Capítulo Doce
—Miraos las dos. Sin gorros y con el vestido lleno de arena. ¿Qué habéis hecho, rodar por la playa? —preguntó Chance a las chicas en cuanto entraron en la terraza.
Alice se echó a reír y Chance le acarició la cabeza. Por suerte, los niños perdonaban enseguida.
—Hemos encontrado una bota vieja, padre, y Callie cree que todavía hay un pie dentro —dijo Alice con ojos muy abiertos—. Pero Julia no ha querido mirar.
—¿Ah, no?
Chance guiñó un ojo a Julia por encima de las cabezas de las niñas y sintió algo parecido a un puñetazo en la boca del estómago. ¡Cómo le brillaba el pelo cuando el sol bailaba sobre él! Y no parecía importarle que le salieran pecas con el sol. ¿Sabía lo suave y atractiva que estaba ese día? No, seguramente no, o habría vuelto a usar aquel horrible moño.
—Julia se ha ido a hablar con padre —explicó Cassandra—. Y cuando ha vuelto, ha dicho que teníamos que volver. Hace muy poco que hemos salido y no me parece justo. Tendría que haber mirado en la bota. Pero tengo hambre, así que creo que la perdonaré.
¿Había hablado con Ainsley? ¡Qué interesante!
—Yo habría dicho que se pondría a investigar de inmediato —contestó Chance, mirando todavía a Julia, que le devolvía la mirada sin parpadear—. Nuestra señorita Carruthers suele ser una mujer muy curiosa.
Y seguramente lo era también en ese momento, pero no por botas viejas.
—Cassandra, lleva a Alice arriba con Edyth y quitaos esos zuecos antes de entrar en la casa, ¿vale? En Becket Hall no nos gusta hacer trabajar a otros sin necesidad.
Julia pensó en aquella casa. No había duda de que Ainsley Becket estaba al cargo allí, junto con Jacko. Los «hijos» eran una especie de oficiales del barco. Y todos los demás parecían parte de la tripulación y todos se ocupaban de lo que había que hacer.
Allí había mucho afecto y, sin embargo, también mucho respeto. Un vínculo entre todos que ella admiraba pero no comprendía completamente, como si todos fueran parte del mismo todo. O compartieran el mismo secreto.
Vio alejarse a las chicas riendo y tomadas de la mano. Ella sonreiría a Chance, le daría los buenos días y fingiría que no había ocurrido la noche anterior y que no sabía que lo que había ocurrido entre ellos la noche anterior no era todo lo que había pasado la noche anterior.
Pero cuando abrió la boca, dijo justamente lo que no quería decir.
—Anoche salieron todos a ver si se habían llevado el alijo, ¿verdad? Porque la gente que disparó a esos chicos descubrió también dónde guardaban la mercancía y ustedes querían salvar lo que pudieran antes de que los otros reunieran un grupo grande para llevárselo todo.
Chance la miró con una ceja enarcada.
—¿Eso es una pregunta o una afirmación?
—El caballo de Spencer está herido. No estoy segura, pero creo que lo ha rozado una bala.
—¿El caballo de Spencer? ¿Y tú cómo sabes que es su caballo?
—Lo ha dicho el señor Becket. Parecía… alterado.
—¿Ah, sí? O sea que has ido de paseo con Ainsley. ¿Ha sido interesante?
—Me ha llevado a la aldea. Yo no sabía que estaba allí. Forman una auténtica comunidad.
¿Cuánto sabía ella y cuánto había adivinado? Chance midió con cuidado sus siguientes palabras.
—Ha habido adiciones y bajas a lo largo de los años, pero sí, seguimos siendo bastante autosuficientes, aunque en este momento nos falta un carpintero.
—Pike —repuso Julia, recordando el nombre que había pronunciado Ainsley. Se mordió el labio inferior porque Chance la miraba con curiosidad—. El señor Becket ha dicho que Pike era el carpintero del barco que talló la sirena. ¿Le duele la mejilla?
Él se llevó una mano a la mejilla. Las compresas frías habían eliminado casi por completo la hinchazón, pero todavía estaba dolorida al tacto. A aquella mujer no se le escapaba nada.
—Un golpe de suerte. El hombre en cuestión no pudo dar otro —sonrió—. Y puesto que sé que lo vas a preguntar, Spencer está bien. Odette está con él.
—Entonces es que está herido.
—Sí. Pero la herida es poco más que un arañazo. El chico se cree invulnerable, un arañazo le hará bien.
Julia no había hablado todavía mucho con Spencer, pero sí le había causado buena impresión. No era tan alto como Chance o Court, pero era… intenso. Sí, ésa era la palabra. Sus ojos eran oscuros, casi negros, bajo unas cejas dramáticas. Su pelo negro rizado iba cortado justo debajo de la nuca y tenía un aire salvaje y alborotado; caía constantemente sobre la cara y él movía la cabeza para apartarlo. Atractivo, como todos los Becket, cada uno a su modo, pero con un aire de pasión peligrosa que sólo se puede controlar con una gran fuerza de voluntad.
Julia miró a Chance e hizo un comentario basándose en lo que le había dicho Eleanor.
—Su hermano es español.
Chance se encogió de hombros.
—Seguramente, junto con sabe Dios qué mezcla más. Todos somos mestizos Julia, y bastante orgullosos de ello. El problema con Spencer es que, sea cual sea su sangre, a menudo fluye muy caliente y su cerebro no sigue siempre el mismo camino. Yo tenía doce o trece años y él cinco cuando Ainsley lo trajo a casa, así que la verdad es que nunca le hice mucho caso. Pero era salvaje cuando llegó y ha seguido siéndolo.
Julia suponía que podía hacer más preguntas, pero como estaba tan nerviosa que apenas escuchaba las respuestas, quizá no era justo. ¿Habían recuperado la mercancía? ¿Dónde estaba ahora el alijo?
Pero eran preguntas tontas y no le incumbían a ella. Sólo sabía que había habido una pelea y que Chance y Spencer habían resultado heridos. ¿Por qué la afectaba tanto la idea de que Chance pudiera morir? ¿Por qué una parte de ella quería pegarle por ser tan temerario mientras la otra parte sólo quería abrazarlo?
—Tengo que entrar —dijo.
Pero Chance le puso una mano en el brazo.
—Todavía no. Quiero hablar contigo de lo que pasó anoche. Por favor.
—¿Por qué? ¿Qué hay que decir? Se acostó con una mujer y luego salió a cabalgar por las Marismas. Y… y yo debo estar loca.
La había herido. Le había hecho daño y se odiaba por ello.
—Lo siento, Julia.
Su disculpa la puso furiosa.
—¿De verdad, señor? Pues yo no lo siento. ¿Qué tiene que decir a eso?
Chance se quedó sorprendido.
—Tú lloraste.
—También reí. También dejé que pasara lo que pasó. Por favor, no me diga que pensaba que… que…
—Que me aproveché injustamente de ti —dijo Chance con rapidez.
Ella levantó la barbilla.
—Pues no es cierto. Yo soy muy consciente de lo que hice.
«Pero no de por qué lo hiciste». Chance se encogió mentalmente al escuchar la voz acusadora de su conciencia.
—Vale —dijo, midiendo las palabras—, los dos sabíamos lo que hacíamos anoche y ninguno se arrepiente, pero yo podría argumentar que sabía mucho más que tú.
Julia le volvió la espalda.
—No hay necesidad de ser vulgar.
—No, claro que no. Pero sí hay otra necesitad. Cásate conmigo.
Los ojos de Julia se abrieron tanto que ella temió se le salieran de las órbitas y cayeran sobre la terraza de piedra. Tragó saliva con fuerza y lo miró una vez más.
—Preferiría no hacerlo; gracias por pedírmelo.
Chance se metió los dedos en el pelo.
—¡Maldita sea, Julia! No tenemos elección.
—¡Qué… halagador! —Julia lo miró sin saber si abofetearlo o acariciarle el pelo—. Pero debo declinar la oferta.
—Julia, por favor, piensa. Yo te he traído aquí y te he mezclado en algo muy peligroso. He permitido que mi familia crea que estamos prometidos. Todo eso ya es bastante malo, pero ahora te he colocado en una posición deshonrosa y ni siquiera estoy seguro de por qué lo he hecho.
—¡Vaya, siguen los halagos! Pero creo que comprendo por qué hizo… lo que hicimos —Julia cruzó las manos frente a ella—. Por hacer soñar despierta a la solterona tonta y que no causara problemas, no se dedicara a meter la nariz donde no la llamaban. Y debo decir que la idea tiene sus méritos.
Chance no pudo reprimir una tos seca, pues ella se acercaba mucho a la verdad, pero decidió pasar a la ofensiva.
—Eso es insultante para los dos. Tú eres una mujer atractiva, muy atractiva. Puede que me avergüence de mí mismo, de mi comportamiento, pero no lamento haber ido a tu habitación anoche. Creo que podríamos tener una buena vida juntos. Tú pareces querer a Alice y hasta te gusta mi familia. He pensado en esto, lo he pensado toda la mañana.
—Sí, después de dejarme anoche sabiendo que saldría a pelear y que podían apresarlo o matarlo.
—Muchas gracias por la gran opinión que tienes sobre mis habilidades. Y si no recuerdo mal, tú me pediste que no hablara y que me marchara.
—¿Y usted siempre escucha a las mujeres tontas?
—Julia, estamos andando en círculos.
—Y hacia atrás. Y yo disfrutaría más de estas discusiones si pudiéramos avanzar alguna vez.
—Estamos avanzando. El matrimonio es la única respuesta.
Julia permanecía inmóvil. Era una tonta romántica, de eso no había duda. Y estaba destinada a terminar sus días cuidando de los hijos de otros o seguramente criando gatos.
—¿Por qué se casó con la madre de Alice? ¿Por amor?
Chance sabía que había llegado el momento de ser sincero.
—No. Fue un matrimonio de conveniencia mutua. Ahora me avergüenza decirlo, pero no. Yo no amaba a Beatrice y ella no me amaba a mí.
—De conveniencia mutua, ¿eh? Como el que planea para nosotros, supongo. Y sabiendo que el afecto del uno por el otro no tiene nada que ver con esa unión. No, no me hable de matrimonio, porque soy lo bastante tonta para querer más o nada.
Julia se giró y avanzó hacia una de las muchas puertas de cristal que llevaban a la mansión, controlándose para no echar a correr.
Esa vez Chance fue lo bastante listo para no intentar retenerla. Era mejor echar a andar por la playa y adentrarse en el mar hasta que el agua le cubriera la cabeza. ¿Por qué hacía tantas estupideces y se portaba tan mal? ¿Qué tenía Julia Carruthers que lo volvía tonto?
¿De verdad quería casarse con ella?
Se le ocurrían destinos peores…
Oyó unos aplausos burlones y se giró. Court subía los últimos escalones de la escalera del oeste. Se acercó a él.
—¡Bravo! Bravo, Chance. Oh, sí, lo he oído todo igual que haría Jacko, que no ha perdido la costumbre de pegar el oído a las cerraduras. Veo que tienes a la señorita Carruthers bien dominada como dijiste que harías.
—Cállate, Court —Chance apoyó los brazos en la balaustrada de piedra y miró el mar—. Sé muy bien que lo he estropeado todo. ¡Maldita mujer! No sé si debería enviarla a Londres o volver a llevarla a la cama. Algún día quizá alguien pueda explicarme cómo piensan las mujeres.
Court se reunió con él y apoyó también los brazos en la balaustrada; por primera vez en muchos años, no había una tensión palpable entre ellos.
—Si alguien lo hace, que empiece esas explicaciones por Morgan y luego siga por Fanny y Cassandra.
—¿Eleanor no?
—Ella es una dama, gracias a Dios. Canta, pinta, toca el arpa y el piano. No sale a escondidas a cabalgar con el Fantasma como Morgan. Por cierto, tenías razón en eso. Y que me condenen si no está orgullosa de ello.
—¿La has encerrado en su cuarto y has amenazado con tenerla a pan y agua?
—No se puede amenazar a Morgan. Es demasiado terca para eso y haría lo contrario de lo que se le dijera, aunque no quisiera hacerlo, sólo para probar que manda ella. Odette enciende tantas velas para alejar a sus loas traviesos que nos ha pedido más dinero para comprar velas.
Chance sonrió.
—Estás muy atareado aquí, ¿eh? Eso es Morgan. ¿Y qué me dices de Fanny y Cassandra?
Court movió la cabeza.
—¿Es preciso? Oh, muy bien. Fanny insiste en que puede hacer todo lo que pueda hacer Rian mejor que él, y a veces tiene razón. Es casi tan mala como Morgan, y Rian le da alas. Y Cassandra puede volverte loco persiguiéndote como un cachorro que te adora. Gracias a Dios que ahora está aquí Alice para distraerla.
Chance sonrió a su hermano.
—Quizá deberías pensar en escapar a Londres. Pero tú disfrutas con esto, ¿verdad? Haciendo de gallina madre. Aunque quizá no tanto como para ser completamente feliz o no te dedicarías a correr por el campo con esa capa ridícula mucho tiempo después de haber vengado el asesinato de Pike.
Court soltó una risita y los dos hombres guardaron silencio mirando el barco francés en la distancia.
—Ahora que estamos hablando sin gritarnos, no sé si decir esto, pero Ainsley se está despertando por fin. Hace un rato estaba en el cuarto de Spencer y él ha entrado para echarle una bronca descomunal. Ha sido glorioso oírlo. Nadie echa broncas como él y sin levantar siquiera la voz. Y por una vez Spencer ha sido lo bastante listo para guardar silencio.
Chance sintió un escalofrío en la espalda.
—Trece años. Han pasado trece años. Ya es hora de que despierte.
—Cierto. Y tú también.
Chance se apartó de la balaustrada.
—¿Y qué significa eso, hermano?
Court siguió donde estaba, mirando todavía al mar.
—Veo que se acabó la tregua. Tú sabes muy bien lo que significa. ¿Cómo va a perdonarse a sí mismo si su hijo mayor no lo perdona? Tú estabas más unido a él que ninguna otra persona, y fuiste el primero en abandonarlo.
Aquellas palabras hacían daño, y Chance se vio obligado a defenderse.
—¿Sabes cuántos cuerpos tiramos al mar cuando llegamos a aguas profundas? ¿Recogiendo aquellos cuerpos, tumbándolos en lonas, a veces trozo a trozo? A ti te envió a bordo con los más pequeños. Tú no tuviste que estar allí con los hombres cuando encontraron a sus mujeres violadas y…
—Yo estaba allí cuando pasó, Chance. Vi más que suficiente antes de escapar al interior y vi lo que quedaba cuando volvimos —Court se apartó al fin de la balaustrada para mirar a su hermano—. Tú pareces olvidar eso. Pareces olvidarlo todo excepto tu rabia y tu dolor.
—Tienes razón, y te pido disculpas. Fue una estupidez por mi parte. Pero Ainsley nunca derramó una lágrima por Isabella —Chance notó un tic en la mejilla. Al fin había dicho lo que pensaba, lo que lo había atormentado tanto tiempo—. Sí, él era el capitán y sí, el tenía que asumir el control, lo cual no era fácil. Pero ni una lágrima, Court. Ni una. Venganza tampoco. Sólo su maravilloso plan de hacernos desaparecer a todos, de empezar de cero, de esconderse como un cobarde. De convertirnos a todos en cobardes con él.
—Ainsley no tenía otra opción que traernos aquí. Y todo el mundo aceptó ese plan menos tú. Y en cuanto a Isabella, oh, vamos, haznos un favor a todos. Habla con Jacko.
—¿Y por qué voy a hacer eso? —a Chance le latía con fuerza el corazón y no sabía por qué.
Court suspiró.
—Porque él y yo somos los únicos que lo sabemos. Y nadie sabe que yo lo sé, porque yo los seguía aquella primera noche a Ainsley y a Jacko.
—¿Adónde los seguiste?
Court levantó las manos en el aire.
—Vamos. Habla con Jacko. No es mi historia, no puedo contártela yo.
—¿Dónde está?
—Supongo que donde todos los días. En la aldea, bebiendo en el Último viaje.
—Nunca me ha gustado ese nombre —Chance miró hacia los establos y la aldea situada más allá. La aldea, el refugio… el escondite—. Mejor llamarla La retirada.
—Todos sabemos lo que piensas tú. Pero estábamos diezmados y teníamos que pensar en las mujeres, en las chicas. ¿Crees que está muerto?
Chance no fingió que no entendía la pregunta.
—¿Edmund? Si hemos de creer los rumores, sí. Asesinado por sus hombres borrachos menos de una semana después. No sé si lo quiero muerto o vivo, para poder matarlo yo.
—Siempre me he preguntado… ¿por qué no escuchaste a los hombres que querían salir a perseguirlo en el Fantasma Negro aquel mismo día? Billy, tú y los demás. Ya sé que sólo tenías diecisiete años, pero te habrían seguido. Prácticamente te habías criado en el Fantasma Negro y Ainsley te había enseñado todo lo que sabía.
—Tú mismo lo has dicho. Teníamos que proteger a las mujeres. Y la mitad de los hombres habían perdido el espíritu y sólo querían morir también. Ése no es modo de presentar batalla a un enemigo que te supera en barcos y en hombres. Sabía que tendríamos que esperar unos días hasta que repararan los barcos y pudiéramos salir detrás de Edmund, pero para entonces estábamos ya camino de Inglaterra. No, cuando dejé el mar, dejé esa vida atrás.
—Y te dedicaste a educarte, a convertirte en caballero y en súbdito leal de la Corona —asintió Court—. ¿Pero sabes una cosa? No creo que haya funcionado. Aunque Billy sacó unas cartas muy condenatorias de tu equipaje y se las llevó a Ainsley; pero los papeles vuelven a estar en tu equipaje, sanos y salvos y con sus sellos oficiales.
—¡Cielo santo! —Chance se golpeó la palma de la mano con el puño de la otra—. Tendría que haber sabido que Billy siempre será leal a Ainsley antes que a nadie —miró a su hermano—. ¿Y bien? ¿Ahora todos cuestionáis mi lealtad?
—A Jacko tuvimos que convencerlo un poco, pero no, no nos preocupa mucho a ninguno. No ahora que sabes que tendrías que entregar a tu familia. Eso debió ser toda una sorpresa.
Chance sonrió.
—Y que lo digas. Pero sabes que como mínimo tendré que aparecer por todos los puestos de la guardia desde aquí hasta el Castillo de Dover. Y no sé cómo se van a tomar eso los muchachos.
—Ya está arreglado. Obra de Ainsley, a través de Jacko. Se supone que vas a aprovechar tu posición en el Ministerio de la Guerra para preguntar discretamente a los vigilantes de las costas si saben algo de la banda de los Hombres de Rojo.
—Para que la del Fantasma Negro pueda encontrarlos y destruirlos —Chance movió la cabeza—. Tienes razón, Ainsley está despertando. Y como aquí sólo me conoce la gente de Becket Hall, supongo que no tendré muchos problemas. Y me llevaré a Billy. Mientras yo hago mi trabajo, él puede visitar los pubs y estar atento a lo que oiga. Nadie se fija nunca en él. Lo que implica que viajaremos en bote, pues Billy no monta y nunca ha aprendido a controlar bien el carruaje.
—Suena razonable. Dime una cosa, Chance. Si nosotros no hubiéramos estado mezclados o si tú no te hubieras enterado, ¿habrías cumplido tus órdenes?
—Yo sólo tengo que meter miedo a los oficiales de la zona, Court, no unirme a las tropas. Y lo creas o no, nada de esto fue idea mía. Yo sólo pedí unos días para traer a Alice a Becket Hall.
—Eso debió ser una decisión difícil. Me refiero a volver.
—Una vez que llegué aquí, no —Chance se volvió a mirar el mar—. Es hora de dejar atrás mis demonios, Court. Háblame de Ainsley, de lo que viste. Jacko puede sentirse obligado a decirle a Ainsley que he preguntado. No quiero ser la causa de que se reabran heridas que por fin han empezado a sanar.
Court miró un instante la casa.
—Vamos a andar —dijo. Y los dos bajaron la escalera y tomaron un camino que daba la vuelta hacia la parte frontal del edificio—. Isabella no se enterró con los demás.
Chance se detuvo y miró a su hermano.
—Pero… pero yo vi la lona caer al agua. Ainsley rezó una plegaria sobre ella. No comprendo.
—Lo sé. Sigue andando. Yo estaba en la casa aquella noche, recogiendo lo que pude encontrar de la ropa de Cassandra, cuando oí a Jacko y Ainsley subir las escaleras. No sé por qué lo hice, pero me escondí de ellos y vi a Ainsley llevar el cuerpo de Isabella a su habitación. Jacko se quedó delante de la puerta cerrada con el aspecto más fiero que le he visto nunca. Comprendí que era demasiado tarde para aparecer. Estoy seguro de que Jacko podría haberme retorcido el cuello si me hubiera visto.
—¿Y qué hacía Ainsley detrás de la puerta?
Court se agachó a recoger una piedra, que lanzó a lo lejos.
—Prepararla para el entierro. Ponerle ese vestido que lleva en el retrato del salón principal. Cuando la sacó, yo habría podido jurar que volvía a estar viva. La había vestido y peinado. Hasta llevaba sus zapatos de baile. Tuve que taparme la boca con la mano para no llamarla.
—¿Y adonde la llevó? —preguntó Chance.
—Yo los vi desde la baranda desaparecer entre los árboles y los seguí. Jacko llevaba una pala y tela de vela.
—La enterró en la isla —dijo Chance—. Y después fingió enterrarla en el mar con los demás. ¿Por qué?
Su hermano se encogió de hombros.
—Ahora creo que necesitaba llorarla así. Entonces sólo sabía que lo que hacía era como escuchar a escondidas, ver algo que no debía. Cuando la tumbó en medio de la tela, se sentó a su lado con la cabeza apoyada en su pecho y sujetándole la mano. Nunca, ni antes ni después, he oído a nadie llorar así. No dejaba de decir que lo sentía mucho. Tan pronto suplicaba a Dios que se la devolviera como maldecía a Dios. Aullaba de un modo que yo creía que no pararía nunca.
Court respiró hondo.
—Y luego la enterraron y él volvió a asumir el mando. Nos reunió a todos, supervisó las reparaciones de los barcos y nos sacó de allí porque todos éramos demasiado vulnerables a otro ataque.
Chance agachó la cabeza y se frotó la parte de atrás del cuello mientras se esforzaba por no llorar.
—Yo creía que se había vuelto cobarde. Que sólo le preocupaba huir y esconderse. Primero escuchando a Edmund y después dejando el mar y encerrándose aquí. Yo lo juzgué y lo abandoné. Soy un miserable.
Court le dio una palmada en el hombro.
—Eres un hombre orgulloso, Chance. Si te fuiste, no fue sólo huyendo de Ainsley y de nuestras vidas en la isla. Yo creo que también huías de ti, de la rata del muelle. Tú querías ser más de lo que pensabas que eras. Todos queremos más de lo que somos. No se puede culpar a un hombre por eso.
—¿Por qué siempre he creído que eras un pesado? —Chance sonrió a su hermano—. Puede que seas el más valiente y el más listo de todos. Aunque no estoy seguro de que me guste esa barba.
—Cassandra la odia —Court se frotó la barbilla—. Puede que la conserve siempre.
Rota ya la tensión definitivamente, los hermanos se echaron a reír delante de Becket Hall y se volvieron a la vez cuando oyeron que se acercaban jinetes.
—Vaya, tenemos una mañana ajetreada, ¿eh? —Court se cruzó de brazos—. Me parece que son el teniente Diamond y media docena de sus dragones que vienen de visita. Creemos que le gusta Morgan, que Dios lo ayude.
—¿Y a ella?
—Con ésa nunca se sabe. Para ser sincero, creo que está practicando sus encantos femeninos con él.
—¡Pobre tipo! —miró desmontar al teniente—. ¿Estás seguro de que Morgan es lo único que le interesa de Becket Hall?
—No lo sabemos, pero ahora que estás aquí con esas cartas impresionantes con tantos sellos oficiales, supongo que puedes solucionar cualquier duda que pueda tener. Estás siendo muy útil, hermano, así que me alegro de que hayas venido.
Chance sonrió.
—Haré todo lo que pueda por la familia. Navegaremos juntos o nos hundiremos solos. ¿Crees que debo ponerme pomposo e importante y hacer que se moje los pantalones?
—Me gustaría ver eso, sí, siempre que lo haga fuera de casa —Court hizo un gesto con el brazo invitando a su hermano a pasar delante—. ¿Vamos?