CAPÍTULO 3

 

Fiel a mi palabra, llegué a la habitación de Amanda a las cuatro y treinta y dos de la tarde. Ella estaba descansando, una muñeca de porcelana rota bajo aquellas sencillas sábanas. A la luz del día, las heridas tenían peor aspecto que la noche anterior. Supongo que hay alguna explicación médica para que los morados empeoren antes de curarse, pero yo no la sé. Y no le veo ningún sentido.

Noah estaba sentado junto a la cama, leyendo una ajada novela de Stephen King. Era algo morboso que leyese eso, teniendo en cuenta las circunstancias, pero King era su escritor preferido, y leer lo distraía de la realidad, así que me alegré por él.

Levantó la vista al oír que me acercaba, y aunque parecía muy cansado, se le iluminó el semblante al verme. Me gustó. Levantó una mano para indicarme que me detuviese, se levantó de la silla con cuidado y cruzó el dormitorio en silencio para venir hasta mí. Me metió en el pequeño lavabo y cerró la puerta.

Abrí la boca para saludarlo, pero me quedé sin habla cuando él me sujetó la cara entre las manos y me besó como si su vida dependiese de ello.

Le rodeé la cintura con los brazos y lo pegué a mí mientras nuestros labios se movían juntos, bailando un vals a ritmo muy lento que no sólo me hizo suspirar sino además sentir un cosquilleo muy agradable por todo el cuerpo. Me clavé el lavamanos en la parte trasera de las piernas, noté la fría loza a través de los vaqueros y se me erizó la piel de los muslos.

Dios cómo me gustaba estar con él, poder sentir sus músculos bajo las palmas de las manos, sentir su calor. Noah era tan fuerte y cálido... Y sabía a menta, a una menta húmeda y templada. No se había afeitado y tenía la mandíbula áspera. Cuando tuviera que dejar de besarlo para respirar, seguro que tendría la piel irritada, pero me daba igual. Lo único que quería era estar entre sus brazos, saber que me quería. Suena cursi, pero era la pura verdad.

—Hola —murmuré cuando nuestras bocas por fin se separaron.

Noah sonrió; una sonrisa lenta y sexy.

—Hola, doctora. Te he echado de menos.

Oohhhhh. Sonreí.

—Yo también te he echado de menos. —Dejé pasar unos segundos—. ¿Cómo está Amanda?

Sí, soy una experta en estropear momentos románticos, pero tenía que preguntárselo. Quiero decir, nos estábamos dando el lote en el lavabo de su habitación del hospital, no podía decirse que fuera el lugar más apropiado.

—No lo sé —contestó, pasándose una mano por el pelo, que siempre llevaba despeinado—. Antes se ha despertado gritando, pero no ha querido contarme nada; me ha cogido la mano y no me la ha soltado hasta que se ha quedado dormida.

Asentí.

—Dudo que quiera contármelo a mí. —Al margen de lo que yo pensara de la petición de Noah, si Amanda quería hablar conmigo no iba a rechazarla. Pero tenía que ser ella, yo no iba a forzarla. A menudo, las víctimas de una violación sufren estrés postraumático, y éste puede manifestarse de muchas maneras. Físicamente quizá ya había pasado por lo peor, pero las secuelas mentales sólo estaban empezando. Pero no se lo dije a Noah.

—Gracias por venir —me dijo él acariciándome el pelo.

—De nada. —Y entonces, sin poder evitarlo, le pregunté—: ¿Vas a pasar aquí la noche? —En cuanto las palabras salieron de mi boca, deseé no haberlas dicho. Me hacían parecer muy egoísta.

Él todavía tenía un mechón de mi pelo entre los dedos. Me lo acarició y sonrió.

—No, la madre de Amanda se quedará con ella. Me odia, así que si crees que puedes soportarme, esta noche soy todo tuyo.

Oh, sí que podía soportarlo.

—Suena bien. —En especial, teniendo en cuenta que tenía que ir a ver al Guardián. Pasar la noche con Noah me daría fuerzas para enfrentarme a ello con más valentía.

Noah me dio otro beso corto e intenso, me colocó bien el pelo, y luego abrió la puerta del baño. Lo seguí hasta la cama, y Amanda se movió en cuanto nos acercamos.

—Mandy —dijo Noah en voz baja—. Ha venido Dawn.

La canción de Barry Manilow empezó a sonar en mi cabeza. Al parecer, mi cerebro posee una enorme colección de discos de música pop. A Amanda le temblaron las pestañas y al final abrió los ojos, bueno, un ojo. El otro todavía lo tenía hinchado. Seguro que le habían dado pastillas para dormir. ¿Soñaba? Probablemente no demasiado. Cuanto antes pudiese enfrentarse a sus sueños, antes empezaría a curarse.

—Dawn —me saludó con voz ronca—. Hola. —Sonaba fatal, débil y dolorida.

Me obligué a sonreírle.

—Hola. ¿Te apetece un poco de compañía?

Ella se encogió de hombros y luego hizo una mueca de dolor. No podía ni imaginarme por lo que estaba pasando.

—Claro —respondió, antes de mirar a Noah y que él sonriera.

—Voy por un café —anunció Noah—. Volveré antes de que llegue tu madre.

Traté de ocultar —y acallar— mi sorpresa. ¿Iba a dejarme sola? ¿Allí, con su ex esposa traumatizada? ¿De verdad estaba tan desesperado por un poco de cafeína o me la había jugado y me había dejado a solas con una mujer que no quería mi ayuda?

Fuera cual fuese la razón, me enfadé y lo fulminé con la mirada. Él me miró sin un ápice de remordimiento y con completa seguridad. Era admirable que estuviese tan preocupado por su ex mujer, o tal vez no, pero en todo caso, sus métodos dejaban mucho que desear.

Amanda le buscó la mano por el lado de la cama y le estrechó los dedos unos segundos antes de soltarlo.

—Gracias.

Noah se agachó y le dio un beso en la frente. El gesto me pareció tierno y también muy triste.

Cuando él se fue, Amanda y yo nos quedamos a solas.

—¿Quieres que te traiga algo? —le pregunté, acercándome a la cama.

Ella negó con la cabeza y levantó el brazo izquierdo.

—En estos tubos hay de todo. Me duele tragar, me duele hacer pipí. Los tubos se encargan. —Se rió sin humor y yo tragué saliva. ¿Le dolía hacer pipí? Dios. Entonces me miró—. ¿Sabes qué? Eres la primera persona que no me pregunta cómo estoy.

Deduje que tal omisión no la había ofendido.

—Supongo que la respuesta es más que evidente —contesté.

Los magullados labios de Amanda esbozaron una leve sonrisa.

—Noah no deja que me mire al espejo.

Mantuve el rostro impasible. No importaba si estaba o no de acuerdo con Noah, él estaba haciendo lo que creía que era mejor para Amanda. Pero a ella no la beneficiaba que le arrebatase su capacidad de decidir.

—¿De verdad quieres verte? —le pregunté.

—Sí —afirmó.

Busqué dentro de mi bolso y encontré el espejito de maquillaje. Abrí la cajita de plástico y se la pasé a Amanda, que la cogió con dedos temblorosos.

—Yo tengo uno igual —me dijo, haciendo una de esas observaciones tan surrealistas que me encontraba a diario en mi trabajo.

—Va muy bien —le contesté, tratando de no contener el aliento mientras ella se ponía el espejo delante del ojo bueno.

Se quedó en silencio y observó detenidamente las heridas. La estudié en busca de cualquier emoción, pero se estaba mirando como miraría a una desconocida.

—No es tan grave como pensaba —dijo al fin, y me devolvió el espejo—. Me alegra ver que me encuentro peor por dentro que por fuera.

Volví a guardar el espejito y dejé el bolso de piel en la silla que había junto la cama, la que había ocupado Noah antes.

—¿Quieres hablar de ello?

Negó en silencio. Me ponía nerviosa ver aquel único ojo fijo en mí.

—La verdad es que no.

—Está bien. —Me sentí aliviada. No quería ser su doctora, y no sabía si podíamos ser amigas, así que me quitó un peso de encima que no quisiera hablar conmigo.

Supongo que Amanda pensó que me debía una explicación, porque acto seguido dijo:

—No quiero que me tengas lástima.

—No te tengo lástima.

El ojo volvió a clavarse en mí.

—Supongo que no, después de lo que le hice a Noah.

—Él no tiene nada que ver con esto —contesté con sinceridad—. Siento lo que te ha sucedido, y deseo de todo corazón que te recuperes pronto.

Amanda se quedó en silencio durante un rato. Quizá estuviese reorganizando sus pensamientos, o quizá se estaba cuestionando si yo era sincera, o si esa sinceridad era fruto de mi deseo de no querer compartir a Noah con ella más tiempo del estrictamente necesario. Y, por si lo queréis saber, os diré que a un cincuenta por ciento.

¿Qué os parece mi ataque de sinceridad?

—Salí a dar un paseo —farfulló con la voz ronca, posiblemente porque las palabras le estaban saliendo a la fuerza. Bebió un poco de agua—. Sola, de noche. ¿Vas a decirme que fue una estupidez? Todo el mundo me lo ha dicho.

—¿Quién te lo ha dicho? —Deseé con todas mis fuerzas que Noah no fuese uno de ellos.

Se encogió de hombros.

—Todo el mundo lo piensa. Lo veo por cómo me miran.

Eso no le hacía ningún bien.

—Amanda, no fue una estupidez salir a pasear por tu barrio y, aunque lo fuese, eso no justificaría lo que te pasó. No fue culpa tuya. Yo a veces vuelvo caminando a casa. —Aunque, dejad que os diga que, cuando lo hago, voy muy alerta.

Ella sonrió ligeramente.

—Pues habiéndote violado una vez, ¿no crees que deberías tener cuidado?

No sabía si me estaba tomando el pelo o si lo estaba diciendo en serio.

—¿Qué quieres decir? ¿Que tendría que tener miedo y comportarme como una niña pequeña? ¿Como una víctima? ¿Debería esconderme en vez de seguir adelante con mi vida?

Me cogió la mano y me la sujetó con una fuerza que no esperaba. Pude ver que tenía sangre seca bajo las uñas, y me pregunté si sería del violador. ¿Le sería útil a la policía para obtener una muestra de ADN y dar con ese tipo?

—Yo tampoco quiero tener miedo —dijo, con el ojo muy abierto y las mejillas pálidas—. Pero me asusta tanto no recuperarme...

Le apreté la mano con la mía, que era mucho más grande. Amanda era tan delicada...

—Te pondrás bien —le aseguré. Y así sería, aunque tuviese que meterme en sus sueños y recomponer su mundo personalmente.

Un segundo. ¿A qué venía eso? Noah era el defensor de los inocentes, el caballero de brillante armadura, no yo. ¿Qué tenía Amanda que me había impulsado a convertirme en su defensora? No podía sentirme tan insegura de mí misma que quisiera ayudarla sólo para que ella no tuviese que depender tanto de Noah.

—Me sujetó —soltó de repente. Fue como si no pudiese contenerse, y me di cuenta de que, excepto a la policía, no se lo había contado a nadie—. Salió de la nada. No le oí hasta que fue demasiado tarde. Estaba paseando feliz y relajada y, de repente, me vi tumbada en el suelo con él encima. —Se llevó una mano al cuello—. Empezó a estrangularme. Me metió algo en la boca para que no pudiese gritar. Traté de defenderme. Te lo juro.

Me dio un vuelco el corazón al ver la solitaria lágrima que le resbaló por la mejilla. Volví a estrecharle la mano.

—No puedes culparte, Amanda.

Se quedó mirándome, ahora tenía las mejillas empapadas. La mirada brillante.

—Puedo. Y lo hago.

Me puse furiosa. Me entraron ganas de coger a ese bastardo y hacérselo pagar.

—¿Le viste la cara?

—Llevaba un sombrero. —Frunció el cejo—. Quizá. Yo... no... no lo sé. —Suspiró y se tumbó agotada sobre la almohada.

Mi furia se desvaneció al vislumbrar algo de esperanza. Si Amanda lo había visto, entonces podría identificarlo. Cabía la posibilidad de que su mente sencillamente no quisiera acordarse.

—Esta noche, antes de dormirte, quiero que hagas una cosa por mí.

Ella se puso inmediatamente alerta.

—No quiero pensar en esto cuando estoy sola. No puedo quitarme de la cabeza que me encontrará y terminará el trabajo. —Se llevó la mano al vendaje de la frente.

Comprendía perfectamente su reacción. Tenía miedo de que la matase. La gran mayoría de los violadores no son asesinos, pero el miedo no entiende de estadísticas. Era natural que tuviese miedo de que ese tipo pudiese volver.

—No quiero que pienses en lo que te ha pasado —le dije—. Quiero que pienses en mí. Quiero que te imagines que estoy aquí contigo. Seré tu guardián de sueños particular.

Eso era exactamente lo que iba a ser. ¿Por qué? ¿Por qué no? Si podía ayudar a Amanda, y podía, ¿no estaba moralmente obligada a hacerlo? Lo único que necesitaba era abrirme hueco entre las pastillas que le habían dado para dormir y meterme en sus sueños para empezar a curarle las heridas emocionales. Y no iba a ayudarla para que no tuviera que hacerlo Noah. Iba a hacerlo porque podía, porque no quería que ese bastardo le hiciera más daño, y porque quería verle la cara al tipo.

Amanda se echó a llorar y a mí se me rompió el corazón. Se inclinó hacia adelante y tiró de mí, acercándome, y yo no hice nada para detenerla. La acurruqué entre mis brazos. Ella necesitaba un abrazo y, para ser sincera, yo también.

Le rodeé los hombros con un brazo y apoyé una mejilla en su cabeza, con cuidado de no rozarle el vendaje. Ese vendaje era superior a mí, se había convertido en la personificación de la maldad que había en el mundo.

Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras seguía abrazando a aquella mujer que no paraba de temblar. La fuerza de los sollozos le sacudía el cuerpo y noté que su llanto me empapaba la blusa. No me importó lo más mínimo.

Oí un suave carraspeo y levanté la vista. Noah estaba en la puerta, con un café en la mano. Era para mí, lo sabía. En su rostro se reflejaba la pena, pero había algo más. Por primera vez, me di cuenta de que en aquel triángulo yo no era la intrusa. Esta vez no.

Lo era él.

 

 

 

 

El lado oscuro del amanecer
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