CAPÍTULO V

ESTRATEGIA INVISIBLE

LA vieja casa en que vivía Terry Barliss parecía distinta a la luz del día. El siniestro aspecto de al bocacalle había desaparecido. Se trataba de un barrio callado, pero decente.

Cuando Harry paró el coche junto al bordillo, tenía la convicción de que estaba perdiendo el tiempo.

Decidió que los planes de La Sombra habrían salido mal. No obstante, su deber era seguir las instrucciones, que se le habían dado.

Miró la encorvada figura del coleccionista.

Este se preparaba a apearse. Temió que el hombre fuera a caerse. Alargó una mano para ayudarle; pero Crayle se desasió y bajó a al acera.

Les fue franqueada la puerta de al casa. El criado que les abrió les condujo a la sala. Unos minutos más tarde, se presentó Terry, con un libro debajo del brazo.

—¿El señor Crayle? —inquirió.

El compañero de Harry se puso en pie. Tendió una mano trémula, que Terry estrechó. Luego, como acordándose, se volvió.

—Este es el señor Vincent-explicó La Sombra, con la voz cascada de Crayle—; tuvo la bondad de traerme hasta aquí.

—Tanto gusto en conocerle, señor Vincent-dijo Terry.

Harry le estrechó la mano. Encontró simpático al muchacho desde el primer momento. Harry y Terry eran del mismo tipo: ambos de cara franca y gesto decidido.

—Me alegro que haya venido usted a verme, señor Crayle-empezó Terry, sentándose—. Me encuentro perplejo por lo que parece ser un misterio sin solución. Aquí pudo haber ocurrido algo anormal aun cuando, claro está, también puede ser que me equivoque yo.

—Yo no soy detective-contestó el viejo—. Vine aquí a ver el manuscrito de Villon...

—Por eso precisamente es por lo que me alegro de que haya venido. Según tengo entendido, mi tío había enseñado este manuscrito a varias personas algunas parecían creer que era auténtico.

—Yo no he sido uno de los que lo vieron.

—Pero tal vez pueda decirme si éste es el manuscrito que mi tío pretendía poseer.

Con manos temblorosas, La Sombra tomó el manuscrito que le ofrecía el muchacho.

—No pretendo ser autoridad en cuestión de libros raros-dijo, en su voz cascada—. Yo me dedico a antigüedades. No obstante, un objeto tan curioso como un libro manuscrito, entra dentro del marco de mis actividades. Quizá...

El falso Crayle estaba abriendo el libro mientras hablaba. Sus dedos pasaron las páginas por fin sacudió la cabeza y anunció tranquilamente:

—Este manuscrito no es original de Villon. Es una falsificación y, tratándose de un hombre tan entendido como su tío, parece poco probable que haya podido creerlo auténtico.

—Precisamente-asintió Terry—. Eso es lo que yo mantengo. Rodney Glasgow, mi abogado, opina lo mismo que yo. No ha podido ayudarme, sin embargo. Lo único que ha hecho ha sido darme una serie de datos informativos, ninguno de los cuales me ha servido para nada.

Terry Barliss miró de lleno al coleccionista. Observó un destello en sus ojos, un destello que parecía animarle a que prosiguiera, pero no dijo palabra alguna.

—Mi tío-declaró—, murió con este manuscrito en la mano. Aseguraba que era un ejemplar único de “Les Rodeaux de Paris”, un manuscrito auténtico del poeta lírico francés Francisco Villon.

“El manuscrito debía haber contenido cinco baladas. Sólo tiene cuatro, sin embargo. Esto le quita el valor desde un principio. Además, hace que la autenticidad del manuscrito sea dudosa.

Terry hizo una pausa. Luego prosiguió:

—El detective Cardona me aconsejó que buscara algún dato concreto. Hasta ahora no me ha sido posible encontrar ninguno. Mi tío encerró el manuscrito en su caja de caudales poco antes de enfermar. Como prueba de ello tengo el testimonio de las enfermeras y estoy seguro de que lo corroborará el médico de cabecera de mí tío.

—¿Le vieron meter el manuscrito en la caja de caudales? —inquirió Harry.

—No. Por eso sé que tiene que haber estado allí dos semanas por lo menos, ya que mi tío guardó cama durante dicho período. Las visitas que recibía nunca se hallaban fuera de la vista del médico o de las enfermeras.

Harry Vincent estaba dando muestras de gran interés. Sabía ya que no seguía una pista falsa.

Era evidente que La Sombra había sabido que Crayle iba a visitar a Barliss.

No cabría la menor duda que aquélla, era la misión que se le había encomendado a Harry.

—El criado de mi tío-agregó Terry—, es un hombre de mucha confianza. Asegura que no conocía la existencia de la caja de caudales empotrada en la pared, y le creo. Fuera del doctor Fullis y de Rodney Glasgow, no había nadie que visitara a mi tío con regularidad. Sólo un hombre estuvo más de una vez: Compton Salwood, el decorador de interiores.

—¿Por qué vino a ver a su tío? —inquirió Harry, al notar que Crayle no parecía muy interesado en la conversación.

—Se especializa en restaurar y renovar cosas viejas-explicó Terry—. Mi tío había arreglado su pequeña biblioteca; hace pocos meses, Salwood vino a presentar una oferta para restaurar el resto de la casa. Salwood no había hecho la restauración de la biblioteca. Se limitó a estudiarla y presentar un presupuesto para el resto del piso.

“Volviendo hace cosa de una semana y conversó un rato con mi tío. Luego, hace cuatro días, trajo el presupuesto. Se aplazó la discusión del mismo, sin embargo, hasta que mi tío se restableciera un poco.

“Hablo de Salwood simplemente porque fue el visitante que más rato estuvo. La enfermera entró y salió continuamente mientras dicho señor estuvo aquí. Mi tío estaba soñoliento, como de costumbre. Sin embargo, la enfermera asegura que le hubiera sido imposible a Salwood, moverse de la silla que ocupaba junto a la cama. De manera que no hubiera podido acercase a la caja de caudales.

“Es evidente, señores, que mi tío guardó el manuscrito Villon con sus propias manos y también es aparente que nadie podía haberlo sacado de su escondite.

—Su tío-dijo de pronto Crayle—, parecía seguro de que poseía un auténtico manuscrito Villon. Aseguraba que había sido declarado auténtico. Si algún experto hubiera asegurado lo contrario, sin embargo, es posible...

—¡Ahí está! —interrumpió Terry—. Sí que hubo un experto que aseguró que el manuscrito era falso. Probablemente sería él el último en verlo; vino aquí hace pocos meses.

—¿Su nombre?

—Elías Galban.

Una sonrisa iluminó el arrugado rostro de Hawthorne Crayle. No le hizo nada de gracia a Terry. Pareció molestarle.

—Elías Galban-aseguró La Sombra—, es persona de renombre. He oído hablar de él. Su opinión es de gran valor.

—Eso tengo entendido-confesó Terry—. Por consiguiente, me inclino a creer que mi tío estaba equivocado. Es inútil que vaya a ver a Elías Galban.

—¿Por qué?

—Porque ya ha declarado que el manuscrito es una imitación.

—Sin embargo, puede haber estado equivocado.

—Eso es verdad.

—Y si por casualidad el verdadero manuscrito ha sido robado y este falso dejado en su lugar, Elías Galban tal vez pueda darle alguna información.

—¡Tiene usted razón! —exclamó Terry—. ¡No se me había ocurrido pensar en eso antes! ¡Si pudiera ver a ese hombre...! ¿Dónde vive?

—Creo que en Nueva Jersey-contestó Crayle—. No le costaría trabajo averiguar dónde.

—¿Podría usted acompañarme a verle?

El coleccionista movió negativamente la cabeza.

—He de ir a Cincinnati. Le aconsejo, sin embargo, que se lleve a alguien consigo. Galban tal vez haga declaraciones un poco vagas, confusas. Alguien que por lo menos tenga nociones de lo que es un manuscrito...

Una pausa. Brilló una luz en los ojos de Crayle.

—¡Señor Vincent! —exclamó, volviéndose de pronto hacia su compañero—. ¡Este es el hombre más indicado! Parece interesarle el asunto. Tal vez no tuviera inconveniente en ayudarle, señor Barliss.

—Con mil amores-afirmó Harry, inmediatamente—. El asunto me interesa mucho, Barliss. Tengo tiempo libre de sobra actualmente. Me gustaría visitar a Elías Galban cuando le lleve usted el manuscrito.

—De acuerdo-contestó Terry—. Le estoy muy agradecido, Vincent. Había estado dispuesto a abandonar el asunto por completo; ahora me parece que vale la pena visitar a Elías Galban siquiera.

La Sombra se alzó de su asiento. Con el encorvado cuerpo y la arrugada cara de Hawthorne Crayle, su figura casi inspiraba lástima.

—Voy a regresar a mi despacho— declaró—, en taxi... a pesar de lo poco que me gustan dichos vehículos. He de marchar a Cincinnati. Supongo que usted, señor Vincent, querrá quedarse aquí a discutir el asunto con el señor Barliss.

Harry se contuvo a tiempo cuando estaba a punto de ofrecerse para conducir a Crayle a su despacho. Seguía aprovechando las circunstancias.

Se le presentaba ocasión de quedarse con su nuevo amigo Terry y era preferible que no la dejase escapar.

Por consiguiente, nada dijo. Vio a Terry salir al vestíbulo, abrir la puerta al coleccionista y volver.

—Quizá nos sea posible ver a Elías Galban esta noche-propuso—. Procuraré averiguar dónde vive. Tengo varios sitios a los que puedo telefonear en busca de informes.

—¡Magnífico! —dijo Terry—. Parece una pérdida de tiempo, sin embargo. Después de todo, la única ocasión en que pueden haberse llevado el manuscrito, es antes de meterlo mi tío en la caja de caudales. Tal vez guardar el falso. Siempre suponiendo, claro está, que haya habido una substitución.

—Cosa que parece dudosa.

—Salvo por un detalle; que mi tío sólo pareció darse cuenta de que éste no era el manuscrito auténtico, cuando vio que había desaparecido la Quinta Balada. Quizá no examinara el manuscrito cuando lo metió en la caja de caudales.

Algo se movía en el vestíbulo. Ni Harry ni Terry se dieron cuenta de que había alguien allí. La puerta se había abierto; Hawthorne Crayle había vuelto a merodear. El rostro del anciano era igual, su figura, sin embargo, estaba erguida.

En forma, La Sombra, Hawthorne Crayle de cara. La Sombra había vuelto a tiempo para oír las últimas palabras de Terry. En el silencio que siguió, La Sombra volvió la puerta y marchó definitivamente.

Andando como el coleccionista, paró un taxi y dio una dirección al conductor. Una vez sentado, emitió una risa susurrada.

Sabía que Terry Barliss había dado inconscientemente con la verdad. El único momento en que podía haber sido robado, el valioso manuscrito era mientras éste se hallaba en la biblioteca.

Harry Vincent y Terry habían de visitar a Elías Galban. Los dos muchachos se habían hecho amigos, gracias a los esfuerzos del hombre a quien ambos habían tomado por Hawthorne Crayle.

La Sombra, sin embargo, había obtenido un indicio que se les había pasado por alto a los dos muchachos, aun cuando lo habían discutido.

Dados sus conocimientos y su estudio de los acontecimientos que habían rodeado la muerte de Shattuck, La Sombra había hallado expresivo el hecho de que el decorador Compton Salwood hubiera hecho aquellas visitas.

Salwood— según las palabras de Terry-había hecho tres viajes por lo menos a la casa. En la primera podía haberse llevado el manuscrito Villon.

En la siguiente, podía haberse enterado del estado crítico de la salud de Shattuck y de que Terry Barliss había sido llamado a Nueva York. En la última, podía haber cambiado las cápsulas.

La Sombra había obtenido resultados. Su agente se hallaba con Terry Barliss. Ambos iban a salir en busca de más información que Harry comunicaría a La Sombra. Entretanto, La Sombra podía averiguar algo más acerca de Compton Salwood.

La estrategia invisible había comenzado a funcionar. Sin embargo, la risa que sonó en el interior del coche no era una risa de victoria. Era un presagio de los inesperados obstáculos que habían de sembrar el camino.

La Sombra sabía que se hallaba sobre la pista del crimen y preveía complicaciones. Un peligro oculto gritaba un siniestro aviso, a todo el que intentara hallar el origen del sutil crimen. ¡El peligro oculto estaba amenazando hasta a La Sombra en persona!

¿Qué sucedería?...