Quince
Silbando para no tener miedo
John Dryden
Caroline no había tenido tanto miedo en toda su vida.
Ni a los cinco años, cuando se había tropezado con el vestido y había derramado el cuenco del desayuno delante de la directora del orfanato. Ni a los diecisiete, cuando uno de los enfermeros de Woodwere le había pedido que lo ayudara con los internos y luego la había acorralado en un rincón y había empezado a desabrocharse los pantalones. Ni siquiera aquel día en que se le había cerrado la puerta del armario de las sábanas de Woodwere y se había quedado encerrada en aquel diminuto cubículo sin ventana. Bueno, quizá no estaba tan asustada como aquel día. La había encontrado otra sirvienta, acurrucada en el suelo y llorando histéricamente como una niña aterrada por los demonios de la oscuridad.
Pero eso no quería decir que ahora no tuviera miedo. Morgan la había llevado a aquel lugar de cuento de hadas, aunque algo opresivo, sólo para dejarla abandonada junto a Leticia Twittingdon. Se sentía como una tonta que no comprendía por qué la miraban, murmuraban sobre ella y la compadecían. Sí, la compadecían, podía verlo en sus caras.
Y sin embargo allí seguía después de más de una hora. Podría haberse muerto de sed o de calor y Morgan ni siquiera se habría enterado. Su esposo. Su protector. ¡Ja! La habría protegido mejor un perro. Debería levantarse, agarrar a la tía Leticia y largarse de allí. ¿Qué pasaría entonces con el precioso plan de Morgan?
Bajó los hombros en un gesto de derrota, pues sabía que no iba a irse a ninguna parte. Se quedaría allí esperando hasta que Morgan le dijera qué quería de ella. Aquel plan que había ideado era tan importante para él, que había preferido casarse con ella antes que renunciar a él. Y, que Dios la perdonara, Caroline iba a hacer todo lo que estuviera en su mano por que saliera bien.
—Dul… señorita Wilbur. ¡Bah! Nunca podré recordarlo. Wil-burr… suena como si algo se te hubiera quedado enganchado en la capa. Creo que mejor os llamaré señorita Caroline. ¿Os parece bien, Dul… señorita Caroline?
—Llamadme lo que queráis, tía Leticia —respondió Caroline con un suspiro—. Llamadme tonta, llamadme estúpida, lo que queráis. Jamás habría pensado que pudiera ser tan aburrido y tan cansado ver cómo se divierten los demás.
—Sí que lo es, mi niña —respondió la anciana rápidamente—. Pero mirad, ahí viene el marqués y viene acompañado de Lady Jersey y de un caballero muy apuesto. ¿Qué tal estoy, Caro? —Le preguntó, colocándose el turbante—. Sin duda lord Clayton lo trae para mí. Espero que los músicos toquen algún ritmo escocés; no creo que recuerde los pasos de ningún otro baile.
Caroline la miró y vio en sus ojos que realmente creía que Morgan le llevaba un compañero de baile. Lo cierto era que iba hacia ellas. Trató de mirarlo con gesto distante y distinguido, pero luego abandonó la pose, impaciente por ver quién lo acompañaba. A la mujer ya la había visto paseándose por la sala de baile durante la velada. Fue el caballero el que atrajo la atención de Caroline.
Como bien había dicho la tía Leticia, era un hombre apuesto. Extremadamente apuesto. Era alto, casi tanto como Morgan, pero tenía una complexión más delicada; sus hombros no eran tan anchos, ni sus piernas tan musculosas, si bien eran bastante perfectos, sus rasgos no le resultaban tan masculinos ni tan atractivos. El uno junto al otro, Morgan y él era como el invierno y el verano, la noche y el día… el mal y el bien. Vaya, ¿por qué habría pensado eso?
Entonces, al encontrarse con la mirada de sus ojos azules y su cálida sonrisa, Caroline supo que por fin había encontrado un amigo entre tanta lástima y hostilidad.
—¿Estáis disfrutando de vuestra primera velada en Almack's, señorita Wilbur? —le preguntó Richard, ofreciéndole un vaso de limonada caliente que le había proporcionado Henry Chomprey, un joven que había quedado encantado de haber podido hablar con el Unicornio. Si él supiera. Si el mundo entero y su padre supieran…
Caroline asintió con una sonrisa y, nada más sentarse en un banco de piedra de la terraza, se bebió la limonada de un solo trago, por lo que Richard le ofreció también su vaso, que ella vació del mismo modo.
—Gracias, milord. No imaginaba que bailar diera tanta sed. Ni siquiera me ha importado que la limonada fuera tan horrible —añadió, arrugando su delicada nariz—. No debería haber dicho eso, ¿verdad? ¿Por qué creéis que las damas nunca pueden decir lo que es obvio?
Richard sonrió también, aquella muchacha le gustaba más a cada momento que pasaba. Decidió concentrarse en ella por el momento, era menos arriesgado que pensar en la amabilidad de Morgan, en sus motivos.
—Supongo que será porque se educa a las mujeres para no ver lo que es obvio. De otro modo, querida dama, ninguna de ellas, criaturas extremadamente inteligentes, se dignaría a hablar jamás con nosotros los hombres… que somos todos horribles de vez en cuando.
—Puede que tengáis razón —asintió con ímpetu, sin duda tomándose sus palabras al pie de la letra—. Mor… quiero decir, lord Clayton ha hecho de ser horrible un arte. ¿Podéis creer que me ha dejado completamente sola en ese salón durante más de una hora? Estaba empezando a lamentar no haberme traído un libro, para entretenerme.
—Vaya, entonces sois una intelectual, señorita Wilbur. Debéis ocultarlo cuidadosamente, junto con vuestra inclinación hacia la sinceridad; de otro modo, los caballeros de la alta sociedad huirán de vos en auténtica estampida. Supongo que sois consciente de que la peor maldición que puede sufrir una mujer es tener cerebro y dentro, algo más que plumas.
Caroline sonrió.
—No os veo huir, milord —señaló con la misma honestidad con la que había criticado la limonada—. ¿Quiere eso decir que sois un hombre poco común?
—Más de lo que creéis, señorita Wilbur —respondió mientras miraba al interior del salón de baile a través de la ventana. Allí vio a Morgan bailando con una joven de enorme fortuna y poco sentido común, que lo miraba con obvia adoración—. Más de lo que creéis.
¿Qué hacía allí Blakely? Los dos habían odiado siempre Almack's, recordó con una triste sonrisa. Sin embargo Morgan había accedido a acompañar a la joven protegida de su padre a aquel insípido mercado de solteras. Pobre Morgan. ¿Cuándo superaría esa necesidad de ganarse el afecto del duque? Claro que quién era Richard para juzgarlo, él que aún no había superado el miedo y el desprecio que sentía por su propio padre. Pero en aquel momento era más importante dilucidar qué hacía allí aquella muchacha, aquella joven tan fascinante con un nombre tan evidentemente falso. Parecía encontrarse tan fuera de lugar, tan atemorizada y al mismo tiempo tan desafiante; en varias ocasiones la había descubierto observándolo detenidamente, evaluándolo, como si supiera algo de él que el mismo no supiera. ¿Cómo habría acabado con Morgan, precisamente?
¿Por qué habría roto Morgan un silencio de casi tres años cuando Richard sabía que hacía tiempo que su viejo amigo había dejado de ser nada parecido a un amigo? ¿Para presentarle a la protegida de su padre? No tenía ningún sentido. Si había algo que Richard sabía sobre Morgan era que todos y cada uno de sus movimientos tenían un propósito, aunque necesitase un tiempo para revelárselo a aquéllos que lo rodeaban.
—¿Qué hacemos ahora?
Richard miró a Caroline y sonrió. Su postura era perfectamente correcta, pero parecía tan contenta como un niño a punto de sacarse una muela.
—¿Disculpad?
—Ya hemos bailado y bebido limonada. ¿Bailamos de nuevo o vais a devolverme a la tía Leticia, despediros con una reverencia y luego os marcharos a un lugar más divertido? Parecéis muy incómodo aquí, como si tampoco supierais qué hacer.
—¿Siempre sois tan brutalmente sincera, señorita Wilbur? —Richard la hizo sonrojar con dicha pregunta, quizá había hecho que se diera cuenta de que había vuelto a excederse en su honestidad—. En realidad estoy pasándolo muy bien. De verdad. Y, para responder a vuestra pregunta, se supone que deberíamos hablar un rato, un sencillo intercambio de formalidades y quizá algún que otro chismorreo, y luego yo debería devolveros a vuestra carabina.
—¿De qué hablamos? —dijo ella después de asentir a sus instrucciones, como si pasara la mayor parte del día recibiendo lecciones y estuviera acostumbrada a seguir órdenes—. La verdad es que no conozco a nadie importante, por lo que no puedo chismorrear como he oído que hacen otras jóvenes damas, que estaban criticando a un hombre que debía casarse urgentemente con una dama rica para no perder todas sus propiedades a manos de sus acreedores. Debo confesar que me parece bastante desconsiderado por su parte porque seguramente esas damas nunca sabrán de qué serían capaces a cambio de dinero; las dos iban completamente cubiertas de joyas. Es absurdo, ¿no os parece? Hablar de esas cosas cuando hay esclavos en América, gente que se muere de hambre en las calles de Inglaterra y tejedores que se están quedando sin trabajo por culpa de los nuevos telares. ¿Hablo demasiado?
Definitivamente parecía recién salida de la escuela, de una escuela muy peculiar.
—En absoluto. Morgan está siendo vuestro mentor, ¿no es cierto, señorita Wilbur? Vuestro interés por los problemas morales de la humanidad y las injusticias del mundo me recuerda mucho a él. Decidme, ¿cómo es que sois la protegida del duque?
Richard vio cómo Caroline se apretaba los dedos.
—Es una larga historia, milord, y seguramente no sea yo quien deba contárosla —dijo, en voz tan baja que Richard tuvo que acercarse para escucharla—. Además, lo cierto es que no me creo ni la mitad. ¿Os gustaría llevarme a pasear mañana por la tarde?
—Señorita Wilbur, puedo aseguraros que estaría realmente encantado de pasear con vos. Tengo la absoluta certeza de que vais a ser la sensación de la Temporada social —opinó mientras la ayudaba a ponerse en pie—. Me parece que vais a destrozar muchos corazones masculinos a vuestro paso y el dejarme ver con vos será sin duda muy beneficioso para mi imagen.
Richard se agachó a besar su mano, rozando ligeramente su piel antes de erguirse y mirar directamente a unos ojos verdes, algo confusos pero llenos de vida. Mantuvo la sonrisa deliberadamente a pesar de que todo su mundo acababa de estremecerse. «El anillo. Lleva puesto el anillo de Morgan. Mi anillo».
—Pero yo no tengo el menor deseo de destrozar a nadie, milord —protestó Caroline—. Sólo estoy aquí porque… porque… —dejó la frase sin terminar y se mordió el labio inferior—. Creo que debería volver con mi tía, si no os importa.
Richard intentaba decidir si estaba mirando a los ojos de una mujer realmente inocente o al cañón de una pistola que Morgan Blakely había cargado personalmente y luego había colocado apuntándole a él. Aquella muchacha era demasiado ingeniosa como para creerla, demasiado honesta como para pensar que decía la verdad, demasiado cándida como para no tener intenciones ocultas. Y ese anillo que llevaba, ese anillo que había estado a punto de besar… Dios, ¿por qué lo llevaba?
—Claro —dijo él después de una pausa. Debía despedirse de ella, quedarse solo para poder pensar en la repentina amabilidad de Morgan después de todo lo que había ocurrido entre ellos, para pensar en el anillo—. Vuestra tía debe de estar preocupada.
Caroline se echó a reír al oír aquellas últimas palabras, cosa que Richard no comprendió, así que le preguntó, tratando de hacer que su interés pareciera simple curiosidad:
—¿Qué relación tenéis con la señorita Twittingdon?
La vio respirar hondo y tuvo la impresión de que iba mentirle.
—Su Excelencia el duque la contrató como dama de compañía para mí, puesto que yo estaba en una casa de hombres —respondió como si recitara unas palabras aprendidas de memoria—. Le he tomado tanto cariño que la llamo «tía», pero sólo es un apelativo cariñoso —volvió a sonreír y Richard se olvidó de que por un momento había dudado de su sinceridad—. Me temo que no somos parientes. Lo cierto es que estoy bastante sola en el mundo, milord, excepto por el duque, claro.
—Y el marqués —añadió Richard, al tiempo que veía acercarse a Morgan. Sintió un frío repentino, como si se estuviera acercando la Muerte, y fuera sonriendo—. También tenéis al hijo de vuestro protector para ayudaros en vuestra presentación en sociedad.
—Ah, él —respondió ella, quitándole importancia—. Si llamáis ayuda a dejarme sola toda la velada… Si no hubiera sido por vos, milord, me habría cortado las venas con el alfiler del sombrero. Os agradezco que hayáis sido tan amable conmigo.
Richard sabía que debía decir algo y decidió optar de nuevo por la ofensiva, sólo para ver la reacción de Morgan. No tenía nada que perder ahora que ya lo había perdido todo.
—Ha sido un placer. Me alegro de haber podido evitar la pérdida de una mujer tan hermosa e interesante como vos. Puesto que ya somos amigos, señorita Wilbur, podríais llamarme Richard y, si me lo permitís, sería un honor dirigirme a vos por vuestro nombre de pila, como hacen los buenos amigos.
Ella sonrió de tal modo que Richard sintió el impulso de protegerla y contribuir a que su ingreso en la alta sociedad fuera lo más sencillo y exitoso posible. Quizá Morgan estuviese utilizándola en su propio beneficio, pero eso no significaba que Richard tuviera que comportarse como un grosero. Después de todo, él siempre había sido el más amable de los dos; lo que le hacía más humano que el frío y calculador Morgan, más sensible, ¿o acaso era síntoma de su terrible defecto?
—Por supuesto, Richard, me encantaría. Desde luego no te pareces en nada a Morgan.
La sonrisa desapareció del rostro de Richard junto con gran parte de su valentía.
—Morgan no se parece a nadie, señorita Wilbur, nadie en absoluto —dijo justo en el momento que el aludido llegaba junto a ellos—. ¡Morgan! Me has hecho un gran favor al presentarme a la señorita Wilbur. Es realmente fascinante y me ha hecho el honor de acceder a salir a pasear conmigo mañana por la tarde. ¿Crees que Su Excelencia el duque estará de acuerdo?
—Estará encantado, Dickon —respondió Morgan con un movimiento de cabeza, que bastó para que Caroline se colocara a su lado como un perro bien entrenado—. Siempre y cuando prometas devolvérnosla. Creo recordar que tienes problemas para volver al lugar donde has estado.
Richard hizo caso omiso al velado insulto y se fijó en que Caroline había perdido la vitalidad que había demostrado durante su breve conversación, lo que significaba que la señorita Caroline Wilbur estaba enamorada de Morgan Blakely. Los que querían a Morgan eran capaces de seguirlo a cualquier parte, incluso al infierno, si él se lo pedía. ¿Sería tan poco consciente del amor de Caroline como lo había sido de…?
No, no debía pensar en esas cosas, se dijo mientras veía a Morgan recoger a la señorita Twittingdon… Twittingdon, ¿dónde había oído antes ese nombre?
Morgan no había cambiado demasiado en los tres largos años que habían pasado desde la guerra de la Península. Siempre había sido un hombre profundo, intenso y reservado, lo que lo hacía perfecto para… No, tampoco debía pensar en eso. Ya nunca lo hacía. O casi nunca. Sólo por la noche, cuando estaba a solas en la cama, acosado por los temores y la soledad, recordaba y las caras aparecían frente a sus ojos. Caras terribles con ojos terribles y bocas que lo acusaban en silencio. Y esa maravillosa cara, la más querida de todas, se alejaba de él llena de desesperación y desilusión, derrotada.
Pero no debía pensar en eso. No podía permitirse recordar el pasado cuando Morgan había vuelto a apareen de pronto en el presente. Cuando aquella encantadora muchacha que se hacía llamar Caroline Wilbur llevaba su anillo… ese maldito anillo. Se preguntó qué peligroso juego había puesto en marcha Morgan aquella noche, qué papel interpretaba Caroline Wilbur en él y cuánto tiempo tardaría Morgan en dar el siguiente paso. Lo único que sabía con certeza era que, después de tres largos años, Morgan estaba preparando su venganza.
«Que Dios me ayude», imploró Richard al cielo y deseo con todas sus fuerzas no ser tan cobarde, demasiado cobarde como para decir la verdad. Prefería que Morgan lo odiara a que sintiera asco por él. Debía proteger la memoria de Jeremy fuera como fuera. Costara lo que costara… a Morgan… y a sí mismo.
Cuídate de un hombre paciente, había escrito John Dryden, y Richard sabía que Morgan Blakely era un hombre paciente.
Paciente… y peligroso.
El viaje de vuelta a la mansión del duque había estado dominado por la entusiasmada charla de la tía Leticia, que había enumerado una por una las personas a las que había reconocido de su Temporada social, muchos años atrás. Estaba emocionada también con haber conocido al famoso Unicornio, de quien había dicho que era el hombre más guapo que había visto en su vida y, según había oído, el caballero más valiente de Inglaterra desde la muerte de lord Nelson.
Ferdie sin embargo, había permanecido en silencio, sin siquiera burlarse de la señorita Twittingdon; inmerso en la tristeza de sus pensamientos. Pobre Ferdie. No debía de haber sido nada fácil hacer de paje de Morgan. Cuando la tía Leticia había sucumbido al sueño, Caroline le había preguntado a Ferdie si había disfrutado de la velada, un error que lamentó de inmediato, al ver que el enano se ponía muy recto y comenzaba a recitar:
«Si les clavara un cuchillo, su corazón no sangraría.
Si examinara su mente, sólo avaricia vería.
Visten como reyes y se comportan como lobos.
Sólo oigo sus risas y su parloteo.
Mientras señalan y ríen, se arreglan y exhiben.
No son mis iguales; son mezquinos y odiosos».
—Parece que, a diferencia de ti, Caroline, Ferdie no se ha dejado impresionar por todos aquéllos con los que ha hablado —había declarado Morgan de manera innecesaria y eso fue lo último que se había dicho en el interior del carruaje.
Ya en la mansión, le habían contado lo ocurrido al duque, que, si bien había demostrado su satisfacción respecto a la cita de Caroline con el vizconde Harlan, no se había dejado llevar por el optimismo por culpa de la sombría mirada de Morgan.
La tía Leticia había desaparecido ya en busca de Betts, para contarle la velada con todo detalle. Ferdie, por su parte, se había retirado a sus aposentos llevándose una botella de coñac, tras lo cual el duque le había preguntado a Morgan si le parecía adecuado que el «muchacho» bebiera algo tan fuerte.
El silencio se había hecho tan intenso entonces, que Caroline los había mirado a uno y a otro, preguntándose qué demonios les ocurría, y finalmente se había marchado a su dormitorio.
Sentada en la cama con Muffie en el regazo, Caroline repasó los acontecimientos para tratar de entender a Morgan. Le había presentado a Richard, prácticamente la había lanzado a sus brazos y ella había tenido la genialidad de conseguir una cita para el día siguiente.
—¿Por qué está enfadado conmigo entonces? —Le preguntó en voz alta al gato—. Debería estar agradecido por lo que he hecho. No, debería estar loco de alegría. He despertado la curiosidad de Richard y creo que puede que incluso le guste un poco.
—¿Así es que Richard, Caroline? Aprendes muy rápido, ¿no? ¿Acaso has decidido poner en práctica las lecciones de tu antigua maestra y ofrecer un trato íntimo que ninguna joven decente se atrevería a considerar siquiera?
—¡Morgan!
¿Cuándo iba a acostumbrarse a que Morgan entrara sin llamar y sin hacer el menor ruido? Cerró los ojos y trató de calmar unos nervios que no quería sentir. Pero al notar el peso de su cuerpo en el colchón volvió a abrirlos para encontrarse a Morgan sentado en la cama, muy cerca de ella. Caroline miró a su marido. Su marido. El hombre que acababa de llamarla mujerzuela sin motivo alguno. Cualquiera pensaría que estaba celoso, algo del todo imposible dado lo clara que había dejado su falta de interés por ella al margen del deseo físico. Muffie era una gata blanca preciosa, pero incluso ella parecería parda de noche, como bien había dicho Morgan. ¿Su marido? No, Morgan era muchas cosas, pero desde luego no era su marido.
—¿Te molesta que el vizconde haya sugerido que adoptemos un trato menos formal? —respondió después de pensar qué estrategia debía seguir y decidir que debía ser fuerte, como llevaba haciéndolo toda su vida—. ¿Por qué, Morgan? Si no querías que hiciera nuevos amigos, ¿por qué me lo has presentado? Richard es el vizconde Harlan, pero también es el primo de Lady Caroline, ¿verdad? El hijo de su tío, el conde de Witham.
—Vuestro primo, Lady Caroline. Y vuestro tío.
—Sí, sí, ya sé que quieres que me comporte como si realmente fuera Lady Caroline, pero ahora estamos solos, Morgan. ¿No podemos hablar con libertad?
Lo vio moverse sobre el colchón y se preguntó cómo podía estar allí, tan rígido, y no querer acercarse más a ella… abrazarla y volver a sentir el éxtasis que ya habían compartido en otras ocasiones. Oía la voz profunda que le había susurrado al oído la última noche que habían pasado en Los acres, cuando se había quedado con ella casi hasta el amanecer. «Ábrete a mí, Caro», le había dicho. «Déjame sentir cómo te derrites bajo el calor de mi boca. Sí, mi dulce Caro… ronronea para mí mientras me bebo tu dulce nata. ¡Sí, sí! Ahora, abrázame, Caro».
Caroline sintió que la temperatura de su cuerpo aumentaba y se odio por desear de ese modo a un hombre que la había ayudado a desear, pero se negaba a amarla. Odió a Morgan por haberle hecho que lo amara. ¡Maldito fuera! ¿Por qué sufría tanto como estaba sufriendo ella? ¿Acaso no añoraba sus encuentros? ¿No se sentía solo de noche en la cama? Ella desde luego sí. Nunca se había sentido tan sola como las dos últimas noches.
—¿Y tú, Caro, hablaste libremente? ¿Le has contado a Richard la historia que te conté yo antes de ir a Almack's?
Caroline apartó la vista, segura de que él podía percibir en sus ojos su deseo por él, su amor.
—¿Te refieres a esa patraña de que tu padre me encontró en una granja aislada? —Caroline negó con la cabeza—. No sabía si debía hacerlo, puesto que no me lo dijiste. La verdad es que deberías haber sido más claro, Morgan, si esperas que te sea de alguna ayuda. Por eso le pedí que me llevara a pasear mañana; pensé que así podría pedirte permiso para contar toda esa mentira y contarle la historia mañana. ¿No te parece brillante?
Morgan apoyó la cara sobre ambas manos y la miró. Parecía agotado. Caroline esperaba que le doliera la cabeza. Le estaría bien empleado.
—¿Se lo pediste tú? Vaya, debió de sorprenderle. Sí, debes dejar que te sonsaque toda esa información mientras paseáis por Hyde Park. Una cosa más, ¿ha visto el anillo o estabas demasiado ocupada coqueteando con él como para fijarte?
Caroline se dejó llevar por la ira, creyendo que le sería más fácil conservar la cordura odiándolo que amándolo.
—Yo no he coqueteado con Richard. ¿Qué sentido tendría? Soy su prima, ¿recuerdas? Y sí —le dijo con franqueza—, vio el anillo cuando me besó la mano. Se quedó pálido un momento, pero se recuperó rápidamente, como haces tú cuando tu padre te pide que reces antes de comer. Sabías el efecto que tendría el anillo en él, ¿verdad?
—Habría bastado con que dijeras sí o no, Caroline —dijo poniéndose en pie—. ¿Te preguntó algo sobre el anillo? De dónde lo habías sacado o quién te lo había regalado.
—No —respondió ella secamente, pues sabía que estaba a punto de marcharse y dejarla sola de nuevo, con tantas preguntas sin resolver aún. Al menos había conseguido hacerle sentirse incómodo. Gracias a eso, la noche no había sido una absoluta decepción.
—¿Qué dijo entonces? —Caroline no respondió—. ¿Qué dijo después de ver el anillo? —insistió Morgan con impaciencia.
Ella le sonrió y habló por fin.
—Me temo que no puedo responder a esa pregunta porque no puede contestarse con un sí o un no.
—Vamos, Caroline —protestó, con evidente cansancio—. Ha sido un día muy intenso. Si te ha molestado que te dejara sola con la señorita Twittingdon mientras yo me paseaba por el salón de baile por si veía a Richard, sólo puedo pedirte disculpas. Me temo que en la vida hay cosas más importantes que tu recién descubierta sensibilidad femenina. Ahora respóndeme a la pregunta, ¿qué dijo Richard después de ver el anillo?
Caroline se rindió, pues realmente lo veía muy cansado. No podía negarle nada, aun sabiendo que no se lo merecía.
—No dijo nada, Morgan, por eso le sugerí que me llevara con la tía Leticia. Entonces me preguntó qué relación tenía con la señorita Twittingdon y luego quiso saber si podía llamarme Caroline y yo a él Richard. Después… después estuvo de acuerdo en que no se parece en nada a ti. Dijo que tú no te pareces a nadie. Tengo la sensación, Morgan, de que Richard te admira profundamente. Ah… también dijo que está seguro de que voy a causar sensación en la Temporada social. La verdad es que el primo de Lady Caroline me ha parecido muy simpático.
—¡Por el amor de Dios, Caro! ¡Olvídalo! —Morgan apretó los puños con una rabia muy poco habitual en él—. Esto no va a funcionar. No sé cómo pude pensar que saldría bien. He metido a una joven impresionable en la guarida del león y lo único que se le ocurre es que Richard Wilburton es «muy simpático».
—¿Acaso no lo es? —replicó ella—. Puede que Almack's te parezca la guarida de un león, pero no vas a hacerme creer que Richard es peligroso. Eres capaz de muchas cosas, Morgan, lo sé mejor que nadie; pero tengo la certeza de que jamás me presentarías deliberadamente a una persona que pudiera hacerme daño.
Morgan la miró con expresión sombría.
—¿Eso crees, muchacha? Está bien, pero te recuerdo que ya te has equivocado otras veces.