5. Emerger de la insatisfacción

LOS requisitos principales para la práctica del tantra —conocidos normalmente como los tres aspectos principales del vehículo sutra a la iluminación— son la renuncia, el corazón dedicado de la bodichita y la visión correcta de la vacuidad. Para enfatizar cómo el cultivo de estos tres estados mentales crea el espacio en el que tiene lugar la transformación tántrica, los vamos a tratar aquí y los denominaremos Emerger, Abrirse y Disolverse.

Primero viene la renuncia: la mente que emerge de las preocupaciones ordinarias que la limitan y se interesa, por contra, en hacer realidad su potencial ilimitado y completamente liberado.

¿Qué es la renuncia?

Algunos de los métodos empleados para crear un espacio en nuestra mente ya han sido mencionados. Por ejemplo, el tantra sólo podrá practicarse de un modo eficiente cuando nos hayamos desilusionado de nuestra forma ordinaria de aferrarnos a los deseos sensuales. Necesitaremos una comprensión profunda y sincera de que este aferramiento nunca conduce a la satisfacción, sino tan sólo al dolor y a la decepción. Si no somos capaces de entender cómo el apego ordinario al placer nos amarra fuertemente a la rueda de la decepción reiterada (samsara), en el tantra cometeremos los mismos errores que los que hemos cometido en la persecución ordinaria de la felicidad. Siempre que experimentamos una sensación placentera como resultado de nuestra práctica, nos aferramos a ella como a algo autoexistente y definitivamente capaz de proporcionarnos un disfrute inacabable. Como la araña que acecha a la mosca, nos precipitamos codiciosamente sobre cualquier experiencia atractiva que aparezca. Intentar exprimir de esa forma el placer de las cosas es algo totalmente equivocado y mientras mantengamos esa actitud tan poco realista, nunca conoceremos la verdadera satisfacción. Si no apartamos esa actitud de aferramiento convertiremos el tantra, sin darnos cuenta, en otro viaje en círculos sin sentido.

Por ello y ante todo, necesitamos desarrollar una cierra renuncia. Como la renuncia se confunde a menudo con la actitud timorata y de rechazo que critiqué al principio, quizá debería empezar describiendo lo que no es la renuncia.

Ante una situación difícil, podemos renunciar a ella apartándonos o evitándola; esto podría llamarse renuncia pero no es la renuncia al samsara. O quizá estamos acongojados al habernos peleado con nuestro amigo y nos vamos a otra ciudad para evitar mayor dolor. Esto tampoco es renuncia. O no podemos soportar más a la sociedad y nos vamos a los bosques diciendo: "Renuncio completamente a la vida mundana". Viviendo como un animal, sin ninguna de las ventajas de la civilización, ciertamente estamos renunciando a algo, pero esto tampoco es aún la verdadera renuncia.

Podemos pensar que la renuncia tiene que ver con la observancia religiosa y que estudiando enseñanzas espirituales y practicando la meditación nos hacemos un verdadero ser renunciado. Pero no tiene por qué ser así necesariamente. Si alguien critica lo que hacemos —"¡Tú lo que estás, es en una extraña movida oriental!"— y nos molesta, ello demuestra que no hemos desarrollado nada la renuncia. Por el contrario, es la prueba de que nos aferramos a la religión como lo haríamos a cualquier objeto sensual ordinario. En otras palabras, con nuestra actitud de aferramiento habremos transformado la práctica espiritual en otra forma de apego ordinario.

El desarrollo de la verdadera renuncia supone el no tener que depender ya de los placeres sensoriales para obtener la felicidad final. Esto puede suceder al comprender lo inútil de esperar una satisfacción profunda de estos fenómenos tan limitados y transitorios. Es importante comprender esto con claridad. La renuncia no es lo mismo que renunciar al placer o negarnos la felicidad. Significa renunciar a las expectativas que tenemos en relación a los placeres ordinarios, expectativas que, por otra parte, no suelen ser nada realistas. Esas mismas expectativas son las que convierten el placer en dolor. No se puede decir muy a menudo que no haya algo equivocado con el placer. Es nuestra actitud posesiva hacia el placer, que exagera, distorsiona y soluciona, la que debe ser abandonada.

Desarrollo del desapego

El término tibetano que se traduce generalmente como "renuncia", tiene el significado literal de "emerger definitivamente". Ello indica una decisión sincera y profunda de salir definitivamente de las repetidas frustraciones y decepciones de la vida ordinaria. Expresándolo de un modo sencillo, la renuncia es el sentimiento de estar tan harto de nuestros reiterados problemas, que se está preparado finalmente para dejar los apegos a esto o aquello y empezar a buscar otra forma de dar satisfacción y sentido a nuestra vida. Por ello, el cultivo de la renuncia o del emerger definitivo, supone apartarnos de los arraigados hábitos de apego que nos impiden experimentar la plenitud de nuestro potencial humano.

En determinados momentos de nuestra vida (lo trataremos en el capítulo 10), cuando nuestros sentidos se retraen automáticamente de sus objetos, podemos experimentar lo que podríamos llamar un desapego o renuncia natural. En esas ocasiones no hay nada a que aferrarse o a lo que nos podamos apegar. Así, incluso el objeto sensual más atractivo carece de poder para magnetizar o distraer nuestra mente. Pero, generalmente, estamos todo, menos desapegados a los objetos que experimentamos. Constantemente estamos atraídos e incluso hipnotizados por una corriente inacabable de impresiones sensitivas y siempre en la búsqueda de algo nuevo y diferente que nos excite e interese. Si tenemos un coche, no es suficiente, necesitamos dos. Cuando tenemos dos, aún no es suficiente, necesitamos un barco. Ni siquiera el barco es suficiente, necesitamos otro más grande. Y así hasta el infinito. Eso es insatisfacción, lo opuesto totalmente a la mente renunciada o que emerge.

Necesitamos aprender a ser naturales, a estar desapegados naturalmente de los objetos materiales, de nuestro aferramiento por esto o por aquello. No digo esto porque, siendo un tibetano atrasado, envidie a los ricos occidentales. Tampoco estoy diciendo que seáis malos porque sois ricos mientras que otros son pobres. Simplemente estoy tratando de responder a la pregunta: "¿Por qué estamos insatisfechos?".

Siempre podemos encontrar alguna causa externa a quién cargarle la culpa de nuestra insatisfacción —"No tengo bastante de esto o de aquello"—, pero esa no es nunca la verdadera razón de nuestra inquietud e insatisfacción. Lo que nos falta está dentro y esto es lo que tenemos que reconocer todos. La satisfacción no depende de los objetos materiales; viene de la sencillez, de la sencillez interior.

Cuando hablo de estar desapegado lo que quiero decir es ser más sencillo, más suelto. El desapego no significa renunciar completamente a todo. Significa aflojar tu aferramiento y estar más relajado. Hay un montón de placeres en el mundo a tu disposición, pero mientras sigas tenso y ansioso, asiéndote temerosamente a tu dinero y a tus pertenencias, tu riqueza sólo te hará cada vez más infeliz. Si no sabes cómo relajarte y estar satisfecho con lo que tienes, si no sabes apreciar la belleza natural de tu medio, si no sabes ser sencillo, entonces aunque poseas todo el dinero del mundo serás un desdichado.

Por tanto, la renuncia no significa que debamos renunciar a nuestro placer. ¡Nada más lejos de la verdad! Toda la filosofía budista en general y el tantra en particular se basa en que, como seres humanos con un potencial ilimitado, debemos aspirar al máximo placer posible. La verdadera renuncia se basa en la comprensión de que todos los placeres ordinarios son de segunda clase. carecen de cualquier consistencia cuando se comparan con el gozo extraordinario qué se tiene al despertar las energías latentes en nosotros mismos, haciendo así realidad nuestro potencial más profundo.

Esos placeres ordinarios no sólo son de segunda clase, sino que nuestro aferramiento a ellos es lo que nos impide experimentar la felicidad superior de la autorrealización plena. La actitud de querer exprimir y aferrarse es una droga que obnubila nuestra claridad natural. Nos enredamos cada vez más profundamente en el mundo de las apariencias ordinarias y nos alejamos cada vez más de nuestra naturaleza esencial. Desarrollar la renuncia significa comprender que nuestra confianza ordinaria en el placer nos impide probar esa felicidad superior y más completa.

Con un desarrollo adecuado de la renuncia nos concedemos un descanso de la confianza, generalmente compulsiva y represora, en los placeres de los sentidos. Cuanto más comprendamos que estos placeres no nos pueden dar la felicidad duradera que buscamos, más disminuirán las expectativas y seremos más realistas. Nos sentiremos más a gusto en vez de estar tensos, bien por codiciar el placer o bien por rechazarlo al sentirnos culpables. Las circunstancias desagradables dejarán de fastidiarnos tanto. Y si experimentamos algo agradable, lo aceptaremos cómodamente, admitiendo lo que nos ofrece ese disfrute sin pedir o esperar nada más de él. Podremos estar relajados no sólo por comprender que esos placeres son transitorios, sino también porque nuestras miras se dirigen a formas superiores de felicidad: a la realización de nuestra esencia natural. Teniendo presente este objetivo trascendental no nos excitaremos exageradamente con los placeres efímeros que experimentemos, ni nos deprimiremos cuando las cosas vayan mal. En otras palabras, en vez de refugiarnos en los objetos de los sentidos como una solución a nuestra insatisfacción, pondremos nuestra confianza en nuestro propio potencial interno.

Abandonar el falso refugio

La frase "tomar refugio" ha sido tomada de su contexto tradicional —la declaración de fe budista, tantas veces repetida, en los maestros las enseñanzas y la comunidad espiritual: "Me refugio en los Budas, me refugio en el Dharma, me refugio en la Sanga"— para señalar que tomar refugio en los placeres momentáneos y transitorios es algo que hacemos constantemente con una convicción y fervor casi religiosos. Por ejemplo, un día podemos pensar: ¡oh! estoy deprimido; creo que me voy a la playa". Así, conducimos hasta la playa—, ya, nos lanzamos al agua, jugamos como peces y después nos tostarnos al sol. Cuando esto se hace aburrido, pensamos: "Ahora tengo hambre; ¿dónde está el bar?". Y nos hincharnos de chucherías, esperando encontrar alguna satisfacción en el helado, las palomitas de maíz, la coca-cola o el chocolate que devoramos. Nos refugiamos en esas cosas como salida a nuestra depresión y aburrimiento, sólo para acabar gordos y quemados por el sol.

Cuando en el budismo se habla de tomar refugio, se hace enfatizando la importancia de acabar con esa búsqueda desesperada de satisfacción, imposible de llevar a buen término. Adoptar un verdadero refugio impone cambiar nuestra actitud; esto llega al comprender la falta de valor, en última instancia, de los fenómenos transitorios que nos atraen normalmente. Cuando comprendamos claramente el carácter insatisfactorio de las cosas que hemos estado persiguiendo, nuestros esfuerzos compulsivos por conseguirlas disminuirán automáticamente y la inercia de nuestro aferramiento remitirá. Dejaremos de ser llevados de aquí para allá por los cambios de fortuna en la vida y conseguiremos el espacio necesario para empezar a explotar nuestro potencial interno.

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