CAPÍTULO 8
Cuando Paul llegó a Berlín, ya era de noche. Las calles, muy distintas al pequeño pueblo de Dingle al que Paul estaba acostumbrado, le daban la bienvenida con su aire festivo e informal. Antes de ir al hotel Riu Plaza Berlín donde se alojaba, decidió ir a tomar una cerveza a un bar cercano. Un grupo de atractivas mujeres lo miraron con deseo. Pero Paul, que en otro momento de su vida se hubiera acercado a ellas y seguramente alguna hubiera subido a su habitación del hotel, se limitó a sonreír y a ignorar las señales evidentes de conquista.
Una hora después, ya acomodado en la habitación del hotel, Paul llamó a su prestigioso agente que llegaría a la ciudad al día siguiente procedente de Roma, donde había inaugurado una exposición de otro de sus artistas representados.
—¡Paul! ¿Qué te cuentas? —le preguntó el agente alegremente.
—Ya estoy en Berlín, Anthony.
—¿En Berlín? ¿Qué haces en Berlín? —preguntó Anthony al otro lado de la línea telefónica extrañado.
—¿Estás de broma? Las exposiciones —respondió Paul confuso.
—¿Exposiciones? Tienes una exposición el mes que viene en Londres pero… ¿en Berlín? En Berlín no, Paul.
—No entiendo nada. Anteayer un camión se llevó mis cuadros para exponer en la galería Michael Haas y en Kreuzberg/Bethanien.
—Paul. Me estás preocupando —dijo Anthony Erickson, que trabajaba con Paul desde hacía quince años—. No hemos acordado nunca esas exposiciones. Hace un año hablamos con la galería Michael Haas pero no llegamos a un acuerdo. Y sobre Kreuzberg/Bethanien, no me consta que nunca nos hayamos puesto en contacto con ellos —explicó seriamente.
—Pero entonces…
—Han robado tus cuadros, me temo… —suspiró Anthony alarmado, aunque intentando mantener la calma.
—No. Anthony, tú y yo hablamos hace una semana. Me dijiste que estabas en Roma con la exposición de Judy Brown y que vendrías a Berlín para las mías. Que las acordaste hace un mes.
—Paul, hace tres semanas que no hablamos. Y no estoy en Roma, estoy en Londres.
—Es una broma ¿verdad?
—Ya sabes que no bromeo. Y menos con estos temas. No te preocupes Paul. Cuando puedas, vuelve a Irlanda y yo me encargo de los cuadros. A ver si podemos localizarlos… daré un aviso a la policía o algo. El seguro lo cubre todo.
Paul colgó sin saber que pensar. Lo que menos le preocupaba ahora eran los cuadros, porque todo le parecía extraño e ilógico. Si no había hablado con Anthony… ¿Con quién había hablado? Era su voz, de eso no le cabía la menor duda. Confuso y aún en shock, llamó a Amy pero no le cogió el teléfono. Paul no podía imaginar que Amy había dejado de pensar en él… que tenía a su lado a la persona que logró sobrevivir al olvido. La persona que aparecía en sus sueños desde su desaparición y que durante toda una vida, había ocupado su corazón.
No podía ser. No podía ser Tom. ¡Tom estaba muerto! Ella misma había visto su cadáver, se le aparecía en sueños… No… no podía ser él. Pero… ¡Era él! Tom señaló desde el exterior, la puerta de entrada a Butterfly y Amy, haciéndole caso, corrió a abrirla. Tenerlo delante era magia. Algo increíble que no hubiera podido imaginar jamás. No era un sueño. No tenía los ojos cerrados. Tom estaba allí… estaba allí… y la miraba con todo el amor del mundo. Como siempre.
—No… no puede ser. ¿Tom? —preguntó mirándolo fijamente a los ojos.
Ya no le hacía falta imaginar como hubiera sido Tom a los treinta y siete años. Lo podía ver en vivo y en directo. No había cambiado mucho del Tom de veinticinco. Su tez era más morena que antes, algunas arrugas habían invadido su rostro haciéndolo aún más atractivo si cabe y se había dejado barba. Sus ojos verdes ya no brillaban febriles como la última vez que lo vio y su cabello, algo canoso, brillaba. Tom olía bien. Estaba más delgado e incluso parecía más alto.
—¿No me vas a dar un abrazo? —preguntó, con una voz más grave a la que recordaba.
—Tom… ¿eres tú?
—¿Quién si no? —rio Tom.
—Pero… pero moriste. Yo te vi —respondió Amy entre lágrimas.
—Sé que esto debe ser muy impactante para ti, Amy… te prometo que te lo voy a contar todo. Pero primero abrázame… no sabes cuanto he esperado este momento.
Amy lo abrazó. Y volvió a sentir en ese abrazo a su Tom. Al niño de ojos tristes que jugaba solo en el recreo. Al adolescente con insoportables visiones que no podía dormir por las noches. A la pareja que la hizo feliz durante toda una vida, y que de la noche a la mañana la quiso alejar de él por su bien. Para evitarle problemas. Amy acarició el rostro de Tom. Él sonrió y la besó. En ese beso, Amy no reconoció del todo al Tom con el que estuvo. Pero habían pasado doce años. Doce años sin probar esos labios… sin sentir su piel. Al separarse, Amy lo miró sonriendo y asintió. Quería saber la verdad. ¿Dónde había estado durante esos doce años?
—¿Quieres un cigarrillo? —le ofreció Amy, aún descolocada, sentándose en la silla balancín del porche.
—Claro.
—¿Desde cuando fumas? —quiso saber Amy.
—Desde hace cuatro años. ¿Te lo puedes creer? Empecé a los treinta y tres.
—Tom, no entiendo nada. De verdad que no entiendo nada. —Pero en el fondo, Amy sabía que con Tom podía ocurrir cualquier cosa. Y había ocurrido. Como si hubiera resucitado… como si hubiera vuelto de entre los muertos, sin haber sido nunca uno de ellos.
—Recuerda, Amy. Recuerda… te dijeron que mi supuesto cuerpo llevaba tres días muerto y tú me habías visto hacía tan solo unas horas. Yo no era el cadáver que visteis y te aseguro que me duele en el alma el sufrimiento que os causé. Pero lo hice por vuestro bien y por el mío.
—Sigue —a Amy le temblaba la voz.
Lo miraba fijamente sin poder creer aún lo que estaba viviendo. Como si fuera un sueño más en el que Tom le hablaba y ella deseara que no entrara en bucle como siempre, con frases extrañas y a menudo desagradables o amenazantes.
Tom se quedó callado un momento. Inmerso en sus pensamientos, le dio un par de caladas al cigarrillo y se distrajo con la mirada fija en otro lugar.
—¿Qué es esa luz? —preguntó mirando hacia la cueva. De ella, volvía a brillar una luz intermitente.
—No tengo ni idea —respondió Amy—. Tom, por favor. Necesito respuestas. Entiende que esto es un shock para mí —continuó diciendo, aún con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta del que no podía desprenderse. Todo su cuerpo seguía temblando y el tic nervioso en el labio inferior, volvió a aparecer sin avisar.
—Mis visiones, Amy. Vi cosas muy difíciles de explicar y muy comprometedoras para personajes públicos e importantes. Me querían cerrar la boca. Querían acabar conmigo y con todas las personas a las que amaba. Tuve que desaparecer y así hice. Encontraron a aquel pobre chico con un parecido asombroso a mí y lo mataron. Yo me encerré en el apartamento durante días hasta que viniste y… siento haber sido tan brusco. Pero necesitabas vivir sin mí. Ahora esas personas están lejos de aquí y yo… yo quería volver a estar contigo. Sentirte cerca de nuevo. Estos doce años han sido muy solitarios y tristes —explicó, como si hubiera estado ensayando cada palabra frente al espejo durante años.
—¿Dónde has estado?
—En París.
—¿París? —preguntó Amy, recordando que el colega del señor Tanner le había dicho que un arquitecto procedente de París, había venido a revisar las obras de los planos que Tom había diseñado—. ¿Y esta casa Tom?
—La vi. Sencillamente la vi… y la construí para ti. En 2010, me enteré que mis padres habían muerto. Digamos que… el señor Tanner me ayudó —explicó distraído.
—Entonces el señor Tanner me mintió.
—Sí, claro… no podía decirte que seguía vivo. Tenía que ser una sorpresa.
—Pues al principio me he llevado un susto de muerte… —rio Amy, que empezaba a relajarse un poco.
—Dime Amy… ¿Cómo te ha tratado la vida?
—La vida… —suspiró Amy, pensando de repente en Paul—. Estos doce años también han sido tristes y solitarios. Tu marcha me dio muchos problemas psicológicos ¿sabes? Aún me queda algo pero… —no… no le mencionaría a Paul—. Creo que todo se va a solucionar y volveré a ser la mujer que conociste. Algo más mayor pero… Ahora sí, Tom… Ahora sí…
—Me alegro mucho. Es extraño… porque hace doce años que no nos vemos y es como si nos hubiéramos visto ayer. ¿No te parece? Como si el tiempo no hubiera pasado… Te queda muy bien el pelo corto, por cierto.
—Gracias… Yo también tengo esa sensación. Como si te hubiera visto ayer —rio Amy, nerviosa—. Y… ¿por qué Dingle?
—Dingle. ¿No te parece un lugar maravilloso? Solitario, alejado de todo, tranquilo… reconfortante —respondió Tom misteriosamente, mirando a su alrededor aunque no se viera nada debido a la oscuridad del lugar.
—Tom, lo siento es que… se me hace muy difícil. No me lo acabo de creer.
—¿Por qué? Mira, tócame. Pellízcame. ¡Soy de carne y hueso! —exclamó Tom divertido.
—Entonces… ¿Por qué has aparecido en mis sueños? En ellos estabas muerto…
Tom meditó unos instantes y asintió frunciendo el ceño. Volvió a darle un par de caladas intensas a su cigarrillo, mientras seguía mirando con curiosidad la luz destellante que seguía invadiendo la lejana cueva en la penumbra.
—No lo sé, Amy. Tú no tienes el don. Me refiero a que… no tienes visiones. Así que no tengas muy en cuenta tus sueños. Puede que no signifiquen nada —respondió Tom, restándole importancia a un asunto del que parecía no querer hablar.
—Vale… ¿Y tus visiones?
—Van bien. Mejor. Controladas.
—¿Las puedes controlar?
—Sí. He aprendido a hacerlo. Tan solo debo respirar hondo y fijar mi mirada en algo que me encante. En lo que más me maraville o fascine del mundo… y las visiones desaparecen. A partir de ahora, teniéndote delante será mucho más fácil.
Se miraron fijamente a los ojos durante un instante. La mirada verde e intensa de Tom, hipnotizó a Amy. Su tic nervioso en el labio desapareció. Su mente se nubló por unos instantes y de repente… dejó de existir todo lo que había a su alrededor. Los miedos desaparecieron. También el sufrimiento. En el mundo de Amy, solo había cabida para Tom.
Paul intuyó desde la habitación del hotel que algo iba mal. Amy no respondía a sus insistentes llamadas y empezó a temer lo peor. Alguien había querido que desapareciera de Dingle. Paul estorbaba allí. Necesitaba saber que Amy estaba bien, así que llamó a Samuel para que fuera a investigar. De nuevo, recibió malas noticias.
—Kim Becker… la acaban de encontrar muerta en el río.
—¿Kim? —preguntó Paul descolocado—. Veinticinco años…
—Me estoy volviendo loco, Paul. No hay nada. Hemos investigado la zona y sigue sin haber pistas. Ya van cuatro chicas jóvenes, Paul… nos habíamos relajado. Nos habíamos relajado y no… —Paul no podía verlo, pero Samuel se echó las manos a la cara y rompió a llorar—. El pueblo está consternado —logró decir con la voz ronca y entrecortada.
—Samuel, por favor. Tienes que ir a Butterfly. Tengo un mal presentimiento.
—¿Qué? ¿Amy?
—Alguien me ha traído hasta Berlín porque no me querían en Dingle.
—Perdona Paul, pero no entiendo nada.
—Samuel, ya te lo contaré. Ahora por favor, date prisa y ve a casa de Amy.
—Voy. No te preocupes, Paul.
Pero Paul sí tenía motivos por los que preocuparse. El vuelo hasta Irlanda o Londres más próximo, era dentro de dos días. No había nada para esa misma noche o para la mañana del día siguiente. Maldiciendo al culpable de su situación, reservó un vuelo que salía a Irlanda en dos días. A primera hora de la mañana. Rezándole a un Dios en el que no creía, por volver a ver a Amy y que estuviera sana y salva.
Amy no quería ir a dormir. No quería cerrar los ojos. Quería congelar el momento y no desperdiciar ni un solo segundo con la compañía de Tom, por quien los sentimientos nunca habían desaparecido. Sentados en el porche, compartiendo cigarrillos y recuperando el tiempo perdido. Así se hubiera quedado… para siempre.
—Entonces, Tom… ¿ya no estás en peligro?
—No. Ya no. Podemos ser felices al fin, Amy. Creo que viene alguien —le avisó Tom afinando el oído. Unos pasos lentos venían de visita a Butterfly.
El agente Samuel Mhic se acercó sigilosamente hasta el porche. Al ver a Amy sentada fumando un cigarrillo, pareció aliviado.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó Samuel seriamente. La sonrisa no podía ser la protagonista de su rostro después de lo que estaba sucediendo en Dingle.
—Sí, claro. Aquí, pasando la noche —respondió Amy sonriéndole a Tom con total y aparente normalidad.
Samuel miró a su alrededor para asegurarse de que todo estuviera en orden. Estaba oscuro y una luz intermitente procedente de la cueva, llamó su atención. Pero no le dio demasiada importancia. Le esperaba una noche dura y larga en comisaria, debido al recién descubierto cuerpo de Kim en el río, con signos evidentes de violencia como todas las víctimas anteriores.
—Bien, entonces. No quiero molestar. Buenas noches Amy, cuídate.
—Buenas noches.
Amy miró a Tom riendo. Como si la llegada del agente Samuel hubiera sido un contratiempo divertido y emocionante.
—¿Vamos a dormir? —propuso Tom.
—¡No! Quiero estar aquí contigo toda la noche…
—Bueno, podemos estar toda la noche en la cama haciendo otro tipo de cosas que no sea solo hablar… —dijo Tom pícaramente.
Amy rio aún más. Hacía años que no reía así… Los nervios habían desaparecido y su cuerpo ya no sufría temblores. Había asumido que Tom estaba a su lado y se quedaría ahí para siempre. Con ella. Ya no había peligro y la madurez y el paso de los años lo habían ayudado a controlar sus visiones. Su don. Su maldición. ¡Que buenas noticias! Amy se alegraba de verdad por él. Pero también por ella. Porque al fin, su vida cobraba sentido y dejaría de ser gris y oscura… incluso los atardeceres sombríos desde el acantilado de Dingle, parecerían estar repletos de colores gracias a la presencia de Tom.
Ya en el dormitorio, se miraron embelesados. Tom desvistió lentamente a Amy. Acarició con deseo cada rincón de su piel. Saboreó el momento y entre besos apasionados, abrazos cálidos y caricias dulces, hicieron el amor. Fue intenso y bonito. Como las veces en las que eran jóvenes y querían experimentar el uno con el otro. Extasiados, se quedaron dormidos a las tres de la mañana. Piel con piel. Sin poder separarse después de tanto tiempo.
A pesar de tenerlo físicamente al lado, al cerrar los ojos Amy vio a Tom. Se alejaba de ella y una mano que no era la de él, oprimía su boca sin dejarle hablar. Miraba a Amy con unos ojos asustadizos e irritados. Parecía querer llorar. Y gritar. Pero no podía hacerlo. El cielo onírico se volvió gris, y el Tom de sus sueños se esfumó sin poder decir nada. Amy despertó en mitad de la noche confusa y sin volver a conciliar el sueño. Miró a Tom. Dormía plácidamente. Estaba poco acostumbrada a verlo así… recordó las noches tormentosas en las que Tom no dormía por sus recurrentes pesadillas. Ahora, incluso sonreía en sueños. Minutos más tarde, embelesada en un mechón que caía rebelde sobre la frente de Tom, Amy escuchó unos pasos procedentes del pasillo. De nuevo esos pasos… lentos al principio. Rápidos al final. Como si alguien de otro mundo paseara por el pasillo de punta a punta. Amy, asustada y sin levantarse de la cama, se asomó un poco para poder ver a través del hueco de la puerta mal cerrada. Y sus ojos no volvieron a engañarle. Tal vez su imaginativa mente sí, pero sus ojos no… Vio una sombra. La vio varias veces. Corriendo rápido, nerviosa, agitada. Amy cerró los ojos y se recostó sobre el huesudo hombro de Tom. Al volver a mirarlo, su rostro ya no era plácido. No sonreía. Como si volviera a soñar con aquellas mariposas que lo atormentaban, de un brusco golpe tiró a Amy de la cama sin darse cuenta. Amy, desde el suelo y paralizada, lo miró. Seguía durmiendo pero se sentía el sufrimiento en su expresión. De nuevo, sintió miedo y fue a la habitación de invitados para intentar dormir lo que quedaba de noche. Los pasos no cesaron pero el aroma de Paul que desprendía la almohada, tranquilizaron un poco a Amy, que logró volver a conciliar el sueño sin más problemas.
A la mañana siguiente, un aroma a café invadió Butterfly. Al bajar a la cocina, vio a Tom preparando un delicioso desayuno y tarareando una canción.
Cuando las lágrimas caen por tu rostro,
cuando pierdes algo que no puedes reemplazar,
cuando amas a alguien pero se desperdicia,
¿Podría ser peor?
Coldplay, la canción Fix You… Amy recordó al vecino adolescente de Londres que ponía esa canción a todo volumen una y otra vez. Se extrañó que precisamente fuera esa canción la que decidió tararear Tom esa mañana. Pero… ¿desde cuando cantaba Tom? El Tom de veinticinco años ni siquiera la había sacado a bailar nunca.
—Te has levantado contento —saludó Amy dándole un beso.
—Mucho. He dormido genial. ¿Por qué te has ido a dormir a la habitación de invitados?
—Me tiraste de la cama en sueños —rio Amy.
—¿En serio? Lo siento muchísimo.
—No importa.
—¿Café?
—Sí, por favor. ¡Lo necesito! —respondió Amy alegremente.
Amy seguía teniendo preguntas que parecían incomodar a Tom. Así que decidió que lo mejor era salir de Butterfly y dar una vuelta por el pueblo.
—¿Lo conoces?
—He estado en el puerto… —respondió Tom—. Pero poco más. Como te dije, quería que fuera una sorpresa y estaba esperando el momento oportuno.
¿Conocería Tom la existencia de Paul? ¡Paul! A Amy se le había ido el santo al cielo con todo lo ocurrido. Miró su teléfono móvil y vio que tenía varias llamadas perdidas de Paul. Decidió llamarlo en otro momento, seguramente estaría muy ocupado con sus exposiciones. Lo que Amy no podía imaginar, es que Paul vagaba por las calles de Berlín deseando que llegara el día siguiente para volver a Dingle. Para asegurarse por él mismo, que Amy no estaba en peligro.
—Amy —le dijo Tom mientras miraba el teléfono móvil—. Olvídalo. Ahora estás conmigo.
El tono de Tom no fue amable. Tampoco amenazante. Pero sí extraño. Amy asintió y decidieron coger el coche para ir a hacer unas compras en Dingle, donde el ambiente no era muy favorecedor ni amigable. Amy, aún no sabía que otra chica había aparecido muerta en el río y al toparse con el viejo Rowan, temió que volviera a emprender unas duras y violentas palabras contra ella. Pero ni siquiera la miró. Ella, hablaba con Tom distraída, mientras las pocas personas que pasaron por su lado en ese día nublado y triste, seguían mirándola de una forma peculiar y distante.
Al volver a casa, Derek Harrison, el colega del señor Tanner, esperaba a Amy en el porche. Ella no recordaba su nombre, pero sí su rostro y una vez más, su intuición le decía que no era de fiar.
—Señorita Campbell —saludó haciendo caso omiso a la presencia de Tom.
—Lo siento, no recuerdo su nombre —respondió Amy tajantemente.
—Derek Harrison. Venía para asegurarme de que todo estuviera bien.
—Todo está muy bien, señor Harrison. ¿A qué ha venido realmente?
—Ya se lo he dicho. A asegurarme de que está bien —repitió misteriosamente.
—¿Por qué tendría que estar mal? —preguntó Amy mirando a Tom.
—Por nada señorita Campbell… por nada —respondió el señor Harrison, mirando de reojo a Tom y volviendo a su Chevrolet para desaparecer de Butterfly.
—Este hombre me pone los pelos de punta —le dijo Amy a Tom—. Es la segunda vez que viene y siempre para asegurarse de que todo esté bien… Ni siquiera sé quien es realmente. Me dijo que era amigo de tu abogado, del señor Tanner.
—Ya decía que me sonaba su cara… También es abogado. Creo que vive en Irlanda.
—¿Y por qué tanta preocupación por mí?
—Una mujer sola, en un acantilado y en una casa solitaria y apartada… —murmuró Tom.
—Ha habido varios asesinatos en Dingle ¿sabes? Tres mujeres muertas en el río.
—Cuatro —informó Tom inconscientemente.
—¿Cuatro?
—¿Cuatro has dicho?
—Tom, no me vuelvas loca. Yo he dicho tres. Tú cuatro.
—Pensaba que habían sido cuatro. No sé. ¿Qué preparo para comer?
Amy se quedó en el porche pensativa, mientras Tom fue a la cocina a preparar algo de comer. Una luz intermitente en el interior de la cueva, de nuevo reclamaba la atención de Amy. La observó durante unos instantes, hasta que Tom le dijo que la ensalada ya estaba lista. Al despertar de la reparadora siesta que Tom le propuso, Amy no volvería a ser la misma de siempre.