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Kate percibió el momento exacto en que su corazón comprendió lo que Ben acababa de decir. El dolor de las últimas semanas se disipó, le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso, con una sonrisa en los labios.

La mirada de Ben albergaba todo lo que había deseado durante tanto tiempo, pero Kate aún no se lo creía.

—¿Por qué? —preguntó.

Él levantó la comisura de los labios, divertido, y le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja.

—¿Por qué te quiero?

Kate negó con la cabeza.

—¿Por qué estás tan seguro de repente? Pensaba que ya no querías saber nada de todo esto.

Ben soltó aire, sonó como un profundo suspiro.

—Sí que quiero. Siempre lo he querido, pero no lo entendí hasta que no fuiste a Nueva York. —La besó de nuevo—. Pensaba todo el tiempo que aquella sensación desaparecería si me mantenía duro. Pensaba que podía anular lo que sentía por ti, igual que hice con la decisión de dirigir Daringham Hall. Cuando de repente te vi allí, comprendí que era ridículo. Puedo decidir dejarte, pero entonces no puedo ser feliz. Solo funciona cuando estoy contigo. —Apoyó la frente en la de Kate—. Solo funciona contigo, Kate. Quiero ver tu sonrisa, ocuparme de que te sientas bien, y sé que solo puede ser aquí. Por eso lo haremos juntos, ¿sí? Solo puedo hacer esto si sé que estás a mi lado.

—Siempre lo he estado. —Le sonrió y estaba a punto de besarlo de nuevo cuando de pronto recordó dónde estaban. Aturdida, volvió a ser consciente del entorno, que por un momento se había desvanecido del todo, y comprobó que estaban solos en la biblioteca.

—Son discretos, eso hay que reconocérselo —comentó Ben, que también se dio cuenta en ese momento, y Kate le dio un golpe en el pecho entre risas.

—No como tú —dijo con severidad fingida—. ¡Mira que atacarme de esa manera!

Él se encogió de hombros con una sonrisa.

—No era mi intención, pero parecías muy asustada. Pensaba que tenía que decírtelo antes de que te fueras corriendo.

—Solo estaba muy confusa —se justificó Kate—. Al fin y al cabo, hasta hace unos minutos todos pensábamos que querías vender Daringham Hall a Barton. —Negó con la cabeza, también para ahuyentar definitivamente la desesperación que se había apoderado de ella durante los últimos dos días—. ¿Por qué le has puesto tanta intriga?

—No lo sé —confesó él—. Pensé que era buena idea matar dos pájaros de un tiro. Barton estaba obsesionado con que aceptara su oferta. Tenía que hablar con él igualmente, y también con todos vosotros, así que le pedí a Rupert que se ocupara de que estuvierais todos presentes cuando hablara con Barton. Eso me ha ahorrado muchas explicaciones. Además, para Barton era más impactante. Una oferta de paz oficial de toda la familia… eso tiene mucho más peso. —Se echó a reír, pero luego se puso serio de nuevo—. Creo que en realidad la finca le daba exactamente igual. No habría podido sacar nada de ella, solo quería vengarse.

Entonces fue Kate quien soltó una carcajada.

—Mira quién habla —dijo—. ¿No fue por eso por lo que viniste a East Anglia?

—Exacto. —Ben atrajo a Kate hacia sí—. La mejor decisión de mi vida, diría.

Iba a besarla cuando llamaron a la puerta.

—Disculpe que lo moleste, señor Sterling. —Kirkby estaba muy compungido cuando entró—. Pero hay alguien que quiere hablar con usted.

Ben lo miró, confuso.

—De acuerdo —dijo, y soltó vacilante a Kate—. Hágale pasar.

—Creo que será mejor que me acompañe al vestíbulo —lo contradijo el mayordomo—. Tal vez aquí el espacio se les quedaría pequeño.

Kate se quedó perpleja e intercambió una mirada de desconcierto con Ben.

—Está bien. —Accedió Ben, que agarró a Kate de la mano. Siguieron juntos a Kirkby al vestíbulo y se quedaron de piedra al ver la cantidad de gente que había reunida allí.

Medio pueblo se había desplazado hasta allí; Kate vio multitud de caras conocidas. Edgar Moore y su hija, el padre Morton, Brenda y Jeremy Johnson y el viejo Stuart Henderson. También vio a muchos trabajadores y comerciantes de Salter’s End, al electricista Sal Aldrich, por ejemplo, y Mary Bonnet, la dueña de la tienda. Y Harriet Beecham. «Por supuesto», pensó Kate mientras torcía el gesto. Siempre que pasaba algo en el pueblo Harriet estaba en medio. Por suerte no estaba Nancy, la tía de Kate, y en cambio se le acercó otra persona con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Tilly! —Le dio un abrazo a su amiga, sorprendida—. ¿Qué haces tú aquí?

—He acompañado a Ben y estaba dispuesta a defenderlo en el pueblo —le explicó con alegría—. En vista del resultado, ya no era necesario.

—¿Qué? —Kate negó con la cabeza, confusa—. ¿De qué hablas?

Tilly no llegó a explicárselo porque Stuart Henderson se separó del grupo para dirigirse a Ben.

—Sí, bueno —empezó sin mucha destreza, mientras toqueteaba la gorra que tenía en la mano—. Tilly ha estado en el Three Crowns y nos ha contado que ha cambiado usted de opinión y que quiere volver, señor Sterling. Y, bueno, en realidad solo queríamos decirle que estamos muy contentos.

Se oyó un murmullo y muchos asintieron.

—Gracias —contestó Ben, que posó un brazo en el hombro de Kate y la miró con una sonrisa—. Yo también me alegro.

—Hemos estado muy preocupados durante las últimas semanas —prosiguió el viejo Henderson—. Todos estábamos impactados solo de pensar que Daringham Hall pudiera no salir adelante. Sabemos lo mal que lo han pasado los Camden últimamente, y luego encima ese horrible incendio poco antes de inaugurar la cafetería. Bueno, pensábamos…

—Pensábamos que tal vez podríamos ayudarlo. —Le tomó la palabra Edgar Moore, al que las explicaciones del viejo Henderson se le estaban haciendo demasiado largas.

—Con la reconstrucción del granero —añadió el padre Morton—. Lo comentaré con la comunidad, pero creo que en poco tiempo conseguiremos voluntarios suficientes para apartar los escombros y dejar libre de nuevo la zona de la obra.

—Sí, y yo he llegado a un acuerdo con mis colegas —intervino Sam Aldrich, que intercambió una mirada con los demás trabajadores—. Podríamos empezar ya mismo la reconstrucción. Creo que si todos colaboramos y nos coordinamos bien, estará listo para el baile de verano.

—¿Tan rápido? —Ben no podía creerlo—. Gracias, es… sería realmente genial —dijo, y le dio un apretón de manos a Aldrich y a algunos más.

—Y hasta que esté listo, desde la asociación de mujeres estaremos encantadas de atender a los grupos de turistas declaró Harriet Beecham, entusiasmada, y Mary Bonnet le dio la razón.

—Pronto volverán los turistas, ¿verdad? —preguntó la dueña de la tienda de ropa.

Ben asintió.

—Eso espero —afirmó, y Kate vio en su mirada que se sentía incluso un tanto abrumado con la repentina predisposición a ayudar. También tendría que acostumbrarse a eso, pensó, satisfecha.

—¿Los has convencido tú? —le preguntó a Tilly en voz baja mientras los demás seguían hablando con Ben.

Tilly lo negó con un gesto.

—Ya te he dicho que no ha sido necesario. Ben me pidió que hablara con los vecinos del pueblo y les dijera que a su regreso necesitaría ayuda, pero no me dio tiempo. Cuando se enteraron de que Ben no vendía Daringham Hall a Barton y se iba a hacer cargo de la gestión a partir de ahora, ya no los pude parar. Querían venir y hacerle saber en persona lo contentos que estaban.

Kate y Tilly dieron un respingo al ver un rayo deslumbrante y oír un fuerte trueno, y Kate recordó el horrible tiempo que hacía fuera.

—Con este tiempo no creo que nadie quiera quedarse en la puerta, ¿no? —comentó con una sonrisa.

—No, claro que no —contestó Tilly—. Seguro que a Ben se le ocurrirá algo. —Ladeó un poco la cabeza—. ¿Vosotros volvéis a estar bien?

Kate asintió feliz y cuando miró a Ben deseó estar a solas con él. Sin embargo, primero debía cumplir con sus obligaciones de anfitriona de Daringham Hall.

—Sigan a Kirkby a la cocina —indicó a la gente—. Allí podrán entrar en calor y tomar una taza de té.

—O algo más fuerte —añadió Tilly, y se encogió de hombros con una sonrisa—. Creo que con el viento que sopla en este viejo caserío, deberíamos abrir una o dos botellas del champán de Daringham, ¿no?

Al final fueron más de dos, por supuesto, y cuando Ben y Kate despidieron a los últimos invitados a última hora y subieron la escalera, Kate se apoyó en él, feliz y un poco achispada.

—¿Ves? Te dije que en algún momento te querrían —dijo, y hundió la cara en su pecho.

—Sí —admitió Ben, que le besó el cabello—. Creo que esta vez puede salir algo bueno entre la gente de Salter’s End y yo.

—Y con Timothy —añadió Kate, que recordó el entusiasta brindis que había propuesto por Ben y el futuro de Daringham Hall—. Creo que también lo has convencido.

—Lo principal es que te he convencido a ti —dijo Ben, que se detuvo en la puerta de la habitación.

Kate suspiró feliz y agradeció mentalmente a Tilly una vez más haberse ofrecido a dormir en su casa y ocuparse de los perros para que pudiera quedarse con Ben.

Con el corazón acelerado y como mínimo tan nerviosa como en su primera noche juntos, Kate se lanzó al cuello de Ben.

—Ya no tengo nada aquí —dijo, y se quedó sin habla al notar una mano de Ben en la nalga. Ben se arrimó un poco más a ella.

—Esta noche no necesitarás nada —le dijo muy cerca de sus labios, y el puro deseo que transmitía su voz hizo que un estremecimiento de placer recorriera la espalda de Kate.

—Te quiero, Ben Sterling —susurró, ya sin miedo a decirlo, y vio la respuesta en los ojos de Ben antes de perderse en un beso apasionado.