Capítulo 18
CUANDO me desperté, estaba desesperado tanto por beber agua como por un sitio en el que mear. Era raro que mi cuerpo ansiara agua al mismo tiempo que necesitaba evacuarla.
Levanté la cabeza para mirar alrededor. Grave error, porque me produjo un descomunal dolor de cabeza peor, si cabe, que el que tenía antes de desmayarme. Cerré los ojos y apoyé la cabeza, esperando a que aflojara.
Cuando se me pasó un poco, volví a abrir los ojos. Aún había encendido un pequeño fuego: o yo no había estado desmayado durante mucho tiempo, o alguien lo había alimentado. Aparté la manta de mi torso y bajé la mirada, seguía desnudo. La zona limpia de la herida era un gran óvalo de piel rosada que destacaba sobre el resto de mi cuerpo de color gris ceniza. Me habían puesto una venda autoadhesiva que daba unas cuantas vueltas en torno a mi pecho y sujetaba un paño blanco doblado y puesto sobre la herida.
Deslicé con cuidado los dedos por debajo del paño. Quería echarle un vistazo a la herida. Lo levanté con tanta suavidad como pude. Pero estaba pegado. Me dolió una barbaridad cuando lo separé. La venda autoadhesiva se estiró lo suficiente como para que pudiera mirar debajo.
Tenía un corte enorme en el costado, más o menos del mismo tamaño y forma que una herradura. Darla la había cerrado con una pulcra hilera de al menos treinta puntos… No tenía fuerzas para contarlos.
No podía aguantar más las ganas de hacer pis. No tenía ni idea de dónde estaba yo, dónde estaba el baño o de si el lavabo funcionaba o no. Pensé en mear fuera pero tampoco sabía dónde estaba la puerta principal.
Bajé los pies descalzos del sofá y me senté. Fue una mala idea. Aún debía de faltarme sangre, porque la poca que tenía abandonó mi cabeza a toda pastilla. El mundo empezó a dar vueltas y me caí de cara sobre el suelo de madera. El dolor del costado y de la cabeza empeoró y solté un grito involuntario.
Darla entró en la habitación a pocos segundos. Me encontró acurrucado en el suelo, delante del sofá, intentando reunir fuerzas suficientes para levantarme. Ella llevaba puesta una camiseta que le llegaba casi hasta las rodillas.
—¿Qué demonios…? ¿Estás intentando despertar a toda la casa? —dijo.
—No. Sólo quería ir a buscar el lavabo. ¿Podrías decirme dónde está?
—¡Jesús! Voy a buscar algo que puedas usar de orinal.
Vale. La idea no me gustaba ni un pelo. Ya era bastante bochornoso lo de exhibirme desnudo ante aquella chica cada vez que la veía, en especial cuando mis «atributos» le parecían muy normalitos y no le importaba decírmelo. Desde luego que no quería mear delante de ella. Pero ya se había ido. Oí ruido de cacharros metálicos en la habitación contigua. Si no había despertado a su madre, ese estruendo seguro que lo conseguía.
Volvió con un molde para pan.
—En serio —dije yo—, si me dices dónde está el lavabo…
—¿Pero puedes ponerte en pie?
Levanté la cabeza y los hombros del suelo, dispuesto a intentarlo.
—¡Déjalo! No quiero que te hagas saltar los puntos. Que no veas el trabajo que me dieron. —Me agarró el brazo izquierdo y tiró de mí para subirme al sofá.
Me tumbé, aliviado al apoyar la cabeza que me palpitaba de dolor.
—Gracias por coserme. Los puntos tienen buena pinta.
—¿Y por qué has estado toqueteándolos? Te puse una venda encima por algo, imbécil.
—Sólo quería verlos. —No me gustaba nada que me insultara pero le estaba agradecido de todas formas. Era probable que me hubiera salvado la vida con aquellos puntos.
—Hmmm. Bueno, han quedado bien. La verdad es que nunca lo había hecho pero había visto a los médicos coserme a mí dos veces. Ojalá tuviera agujas curvas como las que usaron conmigo, habría sido mucho más fácil.
—Deberías ser médico.
—Tal vez. No le digas a mi madre que hemos usado su segundo mejor molde, ¿vale? —Lo dejó sobre el sofá, junto a mí, y se quedó mirándome expectante—. ¿No te estabas meando?
—Sí. ¿Podrías… no sé, darte la vuelta o algo así?
Suspiró y puso los ojos en blanco.
—Como quieras, claro. —Se acercó a la chimenea y echó un tronco al fuego.
Me acerqué el molde a la entrepierna, apunté con mi soldadito y… nada. Es muy difícil hacer pis cuando hay una chica en la habitación… Aunque te dé la espalda. Y encima estaba preocupado por si podría mear dentro del molde sin salirme. Sabía que «pánico escénico» no era el término más correcto, pero me estaba pasando algo parecido. O no me estaba pasando, más bien.
Darla había acabado de alimentar el fuego.
—¿Vas a hacerlo alguna vez?
—Sí, lo necesito, pero no puedo. No contigo ahí de pie.
Soltó un enorme suspiro y echó a andar hacia la cocina.
—Grita cuando acabes.
Tardé un minuto, pero lo conseguí. Dulce alivio. Y tampoco salpiqué nada. Bueno, no lo bastante como para que alguien pudiera darse cuenta.
—¡Ya está! —llamé.
Darla volvió y recogió el molde. Me tapé con la manta. A pesar del fuego, tenía frío.
—¿Hay alguna posibilidad de que pueda beber un poco de agua?
—Sí. Lo siento, debería haber pensado en eso. Necesitas beber un montón. Perdiste mucha sangre, tenías la bota derecha llena de sangre cuando te la quité. Y perdiste más mientras te cosía. Vuelvo en seguida.
Al volver, llevaba dos vasos de plástico de un litro, como los que dan en los restaurantes de comida rápida. Me dio uno.
—Bébete éste. Dejaré el otro aquí al lado.
—Gracias —dije.
—No vuelvas a chillar a menos que sea por algo importante. Mamá necesita dormir —dijo Darla. Luego desapareció.