Capítulo 29
Muy avanzada la noche del día siguiente, la luna se alzaba en lo más alto del cielo. Hugh se abría paso bajo su luz tenue por los campos que en otro tiempo había conocido tan bien como la palma de su mano. Se había pasado los primeros años de su niñez en el castillo de Hayleigh y los ingratos recuerdos atestaban su agotado cerebro a pesar de todos sus esfuerzos por evitarlos. Se había pasado casi cada minuto de las últimas veinticuatro horas a caballo y estaba muerto de cansancio, demasiado exhausto para combatir los fantasmas de su pasado. Así que les dejó acercarse y le maravilló que todavía tuvieran el poder de conmoverlo.
Con James a su lado, atravesaba los espesos tojos de camino al cabo Hayleigh, donde debía reunirse con un informador. Según el mensaje que había recibido Hugh, el hombre conocía el paradero de Sophy Towbridge. Al parecer la mujer había desaparecido de la faz de la tierra la noche que Hugh conoció a Claire. Ni siquiera los esfuerzos combinados de algunos de los mejores agentes británicos habían conseguido dar con ella ni con la información que se había llevado.
Esa noche, quizá, se resolviera el misterio.
Cuando el hombre salió de detrás de un arbusto con una pala en la mano, Hugh se sobresaltó, casi tanto como su caballo, que se encabritó con un agudo relincho. Cogido por sorpresa, Hugh se cayó del caballo de repente y terminó aterrizando de culo entre las espesas matas. Por un momento se quedó sentado en el suelo, aturdido.
Lo primero que pensó fue un «otra vez no, por Dios», que casi gimió.
—¡Señor Hugh! — jadeó James, que hurgó en el bolsillo en busca de su arma al tiempo que Hugh cogía su pistola.
—Eh, oigan, perdonen, señorías. — El hombre de la pala parecía avergonzado. Se había parado en seco al ver la pistola que había desenfundado Hugh y apenas era una forma corpulenta en la oscuridad—. Que no quería asustarlos.
—No se preocupe — dijo Hugh con tono amargo mientras se levantaba.
En un primer momento le había parecido que el hombre era inofensivo pero después de la caída del caballo no pensaba correr ningún riesgo y prefirió no guardarse la pistola.
—¿Se encuentra bien? — preguntó James, que sujetaba las riendas del asustadizo caballo de Hugh.
—Muy bien — dijo Hugh mientras lanzaba una mirada cauta a su alrededor antes de centrarse en el hombre que tenía delante. La caída lo había despertado por completo y lo había puesto en guardia. Volvió a mirar al hombre—. ¿Es usted Marley?
—Sí. ¿Y ustedes son...?
—Las personas que espera.
—No se fían ni de su padre, ¿eh? — Marley lanzó una risita—. Si han traído el dinero, no necesito más presentaciones.
—Está aquí.
Hugh le hizo un gesto a James, que desató de la silla del caballo una pequeña bolsa de cuero llena de guineas y se la tiró a Marley, que la cogió con habilidad con una mano. Después tiró la pala al suelo, abrió la bolsa y miró dentro. Pareció satisfacerle porque la volvió a cerrar.
—Ya tiene su dinero. ¿Dónde está Sophy Towbridge?
—Por aquí. — Marley les hizo un gesto para que lo siguieran. Hugh fue tras él sin dejar de vigilar por si le tendían una trampa. Según la información que había recibido, el hombre estaría solo pero no pensaba correr ningún riesgo—. Ahí.
Marley señaló el suelo. Cuando miró abajo, Hugh descubrió una tumba medio abierta. La luz de la luna se reflejó en un cráneo todavía coronado por unos grotescos mechones de cabellos rubios, sucios pero todavía reconocibles.
—¿Es ésa? — James, que lo había seguido a pie con los dos caballos a remolque, se quedó mirando la tumba y después miró a Hugh mientras sacudía la cabeza—. No me extraña que no la haya encontrado nadie.
—¿Qué hay de los papeles que llevaba? — le preguntó Hugh a Marley.
Marley metió la mano en la chaqueta, rebuscó un poco y sacó una saca de hule encerado que le entregó a Hugh. Con una mirada a James, Hugh la abrió y miró dentro. Había tres cartas bien dobladas. Estaba demasiado oscuro para leerlas, pero Hugh estaba bastante seguro de que al fin había encontrado lo que llevaba tanto tiempo buscando.
Hugh miró a James con un asentimiento y se metió la saca en la capa.
—¿Puedo cubrirla ya? — preguntó Marley—. No me gustaría que los demás supieran que se la he enseñado.
—Adelante. — Hugh empezó a darse la vuelta y después se le ocurrió otra cosa—. Había otra dama aquí, en el cabo, la misma noche que Sophy Towbridge. Creo que la raptaron de su carruaje. ¿Sabe algo de ese tema?
Marley se encogió de hombros.
—Puede.
—¿Cuánto?
Hugh ya lo tenía calado.
—El doble.
—Hecho.
Hugh le hizo un gesto a James, que sacó la cantidad requerida de la alforja que contenía sus fondos de emergencia y le pasó el fajo a Marley.
El hombre lo contó y después se lo metió en el bolsillo.
—¿La otra dama? — le apuntó Hugh.
Marley bufó.
—Supongo que se refiere a la ramera que le dio un porrazo a Briggs en la cabeza con su orinal. Nos pagaron para que la sacáramos de su carruaje y la despacháramos. Pero resultó que teníamos que hacerlo la misma noche que también nos contrataron para acompañar a otra señora, que resultó ser la tal Sophy Towbridge, a la playa del cabo Hayleigh a esperar un barco. En ese momento le juro que no sabíamos nada de que fuera una espía francesa. Así que teníamos a las dos señoras al mismo tiempo, ya ve, metidas en la misma granja, aunque ninguna sabía que había otra allí. Entonces nos enteramos que estaban buscando a una espía francesa de nombre Sophy Towbridge. Bueno, las señoras estas que teníamos en la granja eran muy diferentes, ya me entiende, y una de ellas, mientras se hacía muy, pero que muy amiga de nuestro líder, le había dicho que se llamaba Sophy Towbridge. ¿Qué coincidencia era ésa?, nos preguntamos. Y después nos respondimos: no era ninguna coincidencia. Nuestra señorita Sophy Towbridge y la que se suponía que era la espía de los franchutes tenían que ser la misma persona. Así que empezamos a hacer un trato, íbamos a vendérsela otra vez al gobierno de su majestad, ¿estamos? Pero nos llevaría un poco de tiempo. Así que la retuvimos allí mismo y al final no llegó a bajar a la playa. Pero eso nos dejaba con un problema. Los franchutes iban a enviar un barco para recoger a Sophy Towbridge y los franchutes se ponen de muy mala leche si los engañas. Así que nos preguntamos, ¿qué hacemos? Y la respuesta estaba allí mismo, delante de nuestras narices, la mejor de todas. Teníamos otra señora, la otra señora, y se suponía que teníamos que matarla. Así que pensamos, ¿por qué no matamos a la otra señora y les decimos a los franchutes que la señora muerta es Sophy Towbridge, que por desgracia ha muerto? Eso nos sacaba del apuro con los franchutes y todavía teníamos a nuestra señora muerta con la que corresponder a los que nos pagaron para matarla. Era un plan estupendo, aunque esté mal que yo lo diga. Pero la señora en cuestión lo estropeó todo escapándose y no la volvimos a encontrar para matarla. Tengo entendido que ahora está en Londres, sana y salva. Y Sophy Towbridge se cayó por las escaleras de la granja a la mañana siguiente y se partió el cuello. Así de simple, muerta. Así que tampoco conseguimos la pasta por ella.
El hombre sacudió la cabeza con gesto sombrío.
—¿Quién los contrató para sacar a esa señora de su carruaje? — preguntó Hugh.
Marley se encogió de hombros.
—Eso sí que no lo sé. Donen fue el que se encargó de esa parte.
—¿Donen? — le preguntó Hugh, que tenía que esforzarse por no levantar la voz. No quería que su informador dejara de hablar pero al oír a aquel hombre relatar con tanta alegría los planes que él y sus amigotes habían hecho para matar a Claire tuvo ganas de echarle las manos al cuello y apretar hasta que no le quedara vida—. ¿Dónde puedo encontrarlo?
—Ah, pues se ha ido a alguna parte.
Era una vaguedad tan resuelta que Hugh sospechó que Marley sabía muy bien dónde había ido Donen.
—¿Adónde? — dijo Hugh con tono áspero, incapaz de controlarse.
Marley se encogió de hombros.
—Dígame todo lo que sepa y le daré el doble de dinero — dijo el espía.
Marley se animó como un perro de caza al oler una pieza. Sin esperar siquiera a que se lo pidieran, James se volvió de nuevo hacia las alforjas. No quedaba suficiente en el fondo de emergencia así que, al final, Hugh y James se vieron reducidos a buscar en sus bolsas y bolsillos, pero al final reunieron a toda prisa la cantidad suficiente para satisfacer a Marley.
—Es un placer hacer negocios con ustedes, caballeros, sí señor — dijo Marley con tono afable mientras se llenaba los bolsillos.
—¿Donen? — preguntó Hugh con tono lúgubre.
—¿Se acuerda de la otra señora que le dije? Bueno, verá, es que hay un trabajo...
Mientras escuchaba al hombre, Hugh sintió que se le helaba la sangre.