55
Angela, ofuscada porque Kieran no demostrara su enfado, resopló, hasta que lo vio unirse a una danza llamada «el molino». Kieran saludó con gracia a las damas con las que coincidía en el baile, hasta que llegó a Angela y, al tenerla cerca, le dijo:
—¿Lo pasas bien, esposa?
Con una falsa sonrisa, ella respondió mientras danzaba:
—Maravillosamente bien, ¿y tú, esposo?
A él no le dio tiempo a contestar, porque la danza continuó y Angela se alejó del brazo de otro guerrero. Tras dar una nueva vuelta, volvieron a coincidir.
—¿Pretendes enfadarme, Angela?
Dando un traspié por culpa de Kieran, mirándolo con inocencia murmuró:
—Noooo, cariño.
De nuevo la danza los separó y, cuando los volvió a unir, la música se ralentizó y, mientras caminaban cogidos de la mano, ella preguntó sin disimulo:
—¿Te sientes bien sintiendo que otros hombres me desean?
Con gesto ceñudo, Kieran respondió:
—Lo que haces es escandaloso.
Angela rió y con una voz nada angelical, murmuró:
—No hago nada que tú no hagas… tesoro.
—Angela…
—Con la diferencia de que yo aún no me he acostado con ninguno de ellos y tú sí con muchas de las que están en este salón.
A Kieran el vello se le puso de punta y, cuando fue a responder, la música los volvió a separar.
A partir de ese instante la tensión entre los dos subió. Cada uno lo pasaba bien en distintos grupos, mientras el resto de sus amigos los observaban, conscientes de que aquello no iba a terminar bien.
Louis y Iolanda, que no se habían separado en toda la noche, al ver lo que hacían, se miraron y ella dijo:
—Temo el enfado de Angela.
Al ver que Kieran daba un traspié por una zancadilla de Angela, Louis negó con la cabeza y contestó:
—Deberías temer más la furia de Kieran.
Edwina, que como el resto de la gente veía lo que sucedía con su hijo y la mujer de éste, se acercó a Angela cuando ésta fue hacia una mesa de bebidas, y le preguntó:
—¿Lo pasas bien, querida?
Mirándola con el mayor de los descaros, la joven respondió:
—Seguramente que no tan bien como usted, Edwina. Tranquila, tras esta maravillosa noche, su hijo no querrá volver a saber de mí.
—Oh, hija, ¡no digas eso!
Angela sonrió: menuda falsa era aquella mujer… Sin embargo, cuando fue a decir algo más, ella se le acercó y cuchicheó:
—Continúa con lo que haces. No sabes cuánto me estoy divirtiendo.
Cuando se alejó, Angela maldijo en voz baja. Aquella bruja se divertía al ver cómo se ponía en evidencia delante de todo el mundo. Sin duda, estaba disfrutando de verla caer.
A cada instante más enfadada, caminó con premura hacia una terraza, pero al llegar, vio allí a Kieran riendo con Susan Sinclair.
—Maldita sea —siseó.
—Preciosa Angela, ¿qué te ocurre?
Al volverse, se encontró con Aiden McAllister y masculló:
—Sólo me faltabas tú.
Él se acercó a ella sonriendo y murmuró:
—Esa Sinclair no es como tú, y Kieran lo sabe. Pero ahora deja de tontear con todos o él se enfadará.
Dicho esto, se alejó, dejando a Angela todavía más confusa. Pero poco después, mientras Kieran continuaba junto a la Sinclair, se acercó a Ramsey Maitland furiosa y, con una copa en la mano, comenzó a charlar con él.
Un rato después, la música acabó. Megan miró a Angela, que reía con Ramsey Maitland. Aquello iba a traer problemas. Kieran, por su parte, caminaba con Susan Sinclair del brazo. Poniéndose de puntillas, Megan le dijo a su marido:
—Esto no me gusta nada.
—A mí tampoco —resopló Duncan.
Agobiada por las continuas proposiciones nada honestas de Ramsey, Angela se disculpó con la excusa de que iba a buscar a Iolanda. Necesitaba unos segundos a solas. Al ver que nadie la seguía, cogió una jarra de cerveza y se escondió tras unos barriles.
—¡Kieran O’Hara es tan galante…! —oyó que decía una voz de mujer.
—Y descarado. Es un descarado con las damas —apuntó otra.
—Su hermano era peor —apostilló una tercera mujer—. Gracias a Dios que ha muerto ese vil sinvergüenza.
—No es de extrañar que sean así. Ya sabéis que Edwina, la madre de los muchachos era una posadera de Edimburgo. ¿Acaso esperabais que los educara como caballeros? —Las mujeres murmuraron algo y aquélla prosiguió—: Os recuerdo que se ganaba la vida sirviendo a los hombres y supo engañar y engatusar al laird Ferdinand O’Hara. Se volvió loco de amor por ella, ¿lo recordáis? —Las otras dijeron que sí y la primera aseguró—: Siempre quiso su dinero y cuando él murió en Irlanda, ella y sus hijos heredaron una gran fortuna.
Aquella voz a Angela le sonaba. Se asomó con disimulo y se quedó de piedra al ver que la que había hablado era lady Augusta, la madre de Susan. Pero ¿cómo podía ser tan bruja? No obstante, sin decir nada, siguió escuchando:
—Dímelo a mí —aseveró otra mujer—. Mi hermana Betty bebía los vientos por Ferdinand y cuando se enteró del enlace de éste con esa mujer ingresó en una abadía.
Todas las mujeres hablaron a la vez, hasta que otra dijo:
—¿Y qué me decís de la esposa de Kieran?
—¡Escandalosa! ¿Habéis visto el vestido que lleva?
Varias rieron y, consciente de que ahora le tocaba a ella, Angela agudizó el oído y escuchó a Augusta decir:
—Otra aprovechada, como la madre de los muchachos. Mi hija era quien tenía que ser su mujer y mis nietos, los herederos de esa gran fortuna.
—Pobre Susan. Qué disgusto tendrá.
Augusta dijo que sí y, acercándose a las otras, cuchicheó:
—Ya nos hemos ocupado ambas de que Kieran aborrezca a su mujercita. —Rieron las tres y Augusta prosiguió—: Según me contó Susan, Kieran le comentó que esa joven procedía de un clan en decadencia, los Ferguson de Caerlaverock.
—¿Es hija de Kubrat Ferguson, el que se volvió loco cuando mataron a su esposa?
—Efectivamente —respondió lady Augusta—. Esa joven es inexperta en muchas lides y, tras darle unas monedas a un vagabundo y a unas prostitutas, mi hija y yo hemos conseguido que esa paleta acuse a mi hija ante Kieran. Y el muy tonto, ante una buena actuación de mi Susan, ha pasado de su mujer para consolarla a ella.
Todas rieron y una comentó:
—Augusta, qué mala eres.
—Mala no, simplemente, no hemos estado toda la vida soportando a esa posadera para que ahora venga una aprovechada y le arrebate a mi hija lo que prácticamente era ya suyo. Kieran es un seductor con las mujeres, eso ya lo sabemos todos, pero también sabemos que es un hombre rico, generoso y todo un caballero y eso es lo que yo quiero para mi hija, y ella también. Además, su enlace fue un handfasting. Tengo un año para hacerle ver a Kieran y a la tonta de Edwina que mi hija es lo que necesitan y no esa pobretona de Ferguson, sin clase ni modales.
—Callad, que viene Edwina —ordenó una.
Segundos después, Angela oyó reír a la madre de Kieran con ellas.
Augusta, aquella bruja con sonrisa y cara de buena mujer, era lo peor que había conocido en su vida. Además de ser una falsa con la madre de Kieran, había ayudado a Susan a orquestar todo lo ocurrido.
La fiesta continuó, pero el humor de Angela ya no era el del principio. Ver cómo la mujer reía y hablaba con Edwina la estaba sacando de sus casillas. Y aunque ella fuera a desaparecer de sus vidas, Edwina merecía saber qué clase de amiga era aquella bruja.
Por eso, bien entrada la madrugada, Angela se acercó a Kieran. Necesitaba aclararle ciertas cosas. Con una bonita sonrisa, se puso junto a éste, Susan y otras mujeres y, cogiéndolo del brazo, preguntó:
—Kieran, ¿tienes un segundo, cariño?
Él la miró y, con gesto altivo, inquirió:
—¿Para qué?
Ante la expectación de los presentes, Angela respondió:
—Quisiera hablar contigo. Será sólo un momento.
Dispuesto a ser tan desagradable como ella lo había sido toda la noche, dijo:
—Querida, sin duda lo que tienes que decirme puede esperar. Luego lo hablamos. Ahora estoy con estas encantadoras damas.
Molesta por aquel desplante ante ellas, Angela cambió el peso de pie y volvió a la carga:
—Insisto. Necesito hablar contigo.
No dispuesto a consentir que le hablara así, él la cogió del brazo y siseó:
—Sigue pasándolo bien y déjame a mí disfrutar de la noche.
Incrédulas, las mujeres se llevaron la mano a la boca, y más cuando ella masculló:
—Vete al cuerno, Kieran O’Hara.
—¿Qué has dicho, esposa?
—Lo que has oído, marido.
Y, sin más, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Kieran más que furioso. Pero ¿qué estaba haciendo Angela?
Susan, extrañada por aquello, cuando quedaron a solas preguntó:
—¿Qué ocurre, Kieran? ¿Qué pasa con tu mujer?
No demostrando lo molesto y enfadado que en realidad estaba, sonrió y dijo en tono zalamero:
—Nada, está divirtiéndose, como yo.
—¿Y no te importa que lleve ese escandaloso vestido y que te desafíe con la mirada ante todos?
Kieran miró hacia donde Susan miraba. Allí estaba Angela, observándolos, y respondió:
—Nada me divierte más.
Encantada por esa respuesta, la joven asintió y salió a bailar de nuevo con Kieran. Angela, desde el otro lado del salón, los miraba mientras se le retorcían las tripas. ¿Cómo había podido rechazarla así ante todas aquellas mujeres?
De pronto, alguien le cogió la mano. Al darse la vuelta, vio que se trataba de Megan y, alejándose unos metros de donde estaba todo el mundo, ésta la interrogó:
—¿Qué estás haciendo?
—Sencillamente, lo mismo que hace él —respondió ella.
Ramsey se les acercó, las saludó con cortesía e invitó a Angela a bailar de nuevo. Ella, tras dedicarle una candorosa sonrisa, pospuso el baile y cuando él se marchó con la esperanza de regresar poco después, Megan comentó:
—Ramsey y Kieran nunca se han llevado bien. Si ese presuntuoso highlander te invita a bailar y te acosa es sólo para molestar a tu marido.
Angela miró a éste y, al verlo reír con Susan, respondió:
—Entonces bailaré dos o tres piezas más con él.
Aquella contestación hizo sonreír a Megan, pero continuando con lo que había ido a decirle, preguntó:
—¿Tan enfadada estás con Kieran?
Ella fue a contestar, pero Megan, cortándola, añadió:
—Escúchame, Angela. No te conozco y no quiero juzgarte, pero quiero que sepas, por si no lo has pensado, que en este sitio cientos de ojos te están observando. Todos los presentes saben que eres la mujer de Kieran y están viendo que bailas, bebes, sonríes y coqueteas con todos menos con él y…
—Hago lo mismo que hace Kieran —repitió y luego dijo—: ¿Acaso no ves que él está con todas también? Hace un rato he intentado acercarme para hablarle, pero ha sido imposible.
—¿Me aceptarías un consejo?
—Por supuesto —afirmó Angela, cansada de aquella situación.
—Cuando conocí a Duncan, nunca pensé casarme con él. ¡Él era el temible Halcón! Arrogante, mujeriego y un hombre no muy fácil de trato. —Megan sonrió y prosiguió—: Yo, por mi parte, tampoco era fácil de llevar, pero las circunstancias hicieron que acabáramos casados por un año y un día.
Alucinada al oír eso, Angela murmuró:
—¿Estás diciendo que…?
—Sí, Angela. Estoy diciendo que yo también me casé como tú, sin conocer al hombre que tenía delante, y por un handfasting. Ni te imaginas lo que discutíamos, pero cuanto más lo hacíamos, cuanto más nos retábamos, más nos gustábamos, y terminamos enamorándonos. —Sonrió—. Y ahora no podemos vivir el uno sin el otro.
Angela sonrió y la otra añadió:
—Con esto quiero decir que si quieres llamar su atención, hazlo, pero sin que tu moralidad, honorabilidad y honestidad queden por los suelos como están quedando.
Consciente de que ella tenía razón, se llevó la mano a la sien y lo reconoció.
—Tienes razón. No debería retarlo así.
Megan, con una candorosa sonrisa, contó:
—Yo desafié a Duncan en todo lo que te puedas imaginar, y lo sigo haciendo, y eso en cierto modo le gusta. Sólo hay que ver cómo te mira Kieran y cómo te busca continuamente para saber dónde estás. Sin duda, está enfadado por lo que está ocurriendo y, conociéndole, no creo que tarde mucho en explotar.
—Y me lo mereceré —afirmó Angela con una graciosa mueca.
Divertida, Megan sonrió.
—Te aseguro que si algo le gusta de ti es tu personalidad. Ni tú ni yo somos como muchas de las que ves aquí. No somos delicadas mujercitas que sólo piensan en sus peinados y en los vestidos de moda, e intuyo que tú también prefieres cabalgar y saltar arroyos a estar cosiendo ante el hogar, ¿verdad? —Angela asintió y Megan prosiguió—: Si realmente quieres enamorarle, no hagas lo que estás haciendo, o sufrirás más de lo que nunca has llegado a imaginar.
Angela sabía que Megan tenía razón. Durante un buen rato, estuvo hablando con ella y se desahogó. Le contó lo de James, lo que le había oído decir a Augusta, y Megan blasfemó al conocer la verdad.
—Entonces, ¿crees que debo intentar acercarme otra vez a él?
—Sin duda alguna —aseguró Megan—. Kieran es tu marido, no el de Susan, ni de ninguna otra que se halle por aquí. No lo olvides.
Dispuesta a desechar sus planes e intentar acercarse al hombre que amaba, fue a moverse, cuando la música se detuvo y un hombre puso en el centro del salón un clarsach.
De pronto, todos los presentes comenzaron a corear el nombre de una mujer y Kieran, encantado, acompañó a Susan Sinclair hasta donde estaba el instrumento.
—No me digas que también sabe tocarlo —cuchicheó Angela.
—Siento decirte que sí y además, aunque sea muy tonta, lo hace muy bien —respondió Megan.
—Pavisosa —susurró Angela, y ambas rieron.
Susan, encantada de ser el centro de todas las miradas, se sentó con coquetería en un taburete que le pusieron y se retiró el pelo de la cara. Su belleza era tan impresionante, que a Angela la fuerza se le desvaneció. ¿Qué hacía intentando competir con ella? No tenía su porte, tampoco su pelo como los rayos del sol, ni su cara angelical.
Al comprender lo que pensaba, Megan susurró:
—Tú tienes otras cualidades. Y si Kieran se ha casado contigo, y está tan enamorado, que lo está, es porque las tuyas son infinitamente mejores que las de ella. Eso nunca lo olvides.
—Gracias por tus palabras —dijo ella, sonriendo y volviendo a respirar.
Ajena a la conversación, Susan se calentó las manos, aquellas finas y delicadas manos sin un solo rasguño y, tras parpadear con picardía y gracia, se acercó la pequeña arpa celta al cuerpo y, tras unos toques, comenzó a cantar una bonita canción.
El highlander y la plebeya
se encontraron en la feria
a los ojos se miraron
y ya no se olvidaron.
Nobleza y cortesía
son sus armas y su espina
y el amor por la plebeya
destrozó su vida entera.
Se buscaban y encontraban
por la noche y la mañana
y la esposa del highlander
se enteró de aquel romance.
Y se amaron en silencio
hasta que se enteró el pueblo
la plebeya fue expulsada
de su clan y de su casta.
Y lo cantan trovadores
aldeanos y señores
el romance de la plebeya
que al highlander mató de pena.
Todo el mundo la escuchaba embelesado. Angela reconoció que tenía una bonita voz y, al notar la mirada de Megan, susurró:
—Tienes razón. Lo hace muy bien.
—Pero es pavisosa —apuntó bromeando la otra.
Cada vez que Susan terminaba una canción, la gente la animaba para que cantara otra y otra y otra más. Cuando Megan regresó al lado de su marido, Angela decidió hablar con Kieran y, acercándose a él, dijo:
—Kieran, necesito hablar contigo.
—Ahora no —respondió sin mirarla.
Angela suspiró. Siempre la misma cantinela… Cuando ella quería hablar, él no quería hacerlo, pero insistió:
—Tengo que disculparme contigo por…
—Chissssssss.
Molesta por su actitud, preguntó:
—¿Te importa si me marcho al campamento?
Kieran continuó sin mirarla. Se esforzó por no hacerlo por más que lo deseaba. Claro que le importaba que se fuera y dejar de verla, pero sin apartar la vista de Susan, contestó:
—Puedes hacer lo que te dé la gana, como llevas haciendo toda la noche.
Angela se sintió fatal. Megan tenía razón. No debía haber hecho aquello. Ella había sido quien había comenzado y, acercándose a él, murmuró:
—Kieran, yo…
—Chiss, ¡calla!, Susan está cantando y quiero escucharla.
—Pero…
—Por el amor de Dios, ¿te vas a callar de una vez? —gruñó.
—Si tuviera una espada, te juro que te daba con la empuñadura en la cabeza, ¡bestia! —masculló ella, enfadada.
Los que estaban cerca la oyeron y Kieran, consciente de cómo los otros hombres lo miraban, siseó con brusquedad:
—Aléjate de mí. Regresa al campamento si quieres y ya hablaremos cuando vuelva.
—¿Has dicho que me aleje de ti?
—Sí —masculló Kieran, fuera de sus casillas.
Ella lo miró furiosa y le reprochó:
—Me prometiste que nadie me haría daño y me lo estás haciendo tú.
Kieran la miró y Angela, olvidándose de lo que había hablado con Megan, se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida. Sin apartar la vista de ella, Kieran maldijo por lo que acababa de hacer. Él tampoco se estaba portando bien. Fue a moverse, pero la madre de Susan junto a Edwina se acercó a él para consolarlo por lo que había ocurrido con Angela. Kieran las escuchó y, en silencio, se convenció de que había vuelto a meter la pata con su mujer.
Megan, al ver aquello, fue a ir tras Angela, pero su marido la sujetó del brazo y sentenció:
—No es asunto nuestro.
—Pero, Duncan, ella…
—He dicho que no es asunto nuestro.
Sin moverse de su lado, Megan resopló y, en cuanto vio a Iolanda, se le acercó y le comunicó que Angela se había marchado.
Al enterarse, la joven se angustió y, mirando a Louis, comentó:
—Creo que es mejor que vaya con ella.
Louis asintió y, tras mirar a Kieran, que hablaba con gesto serio con la madre de Susan, dijo:
—Iré contigo.
Fuera del castillo, varios highlanders miraron a Angela sorprendidos. ¿Qué hacía aquella bonita mujer sola de noche?
Sin reparar en sus miradas ni en sus obscenos comentarios, ella prosiguió su camino, alejándose de allí, hasta que oyó decir tras ella:
—Preciosa Angela, ¿por qué te marchas de la fiesta?
Al reconocer la voz, se paró y miró hacia atrás y, al ver a Ramsey, respondió con una media sonrisa:
—Estoy cansada y prefiero retirarme.
Él paseó su mirada lujuriosa sobre ella y murmuró:
—¿Y tu marido no te acompaña y te deja sola por este camino oscuro?
Consciente de la mirada de él, Angela se alertó y respondió:
—Kieran prefiere disfrutar de la fiesta un poco más.
—O quizá prefiere disfrutar de otras, como Susan Sinclair.
—Eso no os incumbe —gruñó molesta.
Ramsey dio un paso adelante y Angela hacia atrás. No había casi nadie a su alrededor que la pudiera proteger y el hombre dijo:
—Si yo fuera él, no te dejaría sola ni un instante. Es más —prosiguió, rodeándola—, estaría deseoso de llegar a nuestro lecho para disfrutar de ti, de tu cuerpo y de tu dulzura.
Incrédula por su falta de decoro, lo miró a los ojos y, pese al enfado que llevaba, repuso con tranquilidad:
—A mi marido no le gustaría escuchar lo que habéis dicho.
Ramsey sonrió y, cogiéndola de la cintura para acercarla a él, contestó:
—Conozco bien a tu marido y sé lo que le gusta o no.
—Soltadme inmediatamente.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres, bella Angela?
Confusa y enojada consigo misma por lo que le había dado a entender a aquel y a otros hombres durante la noche, con un rápido movimiento le golpeó con fuerza en la entrepierna y, cuando él aulló de dolor y cayó arrodillado a sus pies, siseó:
—Cuidado conmigo, Ramsey Maitland. Yo no soy como otras mujeres.
Y, sin más, continuó su camino furiosa, mientras Aiden McAllister, que lo había visto todo, sonreía.
Iolanda, que había asistido a la escena desde lejos corrió hacia ella y preguntó:
—¿Estás bien? —Angela asintió—. Louis y yo te acompañaremos.
Y, en silencio, regresaron los tres al campamento.