CAPÍTULO 2

 

Tienes muy mal aspecto. —Fue la primera frase que oí cuando pisé la recepción de la consulta de Madison Avenue que compartía con los doctores Clarke.

El padrastro y el hermanastro de Noah, Edward y Warren respectivamente, eran psiquiatras y me habían dado la oportunidad de unirme a ellos en su exitosa empresa. Edward decía que le había impresionado mucho un artículo que yo había escrito sobre los soñadores lúcidos, pero me temo que me habían invitado a trabajar con ellos por mi relación con Noah. Acepté su generoso ofrecimiento ansiosa por tener mis propios pacientes y por demostrarles mi valía.

Me detuve en la entrada, aquel suelo de mármol todavía me tenía fascinada; además de las alfombras de colores cálidos, y los muebles, tan cómodos y elegantes. La iluminación era suave, había cojines por todas partes, y las obras de arte que colgaban de las paredes le daban a la consulta un ambiente relajado. Había tenido mucha suerte de que Edward y Warren me ofreciesen colaborar con ellos.

Bonnie Nadalini estaba sentada detrás del enorme escritorio de caoba que había en la vacía sala de espera, y me miraba con la pícara sonrisa propia de las mujeres de cierta edad. Mujeres que parecen decir «estoy aquí y prepárate», las que pasan de los cuarenta o están al principio de los cincuenta. Cuando me despedí de la clínica del sueño, le dije a Bonnie si quería venirse conmigo, pues los Clarke también estaban dispuestos a contratarla. Bonnie me caía muy bien, así que no me tomé mal que me señalase algo tan evidente.

—Tú sí que sabes halagar a una chica —le dije con una falsa sonrisa.

Ella se encogió de hombros y se apartó un mechón de cabello rubio con una mano en la que lucía una manicura perfecta. Ese día llevaba las uñas de color rojo pasión.

—Lo digo porque me preocupo por ti, nena —afirmó, medio en broma, pero en sus ojos verdes pude ver que se preocupaba de verdad—. ¿Te encuentras bien?

Bonnie no sabía que yo no era del todo humana. ¿Cómo queríais que se lo dijese? Sin embargo, estaba al tanto de lo que me había sucedido en la clínica del sueño, y me dio su apoyo cuando Karatos mató a una de mis pacientes. También sabía de mi peculiar situación familiar, y que estaba saliendo con Noah. De hecho, Bonnie era casi como mi madre, en especial desde que mi madre de verdad había decidido ausentarse de parte de mi vida.

—Sólo estoy cansada —le dije—. Ayer por la noche tuvimos que ir al hospital. Noah tuvo una emergencia familiar. —No quería violar la intimidad de Amanda, así que omití los detalles.

Y tampoco quería decirle que cuando me quedé dormida, una Pesadilla me dijo que mi padre había dado la orden de llevarme ante el Consejo.

Bonnie frunció el cejo. Mi amiga no es de esas mujeres que creen en el Botox ni en esas tonterías de la cirugía estética. Yo todavía no tenía arrugas, así que aún no me había formado opinión al respecto.

—¿Qué clase de emergencia? —me preguntó—. ¿Noah está bien?

A veces, Bonnie se comportaba como una devorahombres, pero yo sabía que su preocupación por él era sincera. Le gustaba de verdad como persona, y quería que las cosas nos fueran bien.

—Noah está bien. —Y añadí—: Todos estamos bien.

Pese a que dejó de fruncir el cejo, seguía pareciendo preocupada.

—¿Estás segura, nena? Si necesitas estar con él, puedo reorganizarte la agenda.

Le di el té con leche que le había comprado y levanté mi propio vaso de papel.

—Lo que necesito es trabajar. —Tenía muchas facturas que pagar—. Me tomaré esto y estaré como nueva.

Bonnie cogió su vaso y se relajó un poco. La pobre era tan fácil de convencer.

—No sabes cuánto te quiero, nena.

—Sí que lo sé. —Sonreí—. ¿Podrías traerme los expedientes de mis dos primeros pacientes al despacho? Quiero estar preparada cuando lleguen.

Bonnie asintió y yo me encaminé hacia mis dominios. En la clínica del sueño tenía un espacio diminuto, aquí era mucho más grande y ¡con un aseo para mí sola! No era muy grande, pero me encantaba. Ya no estaba encerrada entre cuatro paredes blancas con muebles sin personalidad. Ahora tenía una alfombra preciosa, un sofá de microfibra color salmón con butaca a juego, ambos comodísimos. Tenía una mesilla para el café con un acabado satinado verde increíble. Y no se tambaleaba cuando dejabas las tazas encima. Las ventanas tenían cortinas que colgaban de barras de madera. Me habían dejado elegir los cuadros de las paredes, y los escogí casi todos de Noah. Tranquilas escenas en colores suaves prerrafaelistas, y tan bonitos que me sentía bien sólo con mirarlos.

Mi escritorio, una enorme mesa de madera de aspecto muy inglés, estaba en una esquina, junto a una impresionante estantería y con una silla que combinaban con el resto de mobiliario. Dejé la bolsa del portátil encima de la mesa junto con el café y colgué el abrigo en el armario. Luego me aseguré de que hubiese papel higiénico en mi precioso lavabo, ¡también tenía ducha!, y de que estuviese limpio e inmaculado.

Estaba sacando el ordenador de la funda cuando Bonnie apareció con los expedientes.

—Aquí los tienes. Tus dos primeras citas. —Se detuvo y echó un vistazo a la consulta—. ¿Sabes qué? Hay apartamentos que no son tan grandes ni tan bonitos.

Sonreí.

—Nos ha tocado la lotería, Bonnie.

—Y que lo digas —respondió—. ¿Quieres que comamos juntas?

Le dije que sí. Se fue después de decidir el lugar. Siempre me gustaba hablar con Bonnie, y también ver a mis clientes —no me gusta llamarlos pacientes—. Era gente que acudía a mí porque tenía problemas y quería hablar de ellos conmigo. Dedicábamos bastante tiempo a los sueños. La gran mayoría sufrían pesadillas —de las de toda la vida, no como las mías—, y había unos pocos con sueños algo más perturbadores. Yo los ayudaba a comprenderlos, a entender qué los había causado, y les enseñaba a utilizarlos en su propio beneficio. Los sueños son una terapia fantástica si conseguimos enfrentarnos a ellos y comprenderlos. Ésa es la parte más difícil.

Tenía ganas de que llegase mi primera visita. Si estaba demasiado rato sin hacer nada, mi mente empezaría a pensar en la pobre Amanda y en su melena ensangrentada, o en Verek y la cita del Guardián de las Pesadillas, que quería mi cabeza en una bandeja.

No era ningún secreto que muchos habitantes del mundo de los sueños no estaban de acuerdo con el reinado de mi padre. Y que ni mi madre ni yo les gustábamos demasiado. Nos consideraban una muestra de la «debilidad» de él.

¿Os he dicho ya que se supone que yo no debería existir? Son muchos los que desearían verme muerta. Y yo estaba empezando a ponerme algo paranoica al respecto.

Mi madre tuvo un aborto antes de que yo naciese. Se quedó tan triste y deprimida, que sólo dormía. Al parecer, a Morfeo le impresionó tanto su belleza y su profunda pena, que empezó a intentar animarla, y al final se convirtieron en amantes. Mi madre no era la primera humana que conseguía captar la atención del rey del mundo de los sueños, pero sí fue la primera que dio a luz a una criatura que pertenecía a ambos mundos. Soy única, y los habitantes del mundo de los sueños me temen o bien me miran alucinados. Y odian a mi madre, porque por su culpa Morfeo es vulnerable.

Lo que no entiendo es que no se pregunten por qué mi madre ha sido capaz de tener un hijo con un dios. Ni cómo fue posible que se quedase embarazada en un sueño. Nadie lo sabe. Morfeo tiene un montón de teorías; la que suena más lógica es la que dice que consiguió que los sueños de mi madre fuesen tan vívidos que al final ella logró convertirlos en realidad. Es decir, ella quería tener un hijo, un hijo con Morfeo, y lo quería con tantas ganas que al final lo tuvo.

Os parece raro, ¿verdad?

Y ya que estamos hablando del tema, ¿no debería preguntarse alguien cómo ha conseguido pasarse los dos últimos años de su vida dormida? Su cuerpo duerme en Toronto mientras ella es una amante esposa en el mundo de los sueños. Es obvio que mi madre tampoco es una humana muy común, ¿no?

Bueno, quizá algo más normal que yo, pero no demasiado.

¿Y qué me decís de mí? Yo antes creía que era inmortal, pero ahora no lo tengo tan claro. En el mundo normal puedo morir, o eso creo. Y en el mundo de los sueños pueden «deshacerme», borrarme del mapa. Y supongo que no es nada descabellado decir que hay más gente, además de mi padre, con el poder para hacerlo. Digamos que hay unos cuantos que pueden tenerme a raya.

No sé a ciencia cierta si alguien quiere verme muerta, y confío en que más o menos pueda defenderme sola. También es verdad que a menudo pienso que mi vida podría ser mucho peor. Sí, tendría que aguantar el sermón del Guardián, no había modo de evitarlo, y seguro que, aun así, saldría mejor parada de lo que lo estaba ahora la pobre Amanda.

Abrí el primer expediente. No quería tener la imagen de ella en la cabeza cuando entrase mi primer cliente. No sería justo. Pero mis buenas intenciones se fueron al traste en cuanto sonó el teléfono. La gran mayoría de las llamadas iban a parar a la centralita de Bonnie, y podía contar con los dedos de una mano la gente que tenía mi número directo. Noah era uno de ellos, y supe que era él antes de descolgar el auricular y oír su voz aterciopelada con sabor a chocolate en el otro extremo de la línea.

—Hola, doctora.

El corazón me dio un vuelco y fue como si un millar de mariposas revolotearan dentro de mi estómago. Siempre reaccionaba así, pero esa vez además me sentía culpable porque no le había contado lo de la citación del Guardián, y no tenía intención de hacerlo a no ser que fuese absolutamente necesario. Noah no necesitaba tener a otra damisela en apuros a su alrededor.

Mierda. En cuanto acabé de pensar esa frase, me arrepentí. No era nada propio de mí burlarme de Amanda de esa manera. Y ella no se lo merecía.

—Hola, Noah. —¿Percibiría algo en mi voz?—. ¿Dónde estás?

—Estoy en el hospital, con Amanda.

—¿Cómo está?

—Está bien. —A juzgar por su tono, supe que no lo estaba, o que él no lo creía—. Nos preguntábamos si podrías pasarte cuando salieras del trabajo.

«¿Nos preguntábamos?» Me obligué a sonreír a pesar de que no había nadie para verlo. Debería negarme.

—Claro. Saldré a las cuatro y media. ¿Va bien que vaya a esa hora?

—Perfecto. —Pude oír el alivio y la alegría en su voz. Me gustó, pero sólo un poco—. Te veré luego.

Colgué. Todavía no nos decíamos cosas como «te quiero» por teléfono, pero no pasaba nada. Supongo que yo tampoco estaba preparada para eso pero tampoco estaba segura de que me gustase cómo estaban yendo las cosas últimamente. Ese «nos», referido a él y Amanda, aunque comprensible, al fin y al cabo habían estado casados, no me había hecho ninguna gracia. Esos lazos, aunque ya no existen, a veces todavía atan.

¿Estaba celosa? Podría mentir y decir que no, pero nadie se lo creería, ¿no? Me sentía como una persona horrible por creerme amenazada por Amanda después de lo que acababa de sucederle. Una persona horrible y mezquina, pero no podía hacer nada para evitarlo. Sí, estaba un poquito celosa. Estaba celosa de que siguieran teniendo esa relación a pesar de que su matrimonio ya se había roto. Estaba celosa de que Noah lo hubiese dejado todo para ir a ayudar a Amanda; yo quería ser la única mujer por la que él fuera capaz de dejarlo todo y correr a su lado.

Pero esos sentimientos se debían a mis inseguridades. En el fondo, sabía que Noah no iba a dejarme para volver con la mujer que lo había engañado y había provocado el fin de su matrimonio. No, lo que me preocupaba era que se sintiera responsable de una mujer que había sido brutalmente atacada por un hombre y que ahora era muy vulnerable.

Alguien que, según él, ahora necesitaba que la protegieran.

Yo no sabía demasiado del pasado de Noah. Él no quería hablar del tema. Pero había deducido lo suficiente como para saber que su padre había sido un auténtico cretino. A través de los cuadros de Noah y de sus sueños (por eso él no quería que me presentase en ellos sin avisar) había adivinado por lo que había pasado su madre.

Podía imaginarme perfectamente a un jovencísimo Noah protegiendo a su madre maltratada. Me apuesto lo que queráis a que por eso había aprendido aikido, para poder hacerlo, para ser su caballero andante.

Y por eso me preocupaba su dedicación a Amanda. Noah era un buen hombre, pero sentía la necesidad incontrolable de rescatar a las mujeres, de protegerlas. Esa necesidad resultaba evidente en sus cuadros, en sus sueños, se ponía de manifiesto en sus palabras. Quizá me estuviese volviendo paranoica, pero vamos, había estudiado para eso. Sabía lo que era una paranoia, y sabía lo que era un complejo de caballero andante, podía verlo en mi novio y en su comportamiento.

Yo no quería que Noah me rescatase, ni que me protegiese. Pero mentiría si no dijera que tenía miedo de que esa necesidad de cuidar de una mujer en apuros pudiese más que lo que sentía por mí. Y si alguien necesitaba que la protegiesen, ésa era Amanda; quizá Noah cayera en la tentación de dar rienda suelta a su necesidad de ser tan necesario.

Y me preocupaba que eso acabase con nuestra relación, pues, al fin y al cabo, hacía muy poco que estábamos juntos.

Bueno, basta de hablar de mí. Terminé de leer el expediente de mi primer cliente y miré el reloj. Como si me hubiera estado observando con una cámara oculta, Bonnie entró en ese preciso instante para decirme que Teresa, mi primera cita, había llegado. Había leído su historial y las notas de su anterior médico. El resto ya me lo contaría ella.

Algunas de las personas que formaron parte del grupo de estudio del sueño que organicé en mi anterior trabajo habían decidido seguir visitándose conmigo en mi nueva consulta, pero la mayoría de mis clientes venían recomendados por otro médico. De momento, no tenía demasiados, pero seguro que irían a más. Así lo esperaba. Las condiciones de mi contrato con Warren y Edward eran muy buenas, pero tenía que pagar el alquiler, la comida y mi adicción al maquillaje.

Vacié mi mente y centré toda mi atención y mi energía en Teresa y sus problemas. Después de aquella visita de cuarenta y cinco minutos tuve otra, y luego fui a comer con Bonnie. Cuando regresé a mi despacho, estaba harta de las preguntas que habían ido asaltándome durante toda la mañana sin previo aviso. No podía dejar de pensar en la citación del Guardián, ni en que mi padre le había dado el visto bueno. Supongo que estaba más preocupada por eso de lo que creía. Y no me iría mal estar preparada para lo que pudiera ser.

Le dije a Bonnie que tenía trabajo que hacer y que no quería que me interrumpiesen, y luego, por si acaso, cerré la puerta de la consulta y me metí en el cuarto de baño. Respiré hondo e hice acopio de fuerzas. Entonces, sin mover las manos, abrí un portal entre nuestro mundo y el de los sueños. Me imaginé una especie de cremallera cósmica separando ambas dimensiones y tiré de ella mentalmente. A mi padre le haría gracia la comparación, pero funcionaba, y eso era lo único que importaba.

Era como si hubiera una grieta entre los dos mundos; el aire que tenía delante era sólido y tangible. Los dientes de la cremallera se separaban mostrando un mundo oculto entre la niebla y la oscuridad en el que brillaban las estrellas y todo era posible.

Abrí del todo la cremallera y crucé al otro lado. Fue como cambiar de habitación, sólo que, en realidad, estaba cambiando de dimensión. Al parecer, tengo el poder de controlar el mundo de los sueños, pero de momento es sólo una teoría que jamás he llevado a la práctica. Mis habilidades, por llamarlas de alguna manera, estaban algo oxidadas. No tenía ni idea de qué podía hacer, nadie la tenía. Ya os he dicho que soy única.

Pero por el momento eso era lo que menos me preocupaba. Tenía que ir a ver a mi padre. Una prueba de lo nerviosa que estaba fue que en vez de aparecer en palacio, lo hice en la enorme verja de cuerno y marfil que rodeaba la capital. Oscuros y majestuosos, los barrotes se erguían en medio de la oscuridad. A mi espalda, la niebla iba acercándose. Susurrando.

El mundo de los sueños podía ser un lugar muy peligroso, pero en los alrededores del palacio de mi padre, lo más importante era proteger a los soñadores. Ésa era la regla de oro. Los Terrores y las criaturas malvadas que vagaban por allí fuera aprovechaban cualquier oportunidad para atacar. ¿Acaso no lo hacían siempre? Y también estaban los que no dudarían ni un segundo en utilizarme para hacerle daño a Morfeo. Por todo eso, y a pesar de lo bonitas que eran las vistas del reino y el palacio, que desde allí parecía el castillo de Disney, no podía perder ni un solo segundo más.

Cerré el portal y me acerqué a la entrada de la verja. Contuve el aliento y toqué el pomo de marfil. Lo empujé y al ver que cedía respiré aliviada. La reja se abrió; se había dado cuenta de que yo no representaba ninguna amenaza.

Caminé de prisa sobre las losas pulidas que brillaban con destellos azules y plateados a la luz de la luna. El camino conducía directamente al palacio y estaba flanqueado por edificios, casas y todas las construcciones necesarias en un reino. Incluso había un pub.

Llegué al palacio y los altísimos guardias alados me miraron suspicaces. ¿Me estaban esperando? ¿Tenían órdenes de tratarme como a una invitada o como a una prisionera? ¿Me tenían miedo? Creo que me gustaba más que fuesen antipáticos que aquella cautela extraña que les veía.

—Alteza. —Ambos me hicieron una reverencia al abrirme la puerta—. El rey está en la biblioteca.

Lo que significaba que tenía que ir allí directamente. Nada de pasar por la casilla de salida ni recoger doscientos dólares. Menuda chica ingeniosa estoy hecha.

Aunque el guardia no me hubiese dicho nada, yo habría sabido exactamente dónde estaban mis padres. Podía sentirlos, igual que ellos percibían que yo acababa de llegar sin que nadie tuviese que avisarles.

Les di las gracias a los dos guardias y entré en el palacio. Apenas tuve un segundo para apreciar la decoración neoclásica del vestíbulo antes de que el aire se emborronase y mi alrededor se desvaneciera. Luego, poco a poco, se fue perfilando una nueva estancia. Mi padre me había llevado hasta él; me había hecho aparecer en la biblioteca en vez de esperar a que yo llegase allí por mi propio pie. Genial.

¿Todo eso por la citación del Guardián? ¿O quizá había incumplido alguna otra ley sin saberlo? Tenía que ponerme al día sobre las normas de ese mundo, pero todo estaba sucediendo tan rápido que no tenía tiempo de asimilar tanta información.

Mi padre estaba delante de la chimenea y parecía sacado del desplegable del GQ. No me sonrió, pero en sus ojos azules vi que se alegraba de verme y eso me hizo sentir algo mejor. Morfeo estaba muy fuerte, como si fuese un trabajador del mundo de la construcción. Tenía el pelo castaño rojizo y unas facciones muy atractivas. Normalmente, iba vestido con vaqueros y un jersey, porque así era como le gustaba a mi madre, aunque estoy convencida de que podía cambiar de aspecto según con quien estuviese, y eso me daba un poco de repelús. ¿Cómo era de verdad mi padre? Y ¿yo también podía hacer eso?

—Dawn. —Me he olvidado de deciros que tiene la voz muy profunda y ronca—. Qué sorpresa.

—No disimules —le dije, entrando en la habitación.

Me encanta esa biblioteca; en sus estanterías están todos los libros que se han escrito o soñado nunca. Me fue muy bien para hacer los trabajos del cole.

—Sabías que si le decías a Verek que podía traerme esposada, vendría en un santiamén —añadí—. Hola, mamá.

Mi madre, menuda y de pelo castaño, estaba tan elegante como siempre, pero parecía algo cansada.

—Hola, cariño.

Me volví hacia mi padre, que había cerrado la puerta y me estaba observando con aquella cara de resignación tan propia de los padres.

—No tuve más remedio.

—¿Por qué? —quise saber, y la rabia eliminó cualquier otra emoción que pudiese sentir—. ¿Porque te mueres de ganas de entregarme al Guardián?

—Porque quería que entendieses la gravedad de la situación —se defendió. Parecía dolido y enfadado—. No puedo parecer parcial, Dawn, y no puedo interceder por ti. Si lo hago, perdería autoridad, y eso sólo serviría para perjudicarte.

Maldición. Me quedé sin argumentos, y tuve que hacer un auténtico esfuerzo para no encogerme. No me encogía desde que cumplí los catorce y crecí tanto.

—¿Tan mal están las cosas? —le pregunté.

Mi padre se cruzó de brazos, pasó junto a mí y se acercó a mi madre.

—El Guardián quiere investigar lo que sucedió cuando trajiste aquí a Noah.

—Eso es una chorrada y lo sabes. ¿Cómo iba a saber yo que estaba prohibido?

Morfeo sonrió.

—Sí, ya lo sé. Si el Consejo tiene en cuenta tu ignorancia, y si a eso le suman que estabas preocupada porque Karatos estaba atacando a Noah, quizá te exculpen. —Dejó de sonreír—. O tal vez consideren que es culpa mía, por no haberte instruido. Sea como sea, dictarán la sentencia que les dé la gana, y yo haré todo lo que esté en mi mano para que, tanto tú como yo, podamos sobrellevarla.

Suspiré.

—Me cuesta creer que haya para tanto.

—Hay para tanto —contestó él, poniéndome las manos en los hombros—. Están asustados. Hiciste algo que ni siquiera yo puedo hacer, y ese poder los tiene aterrorizados.

Ah, sí, me había olvidado. Ni siquiera Morfeo puede llevar físicamente a un humano al reino de los sueños. Si pudiera, el cuerpo de mi madre no estaría languideciendo en una cama en Toronto y volviendo loca de preocupación a toda mi familia. Yo tampoco podía llevar a mi madre allí. Bueno, sí que podría, pero no podría quedarse demasiado tiempo. Ningún humano podía. Al menos que yo supiera, pero ya no me atrevo a hacer afirmaciones categóricas. Al fin y al cabo, mi mera existencia va en contra de las leyes naturales del mundo de los sueños.

—¿Crees que si los asusto un poco más me dejarán en paz? —pregunté con una sonrisa algo forzada.

—Sólo pueden hacerte daño si estás en este mundo —me recordó él—. En el mundo de los humanos no pueden ni tocarte. Y aunque es cierto que no puedo interferir en sus asuntos, puedo ponerles las cosas muy difíciles si se exceden en sus funciones.

Esa última frase me hizo sentir mejor. Entonces vi sus arrugas de preocupación y sus ojeras. Parecía cansado. Miré a mi madre. Ella estaba peor que cansada, estaba asustada.

—¿Hay algo que no me estéis contando? —les pregunté a los dos. Y me avergüenza reconocer que, básicamente, estaba preocupada por mí.

Mi madre suspiró.

—Ayer por la noche entré en los sueños de tu hermana Ivy.

Yo ya sabía que lo hacía, de hecho, una vez, mamá y yo nos reunimos allí. Mi madre visitaba los sueños de todos mis hermanos; así creía que cuidaba de sus hijos y de sus nietos. No, no creo que fuera lo mismo que si fuera a verlos en persona, pero sabía que a ella no le había resultado fácil tomar esa decisión, y estaba tratando de no juzgarla.

—¿Le pasa algo malo a Ivy? —A la mierda con lo de estar preocupada por mí. Mi hermana mayor a veces me ponía histérica, pero la quería a rabiar. Quería a todos mis hermanos, a pesar de que ninguno sabía que no era del todo humana.

Mamá negó con la cabeza y movió nerviosa sus delicadas manos sobre el regazo.

—El especialista al que llamaron, el doctor Ravenelli, irá pasado mañana a examinarme.

Oh, mierda. Unos meses atrás, mi familia conoció a ese «doctor», que alardeaba de poder despertar a mamá del coma en que estaba. Al parecer, terminaron creyéndolo y lo contrataron. Yo no tenía ni idea de qué pensaba hacer ese tipo para romper el vínculo que el dios del mundo de los sueños había creado con mi madre, pero era evidente que tanto ella como mi padre estaban preocupados y que, por tanto, creían que podía conseguirlo.

No, era imposible que Ravenelli pudiera hacer nada, ¿no?

Quizá no fuera tan imposible.

Por otra parte, tal vez fuera sólo una coincidencia, pero teniendo en cuenta todo lo que habían llegado a hacer los enemigos de Morfeo, no me extrañaría que también estuviesen detrás de eso. No les habría resultado nada difícil meterse en los sueños de ese médico y convencerlo de que podía despertar a mi madre. O, peor aún, quizá le habían dicho cómo podía hacerlo.

Miré a mi padre con el corazón en un puño. Que fueran detrás de mí era una cosa, pero si se metían con mi madre...

—Ese tipo no puede hacerte nada, ¿no?

Morfeo negó con la cabeza.

—No, a mí no.

—¿Y a ti? —Miré a mi madre y vi que estaba pálida.

—Tengo miedo de que me haga volver. Y, a pesar de todo, una parte de mí cree que debería dejar que me despertase.

Levanté las cejas. Aquello sí que era una novedad.

—¿En serio?

Mamá asintió.

—Echo de menos a mi familia, Dawn. No soy tan fría e insensible como crees.

No contesté. Todavía no sabía qué pensar sobre lo que había hecho mi madre. Abrí la boca, pero mi padre se me adelantó.

—No tienes nada de que preocuparte, Maggie. He estado en los sueños de ese hombre. No representa ninguna amenaza. No vas a irte a ninguna parte.

Se acercó a ella por detrás y le colocó las manos sobre los hombros; parecía un ángel vengador. Mi madre no podía verle la cara, pero yo sí, y ponía la piel de gallina. Sentí lástima de ese médico. Si conseguía despertar a mi madre, su vida se convertiría en un infierno. De hecho, eso era exactamente lo que le sucedería a cualquiera que se entrometiese entre ellos dos. Con mi madre y conmigo, mi padre era muy cariñoso, pero era un dios, y la historia nos enseña que a los dioses no les gusta que les lleven la contraria.

Yo era su hija, lo que técnicamente me convertía en una diosa, o semidiosa al menos. Y ahora que lo pienso, a mí tampoco me gusta que me lleven la contraria. Todavía no sé de lo que soy capaz, aunque sí sé que puedo hacer cosas que ni siquiera Morfeo puede hacer.

No me extraña que el Consejo de las Pesadillas esté asustado.

 

 

 

 

El lado oscuro del amanecer
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