8
Ben apretó a fondo el pedal del gas del todoterreno de Kate, y el coche avanzó dando sacudidas a toda velocidad por el estrecho camino rural que llevaba a los edificios de explotación de Daringham Hall. Kate apenas notaba la velocidad. Iba agarrada al tirador de la puerta y observaba horrorizada las llamas que se dibujaban de color rojo anaranjado en el cielo oscuro. Por los orificios de la ventilación penetraba el olor a humo, y la luz azul de los bomberos, que ya habían llegado, emitía un temblor fantasmagórico en el cielo vespertino.
—¿Qué pasa en los establos? —preguntó, angustiada—. ¿También se están quemando?
Ben negó con la cabeza.
—Creo que solo es la cafetería —contestó, tenso, y a medida que se fueron acercando Kate vio que tenía razón. De las ventanas y el techo del granero salían unas llamas altas, pero los dos establos situados justo al lado no parecían afectados, como tampoco el lagar, un poco más alejado, o la gran nave con la maquinaria agrícola, que tampoco parecía estar en peligro.
Ben aparcó el coche junto al establo, y al bajar sintieron el golpe del calor del fuego. Aun así, siguieron caminando y se adentraron en el caos que reinaba entre los edificios.
Había dos camiones de bomberos en el patio, y una docena de bomberos desenrollaban mangueras y se daban instrucciones a gritos. Trabajaban rápido y parecían compenetrados, coordinaban muy bien su intervención. No dejaron entrar a la gente de la finca, corrían ajetreados e intentaban sacar a las vacas del establo y llevarlas a los prados. La mayoría de los animales ya estaban a salvo, pero algunos sentían pánico del fuego y deambulaban por el patio, de manera que los mozos tenían mucho que hacer. James, el marido de Claire, estaba en medio del jaleo intentando organizarlo todo un poco, sin conseguirlo.
—¿Y los caballos? —preguntó Kate, que quiso salir corriendo hacia el establo, pero en ese momento aparecieron Claire y Tilly. Tenían el susto grabado en sus rostros enrojecidos.
—Todo ha ocurrido tan rápido… —balbuceó Tilly—. Vi el humo desde la carretera, y cuando me acerqué ya estaba todo en llamas.
—¿Cómo ha sucedido? —preguntó Ben, antes de que Kate pudiera hacerlo.
—No lo sabemos. —Abatida, Claire negó con la cabeza—. No había nadie en el granero cuando se desató el fuego. Los mozos de cuadra lo vieron cuando ya estaba fuera de control. Me temo que no se puede salvar nada.
Kate opinaba lo mismo. El granero quedaría reducido a cenizas, los bomberos ya no lo podrían evitar. Tampoco lo intentaban, dirigían las mangueras a los establos, que estaban muy cerca, para impedir que las llamas se propagaran. No había mucha distancia hasta el granero, y el viento transportaba las chispas, hacía que llovieran sin parar sobre el amplio techo, del que ya salía humo en algunos puntos.
—Los caballos —dijo Kate de nuevo, pues oyó con claridad un relincho por encima del ruido—. ¿Aún están en el establo?
James, que se acercaba a ellos, asintió con la respiración entrecortada.
—Aún no hemos podido sacarlos. Nadie puede entrar en el establo sin ropa de protección, pero los bomberos ya están a punto de evacuarlo. Mira, ahí vienen.
El primer bombero salió con el caballo blanco de David al patio, tirando del cabestro. Lo siguieron dos colegas, que también sacaron caballos del establo y se los dieron a los mozos de cuadra, que se los llevaron al cercado. Todo parecía transcurrir sin dificultades, pero Kate seguía preocupada porque uno de los caballos no se dejaría coger por los bomberos.
—¿Y Devil? —preguntó, pensando en su espantadizo protegido. Por lo que lo conocía, los bomberos ni siquiera conseguirían acercarse al box. Bajo presión, el semental hacía honor a su nombre Devil demonio.
—Maldita sea, se me había olvidado —dijo James, que frunció el entrecejo—. Será mejor que lo dejemos en el establo.
—¡Pero está oliendo el humo! ¡Seguro que está totalmente aterrorizado! —intervino Kate—. Deberíamos sacarlo de allí o se hará daño.
James parecía dividido, pero al final se mantuvo firme.
—Es demasiado peligroso, Kate. Ya sabes cómo es. Podría herir a alguien si pierde los nervios.
Kate lo sabía.
—Por eso quiero ir yo a buscarlo. Me conoce, a lo mejor puedo llevarlo al cercado.
—¡Ni hablar! —Ben puso una mano en el hombro de Kate, le dio la vuelta y la atravesó con la mirada—. ¡Ese animal es malo!
—Devil no es malo, solo tiene miedo —replicó Kate.
Ben se mantuvo firme.
—¡No! Si te pasa algo… —Ben, por favor, ahora no tenemos tiempo para discusiones. Tú ocúpate de que no haya nadie cerca de la puerta cuando salga con Devil, ¿de acuerdo? Por si no puedo sujetarlo, necesita tener paso hasta el cercado.
Se zafó de él y corrió hacia el establo.
—¡Kate! —Oyó que gritaba Ben tras ella, pero no se detuvo. Un bombero se acercó a ella con la noticia que ya esperaba: Devil no se dejaba coger. Cuando Kate le explicó sus intenciones, el hombre dudó un momento. Sin embargo, no había otra posibilidad, así que al final asintió.
—Dese prisa —le gritó a Kate. En el establo el humo era mucho más intenso que fuera. Kate se puso a toser mientras corría por el pasillo lo más rápido posible.
El box de Devil estaba al fondo y era mucho mayor que los demás. Normalmente se usaba para los potros que ya no mamaban de sus madres, pero ahora pertenecía al tímido semental negro porque necesitaba mucho espacio. Cuando vio a Kate, detuvo su danza nerviosa y soltó un relincho. Aquel sonido transmitía pánico y era una advertencia, así que Kate aminoró el paso y se puso a hablarle con ternura.
—Soy yo, chico. Tranquilo. Te voy a sacar de aquí, ¿de acuerdo? Pero tienes que ayudarme un poco y no ponerte nervioso, ¿entiendes? Así lo conseguiremos, seguro.
Devil levantó las orejas y se tranquilizó un poco. Kate abrió con cuidado la puerta del box y se metió dentro. Llevaba en la mano una cuerda para guiarlo que había cogido del gancho que había en la pared, junto al box.
La piel del caballo, empapada en sudor, brillaba. No paraba de sacudir la cabeza y relinchar, pero notaba que Kate no quería hacerle nada malo, porque dejó que se acercara.
—Ahora tengo que atarte, pero será muy rápido, y ya sabes cómo es —le explicó Kate mientras lo agarraba del cabestro a cámara lenta. Lo llevaba también en el box porque era muy difícil ponérselo, y en ese momento fue una suerte porque así Kate ahorró tiempo.
—Muy bien, ya sabes que no te voy a hacer nada, ¿verdad? —Siguió hablándole, mientras ataba la cuerda al cabestro. De pronto, se oyó desde fuera un estruendo. Devil se encabritó enseguida, y Kate retrocedió un paso.
—Eh, no pasa nada, todo va bien. —Estiró de nuevo la mano y agarró la cuerda. Paso a paso, lo fue guiando hacia atrás, hacia la puerta del box, y le fue empujando sin dejar de hablarle con ternura.
Devil la siguió. Despacio y con el pánico reflejado en los ojos, pero trotó tras ella por el pasillo del establo.
«De momento va bien», pensó Kate. Aun así, todavía quedaba la parte más difícil cuando llegaron a la puerta del establo tras lo que le pareció una eternidad. El gentío que había en el patio y el granero en llamas subió de inmediato el nivel de estrés del caballo, que retrocedió por instinto.
—Tranquilo —dijo Kate, y miró alrededor en busca de Ben, que estaba a unos metros. Se había ocupado de que no hubiera nadie muy cerca del establo. Todo el mundo estaba en silencio, observando hechizados a Kate y el caballo.
«Funcionará», pensó Kate, y siguió adelante. Tiró con cuidado de la cuerda hasta que quedó tensa.
—Vamos —dijo, pues veía la duda en los grandes ojos llenos de vida de Devil—. Confía en mí. Unos metros más y lo habremos conseguido.
Por un instante temió haber perdido la conexión con el caballo, pero luego la cuerda cedió, Devil la volvió a seguir y Kate sintió un alivio infinito.
Miró de nuevo a Ben, quería hacerle un gesto que le dijera que todo iba bien. En cuanto salieron del patio, ya no estaban lejos del cercado, donde…
—¡Cuidado! —advirtió uno de los bomberos con un grito brusco. Al cabo de una fracción de segundo el techo del granero en llamas cedió y se desmoronó con un ruido ensordecedor.
Devil se soltó, se encabritó justo delante de Kate y se puso a agitar las patas en el aire. Ella retrocedió presurosa y notó que se mareaba.
—¡Kate!
Oyó el grito de Ben, y cuando se dio la vuelta vio que corría hacia ella con el rostro desencajado. Luego de pronto un dolor agudo le atravesó los hombros. Todo alrededor se volvió negro, y Kate cayó hacia delante en la oscuridad.