Algunas de las experiencias más intensas y significativas en las vidas de muchas personas son resultado de las relaciones familiares. Muchas mujeres y hombres de éxito estarían de acuerdo con la afirmación de Lee Iacocca: «he tenido una carrera profesional maravillosa y llena de éxitos, pero cuando estoy junto a mi familia, realmente lo demás no importa». A lo largo de la historia, la gente ha nacido y ha pasado su vida entera entre sus parientes. Las familias han variado mucho en tamaño y composición, pero en todos lados los individuos sienten una intimidad especial hacia sus parientes, con quienes se relacionan más frecuentemente que con las personas ajenas a la familia. Los sociobiólogos afirman que esta lealtad familiar es proporcional a la cantidad de genes que cualquier par de personas comparte: por ejemplo, un hermano y una hermana tendrán en común la mitad de sus genes, mientras que dos primos como mucho solo tendrán la mitad de esa cantidad. En este supuesto, como promedio, los hermanos se ayudarán el uno al otro dos veces más que entre dos primos. Así los sentimientos especiales que tenemos hacia nuestros parientes son simplemente un mecanismo diseñado para asegurar que nuestro tipo de genes se conservará y se transmitirá.

Ciertamente hay razones biológicas fuertes para nuestro apego especial a los parientes. Ningún mamífero que madure lentamente podría haber sobrevivido sin algún mecanismo incorporado que hiciera que la mayoría de los adultos se sintiesen responsables de su progenie, y esta, a su vez, se sintiese dependiente de sus progenitores; por esta razón el apego del bebé humano recién nacido por sus cuidadores, y viceversa, es especialmente fuerte. Pero los lazos reales de relaciones familiares han sido sorprendentemente diferentes en diversas culturas y en diversas épocas históricas.

Por ejemplo, si el casamiento es polígamo o monógamo, o bien si es patrilineal o matrilineal, tiene una influencia bastante fuerte sobre el tipo de experiencias diarias que los maridos, las esposas y los niños tienen entre sí. Y también sucede con los aspectos menos obvios de la estructura familiar, como los modelos específicos de herencia. De los muchos pequeños principados en que Alemania se hallaba dividida apenas hace un siglo, cada uno tenía distintas leyes de herencia que se basaban o sobre la primogenitura, donde el hijo mayor era el heredero de la hacienda entera de la familia, o sobre una división igual de la hacienda entre todos los hijos. La adopción de uno u otro de estos métodos para transmitir la propiedad parece haber sido casi enteramente debida al azar, aunque la elección tuvo implicaciones económicas profundas. (La primogenitura condujo a la concentración de capital en las tierras que usaron este método, lo que a su vez llevó a la industrialización; mientras que la propiedad compartida condujo a la fragmentación de la propiedad y al subdesarrollo industrial.) Más pertinente a nuestra historia es que la relación entre hermanos en una cultura que había adoptado el sistema de la primogenitura debe haber sido considerablemente diferente de uno en que los beneficios económicos se repartían de forma igual a todos los hijos. Los sentimientos que los hermanos y las hermanas tuvieron entre sí, lo que ellos esperaron del otro, sus responsabilidades y derechos recíprocos, estaban en gran parte "determinados" por la forma peculiar del sistema de familia. Como demuestra este ejemplo, la programación genética puede predisponernos al apego a los miembros de familia, pero el contexto cultural tendrá un gran papel que desempeñar respecto a la fortaleza y dirección de ese apego.

Porque la familia es nuestro primer y, en muchas maneras, nuestro más importante entorno social, la calidad de vida depende en gran medida de si una persona consigue que sea agradable la interacción con sus parientes. No importa lo fuertes que sean los lazos que la biología y la cultura hayan forjado entre los miembros de una familia, no es ningún secreto que hay gran variedad en lo que siente la gente acerca de sus parientes.

Algunas familias son cálidas y prestan apoyo, algunas son desafiantes y exigentes, otras amenazan a cada instante la personalidad de sus miembros, y otras solo son insufriblemente aburridas. La frecuencia del asesinato es mucho más alta entre los miembros de la familia que entre la gente no relacionada por este lazo. El abuso infantil y las relaciones sexuales incestuosas, en vez de ser desviaciones poco frecuentes de la norma, aparentemente ocurren mucho más frecuentemente de lo que se había sospechado antes. En palabras de John Fletcher, «quienes tienen más poder para lastimarnos son las personas que amamos». Lo que está claro es que la familia puede hacer que uno sea muy feliz o puede ser una carga insufrible. Lo que será depende, en gran parte, de cuánta energía psíquica inviertan los miembros de la familia en su relación mutua, y especialmente en las metas de los demás.

Cada relación requiere un reorientación de la atención, un reposicionamiento de las metas. Cuando dos personas empiezan a salir juntas, deben aceptar ciertas limitaciones que cada persona, por sí sola, no tenía: los horarios deben coordinarse, los planes se modifican. Incluso algo tan simple como una cita para cenar impone compromisos con respecto al tiempo, lugar, tipo de alimento, etc. Hasta cierto punto la pareja tendrá que responder con emociones similares a los estímulos que encuentre (la relación probablemente no durará mucho si al hombre le gusta una película que odia la mujer, y viceversa). Cuando dos personas eligen enfocar su atención recíprocamente entre sí, ambos tendrán que cambiar sus hábitos; como resultado, el modelo de su conciencia también tendrá que cambiar. Casarse requiere de una reorientación radical y permanente de los hábitos de la atención. Cuando un niño se agrega a la pareja, ambos padres tendrán que readaptarse nuevamente para acomodarse a las necesidades del bebé: su ciclo de sueño debe cambiar, saldrán con menor frecuencia, la esposa puede abandonar su trabajo, tal vez tengan que empezar a ahorrar para la educación del niño.

Todo esto puede ser un trabajo muy duro, y también puede ser muy frustrante. Si una persona no está dispuesta a ajustar sus metas personales cuando empieza una relación, entonces muchas de las cosas que consecutivamente van a suceder en esta relación producirán desorden en la conciencia de la persona, porque los nuevos modelos de interacción entrarán en conflicto con las viejas expectativas. Un soltero puede tener en su lista de prioridades conducir un coche deportivo y pasar unos semanas cada invierno en el Caribe. Luego decide casarse y tener un niño. Sin embargo, al cumplir estas metas posteriores se dará cuenta de que son incompatibles con las anteriores. No podrá comprarse un Maserati y las Bahamas estarán fuera de su alcance. A menos que cambie sus antiguas metas, se frustrará, produciendo un sentimiento de conflicto interior conocido como entropía psíquica. Y si cambia las metas, su personalidad cambiará como consecuencia, puesto que la personalidad es la suma y la organización de las metas. De este modo, entrar en cualquier relación supone una transformación de la personalidad. Hasta hace unas décadas, las familias tendían a permanecer juntas porque los padres y los hijos se forzaban a continuar la relación por razones extrínsecas. Si los divorcios eran poco frecuentes en el pasado, no es porque los esposos y las esposas se amasen más el uno al otro, sino porque los esposos necesitaban que alguien cocinase y cuidase de la casa, las esposas necesitaban que alguien llenase la despensa y los niños necesitaban de ambos padres a fin de comer, dormir y empezar a andar en el mundo. Los "valores familiares" que los mayores tanto se esforzaban en inculcar a los jóvenes eran un reflejo de esta simple necesidad, aun cuando se disfrazaban de consideraciones religiosas y morales. Por supuesto, una vez se había enseñado que los valores familiares eran importantes, la gente aprendía a tomarlos seriamente y evitaba que las familias se desintegrasen. Demasiado frecuentemente, sin embargo, las reglas morales eran una imposición de fuera, una limitación externa bajo la cual maridos, esposas y niños estaban presos. En tales casos la familia puede haber permanecido intacta físicamente, pero internamente estaba dividida por los conflictos y el odio. El actual "desmoronamiento" de la familia es el resultado de la lenta desaparición de las razones externas para permanecer casado. El aumento de la cifra de divorcios probablemente se vea más afectado por cambios en el mercado de trabajo, donde han aumentado las oportunidades de empleo para las mujeres, y por la difusión de los electrodomésticos que por una disminución del amor o de la fibra moral.

Pero las razones extrínsecas no son las únicas para seguir casados y para la convivencia en las familias. Hay grandes oportunidades para la alegría y para el crecimiento que solo pueden experimentarse en la vida familiar, y estas gratificaciones intrínsecas no son menos presentes hoy que en el pasado, de hecho, probablemente son mucho más fáciles de conseguir hoy que en cualquier otra época previa. Si la tendencia de las familias tradicionales a mantenerse juntos principalmente por conveniencia está disminuyendo, el número de familias que sigan juntas porque sus miembros disfrutan estando juntos puede aumentar. Por supuesto, ya que las fuerzas externas son todavía mucho más poderosas que las internas, el efecto neto probablemente será la fragmentación de la vida familiar durante algún tiempo más. Pero las familias que se mantengan unidas estarán en una mejor posición para ayudar a sus miembros a desarrollar una personalidad más rica que las familias que se han mantenido unidas en contra de su voluntad.

Ha habido interminables discusiones sobre si el ser humano es naturalmente promiscuo, polígamo o monógamo; y sobre si, en términos de evolución, la monogamia cultural es la forma más elevada de organización familiar. Para contestar a estas preguntas es importante darse cuenta de que solo se ocupan de las condiciones extrínsecas que conforman las relaciones de pareja. Sobre este particular, parece que la postura final es que los matrimonios tomarán la forma que más eficientemente les asegure la supervivencia. Incluso los miembros de la misma especie animal varían sus modelos de relación para adaptarse mejor a un ambiente determinado. Por ejemplo, el reyezuelo de pico largo de las marismas Cistotiwrus palustris macho es polígamo en Washington, donde las marismas varían en calidad y las hembras se sienten atraídas por aquellos pocos machos que tienen territorios ricos, condenando a los menos afortunados a una vida de soltería obligatoria. Los mismos pájaros son monógamos en Georgia, no tanto porque el estado sea parte del "cinturón de la Biblia"

[1], sino porque en las marismas todos tienen aproximadamente la misma cantidad de alimento y refugio, y por ello cada macho puede atraer un cónyuge al cómodo nido.

La forma que toma la familia humana es una respuesta a tipos similares de presiones ambientales. Desde el punto de vista de las razones extrínsecas, somos monógamos porque en las sociedades tecnológicas basadas en una economía monetaria, el tiempo ha probado que este es el acuerdo más conveniente. Pero el tema que debemos afrontar como individuos no es si los humanos son monógamos o no "por naturaleza", sino preguntarnos si deseamos ser monógamos o no. Y al contestar esta pregunta, necesitaremos sopesar todas las consecuencias de nuestra elección.

Es normal pensar en el casamiento como el fin de la libertad, y algunos se refieren a sus cónyuges como "sus cadenas". Típicamente, la noción de la vida de familia implica limitaciones responsabilidades que interfieren en las metas propias y en la libertad de acción. Pero, a pesar de que es cierto, especialmente cuando el casamiento es de conveniencia, lo que tendemos a olvidar es que estas reglas y obligaciones no son diferentes, en principio, a las reglas que delimitan el comportamiento en un juego. Al igual que en todas las reglas, se excluye una amplia gama de posibilidades para que podamos concentrarnos totalmente en un conjunto selecto de opciones.

Cicerón escribió que para ser completamente libre hay que convertirse en esclavo de las leyes. En otras palabras, aceptar las limitaciones libera. Por ejemplo, al decidirse a invertir la energía psíquica exclusivamente en un matrimonio monógamo, a pesar de los problemas, obstáculos u opciones más atractivas que pueden aparecer luego, uno se libera de la presión constante de tratar de aumentar al máximo las recompensas emocionales. Habiéndose comprometido a lo que las anticuadas normas del matrimonio exigen, y al hacerlo de buena gana en vez de ser obligado por la tradición, una persona ya no necesita preocuparse de si ha hecho la elección correcta o de si la hierba podría ser más verde en alguna otra parte. Como resultado, se consigue liberar una gran cantidad de energía para vivir, en vez desperdiciarla en preguntarse sobre cómo vivir.

Si uno decide aceptar la forma tradicional de la familia, que conlleva un casamiento monógamo y una relación cercana con los hijos, con los parientes y con la comunidad, es importante que considere de antemano cómo podrá transformarse la vida familiar en una actividad de flujo. Porque si no, el aburrimiento y la frustración llegarán inevitablemente, y entonces la relación es probable que se rompa a menos que hayan factores extrínsecos fuertes que la mantengan unida.

Para producir flujo, una familia debe tener una meta para su existencia. Las razones extrínsecas no son suficientes: no es suficiente sentir que «todos los demás están casados», «es natural tener niños», o «dos pueden vivir tan económicamente como uno». Estas actitudes pueden fomentar el formar una familia, e incluso pueden tener la fuerza suficiente para mantenerla unida, pero no pueden conseguir que la vida de familia sea agradable. Las metas positivas son necesarias para enfocar las energías psíquicas de los padres y de los hijos sobre las tareas comunes.

Algunas de estas metas podrían ser muy generales y a largo plazo, tales como la planificación de un estilo de vida particular (construir el hogar ideal, ofrecer a los hijos la mejor educación posible o seguir una manera religiosa de vivir en medio de la sociedad secularizada moderna). Para que tales metas den como resultado unas interacciones que ayuden a aumentar la complejidad de sus miembros, la familia debe estar tanto diferenciada como integrada. La diferenciación significa que se fomenta que cada persona desarrolle sus características únicas, aumente al máximo las habilidades personales y se proponga metas individuales. La integración, por contraste, garantiza que lo que sucede a una persona afectará a todos los demás. Si el niño está orgulloso de lo que ha realizado en la escuela, el resto de la familia le prestará atención y se sentirán orgullosos, también. Si la madre se cansa y se deprime, la familia tratará de ayudarla y darle ánimos. En una familia integrada, las metas de cada persona les importan a todos.

Además de metas a largo plazo, es imperioso tener un abastecimiento constante de objetivos a corto plazo. Estos pueden ser tareas simples como la compra de un nuevo sofá, ir a comer al aire libre al campo, la planificación de unas vacaciones o jugar juntos al Scrabble el domingo por la tarde. Si no hay unas metas que toda la familia esté dispuesta a compartir, es casi imposible para sus miembros estar físicamente juntos, y para qué hablar de sentirse implicados en una agradable actividad conjunta. Aquí nuevamente, la diferenciación y la integración son importantes: las metas comunes deberían reflejar las metas de los miembros individuales tanto como sea posible. Si Rick quiere ir a una carrera de motocross y a Erica le gustaría ir al acuario, debería ser posible que todos viesen la carrera un de fin de semana y visitasen el acuario el fin de semana siguiente. Lo bonito de este acuerdo es que Erica probablemente disfrute de algún aspecto de la carrera de motocicletas y Rick podría conseguir realmente valorar ir a ver los peces, aunque ninguno de ellos lo habría descubierto si hubiesen continuado con sus prejuicios.

Como en cualquier otra actividad de flujo, las actividades familiares también deberían ofrecer una retroalimentación clara.

En este caso, se trata simplemente de mantener abiertos los canales de comunicación. Si el marido no sabe qué es lo que le molesta a su esposa, y viceversa, no tienen la oportunidad de reducir las tensiones inevitables que sucederán. En este contexto, vale la pena acentuar que la entropía es la condición básica de la vida de grupo, al igual que en la experiencia personal. A menos que la pareja invierta energía psíquica en la relación, los conflictos serán inevitables, simplemente porque cada individuo tiene metas que hasta cierto punto son divergentes de las de los otros miembros de la familia. Sin buenos canales de comunicación las distorsiones se irán ampliando hasta que la relación se desintegre.

La retroalimentación también es crucial para determinar si las metas familiares se han logrado. Mi esposa y yo solíamos pensar que llevar a nuestros niños al zoológico un domingo cada pocos meses era un espléndida actividad educativa y que todos podríamos disfrutar con ella. Pero cuando nuestro hijo mayor cumplió los 10 años, dejamos de ir porque él se sentía mal con la idea de que los animales estaban encerrados en espacios tan restringidos. Es una verdad de la vida que tarde o temprano todos los niños expresarán la opinión de que las actividades comunes de la familia son "aburridas". Llegados a este punto, forzarles para hacer las cosas juntos tiende a ser contraproducente. Por ello la mayoría de los padres simplemente abandonan y dejan a sus hijos adolescentes en compañía de sus amigos. La estrategia más fructífera, si bien la más difícil, consiste en encontrar un nuevo conjunto de actividades que siga teniendo a la familia unida como grupo.

El equilibrio entre los desafíos y las habilidades es otro factor necesario para disfrutar de las relaciones sociales en general y de la vida familiar en particular, como lo es para cualquier otra actividad de flujo. Cuando un hombre y una mujer se sienten atraídos el uno por el otro, las oportunidades para la acción se aclaran lo suficiente. Siempre, desde el amanecer de los tiempos, el desafío más básico para el novio ha sido «¿podré conquistarla?» y para ella, «¿podré seducirle?» Por lo general, y dependiendo del nivel de habilidad de los implicados, se perciben un sinfín de desafíos más complejos: averiguar qué tipo de persona realmente es el otro, qué películas le gustan, qué piensa sobre Sudáfrica y si es probable que el encuentro llegue a convertirse en una relación "significativa". Entonces hay cosas divertidas que poder hacer juntos, lugares que visitar, fiestas para ir, temas de los que hablar, etc.

Con el tiempo uno consigue conocer bien a la otra persona y los desafíos obvios se agotan. Se han probado todas las estratagemas usuales y las reacciones de la otra persona se convierten en algo predecible. El juego sexual ha perdido su excitación. Y llegados aquí, la relación está en peligro y puede convertirse en una rutina aburrida que puede mantenerse por conveniencia mutua, pero es improbable que ofrezca disfrute adicional o que chispee un nuevo crecimiento en la complejidad. La única manera de restaurar el flujo a la relación es encontrando nuevos desafíos en ella. Estos podrían ser tan simples como variar las rutinas de comer, dormir o comprar. Podrían implicar esforzarse para hablar de nuevos temas de conversación, visitar nuevos lugares, hacer nuevos amigos. Más que cualquier otra cosa tiene que ver con prestar atención a la complejidad propia de la pareja, conseguir conocerla a niveles más profundos de los que eran necesarios en los primeros tiempos de la relación, apoyándole con simpatía y comprensión durante los inevitables cambios que los años traerán. Una relación compleja tarde o temprano se enfrenta a la gran cuestión: si los dos están listos para establecer un compromiso para toda la vida. En este momento se presenta un nuevo conjunto de desafíos: conseguir una familia unida, implicarse en los asuntos de la comunidad cuando los niños ya son mayores, trabajar uno al lado del otro. Por supuesto, estas cosas no pueden suceder sin grandes aportes de energía y tiempo, pero el resultado desde el punto de vista de la calidad de la experiencia normalmente lo merece.

La misma necesidad de aumentar constantemente los desafíos y las habilidades se aplica a la relación con los niños. Durante el curso de la infancia y la primera niñez la mayoría de los padres disfrutan espontáneamente con el desarrollo del crecimiento de sus bebés: la primera sonrisa, la primera palabra, los primeros pasos, los primeros garabatos. Cada uno de estos saltos cuánticos en las habilidades del niño se convierten en un nuevo y alegre desafío, al que los padres responden enriqueciendo las oportunidades de actuar del niño. Desde la cuna al jardín de infancia, los padres van ajustando el equilibrio entre los desafíos y habilidades del niño y su ambiente. Pero al llegar a la adolescencia, muchos adolescentes deben enfrentarse a demasiadas cosas. Lo que la mayoría de los padres hacen es ignorar educadamente las vidas de sus niños, pretendiendo que todo está bien, creyendo contra todo pronóstico que será así.

Los adolescentes son seres psicológicamente maduros, maduros para la reproducción sexual; en la mayoría de las sociedades (y en la nuestra hasta hace un siglo) se consideraba que estaban preparados para asumir las responsabilidades adultas y el reconocimiento apropiado. Sin embargo, nuestras convenciones sociales actuales no ofrecen los desafíos adecuados para las habilidades que tienen los adolescentes, y estos tienen que descubrir las oportunidades para la acción fuera de las que están sancionadas por los adultos. Las únicas salidas que encuentran, demasiado a menudo, son el vandalismo, la delincuencia, las drogas y el sexo. Bajo las condiciones actualmente existentes es muy difícil para los padres compensar la pobreza de oportunidades que ofrece la cultura. En este aspecto, las familias que viven en las zonas residenciales más ricas son apenas mejores que las familias que viven en los barrios más pobres. ¿Qué puede hacer un joven de quince años fuerte, vital e inteligente en su zona residencial? Probablemente usted llegará a la conclusión de que lo que tiene a su alcance o es demasiado artificial, o es demasiado simple, o no es lo bastante excitante para atrapar la imaginación de un adolescente. No es sorprendente que el atletismo sea tan importante en las escuelas suburbanas; comparado con las demás alternativas, ofrece algo concreto para buscar oportunidades y mostrar las propias habilidades.

Pero hay algunas cosas que las familias pueden hacer para aliviar parcialmente este vacío de oportunidades. En otras épocas, los jóvenes dejaban el hogar cuando eran estudiantes y viajaban a pueblos distantes para exponerse a nuevos desafíos. Hoy existe algo similar en los Estados Unidos para los adolescentes: la costumbre de abandonar el hogar para ir a la universidad. El problema permanece durante el período de pubertad, aproximadamente los cinco años entre los 12 y los 17: ¿qué desafíos significativos pueden encontrarse para la gente joven? La situación es mucho más fácil cuando los padres están implicados en actividades complejas y comprensibles en el hogar. Si los padres disfrutan tocando música, cocinando, leyendo, dedicándose a la jardinería o a la carpintería o reparando motores en el garaje, entonces es más probable que sus niños encuentren actividades desafiantes similares e inviertan la atención suficiente en ellos para empezar a disfrutar haciendo algo que les ayude a crecer. Si los padres simplemente hablasen más sobre sus ideales y sueños —aun cuando estos hubiesen sido frustrados— los hijos podrían desarrollar la ambición necesaria para romper la complacencia de sus personalidades actuales. Si no hay nada más, comentar el propio trabajo o los pensamientos y los sucesos del día, y tratar a los niños como jóvenes adultos, como amigos, les ayuda a convertirse en adultos sensatos.

Pero si el padre ocupa todo su tiempo libre en el hogar vegetando frente al televisor con un vaso de alcohol en su mano, los niños naturalmente asumirán que los adultos son gente aburrida que no sabe cómo divertirse y volverán con el grupo de su edad para encontrar el disfrute.

En las comunidades más pobres las bandas juveniles ofrecen una verdadera abundancia de desafíos para los muchachos. Peleas, actos de alarde y exhibiciones rituales como los desfiles de las bandas en motocicleta equiparan las habilidades de los jóvenes con las oportunidades concretas. En las zonas residenciales ricas ni siquiera esta posibilidad para la acción está al alcance de los adolescentes. La mayoría de las actividades, incluyendo la escuela, el ocio y el empleo, están bajo el control adulto y hay muy poco lugar para la iniciativa de los jóvenes. Al carecer de cualquier salida significativa para sus habilidades y su creatividad, se dedican a estar siempre de fiesta, a ir en coche, a chismear, a probar las drogas y a la introspección narcisista para probarse a sí mismos que están vivos. Conscientemente o no, muchas niñas jóvenes sienten que quedar encinta es la única cosa realmente adulta que pueden hacer, a pesar de sus peligros y de sus desagradables consecuencias. Cómo reestructurar este ambiente para hacerlo suficientemente desafiante es seguramente una de las tareas más urgentes que encaran los padres de adolescentes. Y no tiene ningún valor decirles a nuestros adolescentes que se comporten y que hagan algo útil. Lo que les ayuda son los ejemplos en la propia vida y las oportunidades concretas. Si no tienen acceso a ellos, no podemos culpar al joven por seguir su propio rumbo.

Algunas de las tensiones de la vida adolescente pueden mitigarse si la familia le ofrece un sentimiento de aceptación, control y confianza en sí mismo. Una relación que tiene estas dimensiones es aquella en que las personas confían la una en la otra y se sienten totalmente aceptadas. Uno no tiene que preocuparse constantemente por gustar, por ser popular o por vivir las expectativas de los demás. Como dicen los refranes populares, «amar significa no tener que decir nunca "lo siento"», «el hogar es el lugar donde uno es siempre bien venido». Tener asegurado el propio mérito a los ojos de nuestros parientes da fuerza a la personas para que se arriesguen y acepten las oportunidades; la excesiva conformidad frecuentemente está ocasionada por el temor a la desaprobación. Es mucho más fácil para una persona tratar de desarrollar su potencial si sabe que, independientemente de lo que suceda, tiene una segura base emocional en la familia.

La aceptación incondicional reviste especial importancia para los niños. Si los padres amenazan con retirar su amor de un niño cuando fracasa en lograr algo, las naturales ganas de jugar del niño se reemplazarán gradualmente por la inquietud crónica. Sin embargo, si el niño siente que sus padres están incondicionalmente comprometidos con su bienestar, puede relajarse y explorar el mundo sin temor; de otra manera tendría que destinar su energía psíquica a su propia protección y así reduciría la cantidad de la que puede disponer libremente. La seguridad emocional en los primeros años puede muy bien ser una de las condiciones que ayuden a desarrollar una personalidad autotélica en los niños. Sin esto, es difícil dejar ir la personalidad lo suficiente como para experimentar flujo.

El amor sin ataduras no significa, por supuesto, que las relaciones no deban tener normas ni castigos si se quebrantan la reglas. Cuando no constituye un riesgo en violar las reglas, estas pierden su sentido, y sin reglas significativas una actividad no puede disfrutarse. Los niños deben saber que sus padres esperan ciertas cosas de ellos y que determinadas consecuencias tendrán lugar si no obedecen. Pero también deben reconocer que, pase lo que pase, el interés de los padres por ellos no está en cuestión.

Cuando una familia tiene un propósito común y mantiene abiertos los canales de la comunicación, cuando ofrece oportunidades gradualmente mayores para la acción en un marco de confianza, entonces la vida llega a ser una agradable actividad de flujo. Sus miembros enfocarán espontáneamente su atención en la relación del grupo y hasta cierto punto olvidarán sus personalidades individuales, sus metas divergentes, en aras de experimentar el placer de pertenecer a un sistema más complejo que une las conciencias en una meta unificada.

Uno de los engaños más importantes de nuestro tiempo es que la vida doméstica se cuida de sí misma de forma natural y que la mejor estrategia para manejarla es relajarse y dejar que siga su curso. Los hombres especialmente prefieren consolarse con esta idea. Ellos saben lo duro que es triunfar en el trabajo, cuánto esfuerzo tienen que poner en sus carreras profesionales. Por ello, en el hogar solo quieren descansar y sienten que cualquier exigencia de la familia es injustificable. A menudo tienen una fe casi supersticiosa en la integridad del hogar. Únicamente cuando ya es demasiado larde —cuando la esposa se ha convertido en una persona dependiente del alcohol, cuando los niños se han convertido en unos fríos desconocidos— muchos hombres se dan cuenta de que la familia, como cualquier otra empresa conjunta, necesita de inversiones constantes de energía psíquica para asegurar su existencia.

Para tocar bien la trompeta, un músico no puede estar sin practicar más de unos pocos días. Un atleta que no corre regularmente pronto estará bajo de forma y no disfrutará. Cualquier gerente sabe que su compañía comenzará a desintegrarse si su atención se dispersa. En todos los casos, sin concentración, una actividad compleja se estropea y va hacia el caos. ¿Por qué una familia debería ser diferente? La aceptación incondicional, la confianza total que los miembros de la familia deben tener entre sí, solo es significativa cuando está acompañada por una gran inversión de atención. De otro modo es simplemente un gesto vacío, un engaño hipócrita que en poco se diferencia del desinterés.

Disfrutar con los amigos

«La peor soledad —escribió Sir Francis Bacon—, es carecer de amistades sinceras». Si lo comparamos con las relaciones familiares, las amistades son más fáciles de disfrutar. Podemos escoger nuestros amigos, y solemos hacerlo, sobre la base de intereses comunes y metas complementarias. No necesitamos comportarnos de una forma distinta a como somos para estar con los amigos; ellos refuerzan nuestro sentimiento de personalidad en vez de tratar de transformarlo. Mientras que en el hogar hay muchas cosas aburridas que tenemos que aceptar, como sacar la basura o limpiar las hojas secas del jardín, con los amigos podemos concentrarnos en las cosas que son "divertidas".

No es sorprendente que en nuestros estudios sobre la calidad de la experiencia diaria se haya demostrado, una y otra vez, que la gente se siente mejor y puntúa más positivamente la experiencia cuando está con amigos. Esto no es solamente cierto para los adolescentes; los adultos también se sienten más felices con los amigos que con cualquier otra persona, incluyendo a sus cónyuges. Incluso los jubilados son más felices cuando están con sus amigos que cuando están con sus cónyuges o sus familias.

Porque una amistad normalmente implica metas comunes y actividades comunes, y esto es "naturalmente" agradable. Pero como en cualquier otra actividad, la relación puede tomar una gran variedad de formas, que van desde las destructivas a las altamente complejas. Cuando una amistad es primordialmente una manera de validar nuestro inseguro sentimiento de la propia personalidad, esto nos proporcionará placer, pero no será agradable, no fomentará el crecimiento. Por ejemplo, la institución de los "amigotes borrachos", tan frecuente en las pequeñas comunidades de todo el mundo, es una forma amena con que los varones adultos se reúnen con otros hombres a quienes han conocido durante toda su vida. En la atmósfera simpática de la taberna, el bar, el club, etc., pasan el día jugando a las cartas, a los dardos o jugando al dominó mientras discuten y bromean. Mientras tanto todos sienten que su existencia está validada por la atención recíproca que se presta a las ideas c idiosincrasias de cada uno. Este tipo de interacción mantiene a raya la desorganización que la soledad trae a la mente pasiva, pero sin estimular el crecimiento. Es como una forma colectiva de ver la televisión, y aunque sea más compleja en que lo atañe a la participación, sus acciones y expresiones tienden a estar codificadas rígidamente y son absolutamente predecibles.

Establecer este tipo de relaciones es imitar la auténtica amistad, pero ofrece pocos beneficios en comparación con la verdadera. Todos se divierten ocasionalmente pasando un día charlando, pero mucha gente es sumamente dependiente de una dosis fija y diaria de contactos superficiales. Y esto es especialmente cierto para los individuos que no pueden tolerar la soledad y que tienen poco apoyo emocional en el hogar.

Los adolescentes sin lazos familiares fuertes llegan a ser tan dependientes de su grupo de compañeros que harían cualquier cosa para ser aceptados por ellos. Hace 20 años, en Tucson, Arizona, toda una clase de una gran escuela superior supo durante varios meses que un ex alumno de la escuela, que había mantenido su "amistad" con los estudiantes más jóvenes, había matado a algunos de sus compañeros de clase y había enterrado sus cadáveres en el desierto. Pero ninguno de ellos informó de los crímenes a las autoridades, que los descubrieron por casualidad. Los estudiantes, todos ellos de clase media suburbana, dijeron que ellos no habían denunciado los asesinatos por' temor a ser rechazados por sus amigos. Si esos adolescentes de Tucson hubiesen tenido cálidos lazos familiares o fuertes nexos con otros adultos de la comunidad, el rechazo de sus compañeros no habría sido tan insoportable. Pero aparentemente, entre ellos y la soledad solo había el grupo de amigos. Por desgracia, ésta no es una historia inusitada; de vez en cuando alguna similar aparece en los medios de comunicación.

Sin embargo, si el joven se siente aceptado y querido en el hogar, la dependencia del grupo disminuye, y el adolescente puede aprender a tener el control de sus relaciones con la gente de su edad. Christopher, que a los 15 años era más bien un muchacho tímido y callado con gafas y pocos amigos, se sintió lo suficientemente cercano a sus padres como para explicarles que se sentía harto de ser rechazado por todas las pandillas de la escuela y que había decidido llegar a ser más popular. Para hacerlo, Chris trazó una estrategia cuidadosamente planificada: tenía que comprarse unas lentes de contacto, vestir únicamente a la moda (es decir, en la onda), aprender lo último en música y en tendencias adolescentes, y teñirse el pelo de rubio. «Quiero ver si puedo cambiar mi personalidad», dijo, y se pasó muchos días frente al espejo para practicar sus poses y su sonrisa.

Este enfoque metódico, apoyado por sus padres, dio resultado. Al cabo de un tiempo fue invitado a unirse a la mejor de las pandillas y al año siguiente representó el papel de Conrad Birdie en el musical de la escuela. Al identificarse tan bien con el papel de la estrella de rock, se convirtió en el rompecorazones de las chicas de enseñanza media, que pusieron su foto en sus taquillas. El anuario de graduación mostró que participó en todo tipo de empresas, como ganar un premio en el concurso "Las piernas más eróticas". Desde luego había logrado cambiar su personalidad exterior y había logrado controlar la manera en que le veían sus compañeros. Al mismo tiempo, la organización interior de su personalidad permaneció igual: él seguía siendo una persona sensible, un joven generoso que no despreciaba a sus compañeros porque hubiera aprendido a modificar sus opiniones y no se le había subido el éxito a la cabeza.

Una de las razones por las que Chris fue capaz d© llegar a ser popular mientras otros muchos no lo logran es que él abordó su meta con la misma disciplina desapegada que un atleta usaría para formar parte de un equipo de fútbol o que un científico aplicaría en un experimento. No fue abrumado por la tarea: eligió unos desafíos realistas que podría dominar. En otras palabras, transformó el monstruo atemorizante de la popularidad en una actividad de flujo que acabó disfrutando, pues al mismo tiempo le proporcionaba un sentimiento de orgullo y dignidad. La compañía de los amigos, como cualquier otra actividad, puede tener diversos niveles: al nivel más bajo de complejidad es una manera placentera de evitar temporalmente el caos, al nivel más alto ofrece un sentimiento de disfrute y crecimiento.

Sin embargo, es dentro del marco de las amistades íntimas donde suceden las experiencias más intensas. Estos son los tipos de lazos sobre los que escribió Aristóteles: «porque sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los restantes bienes». Para disfrutar de las relaciones interpersonales se requieren las mismas condiciones que en otras actividades de flujo. Es necesario no solamente tener metas comunes y ofrecerse recíprocamente retroalimentación, que incluso las interacciones en tabernas o bares ya ofrecen, sino también encontrar nuevos desafíos en mutua compañía. Estos pueden ser simplemente aprender más y más sobre el amigo, descubrir las nuevas facetas de su individualidad única y revelar más de la propia individualidad en el proceso. Hay pocas cosas que nos hagan disfrutar tanto como compartir libremente la mayoría de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos ocultos con otra persona. Aunque esto parece fácil, de hecho requiere una atención concentrada, gran franqueza y sensibilidad. En la práctica, este grado de inversión de la energía psíquica en una amistad es, por desgracia, escaso. Pocas personas están dispuestas a comprometer su energía y su tiempo en ello.

Las amistades nos permiten expresar partes de nuestro ser que raramente tendríamos la oportunidad de mostrar de otra manera. Una forma de describir las habilidades que posee cada hombre y cada mujer es clasificándolas en dos apartados: el instrumental y el expresivo. Las habilidades instrumentales son aquellas que aprendemos para poder manejar eficazmente el entorno. Son instrumentos básicos de supervivencia, como la destreza del cazador o el oficio del trabajador, o los instrumentos intelectuales, como leer y escribir y el conocimiento especializado del profesional en nuestra sociedad tecnológica. La gente que no ha aprendido a encontrar flujo en la mayoría de cosas que emprende, generalmente experimenta las tareas instrumentales de un modo extrínseco, porque lo que hace no refleja sus elecciones, sino que son necesidades impuestas desde fuera. Las habilidades expresivas, por otra parte, se refieren a las acciones que externalizan nuestras experiencias subjetivas. Cantar una canción que refleja cómo nos sentimos, traducir nuestro estado de ánimo en un baile, pintar un cuadro que representa nuestros sentimientos, contar una broma que nos gusta c ir a jugar a los bolos —si esto nos hace sentir bien— son formas de expresión en este sentido. Cuando estamos implicados en una actividad expresiva nos sentimos en contacto con nuestra personalidad verdadera. Una persona que vive únicamente por acciones instrumentales sin experimentar el flujo espontáneo de la expresividad, finalmente llega a ser indistinguible de un robot programado por alienígenas para imitar el comportamiento humano.

En el curso de la vida normal hay pocas oportunidades de experimentar el sentimiento de totalidad que ofrece la expresividad. En el trabajo hay que comportarse según lo que se espera del propio papel y hay que ser un competente mecánico, un juez justo o un camarero educado. En el hogar uno tiene que ser una madre solícita o un hijo respetuoso. Y entre ambos lugares, en el autobús o en el metro, uno tiene que poner cara de indiferencia frente al mundo. Es únicamente con los amigos donde la mayoría de la gente siente que puede dejar caer su máscara y ser quien realmente es. Porque nosotros escogemos los amigos con quienes queremos compartir nuestras metas y son las personas con quienes podemos cantar, bailar, compartir bromas o ir a jugar a los bolos. Es en la compañía de los amigos donde podemos experimentar claramente la libertad de la personalidad y aprender quiénes somos realmente. El ideal de una pareja moderna es tener al cónyuge como amigo. En el pasado, cuando los casamientos se arreglaban por conveniencia mutua de las familias, esto era considerado como algo imposible. Pero ahora que hay menos presiones extrínsecas para casarse, mucha gente afirma que su mejor amigo es su cónyuge.

La amistad no es agradable a menos que aceptemos sus desafíos. Si una persona se rodea a sí misma de "amigos" que simplemente la reafirman en su imagen pública, que nunca ponen en duda sus sueños ni sus deseos, que nunca la fuerzan a probar otras maneras de ser, perderá las oportunidades que la amistad representa. Un amigo de verdad es alguien con quien a veces podemos hacer el loco, alguien que no espera que siempre seamos formales. Es alguien que comparte nuestra meta de autorrealización y que, por lo tanto, está dispuesto a compartir los riesgos que cualquier aumento en complejidad implica.

Mientras que las familias ofrecen principalmente protección emocional, la amistad normalmente nos ofrece misteriosas novedades. Cuando la gente se pierde en sus recuerdos más queridos, suele recordar las fiestas y las vacaciones realizadas con sus parientes. Los amigos se mencionan más frecuentemente en contextos de emoción, descubrimiento y aventura.

Por desgracia, hoy en día pocas personas son capaces de mantener una amistad hasta la edad adulta. Cambiamos de residencia, tenemos intereses demasiado especializados y limitados a lo profesional para cultivar unas relaciones perdurables. Somos afortunados si podemos mantener a la familia unida, y más aún si tenemos un círculo de amigos. Es una constante sorpresa oír cómo adultos con éxito, especialmente hombres —gerentes de grandes compañías, doctores y brillantes abogados— hablan de lo aisladas y solitarias que han llegado a ser sus vidas. Recuerdan con lágrimas en los ojos a los compañeros que tenían en la escuela, incluso en la escuela superior y, a veces, en la universidad. Todos aquellos amigos se han quedado atrás, y aunque ahora se encontrasen de nuevo, probablemente tendrían muy poco en común, a excepción de unos recuerdos agridulces.

Así como sucede en la familia, las personas creen que las amistades se forman naturalmente y, si fracasan, no hay nada que hacer excepto entristecerse. En la adolescencia, cuando se comparten tantos intereses con los demás y uno tiene mucho tiempo libre para invertir en una relación, conseguir amigos podría parecer un proceso espontáneo. Pero luego en la vida las amistades rara vez suceden por casualidad: hay que cultivarlas asiduamente como hay que cultivar un trabajo o una familia.

La comunidad más amplia

Una persona es parte de una familia o de una amistad mientras invierta energía psíquica en las metas compartidas con otras personas. Del mismo modo, uno puede pertenecer a sistemas interpersonales mayores al suscribir las aspiraciones de una comunidad, de un grupo étnico, de un partido político o de una nación. Algunos individuos, como el Mahatma Gandhi o la madre Teresa de Calcuta, invierten toda su energía psíquica en lo que ellos creen que son las metas de la humanidad entera.

Para las costumbres de la Grecia antigua, "la política" se refería a cualquier actividad que involucrase a las personas en asuntos que fuesen más allá del bienestar personal y familiar. En este sentido tan amplio, la política puede ser una de las actividades más agradables y más complejas disponibles para el individuo, puesto que cuanto mayor sea el entorno social en que uno se mueve, mayores serán los desafíos que presente. Una persona puede manejar problemas muy intrincados en soledad, y la familia y los amigos pueden ocuparle gran parte de su atención, pero tratar de perfeccionar las metas de individuos con quienes uno no está directamente relacionado involucra complejidades con un orden de magnitud más alto.

Por desgracia, muchas personas que se mueven en el área pública no actúan a niveles muy altos de complejidad. Los políticos tienden a buscar el poder, los filántropos, la fama, y los que van de santos frecuentemente buscan probar lo honrados que son. Estas metas no son difíciles de conseguir, si uno invierte la energía suficiente en ello. El mayor desafío es no buscar solo el propio beneficio, sino ayudar a otros en el proceso. Es más difícil, pero mucho más completo, que el político realmente ayude a mejorar las condiciones sociales, o que el filántropo ayude al desvalido, y que el santo ofrezca un modelo viable de conducta a los demás.

Si solo tenemos en cuenta las consecuencias materiales, podríamos pensar que los políticos egoístas son astutos, pues tratan de lograr riqueza y poder para sí mismos. Pero si aceptamos el hecho de que la experiencia óptima es lo que da verdadero valor a la vida, entonces debemos concluir que los políticos que buscan el bien común son realmente más inteligentes, porque aceptan los desafíos más elevados y así tienen una mejor oportunidad de experimentar el verdadero disfrute.

Cualquier implicación en el ámbito público puede ser agradable si uno la estructura según los parámetros del flujo. No importa si uno empieza a trabajar con los Niños Exploradores, con un grupo que trate de conservar limpio el entorno o apoyando al sindicato local. Lo que cuenta es fijarse una meta, concentrar en ella la energía psíquica, prestar atención a la retroalimentación y asegurarse de que el desafío sea adecuado a la propia habilidad. Tarde o temprano la interacción comenzará a funcionar y se conseguirá la experiencia de flujo.

Por supuesto, dado el hecho de que la energía psíquica tiene un abastecimiento limitado, uno no puede esperar que todos sean capaces de implicarse en las metas públicas. Alguna gente debe dedicar toda su atención simplemente a sobrevivir en un ambiente hostil. Otros se involucran tanto en un conjunto de desafíos —con el arte, por ejemplo, o con las matemáticas— que no pueden alejar la atención de ellos. Pero, desde luego, la vida sería muy dura si algunas personas no disfrutasen invirtiendo energía psíquica en los intereses comunes, creando de este modo sinergia en el sistema social.

El concepto de flujo es útil no solamente para ayudar a los individuos a mejorar la calidad de sus vidas, sino también para indicarles a qué público debería dirigirse su acción. Quizás el efecto más poderoso que pudiera ejercer la teoría del flujo en el sector público sería ofrecer un programa de cómo podrían reformarse las instituciones para ser más conducentes a la experiencia óptima. En los siglos más recientes, la racionalidad económica ha tenido tanto éxito que hemos tomado como algo cierto que "el resultado final" de cualquier esfuerzo humano debe ser medido en dinero contante y sonante. Pero un enfoque exclusivamente económico de la vida es profundamente irracional; el resultado final consiste en la calidad y la complejidad de la experiencia.

Una comunidad debería juzgarse como buena no porque sea tecnológicamente avanzada o porque nade en riquezas materiales; es buena si ofrece a la gente una oportunidad para disfrutar con tantos aspectos de su vida como sean posibles y a la vez les permite desarrollar su potencialidad en el seguimiento de desafíos cada vez mayores. Del mismo modo, el valor de una escuela no depende de su prestigio o de su capacidad para enseñar a los estudiantes a enfrentarse con las necesidades de la vida, sino en qué grado es capaz de transmitir el disfrute de aprender durante toda la vida. Una buena fábrica no es necesariamente la que proporciona más dinero, sino la que se responsabiliza en mejorar la calidad de vida de sus trabajadores y de sus clientes. Y la verdadera función de la política no es conseguir que las personas sean más prósperas, seguras o poderosas, sino permitirnos disfrutar tanto como sea posible de una existencia cada vez más compleja.

Pero ningún cambio social puede suceder mientras no cambie primero la conciencia de los individuos. Cuando un joven preguntó a Carlyle qué debería hacer para reformar el mundo, Carlyle contestó: «Reformarse usted. Así habrá un granuja menos en el mundo». El consejo todavía es válido. Quienes intentan hacer la vida mejor para todos sin haber aprendido a controlar primero su propia vida, suelen acabar haciendo que las cosas vayan peor para todos los que les rodean.

9. ENGAÑAR AL CAOS

A pesar de todo lo dicho hasta el momento, algunas personas todavía pueden pensar que debe ser fácil ser feliz mientras uno tenga la suficiente suerte de gozar de salud y ser rico y guapo. Pero ¿cómo podemos mejorar la calidad de vida cuando las cosas no son como queremos, cuando la fortuna nos ha dado malas cartas? Uno puede permitirse cavilar sobre la diferencia entre el disfrute y el placer si no tiene que preocuparse por si el dinero se termina antes de fin de mes. Para la mayoría de la gente, tales distinciones son un lujo que no pueden concederse. Está bien pensar en los desafíos y en la complejidad si usted tiene una profesión interesante y bien remunerada, pero ¿por qué tratar de mejorar un trabajo que es básicamente aburrido y deshumanizado? Y ¿cómo podemos esperar que la gente enferma, empobrecida o que ha sido golpeada por la adversidad controle su conciencia? Seguramente necesitarían mejorar las condiciones materiales concretas antes de que el flujo pudiese agregar cualquier cosa estimable a la calidad de su existencia. En otras palabras, la experiencia óptima debería contemplarse como la capa final de una tarta hecha con ingredientes sólidos como la salud y la riqueza, y que por sí misma es una decoración pobre. Solo si disponemos de una base sólida de estas ventajas reales nos sirve de ayuda hacer más satisfactorios los aspectos subjetivos de la vida.

No es preciso decir que la tesis que este libro propone va en contra de esta conclusión. La experiencia subjetiva no es simplemente una de las dimensiones de la vida, es la vida en sí misma. Las condiciones materiales son secundarias: solo nos afectan indirectamente, por la vía de la experiencia. Por otro lado, el flujo, e incluso el placer, benefician directamente la calidad de vida. La salud, el dinero y las demás ventajas materiales pueden o no pueden mejorar la vida. A menos que una persona haya aprendido a controlar la energía psíquica, las oportunidades que ofrecen tales ventajas serán inútiles.

Y al contrario, muchos individuos que han sufrido mucho no solo han acabado por sobrevivir, sino que también han sido capaces de disfrutar completamente de sus vidas. ¿Cómo es posible que esa gente sea capaz de lograr la armonía de la mente y crecer en complejidad, incluso cuando les sucedían algunas de las peores cosas imaginables? Esta es la pregunta aparentemente simple que exploraremos en este capítulo. Durante el proceso examinaremos alguna de las estrategias que estas personas usan para manejar los sucesos que les producen tensión, y revisaremos cómo una personalidad autotélica puede lograr crear orden del caos.

Las tragedias transformadas

Sería idealista e ingenuo afirmar que suceda lo que suceda a una persona, si esta controla su conciencia, será feliz. Hay ciertos límites sobre cuánto dolor, hambre o privación puede aguantar un cuerpo. Aunque también es cierto, como el doctor Franz Alexander tiene muy bien constatado, que: «el hecho de que la mente domina al cuerpo es, a pesar de su olvido por parte de la biología y de la medicina, el hecho más fundamental que conocemos sobre el proceso de la vida». La medicina holística y algunos libros como el de Norman Cousins, donde nos cuenta su victoria contra una enfermedad terminal, o las descripciones del doctor Bernie Siegel sobre la autocuración, comienzan a remediar el punto de vista tan abstracto y materialista acerca de la salud que ha llegado a ser tan frecuente en este siglo. Lo que deseamos remarcar aquí es que una persona que sabe cómo encontrar flujo en la vida es capaz de disfrutar situaciones que aparentemente solo permitirían la desesperación.

El profesor Fausto Massimini, del departamento de psicología de la Universidad de Milán, ha recopilado ejemplos increíbles de cómo las personas logran flujo a pesar de impedimentos extremos. Un grupo que él y su equipo estudiaron estaba compuesto de parapléjicos. En general era gente joven que en algún momento del pasado, normalmente como resultado de un accidente, había perdido el uso de sus extremidades. El hallazgo inesperado de este estudio era que una proporción grande de las víctimas mencionó el accidente que les ocasionó la paraplejia como el acontecimiento más negativo y a la vez el más positivo de sus vidas. La razón de que los sucesos trágicos se vieran como positivos era que presentaron a la víctima unas metas muy claras al tiempo que redujeron las elecciones contradictorias y no esenciales. Los pacientes que habían aprendido a dominar los nuevos desafíos de su situación sentían una claridad de propósito de la que habían carecido antes. Aprender a vivir nuevamente era en sí mismo una cuestión de disfrute y orgullo, y fueron capaces de convertir el accidente de una fuente de entropía a una ocasión de orden interior.

Lucio, uno de los miembros de este grupo, era un despreocupado gasolinero de veinte años cuando un accidente de motocicleta lo paralizó de la cintura hacia abajo. A él antes le gustaba jugar al rugby y escuchar música, pero básicamente recuerda que su vida carecía de propósito y de acontecimientos notables. Después del accidente sus experiencias agradables aumentaron tanto en numero como en complejidad. Tras recuperarse de la tragedia se matriculó en la universidad, se graduó en idiomas y ahora trabaja como consultor fiscal independiente. Tanto el estudio como el trabajo son fuentes intensas de flujo, al igual que la pesca y el tiro con arco y flechas. Actualmente es el campeón regional de tiro con arco desde una silla de ruedas.

Estos son algunos de los comentarios que Lucio formuló en su entrevista: «Cuando me convertí en parapléjico fue como volver a nacer. Tuve que aprenderlo todo desde el comienzo. Todo lo que yo ya sabía, pero de una manera diferente. Tuve que aprender a vestirme, a usar mejor la cabeza. Tuve que llegar a ser una parte del entorno, y usarlo sin tratar de controlarlo [...], necesité disciplina, fuerza de voluntad y paciencia. Y respecto al futuro, espero seguir mejorando, para seguir superando las limitaciones de mi minusvalía. [...] Todo el mundo debe tener un propósito. Después de ser parapléjico, estas mejoras se han convertido en la meta de mi vida».

Franco es otra persona de este grupo. Sus piernas quedaron paralíticas hace cinco años y además desarrolló graves problemas urológicos que requirieron de varias operaciones quirúrgicas. Antes de su accidente era electricista y solía disfrutar de su trabajo, pero su experiencia de flujo más intensa era bailar acrobáticamente el sábado por la noche; por lo tanto la parálisis de sus piernas fue un golpe especialmente amargo. Franco ahora trabaja como consejero de otros parapléjicos. En este caso, también, un percance casi inconcebible le ha conducido al enriquecimiento, en vez de la disminución, de la complejidad de su experiencia. Franco ve ahora que su desafío principal es poder ayudar a otras víctimas para evitar que se desesperen y asistirles en su rehabilitación física. Afirma que la meta más importante en su vida es «sentir que puedo ser de ayuda a los demás, ayudar a las víctimas recientes a que acepten su situación». Franco es el novio de una parapléjica que se había resignado a una vida de pasividad después de su accidente. En su primera cita juntos, él conducía su automóvil (adaptado para minusválidos) mientras daban una vuelta por las colinas cercanas. Por desgracia, el automóvil se averió, y los dos quedaron inmovilizados en un paraje desierto del camino. Su prometida estaba aterrada; Franco incluso admite haber perdido los nervios. Pero al fin lograron conseguir ayuda y, como suele suceder después de las pequeñas victorias de este tipo, después ambos se sintieron mucho más seguros de sí mismos.

Otro grupo del muestreo estudiado en Milán era un grupo formado por varias docenas de individuos que eran ciegos de nacimiento o que habían perdido la vista después en algún momento de sus vidas. En estas entrevistas también era notable el número de personas que describían la pérdida de la vista como un suceso positivo que había enriquecido sus vidas. Pilar, por ejemplo, es una mujer de 33 años que a los 12 sufrió desprendimiento de retina en ambos ojos y que ha sido incapaz de ver desde entonces. La ceguera la liberó de una situación familiar dolorosamente violenta y pobre, y consiguió que su vida tuviera una finalidad determinada y fuese más agradable de lo que probablemente habría sido si ella hubiese permanecido en casa con su vista intacta. Al igual que muchas otras personas ciegas, trabaja como operadora manual de teléfono. Entre sus experiencias de flujo actuales ella menciona el trabajo, escuchar música, limpiar los automóviles de sus amigos y «cualquier cosa que esté haciendo». En el trabajo, con lo que ella disfruta más es sabiendo que las llamadas que ella tiene que pasar entran suavemente y que el tránsito de conversaciones encaja como los instrumentos de una orquesta. A veces ella siente «como si fuera Dios, o algo así. Hace que me sienta realizada». Entre las influencias positivas de su vida Pilar menciona haber perdido la vista, porque «me hizo madurar de manera que yo nunca podría haber conseguido, ni siquiera yendo a la universidad [...J, por ejemplo, los problemas no me afectan con la aflicción que solían, de la manera que afectan a muchos de mis compañeros».

Paolo, que ahora tiene 30 años, perdió sus ojos hace seis. Él no enumera la ceguera entre las influencias positivas de su vida, pero menciona cuatro resultados positivos de este suceso trágico: «El primero es que, aunque me dé cuenta y acepte mis limitaciones, voy a seguir intentando superarlas. Segundo, he decidido tratar de cambiar las situaciones que no me gustan. Tercero, soy muy cuidadoso para no repetir ninguna de las equivocaciones que hago. Y finalmente, ahora no tengo ilusiones, pero trato de ser tolerante conmigo mismo y así también puedo ser tolerante con los demás». Es sorprendente cómo para Paolo y para la mayoría de la gente con desventajas físicas, el control de la conciencia ha surgido con sencillez como la meta principal. Pero esto 110 significa que los desafíos sean puramente intrapsíquicos. Paolo pertenece a la confederación nacional de ajedrez, participa en las competiciones atléticas para ciegos y se gana la vida enseñando música. Cita entre sus experiencias de flujo tocar la guitarra, jugar al ajedrez, los deportes y escuchar música. Recientemente terminó en séptimo lugar en un encuentro de natación para minusválidos celebrado en Suecia y ganó un campeonato de ajedrez en España. Su esposa es también ciega y entrena a mujeres ciegas de un equipo atlético femenino. Él actualmente desea escribir un texto en Braille sobre cómo aprender a tocar la guitarra clásica. Aunque ninguno de estos asombrosos logros importaría mucho si Paolo no sintiese el control de su vida interior.

Y también está Antonio, que enseña en la escuela superior y está casado con una mujer que también es ciega; su desafío actual es adoptar a un niño ciego, la primera vez que tal adopción se considera posible en todo el país... Anita, que describe experiencias de flujo muy intensas mientras esculpe la arcilla, hace el amor y lee en braille... Diño, de ochenta y cinco años de edad y ciego de nacimiento, casado y con dos niños, que describe su trabajo, consistente en restaurar sillas viejas, como una experiencia intrincada donde el flujo siempre está al alcance: «Cuando reparo una silla rota, uso caña natural, no las fibras sintéticas que se usan en las fábricas. [...] Me siento tan bien cuando la "tensión" es la adecuada, especialmente cuando sucede al primer intento. [...] Cuando termino, el asiento durará veinte años más»... y tantos otros como ellos.

Otro grupo que el profesor Massimini y su equipo han estudiado son los vagabundos sin hogar, "la gente de la calle", que es tan frecuente en las grandes ciudades europeas como en Manhattan. Solemos entristecernos al verlos y, no hace muchos años, quienes pareciesen incapaces de adaptarse a la vida "normal", habrían sido diagnosticados como psicópatas o algo peor. De hecho, muchos de ellos han resultado ser individuos desafortunados, cuya fortaleza ha sido vencida por catástrofes de diversos tipos. No obstante, nuevamente asombra saber cuántos de ellos han sido capaces de transformar sus míseras condiciones en una existencia que tiene las características de una experiencia satisfactoria de flujo. De los muchos ejemplos, citaremos extensamente una entrevista que puede representar el sentir de muchos otros vagabundos.

Reyad es un egipcio de 33 años de edad que actualmente duerme en los parques de Milán, come en cocinas de caridad y de vez en cuando lava los platos en restaurantes cuando necesita dinero. Durante la entrevista leyeron una descripción de la experiencia de flujo y le preguntaron si alguna vez le había sucedido esto. Contestó:

Sí. Describe mi vida entera desde 1967 hasta hoy. Después de la guerra de 1967 decidí salir de Egipto en auto-stop y venir a Europa. Siempre he vivido con mi mente concentrada dentro de mí. No ha sido simplemente un viaje, ha sido una búsqueda de mi propia identidad. Cada hombre tiene algo que descubrir dentro de sí mismo. La gente en mi pueblo estaba segura de que yo estaba loco cuando decidí empezar a caminar hacia Europa. Pero la mejor cosa en la vida es conocerse a sí mismo. [...] Mi idea desde 1967 ha permanecido igual: encontrarme a mí mismo. Tuve que luchar contra muchas cosas. Pasé por el Líbano y su guerra, por Siria, Jordania, Turquía y Yugoslavia, antes de llegar hasta aquí. Tuve que enfrentarme a todo tipo de desastres naturales; dormí en zanjas cerca del camino en medio de la tormenta, estuve implicado en accidentes, he visto amigos muertos cerca de mí, pero mi concentración nunca flaqueó. [...] Ha sido una aventura que ha durado veinte años, pero seguirá durante el resto de mi vida. [...]

Mediante estas experiencias he visto que el mundo no tiene valor. La única cosa que cuenta para mí ahora, la primera y la última, es Dios. Yo estoy muy concentrado cuando rezo con mis cuentas de oración. Entonces soy capaz de poner en calma mis sentimientos, tranquilizarme y evitar enloquecer. Yo creo que el destino manda en mi vida, y no tiene sentido luchar demasiado. [...] Durante mi viaje he visto el hambre, la guerra, la muerte y la pobreza. Ahora mediante el rezo he empezado a escucharme. He vuelto hacia mi centro. He logrado concentración y he entendido que el mundo no tiene ningún valor. El hombre nació para ser probado sobre esta tierra. Los automóviles, la televisión, las ropas son secundarias. El asunto principal es que nosotros nacimos para loar al Señor. Todos tenemos nuestro propio destino y deberíamos ser como el león en el proverbio. El león, cuando corre tras un rebaño de gacelas, puede atraparlas únicamente de una en una. Yo trato de ser como él y no como los occidentales, que enloquecen trabajando aunque no puedan comer más de su pan de cada día. [...] Si vivo veinte años más, trataré de vivir disfrutando de cada momento, en vez de matarme para conseguir más. [...] Si estoy aquí es para vivir como un hombre libre que no depende de nadie. Puedo permitirme avanzar lentamente; si no gano nada hoy, no importa. Significa que esto sucede porque es mi destino. El próximo día puedo ganar 100 millones o tener una enfermedad terminal. Como dijo Jesucristo: ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Yo trato primero de conquistarme; no me preocupa si pierdo el mundo.

Empecé este viaje como un polluelo que sale de su huevo, y desde entonces he caminado en la libertad. Cada hombre debería conocerse a sí mismo y experimentar la vida en todas sus formas. Yo podría haber seguido durmiendo en mi lecho y encontrar trabajo en mi pueblo, porque disponía de un trabajo para mí, pero decidí dormir con los pobres, porque hay que sufrir para llegar a ser un hombre. Uno no consigue ser un hombre casándose o a través del sexo: ser un hombre significa ser responsable, saber cuándo es el tiempo para hablar, saber qué es lo que hay que decir y saber cuándo hay que permanecer en silencio.

Reyad habló mucho más, y todos sus comentarios eran coherentes con el propósito de su búsqueda espiritual. Al igual que los profetas que vagabundearon por los desiertos en busca de la iluminación hace dos mil años, este viajero ha destilado su vida cotidiana en una meta de claridad alucinante: controlar su conciencia a fin de establecer una conexión entre su personalidad y Dios. ¿Qué lo condujo a abandonar las "cosas buenas de la vida" y perseguir tal quimera? ¿Nació con un desequilibrio hormonal? ¿Le traumatizaron sus padres? Estas cuestiones, que suelen analizar los psicólogos, no nos concernirán aquí. No deseamos explicar qué provocó la excentricidad de Reyad, sino reconocer que, por ser quien es, Reyad ha transformado unas condiciones de vida que la mayoría de personas encontrarían insufribles en una existencia significativa agradable. Y esto es más de lo que muchas personas pueden afirmar, aunque vivan entre la comodidad y el lujo.

Manejar el estrés

«Cuando un hombre sabe que va a ser colgado dentro de poco, su mente se concentra maravillosamente», comentó Samuel Johnson, en un dicho cuya verdad se aplica a los casos que les presentaremos a continuación. Una catástrofe importante que frustra una meta central de la vida o que destruye la personalidad, forzará a una persona a usar toda su energía psíquica para erigir una barrera alrededor de las metas restantes, para defenderlas contra otros asaltos del destino; o le ofrecerá una nueva meta, más clara y más urgente: superar los desafíos creados por la derrota. Si se toma el segundo camino, la tragedia no es necesariamente un detrimento de la calidad de vida. Desde luego, como en los casos de Lucio, Paolo e innumerables otros como ellos, lo que objetivamente parece un suceso devastador puede enriquecer las vidas de las víctimas de maneras nuevas e inesperadas. Hasta la pérdida de una de las facultades humanas más básicas, como es la vista, no significa que la conciencia de esta persona se empobrezca necesariamente; muchas veces sucede lo contrario. Pero ¿dónde se halla la diferencia? ¿Cómo un mismo golpe destruye a una persona, mientras que otra lo transforma en un orden interior?

Los psicólogos suelen estudiar las respuestas a tales preguntas bajo el título de manejar el estrés. Es obvio que ciertos sucesos ocasionan más tensión psicológica que otros: por ejemplo, la muerte de un cónyuge es varios grados de magnitud más estresante que no poder pagar un plazo de la hipoteca de la casa, que a su vez ocasiona más tensión que recibir una multa de tráfico. Pero también está claro que el mismo suceso puede hacer que una persona se sienta totalmente abatida, mientras que otra se morderá los labios y hará lo que pueda. Esta diferencia en cómo una persona responde a los sucesos estresantes se ha llamado "capacidad de actuar" o "forma de actuación".

Al tratar de clasificar qué explica la capacidad de una persona para manejar el estrés, conviene distinguir tres tipos de recursos diferentes. El primero es el apoyo externo disponible y, especialmente, la red de apoyos sociales. Una enfermedad importante, por ejemplo, se mitigará hasta cierto punto si uno tiene un buen seguro y una familia que le quiere. El segundo baluarte contra el estrés son los recursos psicológicos de la persona, tales como la inteligencia, la educación y las características de la personalidad pertinentes. Mudarse a una nueva ciudad y tener que establecer nuevas amistades será más estresante para el introvertido que para el extravertido. Y finalmente, un tercer tipo de recursos se refiere a las estrategias que una persona usa para enfrentarse al estrés.

De estos tres factores, el tercero es el más pertinente a nuestros propósitos. Los apoyos ex ternos por sí mismos no son efectivos para mitigar el estrés. Solo ayudan a aquellos que pueden ayudarse a sí mismos. Y, en su mayor parte, los recursos psicológicos están fuera de nuestro control. Es difícil llegar a ser mucho más inteligente, o mucho más extravertido de lo que uno era al nacer. Pero cómo manejemos la situación es a la vez el factor más importante en determinar qué efecto tendrá el estrés y el recurso más flexible, el que más está bajo nuestro control personal.

Hay dos maneras principales de responder al estrés. Una es la respuesta positiva, llamada la "defensa madura" por George Vaillant, un psiquiatra que ha estudiado durante un período de casi treinta años las vidas de varios licenciados de Harvard que han tenido éxito o que, relativamente, han fracasado. Otros lo llaman "manejo transformacional". La respuesta negativa sería una "defensa neurótica" o "manejo regresivo", según estos modelos.

Para ilustrar la diferencia entre ellos, tomaremos el ejemplo de Jim, un analista financiero ficticio que acaba de ser despedido de un cómodo trabajo a la edad de 40 años. Perder el trabajo se considera que está en un punto medio de gravedad en las tensiones de la vida. Su impacto varía, por supuesto, con la edad de la persona y sus habilidades, la cantidad de sus ahorros y las condiciones del mercado de trabajo. Al enfrentarse con este suceso desagradable, Jim puede tomar uno de dos cursos de acción opuestos. Puede retraerse, dormir hasta tarde, negar lo que ha sucedido y evitar pensar sobre ello. También puede descargar su frustración dirigiéndola contra su familia y sus amigos, o disfrazarla empezando a beber más de lo normal. Todos estos son ejemplos de manejos regresivos o defensas inmaduras.

O Jim puede mantenerse frío, suprimiendo temporalmente sus sentimientos de enfado y temor, analizando el problema lógicamente y revaluando sus prioridades. Después él podría re— definir cuál es el problema para poder resolverlo más fácilmente (por ejemplo, decidiendo mudarse al lugar donde sus habilidades tengan más demanda, o reciclándose y adquiriendo las habilidades necesarias para un nuevo trabajo). Si toma estas opciones, estaría usando defensas maduras, o manejando el asunto transformacionalmente.

Poca gente adopta exclusivamente una u otra estrategia. Lo más probable sería que Jim se emborrachase la primera noche, tuviese una pelea con su esposa, quien durante años le había estado diciendo que su trabajo era malo, y entonces, a la mañana siguiente o una semana después, empezase a calmarse y a pensar qué hacer a continuación. Pero la gente difiere en sus capacidades para usar una u otra estrategia. El parapléjico que llegó a ser arquero, o el ciego que se convirtió en maestro del ajedrez, tuvieron unos percances tan intensos que se hallan fuera de la escala de los sucesos estresantes de la vida, y son ejemplos de individuos que han dominado el manejo transformacional. Otros, sin embargo, cuando se enfrentan a niveles de estrés mucho menos intensos pueden abandonar y responder disminuyendo para siempre la complejidad de sus vidas.

La capacidad para enfrentarse a los percances y convertirlos en algo bueno es un regalo muy poco frecuente. A aquellos que lo poseen se les llama "supervivientes", y se dice que tienen "capacidad de recuperación" o "coraje". Sea como sea que los llamemos, generalmente se entiende que son personas excepcionales que han vencido grandes privaciones y han superado obstáculos que intimidarían a la mayoría de hombres y mujeres. De hecho, cuando se pide a la gente que nombren a los individuos a quienes admiran más y que expliquen por qué son admirados estos hombres y mujeres, las cualidades que la mayoría suele mencionar como la razón para su admiración son el coraje y la capacidad para superar las privaciones. Como Francis Bacon comentó, citando un discurso del filósofo estoico Séneca: «las cosas buenas que provienen de la prosperidad deben ser deseadas, pero las cosas buenas que provienen de la adversidad deben ser admiradas».

En uno de nuestro estudios la lista de personas admiradas incluía una vieja dama que, a pesar de su parálisis, estaba siempre alegre y dispuesta a escuchar los problemas de otras personas; un monitor adolescente que, cuando faltaba un nadador y todos los demás estaban aterrados, mantuvo la cabeza fría y organizó el rescate con éxito; una ejecutiva que, a pesar del ridículo y de las presiones sexistas, se mantenía en un difícil entorno laboral; e Ignaz Semmelweiss, el médico húngaro que a finales del siglo pasado insistió diciendo que las vidas de muchas madres podrían salvarse si los tocólogos se lavasen las manos antes de asistirlas durante el parto, aunque el resto de los médicos le ignoró y se mofaron de él. Estos y otros muchos centenares de personas mencionadas eran respetadas por las mismas razones: se mantuvieron firmes en lo que creían y no dejaron que los obstáculos les intimidaran. Ellos tuvieron coraje, o lo que en épocas anteriores se conocía simplemente como "virtud", un término derivado de la palabra latina vir, es decir, hombre.

Tiene sentido, por supuesto, que las personas buscaran esta cualidad más que cualquier otra. De todas las virtudes que podemos aprender no hay otra característica más útil, más necesaria para la supervivencia y con más probabilidades de mejorar la calidad de vida que la capacidad de transformar la adversidad en un desafío que pueda proporcionarnos disfrute. Admirar esta cualidad significa que prestamos atención a aquellos que la personifican, y así tenemos una oportunidad para emularles si fuese necesario. Por lo tanto admirar el coraje es en sí una característica adaptativa positiva; quienes lo hacen pueden estar mejor preparados para superar los golpes del destino.

Pero simplemente denominar a la capacidad de manejar el caos "manejo transformacional", y a la gente "valiente", queda corto para explicar este notable don. Al igual que el personaje de Moliere que dijo que el sueño era ocasionado por "un poder adormecedor", nosotros fracasaríamos en clarificar esta materia si dijéramos que el manejo efectivo está ocasionado por la virtud del coraje. Lo que necesitamos no son solamente nombres y descripciones, sino comprender cómo se realiza este proceso. Por desgracia nuestra ignorancia en esta materia todavía es muy grande.

El poder de las estructuras disipativas

Sin embargo, un hecho parece claro: la capacidad para crear orden en el caos no es exclusiva de los procesos psicológicos. De hecho, según ciertos puntos de vista de la evolución, las formas complejas de vida dependen para su existencia de su capacidad para extraer energía de la entropía, es decir, para reciclar los desperdicios y convertirlos en orden estructurado. El ganador del premio Nobel de Química Ilya Prigogine llama "estructuras disipativas" a los sistemas físicos que atan la energía que de otra manera se dispersaría y se perdería en el movimiento aleatorio. Por ejemplo, todo el reino vegetal que cubre nuestro planeta es una enorme estructura disipativa porque se alimenta de la luz, que normalmente es un inútil subproducto de la combustión del sol. Las plantas han encontrado una manera de transformar este derroche de energía en la estructura que compone sus hojas, flores, fruta, corteza y madera. Y sin las plantas no existirían los animales; finalmente toda la vida sobre la tierra es posible gracias a las estructuras disipativas que capturan el caos y lo transforman en un orden más complejo.

Los seres humanos también han conseguido utilizar la energía sobrante para sus metas. La primera invención tecnológica importante, el fuego, es un buen ejemplo. Al principio, los incendios comenzaron al azar: los volcanes, los relámpagos y la combustión espontánea encendieron combustible aquí y allí, y la energía de la madera, al descomponerse, se dispersó sin propósito. Cuando el hombre aprendió a controlar el fuego, usó su energía disipativa para calentar sus cuevas, cocinar sus alimentos y, finalmente, para forjar objetos de metal. Los motores que funcionan gracias al vapor, a la electricidad, a la gasolina y a la fusión nuclear también se basan en el mismo principio: aprovechar la energía que de otra manera se perdería o se opondría a nuestras metas. A menos que los hombres hubiesen aprendido diversos trucos para transformar las fuerzas del desorden en alguna cosa que pudieran usar, nosotros no habríamos sobrevivido con tanto éxito.

La psique, como hemos visto, opera según principios similares. La integridad de la personalidad depende de la capacidad para tomar los sucesos destructivos o neutros y convertirlos en positivos. Ser despedido puede ser una bendición si uno lo convierte en la oportunidad para encontrar otra cosa que hacer que esté más en sintonía con los propios deseos. En la vida de todas las personas, las posibilidades de que solo le ocurran cosas buenas son sumamente escasas. La posibilidad de que nuestros deseos se cumplan siempre es insignificante. Tarde o temprano todos tendremos que enfrentarnos a sucesos que contradigan nuestras metas: las desilusiones, las enfermedades, los reveses financieros y finalmente la inevitabilidad de la muerte. Cada suceso de este tipo es una retroalimentación negativa que produce desorden en la mente. Cada uno amenaza a la personalidad y menoscaba su funcionamiento. Si el trauma es lo bastante grave, la persona puede perder la capacidad de concentrarse en las metas necesarias. Si sucede esto, la personalidad ha perdido el control. Si el deterioro es muy grave, la conciencia llega a comportarse aleatoriamente y la persona "pierde la cabeza", o sea, los diversos síntomas de la enfermedad mental asumen la dirección. En casos menos graves la personalidad amenazada sobrevive, pero crecen los bloqueos; se encoge bajo el ataque, se retira tras enormes defensas y vegeta en un estado de continua sospecha.

Por esta razón el coraje, la flexibilidad, la perseverancia, las defensas maduras o los manejos transformacionales —las estructuras disipativas de la mente— son tan necesarias. Sin ellas estaríamos constantemente sufriendo el bombardeo aleatorio de los descarriados meteoritos psicológicos. Por otra parte, si desarrollamos tales estrategias positivas, la mayoría de los sucesos negativos pueden por lo menos neutralizarse y, posiblemente, hasta ser usados como desafíos que ayuden a construir una personalidad más fuerte y más compleja.

Las habilidades transformacionales generalmente se desarrollan al final de la adolescencia. Los niños y los adolescentes más jóvenes todavía dependen en gran medida de una red social que les apoye y que les proteja contra las cosas que van mal. Cuando a un adolescente joven le sucede una desgracia —incluso algo tan trivial como unas malas notas, un acné que aparece en la barbilla o un amigo que le ignora en la escuela— a él le parece como si el mundo se acabase y que ya no hay ningún propósito en la vida. La retroalimentación positiva de otra persona normalmente le pone de buen humor en cuestión de minutos; una sonrisa, una llamada telefónica, un buena canción que atraiga su atención le distraen de la preocupación y restauran el orden en su mente. Hemos aprendido de nuestros estudios con el Método de Muestreo de la Experiencia que unos adolescentes saludables se deprimían como promedio solo media hora. (A un adulto, como promedio, le cuesta dos veces más recuperarse del mal humor.)

Sin embargo, dentro de unos años —cuando tengan 17 o 18 años— los adolescentes serán capaces de tener una mejor perspectiva de los sucesos negativos y no resultarán tan afectados por las cosas que desean y no pueden lograr. A esta edad comienza a existir la capacidad para controlar la conciencia. En parte esta capacidad es un producto del mero paso del tiempo: habiéndose desilusionado antes y habiendo sobrevivido a la desilusión, el adolescente sabe que una situación no es tan mala como momentáneamente pueda parecer. En parte sabe que otras personas también tuvieron los mismos problemas y han sido capaces de resolverlos. Saber que esos sufrimientos son compartidos agrega una importante perspectiva al egocentrismo de la juventud.

El momento cumbre en el desarrollo de las habilidades de manejo se alcanza cuando una mujer o un hombre joven ha logrado un sentido bastante fuerte de su personalidad, basado en las metas personalmente elegidas, y cuando ninguna desilusión externa puede socavar quien él o ella es. Para algunas personas la fortaleza proviene de una meta que implica la identificación con la familia, con el país o con una religión o una ideología. Para otros depende del dominio de un sistema armonioso de símbolos, tales como el arte, la música o la física. Srinivasa Ramanujan, el joven genio matemático de la India, tenía tanta energía psíquica invertida en la teoría de los números que la pobreza, la enfermedad, el dolor e incluso la muerte que rápidamente se aproximaba, no tuvieron ocasión de distraer su mente de los cálculos, de hecho, simplemente lo espoleaban hacia una creatividad mayor. Tras su muerte, ha seguido maravillándonos por la belleza de las ecuaciones que descubrió y por la serenidad de su mente, que se reflejaba en el orden de los símbolos que utilizó.

¿Por qué algunas personas son debilitadas por la tensión, mientras otras consiguen fuerza de ella? Básicamente la respuesta es simple: quienes saben cómo transformar una situación desesperanzada en una nueva actividad de flujo que pueden controlar, son capaces de disfrutar de sí mismos y de resurgir más fuertes de la prueba. Hay tres pasos principales que parecen afectar a estas transformaciones:

1. Autoconfianza natural. Richard Logan encontró en su estudio sobre individuos que sobrevivieron a severas pruebas físicas —exploradores polares solos en el Ártico, prisioneros de campos de concentración— que la actitud común compartida por estas personas era la creencia sin reservas en que su destino estaba en sus manos. No dudaron de que sus recursos propios serían suficientes para permitirles determinar su destino. En este sentido los denominó personas con autoconfianza, aunque, a la vez, sus egos parecen estar curiosamente ausentes: no son egoístas; su energía no se destinaba a dominar su entorno sino a encontrar una manera armoniosa de funcionar dentro de él.

Esta actitud se da cuando una persona no se ve en contraposición a su entorno, como un individuo que insiste en que sus metas, sus intenciones están por encima de todo lo demás. En vez de eso se siente parte de lo que le rodea e intenta dar lo mejor de sí dentro del sistema en el que debe moverse. Paradójicamente, este sentimiento de humildad —reconocer que las propias metas pueden tener que subordinarse a una entidad mayor y que para triunfar uno debe jugar con un conjunto de reglas diferente a las que prefiere— es una señal distintiva de las personas fuertes.

Para tomar un ejemplo trivial muy común, suponga que una fría mañana, cuando usted tiene prisa para ir a la oficina, el motor del automóvil no se pone en marcha cuando trata de arrancarlo. En tales circunstancias muchas personas se obsesionan cada vez más con su meta —ir a la oficina—, tanto que no son capaces de elaborar otros planes. Pueden maldecir el automóvil, girar la llave del coche más frenéticamente, golpear el salpicadero con desesperación..., normalmente en vano. La participación de su ego les impide manejar eficazmente la frustración y conseguir realizar su meta. Un enfoque más sensato sería reconocer que al automóvil le da igual que usted tenga prisa. El automóvil sigue sus propias leyes, y la única manera de conseguir que se mueva es tenerlas en cuenta. Si usted no tiene ni idea de qué puede afectar al arranque, más vale que llame a un taxi o que busque una meta alternativa: anule la cita y encuentre algo útil que hacer en el hogar.

Básicamente, para llegar a este nivel de autoconfianza hay que creer en uno mismo, en el propio entorno y en el lugar que uno ocupa en él. Un buen piloto de avión conoce sus habilidades, tiene confianza en la máquina con que vuela y es consciente de las acciones que se requieren en caso de un huracán o en caso de que el hielo cubra las alas. Por lo tanto, está seguro de su capacidad para arreglárselas con cualquier condición atmosférica que pudiese sobrevenir, no porque vaya a forzar al avión a obedecer su voluntad, sino porque él será el instrumento para equilibrar las propiedades del avión a las condiciones del aire. Así él es el nexo imprescindible para la seguridad del avión, pero es únicamente un catalizador, un componente del sistema formado por el aire, el avión y la persona, y obedeciendo las reglas de este sistema es como puede lograr su meta.

2. Enfocar la atención en el mundo. Es difícil darse cuenta de lo que nos rodea si la atención se enfoca sobre todo en el interior, si la mayoría de la energía psíquica está absorbida por los intereses y los deseos del ego. Las personas que saben transformar la tensión en un desafío agradable ocupan muy poco tiempo en pensar sobre sí mismos. No gastan toda su energía tratando de satisfacer lo que creen que son sus necesidades o preocupándose sobre los deseos condicionados socialmente. En cambio, su atención está alerta, procesando constantemente información de su alrededor. El foco todavía está definido por la meta de la persona, pero está lo suficientemente abierto para notar los sucesos externos y adaptarse a ellos, aun cuando no sean directamente pertinentes a lo qué él quiere realizar.

Una postura abierta permite que una persona sea objetiva, sea consciente de las posibilidades alternativas, se sienta parte del mundo que la rodea. Esta relación total con el ambiente está bien expresada por el escalador Yvon Chouinard, cuando describe una de sus subidas al terrible El Capitán en el Yosemite: «Cada cristal individual en el granito sobresalía con relieve muy marcado. Las formas de las nubes no habían cesado de atraer nuestra atención. Por primera vez notamos unos insectos minúsculos sobre las paredes de roca, tan minúsculos que apenas eran perceptibles. Yo estuve mirando uno durante quince minutos, lo miraba moverse y admiraba su color rojo brillante. ¿Cómo puede uno aburrirse con tantas cosas hermosas para ver y sentir? Esta unidad gozosa con nuestro entorno, esta percepción tan penetrante nos dio un sentimiento que no habíamos tenido desde hace años».

Lograr esta unidad con el propio entorno no es solamente un componente importante de las experiencias agradables de flujo, sino que también es un mecanismo básico para conquistar la adversidad. En primer lugar, cuando la atención se enfoca lejos de la personalidad, las frustraciones de los propios deseos tienen menos oportunidades para desorganizar la conciencia. Para experimentar la entropía psíquica hay que concentrarse en el desorden interno; si en vez de esto prestamos atención a lo que sucede a nuestro alrededor, el efecto destructivo de la tensión disminuye. Segundo, la persona cuya atención se hunde en el entorno llega a ser parte de él, participa en el sistema vinculándose a él mediante la energía psíquica. Esto, a su vez, le permite comprender las propiedades del sistema y encontrar una manera mejor de adaptarse a una situación problemática.

Volviendo al ejemplo del automóvil que no arranca: si la atención es absorbida completamente por la meta de llegar a la oficina a tiempo, su mente podría estar llena de imágenes sobre lo que sucederá si usted llega tarde y de pensamientos hostiles acerca de su vehículo que no coopera. Entonces es menos probable que usted se dé cuenta de lo que el automóvil trata de decirle: que el motor está ahogado o que la batería está baja. De un modo parecido, el piloto que gasta demasiada energía en pensar qué quiere hacer con el avión puede no prestar atención a las informaciones que le permitirían volar sin riesgos. Charles Lindbergh describe el sentimiento de total apertura al entorno que experimentó durante su heroica travesía en solitario del Atlántico:

Mi cabina es pequeña y las paredes son delgadas: pero dentro de este capullo me siento seguro a pesar de las especulaciones de mi mente. [...] Soy minuciosamente consciente de los detalles en mi cabina: los instrumentos, las palancas, los ángulos de construcción. Cada pieza tiene un nuevo valor. Estudio las marcas de soldadura sobre la tubería (las ondulaciones congeladas del acero que soporta invisibles toneladas de tensión), una gota de pintura sobre la pantalla del altímetro, [... | la pila de válvulas de combustible; nunca había prestado mucha atención a estas cosas antes y ahora son evidentes e importantes. |... 1 Puedo estar volando en un avión complicado que atraviesa el espacio, pero en esta cabina estoy rodeado por la simplicidad y los pensamientos vuelan libremente.

Un antiguo colega mío, G., solía contar una historia horrible de sus años en la Fuerza Aérea que ilustra lo peligrosa que puede ser la excesiva preocupación respecto a la seguridad, cuando exige tanta atención que nos absorbe del resto de la realidad. Durante la guerra de Corea, la unidad de G. estaba realizando un entrenamiento rutinario de lanzamiento en para— caídas. Un día, cuando el grupo preparaba un lanzamiento, descubrieron que no había suficientes paracaídas normales y que algunos hombres diestros deberían utilizar paracaídas para zurdos, «es igual que los otros —les aseguró el sargento de artillería—, pero el cordón para abrirlo cuelga en el lado izquierdo del arnés. Ustedes podrán abrirlo con cualquier mano, pero es más fácil hacerlo con la izquierda». El equipo subió al avión, se elevaron a ocho mil pies y saltaron sobre el área de blanco uno después del otro. Todo fue bien, a excepción de uno de los hombres: su paracaídas nunca se abrió y murió al caer directamente sobre el desierto. G. era parte del equipo investigador que se envió para determinar por qué no se había abierto el paracaídas. El soldado muerto era uno a quien se le había dado un paracaídas para zurdos. El lado derecho de su uniforme, donde hubiera estado el cordón de un paracaídas normal, estaba completamente rasgado; incluso se había abierto largos tajos en la carne del pecho con su mano derecha ensangrentada. Unos centímetros a la izquierda estaba el cordón de verdad; al parecer ni lo había tocado. No había habido ningún problema con el paracaídas. El problema había sido que mientras caía durante una pavorosa eternidad el hombre se obsesionó con la idea de que para abrir el paracaídas tenía que encontrar el cordón en el lugar acostumbrado. Su miedo fue tan intenso que le cegó, a pesar de que la salvación estaba, literalmente, al alcance de sus dedos.

En una situación amenazadora es natural movilizar la energía psíquica, dirigirla al interior y usarla como una defensa contra la amenaza. Pero esta reacción innata provoca frecuentemente interferencias con la capacidad para manejar el asunto. Agrava la turbación interior, reduce la flexibilidad de respuesta y, quizás lo peor de todo, aísla a la persona del resto del mundo, dejándola sola con sus frustraciones. Por otra parte, si uno sigue en contacto con lo que está sucediendo, probablemente surjan nuevas posibilidades que a la vez podrán sugerir nuevas respuestas, y es menos probable que uno se desconecte totalmente del curso de la vida.

3. El descubrimiento de nuevas soluciones. Hay básicamente dos maneras de manejar una situación que crea entropía psíquica. Una es enfocar la atención sobre los obstáculos que impiden que logremos nuestras metas y entonces apartarlos de en-medio, y así restauramos la armonía en la conciencia. Este es el enfoque directo. La otra manera es enfocar la situación por entero, incluyéndose uno mismo, para descubrir si hay otras metas alternativas que puedan ser más apropiadas y, por tanto, otras posibles soluciones.

Supongamos, por ejemplo, que Phil, a quien están a punto de ascender a vicepresidente dentro de su empresa, ve que el cargo puede recaer en un colega que se lleva mejor con el presidente. En este punto él tiene dos opciones básicas: encontrar el modo de cambiar el pensamiento del director sobre quién es la persona más adecuada para el trabajo (el primer enfoque), o considerar otras metas, como cambiarse a otra división de la compañía, cambiar enteramente de profesión o reducir sus objetivos profesionales e invertir sus energías en la familia, la comunidad o en su propio autodesarrollo (el segundo enfoque). Ninguna solución es "mejor" en un sentido absoluto; lo que importa es si tiene sentido desde el punto de vista de las metas totales de Phil, y si le permitirá aumentar al máximo el disfrute en su vida.

Cualquiera que sea la solución que adopte, si Phil se toma a sí mismo, a sus necesidades y a sus deseos demasiado seriamente, estará en peligro tan pronto como las cosas no sucedan como él desea. No tendrá la suficiente atención libre a su alcance para buscar otras opciones realistas y, en vez de encontrar agradables los nuevos desafíos, se sentirá rodeado de tensiones y amenazas.

Casi todas las situaciones que encontramos en la vida nos presentan posibilidades para el crecimiento. Como hemos visto, incluso desastres terribles como la ceguera y la paraplejia pueden convertirse en condiciones para el disfrute y una mayor complejidad. Hasta la cercanía de la muerte puede servir para crear armonía en la conciencia, en lugar de desesperación.

Pero estas transformaciones requieren que la persona esté dispuesta a percibir oportunidades inesperadas. La mayoría de nosotros estamos tan rígidamente conducidos por la programación genética y por el condicionamiento social que ignoramos las opciones para elegir cualquier otro curso de acción. Vivir exclusivamente gracias a las instrucciones genéticas y sociales funciona mientras todo va bien, pero en el momento en que las metas biológicas o sociales se frustran —lo que a largo plazo es inevitable— una persona debe formular nuevas metas y crear una nueva actividad de flujo para sí misma, o derrochará sus energías en el caos interior.

Pero ¿cómo hacer para descubrir estas estrategias alternativas? La respuesta es básicamente sencilla: si uno opera con confianza natural en sí mismo y se mantiene abierto al entorno e implicado en él, es probable que surja la solución. El proceso de descubrir nuevas metas en la vida es parecido, en muchos aspectos, a cómo un artista crea una obra de arte única. Mientras que un artista convencional pinta el lienzo sabiendo lo que quiere pintar y mantiene la intención original hasta que el trabajo esté terminado, un artista original con igual entrenamiento técnico comienza teniendo en mente una meta indefinida, pero hondamente sentida, modifica el cuadro según los colores y las formas que emergen sobre el lienzo y acaba con un trabajo terminado que probablemente no se parecerá en nada a como empezó. Si el artista responde a sus sentimientos interiores, sabe lo que le gusta y lo que no le gusta, y presta atención a lo que sucede sobre el lienzo, seguramente hará un buen cuadro. Por otra parte, si mantiene su idea preconcebida de cómo debería ser la pintura, sin responder a las posibilidades sugeridas por las formas que se desarrollan ante él, la pintura probablemente sea mediocre.

Todos nosotros empezamos con nociones preconcebidas de lo que queremos de la vida. Estas nociones reflejan las necesidades básicas programadas por nuestros genes que aseguran la supervivencia: la necesidad de alimento, comodidad, sexo, dominio sobre otros seres. También incluyen los deseos que nuestra cultura específica nos ha inculcado: ser delgado, rico, educado y bien parecido. Si abrazamos estas metas y tenemos suerte, podremos copiar la imagen ideal física y social de nuestro tiempo y lugar histórico. ¿Pero es este el mejor uso de nuestra energía psíquica? ¿Y si no podemos alcanzar estos fines? Nunca seremos conscientes de las otras posibilidades a menos que, como el pintor que mira con cuidado lo que sucede sobre el lienzo, prestemos atención a lo que sucede a nuestro alrededor y evaluemos los sucesos según su impacto directo sobre cómo nos sentimos, en lugar de evaluarlos exclusivamente desde el punto de vista de las ideas preconcebidas. Si hacemos esto, podremos descubrir que, contrariamente a lo que se nos dijo, es más satisfactorio ayudar a otra persona que vencerla, o que es más agradable hablar con un niño de dos años que jugar al golf con el presidente de nuestra empresa.

La personalidad autotélica: resumen

En este capítulo hemos visto demostrado repetidamente que las fuerzas exteriores no determinan si la adversidad será capaz de convertirse en disfrute. Una persona que tiene salud, que es rica, fuerte y vigorosa no tiene más probabilidades de tener el control de su conciencia que una persona enfermiza, pobre, débil y abatida. La diferencia entre alguien que disfruta de la vida y alguien que está abrumado por ella, es producto de la combinación entre los factores externos y la manera en que la persona los interpreta, es decir, si ve los desafíos como amenazas o como oportunidades para la acción.

La "personalidad autotélica" fácilmente traduce las amenazas potenciales en desafíos agradables, de este modo mantiene su armonía interior. Una persona que nunca está aburrida, que raramente está ansiosa, que se siente implicada en lo que sucede y que está en flujo la mayoría del tiempo puede decirse que tiene una personalidad autotélica. El término literalmente significa "una personalidad que tiene metas autónomas", y refleja la idea de que este individuo tiene relativamente pocas metas que no se originen desde dentro de su personalidad. Para la mayoría de la personas, las metas vienen determinadas directamente por las necesidades biológicas y las convenciones sociales, por lo tanto, su origen está fuera de la personalidad. Para una persona autotélica, las metas primarias surgen de la experiencia evaluada en la conciencia y, por consiguiente, la propia personalidad.

La personalidad autotélica transforma experiencias potencialmente entrópicas en flujo. Por lo tanto, las reglas para desarrollar esta personalidad son simples y derivan directamente del modelo de flujo. Brevemente, pueden resumirse como sigue:

1. Definir las metas. Para ser capaces de experimentar el flujo hay que tener claras las metas a lograr. Una persona con una personalidad autotélica aprende a elegir —desde los compromisos para toda la vida, tales como casarse o elegir una profesión, a decisiones triviales como qué hacer el fin de semana o cómo ocupar el tiempo esperando en el dentista— sin muchos nervios y con el mínimo de pánico.

La selección de una meta está relacionada con el reconocimiento de los desafíos. Si decido aprender a jugar a tenis, tendré que aprender cómo hacer el saque, a usar mi muñeca al hacer un revés, a desarrollar mi resistencia y mis reflejos. O la sucesión causal puede invertirse: porque disfruto golpeando la pelota sobre la red, puedo desarrollar la meta de aprender a jugar a tenis. De todos modos, las metas y los desafíos se implican mutuamente.

Tan pronto como las metas y los desafíos definen un sistema de acción, a la vez sugieren las habilidades necesarias para actuar dentro de este sistema. Si decido abandonar mi trabajo y llegar a ser un operador turístico, debería aprender gestión hotelera, financiación, emplazamientos comerciales, etc. La sucesión puede comenzar también en orden inverso: percibo en mí unas habilidades que podrían ser útiles en el desarrollo de una meta particular que se construye sobre esos puntos fuertes, es decir, puedo decidir ser un operador turístico porque veo que tengo los requisitos adecuados para ello.

Y para desarrollar las habilidades, uno necesita prestar atención a los resultados de las propias acciones, controlar la retro— alimentación. Para llegar a ser un buen operador turístico tengo que interpretar correctamente lo que opinan los banqueros que pueden prestarme el dinero sobre mi propuesta de negocio. Necesito saber qué aspectos de la operación son atractivos a los clientes y qué aspectos les desagradan. Sin la atención constante a la retroalimentación pronto seré ajeno al sistema de acción, cesaré de desarrollar mis habilidades y llegaré a ser menos efectivo.

Una de las diferencias básicas entre una persona con una personalidad autotélica y otra sin ella, es que la primera sabe que es ella quien tiene que elegir cualquier meta que persiga. Lo que hace no es producto del azar, ni es el resultado de determinadas fuerzas externas. Este hecho provoca dos resultados aparentemente opuestos. Por un lado, al tener un sentimiento de propiedad sobre sus decisiones, la persona se dedica a ellas con mayor fuerza. Sus acciones son fiables y controladas internamente. Por otro lado, sabiendo que son sus propias metas, puede modificarlas más fácilmente cuando las razones para conservarlas no tengan sentido. En este aspecto, el comportamiento de una persona autotélica es a la vez más coherente y más flexible.

2. Sentirse inmerso en la actividad. Después de elegir un sistema de acción, una persona con una personalidad autotélica se involucra profundamente en cualquier cosa que haga. Si vuela en un avión alrededor del mundo o lava los platos después de la cena, emplea su atención en la tarea que realiza.

Para hacerlo bien hay que aprender a equilibrar las oportunidades para la acción con las habilidades que uno posee. Algunas personas tienen unas expectativas poco realistas, como tratar de salvar el mundo o llegar a ser millonario antes de los veinte años. Cuando su esperanzas se desvanecen, la mayoría se desanima y sus personalidades se marchitan por la pérdida de energía psíquica gastada en intentos estériles. En el otro extremo, muchas personas languidecen porque no confían en su propio potencial. Escogen la seguridad de unas metas triviales y mantienen el crecimiento de la complejidad al nivel más bajo disponible. Para lograr la implicación en el sistema de acción hay que encontrar una posición intermedia entre las demandas del entorno y la propia capacidad para actuar.

Por ejemplo, suponga que una persona camina por una sala llena de personas y decide "unirse a la fiesta", o lo que es lo mismo, conseguir relacionarse con tantas personas como sea posible mientras pasa un buen rato. Si la persona carece una personalidad autotélica, podría ser incapaz de comenzar una interacción por sí misma, y retirarse a un rincón deseando que alguien la vea. O puede tratar de ser bullicioso y excesivamente charlatán, volviendo contra él a las personas con su simpatía impropia y superficial. Ninguna de estas estrategias tendría éxito, ni probablemente le haría pasar un buen rato. Una persona con una personalidad autotélica, al entrar en la sala, cambiaría el foco de su atención la dirigiría a la fiesta, el "sistema de acción" al que desea unirse. Observaría a los invitados, trataría de adivinar cuál de ellos puede tener intereses parecidos y un temperamento compatible, y empezaría a hablarle a esa persona sobre temas que crea que serán mutuamente agradables. Si la retroalimentación es negativa —si la conversación resulta ser aburrida, o no interesa a su interlocutor— buscará un tema diferente o un interlocutor diferente. Solo cuando las acciones de una persona se equiparan adecuadamente con las oportunidades del sistema de acción llega a implicarse verdaderamente.

La implicación es facilitada sobre todo por la capacidad para concentrarse. Las personas que sufren de desórdenes de la atención, que no pueden evitar que sus mentes divaguen, siempre se sienten fuera del flujo de la vida. Están a merced de cualquier estímulo que pase como un relámpago. Distraerse en contra de la propia voluntad es la señal más segura de que uno no tiene el control. Aunque es asombroso el poco esfuerzo que la mayoría de las personas hace para mejorar el control de su atención. Si leer un libro parece demasiado difícil, en vez de aguzar la concentración tendemos a dejarlo a un lado y encendemos la televisión, que no solamente requiere de una atención mínima, sino que de hecho tiende a disminuir la poca que nos quedaba con los cambios de canal, las interrupciones comerciales y el contenido generalmente vacío.

3. Prestando atención a lo que está sucediendo. La concentración conduce a la involucración, que solo puede mantenerse con aportes constantes de atención. Los atletas son conscientes de que en una carrera incluso un despiste momentáneo puede acarrearles la derrota. Un campeón de los pesos pesados puede quedar noqueado si no ve venir el golpe de su adversario. El jugador de baloncesto fallará el tiro si permite que le distraiga por el rugido de los espectadores. Los mismos errores amenazan a quien participa en un sistema complejo: para permanecer en él debe seguir invirtiendo energía psíquica. El padre que no escucha atentamente a su hijo malogra la interacción, el abogado que se distrae puede perder el caso y el cirujano cuya mente divaga puede perder al paciente. Tener una personalidad autotélica implica la capacidad para mantener la involucración. La conciencia de uno mismo es la fuente más común de distracción, pero no es un problema para esta persona. En vez de preocuparse sobre cómo lo está haciendo, cómo le ven desde el exterior, está totalmente comprometida con sus metas. En algunos casos la profundidad de la involucración es lo que empuja a la conciencia de sí mismo fuera de la conciencia, mientras que a veces es de otro modo: es la misma carencia de conciencia propia lo que hace posible la involucración profunda. Los elementos de la personalidad autotélica están relacionados unos con otros por nexos de causalidad mutua. No importa dónde uno empiece si uno escoge primero las metas, si desarrolla las habilidades, si cultiva la capacidad para concentrarse o si consigue liberarse de la conciencia de sí mismo. Puede comenzarse donde se quiera, porque una vez que la experiencia de flujo está en movimiento, los otros elementos serán mucho más fáciles de conseguir.

Una persona que presta atención a la interacción en vez de preocuparse sobre la personalidad obtiene un resultado paradójico. Ya no se siente un individuo separado, aunque su personalidad llega a ser más fuerte. El individuo autotélico crece más allá de los límites de la individualidad por la inversión de la energía psíquica en un sistema donde él mismo está incluido. Por ello, por la unión entre la persona y el sistema, la personalidad surge a un nivel más alto de complejidad. Por esta razón es mejor haber amado y haber perdido que no haber amado nunca.

La personalidad de una persona que todo lo ve desde una perspectiva egocéntrica puede ser más segura, pero ciertamente es un pariente pobre de la persona que está dispuesta a comprometerse, a implicarse, y que está dispuesta a prestar atención a lo que sucede para el bien de la interacción, en vez de buscar solo sus propios intereses.

Durante la ceremonia que celebraba la inauguración de una enorme escultura de Picasso en la plaza frente al Ayuntamiento de Chicago, sucedió que yo estaba cerca de un abogado conocido mío. Mientras oía el discurso inaugural, noté una mirada de intensa concentración sobre su cara y que sus labios se movían. Le pregunté en qué pensaba, y me contestó que trataba de estimar la cantidad de dinero que la ciudad iba a tener que pagar en pleitos ocasionados por las caídas de los niños que escalasen la escultura.

¿Este abogado era afortunado porque podía transformar todo lo que veía en un problema profesional que sus habilidades podían dominar, y así vivir en constante flujo? ¿O se privaba de una oportunidad de crecer al prestar atención únicamente a lo que le era familiar e ignoraba las dimensiones estéticas, cívicas y sociales del acontecimiento? Quizás ambas interpretaciones sean ciertas. A largo plazo, sin embargo, mirar al mundo exclusivamente desde la pequeña ventana de la propia personalidad es algo siempre limitador. Incluso los más respetados físicos, artistas o políticos llegan a ser unos aburridos y dejan de disfrutar de la vida si todo lo que puede interesarles es su limitado papel en el universo.

4. Aprender a disfrutar de la experiencia inmediata. El resultado de tener una personalidad autotélica —o aprender a ponerse metas, a desarrollar habilidades, a ser sensibles a la retroalimentación, a saber cómo concentrarse y conseguir implicarse— es que uno puede disfrutar de la vida incluso cuando las circunstancias objetivas son brutales y desagradables. Tener el control de la mente significa que. literalmente, cualquier cosa que suceda puede ser una fuente de regocijo. Sentir la brisa un día de calor, ver una nube reflejada sobre la fachada de cristal de un rascacielos, hacer un buen negocio, ver a un niño jugando con un cachorro, beber un vaso de agua; todo esto pueden ser experiencias profundamente satisfactorias que enriquezcan la propia vida.

Sin embargo, lograr este control requiere determinación y disciplina. La experiencia óptima no es el resultado de un enfoque hedonista de la vida. Una actitud relajada, de laissez— faire, no es una defensa suficiente contra el caos. Como hemos visto desde el propio inicio de este libro, para ser capaz de transformar los sucesos aleatorios en flujo hay que desarrollar habilidades que mejoren nuestras capacidades, que hagan que uno llegue a ser más de lo que es. El flujo conduce a los individuos a la creatividad y a logros poco corrientes. La necesidad de desarrollar habilidades cada vez más refinadas para sostener el disfrute es lo que subyace detrás de la evolución de la cultura. Motiva tanto a los individuos como a las culturas a transformarse en entidades más complejas. Las gratificaciones que ofrece crear orden en la experiencia nos proporcionan la energía que impulsa la evolución, preparan el terreno para nuestros descendientes, más complejos y más sabios de lo que nosotros somos, que pronto tomarán nuestro lugar.

Pero para convertir la existencia en una experiencia de flujo no basta con aprender meramente a controlar momento a momento los estados de conciencia. También es necesario tener un contexto global de metas para que los sucesos de la vida cotidiana tengan significado. Si una persona se mueve de una actividad de flujo a otra sin un orden que las relacione, será difícil al final de la vida mirar al pasado y encontrar significado en lo que ha sucedido. Crear armonía en cualquier cosa que uno haga es la última tarea que la teoría de flujo presenta a aquellos que deseen lograr la experiencia óptima; es una tarea que implica transformar la totalidad de la vida en una única actividad de flujo, con metas unificadas que ofrezcan un propósito constante.

10. LA ELABORACION DEL SIGNIFICADO

Es bastante normal que los jugadores de tenis famosos se entreguen profundamente a su juego, que jugar les proporcione placer, pero que fuera de la pista sean personas malhumoradas y hostiles. Picasso disfrutaba pintando, pero tan pronto como dejaba el pincel se convertía en un hombre más bien desagradable. Bobby Fischer, el genio de ajedrez, parecía ser desvalidamente inepto excepto cuando su mente estaba en el tablero. Estos y otros incontables ejemplos similares son un recordatorio de que haber logrado flujo en una actividad no nos garantiza necesariamente que se extienda al resto de nuestra vida.

Si disfrutásemos del trabajo y de las amistades y nos enfrentásemos a cada desafío como una oportunidad de desarrollar nuevas habilidades, conseguiríamos gratificaciones que están fuera del reino de la vida ordinaria. Pero incluso esto 110 es suficiente para asegurarnos la experiencia óptima. Mientras el disfrute siga vinculado a actividades puntuales que no están relacionadas entre sí de una manera significativa, uno todavía es vulnerable a los caprichos del caos. Incluso la carrera profesional de más éxito, la relación familiar más plena, finalmente se acaban. Tarde o temprano la implicación en el trabajo debe reducirse, el cónyuge muere, los hijos crecen y se van lejos. Para acercarse a la experiencia óptima tan estrechamente como sea humanamente posible, es necesario dar un último paso en el control de la conciencia.

Lo que esto implica es convertir toda la vida en una experiencia unificada de flujo. Si una persona desea lograr una meta lo bastante difícil, de la que provengan todas las otras metas, y si él o ella invierte toda su energía en desarrollar las habilidades para alcanzar esa meta, entonces las acciones y los sentimientos estarán en armonía y las partes separadas de la vida encajarán en el esquema; cada actividad "tendrá sentido" en el presente, así como también en perspectiva hacia el pasado y hacia el futuro. De tal manera es posible dar significado a la vida entera.

Pero ¿no es increíblemente ingenuo esperar que la vida tenga un significado total coherente? Después de todo, por lo menos desde que Nietzsche concluyó que Dios había muerto, los filósofos y los científicos sociales han estado muy ocupados demostrando que esta existencia no tiene ningún propósito, que el azar y las fuerzas impersonales rigen nuestro destino y que todos los valores son relativos y arbitrarios. Es cierto que la vida no tiene ningún significado, si por eso entendemos una meta suprema inherente a la estructura de la naturaleza y la experiencia humana, una meta que sea válida para todos los individuos. Pero esto no significa que a la vida no podamos darle un significado. Muchas cosas que llamamos cultura y civilización consisten en los esfuerzos que han hecho muchas personas, generalmente a pesar de tenerlo todo en contra, para crear una sensación de propósito para sí mismas y para sus descendientes. Una cosa es reconocer que la vida no tiene, por sí misma, sentido, pero otra cosa completamente distinta es aceptar esto con resignación. El primer hecho no supone el segundo, como la carencia de alas no impide que volemos.

Desde el punto de vista de un individuo, no importa cuál sea la meta definitiva si resulta que nos obliga a invertir la energía psíquica suficiente para ordenar toda una vida. El desafío podría ser el deseo de tener la mejor colección de botellas de cerveza en el barrio, la decisión de encontrar una cura para el cáncer o simplemente el imperativo biológico de tener hijos que sobrevivan y prosperen. Mientras nos ofrezca objetivos claros, reglas claras para la acción y una manera de concentrarse e implicarse, cualquier meta puede servir para dar significado a la vida de una persona.

Hace unos pocos años conocí bastante bien a varios profesionales musulmanes (ingenieros electrónicos, pilotos, hombres de negocios y profesores, mayormente de Arabia Saudí y de otros estados del Golfo). Al hablar con ellos me sorprendió lo relajados que parecían estar la mayoría de ellos, incluso bajo fuerte presión. «No hay nada que hacer —me dijeron cuando les pregunté, usaron otras palabras, pero siempre con el mismo mensaje—: No nos preocupamos porque creemos que nuestra vida está en las manos de Dios, y cualquier cosa que Él decida estará bien.» Tal fe implícita también solía estar generalizada en nuestra cultura, pero no es fácil encontrarla ahora. Muchos de nosotros tenemos que descubrir una meta que dé significado propio a nuestra vida, sin la ayuda de una fe tradicional.

Lo que significa el significado

El significado es un concepto difícil de definir, puesto que cualquier definición corre el riesgo de ser circular. ¿Cómo podemos hablar del significado del propio significado? Hay tres maneras de desentrañar el sentido de esta palabra que ayudan a iluminar el último paso en el logro de la experiencia óptima. Su primer sentido indica el fin, el propósito, la importancia de algo, como en: ¿cuál es el significado de la vida? Este sentido de la palabra refleja la suposición de que los sucesos se vinculan el uno al otro desde el punto de vista de una meta definitiva; de ahí que exista un orden, una conexión causal entre ellos. Presume que los fenómenos no son debidos al azar, sino que pueden clasificarse en modelos reconocibles dirigidos por un propósito final. El segundo sentido de la palabra se refiere a las intenciones de una persona: She usually means well

[2]. Este sentido de significar {means) implica que esa persona da a conocer sus propósitos en la acción; que sus metas se expresan en maneras predecibles, uniformes y ordenadas. Finalmente, el tercer sentido en que se usa la palabra se refiere a la información, como cuando uno dice: "otorrinolaringología " significa el estudio del oído, la nariz y la garganta, o: el cielo rojo por la tarde significa buen tiempo a la mañana siguiente. Este sentido de significar hace referencia a la identidad de las diferentes palabras, a la relación entre sucesos, y ayuda a aclarar, a establecer orden entre informaciones no relacionadas o conflictivas.

Crear significado implica traer orden a los contenidos de la mente integrando las propias acciones en una experiencia unificada de flujo. Los tres sentidos de la palabra "significar" descritos anteriormente permiten ver con más claridad cómo se lleva a cabo esto. Las personas que encuentran que sus vidas tienen significado suelen tener una meta que las desafía lo suficiente como para implicar todas sus energías, una meta que puede dar trascendencia a sus vidas. Podemos referirnos a este proceso como conseguir un propósito. Para experimentar el flujo hay que tener metas para las propias acciones: ganar un juego, hacerse amigo de una persona, realizar algo de una cierta manera. La meta en sí no suele ser lo importante; lo que importa es que enfoca la atención de una persona y la involucra en una actividad agradable que puede lograr. De forma similar, algunas personas son capaces de mantener en el mismo foco su energía psíquica a lo largo de toda de su vida. Las metas no relacionadas de actividades de flujo separadas se combinan en un compendio global de desafíos que da propósito a todo lo que una persona hace. Hay maneras muy diferentes de establecer esta direccionalidad. Napoleón dedicó su vida —y con ello condujo a la muerte a centenares de miles de soldados franceses— a la búsqueda decidida del poder. La madre Teresa de Calcuta ha invertido todas sus energías en ayudar a los necesitados, porque su vida tiene el propósito del amor incondicional basado en la creencia en Dios, en un orden espiritual más allá del alcance de los sentidos.

Desde un punto de vista puramente psicológico, tanto Napoleón como la madre Teresa pueden haber conseguido niveles iguales de propósito interior y, por lo tanto, de experiencia óptima. Las diferencias obvias entre ellos nos llevan a una pregunta ética más amplia: ¿qué consecuencias han tenido estas dos maneras de dar significado a la vida? Podríamos concluir que Napoleón trajo el caos a miles de vidas y que la madre Teresa ha reducido la entropía en la conciencia de muchas personas. Pero aquí no intentamos juzgar el valor objetivo de las acciones; nosotros nos ocupamos de la tarea más modesta de describir el orden subjetivo que un propósito unificado trae a la conciencia individual. En este sentido, la respuesta al viejo acertijo «¿cuál es el significado de la vida?» se convierte en algo sorprendentemente simple. El significado de la vida es significado: sea lo que sea, venga de donde venga, tener un propósito unificado es lo que da significado a la vida.

El segundo sentido de la palabra significado se refiere a la expresión de intencionalidad. Y este sentido también es apropiado al tema de cómo crear significado transformando toda la vida en una actividad de flujo. No es suficiente encontrar un propósito que unifique las metas propias; también hay que llevarlo al terreno práctico y enfrentarse a sus desafíos. El propósito debe resultar en afán; el intento tiene que traducirse en acción. Podemos llamar a esto resolución en el seguimiento de las propias metas. Lo que cuenta no es tanto si una persona logra realmente lo que ha empezado a hacer; más bien importa si el esfuerzo se ha empleado en alcanzar la meta, en vez de difuminarse o derrocharse. Cuando «la tendencia natural de la resolución enferma por la debilidad del pensamiento —observó Hamlet— [...] las empresas de gran calado [.,.] pierden el nombre de acción». Pocas cosas son más tristes que encontrar a una persona que sabe exactamente qué debería hacer y que no puede reunir energía suficiente para hacerlo. «Quien desea pero no actúa —escribió Blake con su vigor acostumbrado— cría pestilencia.»

La tercera y última forma en que la vida adquiere significado es el resultado de los dos pasos anteriores. Cuando una meta importante se persigue con resolución y todas las actividades diferentes se juntan en una experiencia de flujo unificada, el resultado es que esa armonía se ha incorporado a la conciencia. Quien sabe cuáles son sus deseos y trabaja con el propósito de lograrlos es una persona cuyos sentimientos, pensamientos y acciones son congruentes entre sí y, por lo tanto, es una persona que ha logrado la armonía interior. En el decenio de 1960 a este proceso se le llamaba "tener la cabeza organizada", pero prácticamente en todos los períodos históricos se ha utilizado un concepto similar para describir este paso necesario para vivir una buena vida. Alguien que está en armonía, sin importar lo que esté haciendo, o lo que le suceda, sabe que su energía psíquica no está siendo derrochada por la duda, el lamento, la culpabilidad y el temor, sino que siempre se emplea útilmente. La coherencia interior conduce finalmente a la serenidad y la fortaleza interior que admiramos en las personas que parecen estar bien consigo mismas.

El propósito, la resolución y la armonía unifican la vida y le dan significado al transformarla en una experiencia perfecta de flujo. Cualquiera que logre este estado nunca carecerá realmente de ninguna otra cosa. Una persona cuya conciencia esté tan ordenada no necesita temer los sucesos inesperados, ni siquiera la muerte. Vivir cada momento tendrá sentido y la mayoría de ellos serán agradables. Esto seguramente suena a algo muy deseable. ¿Cómo podemos lograrlo?

Cultivar el propósito

En las vidas de muchas personas es posible encontrar un propósito unificador que justifica las cosas que hacen día a día, una meta que atrae como un campo magnético su energía psíquica, una meta de la que dependen todas las metas menores. Esta meta definirá los desafíos a los que una persona necesita enfrentarse a fin de transformar su vida en una actividad de flujo. Sin tal propósito, incluso la conciencia mejor ordenada carece de significado.

A lo largo de la historia humana se han realizado innumerables intentos para descubrir metas definitivas que dieran significado a la experiencia. Frecuentemente estos intentos han sido muy diferentes entre sí. Por ejemplo, en la antigua civilización griega, según el filósofo social Hannah Arendt, los hombres buscaron lograr la inmortalidad mediante los actos heroicos, mientras que en el mundo cristiano las mujeres y hombres esperaron alcanzar la vida eterna mediante actos virtuosos. Las metas definitivas, en la opinión de Arendt, deben tener en cuenta la mortalidad: deben dar a los hombres y las mujeres un propósito que se extienda más allá de la tumba. Tanto la inmortalidad como la eternidad proporcionan esto, pero de muy diferentes maneras. Los héroes griegos realizaron actos nobles para atraer la admiración de sus compañeros, esperando que sus actos personales de valentía fueran transmitidos en las canciones y en las historias de generación en generación. Su identidad, por lo tanto, continuaría existiendo en la memoria de sus descendientes. Los santos, por el contrario, renunciaban a su individualidad para fundir sus pensamientos y acciones con la voluntad de Dios, esperando vivir para siempre después de la unión con Él. El héroe y el santo dedicaron la totalidad de su energía psíquica a la meta que lo abarcaba todo y que prescribía un modelo coherente de comportamiento a seguir hasta su muerte, lo que convertía sus vidas en experiencias unificadas de flujo. Los demás miembros de la sociedad ordenaban sus acciones menos elevadas basándose en estos modelos, lo que les ofrecía un significado menos claro, pero más o menos adecuado, a sus vidas.

Cada cultura humana, por definición, contiene sistemas de significado que pueden servir como propósito para que los individuos puedan ordenar sus metas. Por ejemplo, Pitrim Sorokin dividió las diversas épocas de la civilización occidental en tres tipos, que según él se vienen alternado unos a otros desde hace veinticinco siglos, a veces han durado centenares de años, a veces simplemente unas décadas. A estas fases de cultura las denominó sensatas, ideacionales e idealistas; y ha intentado demostrar que en cada una existe un conjunto diferente de prioridades que justifican las metas de la existencia.

Las culturas sensatas se integran alrededor de visiones de la realidad diseñadas para satisfacer a los sentidos. Tienden a ser epicúreas, utilitarias, y se preocupan primordialmente de las necesidades concretas. En tales culturas el arte, la religión, la filosofía y el comportamiento cotidiano glorifican y justifican las metas según el punto de vista de experiencias tangibles. Según Sorokin, la cultura sensata predominó en Europa desde el —440 al —200, con su punto culminante entre el —420 y el —400; ha vuelto a ser dominante una vez más en el siglo pasado o por lo menos en las democracias avanzadas del capitalismo. Las personas en una cultura sensata no son necesariamente más materialistas, pero organizan sus metas y justifican su comportamiento con la referencia primordial del placer y de la viabilidad en lugar de utilizar principios más abstractos. Los desafíos que contemplan casi conciernen exclusivamente a cómo hacer la vida más fácil, más cómoda y más amena. Tienden a identificar el bien con lo bueno y desconfían de los valores idealizados.

Las culturas ideacionales se organizan sobre principios opuestos a las sensatas: desprecian lo que es tangible y se afanan por lograr fines sobrenaturales y no materiales. Ponen énfasis en los principios abstractos, el ascetismo y la transcendencia de los intereses materiales. El arte, la religión, la filosofía y la justificación del comportamiento cotidiano se subordinan a la realización de este orden espiritual. Las personas dirigen su atención a la religión o la ideología, y consideran sus desafíos no desde el punto de vista de hacer la vida más fácil, sino de alcanzar la convicción y la claridad interior. Grecia desde el —600 al —500, y Europa occidental desde el año —200 al 400 son los puntos culminantes de esta visión, según Sorokin. Unos ejemplos más recientes y perturbadores serían el intervalo nazi en Alemania, los regímenes comunistas en Rusia y China y la restauración islámica en Irán.

Un sencillo ejemplo puede ilustrar la diferencia entre las culturas organizadas alrededor de los principios sensatos y los ideacionales. En nuestra cultura, y también en las sociedades fascistas, se aprecia que el cuerpo esté en forma y se rinde culto a la belleza del cuerpo humano. Pero las razones para hacerlo son muy diferentes. En nuestra cultura sensata, el cuerpo se cultiva a fin de lograr salud y placer. En una cultura ideacional, el cuerpo se valora primariamente como símbolo de algún principio abstracto de perfección metafísica como el asociado con la idea de la "raza aria" o la "valentía romana". En una cultura sensata, un cartel de una guapa joven podría producir una respuesta sexual que sería usada para fines comerciales. En una cultura ideacional, el mismo cartel haría una declaración ideológica y se usaría para fines políticos.

Por supuesto, en ningún momento un grupo de personas determina su propósito únicamente a través de una de estas dos maneras de ordenar la experiencia y excluye a la otra. En cualquier momento determinado, diversos subtipos y combinaciones del punto de vista sensato e ideacional pueden coexistir en la misma cultura, e incluso en la conciencia del mismo individuo. El estilo de vida yuppie, por ejemplo, se basa primariamente en los principios sensatos, mientras el fundamentalismo del "cinturón de la Biblia" se apoya sobre principios ideacionales. Estas dos formas, en sus muchas variantes, coexisten con cierta incomodidad en nuestro sistema social actual. Y cualquiera de ellas, funcionando como un sistema de metas, puede ayudar a organizar la vida en una actividad coherente de flujo.

No solamente la cultura, sino también los individuos personifican estos sistemas de significado en su comportamiento. Los líderes del mundo de los negocios como Lee Iacocca o H. Ross Perot, cuyas vidas están ordenadas por desafíos empresariales concretos, frecuentemente muestran los mejores aspectos del enfoque sensato de la vida. Los aspectos más primitivos del punto de vista sensato están representados por alguien como Hugh Heffner, cuya "filosofía playboy" celebra el simple logro del placer. Los representantes del enfoque ideacional son los ideólogos y los místicos, quienes abogan por soluciones trascendentales, tales como la fe ciega en la providencia divina. Hay, por supuesto, muchas combinaciones y permutaciones diferentes: telepredicadores como Bakkers o Jimmy Swaggart públicamente exhortan a su auditorio a valorar las metas ideacionales, mientras que en privado se entregan al lujo y a la sensualidad.

Ocasionalmente una cultura triunfa en integrar estos dos principios dialécticamente opuestos en una totalidad convincente que conserva las ventajas de ambos, mientras neutraliza las desventajas de cada uno. Sorokin llama a estas culturas "idealistas". Combinan la aceptación de la experiencia sensitiva concreta con la veneración de los fines espirituales. En Europa occidental, la baja Edad Media y el Renacimiento fueron clasificados por Sorokin como relativamente más idealistas, con los puntos culminantes alcanzados en las primeras dos décadas del siglo XIV. No es necesario decir que la solución idealista parece ser la preferible, porque evita la apatía que es frecuentemente la tónica en un mundo puramente materialista y el ascetismo fanático que malogra muchos sistemas ideacionales.

La simple tricotomía de Sorokin es un método discutible de categorizar las culturas, pero es útil para ilustrar algunos de los principios según los cuales los hombres y las mujeres acaban por ordenar sus metas definitivas. La opción sensata siempre es bastante popular. Implica responder a desafíos concretos y determinar la vida propia en términos de una actividad de flujo que tiende hacia los fines materiales. Entre sus ventajas está el hecho de que las reglas son comprendidas por todos y esa retroalimentación es clara (desear la salud, el dinero, el poder y la satisfacción sexual raramente levanta controversias). Pero la opción ideacional también tiene sus ventajas: las metas metafísicas puede que nunca se logren, pero entonces el fracaso es casi imposible de probar: el creyente puede deformar siempre la retroalimentación para usarla como una demostración de que él ha tenido razón, que él está entre los elegidos. Probablemente la manera más satisfactoria para unificar la vida en una actividad omnímoda de flujo es mediante el modo idealista. Pero establecer desafíos que impliquen la mejora de las condiciones materiales a la vez que se persiguen fines espirituales no es fácil, especialmente cuando la cultura como una totalidad es predominantemente de carácter sensato.

Otra manera de describir cómo los individuos ordenan sus acciones es centrándose en la complejidad de los desafíos que se marcan, en vez de en su contenido. Quizá lo que más importa no es si una persona es materialista o ideacional, sino lo diferenciadas e integradas que están las metas que persigue en estas áreas. Como se discutió en el apartado final del capítulo 2, la complejidad depende de lo bien que un sistema desarrolle sus potencialidades y sus características únicas y de lo bien relacionadas que estén unas con otras estas características. En este sentido, un enfoque sensato de la vida, bien pensado, que responda a una gran variedad de experiencias humanas concretas y que sea internamente uniforme, sería preferible al idealismo no reflexivo, y viceversa.

Existe el consenso entre los psicólogos que estudian tales temas de que las personas desarrollan su concepto de quienes son y de lo que quieren lograr en la vida según una sucesión de pasos. Cada hombre o mujer empieza con una necesidad de conservar la personalidad para evitar que el cuerpo y sus metas básicas se desintegren. En este punto el significado de la vida es simple; equivale a la supervivencia, la comodidad y el placer. Cuando la seguridad de la personalidad física no está en duda, la persona puede expandir el horizonte de su sistema de significado para abrazar los valores de una comunidad: la familia, el barrio, un grupo religioso o étnico. Este paso conduce a una complejidad mayor de la personalidad, aunque por lo general implica conformidad con las normas convencionales. El paso siguiente en el desarrollo es el individualismo reflexivo. La persona nuevamente vuelve a su interior, halla nuevos terrenos para la autoridad y el valor dentro de sí misma. Ya no se seguirá conformando ciegamente, sino que desarrollará una conciencia autónoma. En este punto la meta principal en la vida es el deseo del crecimiento, de la mejora, la actualización de las potencialidades. El cuarto paso, que se construye sobre todos los previos, es un alejamiento final de la personalidad, la búsqueda de la integración con otras personas y con los valores universales. En esta etapa final, la persona sumamente individualizada funde sus intereses de buena gana con los de una totalidad mayor como, Siddhartha, cuando deja que el río tome el gobierno de su barca.

En este escenario construir un sistema complejo de significado parece implicar el enfocar la atención alternativamente en la personalidad y en el otro. Primero, la energía psíquica se invierte en las necesidades del organismo, y el orden psíquico es equivalente al placer. Cuando este nivel se logra temporalmente, la persona puede empezar a invertir su atención en las metas de una comunidad, lo que es significativo corresponde a los valores del grupo, la religión, el patriotismo y la aceptación y el respeto de otras personas ofrecen los parámetros del orden interior. El siguiente movimiento dialéctico vuelve la atención de nuevo sobre la personalidad: habiendo logrado un sentimiento de pertenecer a un sistema humano más grande, la persona ahora siente el desafío de discernir los límites de su potencialidad personal. Esto conduce a los intentos de actualizar la personalidad, a la experimentación con diferentes habilidades, diferentes ideas y disciplinas. En esta etapa es el disfrute, en lugar del placer, lo que se convierte en la fuente principal de gratificaciones. Pero puesto que esta fase implica convertirse en un buscador, la persona también puede tropezar con una crisis, un cambio de carrera y una lucha cada vez más desesperada contra las limitaciones de la capacidad individual. En este punto la persona está lista para el último cambio en la dirección de la energía: habiendo descubierto lo que uno puede y, más importante todavía, lo que no puede hacer sola, la meta definitiva se funde con un sistema mayor que la persona: una causa, una idea, una entidad trascendental.

No todos se mueven siguiendo las etapas de esta espiral de complejidad ascendente. Algunos pocos nunca tienen la oportunidad de ir más allá del primer nivel. Cuando las demandas de la supervivencia son tan apremiantes que una persona no puede dedicar mucha atención a cualquier otra cosa, no tendrá suficiente energía psíquica disponible para invertir en las metas de la familia o de la comunidad. Los propios intereses, por sí solos, darán significado a su vida. La mayoría de personas probablemente están confortablemente situadas en la segunda etapa de desarrollo, donde el bienestar de la familia, la empresa, la comunidad o la nación son las fuentes de significado. Muchos menos alcanzan el tercer nivel de individualismo reflexivo, y únicamente unos pocos aparecen de nuevo para forjar una unidad con los valores universales. Por ello estas etapas no necesariamente reflejan lo que sucede o lo que sucederá; simbolizan lo que puede suceder si una persona tiene suerte y consigue controlar la conciencia.

Las cuatro etapas aquí planteadas forman uno de los modelos más simples para describir la aparición de significado a lo largo de un gradiente de complejidad; otros modelos detallan seis o incluso ocho etapas. El número de pasos no importa; lo que cuenta es que la mayoría de las teorías reconocen la importancia de esta tensión dialéctica, esta alternancia entre diferenciación por un lado, e integración por el otro. Desde este punto de vista, la vida individual parece consistir en una serie de diferentes "juegos", con diferentes nietas y desafíos, que cambian con el tiempo mientras la persona madura. La complejidad requiere que invirtamos energía en desarrollar cualquier habilidad con la que hemos nacido, llegando a ser autónomos, independientes, conscientes de nuestra originalidad y de sus limitaciones. A la vez debemos invertir energía en reconocer, comprender y hallar la manera de adaptarnos a las fuerzas más allá de los límites de nuestra individualidad. Por supuesto no tenemos obligación de emprender ninguna de estas tareas. Pero si no lo hacemos, tarde o temprano lo lamentaremos.

Forjar la resolución

El propósito da dirección a los propios esfuerzos, pero no hace necesariamente la vida más fácil. Las metas pueden conducir a todo tipo de problemas, hasta el punto de que uno se sienta tentado a abandonar y encontrar algún guión menos exigente para poder ordenar sus acciones. El precio que uno paga por cambiar las metas cuando los obstáculos las amenazan es que aunque uno pueda lograr una vida más amena y cómoda, es probable que acabe por sentirse vacío y sin significado.

Los Padres Peregrinos, que fueron los primeros en asentarse en este país, decidieron que la libertad para adorar a Dios según su conciencia era necesaria para mantener la integridad de sus personalidades. Creyeron que nada importaba más que mantener el control sobre su relación con el ser supremo. La suya no fue una elección novedosa de una meta definitiva por la que ordenar la propia vida; muchas otras personas la habían tomado anteriormente. Lo que distinguió a los Peregrinos fue que —como los judíos de Masada, los mártires cristianos, los cátaros del sur de Francia en la Edad Media, que habían hecho una elección similar— ellos no permitieron que la persecución y las privaciones embotaran su resolución. Siguieron la lógica de sus convicciones adondequiera que les condujese, actuando como si sus valores requiriesen que abandonasen la comodidad y la propia vida por ellos. Y porque actuaron así, sus metas se convirtieron en valiosas, sin importar si lo eran o no originariamente. Porque sus metas habían llegado a ser valiosas mediante el compromiso, ayudaron a dar significado a la existencia de los Peregrinos.

Ninguna meta puede tener mucho efecto a menos que se la tome seriamente. Cada meta prescribe un conjunto de consecuencias, y si uno no está dispuesto a considerarlas, la meta pierde su sentido. El alpinista que decide escalar un pico difícil sabe que se agotará y peligrará durante el ascenso. Pero si él abandona demasiado fácilmente, se revelará que su búsqueda tenía poco valor. Lo mismo es cierto de todas las experiencias de flujo: hay una relación mutua entre las metas y el esfuerzo que requieren. Las metas justifican el esfuerzo que exigen al principio, pero luego será el esfuerzo el que justifique la meta. Uno se casa porque el cónyuge parece digno de compartir nuestra vida con él, pero a menos que uno se comporte como si esto fuese cierto, la asociación perderá valor con el tiempo.

Si lo tomamos todo en consideración, no puede decirse que el género humano haya carecido de coraje para respaldar sus resoluciones. Miles de millones de padres, en todas las épocas y en todas las culturas, se han sacrificado por sus hijos y, gracias a esto, la vida ha sido más significativa para ellos mismos. Probablemente tanto como los que han dedicado todas sus energías a conservar sus campos y su ganado. Otros millones más lo han entregado todo en aras de su religión, su país o su arte. Para quienes lo han hecho de forma coherente, a pesar del dolor y del fracaso, la vida como una totalidad tuvo una oportunidad para convertirse en un episodio extendido de flujo: un conjunto de experiencias enfocado, concentrado e internamente coherente que, gracias a su orden interno, sentían que tenía significado y que era agradable.

Pero como la complejidad de la cultura evoluciona, se vuelve más difícil lograr este grado de resolución total. Hay simplemente demasiadas metas que compiten por ser la más importante, y ¿quién dice que valen que se les dedique toda una vida? Hace unas décadas una mujer se sentía perfectamente justificada si ponía el bienestar de su familia como su meta definitiva. Parcialmente era debido a que no tenía muchas otras opciones. Hoy en día, ahora que puede ser una mujer de negocios, una erudita, una artista e incluso soldado» ya no es "obvio" que ser esposa y madre deba ser la primera prioridad de una mujer. El mismo empacho de riquezas nos afecta a todos. La movilidad nos ha liberado de estar atados a nuestros lugares de nacimiento: no hay razones para implicarse en la comunidad de donde uno proviene, para identificarse con el lugar de nuestro nacimiento. Si el pasto parece más verde al otro lado de la cerca, nosotros simplemente nos vamos al otro campo (¿qué te parece abrir un restaurante en Australia?). Los estilos de vida y las religiones son elecciones que fácilmente cambiamos. En el pasado un cazador era cazador hasta que se moría, un herrero pasaba la vida perfeccionando su arte. Ahora podemos desprendernos de nuestras identidades ocupacionales a voluntad: nadie necesita seguir siendo un contable para siempre.

La riqueza de opciones que hoy tenemos a nuestro alcance ha extendido la libertad personal hasta un grado inconcebible hace cien años. Pero la consecuencia inevitable de poder realizar tantas elecciones atractivas es la incertidumbre de propósito; la incertidumbre, a su vez, mina la resolución y, al carecer de resolución, acabamos por desvalorizar la elección. Por lo tanto, la libertad no necesariamente ayuda a encontrarle significado a la vida, más bien sucede lo contrario. Si las reglas de un juego son demasiado flexibles, la concentración flaquea y es más difícil lograr una experiencia de flujo. El compromiso con una meta y con las reglas que supone alcanzarla es mucho más fácil cuando las elecciones son pocas y están claras.

Esto no implica que sería preferible regresar a los valores rígidos y a las elecciones limitadas del pasado (incluso si eso fuese posible, que no lo es). La complejidad y la libertad que tenemos, y por la que nuestros antepasados han luchado tan duramente, son un desafío que debemos encontrar la manera de dominar. Si lo logramos, las vidas de nuestros descendientes serán infinitamente más ricas que cualquier cosa anteriormente experimentada sobre este planeta. Si no lo hacemos, corremos el peligro de dispersar nuestras energías persiguiendo metas contradictorias y sin sentido.

Pero entre tanto, ¿cómo hacemos para saber dónde invertir nuestra energía psíquica? Nadie allí fuera nos dirá: «aquí tiene una meta que vale la pena dedicarle toda una vida». Porque no existe la certeza absoluta, cada persona debe descubrir su propio propósito definitivo. Mediante ensayo y error, cultivando intensamente nuestros intereses podemos desentrañar la madeja de las metas contradictorias, y escoger la que dé propósito a nuestra acción.

El conocimiento de sí mismo —un antiguo remedio tan viejo que fácilmente olvidamos su valor— es el proceso mediante el cual uno puede organizar las distintas opciones. «Conócete a ti mismo» estaba escrito sobre la entrada al oráculo de Delfos, y desde siempre incalculables epigramas piadosos han ensalzado su virtud. La razón por la que encontramos tantas veces repetido el consejo es que funciona. Sin embargo, cada generación necesita redescubrir lo que estas palabras significan, lo que el consejo realmente implica para cada individuo. Y para convertirlo en algo útil debemos expresarlo desde el punto de vista del conocimiento actual y prever un método contemporáneo para su aplicación.

El conflicto interior es el resultado de la lucha que se establece para obtener la atención. Demasiados deseos, demasiadas metas incompatibles pugnan para conducir la energía psíquica hacia sus propios fines, por lo que la única manera de reducir el conflicto es determinar qué es lo esencial y qué no lo es, y arbitrar prioridades entre las metas que permanezcan. Hay básicamente dos maneras de realizar esto: lo que los antiguos llamaron la vita activa, una vida de acción, y la vita contemplativa, o el camino de la reflexión.

Una persona que está inmersa en la vita activa, logra flujo mediante la involucración total en los desafíos externos concretos. Muchos grandes líderes, como Winston Churchill o Andrew Carnegie, se marcaron metas para toda la vida que ellos persiguieron con gran resolución, sin pugnas internas o dudas acerca de las prioridades. Los ejecutivos de gran éxito, los profesionales experimentados y los artesanos con talento aprenden a confiar en su buen juicio y en su competencia para empezar a actuar con la espontaneidad natural de los niños. Si el ámbito para la acción les desafía lo suficiente, una persona puede experimentar flujo continuamente gracias a su vocación, así dejan el mínimo espacio posible para notar la entropía de la vida normal. De esta manera la armonía en la conciencia se restaura indirectamente, no se enfrentan a las contradicciones ni tratan de decidirse entre metas y deseos contradictorios, sino que, al perseguir las metas elegidas con tanta intensidad, toda contradicción desaparece.

La acción ayuda a crear orden interior, pero también tiene sus desventajas. Una persona totalmente dedicada a lograr fines pragmáticos puede eliminar los conflictos internos, pero frecuentemente al precio de disponer de unas opciones excesivamente restringidas. El joven ingeniero que hace todo lo posible por llegar a ser gerente de planta a la edad de 45 años y dedica todas sus energías a tal fin, puede dedicarse totalmente a ello durante varios años y sin vacilación. Tarde o temprano, sin embargo, las alternativas aplazadas reaparecerán en forma de lamentos y dudas insoportables. ¿Valió la pena sacrificar mi salud para conseguir el ascenso? ¿Qué les ha sucedido a aquellos encantadores hijos míos que de repente se han convertido en hoscos adolescentes? Ahora que he logrado poder y seguridad financiera, ¿qué hago con ello? En otras palabras, las metas que han sostenido la acción durante un período determinado de tiempo, no tienen el poder suficiente para dar significado a la totalidad de la vida.

Esta es la presunta ventaja de una vida contemplativa. Al realizar una reflexión desapegada sobre la experiencia, sopesar de forma realista las opciones y sus consecuencias parece ser el mejor enfoque para disfrutar de la vida. Ya se practique, en el diván del psicoanalista, donde los deseos reprimidos se reintegran laboriosamente al resto de la conciencia, o bien se lleve a cabo tan metódicamente como en el examen de conciencia de los jesuitas, que requiere revisar las propias acciones una o más veces al día para verificar si lo que uno ha hecho en las últimas horas está conforme con nuestras metas a largo plazo, podemos buscar el conocimiento de nosotros mismos de innumerables maneras, y cada una de ellas, potencialmente, nos conduce a una mayor armonía interior.

Idealmente la actividad y la reflexión deberían complementarse y apoyarse entre sí. La acción por sí misma es ciega; la reflexión es impotente. Antes de invertir grandes cantidades de energía en una meta, vale la pena hacerse esta pregunta fundamental: ¿esto es algo que yo realmente quiero hacer?, ¿es algo con lo que disfruto haciéndolo?, ¿lo disfrutaré probablemente en el futuro?, ¿el precio que yo —y los demás— tendrán que pagar por ello, vale la pena?, ¿seré capaz de vivir conmigo mismo si lo logro?

Estas preguntas aparentemente fáciles son casi imposibles de contestar para quien ha perdido el contacto con su propia experiencia. Si un hombre no se ha molestado en averiguar qué es lo que quiere, si su atención está tan envuelta en conseguir metas externas que fracasa en darse cuenta de sus propios sentimientos, entonces no puede planificar una acción con significado. Por otra parte, si el hábito de la reflexión se desarrolla de forma correcta, una persona no necesita rebuscar mucho en su alma para decidir si un curso de acción será entrópico o no. Sabrá, casi intuitivamente, que este ascenso le producirá más tensión que disfrute, o que esta amistad particular, que le parece tan atractiva, produciría tensiones inaceptables dentro del marco de su matrimonio.

Es relativamente fácil traer orden a la mente durante breves períodos de tiempo; cualquier meta realista puede hacerlo. Un juego, un incidente en el trabajo, un feliz paréntesis en el hogar, enfocarán la atención y producirán una experiencia armoniosa de flujo. Pero es mucho más difícil extender este estado del ser a la totalidad de vida. Para esto es necesario invertir energía en metas que son tan persuasivas que justifican nuestros esfuerzos incluso cuando nuestros recursos se agotan y cuando el destino rehúsa implacablemente darnos una oportunidad para tener una vida cómoda. Si las metas están bien elegidas y si tenemos el coraje para atenemos a ellas a pesar de los obstáculos, estaremos tan enfocados en las acciones y en los acontecimientos que nos rodean que no tendremos tiempo para estar tristes. Y entonces captaremos directamente un sentido de orden en la urdimbre y en la trama de la vida que hace que cada pensamiento y cada emoción encaje en una totalidad armoniosa.

Recuperar la armonía

La consecuencia de forjar la vida mediante el propósito y la resolución es un sentimiento de armonía interior, un orden dinámico en los contenidos de la conciencia. Pero podríamos argumentar, ¿por qué debe ser tan difícil lograr este orden interior?, ¿por qué debemos luchar tan duramente para hacer de la vida una experiencia coherente de flujo?, ¿no nacen las personas en paz consigo mismas, no está naturalmente ordenada la naturaleza humana?

La condición original de los seres humanos, con anterioridad al desarrollo de una conciencia autorreflexiva, debe haber sido un estado de paz interior solo perturbado por mareas de hambre, sexualidad, dolor y peligro. Las formas de entropía psíquica que actualmente nos causan tanta angustia —los deseos incumplidos, las expectativas que nos desilusionaron, la soledad, la frustración, la inquietud, la culpabilidad— probablemente han sido invasores recientes de la mente. Son los subproductos del aumento tremendo en complejidad de la corteza cerebral y del enriquecimiento simbólico de la cultura. Ellos son el lado oscuro de la aparición de la conciencia.

Si interpretamos las vidas de los animales desde un punto de vista humano, llegaríamos a la conclusión de que están en flujo la mayoría del tiempo porque su percepción de lo que deben hacer generalmente coincide con lo que están dispuestos a hacer. Cuando un león siente hambre, comenzará a gruñir y buscará una presa hasta que su hambre esté satisfecha; después se tumbará al sol, soñando lo que los leones sueñan. No hay razón para creer que sufre por tener ambiciones no satisfechas, o que está abrumado por las responsabilidades. Las habilidades de los animales se equiparan siempre a las demandas concretas porque sus mentes únicamente contienen la información acerca de lo que está realmente presente en el ambiente en relación a sus estados corporales, determinados por el instinto. Por lo tanto, un león hambriento únicamente percibe lo que le ayudará a encontrar una gacela, mientras que un león saciado se concentra totalmente en la calidez del sol. Su mente no sopesa posibilidades que no están a su alcance en ese momento; ni imagina alternativas más placenteras, ni es perturbado por el temor al fracaso.

Los animales sufren, así como nosotros sufrimos, cuando se frustran sus metas biológicamente programadas. Sienten los dolores del hambre, del dolor y de la insatisfacción de sus impulsos sexuales. Los perros criados para ser los amigos del hombre se sienten angustiados cuando sus dueños se van y les dejan solos. Pero los animales, a excepción del hombre, no son la causa de sus propios sufrimientos, ellos no han evolucionado lo suficiente para ser capaces de sentirse confusos y desesperados incluso después de que todas sus necesidades estén satisfechas. Cuando están libres de los conflictos externamente inducidos, se sienten en armonía con ellos mismos y experimentan la concentración sutil que en las personas nosotros llamamos flujo.

La entropía psíquica peculiar de la condición humana implica ver más cosas que realizar de las que uno puede realmente cumplir, y sentirse capaz de cumplir más de lo que las condiciones permiten. Pero esto solo es posible si uno tiene en cuenta más de una meta a la vez, siendo consciente al mismo tiempo de los deseos en conflicto. Puede suceder únicamente cuando la mente no solo sabe lo que es sino también lo que podría ser. Cuanto más complejo sea cualquier sistema, más espacio deja abierto para las alternativas y más cosas pueden ir mal. Esto seguramente es aplicable a la evolución de la mente: como ha aumentado su poder para manejar información, la potencialidad para el conflicto interior también ha aumentado. Cuando hay demasiadas demandas, opciones, desafíos, nos ponemos ansiosos; cuando hay pocos, nos sentimos aburridos.

Para seguir con la analogía evolutiva, y para extenderla desde la evolución biológica a la social, probablemente sea cierto que en las culturas menos desarrolladas, donde el número y complejidad de papeles sociales, de metas alternativas y de cursos de acción son insignificantes, las oportunidades para experimentar flujo son mayores. El mito del "buen salvaje" está basado en la observación. Cuando los pueblos de culturas preliterarias están libres de las amenazas externas, frecuentemente muestran una serenidad que parece envidiable al visitante de una cultura más diferenciada. Pero el mito solo cuenta la mitad de la historia: cuando el "salvaje" está hambriento o herido no es más feliz de lo que nosotros seríamos en las mismas condiciones; y él puede estar hambriento o enfermo más a menudo que nosotros. La armonía interior de las personas tecnológicamente menos avanzadas es el lado positivo de sus elecciones limitadas y de su estable repertorio de habilidades, así como la confusión en nuestra alma es la consecuencia necesaria de disponer de oportunidades ilimitadas y de poder perfeccionarnos constantemente. Goethe representó este dilema en el pacto que el doctor Fausto, el arquetipo del hombre moderno, hizo con Mefistófeles: el buen doctor ganó conciencia y poder, pero al precio de introducir la desarmonía en su alma.

No hay necesidad de visitar tierras lejanas para ver cómo el flujo puede ser una parte natural de la vida. Cada niño, antes de que su conciencia de sí mismo empiece a interferir, actúa espontáneamente con entrega total y con participación plena. El aburrimiento es algo que los niños tienen que aprender a la fuerza, como respuesta a elecciones artificialmente restringidas. De nuevo hemos de afirmar que esto no significa que los niños estén siempre felices. Los padres crueles o descuidados, la pobreza y la enfermedad, los accidentes inevitables hacen que los niños sufran intensamente. Pero un niño rara vez está triste sin una buena razón. Es comprensible que las personas sientan tanta nostalgia por sus años de infancia; al igual que el Iván Ilich de Tolstoi, muchos sienten que la serenidad de la niñez, la participación total en el aquí y el ahora, son cada vez más difíciles de retener con el paso de los años.

Cuando solo somos capaces de imaginarnos unas pocas oportunidades y unas pocas posibilidades, es relativamente fácil lograr la armonía. Los deseos son simples, las elecciones claras. Hay poco lugar para el conflicto y ninguna necesidad de llegar a compromisos. Este es el orden de los sistemas sencillos, un orden ocasionado por la falta de oportunidades, si queremos llamarlo así. Es una armonía frágil; paso a paso, con el aumento de complejidad, las oportunidades de que el sistema genere entropía internamente también aumentan.

Podemos aislar muchos factores para explicar por qué la conciencia aumenta su complejidad. En el ámbito de las especies, la evolución biológica del sistema nervioso central es una de las causas. Al no estar dirigida enteramente por los instintos y los reflejos, la mente se dota con la dudosa bendición de la elección. En el ámbito de la historia humana, el desarrollo de la cultura —de los idiomas, de los sistemas de creencias, de las tecnologías— es otra razón por la que los contenidos de la mente se diferencian cada vez más. Cuando los sistemas sociales evolucionan y las tribus cazadoras dispersas se apiñan en ciudades, surgen roles sociales más especializados que frecuentemente requieren acciones y pensamientos opuestos en una misma persona. Cada hombre deja de ser un cazador que compartía habilidades e intereses con los demás hombres. El granjero y el molinero, el sacerdote y el soldado ven el mundo de manera diferente cada uno. No hay una única manera correcta de comportarse, y cada rol requiere habilidades diferentes. Dentro de la vida individual también sucede: con la edad cada persona se enfrenta a metas cada vez más contradictorias, a oportunidades incompatibles para la acción. Las opciones de un niño son normalmente pocas y coherentes; con cada año que pasa, aumentan. La claridad anterior que hizo posible el flujo espontáneo se oscurece por una cacofonía de valores dispares, creencias, elecciones y comportamientos.

Pocos argumentarían que una conciencia más simple, aunque sea más armoniosa, es preferible a una más compleja. Aunque podamos admirar la serenidad del león en el descanso, el indígena sin preocupaciones que acepta su destino o el niño totalmente entregado al presente, no pueden ofrecernos un modelo para resolver nuestro problema. El orden basado en la inocencia está ahora más allá de nuestro alcance. Una vez que la fruta ha sido arrancada del árbol del conocimiento, el camino de regreso al edén está cerrado para siempre.

La unificación del significado en los temas vitales

En vez de aceptar la unidad de propósito que nos ofrecen las instrucciones genéticas o las reglas de la sociedad, nuestro desafío es crear armonía basándonos en la razón y la elección. Filósofos como Heidegger, Sartre y Merleau-Ponty han reconocido esta tarea de hombre moderno llamándola el proyecto, que es el término que emplean para las acciones orientadas a la consecución de metas que ofrecen dar forma y significado a la vida de un individuo. Los psicólogos han usado términos como los afanes propios o los temas vitales. En cada caso, estos conceptos identifican un conjunto de metas vinculado a una mela definitiva que da importancia a todo lo que hace esta persona.

El tema vital, como un juego que prescribe las reglas y las acciones que hay que seguir para experimentar flujo, identifica qué hará agradable la existencia. Con un tema vital, todo lo que sucede tendrá un significado (no necesariamente un significado positivo, pero un significado de todos modos). Si una persona destina todas sus energías a conseguir unos millones de dólares antes de llegar a los 30 años, cualquier suceso es un paso hacia adelante o hacia atrás de esta meta. La retroalimentación clara la mantendrá implicada en sus acciones. Aun cuando pierda todo su dinero, sus pensamientos y sus acciones están ligadas por un propósito común y se vivirán como algo útil. De forma parecida, una persona que decide que encontrar una cura para el cáncer es lo que quiere lograr por encima de todo lo demás, normalmente sabrá si está más cerca de la meta o no, y en ambos casos lo que deberá hacer está claro, y cualquier cosa que haga tendrá sentido.

Cuando la energía psíquica de una persona se une a un tema vital, la conciencia logra estar en armonía. Pero no todos los temas vitales son igualmente productivos. Los filósofos existenciales distinguen entre proyectos auténticos e inauténticos. El primer tipo describe el tema de una persona que se da cuenta de que es libre de elegir y toma una decisión personal basándose en una evaluación racional de su experiencia. No importa cuál sea la elección, mientras sea una expresión de lo que la persona auténticamente siente y cree. Los proyectos inauténticos son los que una persona escoge porque siente que debe hacerlo, porque son los que lodos los demás hacen y, por lo tanto, no hay alternativa. Los proyectos auténticos están motivados intrínsecamente, se eligen por lo que valen en sí mismos; los inauténticos están motivados por fuerzas externas. Una distinción similar existe entre los temas vitales descubiertos, cuando una persona escribe el guión de sus acciones extrayéndolo de su experiencia personal y de su libertad de elección, y los temas vitales aceptados, cuando una persona simplemente acepta el papel predeterminado de un guión escrito hace muchos años por los demás.

Ambos tipos de temas vitales ayudan a dar significado a la vida, pero cada uno tiene desventajas. El tema vital aceptado marcha bien mientras el sistema social es sólido; si no lo es, puede atrapar a la persona en metas perversas. Adolf Eichmann, el nazi que serenamente condenó a decenas de miles de personas a las cámaras de gas, era un hombre para quien las reglas de la burocracia eran sagradas. Probablemente experimentó flujo mientras organizaba los intrincados horarios de los trenes, se aseguraba de que los escasos convoyes de trenes estuvieran disponibles donde se les necesitaba y que los cuerpos se transportasen con el menor gasto posible. Nunca pareció preguntarse si lo que le habían ordenado hacer era correcto o incorrecto. Mientras él cumpliese las órdenes, su conciencia estaba en armonía. Para él, el significado de la vida era formar parte de una institución fuerte y bien organizada; nada más le importaba. En una época pacífica y bien ordenada un hombre como Adolf Eichmann podría haber sido un pilar estimado de la comunidad. Pero la vulnerabilidad de su tema vital es evidente cuando una persona sin escrúpulos y demente asume el control de la sociedad; entonces un ciudadano correcto se convierte en un cómplice de los crímenes sin tener que cambiar sus metas y sin darse cuenta, aparentemente, de la inhumanidad de sus acciones.

Los temas vitales descubiertos son frágiles por una razón diferente: porque son el producto de una lucha personal para definir el propósito de la vida, tienen menos legitimidad social; porque a menudo son nuevos e idiosincráticos, incluso las otras personas pueden pensar que son propósitos locos o destructivos. Alguno de los temas vitales más poderosos se basan en antiguas metas humanas, pero redescubiertos de nuevo y libremente elegidos por el individuo. Malcoliri X, quien al principio de su vida siguió el guión del comportamiento de los jóvenes de las barriadas, peleando y traficando con drogas, descubrió en la cárcel, por medio de la lectura y la reflexión, un conjunto distinto de metas con las que lograr dignidad y respeto propio. En esencia él se inventó una identidad enteramente nueva, aunque formada con pedazos de logros humanos anteriores. En vez de continuar con el juego de los ladrones y los macarras, creó un propósito más complejo capaz de ayudar a dar orden a las vidas de muchas otras personas marginales, negras o blancas.

Un hombre entrevistado en uno de nuestro estudios, a quien nosotros designaremos como E., nos ofrece otro ejemplo de como puede descubrirse un tema vital, aunque el propósito subyacente es uno muy antiguo. E. creció siendo hijo de una familia de inmigrantes pobres a principios de siglo. Sus padres solo sabían unas palabras en inglés y apenas eran capaces de leer y escribir. Ellos se sentían intimidados por la marcha frenética de la vida en Nueva York, pero veneraban y admiraban a los Estados Unidos y a las autoridades que los representaban. Cuando él tenía siete años, sus padres se gastaron una buena parte de sus ahorros para comprarle una bicicleta en su cumpleaños. Unos días después, mientras pedaleaba por el barrio, un automóvil que había ignorado un stop le atropello. E. sufrió serias heridas y su bicicleta quedó destrozada. El conductor del automóvil era un médico rico; condujo a E. al hospital, pidiéndole que no lo denunciara por lo que había sucedido, pero prometiendo regresar para pagar todos los gastos y para comprarle una nueva bicicleta. Convenció a E. y sus padres y ellos conjuntamente aceptaron el trato. Por desgracia el médico no volvió a aparecer y el padre de E. tuvo que pedir dinero para pagar la cara factura del hospital; la bicicleta nunca se reemplazó.

Este suceso podría haber sido un trauma que dejase su cicatriz sobre E. para siempre, convirtiéndole en un cínico que mirase de entonces en adelante por sus propios intereses, costasen lo que costasen. En vez de eso, E. sacó una curiosa lección de su experiencia. La usó para crear un tema vital que no solamente dio significado a su vida sino que ayudó a reducir la entropía en la experiencia de muchas otras personas. Durante muchos años después del accidente, E. y sus padres se sentían resentidos, desconfiados y confusos respecto a las intenciones de los desconocidos. El padre de E. se sentía un fracasado, empezó a beber y se convirtió en una persona malhumorada y silenciosa. Parecía que la pobreza y la impotencia tenían sus efectos acostumbrados. Pero cuando E. cumplió los 14 o 15 años de edad, tuvo que leer en la escuela la Constitución estadounidense y sus primeras diez enmiendas. Él relacionó los principios de estos documentos con su propia experiencia. Y gradualmente se convenció de que la pobreza de su familia y la alienación que sufrían no era por su culpa, sino que eran el resultado de no ser conscientes de sus derechos, de no saber las reglas del juego, de no tener una representación eficaz entre aquellos que tenían poder.

Decidió llegar a ser abogado, no solo para mejorar su propia vida, sino para asegurarse de que las injusticias que tuvo que sufrir no les ocurriesen tan fácilmente a otros en su misma posición. Una vez que se trazó esta meta, su resolución fue firme. Fue aceptado en la escuela de derecho, trabajó para un juez famoso, llegó él mismo a ser juez y en el cénit de su carrera estuvo varios años en el gabinete que ayuda al presidente a mejorar la política y la legislación de los derechos civiles para ayudar a las personas menos favorecidas. Hasta el fin de su vida sus pensamientos, sus acciones y sus sentimientos estuvieron unificados por el tema que había elegido siendo un adolescente. Cualquier cosa que hizo hasta el fin de sus días era parte de un gran juego, construido por metas y reglas con las que él se regía. Sintió que su vida tuvo significado y disfrutó enfrentándose a los desafíos que aparecieron en su camino.

El ejemplo de E. ilustra varias características comunes de cómo las personas descubren sus temas vitales. En primer lugar, el tema es, en muchos casos, una reacción a un gran daño personal sufrido en una fase temprana de la vida (no tener padres, ser abandonado o ser tratado injustamente). Pero lo que importa no es el trauma en sí; el suceso externo nunca determina cuál va a ser el tema. Lo que importa es la interpretación que uno hace del sufrimiento. Si el padre es un alcohólico violento, sus hijos tienen varias opciones para explicar qué es lo que funciona mal: pueden decirse a sí mismos que el padre es un bastardo que merece morir; que es un hombre, y todos los hombres son débiles y violentos; que la pobreza es la causa de la aflicción del padre, y que la única manera de evitar este destino es llegar a ser rico; que una gran parte de su comportamiento se debe a la impotencia y a la falta de educación. Solo la última de estas explicaciones igualmente probables va en la dirección de un tema vital parecido al que E. fue capaz de desarrollar.

Así que la próxima pregunta es, ¿qué tipos de explicaciones del propio sufrimiento promueven temas vitales negentrópicos? Si un niño que sufre abusos causados por un padre violento llega a la conclusión de que el problema es inherente a la naturaleza humana, que todos los hombres son débiles y violentos, no hay muchas cosas que puedan hacer. ¿Cómo puede un niño cambiar la naturaleza humana? Para encontrar un propósito en el sufrimiento hay que interpretarlo como un desafío posible. En este caso, E. formuló su problema buscando la causa en la impotencia de las minorías y no en los fallos de su padre. E. fue capaz de desarrollar las habilidades apropiadas —su formación legal— para enfrentarse a los desafíos que él vio en la raíz de lo que había sido un agravio en su vida personal. Lo que transforma las consecuencias de un suceso traumático en un desafío que da significado a la vida es lo que en el capítulo anterior se denominó una estructura disipativa, o la capacidad para establecer orden desde el desorden.

Finalmente, un tema vital complejo, negentrópico, rara vez se formula como respuesta a un simple problema personal. En su lugar, el desafío se generaliza a otras personas o ala humanidad en su conjunto. Por ejemplo, en el caso de E., él atribuyó el problema de la impotencia, no solamente a sí mismo o a su propia familia, sino a todos los inmigrantes pobres en la misma situación que habían estado sus padres. Así cualquier solución que encontrase a su propio problema beneficiaría no solamente a sí mismo, sino a muchos otros. Esta manera altruista de generalizar las soluciones es típica de los temas vitales negentrópicos; trae armonía a las vidas de muchas personas.

Gottfried, otro de los hombres entrevistados por nuestro equipo de la Universidad de Chicago, nos ofrece un ejemplo similar. Cuando era un niño, Gottfried estaba muy apegado a su madre; sus recuerdos de aquellos años son hermosos y cálidos. Pero antes de que llegase a cumplir los diez años, su madre desarrolló un cáncer y murió con grandes dolores. El joven podría haberse sentido triste y deprimido, o podría haber adoptado como defensa el cinismo. En vez de eso, empezó a pensar en la enfermedad como su enemigo personal y juró derrotarla. Con el tiempo se licenció en medicina y se convirtió en un investigador de oncología; los resultados de su trabajo han llegado a ser parte del conocimiento que finalmente liberará a la humanidad de esta enfermedad. En este caso, nuevamente, una tragedia personal se transformó en un desafío al que poder enfrentarse. Al desarrollar las habilidades para enfrentarse al desafío, el individuo mejora las vidas de otras personas.

Desde Freud, los psicólogos han estado interesados en explicar cómo los traumas de la niñez producen disfunciones psíquicas en el adulto. Esta causalidad es bastante fácil de comprender. Es más difícil explicar, y más interesante, el resultado opuesto: los ejemplos de cómo el sufrimiento da a una persona el incentivo para llegar a ser un gran artista, un sabio estadista o un científico. Si uno piensa que los sucesos externos deben determinar los resultados psíquicos, entonces tiene sentido ver la respuesta neurótica al sufrimiento como algo normal y la respuesta constructiva como "defensa" o "sublimación". Pero si uno piensa que esa persona tiene la elección de cómo va a responder ante los sucesos externos, qué significado atribuirá al sufrimiento, entonces puede interpretarse la respuesta constructiva como algo normal y la neurótica como el fracaso para aceptar el desafío, como una falla en la capacidad para lograr flujo.

¿Qué hace que algunas personas sean capaces de desarrollar un propósito coherente, mientras otras salen adelante con gran esfuerzo en una vida vacía o sin sentido? No hay una respuesta simple, por supuesto, porque si una persona descubrirá o no un tema armonioso en el caos evidente de la experiencia viene determinado por muchos factores, tanto internos como externos. Es más fácil dudar de si esta vida tiene sentido si uno nace deforme, pobre y oprimido. Pero incluso así, esto no es inevitable: Antonio Gramsci, el filósofo del socialismo humano y un hombre que ha dejado una marca profunda en el pensamiento europeo reciente, nació jorobado en un cobertizo miserable de campesinos. Mientras crecía, su padre estuvo encarcelado durante muchos años (y resultó que fue encarcelado injustamente), y la familia apenas podía sobrevivir de día en día. Antonio era tan enfermizo cuando era un niño, que se ha dicho que su madre le vestía con sus mejores ropas cada noche y lo ponía a dormir en un ataúd, suponiendo que estaría muerto por la mañana. Este no fue un comienzo muy prometedor. Pero a pesar de estas y muchas otras desventajas, Gramsci luchó por sobrevivir e incluso logró conseguir una educación por sí mismo. Y no paró cuando alcanzó una modesta seguridad como profesor, porque había decidido que lo que realmente quería en la vida era luchar contra las condiciones sociales que destrozaron la salud de su madre y destruyeron el honor de su padre. Acabó por ser profesor en la universidad, diputado en el parlamento y uno de los líderes más valientes contra el fascismo. Hasta el final, antes de que finalmente muriese en una de las cárceles de Mussolini, escribió hermosos ensayos sobre el maravilloso mundo que puede ser nuestro si dejamos de tener miedo y avaricia.

Hay tantos ejemplos de este tipo de personalidad que uno ciertamente no puede asumir una relación causal directa entre el desorden externo durante la niñez y la carencia interna de significado en la vida posterior: Thomas Edison era un niño enfermizo, pobre y al que su profesor creía un retrasado; Eleanor Roosevelt era una joven solitaria y neurótica; los primeros años de Albert Einstein estuvieron llenos de preocupaciones y desilusiones; pero a pesar de esto, todos acabaron creando unas vidas vigorosas y útiles para sí mismos.

Si hay una estrategia compartida por estas y por otras personas que consiguen darle significado a su experiencia, es algo tan simple y obvio que casi avergüenza mencionarlo. Aunque, puesto que lo descuidamos tan a menudo, especialmente hoy en día, vale la pena revisarlo. La estrategia consiste en extraer del orden logrado por las generaciones anteriores los modelos que nos ayudarán a evitar el desorden en nuestra propia mente. Hay mucho conocimiento —o información bien ordenada— acumulado en la cultura, listo para ser utilizado. La música, la arquitectura, el arte, la poesía, el drama, el baile, la filosofía y la religión están ahí, para que todos podamos verlos como ejemplo de cómo la armonía puede imponerse sobre el caos. Aunque tantas personas los ignoren y esperen crear significado en sus vidas por sus propios medios.

Hacerlo de ese modo es como tratar de construir la cultura material desde la nada en cada generación. Nadie en su sano juicio querría comenzar a reinventar la rueda, el fuego, la electricidad y los millones de objetos y procesos que ahora pensamos que forman parte del entorno humano. En su lugar, aprendemos a hacer estas cosas recibiendo información ordenada gracias a los profesores, a los libros o a los modelos, para beneficiarnos del conocimiento del pasado y finalmente superarlo. Desechar la información sobre cómo vivir tan duramente acumulada por nuestros antepasados, o esperar descubrir un conjunto viable de metas solo mediante nuestros propios recursos es arrogancia insensata. Las oportunidades de éxito son las mismas que si tratásemos de construir un microscopio de electrones sin las herramientas ni los conocimientos de la física.

La personas que cuando llegan a ser adultos desarrollan temas vitales coherentes suelen recordar que cuando eran muy jóvenes, sus padres les contaban historias y les leían libros. Cuando los cuentos de hadas, las historias bíblicas, las gestas heroicas históricas y los acontecimientos familiares los cuenta un adulto que nos ama y en quien confiamos, a menudo se convierten en las primeras experiencias de orden significativo que una persona obtiene de la experiencia del pasado. En contraste, encontramos en nuestros estudios que los individuos que nunca se propusieron una meta o que aceptaron sin cuestionarse las que les impuso la sociedad, tendían a no recordar que sus padres les hubiesen leído o contado historias cuando eran niños. Los espectáculos infantiles de la televisión del sábado por la mañana, con su sensacionalismo inútil, es improbable que logren el mismo propósito.

Cualesquiera que sean los antecedentes personales, hay todavía muchas oportunidades en la vida para extraer significado del pasado. La mayoría de personas que descubren complejos temas vitales recuerdan a una persona mayor o a una figura histórica a quien ellos admiraron y que les sirvió como modelo, o recuerdan haber leído un libro que les dio a conocer nuevas posibilidades para la acción. Por ejemplo, un científico social ahora famoso, ampliamente respetado por su integridad, cuenta cómo cuando estaba en su temprana adolescencia, leyó Historia de dos ciudades, y quedó tan impresionado por el caos social y político que Dickens describió —que era similar al caos que sus padres habían experimentado en Europa después de la 1 guerra mundial— que decidió, entonces y allí mismo, que dedicaría su vida a tratar de comprender por qué las personas se hacían la vida imposible las unas a las otras. Otro muchacho joven, criado en un duro orfanato, pensó para sí mismo, después de leer por casualidad una narración de Horacio Alger donde un joven tan pobre y solitario como él se abre camino en la vida gracias a un poco de buena suerte y a una gran dosis de trabajo duro: «si él puede hacerlo,¿por qué yo no?». Hoy esta persona es un banquero retirado muy conocido por su filantropía. Otros recuerdan haber cambiado para siempre al descubrir el orden racional de los Diálogos platónicos o por los actos valerosos de los personajes de una novela de ciencia ficción.

En su mejor vertiente, la literatura contiene información ordenada sobre conductas, modelos de propósito y ejemplos de vidas organizadas con éxito alrededor de metas significativas. Muchas personas enfrentadas a la aleatoriedad de la existencia han obtenido esperanza del conocimiento de quienes antes se habían enfrentado a problemas similares y habían sido capaces de dominarlos. Y si esto sucede en la literatura; ¿qué sucederá con la música, el arte, la filosofía y la religión?

Ocasionalmente dirijo un seminario para gerentes empresariales sobre el tema de cómo manejar la crisis de la madurez. Muchos de estos ejecutivos con éxito, que han subido tan alto como han podido dentro de sus organizaciones, y que frecuentemente sienten el desorden en su familia y en su vida privada, aceptan la oportunidad de pasar algún tiempo pensando qué es lo que ellos quieren hacer a continuación. Desde hace años, he confiado en las mejores teorías e investigado los resultados de la psicología evolutiva para las conferencias y discusiones. Y estaba razonablemente contento de cómo funcionaban estos seminarios, y los participantes normalmente sentían que habían aprendido algo útil. Pero nunca estaba lo bastante satisfecho y pensaba que aquel material no tenía suficiente sentido.

Finalmente se me ocurrió probar algo más inusitado. Empecé el seminario con una revisión rápida de la Divina comedia de Dante. Después de todo, tenía seiscientos años de antigüedad y era la descripción más antigua que conocía de una crisis de la madurez y de su resolución. «En medio del viaje de nuestra vida —escribe Dante en el primer verso de su enormemente largo y rico poema—, me encontré dentro de un bosque oscuro, porque había perdido completamente el buen camino». Lo que sucede después es un relato interesantísimo y en muchos aspectos todavía pertinente acerca de las dificultades que encontramos en la madurez.

Ante todo, vagando en el bosque oscuro, Dante cuenta que tres fieras bestias le acechan, relamiéndose anticipadamente. Son un león, un lince y una loba que representan, entre otras cosas, la ambición, el deseo y la concupiscencia. En lo que concierne al protagonista contemporáneo de uno de los éxitos editoriales de 1988, el financiero de Nueva York de la Hoguera de las vanidades de Tom Wolfe, el instrumento de perdición de Dante se convierte en deseo de poder, sexo y dinero. Para evitar ser destruido por ellos, Dante trata de escapar subiendo a una colina. Pero las bestias se acercan más y más, y en su desesperación Dante pide la ayuda divina. Su rezo es contestado por una aparición: es el fantasma de Virgilio, un poeta que murió unos mil años antes de que Dante naciera, pero cuyos sabios y majestuosos versos Dante admiró tanto que había pensado en el poeta como su mentor. Virgilio trata de tranquilizar a Dante: la buena noticia es que hay una manera de salir del bosque oscuro, pero la mala noticia es que el camino atraviesa el infierno. Y a través del infierno ellos siguen lentamente su camino, siendo testigos de los sufrimientos de aquellos que nunca eligieron una meta y del destino aún peor de aquellos cuyo propósito en la vida había sido aumentar la entropía, los llamados "pecadores".

Yo estaba bastante preocupado acerca de cómo estos ejecutivos empresariales se tomarían esta parábola de tantos siglos atrás. Temía que existía el riesgo de que pensaran que era un derroche de su valioso tiempo. No tuve razón en preocuparme. Nunca tuvimos una discusión tan abierta y tan seria de los errores de la madurez y de las opciones para enriquecer los años que vendrían a continuación, como la que siguió a la charla sobre la Divina comedia. Más tarde, varios participantes me contaron privadamente que comenzar el seminario con Dante había sido un gran idea. Su historia enfocó los puntos clave tan claramente que fue mucho más fácil pensar y hablar de ellos después.

Dante también es un modelo importante por otra razón. Aunque su poema tiene una profunda ética religiosa, está muy claro para cualquiera que la lea que la cristiandad de Dante no es una creencia aceptada sino una creencia descubierta. En otras palabras, el tema vital religioso que él creó fue construido gracias a los mejores conocimientos de la cristiandad combinados con la mejor filosofía griega y la sabiduría islámica que se había filtrado en Europa. Al mismo tiempo, su infierno se puebla densamente con papas, cardenales y clérigos condenados al eterno sufrimiento. Incluso su primer guía, Virgilio, no es un santo cristiano sino un poeta pagano. Dante reconoció que cada sistema de orden espiritual, cuando se incorpora a una estructura mundana como es una iglesia organizada, comienza a sufrir los efectos de la entropía. Así, para extraer significado de un sistema de creencias una persona debe comparar primero la información contenida en él con su experiencia concreta, quedarse con lo que tenga sentido y entonces rechazar el resto.

En nuestros días, de vez en cuando todavía encontramos personas cuyas vidas revelan un orden interior basado en los descubrimientos espirituales de las grandes religiones del pasado. A pesar de que leemos todos los días sobre la amoralidad del mercado de valores, la corrupción de los contratos de Defensa y la carencia de principios en los políticos, existen ejemplos de lo contrario. Así, también hay empresarios de éxito que ocupan sus ratos libres en los hospitales acompañando a los pacientes agonizantes porque creen que ayudar a las personas que sufren es una parte necesaria de una vida con significado. Y muchas personas siguen obteniendo fortaleza y serenidad de la oración, personas para quienes un sistema de creencias personalmente significativo ofrece metas y reglas para intensas experiencias de flujo.

Pero parece claro que una mayoría cada vez mayor no se siente ayudada por los sistemas tradicionales de creencias y religiones. Muchos son incapaces de separar la verdad en las viejas doctrinas de las distorsiones y degradaciones que el tiempo les ha añadido, y, como no pueden aceptar el error, también rechazan la verdad. Otros están tan desesperados por tener algún orden, que se agarran rígidamente a cualquier creencia que esté a mano —cualesquiera que sean sus defectos— y se convierten en fundamentalistas cristianos, musulmanes o comunistas.

¿Hay alguna posibilidad de que un nuevo sistema de metas y medios aparezca para ayudar a dar significado a las vidas de nuestros hijos en el próximo siglo? Alguna personas confían en que la Cristiandad, restaurada su gloria anterior, contestará a esta necesidad. Algunos todavía creen que el comunismo resolverá el problema de caos en la experiencia humana y que su orden se esparcirá a través del mundo. En la actualidad, ninguno de estos resultados parece probable.

Si una nueva fe capturará nuestra imaginación, deberá ser una que explique racionalmente las cosas que sabemos, las que sentimos, las que esperamos y las que tememos. Deberá ser un sistema de creencias que ordene nuestra energía psíquica hacia metas significativas, un sistema que ofrezca reglas para un modo de vivir que pueda producir flujo.

Es difícil imaginar que un sistema de creencias como este no se base, por lo menos en algún grado, en lo que la ciencia ha dado a conocer sobre la humanidad y sobre el universo. Sin tal fundamento, en nuestra conciencia permanecería la fisura entre la fe y el conocimiento. Pero si la ciencia debe sernos de verdadera ayuda, tendrá que transformarse. Además de las diversas disciplinas especializadas que pretenden describir y controlar los aspectos aislados de la realidad, tendrá que desarrollarse una interpretación integradora de todos los conocimientos y relacionarlos con el género humano y su destino.

Una manera de realizar esto es mediante el concepto de evolución. Todo lo que importa a la mayoría a nosotros —preguntas como: ¿de dónde venimos?, ¿adonde vamos?, ¿qué poderes determinan nuestras vidas?, ¿qué es bueno y qué es malo?, ¿cómo nos relacionamos los unos con los otros y con el resto del universo?, ¿cuáles son las consecuencias de nuestras acciones? —podrían discutirse de manera sistemática desde el punto de vista de lo que ahora sabemos sobre la evolución y aún más desde el punto de vista de lo que vamos a saber sobre el tema en el futuro.

La crítica obvia de esta situación es que la ciencia en general, y la ciencia de la evolución en particular, se ocupa de lo que es y no de lo que debería ser. La fe y las creencias, por otra parte, no están limitadas por la realidad; se ocupan de lo que es correcto, de lo que es deseable. Pero una de las consecuencias de una fe evolutiva podría ser una integración más cercana entre lo que es y lo que debería ser. Cuando comprendamos mejor por qué somos como somos, cuando veamos más claramente los orígenes de los impulsos instintivos, de los controles sociales, de las expresiones culturales —todos ellos elementos que contribuyen a la formación de la conciencia—, será más fácil dirigir nuestras energías hacia donde deberían ir.

Y la perspectiva evolutiva también nos indica una meta digna de nuestras energías. Parece que no hay ninguna duda acerca del hecho de que a lo largo de los miles de millones de años de actividad sobre la tierra, han aparecido formas de vida cada vez más complejas que han culminado en el intrincado sistema nervioso humano. A su vez, la corteza cerebral ha evolucionado hasta llegar a la conciencia, que ahora envuelve la tierra tan completamente como la atmósfera. La realidad de la complejidad es tanto un es como un debe ser. ha sucedido —dadas las condiciones que ofrece la tierra, es el límite de lo que podría suceder— pero no podría continuar a menos que nosotros deseemos que lo haga. El futuro de la evolución está ahora en nuestras manos.

Hace unos pocos miles de años —unos pocos segundos en el tiempo total de la evolución— la humanidad ha logrado adelantos increíbles en la diferenciación de la conciencia. Hemos desarrollado una humanidad que se ha separado de las otras formas de vida. Hemos concebido a seres humanos individuales separados unos de otros. Hemos inventado la abstracción y el análisis, es decir, la capacidad de separar entre sí las dimensiones de los objetos y de los procesos, tales como la velocidad de un objeto descendente de su peso y de su masa. Es esta diferenciación lo que ha producido la ciencia, la tecnología y el poder inaudito de la humanidad para construir y para destruir su entorno.

Pero la complejidad consiste tanto en la integración como en la diferenciación. La tarea de las próximas décadas y siglos es darse cuenta de este componente de la mente tan poco desarrollado. Así como hemos aprendido a separarnos los unos de los otros y del entorno, ahora necesitamos aprender a reunimos con otras entidades alrededor de nosotros sin perder nuestra individualidad ganada con tanta dificultad. La fe más prometedora para el futuro podría basarse en la comprensión de que el universo entero es un sistema relacionado por leyes comunes y que no tiene sentido imponer nuestros sueños y deseos sobre la naturaleza sin tenerla en cuenta. Al reconocer las limitaciones de la voluntad humana, al aceptar un papel cooperativo en vez de un papel dirigente en el universo, deberíamos sentir el alivio del exiliado que finalmente vuelve al hogar. Entonces el problema del significado se resolvería como la fusión del propósito del individuo con el flujo universal.