CAPÍTULO XXI

LA MAZA MORTAL

LA noche aquella era muy oscura. Llevaba lloviendo tres días seguidos.

Envuelto en una manto de bruma, el palacio de Elías Galban resultaba más sombrío que nunca.

Unos ojos atisbaban desde una ventana. Eran los de Fawkes, el criado de la enorme cabeza. Se abrió la puerta principal; el oscuro vestíbulo no dejaba que se viera la figura del monstruo.

Fawkes empezaba a hacer la ronda nocturna. Sus pasos se encaminaron por el prado hacia la última casa de la hilera.

Luego dio la vuelta y regresó al palacio.

La puerta se cerró tras él. Se dirigió al segundo vestíbulo donde las figuras de cera tenían un aspecto extraño a la luz artificial. Mercher aguardaba allí.

Había estado montando guardia durante la ausencia de Fawkes.

Este último cruzó el vestíbulo y se encaminó a la escalera. Mercher le observó. Igual hizo Harry Vincent desde arriba. Al ver al criado acercarse a los escalones, Harry retrocedió en la oscuridad hacía el primer piso.

Mercher, sin embargo, detuvo a Fawkes cuando llegó al descansillo. El secretario estaba alerta. Le hizo una pregunta al hombre, que respondió con un gruñido.

Mercher le hizo una señal para que permaneciera allí, en guardia, y él se metió en el ascensor. Transcurrieron unos minutos antes, de que Fawkes volviera a bajar la escalera. Evidentemente se dirigía al segundo piso a ver a Galban, cuando Mercher le detuvo.

Cuando Harry Vincent volvió al descansillo, vio a Fawkes y a Mercher también. El secretario se hallaba de pie cerca de la figura de cera del jefe indio. Estaba mirando a Fawkes con solemnidad.

El criado señaló hacia un entrepaño de la pared y se dirigió a él. Fawkes intentó seguirle. Mercher le detuvo. Descorrió el entrepaño y desapareció en la oscuridad.

Mientras estos acontecimientos se desarrollaban en el interior de la casa, la lluvia caía sin cesar en el exterior. Sin embargo, allá bajo la lluvia, había algo más que oscuridad. Una figura había penetrado en terreno de la casa. Detrás del antiguo palacio se hallaba La Sombra.

Figura de fantasma, pero que parecía oscilar a todo viento. La Sombra estaba estudiando las paredes. Veía ventanas oscuras; Todas tenían barrotes.

Dirigió la mirada hacia abajo y vio el grueso enrejado de una ventana de los sótanos.

Encendió una minúscula lámpara de bolsillo. Mientras la sostenía con la mano derecha, su mano izquierda trabajaba en la reja. Era difícil abrirla; pero no más de lo que hubiese sido abrir una de las ventanas de arriba.

Había escogido aquel sitio en lugar de intentar escalar hasta el piso, porque estaba cansado.

El enrejado cedió con un leve chasquido. La ventana se movía más allá. La alta figura de La Sombra se hundió en la oscuridad de un sótano profundo.

La lámpara de bolsillo se había apagado. En la profunda oscuridad, el misterioso personaje se movió hacia el otro lado del edificio.

Se detuvo. Delante de sí vio una escalera. Por encima de ella, una luz mortecina. Al deslizarse hacia la pared, manteniéndose siempre en la oscuridad, La Sombra pudo ver la cara atisbadora de Licurgo Mercher, arriba de la escalera. El secretario estaba escuchando por si oía sonidos procedentes de abajo.

La Sombra llegó a la pared. Se paró allí sin ser visto por Mercher. Sin embargo, durante aquellos momentos de tensión y espera, aumentó su fatiga.

Empezó a oscilarle el cuerpo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos por sostenerse.

Mercher estaba bajando la escalera cautelosamente. No vio a La Sombra.

Llevaba una lámpara en la mano. Dirigía su luz a un punto apartado del lugar en que se hallaba el ser de las tinieblas.

Mercher emitió un sonido sibilante. El entrepaño de arriba se cerró. El secretario creyéndose solo, empezó a examinar una abertura enrejada que había en la pared del sótano.

La luz de la lámpara iluminaba lo que en otros tiempos había sido una alcantarilla vieja o un pasaje practicado en un lado del sótano.

Dio media vuelta para alejarse. Hizo una pausa, luego volvió al lugar que había examinado. La luz de la lámpara repasó la vieja reja. Un sonido sibilante escapó de sus labios.

¡El enrejado salió disparado hacia adentro por un fuerte empujón y tras él entró un hombre!

Era Thibbel. Aterrizó de lleno sobre Mercher y alzó la pistola que llevaba en la mano para darle un culatazo al otro, al caer la lámpara.

Entonces apareció un tercer luchador; La Sombra. Thibbel se desasió de Mercher, que le había agarrado y dio un fuerte golpe con el brazo a ciegas, dándole a La Sombra en el hombro herido.

La figura negra cayó al suelo, sin ser vista. No era la furia del golpe de Thibbel, sino la propia debilidad de La Sombra lo que hizo inútil que continuara la lucha. Se desmoronó en el instante en que Mercher daba un salto para asir a Thibbel. La Sombra había quedado eliminado de la lucha.

Yacía inmóvil en el suelo, con el brazo derecho inválido, mientras Thibbel y Mercher luchaban silenciosamente en la oscuridad. Tenía la mano izquierda crispada debajo de la capa. La apretaba contra el pomo de elixir que había sacado de su santuario, junto con la caja aplastada.

Descendió una mano en la oscuridad. Mercher recibió un fuerte culatazo que Thibbel le propinó por casualidad. El secretario cayó con un gemido ahogado y rodó sobre el cuerpo de La Sombra.

Thibbel recogió la lámpara de bolsillo. Soltó una carcajada al mirar a Mercher. No vio la oscura figura de La Sombra ni se paró mucho allí.

Satisfecho de que Mercher no era de temer ya, el criado de Wendel Hargate se dirigió a la escalera.

Apagó la lámpara al llegar al entrepaño.

Dio unos golpes. El entrepaño se descorrió. Rápido como el pensamiento, Thibbel salió al vestíbulo de las figuras de cera. Apuntó con el revólver al hombre que había abierto. Corry Fawkes, acorralado, miró con ferocidad a aquel enemigo inesperado.

Thibbel sacó otro revólver y, en aquel preciso instante, se descorrió otro entrepaño, saliendo Sanyata del ascensor. Thibbel le apuntó también.

Harry Vincent lo veía todo desde el descansillo. También pudo oír el gruñido de desafío de Thibbel.

—¡Conque creísteis engañarnos!, ¿Eh? —Exclamó—. Yo ya me había figurado lo que pretendíais. No había más que una manera de entrar aquí: desde la casa última de esa hilera. Hemos estado trabajando allí y ya me supuse que estaríais enterados de ello.

“Estabais esperando. Dejándonos entrar. Para pillarnos in fraganti. Pensasteis que se os presentaría una ocasión de meterle un balazo a quien asomara, sin peligro de complicaciones con la policía. Bueno, pues esta vez os habéis equivocado de medio a medio.

“Sabía que erais tres. Conque vine solo y acabé con el primero en los sótanos. Si vosotros dos queréis seguirle, no tenéis más que intentar algo. Estoy aquí para ver a Elías Galban y no habrá quien me lo impida.

Harry Vincent, allá en el descansillo, se preguntaba qué hacer. En el lugar en que se encontraba, estaba en línea con uno de los revólveres de Thibbel. El moverse en aquel instante pudiera significar su muerte.

Estando desarmado, poco podía ayudar. El mismo hecho de haber abandonado su cuarto pudiera hacer creer a Fawkes y a Sanyata que era un enemigo más.

Thibbel estaba cruzando el vestíbulo, andando hacia atrás para no perder de vista a los dos hombres. Se detuvo cerca de las figuras de cera, con una mueca maligna, como si pensara matara a los empleados de Galban a sangre fría.

Sin embargo, Fawkes y Sanyata permanecían inmóviles. De pronto, Harry comprendió que debían estar aguardando, algún acontecimiento extraño que les librara de su enemigo.

El acontecimiento ocurrió al acercarse Thibbel a la más cercana de las figuras de cera. En el terrible silencio, el jefe indio pareció quedar imbuido de vida.

Al volverse Thibbel, presintiendo un peligro, la figura alzó su enorme maza.

El arma cayó con fuerza tremenda sobre el cráneo del criado de Wendel Hargate.

El hombre rodó por el suelo. Ningún cráneo humano hubiera podido soportar golpe semejante. Thibbel estaba muerto. Harry vio a Fawkes y a Sanyata que se adelantaron para retirar el cadáver. Cuando Harry volvió a mirar a la figura de cera, ésta había recobrado su posición anterior en completa inmovilidad.