—Sí —insiste Pavel—, pero a mí me parece que el restaurante tendría que llamarse Demasiado Poco, Bastante Bueno.

—¡Bien dicho, Pavel! —exclama Armando, que choca la cebolla con el chaval ucraniano.

En las demás mesas están sentadas casi exclusivamente personas de más de cien kilos, que tienen que comer muy poco. Ellas sí que ponen cara de satisfacción, pero los chicos…

Jérôme Champignon despide a la comitiva española en la puerta:

—Espero que os haya gustado.

—Ha sido estupendo —responde Armando—. Una cocina exquisita y de lo más ligera. ¡Tiene uno casi la impresión de no haber comido! ¡Gracias por todo!

—Ha sido un honor, amigos —dice Jérôme, orgulloso de los cumplidos—. Nos volveremos a ver en el campo de fútbol.

El Cebojet se pone en marcha.

Al cabo de un par de kilómetros, Gaston Champignon indica a Augusto que pare y anuncia por el micrófono:

—He visto un restaurante español. ¿Os apetece una paella gigante?

—¡Síííííí! —estalla una ovación en el autobús.

Al llegar a su hotel del Barrio Latino, finalmente con el estómago lleno, los Cebolletas se despiden y cada uno se va a su habitación.

Pero el Gato se encuentra con una sorpresa desagradable: alguien ha llenado el estuche de su violín de calzoncillos y calcetines.

—¿Dónde está mi violín? —pregunta inquieto.

Va corriendo al cuarto de baño y se lo encuentra en la bañera, en buen estado, por suerte. Saca la ropa interior del estuche y vuelve a colocar en su interior el instrumento con sumo cuidado, como si estuviera acostando un gatito dormido en una cesta.

Al final se ata la cinta roja al pelo y se sienta en la cama con las piernas cruzadas.

Fidu, que ya está bajo las sábanas, le pregunta con curiosidad:

—Perdona, Gato, pero ¿no serás por casualidad un pariente lejano de Toro Sentado?

—No —responde el portero del Real Baby sin cambiar de postura.

Fidu está definitivamente convencido: el Gato es un tipo raro.

—Buenas noches —le dice, y apaga la luz e intenta conciliar el sueño.

Pero una hora más tarde, cuando el Gato se baja de la cama, Fidu sigue despierto. Así que sigue a su amigo, que sale de la habitación con una cuerda y unas tijeras en la mano.

El portero del Real Baby recorre el pasillo a pequeños pasos, como cuando se desplaza uno por el área de penalti, y baja a la planta inferior.

Luego ata un extremo de la cuerda a la manija de la habitación de Tití y el otro a la puerta de enfrente. La cuerda no queda tensa, porque es un poco más larga que la distancia que separa ambas puertas, de manera que se pueden entornar ligeramente.

—¿Listo para el espectáculo? —pregunta el Gato.

Fidu le choca la cebolla y sonríe ampliamente, lleno de curiosidad.

El Gato llama primero a la puerta de Tití y después a la de enfrente. Al instante se oye la voz de Tití, que pregunta «¿Quién es?», y ruidos en la otra habitación: alguien se ha levantado. Tití intenta abrir su puerta justo cuando el compañero de la habitación de enfrente hace lo mismo: al tirar de la cuerda, la puerta de Tití se cierra de golpe.

—¿Quién está ahí? —pregunta el capitán francés con tono de enfado.

—¡Hay alguien que no me deja abrir la puerta, Tití! —exclama el otro chico.

—A mí me pasa lo mismo. Deben de ser esos españoles, que estarán aguantando las manijas… —aventura Tití—. ¡Tira con todas tus fuerzas y después nos encargaremos de que se cansen de tanta diversión!

Los dos franceses luchan en vano, porque cuanto más se abre una puerta más se cierra la otra. La cuerda está tensa como la de un violín.

Sin saberlo, están disputando un torneo de tiro de cuerda entre ellos. Fidu no para de reír en cuanto comprende la treta.

El Gato le enseña las tijeras.

—Ahora viene lo mejor…

Corta la cuerda de un tajo seco: las dos puertas se abren de improviso y los dos franceses caen rodando para atrás.

—¡Ay, ay, ay!

Los dos porteros de los Cebolletas se escapan corriendo a su habitación de la planta superior, riendo como descosidos.

¡Misión cumplida!