Hablando del amor
HACE POCO UN vecino mío me habló de una pequeña iglesia cerca de casa donde se daban fenómenos espirituales muy hermosos, y me invitó a ir y experimentado. Allí fuimos. Apenas abrí la puerta de la iglesia todo el mundo me tendió los brazos. Me tomaron de la mano, me dieron palmadas en el hombro, me acariciaron el pelo. ¡En la puerta! Sólo después nos hicieron pasar. Hubo canto y baile; era toda una celebración. Pero el momento culminante fue cuando el pastor se puso de pie y anunció: «Amigos, el hermano Jonathan va a pronunciar el sermón de hoy. El tema será la fe». El pequeño hermano Jonathan se levantó. Medía aproximadamente un metro y medio. Se plantó delante de todos, cruzó los brazos y dijo: «Fe, fe, fe, fe, fe, fe» y se sentó. El ministro volvió a adelantarse con una sonrisa, diciendo: «Gracias, hermano Jonathan, por su hermosa homilía sobre la fe». Yo pensé: «Algún día, cuando tenga que hablarle a la gente sobre el amor, voy a cruzar los brazos y decir»: «Amor, amor, AMOR, AMOR». ¡Y después me iré a casa! Será la noche más bella de mi vida. Pero como todavía no estoy seguro, voy a pasar una hora hablándoles de lo que ese hombre dijo en un minuto.
Sinceramente me preocupa el hecho de que sintamos unas ansias tan intensas de amor y que veamos tan poco de él a nuestro alrededor Hice un curso sobre terapia de juego. Es una terapia para niños; los adultos usan el lenguaje como terapia; hablando recuperan la salud. Pero con las criaturas hay que jugar. Se lleva a los niños a una habitación, se les dan cosas para que puedan usar en sus representaciones y se les dice: «Vamos a estar juntos, a charlar, a compartir». Una vez me entregaron a una niñita con problemas emocionales. Era la primera vez que trabajaba con una niña de cinco años. Hizo las cosas más increíbles. Afortunadamente ahora nos estamos enterando de que hasta los bebés saben lo que pasa. Ahora hablamos de temas importantes como la «estimulación temprana del infante».
El hecho es que durante varios días Lelani hizo cosas que me inquietaban. Tomaba arcilla y modelaba pequeños hombrecitos de nieve. Después, cuando estaban todos hechos, decía: «¡Mamá!», y lo derribaba. «¡Papá!», y lo derribaba. Así recorría toda su familia. ¡Incluso pretendía que lo hiciera yo! Y como soy un pésimo terapeuta infantil porque se supone que no hay que comprometerse emocionalmente con esos niños, le pregunté: «Lelani, ¿por qué destruyes a todos tus seres queridos?». Me miró indignada como diciéndome «estúpido», y me contestó: «Porque son ellos quienes me hacen sufrir».
¡Cinco años! Haciendo gala de mi torpeza como terapeuta, le dije: «Sin embargo yo te amo y no te hago sufrir». Y me respondió: «Eso es porque eres loco». A los cinco años ya sabía que el amor puede ser doloroso, que aquel que ama incondicionalmente debe de estar loco.
No, me molesta ir a algún sitio y proponer: «Hablemos del amor». Y si creen que estoy loco, mejor porque eso me da un margen mayor de comportamiento. Todos aceptamos y perdonamos a los locos. Pero hoy quiero mencionar, ciertas estadísticas no tan locas sobre el amor que me preocupan: mucho, y espero que a ti también.
¿Sabían que anualmente ocurren más de veinticinco, mil suicidios en los Estados Unidos? ¿Y sabían que muchos de esos suicidios corresponden a personas de más de sesenta y cinco años? Quizás eso nos diga algo sobre la forma en que tratamos, a los ancianos, sobre lo que sentimos por ellos. Somos una sociedad que detesta todo lo viejo.
No queremos verlos cerca de nosotros. Los alejamos o los escondemos, en vez de acercarlo y comprender que lo viejo puede ser hermoso, y que los que han perdido el sentido de la historia tendrán que volver a vivirlo en sí mismos. Uno de estos días envejeceremos y nos arrumbarán en alguna parte. Me preocupa además el hecho de que, pese a que la mayor tasa de suicidios se da en los que han pasado los sesenta y cinco, la tasa que más va creciendo es la de los adolescentes. Chicos de trece, catorce y quince años que ni siquiera saben qué es la vida, a quienes jamás se les dijo lo maravillosa, mágica e interesante que puede ser y ponen fin a todo sin concederse siquiera una segunda oportunidad.
No eludamos el amor. Es un don increíble.
Mucha gente afirma que ama, que cree en el amor. Y después le gritan a la camarera: «¿Dónde está el agua?». Yo creo en el amor que me demuestra cada uno con sus actos, cuando puedes comprender que todo el mundo le enseña a los demás a amar en cada momento. Es interesante señalar que, en el proceso de adquisición del lenguaje, los niños aprenden la palabra «no» muchísimo antes que «sí». Tal vez, si escucharan palabras más positivas, aprenderían antes a decir «sí».
Durante mucho tiempo me he preocupado por el amor. He leído cientos de libros de texto de psicología y sociología para ver qué opinaban los profesionales. ¿Sabes que ni siquiera figuraba el tema en el índice? Eso nos da la pauta de cuánto pensamos en el amor. Cuando escribí mi libro Amor, mi editor me advirtió: «Leo, creo que tendrás que cambiarle el nombre porque estoy seguro de que ya está registrado». Yo le propuse: «¿Por qué no lo remites lo mismo, a ver qué pasa?». Así fue como lo envió, y recibió luego el copyright para Amor. Había libros llamados Amor y odio, Amor y deseo, Amor y temor, La Alegría y el Poder del amor, pero a nadie se le había ocurrido titular un libro simplemente Amor. A-M-O-R. Qué bella palabra, qué palabra infinita.
¿Quién es la persona que ama? Es la que se ama a sí misma. Vivo repitiéndolo, y la gente me dice: «Sí, usted tiene razón», pero no lo ponen en práctica. Jamás podrán amar a nadie si no se aman a sí mismos. Weisel, el maravilloso autor judío, escribió un hermoso pasaje en un libro titulado Almas ardientes:
Cuando muramos y vayamos al cielo y nos enfrentemos con el Supremo Hacedor, Él no nos preguntará: «¿Por qué no te convertiste en un mesías? ¿Por qué no descubriste la cura para tal o cual enfermedad?». Lo único que nos preguntará en ese precioso momento será: ¿Por qué no fuiste tú mismo?
Esa es nuestra mayor responsabilidad porque, de lo contrario, ¿para qué tendríamos características individuales? Todos somos diferentes. Cada uno tiene algo que nadie en el mundo posee. ¿No basta eso para entusiasmarse con uno mismo?
Les digo eso a mis alumnos y me responden: «¿Yo? Yo no tengo nada de útil». Bueno, si así lo creen y si escuchan lo que les dicen los demás, quizá se convenzan de que es verdad. No sé por qué la gente siempre trata de rebajarnos en vez de ayudarnos a madurar.
Pero una de las cosas más difíciles es ser uno mismo, averiguar quién soy y qué tengo para compartir. Y luego dedicarse a desarrollarlo para poder entregarlo a los demás, puesto que ese es el único motivo que existe de tener algo. Lo maravilloso de uno mismo es que no se trata de nada concreto. Lo que uno deja atrás de sí no es tangible. Eso es lo notable. Es algo grandioso y espiritual. Eso es lo que uno es. Y si lo desarrollamos, se lo dejaremos a cuantas personas toquemos. Y ellos a su vez serán más.
La más ardua batalla es la lucha por ser uno mismo, ya que tiene lugar en un mundo donde la gente se siente más cómoda si uno actúa para su conveniencia. Y si uno se da por vencido, no quedará nada de su persona. Si somos capaces de poner nuestro interior en orden llegaremos a desarrollar todo lo que somos. Sólo entonces podremos decir: «Soy una persona que ama porque doy todo lo que soy sin cortinas de humo. Me entrego libremente». Qué cosa hermosa. No perdamos la oportunidad. En algún punto del camino, nos encontraremos a nosotros mismos. Nos estrecharemos la mano y diremos: «Hola. ¿Dónde diablos estuviste todos estos años? Ahora que estamos juntos podemos seguir nuestro rumbo». Y comprobaremos que somos infinitos, que nuestra potencialidad no tiene límites. Nadie ha logrado hallar una limitación al potencial humano.
Hace poco me hallaba en un avión. Suelo viajar con frecuencia, y me encantan los aeropuertos. Alguna gente los odia. A mí no me gusta trasladarme hasta ellos, pero disfruto dentro de los aeropuertos porque allí aprendo más sobre el comportamiento humano que en ninguna otra parte. Miro a las personas. No me aburro. Dejo de controlar qué vuelo está por partir. Observo todo lo que sucede en ese sitio, la dinámica de la vida en acción.
Al subir al avión me senté al lado de un muchacho con aspecto de tenerlo todo. Era alumno de una universidad de Colorado. El chico empezó a hablar: «No me gusta esto». «Las escuelas no sirven para nada». «Los profesores son una porquería». «El mundo es horrible». «Este país…». Finalmente lo increpé: «¡Cállate la boca! ¿No sabes cuántas veces en los últimos setecientos kilómetros has dicho “yo”?». Luego de una pausa me preguntó: «¿Quién diablos es usted?».
En contraposición con ello, el año pasado tuve una experiencia en el aeropuerto O’Hare. Estuvimos completamente cercados por la nieve durante dos días enteros con sus noches. Nuestro avión fue el último que recibió permiso de aterrizaje. Luego anunciaron que no sólo no podríamos marchamos en vuelo alguno, sino que tampoco podríamos salir del aeropuerto debido a un temporal de nieve. También nos indicaron que toda la comida y la bebida serían gratis, y que los bares estarían abiertos. ¡Eso era magnífico! Sin embargo había gente que trataba mal a las azafatas y gritaba.
A diferencia de estas personas que protestaban y exigían que se los llevara a su lugar de destino en el acto, había una mujer maravillosa que se ofreció a ayudar a las azafatas que se encargaban de los ancianos.
Deberían haber visto a esa mujer. Era la misma situación, el mismo temporal ¿Cuál era la diferencia entre los que chillaban y la mujer que se ocupó de los ancianos? Que hizo uso de la opción. Una opción increíble, asombrosa, mágica y personal. «Quiero ayudar porque eso me produce placer».
Yo fui uno de los afortunados que pudo ver al Dalai Lama del Tibet, y ojalá todos hubiesen podido vivir esa experiencia. Subió al escenario, miró el auditorio del templo y dijo: «Nuestro mayor deber es ayudar al prójimo». Luego esbozó una sonrisa y agregó: «Y si no pueden ayudar, por favor no hagan daño».
Si cada uno de los aquí presentes nos dijéramos: «Yo no sirvo para ir a ayudar a la gente, pero prometo que jamás he de herir a nadie, al menos intencionalmente», ¡qué lugar maravilloso sería la Tierra!
Siempre me digo que nadie debería morir solo. ¿Sabían que en Los Angeles existe un servicio que puede contratarse por ocho dólares la hora para que alguien nos acompañe cuando morimos, para que no fallezcamos a solas? ¡Eso es repugnante! Si uno llega al momento de la muerte y no tiene siquiera una persona que quiera sostenerle la mano, entonces algo anduvo mal. Nadie debería morir solo.
Me gusta mucho la historia del tipo que subía por un camino angosto de montaña, y llega a un sitio donde hay una curva muy pronunciada. Cuando estaba por doblar, aparece una mujer conduciendo en sentido contrario. Al verlo, ella saca la cabeza por la ventanilla y grita: «¡Cerdo!». Azorado el tipo saca los ojos del volante para mirarla y choca contra un cerdo.
¡Ya no creemos a las personas que quieren hacer el bien!
Sin embargo, realmente nos volvemos humanos cuando extendemos los brazos y nos arriesgamos a abarcar al prójimo y a confiar en él.
Un día vino un chico a verme. Se llama Joel, Y se ha hecho famoso por la cantidad de veces que repito su historia. Tengo su permiso para relatada. Me preguntó: «¿Qué puedo hacer?». Cerca de la universidad hay un hogar de convalecientes, y allí lo llevé. Todo el que quiera ver su futuro debería visitar esos asilos. Gente de avanzada edad estaba tirada en las camas, con viejos camisones de algodón, mirando el techo. La senilidad no proviene de la edad avanzada sino del hecho de no ser amado, de no sentirse útil.
El hecho es que entramos, él paseó la vista a su alrededor y preguntó: «¿Qué haré yo aquí? No sé nada de gerontología». Le contesté: «Me alegro. ¿Ves esa mujer que está allá? Ve a saludarla». «¿Nada más?».
«Nada más».
El muchacho se le acercó y le dijo: «Hola». La señora lo miró con aire suspicaz durante un minuto, y le dijo: «¿Eres pariente mío?». «No». «¡Muy bien! ¡Me fastidian los parientes! Siéntate, hijo».
Y así comenzaron a charlar. Dios mío, ¡las cosas que ella le contó! Como he dicho antes, cuando ignoramos nuestra propia historia, estamos condenados a repetir todo una y otra vez. Esta mujer había conocido muchas cosas maravillosas en su vida: el amor, el dolor, el sufrimiento. Incluso el hecho de acercarse a la muerte. ¡Pero nadie se detenía a escucharla! Joel comenzó a ir una vez por semana; y muy pronto ese día comenzó a denominarse: «El día de Joel». Él llegaba y todos los ancianos se reunían a su alrededor.
¿Saben lo que hizo esa mujer? Le pidió a la hija que le llevara un lindo camisón. Y allí esperó a Joel un día en la cama, con su bello camisón nuevo y toda acicalada, cosa que no había hecho en años.
Probablemente el momento más feliz de mi carrera docente haya sido el día en que, caminando por el campus, me encontré con Joel, que avanzaba como el flautista de Hamelin, seguido por unos treinta ancianos, ¡que iban a un partido de fútbol!
¿Qué puedo hacer? Mirar alrededor. ¿Qué puedo hacer? Nada monumental. Son pequeñas cosas, a veces fugaces, pasajeras.
Voy a leerles algo que Elizabeth Kübler-Ross escribió en su último libro titulado: La muerte: «etapa final del crecimiento».
Lo importante es comprender, aun sin saber qué somos o qué nos sucederá al morir, que nuestro objetivo es crecer como seres humanos, miramos por dentro, encontrar algo y construir a partir de allí esa fuente de paz y comprensión y fortaleza que es nuestro yo individual. Entonces acercamos a los demás con amor, aceptación y paciencia en la esperanza de lo que podamos llegar a ser juntos.
Todos los aquí presentes verán más claro juntos que a solas. Si realmente pusiéramos en juego nuestras energías, podríamos levitar la ciudad de Sacramento, ¡la primera ciudad del mundo en elevarse sin más ayuda que la fuerza humana!
Necesitamos también liberarnos de las palabras, de la tiranía de las palabras, porque son trampas. Hemos quedado atrapados en estas trampas antes de tener edad suficiente para leer el diccionario. La gente nos indicó a quién debíamos odiar, a quién amar, qué es lo más importante y por qué; todo en huecas palabras.
Una palabra provoca todo tipo de reacciones en cada uno de nosotros. Cada vez que oímos una palabra, oímos una definición de diccionario y, paralelamente, se siente algo dentro. Piénsenlo. Comunista. Católico. Judío. Negro. Y sea cual fuere el sentimiento que provoquen, a menudo nos vemos llenos de odio, prejuicios o ánimo destructivo sin habernos tomado el trabajo de definir para nosotros esos términos.
La vida no es un mero tránsito ni es un objetivo en sí misma. Es un proceso al que se llega paso a paso. Y si cada paso es maravilloso y mágico, así será también la vida. Jamás llegaremos entonces a la muerte sin haber vivido.
Un colega mío sufrió un infarto a los cincuenta y dos años. La esposa llamó a la hija, que vivía en Arizona, para que viajara de inmediato. La chica, de veintidós años, alquiló un auto en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, tomó la autopista, tuvo un accidente y murió en el acto, mientras que él se recuperó. Nunca se sabe. Es un profundo misterio, y lo único que sabemos con seguridad es que estamos aquí y ahora. Nos perdamos el presente.
Quisiera terminar con unas notas que aún estoy corrigiendo, a las que he puesto por título: «Un comienzo».
Todos los días me prometo no tratar de resolver todos mis problemas al mismo tiempo. Tampoco espero que lo hagas tú. Todos los días trato de aprender algo nuevo sobre mí, sobre ti y sobre el mundo en que vivo, para poder continuar experimentando todas las cosas como si fuesen nuevas.
Nunca somos la misma persona. Después de esta noche seremos diferentes. Y mañana, después del desayuno, también, aunque más no sea, más gordos.
A partir de hoy no olvidaré comunicar mi alegría y mi desesperanza para que podamos conocemos mejor. A partir de hoy te prestaré atención realmente, escucharé tu punto de vista y descubriré el modo menos amenazante de expresarte el mío, teniendo siempre presente que ambos estamos creciendo y cambiando de mil maneras. A partir de hoy pensaré que soy un ser humano y no debo exigirte la perfección hasta no ser yo perfecto.
A partir de hoy seré más consciente de las cosas bellas de este mundo.
Sé que existe lo feo. Pero también está la belleza. Y no permitan que les digan lo contrario. Miraré las flores, miraré los pájaros, los niños. Sentiré las brisas frescas. Comeré sabrosas comidas. Y compartiré todo con ustedes.
Estoy sinceramente convencido de que, si hubiéramos de definir el amor, la única palabra suficientemente amplia como para abarcarlo sería «vida». El amor es la vida en todos sus aspectos. Y si uno pierde el amor, perderá la vida.