Capítulo Dieciséis
Chance salió de la biblioteca sonriendo, pero perdió la sonrisa cuando recordó que tenía que despedirse de Julia antes de seguir con sus asuntos. Asuntos que podían ser peligrosos a cierto nivel, pero que hacían que su sangre fluyera con rapidez, aunque un hombre inteligente no permitiría que la señorita Julia Carruthers captara esa animación.
En la escalera se encontró con Morgan, quien se paró a preguntar:
—¿Qué pasa? Court está muy tormentoso y cuando le he pregunto si va a salir esta noche, casi me arranca la piel.
—Mejor, así me ahorrará ese trabajo a mí —Chance creía haber encontrado la mentira perfecta para mantener a la chica a salvo de líos—. Pero te voy a hacer una advertencia, querida hermana. Ainsley lo sabe.
Morgan se puso muy pálida.
—¿Padre… lo sabe? ¿Sabe que he salido un par de veces con Court? ¿Quién se lo ha dicho? Has sido tú, ¿verdad?
—¿Quién se lo dice todo a Ainsley? Todos sabemos que tiene oídos en todas partes —Chance le guiñó un ojo—. También sé que yo que tú procuraría portarme muy bien las próximas semanas.
Morgan pareció recuperar parte de su temperamento.
—No me hará nada. Además, padre no se preocupa por nada.
Chance le dio una palmadita en la mejilla.
—Las cosas cambian. Ahora está prestando atención.
Ella hizo una mueca.
—Yo no recuerdo mucho la isla, ¿sabes? Court dice que no necesito hacerlo, que basta con que recuerde que soy Morgan Becket de Romney Marsh. ¿Padre era de verdad…?
—Oh, sí que lo era, y de los mejores. Creo que debes pensarlo dos veces antes de enemistarte con él.
—Ahora sólo quieres asustarme.
—Lo sé. ¿Funciona? —sonrió Chance.
—Creo que sí. ¿De verdad sabe lo que he hecho? ¿Se lo has dicho tú? Has tenido que ser tú.
—No te preocupes, estoy seguro de que no te dirá nada. Sólo pasa algún tiempo dejando que Eleanor te enseñe a bordar o algo por el estilo.
—Prefiero morir —repuso Morgan con sinceridad.
—Gracias a Dios que no eres la mayor o habrías enseñado a las demás chicas a ser tan terribles como —comentó Chance—. Cuando vuelva a Londres, arreglaré que vengas para la temporada de la primavera próxima. Definitivamente, tenemos que casarte. Así le pasaremos a otro el dolor de cabeza.
—Eres malo. Pero para entonces tendré dieciocho años. Y quizá un año me ayude a civilizarme. Eleanor dice que cree que Londres no está preparado para mí todavía.
—Y estoy de acuerdo con ella. Pero tengo deudas con esta casa y puedo empezar por quitarte a ti de en medio.
Morgan lo besó en la mejilla.
—Sé que me quieres, así que dejaré pasar el insulto. Y creo que puedo disfrutar de Londres, de montar por el parque y todo eso, siempre que pueda volver aquí cuando termine la temporada.
—Puede que encuentres Becket Hall aburrido después de Londres. ¿Me das tu promesa de que no vas a meter las narices en los asuntos del Fantasma Negro? ¿Morgan? Te juegas una temporada en Mayfair tonteando con todos los lores jóvenes y guapos. Contesta.
—Oh, está bien. Te lo prometo. Pero van a desembarcar en las arenas y vendrán por la playa hasta la aldea, así que de todos modos lo veré todo. Pero me quedaré mirando en la terraza, escondida detrás de las balaustradas.
Chance la miró con atención.
—¿Y cómo sabes tú eso? ¿Ahora te dedicas a escuchar por las cerraduras?
—No, yo jamás haría eso. Simplemente he visto a Court hablando con Jackob mientras éste limpiaba la chimenea de la habitación de Eleanor y le he dado un beso a cambio de lo que sabía.
—¡Vaya! Mi hermana se ha convertido en una arpía manipuladora. Podrías meterte en líos jugando con el afecto de un hombre.
—¡Bah! Jackob es sólo un crío.
—Si no recuerdo mal, es de la edad de Spencer, unos cuantos años mayor que tú. No es un crío.
—Para mí sí. Además, si Court o tú me hubierais contado lo que pasaba, no lo habría hecho. Así que, si quieres culpar a alguien, cúlpate a ti mismo. Yo sólo hago lo que tengo que hacer porque vosotros los hombres creéis que las mujeres somos demasiado delicadas para saber algo. Pero no te preocupes. Yo no le diré a nadie que anoche te vi salir del cuarto de Julia y tú no le dirás a nadie que yo sé lo que sé. Y me quedaré en la terraza.
Chance sabía que tendría que conformarse con eso, así que no insistió más y se dirigió a la habitación de Julia.
Tendría que hacer esperar a Billy y no le quedaba más remedio que confiar en que éste doblara su ropa en lugar de meterla arrugada en una bolsa de viaje.
Tampoco tenía tiempo de comprobar personalmente si Billy había recordado guardar cosas tan superfluas como medias y ropa interior. Billy no había entendido nunca el concepto de cambiarse de ropa interior con cierta regularidad. Aun así, Chance se alegraba de haber dejado a Oswald, su ayuda de cámara, en Londres y no tenerlo allí metiendo las narices en lo que ocurría en Becket Hall.
Se detuvo en la puerta del cuarto de Julia, respiró hondo varias veces y llamó con los nudillos.
Ella abrió la puerta sólo lo bastante para mirarlo con un ojo. Pensó que hacía menos de una hora que habían hecho el pacto y él ya rompía las reglas. Eso resultaba muy agradable, pero ella no podía hacérselo ver así.
—Creía que habíamos acordado que no vendrías…
—Vengo a despedirme —dijo Chance. Y sonrió cuando ella retrocedió y le abrió la puerta.
La joven comprendió al instante, e inmediatamente sintió preocupación por él.
—¿Vas al Castillo de Dover?
—Y a varios lugares intermedios, sí. A llevar a cabo los deberes que me han encomendado.
Julia puso los ojos en blanco y se acercó a la ventana, pues sentía la necesidad de poner espacio entre ellos.
—Oh, por favor, no me pidas que me trague esas tonterías. Te vas a ver lo que saben los guardas y dragones del Fantasma Negro. Y no me hagas muecas, porque eres tú el que me insulta a mí, no al revés. ¿Y si alguien te descubre, eh? El teniente Diamond no parece especialmente estúpido, excepto quizá cuando mira a Morgan.
Chance se frotó la frente.
—No sé por qué los hombres planean las guerras. Las mujeres tenéis mucho más talento para esas cosas.
Julia se frotó las manos, nada divertida por el comentario.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —preguntó.
—Ah —Chance se acercó a ella—. La dama se sentirá sola sin mí.
—Terriblemente sola, sí. Te echaré de menos tanto como a un dolor de cabeza. Por favor, contéstame. ¿Sabías esto cuando me has dado el anillo? ¿Tengo que llevarlo para protegerme de tu familia, para recodarles que soy… que soy de tu propiedad?
—No sabía que me iba a ir tan pronto, pero sí, ésa era la idea general y tú lo sabías. Pero no de la familia, de Jacko. A nadie le gusta preocupar a un viejo, y menos a uno que no confía mucho en las mujeres y que tiene la constitución de un toro y un temperamento a juego. Vamos, dame un beso de despedida como una buena novia, porque el Respiro está preparado para zarpar.
—¿Te vas costa arriba en barco? —preguntó ella, sólo para retrasar lo inevitable: A Chance besándola y a ella incapaz de evitar besarlo a su vez. No había dejado de pensar en él, en cómo conseguía que el cuerpo de ella respondiera a sus caricias, y le había resultado imposible convencerse de que podía engañarlo y hacerle creer que no deseaba más sus atenciones.
Chance frunció el ceño porque Julia había hecho una pregunta, pero no parecía interesarle la respuesta, sino que parecía mucho más interesada por observarlo. Y sus mejillas se habían sonrojado. Por su parte, sabía que su reacción a ella estaba en un lugar más bajo que las mejillas y que pronto se haría evidente. Tenía que irse ya.
—Hace mucho tiempo que no salgo a navegar. Además, así viajaré más deprisa —la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí—. No estaré lejos de ti ni un minuto más de lo imprescindible, te lo prometo. Quiero verte llevar mi anillo.
Ella bajó la cabeza.
—Ahora no nos oye nadie, así que puedes dejar de hablar así.
—Tengo que adularte más a menudo, pues respondes muy bien —Chance se echó a reír y le alzó la barbilla, de modo que ella no tuviera más remedio que mirarlo, porque le gustaba cómo lo miraba. Pero ella cerró inmediatamente los ojos. ¡Qué mujer tan terca!—. Julia, mírame. ¿Dónde está el anillo? ¿Por qué no lo llevas?
Julia se apartó de él y sacó el anillo del bolsillo para enseñárselo.
—Me queda grande, así que lo he envuelto en un trozo de cinta para que me valiera, pero ahora es incómodo.
Chance lo tomó, lo miró bien y se lo devolvió.
—Eso es mucha cinta, ¿verdad? Dile a Morgan que te lleve a ver a Waylon. Él lo acortará para que te valga.
—¿Waylon? ¿Tenéis un joyero aquí?
—No, pero tenemos un herrero en la aldea. Todas las tripulaciones necesitan un herrero.
Julia lo miró a los ojos.
—¿Quieres que lleve este anillo tan caro a un herrero? Eso es ridículo.
—No tanto. Waylon ha trabajado muchas veces con joyas.
Chance recordó que en la isla le gustaba sentarse en un barril para ver a Waylon desmantelar algunas de las joyas más conocidas, retirar las piedras y fundir el oro. Pero, por supuesto, no pensaba contarle eso a Julia.
—Muy bien, le pediré a Morgan que me acompañe mañana. ¿No has dicho que tenías que irte? No te retrases por mí —quería que se fuera antes de tener mucho tiempo de pensar que se iba a ir.
—Tienes razón, me voy —contestó Chance, incómodo de pronto al darse cuenta de que podía echar de menos a esa mujer mientras se dedicaba a jugar a agente del Gobierno y espía de contrabandistas. Y por alguna extraña razón, parecía tener ganas de castigarse a sí mismo antes de partir—. Sigo esperando el beso de mi prometida. Un beso y algunas palabras cariñosas de despedida. ¿Crees que puedes hacer eso?
—Creo que no, no. Pero intenta que no te sorprendan haciendo algo que no deberías hacer. Estoy segura de que Alice te echaría de menos. ¿Te has despedido de ella?
—¡Maldita sea! ¿Está en la sala de jugar?
—Supongo que sí, pero puede que esté durmiendo. ¿Quieres que se lo diga yo?
—No debería, pero sí, gracias. No… no estoy acostumbrado a informar a Alice de mis idas y venidas. Dile… dile que cuando vuelva haremos los tres un picnic en la playa o algo así.
Julia sonrió con suavidad, porque él parecía muy afectado por haberse olvidado de su hija una vez más. Ella no sabía lo que ocurría en Becket Hall, pero aquel hombre sin duda tenía muchas cosas en la cabeza.
—A Alice le gustará eso.
Chance le sonrió.
—Gracias. Y Alice y yo nos tumbaremos en la manta y miraremos cómo sacas esa bota para mirar dentro.
—¿Ah, sí? Me parece que no. Con un poco de suerte, se la habrá llevado ya la marea —se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla—. Ya está. Y sufriré por ti interminablemente. Ahora vete.
Chance la abrazó antes de que pudiera apartarse.
—Creo que necesito algo más que un beso tan pobre, señorita.
La besó en la boca y Julia se fundió contra él y le echó los brazos al cuello por temor a que él quisiera interrumpir el beso antes de que ella estuviera preparada.
Y no estaba preparada porque él le acariciaba los pechos por encima del vestido y se concentraba en los pezones. Y porque él había metido el muslo entre las piernas de ella y presionaba contra su sexo.
Ella no era una señorita joven, era una mujer adulta que ahora había despertado. Y no iba a volver a ser como había sido antes, inocente, ignorante de lo que significaba ser una mujer.
Desde que llegara a su habitación desde la playa, había decidido aceptar lo que él le diera por el tiempo que se sintiera inclinado a dárselo. Pero igualmente había decidido dar a su vez todo lo que pudiera.
Chance bajó de mala gana las manos hasta la cintura de Julia, no porque no la deseara, sino porque empezaba a pensar que ella estaba experimentando con él, aquella mujer a la que había enseñado el placer que podían compartir hombres y mujeres.
Podía preocuparle que otra mujer se creyera enamorada de él sólo porque se hubiera metido en su cama, pero Julia Carruthers no era otra mujer y estaba lejos de ser una ingenua. Sabía por qué había ido a ella y nadie podía creerse enamorada de un hombre que hacía algo tan bajo.
No, ella no lo deseaba a él, deseaba sexo. La señorita Puritana se había vuelto lujuriosa de la noche a la mañana y la culpa era de él.
¿Pero por qué no recoger los beneficios?
Porque era un caballero, claro, y si no era eso, sí era un hombre que tenía conciencia.
La apartó un poco, le dio varios besos más en la cara y retrocedió.
—Tengo que irme ya.
—Sí… tienes que irte. Te esperan.
—No te preocupes. Hace tiempo que Billy no me tira de las orejas.
Llegó hasta la puerta antes de volverse a mirar una vez más a la mujer que tan rápidamente se le había metido en la sangre, la mujer que lo irritaba, lo excitaba y lo enloquecía.
Julia seguía cerca de la ventana y la luz de la tarde creaba un halo a su alrededor. Se llevó una mano a los labios hinchados, apenas capaz de creer que se había portado de un modo tan desvergonzado… y que todavía lo deseaba tanto.
—¡Oh, maldita sea! —Chance echó la llave y empezó a desabrocharse la camisa mientras cruzaba la habitación—. Que esperen.
Julia volvía a estar en sus brazos casi antes de tener tiempo de registrar lo que ocurría y, momentos después, sus bocas se fundían y ella yacía de espaldas sobre la colcha.
La llamarada de pasión fue instantánea y feroz. Se besaron una y otra vez, se mordisquearon, se saborearon, y todo eso mientras intentaban mutuamente desnudar al otro.
Julia tenía el vestido por la cintura antes de que pudiera apartarle la camisa a Chance de los hombros, así que él terminó el trabajo en su lugar y empezó a desabotonarse los pantalones mientras se arrodillaba encima de ella y le miraba los pechos con una intensidad que hizo que se le endurecieran los pezones.
—Date prisa.
Julia se oyó a sí misma hablar con un tono casi suplicante y no le importó. Quería que se diera prisa.
Sintió las manos de él en los muslos cuando le subía el vestido. Le bajó la ropa interior hasta debajo de las rodillas y volvió a colocarse sobre ella. Sólo la idea de su desnudez parcial y la urgencia que sentían ambos bastaron para encender la pasión de ella hasta el punto en el que tanta prisa le resultó perfectamente razonable.
Chance bajó la cabeza hacia los pechos de ella y lamió el valle entre ellos. Y cuando le cubrió el pezón con la boca, el ronroneo ronco que emitió ella le hizo darse cuenta de que no sólo estaba preparada para él, sino que corría peligro de ponerse en evidencia si no la poseía de inmediato.
Se levantó un poco para colocarse mejor entre las piernas de ella y la penetró con un movimiento. El calor de ella capturó su miembro y lo retuvo allí.
Julia quería abrazarlo con las piernas, como él le había enseñado la noche anterior, pero tenía la ropa interior enredada en torno a los tobillos. Gimió de frustración y lo apretó contra sí para poder abrazarlo.
Chance sintió que su pasión casi frenética se intensificaba, el corazón le latía con fuerza y le costaba respirar. La penetró más profundamente, con ella acoplándose a cada movimiento suyo.
Aquello no tenía nada de gentil, nada. Eran dos personas necesitadas, cada una de las cuales exigía algo del otro. Aquélla cópula los hacía avanzar, los llevaba cada vez más arriba y al final explotó a su alrededor antes de que pudieran volver a caer juntos a la tierra.
Y lo único que quería hacer Julia después era abrazarlo, besarlo y volverlo a besar.
Y lo único que podía pensar Chance era que había perdido el control y había volcado su semilla en Julia. Y no le importaba.
Julia hizo lo posible por frenar el ritmo de su respiración, y Chance la besó una vez más, le acarició el pelo y salió de la cama para buscar la toalla del palanganero. Se mantuvo de espaldas a ella mientras se abrochaba los pantalones.
Se volvió hacia ella para buscar la camisa y Julia volvió al fin a la realidad. Intentó bajarse la falda del vestido al tiempo que subía el corpiño para cubrir los pechos.
—No, no hagas eso, por favor. Un hombre que está a punto de salir de viaje tiene que poder llevarse el recuerdo de por qué está impaciente por volver —le dijo Chance. Volvió a bajarle el corpiño y le besó los pechos antes de apartarse de nuevo sonriente—. Eh, ¿qué es esto?
Julia supo inmediatamente a qué se refería, a la cinta negra que había atado ella alrededor del tirante de la camisilla. La tapó con la mano y agradeció a su suerte que el gad al menos estuviera escondido en la cómoda.
—No es nada.
—No —Chance le apartó la mano y miró la cinta—. Es la de mi pelo. Me la dejé aquí anoche, ¿verdad?
—Es posible —repuso Julia sin mirarlo. Era una tontería, teniendo en cuenta que acababan de hacer el amor, pero no podía hablar con él en ese momento.
Chance presionó un poco más, atrapado entre el regocijo y la sorpresa, con una pizca de orgullo mezclada con ellos, aunque no pensaría en eso todavía.
—Y la llevas encima del corazón.
—La até ahí para acordarme de devolvértela —contestó ella, sin mirarlo—. ¿No te espera Billy?
Chance sabía que había llegado el momento de retirarse.
—Julia Carruthers, eres una fuente interminable de sorpresas. Justo cuando creo que te estoy empezando a comprender, tú… Tienes razón, tengo que irme.
Y Julia se quedó tumbada de costado, con el vestido cubriéndole apenas las caderas y los pechos desnudos, como una criatura de un cuadro del Renacimiento viendo cómo Chance se alejaba de ella.
—Por favor, ten cuidado —susurró cuando se cerró la puerta detrás de él y se hundió de nuevo en el colchón con los ojos picándole a causa de lágrimas no vertidas—. No hagas ninguna valentía.