CAPÍTULO II

LA emergencia del «Yarrow» de la superimpulsión naturalmente haría que gongs estridentes sonasen en ambos navíos. El altavoz del comunicador espacial del techo de la sala de control murmuró frenéticamente:

—«¡Mayday»! «¡Mayday!» ¡Pidiendo ayuda! Un pirata ha volado nuestro supermotor y nos bombardea! «¡Mayday!» «¡Mayday!» ¡Socorro...!

Hubo un ruido áspero en el altavoz. La petición de ayuda del mercante quedó borrada y destruida por un monstruoso sonido blanco puro. Provino de la nave más pequeña. Alguien en la sala de control había entrado en acción tras la irrupción del «Yarrow». Había visto, por fin, el detector visible de señales y como primera reacción de emergencia emitió un ruido puro. Eso obturó el resto de la llamada de socorro haciendo o pretendiendo hacer imposible la cooperación entre el «Yarrow» y el «Hecla».

El altavoz emitió otros ruidos, originados en la sala de máquinas. Trent soltó un juramento. Desconectó el comunicador exterior ante la urgencia de recibir informes de su propio navío. La voz del primer oficial llegó asombrosamente clara:

—El dispositivo preparado para la carga, señor. El ingeniero así lo dice. Usted puede cargar el dispositivo.

Delante, en donde dos naves extrañas yacían, las lanchas espaciales de la más pequeña revertían su movimiento y regresaban hacia el navío del que salieron. Aquel navío continuó transmitiendo una potente explosión de sonido ensordecedor, cuya recepción Trent acababa de cortar. El mercante seguía rogando ayuda frenéticamente.

—Adelante, señor —repetía el primer oficial desde la sala de máquinas del «Yarrow»—. Todo está preparado para la carga.

Trent buscó el primero de los dos nuevos controles en el panel de instrumentos. El primero aumentaría el circuito de impulsión millares de kilowatios para cargar el banco de condensadores energéticos del dispositivo. Debería seguir cargando durante minutos. Luego accionando el segundo nuevo control, significaría la descarga de energía en una explosión de potencia que debería destruir el motor del pirata y dejarlo desvalido y limitado a la impulsión del espacio normal.

Esto podía hacerse solamente con ambos navíos en superimpulsión. Pero Trent confiaba que obligaría al pirata a entrar en el casicosmos y allí dejaría que el dispositivo lo dejase tullido, obligándole a volver a la normalidad en donde se le arreglarían las cuentas. Poseía sólo cohetes tipo policía, para asegurarse, pero había otros medios. En cualquier caso, como peor, podría sacar la compañía del navío «Hecla», evacuarlos y llevarlos hasta puerto y luego volver con mejores armas para acabar con el pirata. Podría hacerlo antes de que el navío corsario reparase su superimpulsión.

Sus dedos encontraron el interruptor de carga. Lo oprimió, debería ya empezar a cargar. A los pocos minutos estaría preparado. El pirata entraría en superimpulsión en donde desde allí esperaría volar el motor del «Yarrow». Pero su propio generador estallaría en un fogonazo y quizá incluso se fundiría.

Oprimió con fuerza el interruptor de carga.

Hubo una áspera y fuerte explosión en la sala de máquinas. El olor a metal vaporizado y aislamiento quemado se extendió por todo el «Yarrow». Hubieron gritos.

El primer oficial entró en la sala de control. Su traje espacial mostraba señales de haber sido salpicado con pedazos de la explosión de aislante del cable.

—Ese aparato —dijo con increíble estolidez—, estalló. No funcionó. Cuando usted accionó el interruptor.

Trent estaba demasiado furioso incluso para jurar. Había probado el dispositivo que le proporcionaron los propietarios del «Yarrow» y éste fracasó. Acababa de desperdiciar la ventaja de la sorpresa. Ahora se encontraba sólo a escasos kilómetros de distancia de un pirata indudablemente armado que se había dado perfecta cuenta de su presencia.

Habría sido paradójico por su parte mesarse el cabello en una frustración total y tal reacción hubiera resultado tan útil como cualquier otra. Pero miró con fijeza a las lanchas espaciales que volvían hacia el navío pirata. Les costaría muchísimo tiempo regresar y aún mucho más entrar en las escotillas por la que salieron. El pirata destrozaría el motor del «Yarrow» si se metía en superimpulsión. El «Yarrow» no podría destrozar al del pirata. Trent únicamente era capaz de pelear en el espacio normal con las mismas posibilidades que el corsario. El sólo hecho a su favor era que el pirata no le seguiría a la superimpulsión hasta que tuviese a bordo sus lanchas. Le era posible maniobrar de un modo peculiarmente parecido al de un submarino —una de esas armas fabulosas de las últimas guerras de la Tierra— sumergiéndose para apartarse de la vista, pero sólo hasta que las lanchas del pirata estuvieran de nuevo en su base.

Utilizó aquella maniobra anticuada. El «Yarrow» se desvaneció, para reaparecer sólo segundos más tarde en el espacio normal una vez más y muchísimo más cerca del pirata.

Las lanchas espaciales casi habían vuelto para entonces. El pirata giró y hubo una de esas extraordinarias y apresuradas nubes de humo que aparecen cuando un explosivo es enviado al vacío. El vapor surgió y huyó locamente hacia la nada. Un obús se había disparado sin rumbo preciso. El pirata tenía un cañón. El «Hecla» había dicho que le habían bombardeado. Trent llevó al «Yarrow» de nuevo a la superimpulsión. Los síntomas de náuseas y mareo y de loca caída en espiral se multiplicaron en su desagradable aspecto por verse repetidos después de un intervalo tan corto.

El lapso de tiempo ante su regreso al espacio normal había sido cortísimo. De unos cuantos segundos tan solo, pero las lanchas espaciales se encontraban a lo largo del pirata y las cubiertas en forma de concha de las escotillas salvavidas ya se abrían para recibirlas. Pero el «Yarrow» se encontraba sólo a centenares de metros de distancia ahora y Trent lo impulsó a toda velocidad hacia delante con el motor de emergencia.

El «Yarrow» se lanzó contra el navío pirata como algo furioso y mortífero. Era la más improbable de todas las maniobras posibles. Por todas partes se veían estrellas, a derecha, a izquierda, arriba y abajo. No había solidez para que ser humano alguno comprendiese con exactitud las distancias. Por todo el espacio en el que maniobrar o intentar huir, con un enemigo que había salido más allá de las estrellas más próximas, Trent intentaba el más primitivo sistema de estrategia de combate naval. La embestida. Y en parte tuvo éxito.

El navío pirata lanzó un obús precipitado por el pánico al «Yarrow». Falló. Antes de que el cañón pudiera volver a disparar el «Yarrow» estaba sobre él. Las planchas de acero del casco se arrugaron y se rompieron. El navío mayor se lanzó contra el más pequeño, con todo su interior sonando por el vibrar y el romperse del metal.

Y el pirata se desvaneció. Se había metido en superimpulsión en el último instante, mientras las planchas de su proa estaban en la actualidad destrozadas. El «Yarrow» se precipitó a través del vacío que el pirata dejó en su estela. Se volvió y acometió una y otra vez, repitiendo la maniobra, como algo enorme y furioso tratando de aplastar o destrozar a otra cosa más pequeña y ágil.

 

 

 

* * *

 

Ahora quedaban dos navíos en el espacio normal. Uno, claro, era el «Yarrow». El otro era el mercante desvalido «Hecla». De momento Trent ignoró al otro navío. Mantuvo al «Yarrow» retorciéndose y dando vueltas a través del vacío en donde había estado el pirata. Mantuvo el detector de motores del «Yarrow» en funcionamiento, intentando localizar a su enemigo. Lo había únicamente dañado en un espacio normal, pero si lo seguía a la superimpulsión —tal y como habían resultado las cosas— podría destruir al «Yarrow» y luego bombardearlo hasta que no quedase a bordo ni rastro de vida. De haber estado los hombres de la sala de control del pirata alerta, el corsario habría tenido un aviso a tiempo de la llegada del «Yarrow».

Pero ahora el navío pirata permanecía en superimpulsión y dentro del alcance detectivo durante un considerable tiempo. Podría estar evaluando los daños en la proa del «Yarrow» y los sufridos. Pero Trent escuchaba fríamente y oyó el rechinar de su motor hacerse más y más débil hasta que murió. Entonces, o bien debía estar en el espacio normal —pero a muchísima distancia—, o en superimpulsión y casi inimaginablemente distante.

Pasó más de una hora antes de que Trent volviese al «Yarrow» en dirección al desarbolado «Hecla». Había cortado el altavoz del espaciofono para poder escuchar únicamente los informes de su navío. Ahora lo conectó de nuevo y una voz temblorosa y agitada le llegó al instante.

—¡Por favor, respondan! Nuestro casco está perforado por los obuses y hemos tenido que colocarnos los trajes espaciales porque perdemos el aire muy de prisa. Un obús estalló en la sala de máquinas, destrozando nuestro motor Lawlor y volando en mil pedazos nuestra bobina de superimpulsión. ¡La situación es desesperada! ¡Por favor, respondan!

Trent oprimió el botón del transmisor.

—«Yarrow» llamando al «Hecla» —dijo con voz seca—. En estas circunstancias, todo lo que puedo hacer es trasladarles a bordo y dejarles en tierra en algún lugar seguro. No puedo permanecer por aquí. El pirata está averiado pero en apariencia no destruido. Se fue en superimpulsión cuando le alcanzamos y se ha alejado. No sé si volverá o no. ¿Desean intentar las reparaciones, arriesgándose a que vuelva?

La voz del «Hecla» era casi ininteligible en su negativa frenética de tal idea y en su prisa por aceptar la oferta de Trent. Trent hizo los acuerdos rápidamente para el traslado de los humanos del navío desmantelado. Trasladó al «Yarrow» cerca y a lo largo de la otra nave para facilitar el traslado. Llamó al primer oficial.

—Quédese aquí —ordenó— y vigile ese detector. Los hombres del pirata de guardia estaban buscando a las lanchas y por eso no advirtieron que nos acercábamos. Termino esto y nada más. E informe por espaciofono si esa aguja hace la más mínima insinuación de moverse.

Se dirigió a la escotilla que él había vaciado para recibir la lancha del «Hecla» y a la que se dirigía la tripulación del otro navío. A los pocos minutos se encontró a bordo del «Hecla». La presión de aire era baja. Bajísima. Recorrió el piso acompañado del patrón del «Hecla», que siguiendo la tradición sería el último hombre en abandonar el navío, pero que evidentemente no mostraba ningún agrado por el retraso.

—Está bien —dijo Trent, cuando hubo comprobado los daños producidos por el bombardeo del pirata—. Sólo una cosa más. Quiero volver a echar un vistazo a la sala de máquinas.

—Si... si el pirata vuelve...

—Será mala cosa —asintió Trent—. Pero es igual...

Entró en la sala de máquinas del «Hecla». El desmantelamiento del «Hecla» se había efectuado con muchísima eficiencia. Volada la superimpulsión, el navío de carga era capaz sólo de moverse con su motor Lawlor sin más ayuda. Podía efectuar embestidas desesperadas aquí y allá para aplazar su inevitable destrucción. Pero eso habría sido un inconveniente para el pirata. Llevaba un cañón para tales ocasiones. Lo utilizó y el «Hecla» no podía ofrecer la menor resistencia.

En este momento el patrón del «Hecla» indicaba la posibilidad de que el pirata podía volver.

Trent no respondió. Estaba muy atareado en la sala de máquinas, leyendo los diales, repasando la caja de fusibles. Después de establecer una secuencia de retraso entró con el tembloroso capitán del «Hecla» a la escotilla. La masa enorme del «Yarrow» asomaba a menos de doce metros, pero debajo y entre los navíos yacía un abismo insondable. Las estrellas brillaban por todas partes entre sus pies. Uno podía caer durante millones de años y jamás encontrar fondo en la nada.

Un tripulante del «Yarrow» les izó por la separación hasta la escotilla abierta del navío salvador, utilizando las cuerdas espaciales. Instantes más tarde Trent se encontraba en la sala de control, el casco quitado, pero conservando el traje espacial. Miró por los ventanales. Empezó a fruncir el ceño, gesto que no tardó en acentuar. El capitán del «Hecla» entró inseguro por la puerta de la sala de control.

—Le... le sugiero —dijo tembloroso—, que... nos alejemos de aquí lo antes posible.

—Este es mi navío —le contestó Trent con sequedad—. Yo doy las órdenes.

No se había apartado del ventanal. Había estado vigilando al «Hecla», seco de aire y sin nada vivo a bordo, dejado como pecio entre las estrellas. Pero ahora el navío abandonado de pronto se alejó del «Yarrow». Se lanzó al espacio. Comenzó a funcionar. Se alejó por las infinitas distancias entre los soles de la galaxia. Disminuyó hasta ser el puntito más pequeño a la luz estelar. Luego desapareció.

La boca del patrón del «Hecla» se abrió de asombro.

—¿Qué...?

—No me gustan los piratas —dijo Trent—. Temo que no dañamos a ese otro con mucha gravedad, porque logró permanecer en superimpulsión. Pero no me gustaría que volviese y saquease al «Hecla». Así que envié a su navío al espacio. Una acción refleja por mi parte.

—¿Pero qué esperamos? —preguntó el patrón con ansiedad.

—Ahora nada —le contestó Trent—. Tengo una misión en la sala de máquinas, pero eso puede aguardar.

Examinó el detector de motores con cuidado casi microscópico. No indicaba nada. Puso al «Yarrow» en rumbo. Accionó el interruptor del motor. El «Yarrow» se alejó de allí.

Trent entró en la sala de máquinas. Aún olía a metal vaporizado y aislante quemado. McHinny paseaba arriba y abajo, jurando con seguridad y con indignación que no disminuía. Había inventado el aparato que Trent utilizó sin éxito para destruir al navío pirata. Ahora su dispositivo, que debiera haber evitado todo peligro por parte del navío corsario, se había quemado, hinchado, descolorido y transformado en ruina. Un hilo de humo del aislante quemado aún ascendía en el aire por encima del conjunto de máquinas.

—No funcionó —dijo Trent con llaneza—. ¿Qué es lo que le pasó?

McHinny al instante se puso fieramente a la defensiva. No hay furia infernal igual a la de un inventor defendiendo su pretensión de ser un genio.

—¡Usted no lo hizo funcionar bien! —gritó con amargura—. ¡Lo estropeó todo! ¡Lo conectó cuando habían dos navíos al alcance! ¡Dos! ¡Usted lo supercargó!

Trent no dijo nada. Esto era defensa, no realidad. El motor del «Hecla» se había quemado por la acción del pirata. No podía constituir la mitad de una supercarga en la tensión de superimpulsión.

—¡Y el primer oficial me dio prisas!, —continuó McHinny furiosamente—. Siguió diciendo que yo tenía que apresurarme y volverlo a montar. ¡Lo estaba perfeccionando y me acució para que lo tornase a montar!

Trent frunció el ceño.

—¿Puede usted repararlo? —preguntó con intención—. Si lo pone en condiciones de funcionamiento, volveremos a probarlo.

—¡He de reconstruirlo! —respondió el ingeniero—. ¡Y no aguanto que nadie me diga lo que debo hacer! ¡Yo lo inventé! ¡Sé todo lo que hay que saber acerca de este aparato! ¡No haré nada a menos que me den carta blanca!

Trent alzó las cejas.

—Está bien —dijo—, pero tuvimos suerte. ¡La próxima vez recuerde que se encuentra usted en el mismo navío que el resto de nosotros!

Se volvió y se dirigió a la sala de control, examinando su siguiente movimiento. Los planes del capitán Trent del «Yarrow» conservaban un cierto parecido familiar al plan que su antecesor llevó a cabo en los días de la navegación a vela. Creía que a los piratas no les gustaba pelear. Preferían asesinar. Sospechó que estarían asombrados si se les atacaba, porque su costumbre era conducir ellos el ataque. Y creía que la acción violenta cuando no se la esperaban podría proporcionar resultados interesantes.

Al poco sus puntos de vista no coincidían con los del capitán medio mercante que entraba de mala gana en grupos estelares infestados de piratas. Tenía vivas esperanzas de acción provechosa. Aún podía arreglárselas para encontrar o producir actividad de una clase congénita. Cuando consideraba el fracaso en el asunto del «Hecla» eso le servía únicamente de impulso para modificar sus intenciones, no para abandonarlas.

Cuando tornó a entrar en la sala de control había una muchacha. El patrón del «Hecla» hablaba con cierto respeto.

—Capitán, la señorita Hale quiere darle las gracias. Su padre es el presidente planetario de Loren.

Trent asintió educadamente. La chica dijo con voz aún insegura:

—Quiero darle las gracias, capitán. De no haber sido por usted...

—Es un honor —contestó Trent tan educadamente como antes—. Me alegro de haber estado cerca.

—Yo... sólo puedo ofrecerle palabras —dijo la muchacha—, pero cuando volvamos a Loren, mi padre por lo menos...

—Lo siento, pero no voy a Loren —dijo Trent—. El «Yarrow» se dirige a Sira. Tendrá que ir usted hasta allí.

El patrón del «Hecla» intervino apremiante.

—Pero, capitán Trent, ésta es la señorita Hale. Su padre es el presidente del planeta. Iba a su patria. ¡Seguramente usted podrá desviar su rumbo lo suficiente como para dejarla en tierra, en su mundo natal!

Trent sacudió la cabeza penosamente. Unas cuantas horas antes tenía más o menos intención de encaminarse a Loren. Pero los pasados acontecimientos requerían un cambio de plan. El encuentro con un navío pirata que había capturado pero no saqueado a un mercante no había terminado del modo que él deseaba. Tenía que alterar sus planes. Ahora requerían una visita inmediata a Sira.

—Lo siento sinceramente —dijo—, pero tengo que ir a Sira. Por un detalle: está tres días más cerca que Loren y esos tres días son importantísimos para mí.

—Usted no se da cuenta...

La muchacha colocó la mano en el brazo del patrón.

—No. Si el capitán Trent se dirige a Sira, iremos a Sira. ¡Seguramente desde allí podré llegar a mi patria! Naturalmente que debemos avisar a mi padre de que el pirata pretendía ser el «Bear». Pero el capitán Trent ha hecho bastante por salvarnos de... de lo que nos habría ocurrido si no hubiese venido en nuestra ayuda especialmente si no hubiese actuado como lo hizo.

Trent inclinó la cabeza a un lado inquisitivamente.

—¿El «Bear»?

—Nuestro buque corsario —explicó la chica—. Estamos en un terrible apuro en Loren. Carecemos de antibióticos, como primera cosa, y de otros suministros exteriores a nuestro planeta. ¡Pero lo que más necesitamos son antibióticos! ¡Nuestras bacterias del suelo matan las cosechas del tipo terrestre! ¡Sin antibióticos moriremos de hambre! Así que dimos licencia de corsario a un navío. Mire, con un pirata en acción por los alrededores y hecho jirones el comercio interestelar, los navíos comerciales no vienen a nosotros. Pero hay algunas cosas que precisamos. Así que nuestro corsario detiene a los navíos y requisa las mercancías y pagamos por ellas lo que podemos, más tarde. Es un caso de emergencia.

—Hummm —murmuró Trent con cortesía.

—Esta mañana —añadió ella—, cuando apareció el pirata en nuestros detectores, pusimos plena potencia para esquivarlo como cualquier otro navío. Pero nos alcanzó y se nos acercó. Tratamos de escabullimos describiendo zig zags, pero finalmente se aproximó más e hizo volar nuestra superimpulsión y nos quedamos desamparados. Salimos de superimpulsión cuando se produjo el estallido y allí estaba el pirata. Y dijo: «Corsario «Bear» de Loren, llamando. ¿Qué navío es ése?»

El patrón del «Hecla» tomó el hilo del relato con fiereza.

—Yo contesté... «¡al diablo lo que usted diga! ¡Este es el «Hecla», y la señorita Hale va a bordo! ¡Se va a ver usted en un jaleo y muy gordo!»

La chica interpeló:

—¡No se parecía mucho al «Bear»!

Trent alzó la mano.

—¡Un momento! Ustedes fueron detenidos por el pirata, pretendiendo ser el «Bear», que según tengo entendido es un corsario oficial.

La chica asintió.

—Sí. Eso mismo.

—¿Y no se trastornaron? Oh, ahora comprendo. El «Hecla» está registrado como propiedad de Loren. Ustedes fueron detenidos por un navío que pretendía ser un corsario autorizado por Loren. Naturalmente, no esperaba ser saqueado por un corsario de su propio mundo patrio. ¿Es así?

La chica volvió a asentir. Estaba terriblemente tensa. Hacía poco rato que conociera la más completa desesperación. Ahora mostraba un estupendo aire de compostura. Pero sus manos estaban unidas y crispadas. No parecía darse cuenta. Trataba con ahínco de impedir que sus labios temblasen. Trent se le acercó.

—Y usted —se volvió al patrón del «Hecla»—, estaba tan seguro de que nada tenía que temer que dijo a este pirata que se iba a meter en dificultades. Pensó que era el «Bear» y que le había detenido.

—Y volado nuestro motor —contestó el patrón—. ¡Pues claro que pensé que se había metido en un apuro! ¡La señorita Hale iba a bordo!

—Y...

—El hombre del comunicador del pirata se echó a reír. ¡Se rió! Y entonces supimos lo que había pasado y tratamos de escapar y nos siguieron y nos alcanzaron de nuevo una y otra vez. Y por último comenzaron a disparar sobre nosotros. Luego un obús entró en nuestra sala de máquinas así que ya no pudimos tratar de esquivarles un momento más.

Trent pudo imaginárselo con mucha claridad. El «Hecla», regordete y maternal, conociendo su propia destrucción, habría tratado de aplazar lo inevitable mediante una loca huida, fruto del pánico. El pirata le siguió. Quizá por diversión dejó escapar al torpe mercante hasta que lo divertido se acabó. En total, habría sido algo parecidísimo a un hombre tratando de coger a una gallina o a un cerdo llegado el momento de la matanza. ¡Habría sido horrible! En cualquier caso el pirata bombardeó al «Hecla» para dejarlo sin aire y uno de los obuses dio en la sala de máquinas y detuvo el motor Lawlor y luego el propio pirata envió lanchas para ocupar y saquear la nave. Los piratas debían haber sido emitidos por la escotilla para cometer sus asesinatos. Alguien cooperaría con mucha docilidad con sus presuntos asesinos, meramente por conseguir unos cuantos minutos más de la vida. Y de otro modo los piratas habrían originado un agujero en su desvalida víctima, en el casco, y entrado por allí.

Trent se lo podía imaginar con muchísima claridad, de los informes recibidos para acontecimientos similares en otros lugares.

—Y entonces llegamos nosotros —observó.

—Nunca se lo podremos pagar —dijo Marian con calor—. Yo... yo jamás creí realmente que pudiera ocurrirme nada terrible. Pero me equivocaba y estuve a punto de comprobarlo. Y usted me salvó. Así que... quiero darle las gracias.

—Ya lo ha hecho y muy bien —contestó Trent—, pero todavía no hemos llegado a Sira. Aún podemos meternos en algún jaleo. Déjeme que le diga que son ustedes bienvenidos y que se queden las cosas así. Mientras, ¿por qué no ocupa mi camarote y descansa? Ha tenido usted una experiencia muy desagradable.

Ella le sonrió y salió. El patrón del «Hecla» la siguió. Trent se volvió al tablero de instrumentos. Miró al detector con cuidado especial.

El primer oficial del «Yarrow» dijo sombrío:

—¡Capitán, señor, no importa como resultase, lo pasamos muy mal al intervenir!

—Sí —asintió con sequedad Trent—. Uno nunca debería aceptar la palabra de los propietarios acerca de dispositivos especiales. Tampoco me gustó el asunto. Pero si le sirve de alivio, le diré que somos héroes.

—Para mí eso no significa nada —contestó con sinceridad el primer oficial.

—Entonces la próxima vez —dijo Trent—, no efectuaremos ninguna gesta heroica. La próxima vez que tropecemos con los piratas, les dejaremos que nos corten la garganta sin oponernos en absoluto.

Pero después del encuentro, el efecto de aislamiento asegurado producía una especie de tranquilidad. La nave se sentía a salvo. Hermosamente a salvo. Sus aparatos de aire funcionaban a la perfección. Su control de temperatura estaba ajustado para que partes distintas de las zonas ocupadas de la nave tuviesen diversos grados de calor o de frío trivial, lo que hacía parecer las cosas más naturales. Incluso se poseían plantas creciendo en un compartimiento adecuado. Y la tripulación desempeñaba sus guardias con placidez y los libres de servicio murmuraban y holgazaneaban por doquier.

Pero allí estaba, en este momento, un lugar inimitablemente arrancado del «Yarrow» en donde un navío cortó su superimpulsión y regresó al espacio normal. Las luces de las estrellas brillaban. Las planchas de su proa estaban arrugadas y rotas. El tercio delantero del casco quedaba sin aire y ningún hombre podría ir allí, a excepción de utilizar las escotillas de emergencia entre los compartimentos y morirían inmediatamente si iban sin traje espacial. Esto era, claro, obra del navío que se llamaba a sí mismo el «Bear» cuando exigía al «Hecla» que se rindiera.

La compañía del navío pirata no era sólo provocadora si no hasta desesperada. Habían muy pocos tripulantes que antes de eso no estuviesen en el «Hecla». Cuando el aire se escapaba por el tercio delantero de su casco, tenían que haber habido hombres sin traje espacial puesto. En teoría poseían treinta segundos para colocarse en la armadura espacial. Ninguno de ellos pudo hacerlo. Ni nadie lo había hecho jamás. La parte superviviente de la tripulación querría horriblemente vengarse del acto defensivo del «Yarrow».

Pero de momento, la tripulación del navío pirata estaría trabajando con sopletes de oxígeno para reparar el daño hecho por la embestida del «Yarrow». Reparaciones extensas, aunque temporales, serán necesarias para que la operación normal del navío que a si mismo se había llamado el «Bear» se efectuase sin dificultades. Pero después de reparado este navío no podría ir a un espaciopuerto y hacerse pasar como un mercante inocente. Las reparaciones sólo podían efectuarse en el espacio y aún así sería necesario dar explicaciones al suelo. Era muy probable que todo el asunto del desarbolamiento del «Hecla» se conociese por todas las Pléyades y en otros lugares tan de prisa como podían viajar las noticias.

En resumen, si antes de este acontecimiento el pirata había pasado por cualquier espaciopuerto como una nave honrada en misiones legales, eso ya no lo podría realizar ninguna otra vez.

Había únicamente una sola posibilidad. El «Hecla» había sido desmantelado y perforado. Muy probablemente, si la inmediación del «Yarrow» hubiese tenido valor de aguantar y evacuar su tripulación, quedaba abandonado. Pero el navío pirata podría recuperar al «Hecla».

El «Yarrow» se dirigía a Sira. Y Trent tenía planes elaborados, con la tesitura de permitirse calcular lo que posiblemente podría hacer el pirata. Si alguna de sus deducciones resultase cierta, los piratas sentirían hacia él un odio de los más feroces.