MARTÍN HA ORDENADO TRAER SU EQUIPAJE DEL DEPARTAMENTO
Martín ha ordenado traer su equipaje del departamento. Un mozo de equipaje aparece con su maleta, una cazadora y el libro que estaba leyendo cuando subió el desconocido de la cara de bronce.
Martín hace ademán de entregarle discretamente una propina.
—Gracias, señor. No están permitidas las propinas.
Pero el mozo hace desaparecer rápidamente el dinero en su bolsillo.
El mozo se marcha y volvemos a quedarnos los de siempre.
—¿Supiste algo más de Ásal? ¿La volviste a ver?
Martín mueve negativamente la cabeza.
—Sé que perdió uno de los gemelos, que nació muerto. La suegra se llevó al niño sobreviviente al sur de Marruecos, mientras Ásal declaraba en el juicio. Contra su marido, contra sus paisanos, contra sus correligionarios.
Después del juicio, a los testigos protegidos como Ásal los abandonaron a su suerte. Se dispersaron. La suegra sabemos que vive en un palmeral junto a unos pozos. Es muy probable que Ásal siga allí. Nadie sabe en qué desierto de piedra y arena está esa huerta con palmeras.
Ahora su marido sale de la cárcel. Tuvo una condena por pertenencia a organización terrorista, pero no se pudo probar su participación en los atentados de los trenes.
El de la voz grave y ronca se detiene. Luego continúa, como si ya sólo hablara para sí mismo:
—Él me guiará hasta ella.
Después, consulta el reloj.
—Ya queda poco. El trasbordo es a la altura de la antigua estación de Sevilla. En fin, será mejor irse despidiendo.
Los dos hermanos vuelven la mirada hacia los policías. Uno tras otro han ido entrando en los aseos. Han salido frescos, como nuevos. Ella rozagante y bienoliente. El policía, recién afeitado y con su cara más azulada que nunca.
—Nosotros haremos el lazo en Lisboa, ¿no es verdad, agentes? —dice Ángel—. Y seguiremos y seguiremos, ¿no es así, señores míos?
—Así es, sí —responde el policía, mientras su compañera asiente.
Cuando Martín va a vestir la cazadora, Ángel le ayuda y después le coloca bien el cuello.
—Antes de despedirnos, quisiera preguntarte... Bueno, ¿tú estás casado, tienes pareja?
—Sí.
—¿Y qué harás si encuentras a Ásal?
—Estoy casado, pero hace mucho que mi mujer y yo tenemos una relación más bien profesional, es decir, sólo compartimos un mismo domicilio fiscal. Somos felices.
—Ah..., no sé entonces.
Ángel mira hacia el cristal velado de la ventanilla.
—Abraham tuvo dos mujeres, dos amores y dos hijos. Quizá los quisiera igual, o unas veces más a unos y otras veces más a otros. Pero la cosa es que, por cobardía, a una de las familias la dejó marchar al desierto.
Martín le coge por el hombro suavemente y hace que le mire:
—Hermano, hermano...
—¿Me vas a decir algo más?
—Yo sigo enamorado de Ásal, ¿sabes?... El único amor de mi vida, el primero e interminable. Aún pienso en ella todas las noches. Es mi único dios y mi solitaria religión.
Ángel parece expresar una duda:
—Pero...
Martín despeja la duda antes de que Ángel la formule.
—Nunca, nunca dejé de buscarla. Desde el día siguiente al que me enterara de los muertos, los huidos, los suicidas.
Martín se sube la cremallera de la cazadora de un sonoro golpe.
Tiro, tariro roró. Tiro.
La sintonía suena a la largo de los dos mil metros de convoy. ¿Cuál es su título? ¿Dónde la hemos oído antes?
Una araña interior nos desmemoria, nos teje el olvido. Pero en el cuarto oscuro quedan sus hilos, su tela pringosa y vacía.
El Gran Expreso de Oriente va a efectuar su enlace con el trasbordador, el correspondiente a Sevilla-Algeciras. Después de Lisboa, el enorme convoy comenzará a dar la vuelta hacia el este, dirección Bagdad.
Martín guarda el libro en un compartimiento exterior y despliega el mango de la maleta.
—Ásal estará allí, sobre la arena o bajo la arena.
Las puertas del vagón se abren.
—Buena suerte, entonces.
—Quería darte una cosa.
De uno de los bolsillos de la cazadora saca un reloj antiguo.
—Era el de papá. Yo me quedé con él, lo llevaba puesto el día en que murió. Ah, no tiene baterías ni tampoco necesitas darle cuerda, el solo movimiento...
—A mí me gustaría darte la foto aquella, la de la sombra de papá sobre la mujer y el niño. Pero, claro, no la llevo encima.
—Bueno, la próxima vez.
Los dos se acercan. Martín le da una palmada. Y Ángel un suave golpe en el pecho.
Martín, al traspasar la puerta, se vuelve para decir adiós a los dos policías, que allí siguen, tan pacientes y discretos como siempre.
La bielorrusa profiere algunas palabras que suenan a despedida.
Martín hace un gesto de interrogación, mirando al otro agente.
—Le desea buena suerte y le dice, creo entender, que no se preocupe por su hermano.
—Cuídenlo. Cuídense todos ustedes.
El tren sigue su curso imparable, sin término ni desenlace, veloz como...
Los nombres de los personajes con relación directa o indirecta a los atentados del 11-M han sido cambiados por razones legales. Sólo se ha conservado el de Serhane el Tunecino. Las referencias a los hechos y su localización geográfica responden a la realidad. Martín y Ángel son personajes de ficción.