El verdadero ministro de Economía es Néstor Kirchner, cuya mejor espada es Guillermo Moreno, el secretario de Comercio, que ya ha producido un mar de anécdotas rudas y hasta increíbles sobre el maltrato que aplica. Su función equivale a la del domador de circo que somete a latigazos los factores de la producción y falsea los índices del INDEC para hacernos creer que no hay inflación, que las recaudaciones marchan mejor que nunca, que es inexistente la crisis energética y que están llegando en veloces carabelas toneladas de oro, euros y dólares para ser invertidos en el país más seguro y confiable del mundo. Moreno es un personaje que quizás enriquecerá la historia pintoresca de nuestro país como lo hicieron el Petiso Orejudo, Chicho Grande y Chicho Chico, Aloe, López Rega, Lastiri, Galtieri y otros de una extensa galería.
El titular del Ministerio de Economía, sin embargo, se llama Carlos Fernández. Pero se desconoce su real gravitación. Algunos aseguran que la mayor parte del tiempo se la pasa ayudando a su hijo en el estudio de las matemáticas, porque las decisiones importantes las imagina, planea y adopta Néstor en su refugio de Olivos.
No debería sorprender. Desde que asumió, Néstor ha impuesto el desconcertante hábito de no efectuar reuniones de gabinete, así las órdenes emanan de un volcán unipersonal y se bloquea con lava quemante la posibilidad de que algún desubicado formule objeciones. Cristina sigue ese estilo, contradiciendo también en esto sus promesas de cambio. Como a su marido, no le produce insomnio una planificación a mediano o largo plazo, sino el día a día. Los K se diferencian mucho de los presidentes de Brasil y Chile, por citar algunos próximos. Parecieran seguir una confesión de Groucho Marx: «Estos son mis principios; si no le gustan (o no me llegasen a gustar a mí) tengo otros».
El gobierno y su círculo de amigos dilapidan su impunidad como antes lo hizo Menem. Se persigue sólo a quienes no tienen o perdieron el poder, sean militares o civiles. Las declaraciones públicas del fiscal Manuel Garrido ponen la piel de gallina. Dijo que no puede investigar a los funcionarios en actividad, aun cuando todos los caminos de la culpa conduzcan a sus despachos. Así de directo, así de audaz.
Hay datos que nos parecen aceptables, pero deberían suscitar polémica al mirarlos con lupa, aunque sea chica. Por ejemplo el 57 por ciento del precio del automóvil corresponde a impuestos que se chupa el Estado (la Kaja).
Los beneficiados perpetuos de las operaciones son el gobierno K y sus bancos amigos, obvio. Para seguir obteniendo poder y ganancias se necesita eternizar la ignorancia y la pobreza, mientras se predica lo contrario. ¿Cómo se las arreglarían Chávez y los Kirchner sin pobres sumidos en la ignorancia, muchos con hambre? Esa pobreza, merced al «progresismo» o «modelo», ascendió del 27 al 32 por ciento, según últimos datos. Totalizan alrededor de 12 millones de personas que aumentan su número a un ritmo de 100 mil nuevos pobres ¡por mes! Y son votos.
Como nota de color vale la pena recordar que semejante deterioro no conmueve al «profesor», asaltante de comisaría, funcionario y piquetero todoterreno Luis D'Elía quien, además de cobrar mucho dinero del Estado (que pagamos todos), confesó haber traído un millón de dólares de Cuba o Venezuela para sus tareas de incitación al odio y demostró en varias oportunidades ser un aliado incondicional de la teocracia iraní, sin importarle la discriminación que allí se aplica a las mujeres, el fusilamiento de homosexuales, la violación de elementales derechos humanos y la censura contra la libertad de prensa.
La pobreza en acelerado ascenso tampoco afecta a las aguerridas Madres de Plaza de Mayo, lideradas por Hebe de Bonafini, cuyos suculentos fondos también le llegan del Estado y otras fuentes. Son fondos importantes que administra la ex ministra Felisa Micelli, famosa por su cartera llena de dinero escondida en el cuarto de baño, y el joven Sergio Schoklender, quien es un evidente adicto al mandamiento que ordena respetar a los padres, y fue detectado en las suntuosidades de Carmelo, sobre la costa uruguaya.
Los «queridos guerrilleros» de Hebe de Bonafini, que aún no pueden usar las armas que ella querría darles, seguirán siendo menesterosos o se convertirán en delincuentes, porque seguro que no les enseñan los conceptos del Mahatma Gandhi o de la Madre Teresa. Los niños y jóvenes del fascio —los célebres «balilas» de Mussolini— secretamente amaban la muerte como escapatoria. Igual que los nazis, igual que los fundamentalistas islámicos que ella elogia, sin olvidar los encomios que ha derramado sobre los criminales de la ETA y que ahora le impiden hacer turismo en España.
Monseñor Ramón Dus, obispo de Reconquista, a 325 kilómetros de la capital provincial, advirtió sobre los horribles problemas sociales que vive el norte de Santa Fe, donde reina una insoportable inseguridad acompañada por una «ola de suicidio de jóvenes» con un fuerte crecimiento de barriadas pobres. Esta denuncia revela que las tragedias que se difunden con mayor impacto desde el Gran Buenos Aires por la centralidad de muchos medios de comunicación han extendido su lobreguez, como un sudario, por todo el territorio de la nación.
Entre el 26 de abril y el 2 de diciembre de 2008 se registraron más de treinta suicidios que desconcertaron a Reconquista, pero que también la sumieron en un estado de alerta. Por ese motivo, la Dirección de Salud Mental de la provincia trasladó a sus principales funcionarios al norte santafesino para discutir con instituciones, ONG's y profesionales especializados el escalofriante panorama. «Aquí, cuando hay tensiones graves, la gente busca la voz de la Iglesia. Por lo tanto, nos sentíamos urgidos de decir una palabra», manifestó Dus. Aseguró que no pretendía ser alarmista, pero que «hay signos que nos preocupan mucho», porque «con el contexto nacional e internacional que estamos viviendo no se perfila una salida esperanzadora».
«Vivimos una situación de extraordinaria inseguridad, como en otros lugares del país. Me tocó visitar el presidio y la falta de un juez federal hace que muchas causas estén detenidas». ¿Considera que los gobiernos provincial y nacional no brindan una adecuada atención a la zona?, le preguntó un periodista. Monseñor Dus contestó: «No nos sentimos olvidados, pero nuestros representantes tienen que poner un ojo sobre este norte con una mirada más larga, a mediano y largo plazo, para que haya una posibilidad de crecimiento».
A esta denuncia debe agregarse que continúan las muertes de niños por hambre. ¡En la Argentina de la leche y de la miel! Mueren ocho niños menores de cinco años ¡por día! La causa: desnutrición, sólo desnutrición. Este dato oprobioso fue suministrado por Juan Carr, líder de la Red Solidaria y miembro del Centro contra el Hambre que depende de la UBA. Es decir, no se trata de un opositor al gobierno.
No es el único que aplicó semejante latigazo. Abel Albino, de la Cooperadora de Nutrición Infantil (CONIN), entidad reconocida dentro y fuera de nuestras fronteras, afirmó que la desnutrición es un telón de fondo muy grave y por eso no se muestra en las estadísticas oficiales. Sus cifras conforman un ominoso «subregistro de la desnutrición», porque cuando muere un niño no se anota la real causa de su defunción y por lo general se lo atribuye a un paro cardiorrespiratorio o un broncoespasmo.
Seis millones de chicos y adolescentes integran hogares donde no es posible llenar la canasta básica. Seis millones. Y otros tres millones viven peor, sin canasta, en desnudo estado de indigencia. La mitad de estos menores habitan en el Gran Buenos Aires, bastión manejado desde hace décadas por el movimiento peronista que combate el capital y promete —en sus diversas y amnésicas manifestaciones transformistas— reinstalar la opulencia de un pasado mítico, apelando a sus punteros, piqueteros, gremialistas, intendentes eternos y la manipulación siniestra de mentes atontadas por la propaganda, la droga o la desnutrición. ¡Pobre patria mía!
El Mapa del Hambre no puede recurrir al abollado INDEC, pero consiguió revelar que hasta ahora 1.422 poblados sufren la plaga de la desnutrición, con 300.000 familias sin acceso a una alimentación elemental, básica. Los aportes públicos y privados ya bajan los brazos, porque muchos no llegan debido a razones que mejor ni quiero mencionar, pero vos, lector, intuís.
Produce retortijones que este horror suceda en la Argentina, un país que podría alimentar a varios. Y que si no lo hace, es por una imperdonable ineficiencia política. Ineficiencia. La dirigencia nacional se ha jactado con gritos y sonrisas del gran crecimiento económico «a tasas chinas», según el deslumbrante y ejemplar «modelo». Pero esta miseria es el resultado de ese «modelo», que hasta ahora sólo arrimó fortunas al círculo de amigos y secuaces de colmillos largos.
No obstante, igual a una comedia de equívocos, algunos intelectuales de cierto fuste niegan la existencia de la inseguridad, atribuyéndola a «exageraciones políticas de la derecha». ¿Con los años provocarán risa? ¿Serán un libreto de comedias desopilantes? Alguien a quien aprecio (o apreciaba), el filósofo Ricardo Forster, firmó una Carta Abierta que debe estar provocando la caída de dientes a muchos de los que adhirieron a ese zafarrancho por el bruxismo que les genera la vergüenza. Ese grupo patentó el vocablo «destituyente», para descalificar cualquier crítica al innoble timonel que conduce nuestro país.
Forster ha escrito con inspiración que «en torno a la inseguridad se movilizan ahora los recursos materiales y simbólicos de una derecha que busca motorizar los reflejos regresivos de la sociedad». ¡Qué frase! Enseguida agregó, con índice eléctrico: «La agenda de los medios es recurrente y cíclica… regresan a la escena cuando es necesario atizar la insoportable sensación (¡dijo «sensación»!) de una inseguridad creciente que se asocia, en el imaginario colectivo, incentivado por los lenguajes mediáticos, con el miedo». En un encaje fraseológico de admirable longitud añadió: «La sobrexposición mediática de fenómenos de violencia e inseguridad apunta a debilitar las acciones que tienden a buscar caminos alternativos a los de la mera represión pero, fundamentalmente, buscan solidificar el miedo en las capas medias, amplificando su deseo de mayor control y punición, al mismo tiempo que van profundizando las marcas del prejuicio y el racismo allí donde casi siempre la violencia y la inseguridad son consecuencia, según ese relato hegemónico, del vandalismo de los sumergidos, de los habitantes de esas 'ciudades del terror' que se multiplican alrededor de los 'barrios decentes».
Su texto se torna más explícito al enseñar que «esa derecha se ve reflejada en el discurso periodístico, que no ha dejado de ser cómplice de los dueños del poder, tanto en épocas dictatoriales como democráticas. Sus espasmos histéricos y amarillistas, sus groseras simplificaciones al servicio de esa otra derecha efectivamente activa en los nudos del poder económico y político (¡Forster olvida que en esos nudos están metidos hasta la médula los actuales dueños del poder y su círculo de amigos, que incluso han comprado numerosos medios de comunicación masiva!), que ha financiado siempre el lenguaje falaz y empobrecedor de esos medios mientras se desgarran las vestiduras ante cualquier censura a la 'libertad de expresión'… El miedo es, hoy, un aliado inmejorable para profundizar el giro a la derecha».
Un dramaturgo de la estatura de Aristófanes, que supo burlarse como nadie de los sofistas, hubiera citado a Ricardo Forster, porque tiene una filosa habilidad para atribuir a la demonizada, omnipotente y ubicua derecha una peste que ven hasta los ciegos, ¡y que no es de derecha ni de izquierda! El periodista Edi Zunino, que no puede ser acusado de derechista, le pregunta qué pretende: ¿pretende que el periodismo no informe que acribillaron al ingeniero Barrenechea delante de su familia? ¿O que fusilaron a Rolo González en Bernal? ¿O a Claudio Rosujovsky en San Miguel, a la vista de medio mundo? ¿O a Emiliano Sonnenfeld en Del Viso? Agrego yo: ¿quiere que todo eso se silencie como en los tiempos de la dictadura, cuando la prensa no podía denunciar secuestros, allanamientos, desapariciones y asesinatos? ¿Eso quiere, eso extraña? Zunino también le pregunta por qué no expone al menos uno de los «caminos alternativos'»en vigencia contra la inseguridad, que es una industria en pleno desarrollo y sobre la cual no se difunden estadísticas oficiales, ni siquiera del mentiroso INDEC. También pregunta por cuáles calles transita este filósofo sin miedo. Si fuese verdad que con cinco años de matrimonio K «la derecha ha logrado captar el alma de gran parte de la sociedad», ¿no sería bueno que, como filósofo, les arrimara un ensayo de autocrítica a su fracaso, en pos de mejorar la gestión? Por último le descarga un consejo oportuno: «Paren un poco con eso de derecha e izquierda, muchachos, que ya huele a encierro académico. ¿Dónde vieron un país serio sin política de seguridad?»
Carmen Argibay, ministra de la Suprema Corte, criticó al gobierno por sus políticas sobre la minoridad y el delito. Contra la opinión de los «garantistas», frenó la liberación de sesenta chicos delincuentes internados en un instituto de menores. Muchos no la entendieron y se alzaron contra esa «insensible» jueza. Pero ella, sin pelos en la lengua, denunció que hay cafishos que los mandan a robar y matar. Los explotan porque son menores. Y agregó: «¿Acaso no hay gatillo fácil? Todo el mundo lo sabe. Y gatillo fácil tiene gran parte de la policía. Infiero que casi todos estos pibes están marcados. Unos trabajan para la policía y ésta los protegerá hasta que alguno abre la boca; en cuanto la abre, lo matan».
Todo eso es cosa de la satánica derecha, ¿verdad, estimado Forster?
La criminalidad que ronda día y noche por el Gran Buenos Aires sólo es ficción. Tampoco debe ser cierto que un profesor de gimnasia recibió un balazo mortal al querer impedir que un par de adolescentes robaran el auto de su esposa. Más tarde pereció un comerciante en Temperley al quedar encerrado entre los tiros de policías y malvivientes. Un trabajador fue apuñalado en Lomas de Zamora porque el asaltante consideró que «le había faltado el respeto» al tirar al suelo la mochila que pretendía robarle. Un policía cayó acribillado por la espalda por su condición de «vigi» —palabra de la jerga carcelaria— cuando pretendió frustrar un asalto en Loma Hermosa. Fue asaltada la UIA por un grupo sofisticado. Siguen impunes las proezas del violador serial de la Recoleta. Son numerosos los asaltos a barrios privados, pese a la vigilancia que se ha establecido en todos ellos. El ministro de Seguridad bonaerense admitió que «algunos hechos desgraciados no tienen lógica». Van cayendo a balazos jóvenes y nobles policías. Pero, ¡bah!, peores historias hay en las películas. Deben ser películas de la derecha.
Hubo marchas multitudinarias contra el aumento de la inseguridad y se formaron organizaciones vecinales para enfrentar la peste, se ha insertado en Internet el mapa del delito en la provincia de Buenos Aires, se trata de identificar y denunciar a los vendedores de paco (una prueba indiscutible de que la cocaína se fabrica en grandes cantidades frente a nuestras narices). En el barrio de Balvanera se puso en marcha la imaginativa propuesta de usar silbatos que alertan contra los arrebatos antes de que se consuman y, de esa forma, han conseguido ahuyentar a varios autores. Podría seguir, pero se hace largo.
Cierro con esto. La sociedad implora una acción integral. La implora, la exige. Ruega por una política de Estado edificada con la intervención de expertos: economistas, sociólogos, juristas, psicopedagogos, policías y muchos otros que podrían diseñar un programa de largo plazo, consensuado y firme, que ponga barreras eficientes a la inseguridad, sin ideologismos.
Su espíritu destructor fue disimulado por la transitoria bonanza económica: los electrodomésticos se podían comprar en 24 cuotas sin intereses y llegó un tsunami turístico atraído por la devaluación que había realizado Duhalde. Algunos, alarmados por la agresividad de Néstor, pensaron que bastaría con cambiar un populismo rústico y maleducado por otro más elegante. Pero no se daban cuenta de que jamás sería suficiente, mientras no se respetaran sin concesiones la Constitución y todas las leyes que contribuyen a la estabilidad jurídica. Tampoco será suficiente mientras no se ponga límites al Ejecutivo, cosa que no ocurre desde hace tiempo. Parecemos la Inglaterra anterior a su Revolución gloriosa en 1688, cuando se establecieron las bases de una democracia en serio basada en los límites del rey y se desataron las fuerzas creadoras de una sociedad libre y más segura, volcada a la producción.
Nunca el matrimonio K entendió que el mundo es una inmensa oportunidad, donde nuestros productos serían devorados con fruición. Que no daríamos abasto. Nunca entendió que se deben respetar los derechos de la propiedad privada porque, al revés de lo que suponía el desubicado Proudhon, constituyen la raíz de la riqueza y un estímulo al respeto por el otro y por uno mismo. Aristóteles demostró que «lo que es de todos, no es de nadie». La carencia de jerarquía de la propiedad privada permite el ingreso de la depredación. El famoso «modelo K», todavía oscuro, por lo menos deja entrever que ama la depredación.
Para atraer el inmenso ahorro argentino depositado en el extranjero y convencer a nuestros ciudadanos de que paren de fugar sus ganancias no hace falta la varita del mago Merlín. Sólo bastaría con leyes claras, sensatas, estables y confiables. Y un acatamiento irrestricto a la Constitución. Los impuestos deben bajar hasta convertirse en tributos racionales, sin la actual mentira de la «coparticipación federal». Los salarios deberían ajustarse a la productividad de cada empresa, como se hace en los países inteligentes: a más ganancias, todos ganan más, desde el gerente hasta el portero. A menos ganancias, todos ganan menos, desde el gerente hasta el portero. De esa forma los mismos trabajadores, capataces y gerentes se estimulan entre sí para cumplir sus roles, entrenarse y acceder a un mejor nivel de vida.
Debería realizarse una profunda reforma del Estado para que deje de ser una máquina de impedir, llena de funcionarios incapaces y aburridos, con una solución efectiva para la viveza criolla de ese ente llamado «ñoqui», tan costoso y estéril. Es preciso volver al brillo, a la calidad y a la buena remuneración de quienes transitan la carrera de la Administración Pública. Los políticos vienen y van, pero los funcionarios de carrera son quienes garantizan la continuidad de las políticas de Estado y quienes estarían mejor armados para impedir los zafarranchos de los delirantes que ingresan y pretenden comenzar de cero poniéndose una corona de laureles antes de merecerla.