparada. Cuando al fin pude recuperar el mensaje, sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Decía así:

Hoy no he dejado de pensar en ti...no te imaginas como me pone.

Al principio pensé que tenía un morro que se lo pisaba. Inmediatamente cambié de opinión, pasé la lengua por mis labios y admití que a mí me pasaba lo mismo, pero no podía responder así. Calculé varios minutos mis palabras, y al final respondí:

Yo también pienso en ti... más de lo que debería.

Al acto pensé que era una estupidez, y me arrepentí, pero enseguida volvió a sonar el zumbido:

Demuéstramelo...hazme un hueco esta noche.

Oh, Dios, justamente hoy. Era imposible, tenía el tiempo contado, y Alfredo estaba en casa. Muy a mi pesar decliné la proposición:

Salgo con unas amigas...otro día, ¿vale?.

Me sentí impotente, y muy excitada a la vez. Pero antes de que pudiera volver al espejo ya había respondido:

Mmm...y seguro estarás muy sexy...¿qué te gustaría hacer?

Era superior a mí... El teléfono temblaba en mis manos. Entonces Alfredo entró al baño, y tuve que disimular que estaba hablando con Silvia.

—Estás muy guapa cariño. —dijo con un gesto aprobatorio.

—Gracias, sólo saldré un rato, regresaré temprano.

—Eso espero, con ese vestido seguro que atraerás a los hombres.

—Tonto... yo te quiero a ti.

—¿Me despertarás cuando vuelvas?

—¿Por qué?

—Porque me gustaría hacer lo que no hicimos el otro día.

—Ah...claro

Entonces el timbre sonó. Silvia a veces puede ser inoportuna, a veces imprescindible. Me despedí con un beso en los labios, y Alfredo me advirtió que fuera con cuidado utilizando ese tono tan propio y paternal a la vez.

La cena fue lo de menos, no paramos de reír en toda la velada. Marta ya debió de prever su regalo, cuando desenvolvió el paquete no se asombró, ni cambió el rubor de sus mejillas. Al contrario lo elevó como un trofeo entre risas, alborotando la tranquilidad del pequeño restaurante. La camarera se acercó con una tarta iluminada por bengalas y las cuatro brindamos por unos cuarenta años bien puestos. Las dos copas de vino que había tomado comenzaron a surgir efecto. Me notaba más contenta, más desinhibida, y no tuve otra ocurrencia que ir al baño y enviar un mensaje a Daniel:

Lo estoy pasando muy bien...pero contigo sería mejor.

Esperé unos instantes, mientras repasaba el carmín de mis labios. Respondió enseguida:

Mmm...pensaba me dirías algo más excitante.

Santo cielo, me sentí como una idiota. Una monja lo hubiera hecho mejor. Recalculé mis palabras, y le contesté enseguida:

Si te tuviera delante no harían falta palabras...lo comprobarías tú mismo.

Seguí sintiéndome idiota, pero no tanto. Al acto respondió:

Si estuviera ahí me encargaría de ti, estoy muy a tono...

Ay, por qué a mí... eso me estaba torturando. Tenía que volver con las chicas, o acabaría encerrada en el lavabo haciendo cosas que no debería hacer:

Te dejo, nos vamos al Crunch yo también pensaré en ti con mis manos.

Al poco rato nos encontrábamos todas en el pub del centro. Estaba abarrotado, y la música sonaba alto y estridente. Nos aferramos a la barra y brindamos de nuevo por Marta y por la madre que nos parió. Más risas y burlas acompañaron la velada, al tanto bailamos al son de una música rítmica y animada. Hacía un calor tremendo, y ello conllevaba una sed desgarrante, ¡otra ronda camarero! Gimoteó Silvia con descaro, y el joven simpático y de sonrisa pícara colocó cuatro vasos de tubo, y unos chupitos de regalo. Qué mareo... pero eso no impidió que siguiéramos bailando y contoneando nuestras caderas sin pudor alguno. Al rato Andrea y Marta cuchicheaban entre ellas, y espiaban alguien a mis espaldas.

—¿Qué pasa chicas? Seguro ya habéis divisado una presa para Marta... —bromeé con el vaso en la mano.

Marta me cogió del brazo, e hizo un gesto con la cabeza para que me volviera. Luego me susurró al oído:

—Nena, detrás de ti hay un pedazo maromo de ojos azules que no te quita la vista de encima. Disimula.

Puse los ojos en blanco, e hice una mueca con los labios en señal de burla. Luego me di la vuelta con el mayor disimulo que pude, y en cuanto vi quien era, el vaso resbaló de mis manos despedazándose en el suelo. Todas ellas se echaron a reír.

—Ya te dije que estaba buenísimo... —me pareció oír detrás de mi nuca.

Ahí estaba Daniel, rodeado por dos chicas jóvenes, atractivas y especialmente interesadas en simpatizar con él. Daniel sonreía de vez en cuando y aquellas le devolvían risas escandalosas como si hubieran oído el mejor chiste del mundo, Luego nuestras perspectivas se cruzaron. Sus ojos destacaban en medio de aquella jauría de gente, la piel se me erizó, y un nudo se tensó en mi garganta cuando una de ellas le agarró del brazo y lo condujo hacia la barra. ¡Pelandrusca! Grité para mis adentros, de pronto un frío insano se instaló en mi cuerpo, traté de contener mi mirada pero esta se desviaba y le buscaba desesperadamente. Era obvio que él me había visto, pero entonces estaba tan ocupado animando a las dos jovencitas que me sentí como una mísera mota de polvo a punto para ser ahuyentada. Silvia me tomó por la mano y tiró de mí.

—¡Verónica, te presento a Miguel! —me gritó al oído.

Volví de mi ensoñación, y saludé al tipo que me estaban presentando con dos besos en la mejilla. Debí de caerle bien, pues no paró de hablarme de no sé qué, de un negocio del cual no me estaba enterando de nada. El tal Miguel tenía las manos ligeras, y me acercaba a él por el hombro con la excusa del volumen de la música. Me mostré distante, aun así el tipo no dejaba de hablarme invadiéndome con un aliento que apestaba a alcohol. De pronto estaba de nuevo en la barra, él invitaba. Desde esa perspectiva había perdido totalmente la ubicación de Daniel, y eso me provocaba una inquietud tremenda. Alguien se apegó a mi espalda, y repentinamente sentí una mano que me rozaba el trasero.

—Disculpe señorita —Se jactó Daniel obsequiándome con una sonrisa irónica.

Sonreí incrédula mientras le permitía acceder a la barra, y él me pellizco la cintura. El tal Miguel estaba apoyado en la barra, esperando su turno, y al encontrarme detrás de Daniel no pude evitar bajar la mirada hacia su trasero, mmm... era perfecto. Luego se dio la vuelta con dos vasos en la mano, y me susurro al oído.

—Estás tremendamente sexy...ese vestido te lo quitaría con los dientes. —murmuró en mi oído con la mirada pegada al frente.

Contraje los músculos de mi vagina por inercia, y pasé la mano por su abdomen. Luego desapareció. Entonces el calor me estaba atormentando, necesitaba refrescarme. Me disculpé, y me sumergí entre el gentío hasta llegar a los lavabos, por suerte el acceso estaba despejado y pude entrar sin problemas. Me acodé en el lavabo y me refresqué la nuca, las muñecas. Al acto me sorprendieron unas manos en mis caderas, y cuando levanté la vista, vi en el espejo a Daniel detrás de mí.

—¡Estás loco! —grité bajito con una sonrisa bobalicona.

—Shhhh —siseó en mi nuca apegándose a mi trasero.

Entonces me empujó a uno de los departamentos, y me encaramó a la pared, sujetando mis muñecas y acariciándolas con el pulgar, estaba rabiosamente excitado y eso me contagiaba de deseo. Me devoró la boca sin mediar palabra, y agarró con fuerza mi pecho. Yo jadeé, irremediablemente.

—Aquí no podemos —advertí vacilante.

Daniel me clavó su mirada, y sonrió de esa forma atlética.

—Sí, podemos, y tú quieres.

Me arqueé contra la pared, y suspiré ladeando la cabeza.

—En serio, es muy arriesgado. —me aventuré incapaz de sostener su mirada perturbadora.

—¿No quieres? —preguntó en un susurro.

—Aquí no —Hice un gesto de interrogación con el hombro.

—¿Seguro? —inquirió haciendo un mohín con sus labios.

Le devolví una sonrisa, y titubeé un no.

—Déjame comprobarlo —exigió con los ojos entrecerrados.

Fruncí el ceño con una mueca en los labios, y al acto su mano se coló bajo el vestido, apartó la braguita y me hundió dos dedos en la vagina haciéndome gemir de nuevo. Luego emitió un sonido gutural cobijándose en mi cuello.

—Estás muy húmeda Vera, te voy a follar aquí mismo.

Oh, Dios me derretí con esa afirmación. Sus dedos se movían con fuerza, con una destreza magistral, turbulenta. Me aferré a su pelo, y traté de contener el temblor de mis piernas. Dios, me estaba provocando un placer desmedido que se expandía por todo mi cuerpo y me dejaba sin fuerzas. Con un movimiento rápido me elevó contra sus caderas, liberó su sexo y me penetró con un arrebato carnal, apegando mis nalgas contra la fría pared. Cada vez estaba más excitada, y me costaba controlar mi respiración, espesa e intermitente como las sacudidas de Daniel. Le notaba duro, y su inmensidad pujaba con un deleite que me hizo explotar de gozo y correrme sobre él mientras aún sentía su miembro dentro de mí, inundándome de una deliciosa satisfacción. Los dos nos convulsionamos presos de una descarga eléctrica aferrados los dos como si fuéramos un cuerpo único. Luego salió de mí, volvió a besarme apasionadamente, esta vez con gratitud y se marchó antes de que alguien nos pudiera ver. Daniel se había convertido en mi perdición. Mi fantasía más peligrosa.