Segunda parte

El mismo escenario, desierto.

Pasados unos minutos, Pedro (siempre amarrado y con capucha) es nuevamente arrojado a escena, como en la escena anterior, pero con más violencia. Ahora está más deteriorado. Es evidente que el castigo sufrido ha sido severo. Pedro busca a tientas la silla. Por fin la encuentra y a duras penas se sienta. De vez en cuando sale de su boca un ronquido apenas audible. Entra el Capitán: igual aspecto y vestimenta que en la escena anterior. Observa detenidamente a Pedro, como haciendo inventario de sus nuevas magulladuras y heridas.

Capitán

(Todavía de pie, con las piernas abiertas y los brazos cruzados.) ¿Viste? Ya empezó el crescendo. No podrás decir que no te lo advertí. ¡Mirá que son bestias estos subordinados! Y hay que dejarlos hacer. De lo contrario, capaz que nos revientan a nosotros. (Pausa.) ¿Te lo creíste? No, lo digo en broma. Pero la verdad es que hay más de un oficial que les tiene miedo. (Pausa.) ¿Y qué tal? Te dejé tiempo para que lo pensaras. ¿Lo pensaste? (Silencio e inmovilidad de Pedro.) Te advierto una cosa. No creas que vamos a seguir todo un semestre en esta situación, digamos estancada. Por un lado, no creo que tu físico vaya a aguantar mucho tiempo. No sos lo que se dice un atleta. No me refiero a mis preguntas, claro, sino a los muchachos eléctricos. (Cambiando de tono.) A propósito, mi broma le hizo mucha gracia al coronel. No sólo se rio, sino que me dijo: «Capitán, tenemos que cuidar que no haya un solo apagón.» El chiste no es bueno, pero me reí, qué iba a hacer. (Retomando el hilo.) ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí, que estábamos estancados. Por mi parte, quiero salir de este estancamiento. Me imagino que vos también. Por eso he decidido introducir un elemento nuevo en la situación. (Pausa.) ¿No te pica la curiosidad? ¿Qué será, eh? ¿Un testigo? ¿Alguien que ya te delató? (Nueva pausa, destinada a crear expectativa.) No, nada de eso. El nuevo elemento van a ser tus ojos. Quiero que veas y que yo pueda ver cómo ves. (Se acerca a Pedro y de un tirón le quita la capucha. Pedro tiene la cara con heridas y huellas de golpes: abre y cierra varias veces los ojos encandilados.) Bueno, bueno. (Sonríe.) Mucho gusto. Es mejor vernos las caras, ¿no? Nunca me ha gustado dialogar con una arpillera. Hay algunos colegas que no quieren que el detenido los vea. Y alguna razón tienen. El castigo genera rencores, y uno nunca sabe qué puede traernos el futuro. ¿Quién te dice que algún día esta situación se invierta y seas vos quien me interrogue? Si eso llegara a ocurrir, te prometo colaborar un poco más que vos. Pero no va a ocurrir, no te ilusiones. Hemos tomado todas las precauciones para que no ocurra. Por otra parte, a mí no me preocupa que conozcas mi cara. Lo más que podrás achacarme es que estuve preguntando y preguntando, pero eso no genera rencor, creo. ¿O lo genera? (Pausa.) Así, sin capucha, te es un poco más difícil hablar, ¿verdad?

Pedro

Sí.

Capitán

¡Caramba! Primer monosílabo. Toda una concesión. ¡Bravo!

Pedro

(Tiene cierta dificultad al hablar, debido a la hinchazón de la boca.) Quiero aclararle que el hecho de que usted no participe directamente en mi tortura, no garantiza que no lo odie, ni siquiera que lo odie menos.

Capitán

(Se sorprende un poco, pero reacciona.) Está bien. Me gusta el juego limpio.

Pedro

No. No le gusta. Pero no importa. Quiero decirle, además, que con capucha no abrí la boca porque hay un mínimo de dignidad al que no estoy dispuesto a renunciar, y la capucha es algo indigno.

Capitán

(Después de un silencio.) Eso del odio, ¿por qué lo dijiste?

Pedro

¿Por qué lo dije?

Capitán

Sí. Puedo comprender que lo sientas. En cambio, no puedo comprender que me lo digas así, descaradamente. Aquí soy yo el que está arriba, y vos sos el que está abajo. ¿O te olvidaste?

Pedro

No, no me olvidé.

Capitán

Y mostrar odio, genera odio.

Pedro

Claro.

Capitán

Te advierto que no voy a entrar en ese juego. Soy cristiano, pero no acostumbro a poner la otra mejilla.

Pedro

Por supuesto. El que las pongo soy yo, y mire cómo las tengo. Las mejillas y la espalda y las piernas y las uñas.

Capitán

Y mañana los huevos.

Pedro

Si usted lo dice.

Capitán

Lo digo, lo ordeno y otros lo cumplen. ¿Qué te parece? (Gesto de Pedro. El Capitán suelta una risita nerviosa.) De todas maneras, te aconsejo que no me provoques, soy de pocas pulgas, ¿sabés?

Pedro

Lo sé. Quizá yo sepa más de usted que usted de mí.

Capitán

(Con ironía.) ¡No me digas!

Pedro

Sí le digo. En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es.

Capitán

¿Y cómo soy?

Pedro

Bah…

Capitán

Me parece que te pregunté cómo soy.

Pedro

Sí, ya sé. Pero es absurdo. Me mete en cana, hace que me revienten, y encima exige que le sirva de analista. ¡Eso no!

Capitán

Después de todo, ya me imagino cómo soy.

Pedro

Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico.

Capitán

¿Y si me imagino noble y digno?

Pedro

¿Sabe lo que pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía. (Pausa muy breve.) No se puede imaginar noble y digno.

Capitán

(Gritando.) ¡Callate!

Pedro

¿Cómo? ¿No quería que hablara? Y ahora que me decido a hablar…

Capitán

(Más bajo, pero concentrado.) Callate, estúpido.

Pedro

Está bien.

Capitán

(Al cabo de un rato, más calmo, como si recapacitara.) Después de todo, a lo mejor no me considero noble y digno. Pero ¿a quién le importan mi nobleza y mi dignidad? ¿Eh? ¿A quién?

Pedro

Deberían importarle a usted. Lo que es a mí…

Capitán

¿Eso también está en las instrucciones? ¿Establecer una distancia sanitaria con el interrogador?

Pedro

Es usted quien establece la distancia. ¿Cómo puede haber comunicación, aproximación, diálogo, etcétera, entre un torturado y su torturador?

Capitán

(Con cierta alarma.) Yo ni siquiera te he tocado.

Pedro

Sí, ya sé; es el «bueno». Pero ¿es que aquí hay «buenos» y «malos»? ¿Usted no será como el mastodonte que me hace el submarino, como la bestia que me aplica la picana? ¿El mismo engranaje, la misma máquina? ¿Acaso usted mismo puede creer que hay diferencia?

Capitán

Te estás pasando de insolente.

Pedro

Entonces vuelvo a callarme.

Capitán

(Después de un silencio) ¿Y no quisieras preguntarme nada?

Pedro

(Sorprendido.) ¿Preguntar yo?

Capitán

Sí, preguntar vos.

Pedro

¿De qué se trata? ¿Una nueva técnica post Mitrione?

Capitán

A lo mejor.

Pedro

(Recapacitando.) Bueno, voy a preguntarle: ¿tiene familia?

Capitán

(A su vez sorprendido.) ¿Y a vos qué te importa?

Pedro

Como importarme, nada. A quien debe importarle, si la tiene, es a usted.

Capitán

¿Me estás amenazando?

Pedro

¡Eso se llama deformación profesional! Ustedes, cuando se acuerdan de la familia de uno, es siempre para amenazar.

Capitán

Y entonces ¿para qué querés saber?

Pedro

Porque si tiene padres, mujer e hijos, debe ser jodido para usted cuando vuelve a casa.

Capitán

(Gritando.) ¿Qué decís?

Pedro

Me explico: que para usted debe ser jodido, después de interrogar a un recién torturado, darle un besito a su mujer o a su hijo, si lo tiene.

El Capitán se levanta de un salto, perdida toda compostura, y le da a Pedro un puñetazo en la boca.

Pedro

(Trata de mover los labios, y habla con más dificultad que antes.) Menos mal que usted es el bueno.

Capitán

Todo tiene su límite.

Pedro

Se va a arruinar, Capitán. No olvide que el «bueno» no puede ni debe propinar piñazos a un hombre amarrado. (Pausa.) De todas maneras, le comunico que no puede competir con sus colegas de la noche. Ellos lo hacen muchísimo mejor. Y es lógico. Lo que ellos hacen eléctricamente, usted lo hace a tracción a sangre. Así no se puede competir.

Capitán

Dije basta.

Pedro

¿No lo reñirán cuando se den cuenta de que perdió la calma? Violó las normas, Capitán.

Capitán

(Hablando entre dientes.) Mirá, mocoso, callate.

Pedro

No le gustó lo de la familia, ¿eh? Primero: quiere decir que la tiene. Segundo: que no es tan insensible.

Capitán

(Más calmo.) ¿Vas a hablar entonces?

Pedro

Estoy hablando, ¿no?

Capitán

Sabés a qué me refiero.

Pedro

Capitán: no saque conclusiones descabelladas.

Capitán

(Desorientado.) Pero ¿por qué?, ¿por qué? (Gesto de Pedro.) ¿No te das cuenta, cretino, de que te están utilizando? ¿No te das cuenta de que otros ponen las ideas y vos ponés la cara?

Pedro

Está bien esa frase. ¿De dónde la sacó? (Pausa.) Incluso a veces puede ser cierta.

Capitán

¿Y entonces?

Pedro

Entonces, nada. Lo esencial no es el defecto individual…

Capitán

(Concluyendo la frase.) …sino la voluntad colectiva. Párrafo siete, inciso (a), de la declaración interna que analizaron ustedes en agosto.

Pedro

Y si conocen la declaración de agosto, ¿para qué toda esta farsa?

Capitán

Una cosa es la declaración, y otra sos vos.

Pedro

O sea, que tenemos un soplón.

Capitán

¿Por qué no? ¿Qué esperabas?

Pedro

¿Y cómo es que no les dijo todo sobre Gabriel, Rosario, Magdalena y Fermín?

Capitán

Porque no lo sabe.

Pedro

Ah.

Capitán

En cambio, sí sabía de vos y por eso caíste. Y además nos dijo que vos sí sabías sobre los otros cuatro.

Pedro

Ah.

Capitán

(Después de un largo silencio.) Decime un poco, ¿vos sabés lo que te espera?

Pedro

Me lo imagino.

Capitán

Tal vez sea bastante peor de lo peor que imaginás. Diariamente hacemos progresos.

Pedro

Lo que imagino siempre es peor.

Capitán

Pero ¿qué sos?, ¿un suicida?

Pedro

Nada de eso. Me gusta bastante vivir.

Capitán

¿Vivir reventado?

Pedro

No, vivir simplemente.

Capitán

Yo te ofrezco que vivas, simplemente.

Pedro

No, simplemente no. Usted me ofrece que viva como un muerto. Y antes que eso prefiero morir como un vivo.

Capitán

Bah, frases.

Pedro

Se la dije a propósito. Pensé que le gustaban. Ustedes, cuando dicen un discurso, hablan siempre en bastardilla.

Capitán

(Después de un silencio.) Antes me preguntaste por la familia. Sí, tengo mujer y un casalito. El varón, de siete años; la niña, de cinco. Es cierto que a veces, cuando llego del trabajo, es difícil enfrentarlos. Aquí no torturo, pero oigo demasiados gemidos, gritos desgarradores, bramidos de desesperación. A veces llego con los nervios destrozados. Las manos me tiemblan. Yo no sirvo demasiado para este trabajo, pero estoy entrampado. Y entonces encuentro una sola justificación para lo que hago: lograr que el detenido hable, conseguir que nos dé la información que precisamos. Es claro que siempre prefiero que hable sin que nadie lo toque. Pero ese ejemplar ya no se da, ya no viene. Las veces que conseguimos algo, es siempre mediante la máquina. Es lógico que uno sufra de ver sufrir. Dijiste que no era insensible, y es cierto. Entonces, fijate, la única forma de redimirme frente a los niños, es ser consciente de que por lo menos estoy consiguiendo el objetivo que nos han asignado: obtener información. Aunque a ustedes tengamos que destruirlos. Es de vida o muerte. O los destruimos o nos destruyen. Vida o muerte. Vos metiste el dedo en la llaga cuando mencionaste mi familia. Pero también me hiciste recordar que de cualquier manera tengo que hacerte hablar. Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel, un sádico, un inhumano, porque habré ordenado que te torturen para nada, y eso sí es una porquería que no soporto.

Pedro

(Lo mira con cierta curiosidad, con un interés casi científico, como quien examina una especie extinguida.) ¿Algo más?

Capitán

Sí, una pregunta. Es la misma de antes, pero aspiro a que ahora la entiendas mejor, confío en que te des cuenta de toda la vida que pongo detrás de ella. ¿Vas a hablar?

Pedro

(Todavía estupefacto ante la perorata del Capitán, pero sin perder nada de su fuerza.) No, Capitán.