12. Cada uno al desvelo de su madrugada
19 de marzo de 1938.
Templado.
La antipatía que me tiene la gente: huelen que soy feliz. Lo que se huele no se perdona sin explicaciones. Soy feliz. Esté donde esté y como esté, con tal que no me duela el cuerpo. Me basta con la curiosidad, miro y ya estoy contento. Lo mismo me da la calidad de la cama, del brebaje, el pollo o la chuleta. Fumar o no. Beber o no. Amar o no; con tal de mirar lo que sea. Lo mismo me interesa un decímetro cuadrado de tierra que el panorama de tarjeta postal, una brizna que un cedro. No me lo perdona la gente o creo que no me lo perdona, que es lo mismo. Seguramente tanto les monta, pero como les veo desesperarse por nimiedades, primacías de colas, molestias de cuartos o quediranes de tertulia, me considero superior y juzgo natural la envidia. A mí todo me sale por una friolera, y ya pueden caer albardas. Pero si me pisan un callo, tengo cólicos o me muerdo la lengua, me tengo por el más desgraciado. «Nunca me ha dolido tanto». Amigo de los estupefacientes: todo menos el dolor. Acepto las privaciones, antes que dar mi alma a torcer. Las acepto porque no me duelen, porque lo mismo me da. Y teniendo en tanto la vida, lo mismo me da la muerte, que para mí forma parte de la vida, porque no puede haber dos cosas en el mundo. Por eso no me sulfuro nunca, me enfado poco y hablan de mi calma. Me regalo con lo que tengo. Lo poco igual a lo mucho, no hay diferencia. Tan hermosa Castilla como Galicia, todo depende de quién la mira. Los escombros de las afueras de Madrid me gustan tanto como los jardines del Generalife. Al cabo todo me cansa: en la variación está el gusto y el sentido del mundo. Si hay tanto, ¿para qué limitarse? Si ahora me meten en la cárcel, me interesa.
Me gusta el mundo tal como es, por su físico. Me gusta que haya hombres que quieran modificarlo. Pero me quedo sentado, mirando. Me llamarán cobarde. Me pregunto: ¿y si fueran todos como tú? No contesto, porque la realidad prueba lo contrario. Me planto. Soy un vegetal, echo raíces y miro, mas luego echo a volar. Por eso me molestan los conservadores: no quieren cambiar de paisajes. Que no me llamen cínico. Soy así: feliz. Los cínicos son pesimistas. Yo no. Creo en la realidad. Creo en lo que veo, en eso voy más allá que el Santo que necesitaba meter el dedo. Me basta ver, por eso soy de tan buen conformar. Me basta con las formas, que las esencias las destilo yo solo, con los colores. ¿Eunuco? Quizá. Me molesta romperme la cara con quien sea porque me puede hacer daño. Por eso me gustan tanto las mujeres. Todo me gusta y sorprende. Todo me divierte. Decía Sancho: todo lo veo, todo lo quiero y si no, me meo. No. Yo no. Todo lo veo, todo lo tengo. ¿Qué más puedo pedir? Tengo el sentido de la propiedad en la vista. Me basta ver una cosa para saberla mía. Así, ¿quién no se satisface? No tengo bolsillos. El mundo es mío y nadie protesta. No hay más propiedad que la vista: que Santa Lucía me la conserve y tú que lo veas, cornudo.
Se vive lo que uno vive. Es absurdo esperar que los otros vivan por ti. Miles hay que viven de ser espectadores sin darse cuenta de que no existen, porque si existen es con una vida pequeñita hecha de reflejos, una vida de segunda mano, una vida barata, de hurgador de basuras y aprovechante habilidoso de los desperdicios de los demás; para saber la verdad necesitan que los otros se la cuenten y como del hecho al dicho va el talento del cuentista, el espectador destila la cuarta mano: desteñida y mil veces engañadora y equivocada. Viven de sus propias mentiras, que la verdad adulterada ya no es verdad sino verdad chirle, engaño, verdad a medias, verdad a cuarto, de poco más o menos, dispuesta a venderse: la verdad no entera, mentira. Para ésos, el mundo preferido: el cine. Posiblemente mi gran falla, la imaginación. No me gusta la música. La pintura, sí. Y tú: gacela, Lola. Y tú, Mariquilla. Y tú, Teresa, lirio…
Rivadavia, sobre el lado derecho.
—¿Y si me dan? ¿Por qué me van a dar? ¿Por qué no me van a dar? ¿Por qué no he de estar yo en el extranjero? ¿No ha ido Peralta?, y es tonto. Tonto. Amigo de Vayo. Pero tonto, tonto, tonto. Hubiera hecho mejor aceptando un puesto en el extranjero. Un trocito de metralla, y adiós.
Rivadavia, sobre el lado izquierdo.
—He muerto. Estoy muerto. No me puedo… mover. No me siento. Existo muerto. Me duele el hígado. No puedo mover mi mano derecha. No puedo mover mi mano izquierda. Si intento levantar mi cabeza se me separa del tronco. Tengo todos los huesos sueltos. He muerto. No respiro. No lato. No me siento. Estoy muerto, muerto. ¿Quién ha ganado la guerra? Me entrará una bomba por la mismísima punta de la calva. Y si me voy, ¿qué dirán los demás?
Fajardo espera en la antesala del general. Se aburre. Se duerme. Saca unas cuartillas y se pone a escribir a Cuartero para matar el tiempo. Sonríe.
Estás convencido de la iniquidad de la organización presente. Crees en la necesidad de un mundo mejor. ¿Qué medios se presentan? Mil. Pero uno sólo verdadero. Todos los demás deben, naturalmente, necesariamente, ser falsos. Conviértete al único probable, ciegamente. Una vez en el camino él mismo te dará fuerza para proseguirlo.
Los hombres, según sus creencias:
a) Los que creen en la Revelación, los seguidores de los profetas. «Es decir, los judíos y los cristianos en su mayoría». Tú.
b) Los que aun aceptando la vida futura niegan sus deleites.
c) Los que forman esa «muchedumbre de insensatos, gentes innominadas, que opinan que la muerte es la pura nada, que la virtud y el vicio carecen de toda recompensa, que el hombre, después de morir, tornará al no ser». No se les puede denominar grupo, ni sociedad. Insensatos y frívolos avasallados por sus propias pasiones, sus apetitos; sin querer confesarse a sí mismos su cobardía. Tratan de excusar sus imperfecciones sosteniendo que su conducta es la que se debe seguir, la rectitud misma. Desean que otros participen en sus ideas, los inviten a la frivolidad y al libertinaje, a seguir el instinto de sus pasiones. Es decir, a perder su libertad, y se ponen, para ello, a cubierto de una autoridad. Que casi nada se necesita para que un hombre se deje arrastrar por la pendiente de sus sentimientos.
Sólo el que renuncia es un hombre, si es la gloria del hombre ser libre.
Si has de creer en alguien, cree o desea lo que crean o deseen las masas populares, que siempre tuvieron razón, vencidas o vencedoras.
O crees en un mundo mejor o no crees:
a) Si no crees debes hacer de todos modos lo necesario para implantarlo, por tu condición de hombre.
b) Si crees, no hay caso de hablar.
c) Si lo sospechas, debes porfiar.
Nada es más deleznable que someterse a la voluntad de uno solo; nada tan razonable como someterse a la voluntad de muchos, aunque esta voluntad esté representada por uno solo.
Si sólo sospechas la posibilidad de un mundo mejor, debes obligar a tu propia razón a emprender el camino para buscarlo (lo mismo que la razón exige a todo hombre que soporte gustoso las dificultades para llegar a ganar fortuna, o las fatigas del aprendizaje de la ciencia). Esto es evidente en el caso de que estés cierto de que es errónea la doctrina de los ateos.
Sea cualquiera la actitud que adoptes, tu propia razón debe exigirte que consagres tu vida al conocimiento de la verdad y práctica de la virtud: si es que estás en tu sano juicio y si la integridad moral de tu espíritu no está pervertida aún.
Por poco que supongas la posibilidad de la realización de un mundo mejor, por poco que sea: un relámpago, un esguince, una agonía, también debe tu razón persuadirte a marchar por el camino más seguro. Aunque sólo fuera por tu bien personal, la satisfacción de haber trabajado por algo mejor te llenará de alegría y te salvará. Nada hay más desesperante para el hombre que preguntarse en la meseta o en el ocaso de su vida: ¿para qué he vivido? Así que habla ahora a tu conveniencia. Y no vayas a creer que digo esto porque me quepan dudas acerca de la vida futura, sino tan sólo a título de recitación acomodada a los límites de tu ignorancia.
¿Qué le quedará en limpio, a la hora de la muerte, al que diga: «que me quiten lo bailado»? No se lo quitan, no. ¿Para qué? ¿Qué huella deja lo bailado? Y el hombre sólo vive por su jacilla. El que no tiende a esto, al poder, al amor, a la gloria, no vive. Y si vive, ¿cómo ha de vivir sin pensar en un mundo más justo? El afán de poder es el afán de justicia.
¿Qué cuenta lo que pierdas por lo que ganes? Habrás llegado a aquella felicidad eterna de la vida futura y todo lo demás te parecerá despreciable. ¿Cómo puedes suponer que lo que crean o han creado las muchedumbres humanas es falso?
Ninguno niega la posibilidad de un mundo mejor, los más cuentan las dificultades, las oposiciones, defienden lo adquirido por esa oscura fuerza que dictó Hobbes: «Más vale pájaro en mano que dos volando». Desde el momento en que admites la posibilidad de un mundo mejor, ¿cómo puedes substraerte a la obligación de trabajar en su advenimiento? ¿Y de trabajar con fe en el único camino que hasta hoy ha dado pruebas de ser viable? Y si aceptas el laborar en pro de ello, como debiera aceptarlo todo hombre honrado, no puedes sino obedecer ciegamente las órdenes que te den para ello, cerrándote a tus propios deseos e imaginaciones. La obra cumplida te servirá de eficacia para la siguiente.
No te quito ningún gozo, que no los hay sin sustento último: el de la virtud y el de la inmortalidad. Todo el que peca tiene el castigo de su inutilidad. ¿No te acostaste nunca con ese lacinante reproche?: ¿Qué hiciste hoy? ¿Qué huella queda de mí en el tiempo de hoy?
Para no perder tiempo: combate por el mañana. Ayuda a construir la ciudad de todos. No tenemos más justificantes que la razón: cuando nuestra razón se pone a justificar los sentidos todo es falso. Toda nuestra felicidad reside en la razón.
¿Cómo, ante la mera posibilidad de un mundo mejor, no te has de poner a trabajar por él? Sólo los ciegos no lo han de hacer.
¿No vale la pena para un hombre el hambre, la cárcel, la persecución, por ganar la vida eterna?
Los hombres que creen en vidas eternas personales y no en la vida eterna de la humanidad como nosotros creemos: la vida de nuestros compañeros, la vida de nuestros hijos, la vida de los hijos de nuestros compañeros —lo cual es una verdadera vida eterna—, esos mismos, puestos a escoger entre una manzana hoy —y aun mañana— y una eternidad de manzanas mañana, ¿qué escogerían?
Porque la vida de los demás es tu vida misma.
«Estimons ces deux cas: Si vous gagnez, vous gagnez tout; si vous perdez, vous ne perdez rien».
¿Ingresas en el Partido?
Si te interesa saberlo, salgo ahora mismo para Gandesa. Y después Líster dirá. Tibi.
Fajardo, en una «rubia».
Tenemos que ganar. Tenemos que ganar. Somos mejores. No somos mejores. Alto. Planteemos bien el problema: somos más. La idea es una fuerza en el momento en el cual penetra en las masas. Mientras más hondo les llegue más fuertes seremos. Si no están convencidos se dejarán ir y perderemos fuerzas. Como un río en deshielo, todo se irá al mar. Toda Cataluña se deshará y por el gran río se irá al mar, deshecha. Para crecer, creer. Nos ahogaremos todos, y si no hay literatura que no la haya. En un país culto no hace falta literatura —literhartura—. Si los pobres son felices no hace falta religión. Lo siento por la literatura, pero no puedo llorar.
Fajardo, en Tarragona —mientras cargan gasolina—, sentado en una piedra.
La luna llena sobre los escombros. Corren las nubes dándole círculo moreno al pezón de la luna. Arandela parda, aréola. Plata del polvo. Las ruinas tienen sombras arruinadas, los boquetes ribeteados de argén. Nadie por las ruinas, una brisa leve y el ruido del mar lejano. La guerra es un gran río entre dos lunas enteras. El cielo, su madre, la noche, su cauce y yo sentado solo, sombra, nada a su vera. Las sombras de los muertos sin sombra, sombra de la luna: asombro. Éste ha muerto. ¿Quién? ¿Éste? ¿Aquél? Vivo Norte. Muerto, aquél que conocía. ¿Quién? Aquél, muerto con la sangre fría. Muerto. ¿Dónde? La luna sobre los escombros. Los huesos. ¿Cómo se llama mi hermano? Muerte y la luna corriendo. ¡Eh! Espérame, luna. Espérame que todavía te puedo alcanzar, el pie en el estribo. El tranvía está demasiado lleno. Todos los estribos ocupados. No llego. No puedo agarrarme de ningún asidero. El tranvía echa a correr. ¡Para! ¡Para! ¡Oh, noche! ¡Qué daño!
Cuartero.
¿Qué tiene dentro de sí esa niña, tan seria? Tan sin reírse. Disgustada con todo. Manda y nadie la obedece. Rabia y se va a un rincón oscuro a reconcomerse con su frente lucida de sudor y sus ojos brillantes, el cabello en caracolillos. Hija mía, hecha de mí, completamente extranjera; que se me parece por fuera, sobre todo la frente, sobre todo los ojos, y que no sé de ella nada más que lo que pueda saber otro cualquiera. Pilar sí, pero no por hija, sino por mujer. ¡Ese extraño fluido que aglutina mujeres! ‘Como si todas estuviesen enhebradas por el sexo: cuentas, hacer cuentas, estar de cuentas, como cuentas: collar, salirse de cuentas. No callar, charla que te charla. Cosa curiosa, los números. ¿Con qué ojos nos ven?
—Papá, yo quisiera ver cómo viven los fascistas.
—¿Cómo crees que viven?
—¡A ver! ¡En cuevas!
Y la mayor, en seguida:
—No, Teresa, no; si tienen casas mejores que las nuestras, y esto es lo malo.
Los pensamientos cortos y el resentimiento largo. Los niños lo aceptan todo, lo cogen todo: la naturalidad de sus relaciones con los animales. Tienen miedo de lo que no ven.
Hacer lo que les pide el cuerpo cuando se lo pide: No esperar, ¿para qué? Inutilidad de la esperanza. Las cosas en sí, no por su relación. Porque lo tocan todo. En el tocar está el reír. Por eso no entienden la pintura y sí la escultura. Pilarín al entrar en el Museo.
—Vamos a ver si es verdad.
Y al salir:
—¿Y eso es todo?
Porque conciben dibujar y no esculpir. Posibilidad de no pensar en el mundo de los demás. ¡Si hubiese una humanidad donde los hombres nacieran viejos y fueran rejuveneciéndose! Volver a ser niños.
¿Es un bien dejarlos? ¿Es un bien estarlos molestando a todas horas? Yo los dejo, por pereza. Y así me va. Creo que me voy a dormir.
¡Cómo le pide a uno música el alma! ¡Música, maestro! ¡Que afloren los versos! Música, música…
Y sólo le contesta a uno el ruido del agua en el caño, el gas en el hornillo. ¡Callada electricidad! Esto que te tapona, corcho, alcornoque; sin salida; que bulle a presión, dentro. ¡Música, música para el alma!
Soledad callada, silencio de todos y de uno mismo. Cantar. Si yo pudiera cantar ahora. Ahora ahogado. ¡Mundo!
Arrollada a mi cintura llevo soledad para vender. ¡Soledad, soledad! ¿Quién compra soledad? ¿La quieres tú, morena? ¿La quieres tú, Pilar? Dime que sí y te beso, Rosario.
Besas aire, bobo; aire, bobalicón. ¡Cuánto perdido, cuánto solo! Tonto, retonto, tonto. Tonto redondo. Besarla. Ella. Besarla y luego dormir. Dormir al sol con el ruido de las olas desparramadas, muertas con su baba blanca en mis lomos vencidos de tierra, lamiéndome con sus entrañas jadeantes. El sol dándose por entero por los biombos rojizos de los párpados, cálida música lejana del mundo entero.
—¿Qué hora ha tocado? ¿Las tres?
La fe es ciega. Por eso, y te lo digo con una vergüenza enorme, algún día escribiré algo que valga la pena, aunque mi inteligencia muestre mi incapacidad. Todos los que hacen algo es porque les sale de adentro y creen en Dios. Si no creyeran se sentarían en un poyo para reírse de los demás. La pasión también es fe y esfuerzo. La razón fundamental que me separa de vosotros es que creéis que todos los medios son buenos. Nada rebaja, nada es sucio, turbio ni torpe para vosotros, con tal que sirva.
—¿Y si sirve para la salvación de tu alma?
—Imposible. Porque la salvación de mi alma reside justamente en estos medios. No teniendo otro fin que la salvación, problema que para vosotros no existe.
—Para nosotros, no: para nuestros hijos. No sé si te das cuenta hasta qué punto vuestra posición es egoísta. Con tal de salvaros, que se hunda el mundo. Luis XV era un excelente católico, dicen.
Lo único que buscan la mayoría de los que se cacarean católicos españoles es la salvación de su vida, de esta vida: la religión ha venido a ser preservativo, de la misma manera que se precaven de ser padres a pesar de las fulminaciones de la Iglesia. Se sienten tranquilos. Igual que se sientan en coro tras el ídem, para defender sus bienes. El bien y los bienes, la vida y la buena vida han llegado para ellos a ser sinónimos, perros atrallados por el miedo. Hieden a lo que sueltan sin posibilidad de mandar en sus esfínteres. Salvar las fincas, salvar los cuartos, al mismo tiempo que los propios posteriores, sea como sea, lamiendo lamedales, salvando todo menos el honor, que cuenta pero no se cuenta. Rebajémonos todos hasta la lucha final. Salvarlo todo, que salvarse es lo de menos. No oír hablar de revolución, por nada del mundo, ni del otro. No perder. Si pierden se consideran perdidos. Si pierden el diez por ciento se pierden. Perderse: ¡Tontainas para la mujer! ¡La eternidad está muy lejos! ¡Mentir! ¡Mentir y mentir! No saben otra cosa, no hacen naturalmente otra cosa. Todo se les resuelve en mentira. Se mienten desde siempre, a ellos y a los demás. Y los demás les mienten. Mentira de mentira. Mienten a Dios. Podridos. Podridos de mentiras.
No se puede creer en Dios sin haber dudado de él. Sin desesperar. Quien tiene plena seguridad de la existencia de Dios, no cree en Dios. Lo que los hombres piensan de las cosas es más importante que las cosas mismas. O lo que decía Fajardo el otro día:
—El hombre para quien la política es un problema moral no es un político, sino un intelectual. Si creyera en la moral de los sentimientos no sería comunista.
Gracias a Dios no creo que las ideas nacen de los pechos.
—Todos vosotros que no creéis en la ininteligibilidad (se le trabó la lengua en sueños y sonrió), en la oscuridad de nuestro fin en la tierra, vosotros que creéis que no sabéis nada, me dais lástima y me lastimáis. ¿Qué concepto podéis tener de vuestra vida y vuestro propio fin si no creéis en Dios? Esa ilusión en vuestra honra y hombría sin fundamento eterno se os caerá cualquier día, como costra, como cotena, diría Don Miguel. Cualquier hora en que os duela el calcañar o el meñique, hombráculos de segunda, los que andáis atados a la biología y que buscáis en ella explicaciones empeñándoos en ordeñar o masturbar átomos.
Si no creéis en Dios, explicadme por qué hay fascistas: gentes de una misma condición, de un mismo nivel, de una misma cultura o incultura: los unos salen anarquistas, los otros indiferentes, llamadlos ateos, otros comunistas. Explicadme eso sin la existencia de Dios, y sin el libre albedrío. Porque todos los átomos de hidrógeno, átomos de hidrógeno se quedan para siempre.
Nada separa el vicio de la virtud sino la intensidad. Son un mismo sentimiento en distintos lugares de su potencia: el ahorro, virtud; la avaricia, vicio. Los peores vicios son las virtudes; si vicios os parece fuerte, decid defectos, porque el propio personaje cree que forman lo bueno de su carácter. La misma línea corre de la vanidad a la modestia. Casi lo mismo del frío y del calor. El calor engendra malos sentimientos y produce alimañas. Rosario.
Dice Santo Tomás que la apetencia del bien se aquieta sólo con la posesión. Y la de la belleza con su solo aspecto o conocimiento. Conocemos lo hermoso y apetecemos lo bueno, dice el Santo, por donde resulta que la estética es una cosa clara y la ética una oscura aspiración del alma. Deseamos la perfección y nos tenemos que contentar con su figura. ¿Cuándo escribiré esta comedia?
Teresa, en su celda.
Los mataré, los mataré a todos. Los aplastaré. No dejaré uno. He sido demasiado buena. A taconazos, papilla.
Pilar.
¿Cómo se llamaba, Dios mío? ¿Cómo se llamaba? Era cadete. Y luego se caía. Y la mamá nos servía queso. Me duelen las rodillas. ¡Pilarín! ¿Qué te pasa? ¿Por qué te mueves tanto? ¿Estás mala?
Rosario duerme sin sueños.